Capítulo 7

Descubro a Patricia, la amiga de mi esposa, mirándome desde los pies de la cama. Su cara revelaba su desesperación por haber sido excluida durante nuestra sesión de sexo de la noche anterior pero también que deseaba romper ese aislamiento entregándose a mí.

Esa noche dormí bastante poco porque me la pasé elaborando un plan para que no levantar suspicacias al despedirme de la compañía. Tenía claro que el tiempo pasado desde el robo cometido por el padre de Lucía hacía difícil que alguien pudiese relacionarlo con mi renuncia pero de todos modos comprendí que convenía extremar las precauciones. Si renunciaba sin más, mis propios compañeros se extrañarían pero si dejaba caer que una empresa extranjera me había hecho una oferta irrechazable, eso entraba dentro de lo normal y nadie se mosquearía. Por eso decidí que llamar al administrador de una de las compañías pantallas que había creado y decirle que mandara por “error” al mail de otro socio esa propuesta de trabajo, de forma que antes de llegar todo el mundo supiera de su existencia. Conociendo la práctica habitual en estos casos para evitar la fuga de información y de clientes, en cuanto les hiciera saber que iba a aceptarla, me separarían de mis obligaciones y me invitarían a irme lo más rápidamente posible.
«En quince días estaremos disfrutando del Caribe», dije para mí justo cuando escuché un ruido a mis pies. Al abrir los ojos descubrí que la causante era Patricia. Debía llevar tiempo despierta y por la expresión de su cara, supe que llevaba fatal haber sido excluida de nuestros juegos la noche anterior.
«No me lo puedo creer. Esta triste porque Lucía no la había dejado participar», medité muerto de risa y viendo que mi esposa y la otra sumisa seguían dormidas, le exigí que preparara el jacuzzi. Curiosamente la morenita sonrió al escuchar mi orden y desapareciendo rumbo al baño, fue a cumplir mis deseos sin decir palabra. No tardé el oír el agua correr y no queriendo que Lucía se despertara, me levanté.
Al entrar en el aseo, me encontré a Chita arrodillada en el suelo, apoyada en sus talones y con las manos en sus muslos. No me costó reconocer que había adoptado la posición de sierva de placer y eso me confirmó que esa cría había soñado desde antes con ser la propiedad de un amo y que por ello había aceptado de tan buena gana el convertirse en nuestra esclava.
Ejerciendo como diligente dueño, rectifiqué su postura obligándola a poner su espada recta y a separar más sus muslos, tras lo cual y sin dirigirme a ella, me metí en la bañera.
«Hay que reconocer que está muy buena», medité mientras recorría con la mirada sus erguidos pechos.
Mi inspección no le pasó desapercibida y sus areolas reaccionaron erizándose sin necesidad de ser estimuladas. Esa reacción despertó mi lado morboso y desde la bañera dejé caer:
-Veo que te pone bruta que te miré.
Totalmente colorada y sin atreverse siquiera a levantar su mirada, trató de disculparse diciendo:
-Lo siento, no he podido evitarlo.
-No me molesta que te sientas excitada. Una buena zorrita debe ser receptiva a su amo. ¿No estás de acuerdo?
-No lo sé- respondió mientras involuntariamente sus muslos temblaban: -La verdad es que llevo empapada desde que usted me ha permitido prepararle el baño.
Consciente del nerviosismo de “Chita”, decidí incrementarlo pidiéndole que me enjabonara. No pudo reprimir un gemido al escucharme y babeando de placer vino hacia mí gateando. Al llegar a mi lado, cogió una esponja y con una extraña timidez, comenzó a recorrer con ella mis hombros. La sensación de tenerla en mi poder era subyugante. Quizás por ello quise saber hasta dónde llegaba su entrega y sin avisar me puse a magrearle el culo.
-¡Dios!- susurró descompuesta al sentir que mis manos tomaban posesión de su pandero.
Asumí que a pesar que ese estimulo no pedido era bien venido por su parte, no se atrevía a exteriorizarlo en voz alta no fuera a despertar a Lucía y ésta se encabronara al enterarse.
-Tienes unas nalgas estupendas para ser tan puta- comenté explorando con mis yemas la unión de sus dos cachetes.
Ese piropo provocó un nuevo suspiro de esa cría y tratando de evitar que se le notara, siguió extendiendo el jabón por mi cuello como si nada pasara. Desgraciadamente para ella, sabía que era una fachada y que esa putilla se derretiría en cuanto yo diera el primer paso. Para demostrarle su debilidad, deslicé mi mano por su entrepierna en busca de su clítoris. No me resultó hallar su sexo completamente anegado y separando los poblados pliegues de su coño, me concentré en su ya inhiesto botón.
-Me encanta- berreó todavía en voz baja al sentir la caricia de mis dedos y acomodando su postura, facilitó la inspección de la que estaba siendo objeto.
Su claudicación estaba cerca y no deseando acelerarla, dejé de tocarla y cerré mis ojos, satisfecho:
«¡Qué sufra!», pensé descojonado al saber su frustración.
En ese instante, lo que Patricia deseaba más en el mundo es sentirse amada aunque fuera de un modo vil y por eso no pudo acallar su desesperación y a mis oídos llegó su sollozo.
-¿Por qué llora mi esclava?- comenté sin abrir mis parpados.
Llena de dolor respondió:
-Siento que mi amo no me desea.
Confieso que estuve a punto de ceder y regalarle las caricias que demandaba, pero como me interesaba incrementar su turbación hasta que fuera insoportable, me comporté como un cabrón al contestarla:
-No te has ganado mi favor.
Llorando ya a moco tendido, me rogó que le dijera que era lo que tenía que hacer para que la aceptara. Recordando que el nombre que Lucía le había elegido hacía referencia a su cantidad de vello púbico, repliqué en plan de cachondeo:
-¡Depílate! No nos gusta el pelo en el cuerpo.
Para mi sorpresa, la morena me pidió permiso para retirarse y al dárselo, salió corriendo del baño. Os confieso que en ese momento pensé que me había topado con un inusual tabú y que Patricia se sentía incapaz de cumplir ese nimio deseo. Sabiendo que su negativa solo haría alargar su sufrimiento, lo dejé estar y me empecé a enjabonar yo solo.
Tras más de veinte minutos disfrutando de ese baño, decidí que era suficiente y saliendo del jacuzzi, fui a coger el albornoz con el que secarme justo en el preciso instante el que por la puerta volvía la muchacha. Durante unos segundos me costó reconocerla porque su larga melena oscura había desaparecido.
-¡Te has rapado al cero!- exclamé al ver su reluciente mollera.
“Chita” se quedó de pie en mitad del baño y separando sus rodillas, me mostró que el denso bosque de su coño también había sido talado, tras lo cual, sonriendo dijo:
-Los deseos y gustos de mi amo son órdenes para mí y para demostrarle mi compromiso, he creído oportuno rasurarme también la cabeza. ¿He hecho mal?
No quise reprocharle su iniciativa e impelido por la curiosidad, la llamé a mi lado. La chavala obedeció de inmediato y acercándome una toalla, me preguntó si podía secarme. No me pude negar porque esa criatura había cumplido con creces cualquier prueba que le pusiera y saliendo de la bañera, acepté.
Su cara irradiaba felicidad al agacharse y arrodillándose, comenzó a secar mis pies sin dejar de lucir una sonrisa.
-Ésta zorrita está contenta de poder mimar a su dueño- susurró mientras recorría con una profesionalidad no exenta de dulzura mis tobillos, retirando cualquier rastro de humedad de los mismos.
Reconozco que me tenía impresionado su sumisión y más cuando al observarla, tuve que reconocer que no había perdido su atractivo y que estaba preciosa totalmente calva. Por ello al sentir que sus manos iban subiendo por mis muslos, no me importó que mi pene se alzara estimulado por sus caricias.
A pesar de mi erección, Patricia no dijo nada al ir secando todos y cada uno de los recovecos de mi sexo. Es más os puedo confirmar que tampoco me insinuó nada cuando sus manos entraron en contacto con mi pene. De modo que tuve que ser yo quien le dijera:
-Hazme una mamada.
El brillo de sus ojos me hizo saber la satisfacción que esa guarrilla sentía con esa orden. Por ello no me cogió desprevenido que cogiendo amorosamente mi extensión entre sus dedos, abriera sus labios y empezaba a lamer mi pene como si de un caramelo se tratara.
Pocas veces había sido participe de algo tan erótico, no en vano era la primera vez que una calva dedicaba todas sus energías en hacerme una felación y es que una vez había dejado bien embadurnada mi verga con su saliva, esa muchacha separando sus labios se fue introduciendo lentamente toda mi verga en el interior de su boca mientras con sus manos acariciaba mis huevos.
Deseando disfrutar cómodamente de ese instante, me senté en el wáter y eso desencadenó su lujuria. Ya sin reparo alguno, esa putilla se embutió mi pene en su garganta y mientras con sus manos seguía dando un suave masaje a mis testículos, comenzó a mover su cabeza con el objeto de ordeñarme.
-Para ser novata, haces unas mamadas cojonudas- comenté descojonado.
Lo que no me esperaba fue que sacando brevemente mi extensión de su interior, la morenita contestara:
-Su fiel Chita ha practicado muchas noches con un plátano.
Y sin dejar de sonreír, se la volvió introducir hasta que sus labios tropezaron con su base y dejando a un lado su anterior lentitud, buscó mi simiente con un ansia que me dejó helado.
Contagiado por su actitud, llevé mis manos hasta sus pechos y comencé a estrujárselos. Chita al sentirlo comenzó a gemir en silencio. Que tratara de ocultar su gozo, azuzó mi morbo y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. Indefensa, gimió al sentir como los torturaba y mientras gritaba su excitación, aceleró el modo en que su lengua jugueteaba en mi verga. La sumisa discreta había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que restregando su coño contra mis pies, intentaba incrementar su calentura.
La cueva de la muchacha no tardó en mostrar su lujuria y derramando su flujo, este me empapó los tobillos mientras su dueña buscaba con mayor afán el néctar de mis huevos.
-Me corro- chilló sin dejar de frotarse.
Fue impresionante oírle berrear su placer mientras entre mis piernas se acumulaba la tensión de tanto estímulo.
«Está disfrutando todavía más que yo», me dije al tiempo que me cuenta que no iba a poder aguantar mucho más y por eso presionando con mis manos su cabeza, forcé su mamada y en breves pero intensas erupciones, mi pene se vació en su garganta.
Satisfechos, permanecimos sin movernos durante un tiempo hasta que ya recuperado le regalé un beso de amo, mordiendo sus labios. Chita respondió a mi beso de manera explosiva y subiéndose a horcajadas sobre mí, intentó reactivar mi pasión pero dándole un azote en el culo, le dije que ya era suficiente y que Lucía debía ser la primera en usarla. La chavala frunció su ceño molesta pero inmediatamente sonrió y con tono pícaro, me preguntó su a mi esposa le gustaría su nueva apariencia.
Despelotado de risa, repliqué:
-Ahora mismo, ¡lo sabremos!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *