Hola, mi nombre es Victoria (como ya dije, es un nombre falso, ya que no puedo permitirme que nadie me identifique) y, después de lo que me pasó en las fallas de este año y que he narrado en mi relato anterior, mi vida ha tomado una nueva dimensión. Mejor dicho, mis vidas, porque ahora tengo dos vidas y no sé realmente cuál de ellas representa mejor a cómo yo soy en realidad. Ni yo misma me explico cómo me he podido ver atrapada en esto que voy a tratar de contar, más como terapia que como otra cosa. He entablado una relación perversa con un chico retorcido que sabe los que quiere, mientras que yo, insegura, me he visto arrastrada a renunciar a mi orgullo y dignidad, movida por una irrefrenable avidez de conocer los bajos fondos del mundo del sexo… la pareja perfecta.

Como podéis leer en el relato anterior, las pasadas fiestas de las fallas en Valencia celebrábamos la despedida de soltera de una de mis mejores amigas. En ese viaje, por circunstancias que no voy a repetir, me quedé sola en la ciudad buscando a mis amigas y, aún no sé porque, permití a unos chicos desconocidos que me usasen a su antojo. Me hicieron todas las fantasías y aberraciones sexuales y yo me presté a ello. Al principio quise resistirme, pero luego caí en su juego, me dejé llevar sin poder evitarlo, y me hicieron gozar del sexo como jamás pensé que haría en la vida. Joder, me trataron como una auténtica puta. Con lo lista que siempre me he creído, con mi brillante carrera de Derecho y mi puesto ejecutivo… no me imaginaga que esto podía ser así.
Lo más grave de todo es que durante estos meses no he podido dejar de pensar en ello. Y no con rechazo. Cada vez que lo recordaba o que oía la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, sentía un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Por más rabia que me dé, aún me excito pensándolo. No sé en qué me he convertido. Yo, que siempre he sido una chica bien, responsable, fiel a mi pareja… habían abierto una faceta desconocida en mí y, pese a todo, durante estos meses tenía la firme convicción de olvidarla. Tenía la firme convicción de considerarla una locura que nunca repetiría, y mandarlo a rincón de las fantasías que no se realizan nunca. Tenía la firme convicción de volver a mi vida con mi pareja y mi trabajo, con mis rutinarias sesiones de sexo y mi existencia acomodada.
Pero claro, dicen que toda situación es susceptible de empeorar. En mi caso, hace unas semanas recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos con un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo penetrada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! Inmediatamente me he puesto a llorar. No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas… aunque mi mente quiera, no lo puedo evitar.
Dudé mucho sobre como contestar. Una vez más, mis dos personalidades luchaban entre sí. Por una parte, había conseguido ocultar lo que me pasó en Valencia, nadie lo sabía y mi vida transcurría igual en mi trabajo y con mi pareja. Me daba mucho miedo arriesgar mi modo de vida, cómodo y agradable. Me gustaba mi vida. Me gustaba mi chico aunque muchas noches de sexo acababan en nada. Y yo era (¡soy, joder!) una chica respetable. Pero por otra parte, en mil sueños mi cuerpo deseaba ser tratada como sólo esa noche en mi vida había sido. Me levantaba empapada. Deseaba experimentar de nuevo todas las sensaciones. Creo que una parte de mi mente también lo necesitaba.
Al final me bloqueé, me pudo mi miedo, y les contesté por email diciendo que no estaba preparada para esta situación. Que reconozco que lo pasé bien con ellos, pero que soy una mujer casada (mentira, porque en realidad mi chico y yo no estamos casados), y no podía permitirme entrar en su juego. Por favor, que no me hagan entrar en ello.
A los pocos días llegó su respuesta “No seas tonta, Victoria. Lo estás deseando y lo sabes. Tenemos que hablar, prefieres darme tu móvil o quieres que vayamos a verte cuando vayamos a Madrid”. Sin duda lo había escrito el chico alto, que pese a su imagen de macarra, se le notaba una cultura mayor que la de sus compañeros. Tenía algo que le hacía especial.
Ahora sí que me asusté terriblemente… y se lo di. Les di mi teléfono y empecé a dormir mal por la noche de lo angustiada y excitada que estaba. Odiaba el momento en que me tuviese que enfrentar a la situación. No quería verlos. Pese a ello cada vez que salía de casa miraba a un lado y a otro deseando ocultamente encontrarlos. Aunque me duela reconocerlo, desde ese día empecé a ir especialmente guapa. Engañándome a mí misma pretendía no ir sexy y no llevaba faldas o vestidos, pero algo me hacía ponerme mis vaqueros más bonitos o algún suéter entallado. Así iba vestida para ir al trabajo el día en que ocurrió y aparecieron sin llamar.
 

Habían pasado unos días de su última comunicación y ya estaba relajándome, cuando al salir de casa para el trabajo un día de diario un coche paró a mi lado. Se abrió la ventanilla y me dijeron imperativamente “sube”… dudé 2 o 3 segundos, pero mi excitación y las fotos mías que tenían hablaron por mí y subí. Subí temblando. Sabía que eran ellos. El coche era mediano, parecía de esos preparados por los chicos jóvenes para lucirse, pero sin exagerar.

Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Vi que iba él solo. Ni me miró. Tengo que reconocer que era guapísimo. Se había afeitado la barba aunque no iba completamente apurado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta. Me preguntaba a qué demonios podía dedicarse profesionalmente un chico así. Tenía el pelo revuelto, sus ojos oscuros que nada más verlos me acordé del poder que tenían sobre mí. De hecho, nada más ponerse en marcha y, sin mediar un saludo o un beso, dijo “abre las piernas, Victoria” y os imagináis mi reacción: Sí, las abrí inmediatamente. Dios mío, si sólo con esas palabras ya sentía que se me empezaba a humedecer. Por no hablar de que en cada semáforo y continuamente ponía su mano inocentemente entre mis piernas, sobre mi pantalón vaquero y mi cuerpo reaccionaba pese al rechazo de mi mente y mi nerviosismo. Incluso experimentaba un escalofrío cuando rozaba mi pecho con su antebrazo. Estaba acojonada pero excitadísima.
No sabía adonde nos dirigíamos y, aunque lo pregunté, ni me contestó. Temblando saqué fuerzas de flaqueza para intentar evitar lo inevitable y empecé a contarle que no estaba preparada para esto, que era una chica buena y que estaba casada, que lo pasé muy bien con ellos pero que no quería hacerlo más veces. Que por favor no me hicieran nada y que me dejase tranquila. Casi lloraba cuando se lo decía. Él parecía no hacerme ni caso mientras conducía. Eso sí, con una mano en el volante y la otra ocasionalmente apoyada sobre mi entrepierna sobre el pantalón, que temía que estaba empezando a mojarse y él lo notaba. No nos alejamos demasiado. Aparcó en el parking subterráneo de un centro comercial al que yo iba a veces, en una esquina apartada.

Cuando me temía lo peor, dijo “Victoria, dame un beso y luego, si quieres, sal del coche, no te voy a hacer nada”… “paso de estar con nadie que no quiera estar conmigo”… “no me hace falta”… yo no reaccionaba, no me lo esperaba, pero él seguía “anda, dame un beso y vete, que esto no es para ti”. Y yo me relajé, en ese momento me sentía agradecida porque llevaba semanas temiendo que me chantajearían o que me usarían. Ahora me daba cuenta de que yo le daba exactamente igual, que sólo me quería si era capaz de proporcionarle distracción y me tranquilicé. Con todo, no podía evitar estar un poco contrariada. Rechazada como mujer. Joder, qué complejas somos.

En ese momento, no sé por que pero confiaba en él. Acerqué mis labios a los suyos darle un último beso y él abrió su boca comenzando lo que yo pensaba que era un beso tierno de despedida… ¡qué equivocada estaba! Me besaba de tal manera que no podía despegarme de él, suave y tiernamente… no lo sé explicar, pero poco a poco incrementaba la pasión del momento. Con sus manos agarró mi cara, acariciándome, descubriendo con sus fríos dedos la piel bajo el cuello del suéter cisne que llevaba. Me empezaba a estremecer, me había colocado enfrentada a él y sus antebrazos rozaban mi pecho produciéndome escalofríos. Agarró mi pelo recogido desde detrás y manejaba mi cabeza a su antojo. Su lengua era como una serpiente que me tenía hechizada. Dentro de mi boca o sobre mi cuello… combinándose con sus labios, cerca de mi oído. Uffffff ya estaba enfrentada a él y jadeaba como una auténtica zorra. No quería irme. Puso su mano sobre el botón de mis vaqueros y hasta yo metí tripa deseando que los desabrochase y no me echase del coche… estaba dominada por la misma sensación que tuve en Valencia en las fallas, pero esta vez no podía poner la excusa de que había alcohol de por medio… no había nada. Sólo deseo.
Obedecía sus órdenes como una autómata. Me hizo desnudarme de cintura para abajo. Mis braguitas estaban empapadas. Se las quedó. Combinaba frases tiernas con otras del tipo “¿has echado de menos a mi polla?, a la que yo respondía disciplinadamente con lo que él quería oír “sí, todos los días”, y él continuaba con “seguro que llevas días preparándote, depilando tu coño y matándote a pajas pensando en el momento justo en que te la meta”. Creo que a ésa no contesté, pero recuerdo que pensé con cierto remordimiento que era la pura verdad.
Notaba cómo tenía un dominio absoluto de mí y de la situación, y eso me ponía mucho. Siempre me han gustado los chicos que aparentan control. Pese a todo, jugaba conmigo, cariñoso y cruel mientras me acariciaba “que piernas más suaves tienes puta” “porque eres una puta, ¿lo sabes?” o “rózame con las tetas, que sé que te mueres por hacerlo” o directamente “ven aquí” creo que es su autoridad lo que me vuelve loca. Su autoridad. Su habilidad. Su control. Su olor. Su cuerpo. Su piel. Me comportaba como una adolescente cachonda y desatada. Estuvo un rato besándome la boca, sujetando mi pelo con una mano mientras sólo rozando exteriormente mi sexo con la otra me tenía al borde del éxtasis. Cuando introdujo dos dedos en mi cuerpo me moría de ganas, y comencé a mover yo sola mis caderas clavándome sobre su mano. Buscando que llegase a todos mis rincones. Él decía susurrando “tranquila Victoria” o “tranquila putita”. Mi nombre en sus labios me ponía aún más. En cuanto introdujo el tercer dedo, esta vez en mi ano, me vino a la mente el episodio de Valencia empalada por los dos amigos y tuve mi primer orgasmo a gritos entre espasmos.
Él sabía manejarme perfectamente, sabía lo que hacía. Yo, que no recuerdo haber gritado en un orgasmo con mi pareja, ahora lo hacía con un desconocido sólo acariciándome. Estaba en sus manos y no me importaba en absoluto lo que me hiciese, lo que me degradase, ni estar faltando a mi trabajo, ni estar siendo infiel a mi pareja… nada. Hasta deseaba que continuase con su lenguaje sucio conmigo.
Quería mucho más de él. Subirme encima, que me follase como quisiera, por donde quisiera. Quería corresponderle. Estaba loca por acceder a su paquete, pasaba su mano por encima y lo notaba durísimo. Estaba desatada, ansiosa, jadeando, pero él, sólo con decirme “quédate ahí quieta”, me situó en mi asiento. A pesar de que no pasaba demasiado de los 20 años, me manejaba como a un muñeco. Después, pensándolo, creo que él buscó a propósito ese momento en el que no había sido capaz de proporcionarle placer a él. Algo así como para jugar con mis sensaciones y mis sentimientos. Como podéis imaginar, obedecí y me senté clavadita en mi butaca. Permanecía mirándole con una especie de admiración, como una niña pequeña. Juntando mis piernas entre sí y con mis manos unidas entre ellas, intentando apurar las últimas sensaciones de mi orgasmo anterior. Ahora no tenía ninguna duda, me sentía suya, no me acordaba de mi trabajo ni de mi pareja ni de mi vida, me sentía sólo suya, y estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiese. Y él iba a hablar.
Me dijo “Victoria, eres una chica preciosa y está claro que quien sea tu marido no te sabe tratar. Te voy a proponer una cosa, si quieres aceptas y si no te vas”. Yo estaba nerviosísima, completamente excitada y ávida de conocer su proposición. Pero él hablaba pausadamente: “Mira, de vez en cuando vengo a Madrid. Cada dos o 3 meses. Y cuando vengo a veces me apetece tener a una chica para mis juegos. Que te quede claro que sólo te quiero para follarte, para usarte o para llevarte a alguna fiesta. A veces vengo sólo y a veces no. Quiero una puta, y tú eres una puta, bajo un barniz de chica encantadora, pero una puta. No quiero rollos ni cosas románticas. Me tienes loco con tu cuerpo, con tu clase, con esa inexperiencia que no aparentas… me gusta que seas una chica bien. Por eso me apetecía volver a verte, pero que te quede clara una cosa, que quiero una puta”.
Me dejó un poco descolocada. No sé describir lo que pasaba por mi mente en ese momento. Evidentemente tenía razón “soy una puta bajo una imagen de chica encantadora”… yo misma sabía que estaba dispuesta a hacer todo lo que él me dijese. Pero que lo plantease así, tan directa y abiertamente, que me dijese con todo el descaro que me quería sólo como “su puta” hería profundamente mi dignidad. Otra vez mi mente se debatía entre la abogada triunfadora y esposa respetable, y la mujer llena de fuego que necesitaba la manera de calmarlo. La primera estaba a punto de escapar del coche indignada y abofeteando al individuo por su impertinencia, mientras que la segunda… la segunda estaba loca por que el mismo individuo infame dispusiese de mi cuerpo a su antojo, me usase, me follase o me humillase.
El resultado fue que no era capaz de articular palabra, debatiéndome entre ambas ideas. Sé que mi orgullo pugnaba por encontrar una fórmula en la que fuese yo quien pusiese algunas condiciones, pero no me atrevía a prever las consecuencias. Él me miraba fijamente, y yo me ponía más nerviosa, más excitada, y más ansiosa. Temblaba.
Después de dejar transcurrir así aproximadamente un minuto que se me hizo eterno sin atreverme a contestar, él dijo “anda, vete, no me vales…” y en ese momento me puse a llorar. A intentar abrazarme a él. “quita, Victoria, no me vales, vístete y vuelve a tu vida”. Joder, no sé por que pero el mundo se me había caído encima en ese momento.
La realidad es que estaba llorando desesperada, medio desnuda, intentando abrazarme a un chico más de 10 años menor que yo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba… me moría por saberlo, por que me hiciese caso. Estaba abrazada a él, rozándole torpe e impúdicamente con mi cuerpo y diciendo cosas inconexas acerca de lo “puta” que era para él. Era la culminación a unos días de emociones diversas, y sentimientos encontrados. Pero ya lo tenía claro. Quería ser su puta, me moría por serlo. Luego, pensándolo con más calma, reconozco que lo que me ha ofrecido es lo mejor que podía pasarme, algunas sesiones de puro sexo al cabo del año, sin interferir en modo alguno con mi vida. Mi vida que tanto me gustaba y no quería cambiar, pese a que le faltaba esa emoción y ese sexo al que ahora se me hacía durísimo renunciar.
Lo que empezó a partir de entonces es demencial. Algo que no sé si alguna vez seré capaz de contar siquiera a mi mejor amiga. De película porno dura. Él dijo “¿entonces quieres ser una puta? Bueno, pues vamos a probarte”, y sacó su teléfono e hizo una llamada… dijo básicamente “Tío, estoy en el parking… en la planta -2, zona D, plaza 184. Anda baja, que tengo una sorpresa para ti”… “Síii, de las que a ti te gustan, jajajajaja”. Yo estaba alucinada, había llamado a alguien para que bajase al parking diciéndole que tenía una “sorpresa”… ¡y la sorpresa era yo! No me lo podía creer, pero estaba dispuesta a demostrarle que podía usarme para lo que quisiera. Él sacó un pañuelo negro de la guantera y se me puso a vendarme los ojos… suavemente, como preparándome para algo. Dio dos vueltas vendando mis ojos y, después de unos segundos creo que observando su obra, dijo “perfecta”.
No pasó más de un minuto cuando se abrió la puerta del coche y entró al asiento de atrás una persona saludando a mi… a mí chico… joder, no sé ni como llamarle. En ese momento podría decir que a mi “dueño”. Después de unos saludos cordiales entre ellos, como si yo no existiese, el extraño dijo “a ver qué has traído de Valencia”… y él, sin aclararle que soy de Madrid dijo “lo que a ti te gusta, jajajaja una chica bien que se aburre con su marido”… “anda, pruébala, que la estoy enseñando”. Pero la persona que entró quería verme y tocarme. Me movieron al asiento trasero con el desconocido. Tenía un olor peculiar, no era del todo a sudor, pero sí era una mezcla entre eso y algún desodorante barato. Él me abrió las piernas porque “quería ver el coñito de esta putita”… se reía porque no estaba completamente depilada. Me tocaba, me metía sus dedos en mi sexo, y se reía más “está completamente encharcada la muy puta”.
Joder, qué extraño mecanismo es la mente humana. Nunca en mi vida habría pensado que admitiría una situación así. Si me lo describen de alguien jamás lo hubiera creído, y de mí mucho menos. Pero lo cierto es que estaba completamente excitada. Dos desconocidos hablando de mí y tratándome de puta para arriba como si yo no estuviese presente. Me había dejado tapar los ojos, estaba desnuda de cintura para abajo, en el asiento de atrás de un coche en un parking me estaba dejando tocar con brusquedad por alguien que ni siquiera sabía quién era, y con todo ello, cada vez que usaban palabras más sucias acerca de mí, más cachonda me ponía. Había perdido completamente los papeles, la identidad…
Me cogió del pelo y me dirigió la cabeza hasta que su miembro tocó mi cara. A pesar de que tenía un olor fuerte y no muy agradable, no tuvo que decirme nada y yo sólita abrí la boca para metérmela dentro y esmerarme para hacerle la mejor mamada de la que era capaz. Mientras ellos seguían con sus comentarios humillantes “aún tiene que aprender esta zorrita, pero no lo hace mal del todo”, decía el extraño mientras me introducía su polla hasta la garganta provocándome arcadas. “No te quejes… que te lo tienes que tragar todo”. Estaba arrodillada en el asiento, con la cabeza metida en su regazo y había puesto mi mano en la base de su polla, lo que pareció gustarle y así me evitaba que la metiese tan profunda en mi boca. Mi “chico” se entretenía poniendo canciones en el aparato de música, y el extraño comenzaba a jadear como un jabalí. Joder, si hasta me sentía orgullosa de tenerle así. Me dijo “tócate putita, que yo te vea” y me faltó tiempo para llevar una de mis manos a mi perlita y acariciarme en su presencia. Él seguía con sus comentarios, pero el tono de su voz le delataba, estaba a punto de terminar y noté como sujetaba mi cabeza para que no pudiese apartarme y empezó a descargar su semen espasmo tras espasmo. Yo lo tragaba como podía, porque era mucha cantidad, pero no quería decepcionar a ninguno de los dos. Creo que no lo hice.
Había quedado en posición fetal sobre el asiento. Me sentía sucia y usada, pero contenta por haber complacido al amigo de mi dueño. Había hecho de mí lo que había querido y, mientras se abrochaba, decía “quiero follarme a esta zorrita, ¿cuándo la traes?”. Mi “chico” respondió “Ahora no, que me tengo que ir a Valencia. Cuando vuelva por aquí”. Yo sabía que era mentira, pero no abría la boca.
Cuando el desconocido se fue, me indicó que me vistiese y que me llevaría al trabajo. Me sentí decepcionada porque quería con todas mis fuerzas sentirle dentro de mí. Estaba ardiendo por todo lo que había pasado, pero él me dijo riendo “jajaja, por el momento prefiero que sigas deseando mi polla, pero para mañana tengo una sorpresa para ti”. Y continuó, esta vez con tono firme “vamos, vístete que tengo prisa”. Por supuesto obedecí al instante y, después de secarme como pude con una toallita de mi bolso, me puse los vaqueros directamente sobre mi piel. Como la otra vez, él se había quedado con mis braguitas. No sé porque pero me atreví a pedírselas, y él me contestó “acostúmbrate a venir con ellas e irte sin ellas”.
Por el camino me acariciaba ocasionalmente la mejilla, diciéndome cosas cariñosas que me hacían sentir bien. Decía que era guapísima, que le encantaba tenerme con él, y yo sonreía al oírlas. Me comportaba con él como una niña pequeña. Joder. De alguna forma me engañaba pensando que en el fondo era un buen chico. Mi chico para esta faceta de mi vida y, aunque no lo creáis, incluso después del episodio de su amigo, me sentía contenta. Me dio algunas instrucciones para el día siguiente. Dijo que me buscaría por la noche para ir a un club de swinggers, de intercambio de parejas. Ufffff otra vez mezcla de sensaciones… vergüenza, curiosidad, deseo, excitación, miedo a encontrar a alguien conocido… más aún cuando me fue describiendo la ropa que debía llevar.
Mientras, yo pensaba en cómo había llegado hasta allí… lo inverosímil que me parecía. Una parte de mí pensaba que debía escapar, pero mi otra parte ya estaba pensando la excusa que iba a tener que dar en casa a mi novio para poder faltar toda una noche. Uffff toda una noche.
Muchas gracias por las sugerencias, comentarios y correos (que me hacen ilusión), y por leer hasta aquí.
Carlos López.  diablocasional@hotmail.com
 
 

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