Isaac ponía rumbo al primer partido del torneo de fútbol sala que disputaba con unos amigos ese fin de semana. Se trataba de unas 24 horas muy típicas en verano, es decir, un torneo en el que se disputan partidos durante ese periodo, normalmente de forma ininterrumpida. Habitualmente cada uno de los equipos juega sus partidos con un intervalo de unas pocas horas, lo justo para poder descansar para el siguiente encuentro.

A Isaac le acompañaba su mujer, Maite, y un par de amigos, integrantes del equipo. En total eran 8 los que formaban la escuadra y habían quedado en reunirse en el pabellón una hora antes del comienzo del primer encuentro, el viernes a las 19h. Fueron los primeros en llegar.

Isaac y Maite tenían ambos 30 años. Se habían casado hacía poco, pero se conocían desde que no eran más que unos entusiastas adolecentes y habían sido novios desde los 25.

Mientras esperaban, fueron llegando el resto de jugadores, algunos de ellos acompañados de sus novias y/o mujeres. Los últimos en llegar fueron los 2 integrantes más jóvenes del equipo, el compañero de Isaac en su equipo de fútbol 11 y su hermano, de 20 y 15 años recientemente cumplidos respectivamente, acompañados por su padre.

El equipo era algo variopinto, con gente de diferentes edades y que gran parte no habían jugado nunca juntos. De ahí que las cosas no empezaran demasiado bien y salieran derrotados del primer encuentro. Sin embargo era un equipo maduro en su mayoría que buscaba más el pasar un buen rato rodeado de buena gente que no el vivir al 100% la ambición de ganar a toda costa. Señal de ello fue el decidir ir todos a cenar después del partido aprovechando que no volvían a jugar hasta la mañana siguiente.

Isaac era bastante amigo del padre de los 2 chicos más jóvenes con lo que se sentaron juntos durante la cena. Los muchachos, Jaime el pequeño y Sebas el mayor, se sentaron junto a Maite. En frente de ellos estaban su marido y Pedro, el padre de los jóvenes.

-¿Así que ahora te vas de fiesta? – le preguntó Isaac a Sebas que parecía bastante tímido.

El adolescente le respondió con una sonrisa.

-¿Pero ya sabes que mañana jugamos a las 9h.? – le advirtió Isaac.

-No va a venir – intervino Jaime con tono de reproche.

-Que sí – saltó el aludido – que llego a las 6h. o las 7h., me echo una horita y yo vengo – se comprometió.

-Como se acueste ya no se levanta – afirmó el padre.

-Pues entonces no me acuesto – replicó Sebas.

-Así que ahora, cuando termines de cenar, te vas de fiesta toda la noche después de jugar un partido y ¿mañana estarás preparado para el siguiente…? – intervino Maite.

El chico la respondió con una sonrisa tímida.

-¿Entonces vendrás empalmado? – preguntó Maite inconsciente del error.

La sonrisa de Sebas se tornó una mueca de vergüenza atisbada por la mujer, momento en el que fue consciente de su fallo. Por un momento no supo cómo reaccionar y fueron las risas del resto las que rebajaron la tensión.

-Oye, Maite, tranquilízate un poco – bromeó Isaac.

-¡Ay! que me he equivocado… – se disculpó sin darle mayor importancia – Quería decir que si… ¿cómo se dice? – no le salía la palabra.

-… que si vendrá de empalmada – la ayudó Pedro.

-¡Eso! – sonrió Maite por el momento tan surrealista que se había producido.

La cena prosiguió su curso aunque Maite no olvidaba lo gracioso que había sido ver la expresión del joven Sebas tras oír su equivocada pregunta. Miró a su marido, sonriéndole, quien la entendió perfectamente.

-Eso es que te ha traicionado el subconsciente – le bromeó con disimulo.

Y ella le respondió con un gesto de aseveración, insinuando lo potente que estaba el chico: joven, alto, fuerte, moreno y muy guapo. Isaac no le dio mayor importancia, pero ella rectificó diciendo que el que era una monada era Jaime, un clon de su hermano pero en pequeñito.

Tras la cena todo el mundo volvió a su casa a descansar para el día siguiente ya que sería una jornada dura repleta de partidos, menos Sebas que se fue de fiesta tal y como tenía previsto.

Al día siguiente, a las 8:30h. estaban todos tal y como habían quedado para empezar a cambiarse. Únicamente faltaban Sebas y su hermano quien no se encontraba bien y Pedro avisó que no iría a ese partido. Así que, mientras todos estaban en el vestuario, Maite se quedó sola en la grada puesto que era la única pareja que había asistido a esa jornada tan matutina. Mientras pensaba en sus cosas vio llegar a Sebas que parecía venir ya cambiado para el partido.

-¿Qué? ¿Vienes empalmado o no? – le bromeó desde lo alto de la grada cuando se acercó lo suficiente como para que no la oyera nadie.

-Si quieres puedes comprobarlo tú misma – se sorprendió Sebas a sí mismo respondiendo tal y como si aún estuviera de fiesta con cualquier chica de la noche. Seguramente el que hiciera tan poco rato desde que estaba en esa situación había tenido mucho que ver en esa respuesta.

-Pues no te voy a decir que no me agradaría – le replicó Maite sin cortarse un pelo, poniéndose a su altura.

Sebas estaba acostumbrado a triunfar con las chicas. Cada noche que salía podía conseguir a la que quisiera y, sin ir más lejos, esa noche había sido como tantas otras y, si no fuera por el partido, en ese momento posiblemente estaría compartiendo cama con alguna tía buena. Era el caso de Maite. Aunque era bastante más mayor que las chicas con las que solía moverse, estaba tanto o más buena que cualquiera de ellas. Sin duda era toda una mujer y aquella insinuación lo envalentonó.

-Entonces cuando tú quieras – le propuso seriamente, pero Maite le ignoró a conciencia – ¿Están en el vestuario? – le preguntó viendo que ya no entraba al trapo.

-Sí – le respondió ella más secamente.

-Maite, ven un momento – le propuso.

Ella se acercó, bajando por la grada, hasta asomarse desde lo alto viendo ahora sí a Sebas de cuerpo entero ya que estaba bastante pegado a la grada. Al verlo se asustó al no esperarse para nada la sorpresa que le tenía preparada.

El chico se había agarrado la tela del pantalón de deporte separándola de su cintura dejando ver a Maite su espléndida polla en reposo.

-Pero no está empalmada – reaccionó Maite con picardía una vez sobrepuesta a la sorpresa inicial.

-Será porque tú no quieres – le insinuó el chico completamente desinhibido.

-Anda, vete para el vestuario que te están esperando – le respondió Maite con un cierto aire a reprimenda por su comportamiento.

El chico le hizo caso, soltó la tela que sonó al golpear contra su fibrado vientre y se dirigió a los vestuarios sin decir nada más. Maite se sintió bien al descubrir que era capaz de atraer a chicos jóvenes y guapos como Sebas. Y recordó por un instante el bonito pene que tenía el chico, pero rápidamente borró el recuerdo de su mente y se dispuso a seguir pensando en sus cosas mientras el partido comenzaba.

Aunque el segundo partido fue mejor, volvieron a perder cosa que dejaba la situación muy complicada para poder clasificarse. El próximo partido era al mediodía y si lo perdían estaban eliminados. Maite decidió quedarse en casa ya que tenía cosas que hacer y aprovecharía ya que Isaac no volvería hasta la noche, tras el cuarto y más que presumiblemente último partido.

Efectivamente, cuando Isaac volvió a casa a la hora de cenar confirmó que estaban eliminados con lo que el domingo ya no jugarían más partidos. Habían perdido el del mediodía y ganaron el de la noche, cuando ya no se jugaban nada. Al menos se había cumplido el objetivo de divertirse con amigos jugando al fútbol aunque no hubieran llegado muy lejos en el torneo.

-Estoy reventado, cariño – le dijo Isaac al llegar a casa. Ella sonrió.

-Si es que ya estás mayor para estas cosas – le bromeó – Ya tengo preparada la cena. Cenamos y nos vamos a la cama, que el día ha sido largo.

-¿Y tú que tal en casa?

-Pues me he pegado un hartón de hacer cosas. También estoy cansada, no te creas… pero no tanto como tú – agregó al ver la cara que puso su desfallecido marido y lo besó.

Como habían quedado, tras la cena, se marcharon a la cama. Maite tenía ganas de cachondeo y comenzó a buscar a Isaac que no estaba por la labor. Ella comenzó a sobar a su marido. Isaac estaba bastante en forma ya que jugaba al fútbol y señal de ello era la fibra que ahora magreaba Maite. Ella fue bajando su mano hasta introducirla en el pantalón de deporte con el que dormía Isaac y empezó a sobarle el pito flácido.

Aunque él no tenía fuerzas para echar un polvo se dejó hacer y ella, con las ganas que tenía, comenzó a masturbar a Isaac como tantas otras veces lo había hecho. Tardó un poco en conseguir la erección y sabía que aún tardaría un buen rato en conseguir que se corriera. Isaac tenía bastante aguante. Ella se esmeró, pero cuando empezó a notar el cansancio en la mano, cerró los ojos y su imaginación comenzó a dispararse.

Estaba bastante excitada y se sorprendió al recordar el pito de Sebas nada más cerrar los ojos. Desde el incidente no había vuelto a recordarlo y ahora comenzó a imaginar que la polla que tenía en la mano era la del chico de 20 años que se le había insinuado tan descaradamente hacía tan solo unas horas. Imaginó su mano masturbando aquel gran aparato y le gustaron las sensaciones que eso le provocaba. Su mano pareció recobrar fuerzas e Isaac no tardó en correrse.

Cuando Maite notó los primeros chorros de semen salir disparados despertó de su fantasía volviendo a la realidad y olvidando nuevamente lo que había pasado. Exprimió la polla de su pareja para dejarlo bien seco. Isaac jadeaba satisfecho e impresionado. Era una de las mejores pajas que recordaba y eso que habían sido muchas las que Maite le había regalado.

Ella se levantó en busca de papel para limpiar a su esposo que estaba medio muerto. Lo besó en la mejilla y le susurró:

-Me voy al baño – indicándole que pensaba masturbarse.

Él la sonrió y se durmió satisfecho de la gran mujer con la que se había casado.

Maite no podía dormirse con el calentón y entendía que su pareja no estuviera para muchas alegrías así que se dispuso a hacerse un dedo. No sería la primera vez, al igual que Isaac, que se autosatisfacía. Ambos llevaban las masturbaciones abiertamente. No es que fuera lo más habitual, pero sí lo hacían de vez en cuando y no lo ocultaban entre ellos.

Maite entró al cuarto de baño y se vio reflejada en el espejo. Pudo observar sus mejillas sonrosadas y los pezones marcados a través de la camiseta con la que dormía. Se vio guapa a sí misma y empezó a tocarse.

Primero se bajó los pantalones cortos y el tanga descubriendo su mojado sexo. Se sentó sobre la taza del wáter y subió las piernas abriendo el coño al que acercó la mano temblorosa. Empezó a deslizar sus dedos sobre los húmedos labios vaginales y no tardó en dedicarse a su clítoris. Empezó a gemir ligeramente a medida que sus propias caricias iban en aumento. Ella sabía muy bien el ritmo que le convenía y esa noche pensaba recrearse para conseguir el mayor placer posible.

Cuando se introdujo uno de los dedos volvió a cerrar los ojos. No necesitaba mucho para alimentar la excitación, pero siempre le gustaba pensar en cosas. A veces en ex novios, a veces en pequeñas situaciones muy lejanas, a veces en famosos o personajes de películas, en algún que otro amigo, incluso en su propia pareja, nada insano. Pero volvió a sorprenderse al volver a pensar, nada más cerrar los ojos, en Sebas. Sin embargo, no quiso descartar esa opción, le gustó volver a pensar en él como durante la paja a Isaac. Volvió a recordar la imagen de su polla que parecía tenerla grabada a fuego en su subconsciente a pesar de haberla visto tan solo unos segundos y se descompensó en el ritmo. No era su intención, pero tras imaginar al chico bajándose los pantalones y mostrándole la espléndida verga colgando entre las piernas se corrió gimiendo de placer mientras sus dedos no dejaban de introducirse con pasión en su propia raja.

Tras el intenso orgasmo se levantó de la taza con las piernas temblorosas y el pulso acelerado. Se acercó al grifo y se lavó la cara mientras se reprochaba esos pensamientos un tanto inadecuados. Por suerte, tras la corrida y una vez pasado el calentón, el chico volvía a parecerle lo que era, un chaval muy guapo, pero un crio al fin y al cabo. Dio el asunto por zanjado.

Pasados unos meses en los que se dilapidaron los días estivales y con ellos las vacaciones empezando un nuevo curso laboral. La vida de Isaac y Maite transcurría como siempre.

-¿Qué te parece si vemos aquí el partido de champions este martes? – le preguntó Isaac a su pareja unos días antes de la cita europea.

-Ya sabes que yo me levanto muy temprano y me acuesto pronto – le respondió ella.

-No te preocupes, tú ya sabes que te puedes acostar cuando quieras.

-¿Y quién vendrá?

-Pues se lo he dicho a Pedro, no sé si se apuntarán sus hijos. Y se lo he comentado a un par más del equipo.

Ella resopló mostrando cierta disconformidad.

-Mucho follón me parece a mí.

-Tú tranquila que no tienes que encargarte de nada. Pediremos unas pizzas y nada más acabar el partido todos para casa. Ya sabes que no voy a invitar a cualquiera. Hay confianza.

-Está bien… pero que sepas que yo me iré pronto a la cama.

-Eres un cielo – y la besó.

Habían pasado meses desde el pequeño escarceo entre Sebas y Maite y ella ni se acordaba de aquello ni de la masturbación de aquella misma noche. De hecho ni se inmutó por saber si Pedro traería a sus dos hijos.

Finalmente, el martes, día del partido de champions league únicamente se presentó Pedro con sus dos hijos. Los compañeros del equipo de Sebas e Isaac a los que había invitado este último se echaron para atrás a última hora. Cuando Sebas vio a Maite pareció alegrarse. Sin duda tenía muy presente la última vez que se habían visto y ella pareció darse cuenta, pero no le dio mayor importancia.

Antes del partido estuvieron hablando un rato, sobre todo de fútbol y Maite se sentía un poco fuera de lugar. Además se percató de las traviesas miradas que el hijo mayor de Pedro le estaba dedicando y se sentía un tanto incómoda. Por suerte, cuando empezó el partido pareció olvidarse un poco de ella, cosa que la tranquilizó.

Antes de acabar la primera parte del encuentro televisado llegaron las pizzas que habían pedido 30 minutos antes. En ese momento Maite aprovechó para despedirse de los invitados e irse a la cama aludiendo que madrugaba al día siguiente. Los 4 hombres terminaron de cenar al tiempo que el disputado partido llegaba al descanso.

-¿Dónde está el lavabo? – preguntó Sebas.

-Al fondo a la derecha – le guió el dueño de la casa.

Sebas se levantó y se dirigió al pasillo que quedaba fuera del alcance de las vistas del resto y lo atravesó hasta llegar al fondo donde había 3 puertas, la de la derecha, la de la izquierda y la de en frente. Según las indicaciones de Isaac, el lavabo debía ser la puerta de la derecha, pero Sebas, intencionadamente, quiso entender que al fondo era la puerta de en frente. La abrió y se encontró con una sobresaltada Maite que estaba acostada leyendo un libro antes de dormirse.

-¿Se puede saber qué haces? – preguntó algo alterada por la inesperada visita.

-Estoy buscando el lavabo – se excusó el chico y antes de que Maite pudiera responder sentenció – ¡lo encontré! – mientras se dirigía al cuarto de baño que había divisado en la habitación de matrimonio.

Antes de que la mujer pudiera reaccionar, el chico ya se había adentrado en el servicio y no pudo hacer más que resignarse.

Sebas no tardó en salir y volver a sorprender a Maite pues lo hizo con la bragueta abierta mostrando la polla a través de la abertura.

-¡Joder, chico! Qué manía tienes con enseñarme el pito – reaccionó con templanza.

-Es por si te quedaste con ganas de verme empalmado – soltó provocando las risas de Maite.

-¡Pero si no estás empalmado! – aseveró.

-Ya te dije que es porque tú no quieres – se reafirmó en sus palabras de hace tanto tiempo.

Maite se fijó detenidamente en el pene del chico. Le pareció más grande que la primera vez que lo vio y eso que entonces ya se quedó sorprendida por su tamaño. Calculó que le debía medir más de 15 centímetros en reposo además de ser bastante gruesa. Se animó a seguirle el rollo.

-Y yo te dije que no me desagradaba la idea de verte empalmado. ¿Qué más quieres?

-Pues ya que lo dices… podrías enseñarme algo… que yo te he dejado que me vieras la polla 2 veces.

-Sí, pero nadie te lo ha pedido – y lo cortó antes de que pudiera replicar – Anda, sal, que ahí fuera está mi marido y tu padre y tu hermano.

El chico se percató de que tenía razón. No podía tardar demasiado y menos con la polla al aire en la habitación de Maite e Isaac así que se la metió dentro de los pantalones nuevamente y salió, pero antes de hacerlo ella llamó su atención.

-¡Sebas!

-¿Sí? – se giró esperanzado.

-Para la próxima vez, el cuarto de baño es esa puerta – y le señaló el lugar correcto dejando al chico completamente frío.

Al día siguiente, durante la jornada laboral, Maite recibió una llamada. Era su marido. Tras los saludos y conversaciones típicas habituales, Isaac le contó cómo había transcurrido la noche con los invitados cuando ella se fue a la cama. No hubo nada destacable.

-Tengo ganas de verte – le confesó Isaac antes de acabar la conversación. Ella ya sabía lo que eso significaba. Tenía ganas de sexo.

-Y yo también, cariño – le animó aunque realmente ella no tenía muchas ganas.

Cuando ambos se vieron en casa Maite notó la fogosidad con la que su marido la recibió. Iba desnudo por la casa, como tantas otras veces, pero iba con una erección de campeonato.

-¡Joder, nene! Veo que te alegras de verme – le bromeó divertida.

Isaac agarró a su mujer y se la llevó al catre donde la tumbó mientras él se quedaba de pie junto a la cama. En ese momento Maite tuvo un flash. Tumbada en la cama, en la misma posición que la noche anterior, e Isaac de pie, desnudo, en el mismo sitio donde la noche anterior estuvo Sebas con la polla al aire. Le vino a la mente el pene del chaval, en reposo más grande que los 15 centímetros tiesos de la polla de su marido. Empezó a calentarse.

-¿Qué te pasa? – le preguntó Isaac al ver la mirada perdida de su esposa.

-Nada, nada. Ven aquí – le propuso mientras se alzaba para acercarse a la boca la tiesa verga.

Mientras le hacía la mamada, Isaac se dedicó a desnudarla dejándola únicamente con el tanga como única prenda. Ella se dejaba hacer sin demasiado entusiasmo hasta que cerró los ojos para empezar a imaginar. Ya no se sorprendió al verse chupando la gruesa polla que anoche tuvo a su alcance. No sabía qué le pasaba, pero cada vez que aquel chico pasaba por su imaginación, el placer iba en aumento.

Isaac tuvo que parar a su mujer cuando notó la lascivia con la que empezaba a comerle la polla. Maite la chupaba bien, pero el esmero y entusiasmo que estaba demostrando eran nuevos para él y tuvo que detenerla para no correrse antes de tiempo, cosa que a él no solía pasarle. No se preguntó a qué era debida aquella mejoría y simplemente pensó en disfrutarlo. Con la polla a punto de reventar agarró a su esposa de las piernas, atrayéndola hacia sí para penetrarla con salvajismo. Había estado todo el día deseándola.

Maite se había excitado definitivamente fantaseando que la polla que chupaba era la de Sebas y ahora tenía ganas de que se la follaran. Así que agradeció el bruto gesto de su marido abriéndola de piernas. Ella retiró a un lado la tela del pequeño tanga e Isaac encaró el duro pene hacia su carnoso coño antes de embestirla.

Como siempre, el polvo fue duradero y satisfactorio. Maite lo había pasado bien gracias a su imaginación puesto que ese día no tenía muchas ganas de sexo e Isaac lo pasó de fábula agradeciendo el inusitado entusiasmo mostrado en momentos puntuales por su mujer.

Tras hacer el amor con su marido, ella volvió a replantearse lo que le estaba pasando. No le hacía mucha gracia sentirse atraída por un niñato de 20 años por muy bueno que estuviera. Se tranquilizó pensando que no era más que su imaginación durante el sexo y recordando las dos veces en las que el chico se había insinuado y cómo ella había manejado la situación sin mayores problemas. Además habían sido únicamente un par de veces y ella estaba acostumbrada a usar mucho la imaginación así que se tranquilizó definitivamente.

Había pasado casi un año desde las 24 horas que jugaron el verano pasado. Nuevamente era época estival e Isaac estaba a punto de concluir la temporada futbolística.

-Te acuerdas de Pedro, ¿no? – le preguntó a Maite.

-Sí, claro, el padre del chico ese que juega contigo, ¿no? – se hizo la tonta haciendo ver que no recordaba exactamente a Sebas y, más concretamente, una de sus partes.

-Pues estuve hablando con él de la posibilidad de que viniera un sábado a casa con su mujer y así la conoces. ¿Qué te parece? – le preguntó para saber si había hecho bien.

-Bien, aunque lo conozco poco, Pedro me cae fenomenal. Espero que su mujer sea maja.

-Bueno, teniendo en cuenta que son mayores yo creo que son bastante majos los dos. Pedro es un cachondo y ella parece buena gente.

-¡Vale! Pues me parece bien. ¿Y habéis concretado más?

-Pues en principio no. Esta tarde lo veré en el entreno si viene a acompañar a Sebas, su hijo, y lo hablaré con él. ¿Te parece bien este fin de semana que ya hace bueno?

-Hombre, yo lo veo un poco justo.

-Bueno, yo lo hablo con él y a ver qué me dice.

-Ok.

Ese mismo día, al llegar de entrenar, Isaac se encontró con Maite dormida con lo que tuvo que dejar la conclusión de la conversación para el día siguiente.

-Ayer hablé con Pedro sobre lo de quedar un fin de semana de estos.

-¡Ah! ¿sí? ¿y qué tal? – preguntó sin mucho interés.

-Pues hemos hablado de que vinieran a casa este sábado no, el que viene.

Maite se quedó pensativa por un instante.

-¿Y se traerán a los niños? – preguntó pensando en Sebas, al cual seguramente tendría que controlar para que no le hiciera una de las suyas.

-Pues no lo sé.

-Pues estaría bien saberlo – le reprochó malhumorada – ya que tendré que saber para cuánta gente tengo que cocinar, ¿no?

-Tienes razón, cariño. Pero cálmate, no es para tanto. Déjame que me entere que aún hay tiempo de sobras.

-¡Está bien! – concluyó con tono de enfado.

Maite no sabía si estaba más enfadada con Isaac o con ella misma puesto que no tenía claro si le daba más rabia no saber si vendrían los hijos por la cantidad de comida que debía preparar o por la incertidumbre de si volvería a ver a Sebas. Sentía una cierta intranquilidad por no saber cómo se comportaría el chico ni de lo que sería capaz. Pero lo peor de todo es que el saber que no vendría tampoco la tranquilizaría demasiado, más bien todo lo contrario. Y eso le daba rabia.

Finalmente Isaac le confirmó que tanto Sebas como Jaime vendrían con sus padres y eso, para desesperación de Maite, la tranquilizó en cierto modo. Le apetecía volver a ver al chico y ver si era capaz de ingeniárselas para insinuarse nuevamente y quién sabe si volver a mostrarle el lustroso pito. Un ligero cosquilleo se instaló en su estómago hasta el día de la visita.

La familia de Pedro se presentó temprano, como habían quedado. Todos se fueron saludando por orden y a Maite le pareció extraño el comportamiento de Sebas, más frío que la última vez, sin mostrar el entusiasmo de la última visita. En cierto modo se alegró, pensando que había pasado mucho tiempo y que el chico posiblemente había madurado. Era mejor así, a pesar del regusto amargo de dejar de sentirse admirada por aquel jovenzuelo.

La mujer de Pedro, Beth, resultó ser tan maja como Isaac había anunciado y todos pasaron una amena mañana de caluroso sábado. Los padres de Jaime y Sebas estaban en torno a los 45 años pero ambos estaban de muy buen ver. Ella era rubia, guapa y delgada mientras que él era un maduro atractivo con poquito pelo y barba canosa de 4 días. Ella era bastante pija y él tenía mucha pasta cosa que los conjuntaba perfectamente y a él lo hacía más atractivo si cabe. Maite, al verlos, pensó que era normal que les hubieran salidos 2 chicos tan guapos.

-Cuánto tiempo, ¿no?

Maite se sorprendió mientras preparaba el refrigerio en la cocina al oír a su espalda la voz de Sebas que parecía que la estuviera entrando. No pudo evitar una sonrisa de satisfacción mientras se giraba para responderle.

-Pues sí. Ya ni me acordaba – mintió.

-Seguro… – respondió con suficiencia – Aún tenemos cosas pendientes.

-¡Ah! ¿sí? – se hizo la tonta.

-Aún no me has visto empalmado.

-¡Qué cansino! – le recriminó.

-Si quieres novedades podrías enseñarme tú algo. Creo que fue donde lo dejamos la última vez.

-Si no recuerdo mal, la última vez creo que te enseñé a llegar al lavabo – le replicó con maestría. Él sonrió.

-No sé… se me ocurre que podríamos ir a la playa… – insinuando que hacer topless podía ser una forma de enseñarle lo que quería ver.

Ella se rió en el momento en que Beth entraba en la cocina y los interrumpía.

-¿Te ayudo?

-No hace falta, Beth, de verdad – se sinceró con toda la amabilidad de la que normalmente hacía gala.

Durante la comida estuvieron hablando de muchas cosas: el fútbol, los coches, las vacaciones, el trabajo…

-Estaba todo muy bueno, Maite. Isaac, tienes una mujer que no te mereces – bromeó Pedro.

-¡Ay! Gracias – se sintió adulada Maite – ¿Queréis algo más? ¿café, un helado…?

-No, gracias, nosotros nos vamos ya – interrumpió Beth – que los niños seguro que quieren volver a casa a salir con los amigos.

-Por mí no lo digas – se indignó Sebas sacándole una sonrisa a Maite.

-Si os vais es porque queréis – les instó Isaac.

-Si queréis podemos ir a la playa – propuso Maite alegremente trastocando al incrédulo Sebas.

A todos les pareció buena idea la propuesta de la anfitriona así que decidieron ir a la playa a pasar la tarde. Los bañadores y toallas no eran problema puesto que Beth llevaba todo lo necesario para toda la familia en el coche.

La costa estaba a 5 minutos de la casa. Una vez en la playa Jaime, Sebas, Isaac y Maite se fueron directamente al agua mientras Pedro y Beth se quedaban tomando el sol en las toallas. Mientras los bañistas se alejaban Pedro se fijó en el escultural cuerpo de la mujer de su joven amigo. Maite llevaba un bikini negro que le quedaba de lujo. Como la mayoría de los hombres, no pudo evitar observar con cierta lujuria a la preciosa mujer sin que ello implicara absolutamente nada.

Una vez en el agua, los cuatro empezaron a juguetear y bromear entre ellos aunque la cosa terminó en un todos contra Maite la cual no podía zafarse de las acometidas de los chicos que la sumergían una y otra vez. Entre tanto juego notó más de una mano tocar zonas que no debían, pero prefirió pensar que era Isaac o lances fortuitos del juego.

El pequeño Jaime se estaba poniendo las botas. Aunque tenía la mitad de años que Maite, el niño no era tonto y sabía lo que era una mujer de bandera. Sabía que estaba siendo un poco descarado, pero no podía evitar tocarle el abultado pecho que escondía la tela negra cada vez que se ponía a tiro. Las caricias en la espalda, el vientre plano o incluso las piernas parecían más inocentes y por eso no se preocupaba por el tiempo que pasaba magreándola. Incluso una de las veces en las que voltearon a la mujer, Jaime aprovechó para pasar uno de sus dedos sobre la tela de la parte baja del bikini, notando el esponjoso bulto que escondía.

Cuando los chicos se cansaron de ahogar a la mujer, ella se sintió aliviada. En parte por dejar de tragar agua y en parte para que pararan los evidentes magreos. Decidieron hacer una guerra de caballos. Para hacerlo compensado, solventaron que Isaac sería el caballo de Jaime y Sebas el de Maite.

Ella se puso tras Sebas y antes de subirse colocó sus manos sobre los hombros del chico notando sus fuertes músculos. Bajó las manos por los brazos, acariciándoselos. Aunque estaba acostumbrada al fibrado cuerpo de Isaac, le gustó palpar el del joven. Se recreó unos instantes en su amplia espalda para acabar subiendo sobre él pasando las piernas alrededor de su cuello cuando Sebas se agachó bajo el agua.

La guerra la ganó el equipo formado por Isaac y Jaime ya que, a pesar de que Sebas estuviera tanto o más fuerte que Isaac, Jaime desequilibraba la balanza. A pesar de su tierna edad ya estaba bastante desarrollado y era mucho más fuerte que Maite. Sea como fuere, Se lo pasaron bien.

Cuando los cuatro volvieron a las toallas, Maite se sorprendió al ver a Beth haciendo topless. Por su edad no se lo esperaba, aunque por el busto tan bien puesto como lo tenía no le pareció raro que lo hiciera. No obstante aquella actitud le dio una idea. Se giró buscando a Sebas con la mirada y en cuanto ambas se cruzaron se llevó las manos a la espalda para desabrocharse la parte alta del bikini sin dejar de mirar fijamente a los ojos de Sebas como diciéndole “aquí tienes lo que querías”, “esta es mi parte del trato” o algo parecido.

Sebas no le aguantó mucho la mirada. Prefirió bajarla para ver cómo se desprendía de la parte superior del bikini descubriendo la contundente talla 95 que la tela negra insinuaba. Sebas sonrió, satisfecho, y volvió a mirarla como diciéndole “gracias”, “ahora te toca verme empalmado” o algo parecido.

-¿Me pones crema? – le pidió Maite a su marido.

-Claro.

Isaac se sorprendió al ver a Maite haciendo topless. Aunque a ella le gustaba hacerlo para que el pecho estuviera moreno, nunca lo hacía delante de conocidos. Pensó que tal vez no consideraba demasiado conocidos a Pedro, Beth y sus hijos y no le dio mayor importancia.

Comenzó untándole la crema en la espalda como era habitual. Tras esparcírsela bien por toda la zona tocaba el resto del cuerpo, pero pensó que delante de los invitados no era apropiado. Sin embargo ella le pidió que continuara y así lo hizo.

Sebas, Jaime y Pedro estaban poniéndose cachondos observando disimuladamente a Isaac masajeando el divino cuerpo de Maite para esparcir la lechosa crema. Las manos del hombre apretaban la dorada piel morena de la mujer dejando a la imaginación el placentero contacto con su cuerpo. Tras el magreo de espalda, vientre, brazos y piernas, Isaac pensó que había terminado, pero ella le indicó con la mirada que le pusiera crema en los pechos. Isaac no se lo podía creer y, por primera vez, pensó que pasaba algo raro. No obstante prefirió disimular y hacerlo lo más discretamente posible antes que negarse arriesgándose a la imprevisible reacción de Maite.

Cuando la fría crema entró en contacto con los pechos de Maite, la mujer miró a Sebas que estaba tumbado boca abajo para disimular la tremenda erección que agujereaba la arena. Maite no dejó de mirarlo mientras las grandes manos de Isaac le sobaban las tetas. Cuando terminó el espectáculo, los cuatro hombres tenían que disimular las erecciones que Maite les había provocado.

Tras un rato tomando el sol decidieron volver a la casa para que no se hiciera muy tarde. Isaac propuso que se dieran una ducha antes de marchar para quitarse la sal y la arena de forma que estuvieran más cómodos. A regañadientes, ya que no querían ser una molestia, acabaron aceptando.

Isaac se duchó en el cuarto de baño de la habitación de matrimonio mientras Pedro lo hacía en el contiguo. Maite y Beth estuvieron conversando mientras los 2 niños jugaban a la consola. El siguiente turno fue para las dos mujeres mientras Pedro bajaba junto a su hijo pequeño para enseñarle el nuevo cochazo que se había comprado a Isaac.

Maite aún estaba en bikini frente al espejo del cuarto de baño cuando notó la presencia de Sebas.

-¿Qué quieres? – le preguntó con desgana.

-Gracias – le dijo.

-Gracias, ¿por qué? – preguntó con una mezcla de ingenuidad e irritación.

-Por enseñarme las tetas.

-Perdona – se ofendió – yo no te he enseñado nada. Digamos que estabas en el sitio adecuado en el momento adecuado.

Él se rió.

-Bueno, pues gracias por hacerme caso y proponer que hayamos ido a la playa.

Sebas se acercó más a Maite hasta casi notar su calor.

-Que sepas que has conseguido empalmarme en la playa – y se arrimó más aún rozando las nalgas de Maite con el bulto bajo el bañador.

-¿Pero ahora estás empalmado? – preguntó inocentemente.

-No, pero eso lo arreglamos rápido – y llevó una mano hasta el culo de Maite tocándolo ligeramente sobre la tela del bikini. Ella le apartó la mano, pero no le dijo nada.

El chico lo intentó nuevamente y ella le recriminó la acción apartándolo completamente. Él reaccionó bajándose el bañador y mostrándole el pene por tercera vez. Ella lo veía a través del espejo.

-Qué manía… – bromeó sin perder la seriedad.

Sebas intentó una nueva aproximación volviéndose a quedar tan cerca como antes, golpeando el culo de la mujer con su aparato genital. Ella tiró una mano hacia atrás repitiendo el gesto con el que lo había apartado antes, pero esta vez su mano entró en contacto con las marcadas abdominales del joven y ahí se recreó hasta bajar al pubis y entrar en contacto con los escasos y arreglados pelos que el adonis conservaba. No se paró ahí y aún bajó más la mano hasta agarrar la gran verga del niño.

Maite empezó a masturbarlo y no tardó en notar cómo la polla aumentaba de tamaño. En unos segundos Sebas estaba completamente empalmado. Maite soltó el miembro y se giró para observarlo más detenidamente. El grosor era considerable y el tamaño debía rondar los 20 centímetros.

-Por fin te veo empalmado – soltó satisfecha.

-Te dije que de ti dependía – sonrió orgulloso – ¿Te gusta lo que ves?

-Ay… – suspiró levemente – mucho.

Se hizo el silencio, que duró unos incómodos segundos, únicamente roto por Maite mientras se agachaba y volvía a rodear con su mano el gordo pene.

-Mira, esto que voy a hacer no está bien así que o te corres rápido o no hay paja, ¿estamos?

Sebas no contestó, no hacía falta. Maite había comenzado a meneársela como si le fuera la vida en ello y no iba a parar hasta provocarle el orgasmo. El chico se dejó llevar y disfrutó del enorme premio que le estaba regalando una de las tías más buenas que conocía.

Maite se sentía culpable por hacerle aquello a Isaac, sin embargo pensó que no podía dejar así al chico. Una vez llegados a ese punto no había marcha atrás y la mejor solución era satisfacer al pequeño de la forma más simple y olvidarse de este asunto para siempre. Por otro lado estaban sus propios deseos que también se veían recompensados con aquella paja. Cerró los ojos y recordó aquella noche en la que masturbó a su marido imaginando que pajeaba al chico que por la mañana le había enseñado una buena polla dentro de su pantalón de deporte, el mismo joven al que ahora estaba masturbando realmente y volvió a sentir las mismas placenteras sensaciones que aquella noche, pero multiplicadas por infinito. Jamás imaginó que manosear tan grande y joven falo fuera tan satisfactorio.

Sebas cumplió con su parte y se corrió en unos escasos minutos. Maite, inundada en sus propias sensaciones no se percató hasta que fue demasiado tarde y Sebas le escupió en el hombro salpicando su preciado pelo. El resto de chorros cayeron en el suelo, una vez que Maite se había apartado.

-¿Tú eres imbécil? – le recriminó reprimida para que la madre del chico no la oyera – ¿No ves cómo me has puesto? – le indicó señalando el hombro, el pecho hasta donde había resbalado el semen y, sobre todo, agarrándose el lechoso pelo que se le había quedado completamente pringoso.

-Perdona, yo… – se quedó sin réplica. Al parecer la descarga provocada por el orgasmo le había devuelto el semblante tímido que parecía poseer cuando Maite lo conoció el verano pasado.

-No pasa nada – se tranquilizó – por suerte aún tengo que ducharme. Ahora lárgate de aquí – le mandó mientras se disponía a limpiar el suelo de los restos de leche de la corrida Sebas.

Cuando los del coche volvieron, las mujeres ya se habían duchado y únicamente quedaban los niños.

-Ahora os toca a vosotros venir a casa – les invitó Pedro.

-Cuando queráis – contestó Isaac buscando la aprobación de Maite con la mirada.

-Pues venid el próximo sábado si no tenéis planes – propuso Beth.

Maite intentó buscar una excusa, no quería volver a encontrarse con Sebas, pero no se le ocurrió nada y tuvo que aceptar la invitación.

-Pues creo que no tenemos nada. ¿Verdad, cariño? – intentó que Isaac se sacara de la manga algún compromiso que ella no recordara, pero no fue el caso.

-Perfecto, entonces –concluyó Pedro – Quedamos así.

Cuando Sebas y Jaime salieron de la ducha, Pedro, Beth y los niños se despidieron y se marcharon dejando a Isaac y Maite solos en casa.

-¿Hoy no te paseas desnudo por la casa? – le sugirió Maite a su marido, intentando provocarlo.

-Pues claro – y se bajó los pantalones de golpe bromeando mientras se alejaba de ella dándole la espalda y mostrándole la firmeza de su culo.

-Anda, ven aquí – le pidió ella cuando Isaac regresó al salón con el pene al aire, completamente desnudo.

Maite le había hecho una paja a un adolescente de 20 años con una polla de tantos centímetros como años tenía el chico a escondidas de su marido y ahora se moría de ganas de hacer el amor con su pareja. En parte por el calentón de lo sucedido con el chaval y, por otro lado, para recompensar a su marido por lo acontecido. Sin duda se sentía culpable.

-¿Por eso te has comportado así en la playa? ¿Estabas cachonda? – pensó que había encontrado los motivos por los que su esposa había actuado de esa forma tan extraña esa tarde – Porque menudo espectáculo hemos dado – prosiguió – Yo creo que hemos puesto cachondos a toda la familia.

Ambos sonrieron aunque sin muchas ganas. Maite llevaba un rato manoseando el flácido pene de su pareja, que ya empezaba a endurecerse cuando se levantó para besarlo. Él aprovechó el momento para sobarle el pecho lo que provocó los primeros gemidos de la mujer.

Maite comenzaba a imaginar que eran las manos de Sebas las que la acariciaban tras la paja que le había hecho en el cuarto de baño y no pudo evitar gemir de placer provocando el desconcierto en Isaac que no entendía cómo podía estar tan caliente. Cuando él metió su mano en el interior de las bragas de Maite pudo notar que su esposa estaba chorreando.

-¿Estás bien? – le preguntó extrañado. Nunca la había visto tan excitada.

Pero ella no le respondió, simplemente se limitó a jadear cuando los dedos de su marido comenzaron a hurgar en su entrepierna. Sin dejar de pensar en Sebas, se corrió tras unos segundos de roce con los dedos que la penetraban. Tras recomponerse, se levantó del sofá y guió a su marido hasta la cama donde lo tumbó dejándolo boca arriba con la polla tiesa. Ella se puso a horcajadas sobre él y bajó su cuerpo mientras con su mano orientaba el pito hacia su entrada. Mientras cabalgaba sobre él volvió a cerrar los ojos para poder imaginarse al joven que la tenía loca. No tardó en correrse nuevamente.

Isaac estaba descolocado. El sexo con Maite siempre había sido muy bueno, pero aquel polvo sobrepasaba la valoración de cualquiera de los anteriores. Aquel ritmo que su mujer le estaba imponiendo era demasiado para él y su mítico aguante. No tardo mucho en correrse en el interior de Maite. Fue uno de los orgasmos más placenteros que recordaba.

El sábado siguiente llegó casi sin darse cuenta. Maite iba en la parte delantera del coche conducido por Isaac rumbo a casa de Pedro y Beth. Durante la semana había hecho un trabajo de recolocación de piezas, pensando en todo lo que había sucedido con Sebas y la mejor forma de afrontarlo. Estaba convencida de que el travieso muchacho se las ingeniaría de algún modo para volver a provocarla. Por suerte, había hecho un ejercicio de convencimiento en el que se dio cuenta de que ella era toda una mujer y que Sebas no era más que un crío con el que había jugado un poco. Esos eran los roles y en base a ellos se iba a comportar.

Cuando llegaron a la casa, la pareja se quedó alucinada. Isaac sabía la pasta que tenían los anfitriones y se lo había comentado a Maite, pero ninguno se esperaba ver aquella pomposidad. Coches, piscina, jardines… una auténtica mansión. Era media mañana, Pedro y Beth los recibieron.

-¿No están los chicos? – preguntó Isaac.

-Jaime está con un amigo y Sebas supongo que estará en la piscina – respondió Pedro.

-¡Menuda choza tienes, macho! – le bromeó Isaac.

-No nos podemos quejar – intervino Beth.

-Creo que voy a cambiarte por Pedro – le bromeó Maite a su esposo.

-No lo digas muy alto que seguro que el mío estaría encantado – alagó Beth a Maite haciendo referencia a que Pedro y ella misma la consideraban guapísima.

-¡Anda! – reaccionó Maite – ¡Será que puede quejarse de mujer! – le devolvió el piropo.

Mientras hablaban llegó Sebas que saludó a todo el mundo. Nuevamente no tuvo ninguna deferencia especial con Maite, pero esta vez ella no le dio la mayor importancia.

Tras la visita de rigor por la casa y los exteriores, se pusieron a comer. Tras la comida los hombres comenzaron a hablar nuevamente de fútbol y las mujeres entablaron una amena conversación únicamente interrumpida, al cabo de un tiempo, por Isaac.

-Cariño, vamos a la piscina. ¿Te vienes?

-Id tirando vosotros, yo iré luego – le propuso no queriendo dejar la entretenida conversación con Beth.

Tras una hora larga de conversación sonó el móvil de Beth. Era una vecina que la reclamaba para que fuera a su casa para una celebración, al parecer, ineludible. Beth se vio forzada a invitar a Maite quien se disculpó por no aceptar la invitación entendiendo que era un compromiso. Beth la apremió para que fuera a la piscina con los hombres y Maite no tuvo más remedio que hacerle caso mientras pensaba lo bien que vivían las aburguesadas mujeres del vecindario.

Al llegar a la piscina se sorprendió al no ver a Isaac. Únicamente estaba Sebas que chapoteaba dentro del agua.

-¿Dónde está mi marido? – le preguntó Maite a cierta distancia.

-Se ha marchado con mi padre a buscar a mi hermano.

Maite se maldijo al comprobar que se había quedado a solas con el muchacho y sin nadie que le ayudara a ponerse la crema. Pensó en volverse a la casa, pero creyó que podía ser peor el remedio que la enfermedad y decidió comportarse como lo habría hecho normalmente.

-¿Te importaría ayudarme con la crema? – le preguntó al chico mientras se sentaba en una de las tumbonas.

Sebas no contestó, únicamente comenzó a nadar hacia el borde más cercano a Maite. Al llegar al filo sacó sus brazos del agua con los que se impulsó para sacar todo su cuerpo con una agilidad pasmosa.

Maite no podía creer lo que estaba viendo. Se estaba fijando en los fuertes brazos del adolescente, en la rigidez de sus músculos al forzarlos para levantar el resto del vigoroso cuerpo hasta que se topó con la visión del bamboleante pene del chico colgando en el aire mientras se erguía con la habilidad felina con la que se movía. ¡Sebas estaba desnudo! Mantuvo la compostura mientras le observaba a través de las gafas de sol acercándose. Pero el cuerpo mojado, las gotas resbalando por la dorada piel del joven y el pito meciéndose libremente era para poner cachonda a cualquier mujer que se precie.

-¿Puedes echarme una mano con esto? – le sugirió dándole la espalda y mostrándole el bote de crema solar cuando el chico llegó a su altura. Sebas cogió la crema sin mediar palabra y la esparció por la espalda de la mujer.

-No te importa, ¿no? – quiso saber el joven indicando su desnudez mientras manoseaba la espalda de Maite.

-Hombre, no me parece lo más apropiado, que ya tienes una edad, pero es casa tuya así que tú sabrás – le contestó descolando al chico que proseguía en su quehacer.

Las manos de Sebas eran habilidosas. Maite se dejó llevar mientras el chico introducía sus fuertes dedos entre las costillas provocándole una sensación placentera e inusitada.

-Mi padre e Isaac tardarán aún un rato en volver – informó a la mujer mientras sus manos, con discreción, pasaban al vientre.

-¿Y eso? – preguntó aturdida sin darse cuenta de la maniobra del chico.

-El amigo de Jaime vive un poco lejos… por cierto ¿y mi madre dónde está?

-La ha llamado una amiga para que fuera a su casa a…

-…entonces tiene para rato – la cortó – ¿Te pongo un poco más de crema? – añadió mientras recogía el bote y lo acercaba al vientre de Maite momento en el que se percató de lo que sucedía.

-Te he dicho que me pusieras en la espalda. En el resto puedo yo, gracias.

Pero él insistió.

-Va, si ya he empezado con la barriga, déjame que acabe esta zona…

Maite aceptó a regañadientes tumbándose en la hamaca para que el niño pudiera untarle mejor la crema. Al hacerlo se fijó nuevamente en su pito ya que ahora no estaba a su espalda. Lo tenía muy cerca de su mano y recordó el tacto del mismo durante la paja que le hizo hacía únicamente una semana. El recuerdo era agradable.

Sebas estaba disfrutando con el magreo que le estaba dando a Maite. El contacto con ese sublime cuerpo estaba provocando las primeras reacciones en su pene que daba algunas leves sacudidas de vez en cuando. Aunque Maite era disimulada gracias a las gafas de sol, al estar tumbada tan cerca, Sebas pudo observar cómo a ratos se le iban los ojos buscando la visión de su cipote. Pensó que eso era un signo positivo y sus manos, en un gesto muy rápido, subieron hasta los pechos de Maite introduciéndolas bajo el bikini, desplazando la tela y contactando con las deseadas ubres.

-¡Sebas! – reaccionó rápidamente abofeteándolo y dejando al asustado chico sin poder de reacción – Te has pasado – añadió para rematarlo definitivamente.

-Perdona, yo… pensé que no te importaría hacer topless como la semana pasada en la playa y… sólo quería ponerte crema como hizo Isaac…

Al escuchar la temblorosa voz del pequeño, Maite se enterneció y se reafirmó en los pensamientos que la habían reconfortado durante la semana.

-¿Es que no tuviste suficiente con la metida de mano que me pegaste en el agua? – le acusó pensando que había sido él el que no paró de magrearla.

-¡¿Yo?! En serio, yo no te he puesto una mano encima hasta ahora. No es mi estilo, nunca lo he necesitado.

Ella le creyó y recapacitó:

-Vaya, vaya… entonces parece que tu hermano ya no es tan joven como parece – sonrió pensando en lo mono que le parecía Jaime y se sintió poderosa al saber que también el pequeño la deseaba sexualmente.

Maite le propuso ir al agua mientras terminaba de ponerse la crema. Para alegría de Sebas, la mujer no volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y pudo ver cómo ella misma se acariciaba los senos esparciendo sobre ellos el protector solar.

-La próxima vez que quieras hacer algo parecido pide permiso – le recriminó mientras se dirigían al agua haciendo referencia al incidente que había provocado el bofetón.

Sebas no sabía cómo tomárselo. ¿Le estaba insinuando que la próxima vez que quisiera tocarle los pechos debía pedir permiso? ¿Quería decir que podía concedérselo? ¿O simplemente se refería a cómo debía comportarse con otras chicas?

Al llegar al borde, Sebas se lanzó sin pensarlo de cabeza. Maite se fijó en sus genitales durante el salto. Pudo observar los testículos del chico muy pegados a su culo y el largo y grueso pito volando. Le entraron ganas de lanzarse tras el joven en busca de sus tesoros sexuales. Pero reprimió sus deseos una vez más y se introdujo lentamente en el agua, amoldándose al cambio de temperatura.

Una vez ambos en el agua Sebas comenzó a zambullirla como ya hiciera en la playa con ayuda de Isaac y Jaime. Maite intentaba zafarse como la semana pasada pero esta vez su atacante estaba desnudo y lo que poseía entre las piernas no era precisamente pequeño. Los roces eran inevitables y cada vez que notaba que aquel pollón la golpeaba se moría de ganas de alargar la mano y agarrársela para volver a masturbarlo.

Cuando Sebas se cansó de ahogarla, Maite aprovechó para distanciarse. Se marchó al borde de la piscina y se sentó fuera con las piernas dentro de agua. Sebas se acercó nadando lentamente hasta llegar a la altura de la excitada mujer. Le agarró de las piernas y empezó a sobárselas. Maite pensó que el chico, ciertamente, no metía mano a traición como sí hizo Jaime el sábado pasado. Se fijó en la difuminada silueta de Sebas bajo el agua y observó lo grande que pareció su verga distorsionada a través del agua y los efectos lumínicos provocados por el ardiente sol.

Ambos estaban en silencio cuando Sebas se incorporó apoyando sus manos en los muslos de Maite. Se los acarició sin que ninguno dijera nada. Lo único que ambos oían eran sus propios latidos agolpándose contra sus propios oídos. Sebas llevó sus manos a la parte interna de los muslos de ella, que abrió ligeramente las piernas.

-¿Puedo? – le pidió permiso recordando el consejo que Maite le había dado mientras se dirigían al agua.

La contestación de la mujer fue llevar una de sus manos a la única tela que conservaba y separarla ligeramente mostrando a su joven amante unos labios vaginales hinchados debido a la excitación.

El chico, en una demostración de fuerza, se impulsó con los brazos apoyados en el borde para alzarse y llegar con su lengua hasta el coño de Maite que le facilitó las cosas inclinándose y levantando ligeramente el pompis. La lengua de Sebas recorrió cada milímetro del sexo de la hermosa mujer, satisfaciéndola hasta el orgasmo. Tras la corrida, Maite levantó una pierna para pasarla sobre la cabeza de Sebas, acercándola a la otra obligando al chico a apartarse. Se metió en el agua junto al niño.

-Te interesará saber que estoy empalmado – le informó sonriendo y sacando una carcajada de Maite.

-¿Sí? – preguntó con falsa ingenuidad – A ver…

El chico, de espaldas al borde la piscina, se alzó con los brazos demostrando nuevamente el uso de su portentosa musculatura. El rápido impulso pilló desprevenida a Maite que no se esperaba ver salir con tanta velocidad aquel enorme periscopio que casi la golpea. Se fijó en el joven sentado en el borde de la piscina como escasos instantes antes lo estuviera ella y, más concretamente, en el enorme rabo que la desafiaba completamente tieso.

-¡Guau! – lo alentó – ¡Menuda empalmada! Esta sí que es una empalmada y no la que te pegas cuando sales de fiesta… – le sonrió mientras se alzaba, ayudada por los fuertes brazos de Sebas que la asió por los sobacos, para dirigir su boca hacia la punta de la polla.

Maite abrió la boca y rodeó con sus labios el glande del muchacho, saboreándolo. La polla dio un respingo. Repitió el gesto 3 veces y bajó el rostro sacando la lengua para recorrer los erectos 20 centímetros desde la base hasta la punta. Volvió a bajar y le lamió los huevos que estaban apoyados sobre el mojado suelo de la piscina. Finalmente agarró la verga con una mano y empezó a masturbarlo mientras se introducía la polla en la boca y le hacía una mamada.

Tras unos minutos en los que Sebas demostró que podía resistir mucho más que el día en el que Maite lo masturbó en el cuarto de baño, el hijo de Pedro y Beth la alzó agarrándola de las axilas, sacándola del agua y colocándola encima suyo. Maite abrió las piernas en el aire y se dejó caer sobre el pollón que la esperaba.

Había pasado casi un año desde que se equivocara al confundir “de empalmada” con “empalmado” y desde que un aparentemente tímido adolescente osara insinuarse mostrándole la bonita polla con la que había nacido. Hacía ya meses desde que vio aquel cipote por segunda vez, entonces con más detenimiento. Y únicamente escasos días desde que se exhibió para deleite del muchacho provocando que al final tuviera que hacerle una paja. Y durante todo ese tiempo, inconscientemente lo que había deseado era justamente lo que estaba a punto de ocurrir.

Maite gritó de placer, quitándose el peso que tenía dentro desde hacía casi un año, cuando sintió la enorme polla abriéndose paso en su interior. Se corrió en seguida. La juventud de Sebas no era sinónimo de torpeza precisamente. Era evidente que el chaval tenía sobrada experiencia. Los carnosos pechos de la treintañera estaban deliciosamente atendidos por el sagaz veinteañero que los besaba, lamía, chupaba, sobaba y mordisqueaba, tanto el pezón como el resto de la voluminosa ubre. Maite se volvió a correr.

Sebas notó que las fuerzas de su madura amante comenzaban a flaquear bajando el ritmo debido a la edad, los orgasmos y el tiempo que llevaban en esa magnífica postura. El chico, sobrado de fuerzas, llevó sus manos a las nalgas de Maite para acompañarla en el sube y baja. La mujer le recompensó el detalle buscando su boca para morrearlo con pasión. Cuando se separó de él, la agarró de la cintura para, sin sacar el cipote de su interior, voltearla colocándola tumbada de espaldas en el suelo mientras ella se aferraba con sus manos al amplio cuello del joven muchacho.

Maite se quedó con las piernas abiertas y dobladas hacia atrás con lo que el experimentado jovenzuelo le agarró los muslos justo por detrás de las rodillas empujando hasta levantarle ligeramente el pompis, momento en el que comenzó sus fuertes embestidas. Cada sacudida de Sebas en la que Maite sentía como la llenaba por completo golpeando los testículos contra su culo levantado le robaba un gemido ahogado. Cuando cambió el ritmo y la penetró a una velocidad endiablada sacando y metiendo la polla con frenesí volvió a arrancarle un nuevo orgasmo.

Tras más de media hora larga de sexo de mucha calidad Sebas sorprendió a la madura chica sacando el brillante pollón de su escocido coño para levantarla pidiéndole que se colocara de rodillas. El chico apuntó su miembro hacia la cara de Maite mientras no dejaba de masturbarse. Quería correrse en su rostro. A ella le pilló desprevenida y no le dio tiempo a reaccionar cuando el primero y más contundente chorro de leche impactó en su mejilla salpicando su cuidado cabello. El imponente chico soltó unos cuantos chorros más que mancharon por completo el bello rostro de una Maite desbocada que, antes de que Sebas terminara de escupir, abrió la boca invitando a su pintor a dirigir hacia allí sus últimas pinceladas.

Maite dejó escapar por la comisura de sus labios el semen que el niño había introducido en su boca mientras chupaba el aún duro falo que acababa de impregnarla del viscoso líquido para succionar cada mililitro de leche que pudiera quedar en el enorme surtidor que Sebas tenía entre las piernas. El semen se resbalaba por la cara y el pelo de Maite que, en vez de echarle la bronca como la vez que le manchó ligeramente en su casa, se dedicó a chuparle el cipote hasta que se quedó en estado morcillón.

-Necesito una ducha – dijo Maite mientras se incorporaba agarrándose el pelo para mostrar el manchurrón de lefa que se había acumulado en su cabellera.

-Te acompaño. Mi padre y tu marido aún tardarán un rato en llegar.

Cuando Maite salió de la reponedora ducha vio a Sebas muy arreglado.

-¿Sales esta noche? – le sonrió – Eres un fiestero.

-Me voy de empalmada – le contestó jocosamente besándola en los sonrientes labios y marchándose a disfrutar de la noche.

Maite se quedó mirándolo, mordiéndose el labio pensando en la afortunada que acabaría la noche con ese joven semental. Porque estaba convencida de que cada vez que salía, follaba.

Cuando Isaac volvió, junto a Pedro y Jaime, se disculpó por haberse marchado sin avisarla. Igualmente, Pedro tuvo que excusar a su esposa por haberla dejado sola y a su hijo mayor por ser tan desconsiderado y no haberla atendido en ausencia del resto de la familia.

Maite no le reprochó absolutamente nada a su marido después de lo que ella había hecho. Es más, se sintió culpable por hacerle sentir mal cuando su falta era mucho más leve que la de ella. Respecto a Beth, pensó que la pobre mujer había estado tan informada como ella misma de la salida de sus maridos en busca de Jaime. Y cuando oyó el comentario sobre Sebas por parte de su padre casi se le escapa la risa. Sin duda el niño había sido el que mejor la había atendido de largo.

Tras las explicaciones y disculpas llegaron las despedidas. Isaac y Maite se marcharon a casa. Esa noche no hicieron el amor y pasó un largo periodo hasta que a ella volvió a apetecerle sexo con su esposo. Isaac no se lo tomó a mal, simplemente pensó que estaba relacionado con la actitud de su mujer en los últimos tiempos sin llegar a sospechar jamás que el motivo era el joven Sebas con el que él mismo compartía vestuario.

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