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El apartamento estaba en un viejo edificio de los años setenta medio roído por la aluminosis. El detective Smallbird subió las escaleras lentamente odiando cada cigarrillo que había fumado esa mañana.

El sargento Smallbird era bajo, delgado, de tez oscura y abundante cabello negro siempre engominado. Como siempre, vestía unos vaqueros, una camiseta por la que asomaba una cadena de oro y una chaqueta de cuero negro que siempre llevaba encima.

Cualquiera que le viera por la calle, caminando a pasos cortos y rápidos, con esas piernas cortas y ligeramente arqueadas y la mirada perdida, no repararía en él, ni sería capaz de describirlo, pero si esos ojos castaños se enfrentaban a un detenido o interrogaban a un testigo se volvían agudos e inquietantes.

La puerta del apartamento era de contrachapado y podía verse un gran agujero dónde uno de los miembros del servicio de emergencias la había pateado para acceder al inmueble.

El piso era tan oscuro y deprimente como el resto del edificio. Los muebles eran baratos y estaban gastados por el continuo uso.

—Hola Juan. —dijo el detective Smallbird—¿Han llegado los de la científica?

—Buenas noches teniente, —respondió el agente que hacía guardia a la puerta—acaban de llegar ahora mismo, el forense está haciendo el examen preliminar del fiambre. Tiene mala pinta.

—¿Quien encontró el cadáver?

—Aun no lo sabemos sargento —dijo el agente sacando un block de notas—A las seis de la mañana, emergencias recibió una llamada diciendo que había un cadáver en esta dirección. La llamada fue hecha desde una cabina telefónica que hay unos pocos números más abajo…

—Debía de ser alguien que vive por aquí. Apenas quedan cabinas telefónicas y no todo el mundo sabe dónde encontrarlas —dijo el sargento pensativo.

—…La operadora que atendió la llamada dijo que la voz estaba enmascarada y que ni siquiera pudo distinguir si se trataba de un hombre o una mujer. La grabación ya está en el laboratorio y me he encargado de que le envíen una copia a su correo electrónico.

—Muchas gracias Juan. ¿Qué pasó luego?

—Nosotros éramos los que estábamos más cerca y cogimos el aviso. Cuando llegamos a la puerta estaba cerrada con llave. LLamamos al timbre y no contestó nadie. Ante la sospecha de que pudiera haber alguien muerto en el interior tiramos la puerta abajo de una patada y Márquez y yo entramos en el piso.

—Encontramos el fiambre en el suelo del salón con múltiples puñaladas y en medio de un enorme charco de sangre.—continuó el agente— Registramos la casa y en cuanto nos aseguramos de que no había nadie más, nos retiramos al pasillo y llamamos a la central.

—Buen trabajo. Ahora que ya estamos todos aquí, ¿Por qué no vais preguntando a los vecinos a ver si han visto u oído algo sospechoso?

—De acuerdo jefe.—dijo saliendo de nuevo al pasillo y llamando a su compañero a grito pelado.

El sargento Smallbird se puso unas calzas y unos guantes para no contaminar el escenario y entro en el salón que olía a sangre y a esfínteres relajados.

El cadáver estaba tumbado boca arriba cosido a puñaladas y en un gran charco de sangre.

—Hola Fermín, ¿Qué opinas?—preguntó a un cincuentón barrigudo que estaba aculillado examinando el cadáver.

—Que si llego a saberlo me pongo pantalones de pescador.

—Ahora en serio. —dijo el detective desenvolviendo un chicle y mascándolo con furia.

—Varón blanco, caucásico, mediana edad, sobrepeso, por la indumentaria la higiene no era su mayor virtud.—respondió el forense señalando la camiseta de tirantes y los calzoncillos sucios.

—Ya veo ¿La causa de la muerte?

—Yo descartaría las causas naturales. Llevaba contadas cincuenta y seis puñaladas hasta que llegaste. Ahora voy a tener que volver a empezar otra vez. ¡Joder!

—Lo siento Fermín. Tiene pinta de algo pasional.

—Las múltiples puñaladas así parecen indicarlo pero hay algo curioso que me inclina a no descartar otro móvil. Las puñaladas fueron dadas a intervalos de tiempo, en ocasiones bastante largos.

—¿Cómo lo puedes saber?

—¿Ves estas primeras en los brazos y las piernas? por las manchas de sangre se puede ver que sangraron profusamente y hay respuesta inflamatoria, mientras que las del tronco apenas sangraron y más de la mitad de las heridas fueron claramente realizadas post mortem como puedes ver por la ausencia de sangre en las heridas.

—¿Quieres decir que el asesino se pasó toda la noche arreando cuchilladas a la victima?—preguntó Smallbird sorprendido.

—Yo calculo que, por la diferencia entre los cortes perimortem y los últimos realizados postmortem pasaron al menos doce horas. Sabré algo más cuando le haga la autopsia.

—¿Me puedes explicar cómo un tipo se dedica a cortar en finas rebanadas a la víctima sin que esta haga el más mínimo movimiento o despierte a nadie con sus gritos?

—Lo único que se me ocurre es que le drogaran pero no lo sabré hasta que tengamos el informe de tóxicos dentro de un par de días.

El detective se agachó y observó el cadáver. Inspeccionó muñecas tobillos y comisuras de la boca sin encontrar rastro alguno de ligaduras o mordazas.

Los ojos castaños y porcinos parcialmente velados por la muerte le miraron inexpresivos. El cadáver, casi desnudo como estaba, no le aportó ninguna información más y dio una vuelta sobre si mismo observando la habitación.

Aunque la mugre y el desorden reinaban por todo el piso, no parecía que nadie hubiese rebuscado algo entre su contenido. En una esquina había un televisor apagado y una PlayStation 4, que era lo único que parecía moderno y limpio en toda la vivienda. Al lado del televisor había una pila de juegos y un disco duro.

Se acercó a una mesa baja que el asesino había apartado para poder tener más espacio para manipular a la víctima. Con cuidado apartó los envoltorios de pizza congelados y las latas de cerveza estrujadas hasta encontrar un cenicero, las llaves de un Opel y una cartera de cuero sobada y llena de manchas de grasa. Smallbird abrió la cartera. En el interior había treinta euros, un par de tarjetas de débito, un resguardo del euromillón y un DNI y un carnet de conducir a nombre de Alex Blame. Examinó el carnet con atención; el fallecido era varón, cuarenta y un años, nacido en una pequeña población de Ávila e hijo de Pegerto y Obdulia. La cartera no le aportó más pistas así que la dejó en su sitio para que los de la científica la embolsasen y la etiquetasen. Siguió buscando en la mesa pero no encontró nada más.

En la esquina contraria, al lado de la ventana, había un escritorio con un ordenador formado por una pantalla tft de veintidós pulgadas y cuatro torres conectadas por un complejo sistema de refrigeración líquida que se podía ver a través de la carcasa transparente. Lo encendió y el sistema se inició sorprendentemente deprisa mostrando una ventana dónde pedía una contraseña. Smallbird se sintió tentado pero al final desistió de pulsar ninguna tecla.

Lo que estaba claro era que el móvil no había sido el robo. El asesino no había tocado la cartera ni el ordenador que tenía pinta de ser de bastante caro.

Smallbird echó un nuevo vistazo sintiendo que faltaba algo. Buscó de nuevo en la mesa de nuevo sin éxito hasta que sus ojos se posaron en el sofá. Smallbird se acercó y levantó el cojín. Debajo encontró un montón de migas, un chicle y un móvil de prepago.

Satisfecho, el detective cogió el móvil. Era un Nokia antiguo, sin internet ni GPS, oprimió un par de teclas y el móvil se desbloqueó obedientemente. Smallbird no tardó en darse cuenta de que el aparato no iba a ser una gran fuente de información. La lista de contactos estaba vacía y al revisar el registro de llamadas y sms los encontró también vacíos.

El fiambre estaba empezando a tocarle las narices. Nadie que tuviese semejante despliegue de tecnología en casa tenía un móvil como ese si no quería ocultar algo. Con una sensación de desaliento dejo el móvil dónde lo había encontrado y se dirigió a la cocina.

La cocina era una sórdida estancia alargada, estrecha, oscura y sucia. El frigorífico rebosaba de packs de cervezas mientras que en el congelador había media docena de pizzas y un par de platos preparados. El resto del mobiliario era una mesa y unas sillas de formica desgastadas por el tiempo, un fregadero lleno de vasos sucios, una cocina de gas y un microondas que tenía pinta de ser el electrodoméstico más utilizado.

El detective husmeó en la basura pero solo encontró más envoltorios de pizza y latas de cerveza. Empezaba a pensar que aquel caso iba a ser de los difíciles.

La última estancia en inspeccionar fue el baño y esta vez encontró algo. En el armarito halló toda una colección de tranquilizantes y anfetaminas junto con un frasco de viagras, todos obtenidos sin receta, probablemente por internet.

—¿Has encontrado algo ahí dentro? —le preguntó el forense cuando Smallbird volvió al salón.

—Que con su dieta y las pastillas recreativas que tiene en el baño probablemente el asesino solo adelantó su muerte un par de días. —respondió el detective con una mueca sardónica— Te mandaré muestras para ver si su origen nos da alguna pista.

—De acuerdo, yo me voy de aquí, —dijo Fermín—no hay mucho más que hacer, en cuanto el juez firme el acta mis ayudantes se llevarán el cadáver.

—No hace falta que te diga que necesito el resultado para ayer.

—De acuerdo, pero no esperes averiguar mucho más. No creo que haya sorpresas.

El forense recogió su instrumental y con un leve saludo de la cabeza a los presentes abandonó el lugar del crimen bostezando ruidosamente.

El detective echó un último vistazo a su alrededor y después de cerciorarse de que no se le olvidaba nada salió por la puerta dónde ya le estaba esperando Juan con la libreta preparada.

—¿Qué has averiguado? —preguntó el teniente acercándose al agente.

—No mucho de momento. —respondió Juan revisando sus notas— Solo hay tres vecinos en casa. Dos son jubilados, uno dormía como un cesto y no se enteró de nada, ni siquiera notó nada cuando tiramos la puerta abajo gritando y eso que vive justo debajo y el otro está sordo como una tapia. El del primero es dueño de la mayoría de las viviendas y vive en el primer piso así que tampoco notó nada raro la noche pasada.

—Por lo menos el casero te habrá informado sobre los vecinos…

—Sí, señor. —respondió el agente pasando una hoja de la libreta— El piso de Alex era de su propiedad. En la puerta de enfrente vive una chica de unos veinte años como mucho que trabaja de camarera en el bar de la esquina. Encima de ellos no vive nadie y en el piso de abajo, además del sordo, vive un matrimonio de peruanos con tres hijos. Los dos padres apenas hacen otra cosa que trabajar y dormir y los niños son aún demasiado pequeños como para enterarse de nada.

—¿Qué te dijo de la víctima?

—Veamos… aquí está. Alex Blame le alquiló el piso hace dos años y después de seis meses le hizo una oferta que no pudo rechazar. No me quiso decir más sobre ello pero por la cara que puso, sospecho que una buena cantidad fue en dinero negro. El casero dice que desde el día que le compró el piso no le ha vuelto a ver más que en contadas ocasiones. Le traen casi todo a casa y aparte de los repartidores recibe muy pocas visitas.

—¿Sabe a qué se dedicaba?

—Según él, trabajaba en casa. Alex le dijo que en algo de internet. No fue muy concreto y el casero no estaba muy interesado en el tema así que no preguntó más.

—¿Fue testigo de algún altercado o sabía si tenía algún enemigo?

—Nada de nada. Por lo que dijo el casero era un vecino modelo. No hacía ruido ni montaba fiestas o escándalos. Ningún vecino se había quejado de él. Alguno de los más recientes dudo que supiesen de su existencia.

—O sea, que no tenemos nada de nada.

—La única esperanza es que Vanesa, la camarera, haya oído algo.

—De acuerdo Juan. Buen trabajo.—dijo el detective dándole una palmada en la espalda. Termina aquí y vete a descansar un poco. El informe puede esperar unas horas.

Smallbird salió a la calle y encendió un pitillo. A pesar de que aún era temprano, la ciudad llevaba despierta un buen rato y la acera estaba llena de viandantes. Se giró a la derecha y en la esquina vio una cafetería de aspecto moderno con la fachada pintada de rojo. El detective eludió la riada de peatones que iba en dirección contraria y se dirigió al establecimiento.

Demasiado tarde para el desayuno y demasiado pronto para el vermut del mediodía encontró el local prácticamente vacío. En el mostrador un chico jugueteaba con su smartphone mientras la chica limpiaba la barra.

Smallbird apagó el cigarrillo tras una última calada, entró y se sentó en la mesa más apartada del local. La joven siguió limpiando, esperando que su compañero se encargara pero un gruñido de este le indicó que no pensaba mover el culo de la barra.

La joven suspiró y dejando el trapo sobre el mostrador, se acercó a la mesa del detective. El detective aprovechó para echarla un buen vistazo. La chica era joven y rubia con la cara redonda y la nariz pequeña. Tenía el pelo largo y rubio platino recogido en un apretado moño. Llevaba un uniforme que revelaba un cuerpo ligeramente rechoncho y se ajustaba a un culo y unos pechos realmente portentosos.

—¿Que desea? —preguntó la joven frunciendo unos labios pequeños y gruesos pintados de un rojo que le recordaban a la sangre derramada.

—Un café con leche largo y una tostada, por favor. —respondió el detective admirando el culo y las piernas un poco gruesas pero firmes de la joven camarera mientras se alejaba.

Mientras pensaba en la eternidad que hacía que no se liaba con una joven como aquella el detective se dedicó a observar a la chica trajinando con la cafetera y la tostadora. A los tres minutos volvió con un café caliente pero aguado y una tostada bastante decente.

—¿Eres Vanesa? —preguntó el detective mientras hurgaba en el bolsillo para sacar la cartera.

—No salgo con clientes ni hago rebajas a conocidos de conocidos. —Respondió ella con cara de aburrimiento.

—Detective Smallbird, de la policía. —dijo él enseñándole la placa.

—Tampoco hacemos descuentos a la poli, pero tenemos una oferta de tres por dos en Donuts.

—Siéntate por favor, necesito hablar contigo. —le interrumpió Smallbird con un tono que no admitía réplica.

—Está bien, ¿Qué es lo que quiere?

—¿A qué hora se levanta para venir a trabajar? —preguntó el detective.

—Sobre las cinco y cuarto. A las seis tengo que preparar todo para empezar a servir los desayunos. —dijo la joven descartándose como autora de la llamada a emergencias.

—¿Notó algo raro esta mañana en su casa?

—No, nada inusual. Me levanté, puse el mp4, desayuné y salí corriendo para llegar al trabajo a tiempo.

—¿Y no oíste nada?

—No nada. En cuanto me levanto pongo lo auriculares y no oigo nada de lo que pasa fuera.

—¿Conoces a tu vecino de enfrente, Alex Blame?

—No, bueno sí .—dijo ella un poco azorada esquivando la mirada del detective— Se quién es pero apenas le he visto un par de veces. ¿Le ha pasado algo?

—Le hemos encontrado muerto en su salón está mañana. —respondió Smallbird detectando una mezcla de sorpresa y alivio en los ojos de la chica.

— Pero… ¿Cómo? —preguntó ella sorprendida.

—Acuchillado. —respondió el detective lacónico.

—¿Saben quién lo ha hecho?

—En eso estamos. ¿Puedes decirme dónde has estado en las últimas dieciocho horas? —preguntó el detective más para ver cómo reaccionaba la chica que por que la creyera capaz de una carnicería semejante.

La joven vaciló por un segundo mirando al detective con los ojos muy abiertos pero enseguida se recompuso y le relató con todo detalle todo lo que había hecho desde la tarde anterior. Como esperaba la joven tenía coartada y como testigos a todos los clientes de la cafetería. Era obvio que la joven ocultaba algo pero decidió no seguir presionándola hasta tener algo más de ella.

Después de pagar el café se despidió y le dio una tarjeta con un teléfono al que podía llamar de día o de noche si recordaba algo.

Smallbird salió de la cafetería y subió a su Ossa Yankee 500. Todo el mundo decía que estaba loco por conducir ese cacharro de casi cuarenta años, pero la había heredado de su padre y era perfecta para moverse por la ciudad.

Deslizándose entre el tráfico a toda velocidad tardó apenas quince minutos en llegar a la comisaría.

El departamento de homicidios ocupaba todo el ala derecha de la comisaría y el teniente estaba al cargo de un equipo de cuatro personas y un administrativo que le ayudaba con el papeleo y atendía las llamadas. Smallbird tenía un pequeño cuchitril para su uso personal con el espacio justo para un escritorio y un par de sillas justo al lado de las salas de interrogatorios.

Cuando entró todos saludaron al jefe con la típica dejadez del funcionario que acaba de levantarse de la cama y ponerse en la silla del trabajo. Smallbird les dijo que dejasen todo y le esperasen en la sala de reuniones.

Smallbird dejó a los chicos refunfuñando y levantándose de sus sillas y se dirigió al despacho del comisario. Negrete ya le estaba esperando con el rostro rubicundo y la cara de pocos amigos que mostraba habitualmente.

—Haber Smallbird. Dime qué coño ha pasado en Vallecas. —inquirió el comisario sin casi dejarle entrar.

—A las cinco de la mañana el 112 recibió una llamada en la que explicaban que había habido un asesinato en la calle Segismundo Varela, concretamente en el cuarto izquierda del numero ciento cuarenta y siete. —comenzó el teniente fiándose de su memoria en vez de recurrir a las notas— Los del 112 nos pasaron la llamada y una patrulla se acercó hasta el domicilio para intentar averiguar qué demonios pasaba. Tras intentar contactar sin éxito con el inquilino los dos agentes tiraron la puerta abajo.

—¿No había ningún vecino con un duplicado o es que todos los policías de esta comisaría se creen Harry el sucio? —espetó el comisario Negrete con su habitual mala leche.

—Ante la urgencia de la llamada no pensaron demasiado en buscar a los vecinos. El caso es que encontraron a un fiambre en el medio del salón.

—¿Asesinato o suicidio? —volvió a preguntar el comisario.

—No conozco a ningún tipo que haya sido capaz de darse más de cincuenta puñaladas a lo largo de al menos doce horas, algunas después de muerto.

—Menos chorradas Smallbird.

—Lo siento jefe, he dormido poco esta noche. El forense hizo el examen preliminar y todo parece indicar que la persona que se lo cargó tenía mucha mala baba acumulada. El tipo tampoco parece un santo precisamente, es informático y trabaja en casa, nadie sabe decirme exactamente en qué, no tenía nada más que un móvil de prepago sin contactos ni llamadas y había un montón de drogas de todos los tipos en el baño.

—Así que en cuanto empecemos a escarbar saldrán un montón de trapos sucios.

—Me temo que la lista de enemigos va a ser bastante larga, va a ser un caso complicado de cojones.

—¿Vas a necesitar a alguien de refuerzo?

—Camino me ayudará en la investigación de campo mientras que López y Arjona se encargarán de la investigación en la oficina. Carmen echará una mano a unos u otros dependiendo de las circunstancias. Lo que si voy a necesitar es un experto en informática, el tipo tenía un equipo impresionante y necesitaré ayuda para sacar la información.

—Cuenta con ello, ahora mismo llamaré a la central para que nos manden al mejor de que dispongan. —dijo el comisario— A partir de ahora este caso es vuestra prioridad. No me huele nada bien eso de estar arreando cuchilladas a alguien durante horas me suena a ritual, me temo que se trate de un asesino en serie. Te descargaré de parte del trabajo para que puedas emplear todos tus recursos en este caso.

—Tú mandas jefe. —replicó Smallbird— El caso Noya ya está listo, solo queda pasar el informe a limpio y de eso se puede encargar Lino, el administrativo. En cuanto el caso de los pandilleros y el de la Lola se los podemos pasar a estupefacientes y a antivicio, se alegrarán de hacer algo distinto.

—Bien, todo arreglado entonces —dijo el comisario despidiendo a Smallbird con un gesto y cogiendo el teléfono.

Cuando llegó a la sala de reuniones encontró a sus chicos estirados en las sillas con los pies apoyados sobre la mesa y haciendo caso omiso de los carteles repartidos por toda la sala recordando a los asistentes la prohibición de fumar en todo el edificio.

El teniente reprimió unas intensas ganas de imitarles y les hizo un somero informe del caso al que no hicieron demasiadas preguntas. A la espera de recibir los primeros informes y las pruebas encontradas en el escenario mandó a Arjona y a Carmen a informar a estupefacientes y a antivicio de los casos que les iban a derivar mientras que Camino intentaría averiguar que había en los archivos sobre la víctima y López investigaría el historial del resto de los vecinos del inmueble. En cuanto terminó todos se levantaron y se esfumaron a cumplir sus órdenes. Pese a su apariencia joven, desganada e indisciplinada estaba orgulloso de su equipo y pensaba sinceramente que eran los mejores investigadores de la comisaría. Con ese caso tendrían la oportunidad de volver a demostrarlo.

El resto de la mañana la pasó terminando el papeleo del caso Noya y dejándolo todo listo justo antes de comer.

Cuando volvió de la comida se encontró con una mujer esperando de pie en su despacho. A través de la ventana pudo ver la melena castaña y ligeramente rizada que casi llegaba hasta su cinturón reglamentario. Mientras se acercaba Smallbird se recreó en la figura delgada y alta que se mantenía de pie esperando en posición de descanso.

—Buenas tardes. —dijo el teniente sobresaltando a la joven al abrir la puerta.

—Buenos tardes señor se presenta la agente Viñales de la sección de informática. Creo que tiente trabajo para mí.

—No hace falta que te cuadres cada vez que me veas esto no es el ejército. —dijo Smallbird sorprendiéndose de la juventud de la agente— ¿Cuánto tiempo llevas en el cuerpo?

—Ocho meses señor.

Smallbird se tragó un juramento. Sabía que la gente de informática solía ser joven pero se esperaba otra cosa. Mientras pensaba en esta y otras cosas el detective se dedicó a observar a la joven de labios finos, pómulos marcados y ojos grises de mirada dulce.

—Está bien —dijo Smallbird después de una pausa— Puedes usar la mesa de la derecha. Pídele a Lino todo lo que necesites y el te lo conseguirá. Quiero que sepas que este es un caso prioritario y espero que estés a la altura. Nos espera un duro trabajo. Terminó acompañando a la joven fuera del despacho.

—Lino esta es Viñales es la nueva informática, ayúdala a instalarse, ¿Quieres?

—Desde luego jefe —dijo el administrativo echando a la joven una mirada libidinosa.

Poco después llegó Juan con su informe terminado. Tras echarle un vistazo y cerciorarse de que el agente no se había olvidado de mencionarle nada, se levantó de la silla y salió de su despacho.

Arjona y Carmen aun no habían vuelto de poner al día a Estupefacientes y a antivicio y Camino y López seguían enfrascados en sus tareas, así que como Viñales era la única que habiéndose instalado no tenía nada que hacer, decidió llevársela al depósito a ver si el forense podía hacerles un informe preliminar.

—Viñales, ¿Sabes conducir?

—Sí señor.

—Estupendo porque yo lo odio y como aun no tienes nada que hacer me llevas al depósito. —dijo Smallbird dirigiéndose hacia la puerta.

Smallbird se sentó en el asiento del acompañante del coche patrulla poniendo la llave en el contacto y disfrutó del nerviosismo de la joven al arrancar el baqueteado monovolumen.

Con extrema prudencia Viñales se internó en el tráfico mientras el teniente apagaba la molesta emisora y sintonizaba radio clásica.

Viñales conducía siguiendo las indicaciones de Smallbird con un intenso gesto de concentración como si estuviese de nuevo en su examen del carnet de conducir. El teniente se relajó y se recostó ligeramente en la puerta para poder observar sin ningún disimulo las evoluciones de la joven entre el tráfico vespertino mientras escuchaba a Verdi en la radio.

El trayecto duro apenas un cuarto de hora y Viñales aguantó el escrutinio sin una queja y sin perder la concentración, conduciendo con eficacia y seguridad.

En cuanto entraron en el Instituto Anatómico Forense Smallbird tomó la delantera y guio a la joven policía por una serie de largos pasillos hasta llegar al despacho de Fermín. En el despacho solo se encontraba una secretaría que les indicó que estaba en la sala de autopsias número tres.

—¡Vaya! Esto sí que me sorprende, por una vez el forense está examinando uno de mis fiambres antes de que empiece a pudrirse.—dijo Smallbird entrando en la sala acompañado de una reticente Viñales.

—No te hagas ilusiones —replicó el forense con las manos dentro del abdomen del finado— está noche ha sido anormalmente tranquila y el resto de los clientes podían esperar.

—¿Qué me puedes contar?

—Que he logrado contar finalmente todas las cuchilladas y son ochenta y ocho, hechas a intervalos de tiempo de menos de una hora con un cuchillo pequeño, de hoja no muy ancha y poco afilado. Diría que un cuchillo de cortar la comida, yo que vosotros buscaría entre los platos sucios . Treinta y cinco puñaladas fueron hechas ante mortem hasta que en una se le fue la mano al asesino y cortó limpiamente la arteria hepática, a pesar de ello siguió practicándole incisiones hasta completar ese bonito número.

—El ocho horizontal es el símbolo matemático de infinito. —intervino Viñales.

—¿Y esta joven tan atractiva? —preguntó Fermín poniendo cara de viejo verde.

—Me la ha prestado la central para esta investigación. —respondió Smallbird— Gracia viñales, Fermín Cuevas.

El forense, con toda la intención sacó la mano del abdomen del cadáver con el estómago agarrado y fingió ante la diversión del teniente intentar darle la mano a la joven luego simuló darse cuenta de que aun tenía el órgano en la mano y farfulló una disculpa.

Gracia se mantuvo firme aunque la visión del estómago cercenado y adornado de sangre y restos de tejidos le hicieron palidecer.

Buscando un mayor efecto el forense abrió el órgano delante de ellos y hurgó en el contenido con una pinza sacando restos de comida semi digerida y metiéndolos en tubos de ensayo para su posterior análisis.

—No queda mucho, calculo que su última comida fue unas tres horas y media antes de morir. Me costará averiguar que comió si lo consigo —dijo extrayendo otro trozo de comida mientras Viñales contenía una arcada.

—¿Restos de drogas?

—Las muestras de sangre están en el laboratorio, tardarán un par de días. En el cuerpo no encontré ningún pinchazo, aún. Por lo que encontraste en el baño me espero de todo.

—¿Algo más?

—Un tatuaje en la parte baja de la espalda que dice “A TOMAR POL CULO” en letra gótica. Su ropa estaba llena de residuos y fibras pero dado el nivel de higiene en el que vivía será casi imposible separar las evidencias útiles de la basura.

—¿Nada bajo las uñas?

—Al contario, de todo. La mayor parte comida en distintos estados de putrefacción. Lo único que he encontrado es un pelo púbico en su barba. Sé que no le pertenece porque es rubio. Dentro de un par de días tendré un perfil de ADN por si tienes un sospechoso o sospechosa con el que compararlo.

—De acuerdo buscare un coño rubio al que le falte un pelo —dijo Smallbird con una sonrisa torva.

—Buena suerte —dijo el forense encendiendo una sierra — ¿Os quedáis a ver el cerebro? Me muero de curiosidad…

El teniente se despidió sabiendo que la joven no aguantaría mucho más y la guio de nuevo al parking. Durante el trayecto de vuelta a la comisaría el color volvió poco a poco a las mejillas de Viñales mientras se concentraba en la conducción.

—¿Por qué el nombre de Gracia? —preguntó Smallbird para romper el incómodo silencio que se estaba estableciendo entre ellos.

—Mi madre adoraba a Grace Kelly y cuando murió en accidente se juró a si misma que su primera hija se llamaría como ella. Así que por eso tengo un nombre tan estúpido. —respondió ella resoplando.

—Es curioso, ahora que lo pienso, conozco a pocas mujeres que estén contentas con su nombre. A mí me parece un nombre bonito.

—Supongo que si hubieses pasado toda tu infancia y juventud recibiendo imitaciones de Gracita Morales a modo de saludo y te hubiesen puesto el mote de desgracia no te lo parecería tanto. ¿Y lo de Smallbird? —preguntó Viñales a su vez.

—Mi abuelo combatió con las brigadas internacionales en Madrid y vete tú a saber por qué se enamoró perdidamente de mi abuela con la que tuvo una relación de unos meses fruto de la cual nació mi padre. El hombre estaba casado y se volvió a América pero reconoció a mi padre como su hijo y mandó dinero a mi abuela regularmente hasta su muerte. De él no heredé ni su estatura ni sus ojos azules ni su atractivo natural pero me quedé con su apellido.

Antes de que las confesiones se volviesen más comprometidas Viñales metió el coche en el garaje de la comisaría y apagó el contacto. Cuando entraron en el departamento de homicidios Viñales ya tenía los discos duros del ordenador de Alex Blame sobre su mesa.

—¿Qué tal jefe? ¿Alguna novedad? —preguntó Arjona.

—Nada nuevo, aunque si tienes curiosidad fueron ochenta y ocho puñaladas.

—No está mal.¿ Sabías que el ocho en horizontal es el símbolo de infinito?

—Sí, ya me lo habían mencionado. —replicó Smallbird.

—Podríamos llamarle el asesino del infinito.

—Ni se te ocurra,—le cortó el teniente tajante — sí se filtra a la prensa se montaría un lio del carajo así que no quiero volver a oír ese mote.

Una vez en su oficina revisó el papeleo unos minutos. Arjona y Carmen habían terminado y se habían ido a casa .En pocos minutos terminó de anotar en el ordenador los resultados de la investigación del día y se dirigió a la mesa que compartían López y Camino.

—Bueno, ¿Qué habéis averiguado? —preguntó Smallbird cruzando los dedos.

—No demasiado, —empezó camino—El señor Blame no tenía antecedentes de ningún tipo, ni siquiera una multa de tráfico. Tiene… tenía una cuenta corriente con cuatro mil y pico euros. El historial de la cuenta se mantiene siempre entre los cuatro mil y los cinco mil euros. Solo la usa para pagar los gastos de luz, agua y esas cosas. De vez en cuando hace ingresos en efectivo de unos mil quinientos euros. Lo único que llama la atención es la factura de internet debe tener una conexión de la ostia.

—Con el pepino que tenía no me extraña. —dijo el teniente—Pásale un recibo a la nueva a ver que saca de él. ¿Qué más?

—Trabajó para un banco en la sección de informática durante un par de años pero se largó y desde entonces no había vuelto a tener ninguna ocupación conocida. Sus únicas propiedades son el piso y un Opel Calibra del noventa y uno. No tiene préstamos pendientes y tiene todos los impuestos al día. Si no fuese porque no puedo averiguar de dónde saca el dinero diría que es un ciudadano modelo.

—¿Facebook, Twiter?

—No tiene cuentas de ningún tipo en internet, ni siquiera tiene una cuenta de correo a su nombre.

—Hasta ahora no me has dado nada. —dijo Smallbird frunciendo el ceño frustrado.

—Hay una cosa, pero no creo que tenga mucha importancia. Al teclear su nombre en Google me sale un perfil en una página de relatos eróticos. Puede ser él o puede ser cualquier otro zumbado, la mayoría de esos salidos suele utilizar un seudónimo.

—No me parece una pista muy prometedora pero sigue con ella de todas maneras. y tú, ¿Qué me cuentas? —dijo el teniente volviéndose hacia Arjona.

—El edificio fue construido en el setenta y dos. No hay historial de movimientos extraños o delictivos. Los inquilinos son en su mayoría gente modesta con ingresos bajos. Al menos la mitad de los apartamentos están en este momento desocupados. El casero tiene todo en orden y salvo el matrimonio peruano que a veces se retrasa un poco, el resto pagan puntualmente y no dan problemas.

—¿Qué sabes de la camarera? —preguntó Smallbird interesado— Hablé con ella esta mañana y estoy seguro de que oculta algo.

—Veamos. —dijo Arjona revolviendo los papeles— Vanesa Díaz veinte años nacida en Valladolid vino aquí hace un par de años. Vivió primero en casa de su tío hasta que consiguió un trabajo y se independizó. Vive sola con su gato persa. Todo parece normal a primera vista pero cuando hurgas un poco hay algo extraño.

—Dime.

—Tiene una página de Facebook…

—¡Bendito Facebook! —corearon los tres haciendo que Viñales levantase la cabeza de su escritorio sorprendida.

—Tiene una página de Facebook… —repitió Arjona de nuevo— Al principio era bastante activa y tenía casi cien amigos con los que hablaba todos los días, pero actualmente no entra en ella casi nunca.

—Eso es normal, la gente se cansa. —dijo el teniente.

—Sí pero no lo deja de golpe. La chica tiene Smartphone e internet en casa y sin embargo en la semana del quince de Julio del año pasado pasó de entrar varias veces al día en su cuenta a no hacerlo prácticamente nunca.

Smallbird no dijo nada pero se quedó pensando. Despidió a los chicos y les mandó a casa. Montó en la Ossa y se internó en el tráfico con la imagen de la joven camarera revoloteando en su mente. Cada vez estaba más claro que a la chica le pasó algo hace año y medio que le había cambiado la vida radicalmente.

Paró en un semáforo sin dejar de buscarle un sentido a todo aquello. Alex Blame llega al piso después que la chica y lo alquila durante seis meses y luego decide comprarlo justo cuando la chica cambia de costumbres bruscamente. El semáforo se puso en verde y Smallbird arrancó seguro de cuál sería su siguiente visita al día siguiente.

2

El tío de Vanesa vivía en un bonito Chalet en el Soto de La Moraleja. Dobló en el cruce de acceso y le enseño la placa al vigilante de la urbanización que le franqueó el paso sin hacer preguntas. El sol estaba empezando a levantarse y le daba justo en los ojos cuando entró en la calle donde estaba la casa del tío de Vanesa. Cuando apagó el motor de la Ossa, Camino ya le estaba esperando en el coche patrulla.

—Buenos días, Camino —saludo Smallbird desmontando— Lo siento, pero llamé anoche al tío de Vanesa y trabaja todo el día. Me pidió como favor especial que le entrevistásemos antes de ir al trabajo. ¿Te he hecho madrugar demasiado?

—Tonterías Smallbird. Ya sabes que vivo al lado de la comisaría. Solo he tenido que levantarme media hora antes y Julio se ha encargado hoy de los niños.

—Estupendo; entonces vamos allá. —dijo él pulsando el botón del timbre.

—Una voz con un inconfundible acento argentino respondió en el telefonillo y les franqueó el paso después de que mostrasen sus placas a la cámara.

Entraron caminando en el corto sendero de graba que llevaba a la entrada de un chalet moderno y amplio con enormes ventanales.

Una mujer con un uniforme de asistenta de color gris les estaba esperando a la puerta y les llevó hasta una sala forrada de estantes repletos de libros desde el suelo hasta el techo.

Mientras Camino se sentaba tranquilamente en un sofá orejero, Smallbird no pudo evitar curiosear entre los estantes intentando hacerse una idea de los gustos de su dueño.

Una de las paredes estaba dedicada al arte y sobre todo a la arquitectura; entre manuales y códigos técnicos había libros dedicados a Gaudí, Le Corbusier y arquitectura japonesa. Guiado por la curiosidad cogió y abrió uno cuyo título “Construir Ficciones: Para una filosofía de la arquitectura” llamó inmediatamente su atención. Cuando entró Salvador Díaz estaba ojeándolo con interés.

—Buenos días —dijo el hombre entrando en la habitación— supongo que ya habrá imaginado a qué me dedico.

Smallbird levantó la visa del libro y disimuló su desagrado ante la vista de aquel hombre menudo de facciones pequeñas y frente despejada, que llevaba un traje de seda color gris y unas gafas de pasta, que aumentaban sus ojos hasta el punto de que a l teniente le parecía estar mirando los de un pez a través del cristal de una pecera.

—Buenos días señor Díaz —dijo el detective— Soy el detective Leandro Smallbird y ella es la detective Camino Balaguer. Necesitamos hacerle un par de preguntas sobre su sobrina.

—¿No se habrá metido en algún lio verdad? —peguntó el hombre pasándose la mano por su pelo gris y engominado en un gesto de nerviosismo que puso de nuevo al detective en guardia.

—No que nosotros sepamos. Pero se ha producido un delito en su edificio y estamos investigando a los vecinos por rutina.

Smallbird tomó la iniciativa en el interrogatorio mientras Camino se quedaba sentada en el sofá aparentemente sin hacer nada pero registrando hasta el más pequeño gesto del hombrecillo.

Empezó peguntándole por el motivo de que la joven viniese a Madrid. Según el arquitecto había venido a Madrid después de discutir repetidamente con sus padres para buscar trabajo y finalmente poder independizarse.

Salvador les contó como la chica había llegado prácticamente con lo puesto y como le había conseguido un primer trabajo en un pizzería. Fue la única vez que le echó una mano. A partir de aquel momento se las arregló bastante bien consiguiendo trabajos cada vez mejor pagados hasta que consiguió el de encargada de la cafetería donde estaba actualmente que le permitió alquilar un piso para ella sola.

—¿Tenía muchos amigos?

—Al principio le costó un poco. Ya sabe, el cambio de ambiente y todo eso, pero con el tiempo se hizo con una pandilla. Se traía a las amigas y los amigos de vez en cuando a casa hasta que un día la pillé haciendo cochinadas con un chico en el sofá.

—Fue en ese momento cuando se fue de casa? —preguntó el teniente advirtiendo una fugaz gesto de celos.

—Sí, se fue poco después diciendo que quería vivir su propia vida. —respondió él.

—¿Ha notado algún cambio en ella últimamente? —intervino Camino levantándose.

—Al principio no. Incluso iba a visitarla de vez en cuando para ver cómo le iba. —respondió de nuevo con un gesto posesivo que no se les escapó a ninguno de los dos— Pero con el tiempo se fue encerrando cada vez más en si misma hasta que un día me dijo que la dejase de visitar.

—¿Conocía a su vecino?

—¿El gordo? Sí, un tipo realmente desagradable. Me crucé alguna vez con él en el pasillo y soltaba una risilla realmente ofensiva cada vez que me veía…

El detective observó a aquel hombre detenidamente mientras Camino seguía interrogándole, aunque Salvador parecía sincero e intentaba responder las preguntas de la detective lo mejor que podía había algo en él que no acababa de convencerle.

Tras unos minutos más Camino se quedó sin preguntas y ambos se despidieron dándole las gracias.

—Este tipo oculta algo. —dijeron los dos a coro cuando salieron de la propiedad.

Cuando llegaron a la comisaría Negrete le esperaba con el rostro contraído de rabia a la puerta de su despacho. El teniente suspiró acostumbrado a los ataques de rabia de su jefe y despidiéndose de Camino se dirigió hacia él.

—¿Quién coño ha sido? —preguntó a grito pelado el comisario con una vena gorda como un dedo latiéndole rabiosamente en la sien.

—Perdón jefe pero no entiendo…

—¿Quién se ha chivado a los periodistas lo de las ochenta y ocho puñaladas? —preguntó tirando con rabia un par de periódicos sobre la mesa.

Los titulares hablaban por sí mismos. “¡88 puñaladas!” ” El asesino del doble infinito”. Smallbird echó un vistazo a la información y suspiró aliviado.

—Esto no ha salido de aquí. Hay demasiados detalles. Los chicos solo saben lo de las puñaladas pero como era tarde no les conté mucho más. Aquí hay mucha información que solo podía estar en el informe preliminar de la autopsia que ni siquiera yo he visto aún.

—¿Estás totalmente seguro de ello? —preguntó Negrete frunciendo el ceño.

—Sí señor. Alguien del depósito se ha ido de la lengua. Nosotros no hemos sido.

—De acuerdo. Te creo y espero que no te equivoques, porque les voy a cantar las cuarenta a esos imbéciles. Procura acabar con esto antes de que se convierta en un circo de tres pistas.

—Me temo que ya es demasiado tarde jefe. Voy a ver qué puedo hacer. —replicó Smallbird saliendo del despacho con cara de circunstancias.

El resto del equipo ya estaba trabajando en los informes sobre las pruebas que estaban empezando a llegar, ignorantes de la tempestad que se estaba formando a su alrededor.

— Hola, Gracia. ¿Has averiguado algo? —le preguntó Smallbird sabiendo que el ordenador era su mejor baza.

—Aun no he logrado sortear las contraseñas pero no tardaré mucho más. El tipo sabía lo que hacía. Tiene el ordenador protegido por sistemas de última generación a los que ha metido mano para mejorarlos, pero esto es como todo, solo cuestión de tiempo. A la tarde podré decirte algo.

El teniente se metió en su despacho resignado. Esa era la parte que más odiaba de su trabajo. Hasta que no tenía ordenados todos los indicios, no se podía hacer una idea de lo que podía haber pasado y no sabía qué rumbo dar a la investigación. En un par de horas el comisario le llamaría para que le diese algo con que aplacar a periodistas y políticos y le exigiría resultados para ayer con el estilo bronco e impaciente que le caracterizaba.

Suspiró y se metió entre los papeles que había encima de la mesa intentando parecer ocupado.

Tras otra hora de discusión con el comisario acerca de la falta de novedades y un almuerzo rápido en la hamburguesería de la esquina volvió a su despacho dónde la agente Viñales esperaba con su portátil entre los brazos y una sonrisa de satisfacción.

—He conseguido acceder a los archivos de la víctima y los ha descargado en el portátil. —dijo ella abriendo el ordenador sobre la mesa del teniente.

—¿Qué contienen? —preguntó Smallbird abriendo varios archivos al azar.

—Una parte son una serie de informes financieros del banco en que trabajaba. Aun no sé si significan algo. El resto, que es el ochenta por ciento, es una impresionante colección de películas porno bajadas de internet , clasificadas por temática, lo más probable es que tuviese una página de descargas en internet y de ahí sacase sus misteriosos ingresos.

—¿Y esto? —dijo abriendo una carpeta titulada guarradas.

—Son relatos eróticos, creo que escritos por él.

—Buen trabajo. —dijo Smallbird echando un vistazo rápido a los archivos de la carpeta y cerrándola a continuación— Quiero que tú te quedes con los informes financieros y le pases una carpeta de archivos de video a cada uno. quiero que investiguen los archivos uno por uno a ver si encuentran algo. A mi mándamelo todo.

Viñales salió sonriendo y dando pequeños saltitos con sus zapatos de tacón. Unos minutos después le trajo un disco duro extraíble con todos los archivos.

Apenas había abierto la carpeta con los archivos de video cuando Arjona apreció con cara de malas pulgas.

—Joder todos están viendo a tipas espectaculares haciendo guarradas increíbles y a mí me tocan las de maricas. Esto no es justo jefe. Todos se están divirtiendo de lo lindo mientras yo sufro escalofríos.

—Mala suerte Arjona, Viñales distribuyó las carpetas al azar y vuestra tarea es inspeccionar los archivos no pelárosla. ahora a trabajar.

Pasó el resto de la tarde inspeccionando archivos sin encontrar nada importante. A las ocho de la tarde cerró el ordenador y ordenó irse a todos a casa. En pocos minutos vio desfilar a todos ante él, camino de la puerta, hasta que finalmente quedó totalmente solo.

Cogió el disco extraíble que le había entregado Viñales y desconectándolo del ordenador lo sospeso, unos instantes entre sus manos para, tras unos segundos de vacilación, metérselo definitivamente en el bolsillo de su cazadora y salir de la oficina camino de su moto.

El piso de Smallbird estaba en un edificio nuevo a unos cuarenta minutos de la comisaría. Elena lo había amueblado con gusto y esmero, sin olvidarse de un solo detalle y luego se había ido para no volver. Nada de lo que dijo consiguió convencerla para que se quedara y no le dejara tirado.

Al principio Smallbird trató de conservarlo todo tal como ella lo había dejado. Poco a poco, con el tiempo fue dejando de limpiar y ordenar hasta que el piso se convirtió en el típico antro de un soltero. El polvo medraba sobre los estantes y el lavavajillas solo se conectaba cuando no había platos para comer. En el frigorífico se acumulaba la comida precocinada y el microondas era el único electrodoméstico que se usaba a diario en la casa.

Smallbird entró en el piso y dejando la cazadora sobre el sofá se descalzó, encendió un Marlboro y se dirigió al estudio donde estaba el ordenador conectando el disco duro.

Abrió la carpeta de los archivos de video y repasó el índice. Interrracial, tríos, asiáticas… hasta que dio con los videos amateurs. Con el oscuro deseo de encontrarse a su ex en uno de aquellos sórdidos videos, abrió el archivo y revisó su contenido. Otra carpeta con el título Producción Propia llamó inmediatamente su atención y la abrió.

La carpeta contenía una docena de archivos de video con una fecha por título. Abrió el primero que databa de unos seis meses después de que Alex Blame llegara al piso. La cámara estaba en el salón. Un timbre sonó y ante la sorpresa del detective vio como Vanesa, ajustaba el cinturón de la bata mientras pasaba por delante camino de la puerta.

Tras unos segundos apareció acompañada de su tío Salvador que se quedaba de pie mientras ella se sentaba en un ajado sofá y cruzaba las piernas.

—No entiendo cómo puedes vivir en un sitio así. —dijo Salvador—Sabes que te he perdonado y que puedes volver a casa cuando quieras. De veras. Sin rencores.

—Déjalo ya, ¿quieres? —replicó Vanesa con cara de hastío.

—Por favor Vane… —Suplicó su tío.

—Ahora estoy bien aquí. Me gusta tener mi propia casa. Ahora soy feliz.

—No me importa que traigas amigos. —dijo él sentándose a su lado y metiendo la mano entre sus piernas— No me importa lo que hagas con ellos, pero vuelve conmigo.

—Tío, quedamos en que no volverías a…

—¿Se que te gusta Vanesa, no recuerdas lo bien que lo pasábamos juntos? —preguntó él profundizando aun más en la abertura de la bata.

La joven se puso rígida e intentó cerrar las piernas entorno a la mano de Salvador. El hombre la ignoró y sacando la mano de su entrepierna le estrujó un pecho y le besó el cuello dejando sobre él un rastro de saliva.

La joven intentó un nueva protesta pero su tío le tapó la boca con sus labios comenzando un violento beso que acabó con toda su capacidad de resistencia.

El hombre se separó y sonrió satisfecho metiendo su mano en el interior de la bata esta vez sin oposición dando un estrujón a l pecho de la joven que hizo estremecer todo su cuerpo.

El arquitecto no fue mu y delicado. Con apresuramiento y violentos tirones le quitó la bata a Vanesa y le arrancó las bragas dejando a la vista un cuerpo pálido y extraordinariamente exuberante . El hombre se lanzó con el ansía de un hombre que atraviesa el desierto y encuentra una fuente de agua. Sorbió y mordisqueó los pezones de la joven provocando en ella los primeros gemidos.

Vanesa hizo un último intento por pararle pero fracasó cuando su tío acarició el suave vello rubio que cubría su pubis.

Los dedos del hombre resbalaron por sexo de la joven y penetraron en su interior con el mismo apremio con el que antes le habían arrancado la ropa.

La joven gimió, abrió las piernas y alzó el pubis para hacer más profunda la penetración. Salvador bajó la cabeza satisfecho y tirando de la joven para tumbarla en el sofá se agachó sobre su monte de Venus, lamiendo y mordisqueando la parte exterior de su sexo a la vez que seguía explorando su interior con los dedos.

La joven empezó a jadear y retorcerse haciendo que todo ella vibrara y temblara fascinando a Smallbird con la belleza de su cuerpo juvenil e impidiéndole separar la vista del monitor.

A continuación Salvador se quitó los pantalones y los calzoncillos mostrándole a la joven una polla abotagada y morcillona. El hombre se la puso a la altura de la cara y la chica obediente se la metió en la boca y comenzó a chuparla con energía. Salvador comenzó a gruñir de satisfacción a la vez que se polla crecía ojos vistas hasta ocupar toda la boca de la joven impidiéndole respirar. Salvador mantuvo la presión de su polla sobre la garganta de la joven hasta que está no pudo aguantar y se apartó medio asfixiada.

Salvador se quedó parado frente a ella con su polla erecta y con un hilillo de saliva de Vanesa colgando de la punta. La joven volvió a cogerla y le lamió y chupó la punta del glande jugando con la saliva y dejando que esta cayese entre sus jugosas tetas.

El hombre tumbó de nuevo a la joven y pasando una de sus piernas al otro lado de su cuerpo enterró su polla entre los pechos de la joven que los apretó entre sus brazos permitiendo a su tío follarle los pechos a placer.

El hombre volvió a gemir y siguió empujando entre los pechos de la joven que aprovechaba cada vez que la punta de la polla emergía de entre sus pechos, para darle un suave lametón. En cuestión de segundos el hombre se corrió copiosamente entre los pechos de la joven, acompañando el orgasmo de unos curiosos sonidos guturales.

Al parecer el viejo verde no había tenido suficiente y sin tomar precaución de ningún tipo penetró a Vanesa que le esperaba con todo su cuerpo enardecido por efecto de la corrida que mancillaba sus pechos.

La joven gimió y se agarró con desesperación con brazos y piernas al cuerpo de su tío mientras este empujaba como un poseso. Los pubis de ambos chocaban con un sonido húmedo cada vez más rápido y cada vez más fuerte hasta que todo el cuerpo de la joven se combó agarrotado por el orgasmo.

Tío Salvador aún no estaba satisfecho y dando la vuelta a la joven puso el culo redondo y blanco de Vanesa en pompa y tras lubricar su ojete con un poco de saliva le metió la polla.

La joven se quejó un poco mientras Salvador iba penetrando lentamente el delicado esfínter de la joven hasta que enterró la polla en el fondo de su culo. Vanesa gimió de nuevo y trató de concentrarse en la respiración para aliviar su dolor mientras su tío comenzaba a moverse poco a poco en el estrecho conducto de la joven.

Poco a poco los quejidos de Vanesa fueron cediendo y Salvador empezó a sodomizarla con más intensidad. La Joven separó las piernas un poco más y apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá para poder tener las manos libres para masturbarse.

A esta altura de la grabación Smallbird se dio cuenta de que el plano había cambiado y ahora veía la escena desde una perspectiva lateral. El muy cabrón había puesto varías cámaras y luego había editado los planos hasta conseguir una película casi profesional.

Desde esta nueva perspectiva se veía como los pechos de la joven se agitaban cada vez con más fuerza al ritmo de los embates de la polla de aquel viejo verde a la vez que gemía y se mordía el labio inconscientemente.

Los berridos guturales del hombre volvieron acompañados de varios salvajes empeñones mientras el querido tío de Vanesa depositaba su semilla en el fondo de su culo. Con el rostro escarlata y el cuerpo crispado, el hombre siguió sodomizando a la joven hasta que está se corrió momentos después con un sonoro grito de placer.

Salvador se separó y volvió a meter su polla en los pantalones en el mismo estado abotagado y morcillón en que la había sacado con un gesto de serenidad y satisfacción.

Vanesa se dio la vuelta y se tumbó desnuda en el sofá con cara de desconsuelo.

—Esto no está bien. —dijo ella tapando su sexo y sus pechos con las manos asaltada por un súbito impulso de arrepentimiento.

—Cómo va a estar mal que consueles a tu pobre tío en su soledad? —preguntó él acariciando las caderas de la joven con suavidad.

—No está bien —respondió ella — y no estás solo, estamos engañando a tía Julia.

—Tía Julia y yo ya no…

—Me da igual, eso es algo que tenéis que arreglar entre vosotros.

—Pero yo no…

—Tío, lo siento pero esta es la última vez. No pienso volver a tu casa y no te molestes en venir aquí porque no pienso volver a abrirte la puerta.

—Pero cariño ¿Qué voy a hacer sin ti?

—Francamente querido tío, me importa un bledo. —dijo ella levantándose y saliendo del campo de visión en dirección al baño.

El video terminó ante la sorprendida mirada de Smallbird. El teniente se acercó al mueble bar y se sirvió un Whisky doble con hielo antes de abrir los siguientes archivos y darse cuenta de que en ese disco duro estaba el móvil del crimen.

Eran casi las dos de la mañana cuando con el cuerpo excitado por los videos y la mente confusa por el alcohol se metió en la cama.

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