Acababa de completar una de mis viejas fantasías, en realidad debería decir que había terminado con una de mis más viejas e irracionales fobias, me había acostado con un negro, con uno de verdad, un africano del Senegal, y no precisamente de los bellísimos que abundan en aquel País. Tampoco es cierto que fuera el primero de mi vida, ese “honor” lo había tenido Lucien, en Costa de Marfil, que durante meses me había estado follando, aprovechando mi estado de semi-inconsciencia provocado por la medicación que estaba tomando.

Todo había comenzado la noche que fuimos a una fiesta en el Hotel Ivoire, había bebido dos o tres copas y me sentía animada como para no parar de bailar, así que serían aproximadamente las dos de la madrugada, cuando decidimos regresar a casa. Habíamos dejado  nuestro hijo a los cuidados del Boy Lucien, que dormiría en la cama gemela del cuarto de mi hijo, y allí entré nada mas llegar, pero sin acordarme de la presencia del Boy, de modo que entré quitándome el vestido de fiesta, bajo el cual tan solo llevaba una braguita. El espectáculo para Lucien fue apoteósico, estaba despierto o quizás se despertó por mi entrada, pero el caso es que estaba ante él vestida tan solo con mi braguita. Me miró fijamente y sus ojos no dejaron ni un centímetro de mi piel sin recorrer, sentí aquella mirada como si se tratase de algo físico, me di cuenta de que mis pezones se habían erizado, y que bajo la sabana que cubría a Lucien, se había formado una enorme “tienda de campaña”.

Di un beso a mi hijo dormido, y salí de la habitación sintiendo una extraña sensación de intenso calor por todo el cuerpo, quise fumar y busqué mi bolso sin encontrarlo, lo había olvidado en alguna parte, ya fuera en el coche o en el Hotel Ivoire, así es que Carlos, mi marido, descendió al estacionamiento, regresó enseguida, en el coche no estaba, de modo que regresaría al hotel para buscarlo.

No hizo más que salir del apartamento y yo nuevamente comencé a sentirme extraña, a transpirar por todos los poros. Quitándome la braga entré en el cuarto de baño, la ducha era tentadora, así es que me metí bajo ella y abrí los grifos para dejar que el agua tibia me inundase; froté mi cuerpo con mis manos y fue en ese momento cuando tomé consciencia de mí, mis pezones continuaban erguidos y había aumentado la dureza de mis pechos, los sentía muy sensibles y al tocarlos me estremecí como si hubiera sido un contacto sexual. De pronto me sentí cansada, pero quería esperar despierta el regreso de Carlos, me sequé y volví al salón envolviendo mi cuerpo con la toalla húmeda, tomé asiento sobre el sofá y comencé a leer una revista. No sé cuanto tiempo pasó, debí haberme quedado dormida, me despertó el oír como se abría la puerta del cuarto de mi hijo y un momento después Lucien hacía su entrada en el salón, de nuevo me miró fijamente, como si se tratase de un espejo, vi en sus ojos que estaba desnuda totalmente, ya que la toalla que debía cubrirme, había caído durante mi sueño.

No estaba asustada por su presencia y su silencio, me puse en pié cuando empezó a caminar hacia mí, ni cuando avanzó sus manos y las posó en mis pechos, empujándome hasta el sofá donde me hizo caer. No hubo besos ni caricias, simplemente se despojó del calzón que vestía, descubriendo una polla gigantesca que agarró con sus manos y la dirigió a mi sexo; extrañamente yo estaba completamente lubricada, de otro modo me hubiera destrozado, de un violento golpe de riñones me metió no menos de 30 cm, no paró de moverse buscando la penetración total, la más profunda; me hizo sentar sobre su verga inmensa, tiraba de mis caderas hacia abajo, me forzaba a descender mas cada vez, y en mi interior el placer llegaba en oleadas, en un momento mis piernas estaban apoyadas sobre sus hombros, y en esa posición me penetró de nuevo y provocó en mi un fuerte orgasmo que me hizo perder el conocimiento. Cuando recuperé los sentidos estaba sola y bañada en semen, sentí la llegada de mi marido y tuve el tiempo justo para entrar en el cuarto de baño y abrir los grifos de la ducha. Mientras me aseaba, mi mente daba vueltas a lo sucedido, sin lograr entenderlo, no lo había deseado, no le deseaba a él y, sin embargo como la cosa más normal del mundo, había aceptado su penetración, la había sentido y hasta había tenido un orgasmo de enorme intensidad. Nada de aquello era lógico ni tenía sentido.

Al día siguiente el comportamiento de Lucien era totalmente normal. Desayuné con Carlos y después de su marcha, me dirigí hacia el baño, como todos los días Lucien me había preparado el baño, la diferencia estaba en que al entrar le encontré allí y, con toda naturalidad me despojó de la bata de baño y dándome la mano, me ayudó a entrar en la bañera, me lavó con sus manos, me secó al salir, todo sin una palabra, sin un gesto hasta que una vez seca me condujo a la cama. Alrededor de ella había dispuesto multitud de velas encendidas, productos y formas extrañas llenaban el suelo de mi cuarto, el olor era denso, extraño, había dos hombres en mi cuarto, sus caras surcadas por grandes cicatrices como las de Lucien, una extraña melopea brotaba de sus labios al entrar nosotros en el cuarto, uno de aquellos hombres vino hacia mí y me tocó con la palma de sus manos, dejando sobre mi piel manchas blanquecinas, me penetró con una especie de falo de madera y sin sacarlo, me hizo tender sobre la cama. Frente a mi se encontraba Lucien, totalmente desnudo sujetaba entre sus manos la inmensa polla que ya conocía, la acercó a mi boca pero no cabía, por lo que fue mi lengua la que la recorrió entera, los dos hombres tomaron mis piernas y las levantaron hasta colocarlas sobre los hombros de Lucien que apenas si tuvo que hacer un leve movimiento para penetrarme; como ya había sucedido con antelación, no me cabía, y comenzó a dar violentas sacudidas, no me dolía, empezaba a doler, dolía horriblemente.

Sonaron varios disparos y abrí los ojos asustada, estaba acostada sobre el sofá en el salón de mi casa y tres hombres yacían en el suelo cubiertos de sangre, Lucien era uno de ellos, en la puerta estaba Carlos que recargaba su pistola y enfundándola se dirigía hacia mi para tomarme en brazos, detrás entraban los miembros de su escolta para ocuparse de los cadáveres.

Carlos había encontrado mi bolso olvidado en el coche, regresaba al apartamento cuando recibió el aviso de que alguien había entrado en el apartamento, su escolta localizó y detuvo a un cuarto hombre escondido, antes de que pudiera avisar a sus cómplices. Todo lo sucedido en el apartamento era una alucinación, como un mal sueño, me explicaba el Presidente, cuando al día siguiente vino a la casa a visitarnos, pero el aviso había sido verdaderamente providencial, su objetivo había sido violarme y dejar mi cadáver clavado sobre el muro, según supimos después.

Han pasado los años, quince, para ser exactos, y el mundo sigue dando vueltas. Me separé de Carlos, volví a Europa y recomencé mi profesión de actriz, vivo sola y trabajo en mi profesión, preparando una nueva película. Por exigencias del Director estoy en una discoteca en la que nadie me conoce. Como ejercicio, tengo que seducir a un hombre cualquiera, sin que llegue a saber que estoy interpretando, y de cómo lo haga, depende mi papel en la película, así que estoy dispuesta a todo para conseguirlo. Hay alguien en la sala que me llama la atención y al que inmediatamente elijo, se trata de un africano, negro, de unos treinta años, buen aspecto y muy atractivo, es lo ideal para que mi interpretación impacte. Bailo sola ante él, le miro fijamente,  le sonrío en muda invitación, hago que, como por descuido, el escote de mi vestido se abra mostrándole mi pecho, ante lo cual ya se decide a entrar en la pista e iniciar un lento baile mientras viene hacia mi. Varias piezas bailamos juntos antes de que se decidiera a tomarme en sus brazos, y cuando al fin se decidió, no parecía atreverse a pegarse a mi cuerpo; fui yo quien lo hice finalmente, pera sentir contra mi vientre la hinchazón de su sexo, y apoyar contra su torso el peso de mis pechos.

Al terminar la pieza musical me dirigí a mi mesa, tirando de su mano, nos sentamos muy cerca, tanto que nuestras piernas estaban en contacto y su mirada se perdía en mi escote. No se atrevía a avanzar, tenía miedo de que estallase un escándalo, y discreto me pidió de salir a dar un corto paseo por la terraza de la sala de baile, acepte pero al salir nos dirigimos hacia el lugar donde había estacionado mi coche

Montamos en él y nada más hacerlo nos fundimos en un estrecho abrazo, se unen nuestras bocas, las lenguas se confunden y se enlazan, desabrocha mi blusa descubriendo mis pechos, los toma entre sus manos, los amasa, desciende con su boca sobre ellos, los mordisquea, sus manos buscan mi sexo bajo la falda. Con su ayuda consigo quitarme la braguita, pero no tiene bastante, me denuda completamente, lo mismo que yo hago con él, para sentarme sobre sus piernas dándole la espalda, siento la fuerza y la dureza de su verga, ansiosa por penetrarme, me incorporo un poco, lo justo para que pueda colocarse y cuando inicio el descenso lentamente, sus manos presionan mis caderas, tirando se ellas hacia abajo, y me la clava violentamente hasta sentir el contacto de sus testículos. Tiene una fuerza increíble en los brazos, me levanta para clavarme nuevamente al tiempo que me habla en un susurro. – Soy hermano de Lucien, le recuerdas?. Intento incorporarme y no lo consigo, no consigo desprenderme de su verga y algo está sucediendo en mi interior, no solo no consigo salirme de su verga, sino que pareciera que ella crece por momentos, más larga, más gruesa, mucho más gruesa y pareciendo que tiene vida propia por la forma en que busca, y que acaba por encontrar. Ha dado con el punto G, algo que yo no creía existiera, y nada más hacer presión sobre él, me sobreviene un orgasmo brutal. El continúa bombeando incansable, mientras yo me retuerzo y los espasmos se suceden uno tras otro, ya no me quedan fuerzas para seguir peleando tratando inútilmente de sacar su polla de mi sexo, está clavada en mi hasta lo más profundo, sus manos aferradas a mis pechos mientras ríos de semen desbordan de mi vagina a medida que sus descargas se suceden.

Se detiene de pronto, sé lo que va a pasar y me horrorizo, con mis últimas fuerzas trato de evitarlo y no es posible, me levanta de nuevo y es para colocar su inmensa verga a la entrada de mi esfínter que traspasa de un golpe destrozándolo, ahora ya no es semen sino sangre lo que corre por mis piernas, mi garganta ya no puede emitir sonido alguno. Pierdo el sentido, y cuando lo recupero estoy en una cama de hospital, dolor, operaciones, interrogatorios policiales, han pasado los meses y por fin me decido a hacer una llamada, unas horas después suenan varios golpes en la puerta de mi habitación y entra Carlos.

No ha cambiado gran cosa, si acaso un poco más de barriga y arrugas más profundas, el mismo pelo fino y blanco que cubre su cabeza. Ahora usa gafas, es lógico, después de tantos años consumiendo Quinina, todo en él refleja a un hombre con más edad de la que tiene, 67  años, pero yo le conozco, soy la única perdona en el mundo que sabe lo que hay detrás de esa pantalla de hombre viejo y sin un solo amigo, y es que Carlos, mi exmarido, es uno de los seres más peligrosos de la tierra.

Hablamos poco, lo imprescindible, insisto en mi decisión, iré con él a Senegal y me servirá a Tabah sobre una bandeja. No hago preguntas, a partir de ese momento y con una simple llamada de su móvil, docenas de personas se ponen en movimiento, la caza ha comenzado .

Dakar primero, después Abidjaan y de allí a Assinie Mafia, al lado del templo Vudú y junto al cementerio en una pequeña cabaña y bien atado está Tabah, los ojos, desorbitados por el miedo, me miran cuando entro, tiembla cuando ordeno salir de la cabaña a los hombres que le guardan a vista, intenta resistir mi mirada cuando me planto ante él y desabrocho muy lentamente mi camisa, hago lo mismo con el pantalón y mi  ropa interior hasta quedar totalmente desnuda; después le desnudo a él enteramente, cortando su ropa con mi cuchillo. Está inquieto, pero al verme desnuda y verse de la misma guisa, se tranquiliza, a juzgar por su incipiente erección, le ayudo en ella tomando su sexo con mis manos, le masturbo y su verga no tarda en alcanzar sus máximas dimensiones, que pierde totalmente cuando mi mano izquierda apresa sus testículos, y con la derecha armada del cuchillo corto de un solo tajo su escroto y sus testículos. Su alarido es bestial, como lo fueron los míos tiempo atrás, sin que por ello cesase en sus torturas. A mi llamada acude uno de los hombres de Cesar, portando una antorcha en llamas, la tomo de sus manos y cauterizo con ella su herida, hasta lograr que el río de sangre que mana de su herida se detenga, después, le dejo inconsciente sobre el suelo, bajo la vigilancia de el hombre de Cesar.

Salí desnuda de la choza, cubierta tan solo por una capa de sangre seca y sin importarme las miradas, me dirigí a la que ocupaba con Cesar, me tenía un baño preparado, en el que me hizo entrar y con todo cuidado me lavó entera para, después de secarme cuidadosamente, me depositó sobre la cama. Me abracé a él con ansia y me hizo el amor con dulzura, tiernamente, como siempre lo habíamos hecho. 

Pasaron varios días y al tercero, me dirigí de nuevo a la cabaña que ocupaba Tabah, acompañada de un asiático viejo, venido de no sé donde. Tabah estaba en un estado lamentable, pero no le tuve lastima por eso, sobre el poste central de la cabaña quedó colgado de las muñecas, mientras el viejo abría el maletín que portaba, dentro había multitud de instrumentos extraños que fue sacando y depositando con cuidado sobre una mesa preparada al efecto. Ahora venía lo más difícil, el trabajo delicado. El viejo asiático se ocuparía de pelar literalmente a mi prisionero, sin por ello causarle la muerte; con esmero comenzó su trabajo, lento, seguro, a pesar de los gritos de dolor de Tabah. Había sangre, sí, pero mucho menos de lo que me había imaginado, y a cada momento que pasaba,  a cada jirón de piel que le quitaba, yo me sentía cada vez más excitada, mis pechos estaban duros como piedras, me dolían, mis pezones parecían querer traspasar la tela de mi camisa y sentía que mi vagina estaba chorreando. Abracé al viejo por la espalda y pareciera que él se lo esperaba, porque se dio la vuelta de inmediato y  en un momento estábamos rodando por el suelo, aunque se detuvo de inmediato y me hizo levantar para empujarme contra el cuerpo de Tabah, de cara a él, así me  penetró de un golpe, y a cada arremetida, mi cuerpo se pegaba mucho mas al cuerpo del cautivo, en un momento me quedé pegada literalmente a él, sintiendo su terror por lo que seguiría, y es comunidad me provocó el orgasmo más grande que jamás había tenido. 

Mas tarde, el viejo asiático terminó el trabajo encomendado, el cuerpo de Tabah fue lavado cuidadosamente. Aún desprovisto de piel tenía aspecto de hombre, pero eso dejaría de tener significado en un momento, lo justo para tomar de nuevo mi cuchillo y seccionar su pene por la base, para entregárselo a una vieja del poblado, su misión?, convertir aquel pingajo ensangrentado en un espléndido falo, en mi trofeo, el recuerdo permanente de mi venganza.

Finalizado su trabajo, vino a entregármelo, era impresionante verlo negro y bruñido, medía cerca de 60 cm por 8 de diámetro; la base había sido trabajada con esmero, creando una empuñadura adornada con corys incrustados, y por su rigidez, parecía estuviera hecho con madera de ébano.

 Con él en las manos me dirigí a la cabaña de Tabah, aquel sería el acto final, para el que todo estaba preparado, sin miramientos inserté el falo en su ano, propulsándolo con todas mis fuerzas y un tremendo alarido se escuchó en la noche, alarido que se cortó bruscamente cuando Tabah murió ensartado por su propio pene.

Días después, al llegar a Paris, tuve que pagar una cuantiosa suma en la Aduana, los impuestos exigidos por aquella joya que lucía radiante en su lecho de raso en una bella caja de madera.

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