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Llevo tres años en mi trabajo actual, un trabajo de oficina, en el que paso ocho horas diarias con mi culo pegado a una silla y las retinas abrasándoseme con las radiaciones del monitor del ordenador. Mi trabajo es bastante monótono, elaborando informe tras informe, realizando interminables y, muchas veces, infructuosas búsquedas en el vasto mundo de internet. Sí, no suena nada atractivo, incluso puede ser desalentador, pero, al menos, no estoy en paro y gano un sueldo bastante decente.

A mis veintiséis años, todo el mundo me pregunta por qué no busco algo mejor, más inspirador, más creativo, más acorde con mis capacidades. A todos ellos les contesto siempre lo mismo: “no estoy mal pagado”, “más vale pájaro en mano que ciento volando” y, por mucho que les pueda pesar a mis compañeros más experimentados, “soy el mejor haciendo lo que hago”. Bueno, esta es la versión oficial, porque la verdadera razón por la aguanto un trabajo soporífero, poniendo límites a una posible expansión profesional, es ella: Sonia, mi jefa.

Comencemos esta historia desde el principio, sobrevolando las banalidades y recreándonos en los acontecimientos realmente importantes, compartiendo mis experiencias y sensaciones sin tapujos, desnudando los hechos y mi alma en las siguientes líneas:

Tres años atrás, recién graduado en la universidad, tuve la gran suerte de poder incorporarme al mercado laboral, entrando en la empresa más importante, a nivel nacional, de mi ámbito profesional. Para ello, pasé un duro proceso de selección con pruebas de conocimientos, psicotécnicas y de idiomas, entrevista con el departamento de Recursos Humanos y, finalmente, entrevista con José Luis, el jefe del departamento para el cual yo había presentado mi candidatura.

Mi primer día de trabajo, como es normal, acudí nervioso. En primer lugar, por tratarse de mi primer empleo serio; en segundo lugar, porque aunque el jefe de departamento me había dado unas pinceladas sobre la labor que desarrollaría, en realidad no tenía nada claro cuáles serían mis funciones y, por último, mis temores también se focalizaban en cómo sería el entorno de trabajo y mis futuros compañeros.

Al entrar en la oficina, gran parte de mis miedos iniciales se disiparon. Se trataba de un espacio diáfano y luminoso, con isletas de mesas con ordenadores, sin barreras físicas entre ellas, de tal modo que todos los empleados podían verse las caras, haciéndolo un entorno más humano y menos frío de lo que esperaba. La media de edad de la gente que ya había llegado a sus puestos rondaba la treintena, por lo que mi miedo a estar rodeado de viejas glorias y quedarme aislado, también desapareció.

Tras preguntar a la primera persona con quien me crucé, encontré el puesto de José Luis, el único que consistía en un habitáculo cerrado a forma de despacho, en uno de los rincones de la oficina. Me dio una cálida bienvenida, mostrándose mucho más relajado y cercano que cuando me hizo la entrevista, y enseguida me mostró cuál sería mi puesto, presentándome a mis compañeros de isleta para, finalmente, llevarme a una de las mesas individuales que estaban pegando a la única pared sin ventanal. Y allí me presentó a Sonia, la jefa de mi proyecto, la que sería mi responsable directa.

La primera impresión que tuve de mi jefa no pudo ser mejor. En aquel entonces, Sonia había cumplido cuarenta primaveras (dato que supe tiempo después), ¡pero qué cuarenta primaveras!. Su nívea piel de porcelana, sin apenas marcas de expresión en el rostro, apenas contaba treinta de los cuarenta años cumplidos. Tenía (y tiene) unos enormes ojos verdes, redondos y expresivos, adornados con largas pestañas que aletearon en cuanto me vio. No iba maquillada, su belleza natural le permitía concederse ese lujo, puesto que su boquita de piñón tenía un natural color rojizo que contrastaba con la palidez de su cutis, haciendo resaltar la atractiva forma de sus labios, y unas pequeñas pecas adornando su fina nariz, algo respingona. Sus pómulos, altos y marcados por unos carrillos ligeramente hundidos, tenían una leve coloración rosada, dándole un tono armonioso con el resto de sus facciones.

Me pareció muy guapa, ¡qué demonios!, me pareció guapísima.

Llevaba su largo cabello castaño prendido con un pasador de pelo, cayéndole por encima de los hombros, y aunque se podía adivinar alguna hebra blanca, su aspecto era brillante y sedoso.

Cuando se levantó de su asiento para saludarme con dos tímidos besos, sentí que, por un par de segundos, se me cortaba la respiración. No es que Sonia tuviera un cuerpo escultural, de hecho le sobraba algún kilito que no se reflejaba en su atractivo rostro, pero sí contaba con un físico curvilíneo y sensual, una auténtica silueta de guitarra española. Tal vez, sus caderas y posaderas fueran más anchas de lo deseable a la hora de idealizarla, pero esto era compensado por el mejor par de pechos que había visto nunca.

«¡Qué pedazo de tetas!», grité internamente.

Decir que su busto era generoso, sería un eufemismo que quedaría demasiado pobre. Sonia tenía un par de atributos femeninos bastante más grandes de lo que cabría esperar en su constitución y alrededor de metro setenta de estatura. ¿Talla?, ni lo sé ni me importa, las he visto más grandes, pero no tan hermosas y bien puestas como las de mi jefa: redondas, turgentes, desafiantes a la gravedad, apuntando al frente con orgullo, un magnífico balcón para las ventanas de sus preciosos ojos.

Tras aquella primera impresión, con el tiempo, fui constatando lo atractiva que Sonia me resultaba y, tras coger confianza con algunos compañeros, refrendé que ese atractivo no era algo subjetivo. Todos, o casi todos, pensaban que nuestra jefa era una mujer más que apetecible, inalcanzable por puesto, edad y, sobre todo, por estar casada, pero no por ello menos interesante.

Según fue transcurriendo mi andadura en la oficina, fui conociendo más a Sonia, mostrándose ante mí como una mujer inteligente, educada, simpática y dulce. La verdad es que, a medida que mi encanto decrecía con el trabajo que realizaba, mi adoración por ella aumentaba, hasta el punto de que, frecuentemente, me sorprendía a mí mismo echándole furtivas y contemplativas miradas.

Ella era encantadora conmigo, y no sabía si sólo era percepción mía, o era algo totalmente objetivo, pero estaba convencido de que me dispensaba un trato distinto que a los demás: siempre me saludaba efusivamente, me sonreía con los labios y la mirada, reía con mis chistes aunque no tuvieran gracia… Yo trataba de convencerme a mí mismo que era porque, aunque cada vez me gustaba menos lo que hacía, mi trabajo era impecable, y ya gozaba plenamente de su confianza, así como de la del jefe de departamento. Pero siempre había una vocecita en mi cabeza que me decía: «Le gustas, y lo sabes».

A lo que yo siempre contestaba sin convicción: «Tengo novia, está casada, es mayor, es mi jefa… ¿Más argumentos?. ¡Es imposible!».

«Impossible is nothing», me respondía la clarividente vocecilla, con tono de anuncio de ropa deportiva.

Tras año y medio, en el que mi deseo por Sonia siguió en continua escalada, hasta casi convertirse en obsesión, surgió mi oportunidad de alejarla de mis pensamientos para volver a tener ojos sólo para mi novia, como debía ser. Disfrutamos las vacaciones de verano en turnos distintos, por lo que nos pasamos casi dos meses sin vernos, y a la vuelta de vacaciones, en vez de reencontrarme con ella, me enteré de que había cogido una baja laboral indefinida. Así que me pasé casi cinco meses sin verla, olvidándola, salvo por los continuos rumores que corrían por la oficina sobre los motivos de su baja.

En ese tiempo, el trabajo se me hizo más difícil de llevar, me resultaba más aburrido, más monótono, más desmoralizador… Hasta que, por fin, a finales de año, Sonia se reincorporó a la oficina.

El día de su regreso saludó a todo el mundo con dos besos, y cuando llegó a mí, quedé profundamente decepcionado.

-— Hola, Julio —dijo sin emoción alguna, dándome dos fugaces y fríos besos.

— Hola, Sonia —contesté yo, devolviéndole los besos mucho más efusivamente—. Me alegro de tu regreso, te echábamos de menos.

— Yo también me alegro —contestó, desviando la mirada—. Luego nos vemos…

Y sin más, se fue a ocupar su mesa junto a la pared.

Me quedé petrificado, esa no era mi jefa, al menos, no como yo la recordaba. Aparte de la frialdad de su actitud, incluso físicamente, estaba distinta. Había perdido completamente el brillo de su mirada, las ojeras surcaban la línea bajo sus verdes ojos, su cabello se veía algo descuidado, estaba claramente más delgada, y su ropa indicaba que había cogido lo primero que había encontrado en el armario. Era como si, de pronto, le hubieran caído veinte años encima y se hubiera abandonado. Absolutamente descorazonador.

Las semanas que siguieron, apenas crucé unas pocas palabras con ella, y sólo estrictamente profesionales, hasta que poco a poco se fue metiendo en la dinámica del día a día y empezó a mostrarse menos distante. Aunque muchas veces parecía distraída, como en otro mundo y, en más de una ocasión, me di cuenta de que volvía del servicio con los ojos rojos, en un claro indicativo de que había estado llorando.

— Se ha divorciado —me dijo mi compañera Rebeca, percibiendo mi preocupación en una de las ocasiones en que vimos volver a Sonia con los ojos aún llorosos.

Tras más de dos años de trabajo juntos, Rebeca y yo habíamos entablado una buena amistad, con la suficiente confianza como para compartir algunas confidencias personales. Era una persona muy directa, que decía las cosas tal y como las pensaba, por lo que a una gran parte de los compañeros les resultaba demasiado agresiva, aunque conmigo, siempre había tenido una actitud más relajada. Tal vez fuera porque me sacaba algunos años.

— ¡No me digas! —exclamé en un tono en el que nadie más pudiera escucharme—. ¿Por eso ha estado de baja, y está así?.

— Sí —contestó mi compañera con el mismo tono confidencial—. Ha sido un divorcio muy tormentoso, y lo ha pasado fatal…

— Vaya, ahora lo entiendo todo… Sí que debe haber sido duro, aún se la ve muy afectada…

— No es para menos —añadió Rebeca, bajando aún más el tono—. No le digas nada a nadie, porque por ahora sólo lo sabemos el jefazo y yo, pero es que pilló a su marido con otra.

Mi compañera también era buena amiga de Sonia, la que más relación tenía con ella, con quien tomaba el café de media mañana y salía a comer. Nunca me habría contado el secreto, pero ante mi visible preocupación, y sabiendo que tarde o temprano sería de dominio público, confió en mi discreción.

— ¡Vaya palo! —dije sorprendido—. Pobrecilla… ¿y fue así, de repente?.

— Sí, le pilló en casa con una veinteañera, un día que salió de trabajar antes de lo previsto. Y lo peor es que el cabrón de su ex ya llevaba unos meses poniéndole los cuernos con esa chavalita. Así que, ¡imagínate!.

— Ya veo, ya… ¡Menudo cabronazo!. Teniendo a una mujer de bandera como Sonia, ¡hay que ser gilipollas! —dije, pensando en voz alta.

Rebeca esbozó una media sonrisa con mis últimas palabras.

— Es mona, ¿eh? —dejó caer, ampliando su sonrisa y mirándome fijamente.

Sentí cómo el rubor incendiaba mis mejillas y la boca se me quedaba seca. Mi compañera sólo asintió, no necesitaba más confirmación por mi parte.

— Sin duda, el tío es un cabronazo —me dijo, reencauzando el tema—. Le ha jodido la vida por tirarse a una más joven, ¡todo un clásico!. Sonia era feliz con su matrimonio, ¿sabes?, llevaban quince años casados… Al descubrirse todo el pastel, ella decidió darle la patada inmediatamente, pero no ha sido nada fácil…

— No me extraña, tenían toda una vida ya montada, y si ella era feliz y todo se le ha desmoronado de un día para otro, normal que esté hecha polvo.

— Eso es… Pero ella ya está saliendo del bache, poco a poco. Está yendo al psicólogo, que le está ayudando mucho, y aunque le recomendó reincorporarse al trabajo para retomar su vida, yo creo que ha sido demasiado pronto. Los que la conocemos más tratamos de animarla, así que cualquier granito de arena para subirle el ánimo será bien recibido —concluyó, haciéndome un guiño de complicidad.

Volví a sentir que me sonrojaba, y así dimos por terminada la conversación, pero sus últimas palabras calaron hondo en mí, más de lo que Rebeca habría podido imaginar, así que, al día siguiente, me descubrí a mí mismo escribiéndole una nota a Sonia y dejándola sobre su mesa antes de que ella llegara.

En cuanto me senté en mi sitio, un escalofrío recorrió mi espalada. ¿Pero qué había hecho?, ¿le había escrito una notita a mi jefa?, ¿acaso creía que todavía estaba en el instituto y le escribía a la chica que me gustaba?. No podía creer lo que acababa de hacer, ¿pero qué cable se me había cruzado?. Aquello me podía costar una vergüenza que caería sobre mí como una losa, ¡incluso podría costarme mi puesto de trabajo!. Me levanté para ir a por el dichoso papelito antes de que fuera demasiado tarde. Pero ya era demasiado tarde…

— Buenos días, Julio.

— Buenos días, Sonia —contesté, sentándome inmediatamente, sintiendo cómo me ardían las mejillas.

Mi jefa esbozó una encantadora sonrisa, y continuó su camino hasta llegar a su puesto. Me sentí mareado, y traté de disimular mirando los papeles que había sobre mi mesa.

«No te gires, no te gires…» me repetía mentalmente. «Al menos no has firmado la dichosa notita…»

— ¡Uy! —escuché la melodiosa voz de Sonia.

Mi subconsciente fue más poderoso que mi convicción, y mi cabeza se giró para ver cómo mi jefa sostenía un post-it en sus manos, leyendo en silencio, con una sonrisa, las palabras que resonaban en mi cabeza: “Sonríe, porque la mujer más sexy de esta oficina tiene que iluminarnos el día”.

Sonia levantó la cabeza con sus enormes ojos verdes brillando como hacía tiempo que no veía, con una cautivadora sonrisa, y me cazó mirándola fijamente.

«¡Tierra, trágame!», pensé, agachando bruscamente la cabeza para sumergirme entre mis papeles.

Por tonto, joven e inmaduro, acababa de firmar aquellas palabras.

Pasé el día apesadumbrado, cargando con mi vergüenza, sin atreverme a dirigir ni media mirada hacia donde se encontrara Sonia, aunque fuese ante mí para hablar con mi compañera Rebeca. Pero también pasé el día nervioso, asustado, esperando que, en cualquier momento, fuese convocado por mi jefa para pedirme explicaciones o, directamente, darme una patada en el culo por acoso.

Al final de la jornada, todos mis temores se disiparon de un plumazo. Sonia pasó a mi lado, girándose para despedirse de mí:

— Hasta mañana, Julio —me dijo, con su rostro iluminado, tan guapa como yo la recordaba antes de su desgracia.

— Ha-hasta mañana, Sonia —conseguí decir, colorado como un tomate.

A partir de aquel día, la actitud de mi jefa dio un giro completo. De la noche a la mañana, volvió a ser la que siempre había sido, la Sonia guapa, jovial y sexy que atraía mis constantes miradas. Su rostro volvía a mostrarse descansado, desapareciéndole las marcas de tristeza, preocupación y noches en vela. Sus ojos volvían a brillar, y su mirada era especialmente seductora, sobre todo cuando me miraba a mí, arrancándome suspiros. Volvía a vestir atractiva pero discreta, con estilo y elegancia, cuidando minuciosamente su aspecto. Como casi nunca trabajábamos de cara al cliente, teníamos libertad de indumentaria, aunque sin estridencias, claro, y Sonia sabía perfectamente cómo estar siempre divina, aunque llevase unos simples vaqueros.

Su cambio se acentuó, aún más, a los pocos días, cuando decidió renovar su peinado, realizándose un atrevido corte de pelo: corto en la parte de atrás, pero con los laterales aumentando progresivamente en longitud hacia delante, enmarcando su rostro con sendos mechones de brillante cabello castaño. Le favorecía mucho, adornando sus bellas facciones, dándole un aspecto más juvenil, y dejando al descubierto su delicado cuello de cisne de forma increíblemente sexy.

Su relación conmigo se estrechó aún más que antes de su percance matrimonial. Nunca mencionó la nota pero, con su actitud, me hizo saber que había funcionado, le había gustado, e incluso… Mejor no adelantar acontecimientos. Simplemente, volvió a hablar conmigo, cada día más, buscando ella misma el encuentro, sonriéndome siempre, hechizándome con su esmeralda mirada, dejándome paralizado con su simple presencia.

— Últimamente Sonia habla mucho contigo, ¿no? —me dijo un día Rebeca, mientras comentábamos cosas del trabajo.

Ya habían pasado algunos meses desde nuestra conversación anterior sobre nuestra jefa.

— Sí —contesté, tratando de no darle mayor importancia—, nos llevamos bien, y parece que está contenta con mi trabajo.

— Ya… Lleva una temporada muy contenta, le ha cambiado el humor. Yo creo que incluso está más guapa… —sondeó Rebeca.

— La verdad es que sí ­—contesté yo, cayendo como un tonto en la trampa por querer desahogarme con alguien—. Está mejor que nunca…

— Te has dado cuenta, ¿no?. Hasta se ha apuntado al gimnasio, y se lo está tomando muy en serio.

— ¡No me digas!. Ahora que lo dices, sí que había notado que los pantalones le quedan cada vez mejor…

— Se le ha puesto un culo bonito, ¿verdad? —preguntó mi compañera, con una mirada condescendiente.

«¡Seré ceporro!», me dije mentalmente, mientras me sonrojaba. «¡Cómo me he dejado liar!».

— Juliooooo… —dijo Rebeca, meneando la cabeza de lado a lado— ¡Te has puesto colorado y todo!. ¡A ti te pone la jefa!.

— Joder, Rebeca, me has hecho un lío…

— Venga, chaval, no puedes negarlo. Te saco casi diez años y puedo leer en ti como en un libro abierto… ¿Acaso creías que no me iba a dar cuenta de cómo la miras?. Sonia te pone, ¡y te pone mucho!.

— Vale, vale, baja el tono —le dije, haciéndole un gesto con la mano—, que cualquiera puede oírte.

— Pues si no quieres que nadie más se dé cuenta, más vale que disimules un poquito, chavalín. Te la comes con los ojos, y eso no está bien… Es tu jefa, mucho mayor que tú… ¿Cuánto te saca, veinte años?.

— Sólo diecisiete…

— ¿Sólo diecisiete?. Aún podría ser tu madre… Y, joder, Julio, ¡que tienes novia!.

— Ya, ya lo sé —contesté, avergonzado—. No está nada bien por todo lo que dices… Pero sólo la miro, a nadie le amarga un dulce, ¿no?.

— Mientras sólo sea eso, nadie puede reprocharte que te alegres la vista… —dijo Rebeca, pensativamente—. Pero ten más cuidado, que te vas a hacer un esguince cervical de tanto girarte para mirarla, y casi seguro que ella también se ha dado cuenta.

«Si tú supieras», pensé. «Tiene una nota de mi puño y letra diciéndole que me parece la mujer más sexy de la oficina».

— Que sí, mamá, que sí —le contesté, bromeando—. Y si mi novia se enterara, me cortaría las pelotas y jugaría al pádel con ellas.

— Pues eso —sentenció mi compañera, con una sonrisa—, contrólate.

Rebeca tenía razón, tenía que dejar de hacer el tonto, y debía ver a Sonia como lo que realmente era: mi jefa directa y mucho mayor que yo. Pero, precisamente, eso me daba tanto morbo… Y estaba tan buena… Con esos ojazos verdes, ese cutis tan delicado, esa colorada boquita de piñón, y esos pómulos de Katherine Hepburn… y ese sexy peinado, juvenil, de muñequita manga… y ese par de tetas, hermosas y orgullosas, incitantes a la lujuria… sin olvidar esa cintura curvada, esos poderosos muslos, y ese redondo culito que la pena había cincelado eliminando lo sobrante, y el gimnasio había tonificado para mostrarlo más apetecible que nunca… ¡Mierda!, no iba a ser nada fácil apartarla de mis pensamientos, y mantener la disciplina para que mis ojos dejasen de buscarla una y otra vez.

Lejos de conseguir mi objetivo, cada día que pasaba, mi obsesión por mi jefa aumentaba más y más. Y es que ella no me ayudaba lo más mínimo. Nuestros encuentros “fortuitos” cada vez eran más frecuentes, nuestras charlas más largas, y sus vestiduras más ligeras e insinuantes por el calor primaveral.

Tengo que confesar que, en aquella época, comencé a experimentar algo que nunca antes me había pasado en la oficina: empecé a tener incontrolables erecciones sólo con verla, perdiéndome en la belleza de sus verdes ojos, encandilándome con su cautivadora sonrisa, embebiéndome con la mirada de la sinuosidad de su madura anatomía… Así pasaba, que tras varias erecciones diarias sin posibilidad de liberación, cuando quedaba con Laura, mi novia, le echaba unos polvos salvajes que la dejaban con las piernas temblando. ¡Y los dos tan contentos!. Pero había alguien en aquel trío que ocupaba mi mente que siempre se quedaba insatisfecha, hasta que llegó su oportunidad, o la mía, según se mire.

2

Aquel viernes de finales de Mayo, tuve que quedarme a trabajar por la tarde. Quería dejar terminado un informe para enviárselo a mi jefa y que ella pudiera revisarlo el lunes a primera hora.

Los viernes por la tarde nadie se quedaba a trabajar en la oficina, lo habitual era hacer algo más de tiempo el resto de días de la semana y madrugar un poco más los viernes para, así, comenzar antes el fin de semana.

Cuando volví de comer, a las tres y media, la oficina ya estaba desierta, así que, con resignación, ocupé mi sitio y retomé el trabajo con el objetivo de acabar lo antes posible. A los diez minutos, para mi sorpresa y turbación, apareció Sonia, que llegaba de comer.

— Hola, Julio —me saludó, con el rostro iluminado al encontrarme en mi sitio—. Pensé que estaría sola esta tarde…

¡Dios mío, pero qué guapa era!. Me quedé hipnotizado por sus ojazos durante unos segundos, nadando en las tropicales aguas del precioso color que circundaba sus pupilas, dilatadas al verme.

— Hola, Sonia —contesté, tragando saliva y sintiendo un cosquilleo en el estómago—. Es que quiero acabar un informe que me ha costado un poco más de lo esperado. ¿Y tú, tienes mucho trabajo?.

— No mucho —contestó, quitándose la chaqueta sin dejar de observarme.

Por un momento, me faltó la respiración. Mi jefa había ido aquel día a trabajar con unos sencillos pantalones negros, rectos pero bien ajustados a las nuevas dimensiones y atractiva forma de su culo de melocotón maduro, y en la parte de arriba, llevaba una chaqueta entallada, tipo americana, del mismo color. Estaba formal y elegante pero, al desprenderse de la americana, lo que me dejó sin aliento fue que, bajo ella, llevaba una ceñida camisa blanca, con el botón superior desabrochado, haciendo las veces de coqueto escote. Aquella prenda envolvía la rotundidad de sus pechos, proyectándose hacia delante como dos portentos de la naturaleza buscando ser liberados, de tal modo que se podía disfrutar del espectáculo de su voluptuosidad sin necesidad de utilizar la imaginación. Mi pensamiento fue el mismo que cuando la conocí: «¡Qué pedazo de tetas!». El cosquilleo de mi estómago se extendió más abajo, alcanzando mis ingles y lo que entre ellas comenzaba a cobrar vida.

— Tengo algunas tareas administrativas —prosiguió Sonia, esbozando una pícara sonrisa al verme alterado por su “destape”—, pero no corren excesiva prisa. Más bien, me quedo porque no tengo ningún otro plan, y así aprovecho para adelantar trabajo… ¿Quieres que te eche una mano con tu informe para acabarlo antes? —añadió, mirándome de arriba abajo con un brillo en sus ojos.

— No hace falta, muchas gracias —contesté, sobreponiéndome y dominando mi impulso de aceptar tan generosa oferta—. En realidad me queda muy poco y pensaba enviártelo para que pudieras revisarlo el lunes a primera hora.

— Bueno, pues si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela —noté cierta decepción en su voz, aunque enseguida decidió ejercer su poder—. Y cuando acabes, en vez de mandármelo para que lo revise el lunes, tráetelo a mi mesa y lo vemos juntos, ¿vale?.

— Eeeeehhh, claro, claro —contesté, algo confuso.

Estaba en mi derecho de irme a casa en cuanto acabase, pero no podía decirle que no a una jefa, y menos a esa jefa.

Sonriente, Sonia se fue hacia su mesa, y yo, inmediatamente, cogí el móvil para escribir a Laura. Había quedado con ella en ir a buscarla en cuanto saliese de trabajar, así que le mandé un mensaje diciéndole que tendría que salir más tarde y que le llamaría en cuanto terminase.

Concentrarme sabiendo que en toda la planta los únicos que quedábamos éramos Sonia y yo, me resultó una tarea titánica. Eché un par de disimuladas miradas hacia atrás, y en ambas vi a mi jefa sumergida en un montón de papeles sobre su mesa. Aquello calmó mis ánimos, y pude dedicarme a terminar el trabajo por el que estaba acortando mi tarde del viernes, y sacrificando tiempo de estar con mi novia.

Cuando acabé, imprimí el informe y algunos documentos de referencia, y fui a la mesa de Sonia, quien me recibió con una cálida sonrisa.

— ¿Has terminado? —me preguntó, observando los papeles que llevaba en la mano. Yo asentí—. Perfecto, ya estaba aburrida de estos rollos administrativos —añadió, haciendo sitio sobre su mesa—. Por favor, siéntate.

Cogí la silla que había ante su mesa, pero cuando iba a sentarme, ella negó con la cabeza.

— Mejor ponte aquí, a mi lado —me indicó, haciendo rodar su silla lateralmente—, así podremos ir viéndolo a la vez, y podrás explicarme lo que pueda presentar alguna duda.

Sentí que se me aceleraba el corazón y todos mis músculos se tensaban, pero traté de ser un auténtico profesional mostrándome indiferente.

— Claro —contesté—, pongo ahí la silla.

Coloqué la “silla de visitas” junto a la suya y, al sentarme en ella, constaté la diferencia de altura entre ambas. Sonia, en su silla de escritorio, quedaba más alta que yo, y a pesar de los quince centímetros de diferencia de estatura entre ambos, al sentarse ella con la espalda totalmente erguida, y yo ligeramente encorvado, quedaba por encima de mí, dándole un aire de superioridad bastante notable. Con cualquier otro jefe, posiblemente, me habría sentido algo intimidado, pero junto a ella, me sentí ante una deidad a la que adorar.

Puse los papeles ante ambos, y mi jefa, muy interesada, volvió a hacer rodar su silla para compartir la lectura, hasta quedar pegada a mi asiento carente de ruedas. A pocos centímetros de mí, su fragancia estimuló mi pituitaria. Desprendía un aroma dulce, como a golosinas, pero con un fondo fresco con matices incluso picantes. Olía increíblemente bien, quedando apenas rastro del perfume que había utilizado antes de ir a trabajar; de modo que lo que más estimuló mis sentidos y me embriagó, fue su excitante esencia natural.

— A ver qué tenemos aquí —dijo con un tono más íntimo por la cercanía, e inmediatamente se enfrascó en una rápida lectura del documento.

Parecía completamente concentrada, con sus enormes ojos moviéndose por las líneas que mi profesionalidad había escrito. Yo debería haber estado haciendo lo mismo, pero ya me sabía el informe casi de memoria, y nunca había tenido la oportunidad de contemplar a Sonia tan de cerca, así que me dediqué a observarla con detenimiento, disimuladamente, pero sin perder detalle de cada una de sus facciones y expresiones a medida que asimilaba lo que leía.

Era guapa, objetiva y arrebatadoramente guapa. Cada rasgo de su rostro estaba en perfecta armonía con el resto, y su delicada y pálida piel no era sino un lienzo donde un artista había plasmado la belleza de la naturaleza femenina, dulce y salvaje a la vez, destacando por encima del resto sus incomparables ojos. Su color verde, en la distancia corta, irisaba hacia un gris oliváceo, resultando aún más fascinante y atractivo que el esmeralda que se percibía en un simple vistazo.

«Mira que hay que ser gilipollas para cagarla teniendo a semejante bellezón en casa», pensaba. «¡Y todo por tirarse a una golfa mucho más joven!. ¡Cuántas jovencitas desearían llegar a los cuarenta y tres como Sonia!, ¡es infinitamente más interesante que cualquiera de ellas!».

Como si leyera mis pensamientos, por una fracción de segundo, me pareció que aquellos ojazos me miraban y sus labios sonreían con satisfacción, pero no estuve seguro de si ese gesto había sido real o sólo fruto de mi imaginación.

— En este punto —me dijo repentinamente, señalándome el texto—, ¿estás seguro de que la fuente de la que lo has sacado es fiable?.

Miré hacia donde su largo dedo señalaba con su uña de manicura francesa, y leí con atención el párrafo entero, sintiendo cómo ella se reclinaba un poco hacia mí y me miraba fijamente, esperando una respuesta, mientras su irresistible fragancia despertaba en mí los ancestrales impulsos que tocaron tambores de guerra entre mis piernas.

Al levantar la vista, me encontré directamente con su rostro a pocos centímetros del mío, con una expresión severa, mostrando tensión en las cejas, labios y mandíbula, aunque su mirada denotaba algo más… ¡Dios, qué sensual era!. Sentí mis latidos martilleándome las sienes, con réplicas en mis zonas más recónditas, obligándolas a desperezarse con acometidas de sangre caliente.

— Estoy completamente seguro de la fuente —dije casi en un susurro, por la proximidad entre ambos—. Proviene de información oficial publicada por el gobierno de Reino Unido, así que debemos asumir que es la situación real a día de hoy.

— Entiendo —contestó con el mismo tono susurrante, relajando su rostro para dibujar una encantadora sonrisa—. Parece que lo tienes todo muy bien atado, me gusta mucho lo que estoy viendo…

Observando cómo volvía a la lectura del documento, sentí rubor en mis mejillas. Sus ojos devoraban mis palabras escritas, mientras su mano izquierda comenzaba a juguetear con el mechón de cabello más largo que enmarcaba sus atractivas facciones. ¡Qué bien le quedaban ese corte y peinado!, ¡cómo ensalzaban la forma ovalada de su rostro!, resaltando sus pronunciadas mejillas y la línea de su mandíbula. Con su cambio de look no había tratado de ocultar las finas hebras plateadas que surcaban, aquí y allá, su castaña melena, mostrándose orgullosa de ellas, y acertando plenamente con la decisión, pues adornaban sus cabellos y le daban un aspecto aún más marcado de madurita más que interesante.

Contemplé la forma de su delicado cuello, de pálido tono, tan erótico mostrándose desnudo… Tenía un pequeño lunar sobre la yugular, un atractivo adorno que me hizo desear ser un vampiro para morder la suave piel en el lugar marcado, y alimentarme de ella para que su sangre recorriese cada fibra de mi cuerpo, haciéndola mía. Los bélicos tambores redoblaron con mayor intensidad, y mi hombría terminó de desperezarse para ponerse en estado de alerta.

Sonia me miró de reojo, esa vez sí que lo percibí claramente, y sus labios se curvaron denotando agrado, mientras su vista volvía al texto sobre la mesa. Esa fugaz mirada, ese aleteo de pestañas con un fulgor verde entre ellas, hizo que una corriente eléctrica recorriese toda mi espina dorsal.

Su distraída mano izquierda liberó el mechón de cabello con el que había estado jugueteando, para que sus dedos se deslizasen suavemente por su cuello hasta alcanzar la camisa. Tocó el borde de la prenda, y lo apartó ligeramente para comenzar a pasar las yemas por su clavícula, recorriéndola lánguidamente, de un lado a otro.

Ese gesto consiguió que mi entrepierna se pusiera en auténtico pie de guerra, obligándola a debatirse con mi ajustado bóxer y el pantalón, que la oprimían obligándola a crecer hacia mi muslo derecho, tratando de contener el inevitable aumento de grosor y longitud.

Sentí, tratando de ser impasible, cómo el calor se expandía por todo mi cuerpo, pero un inconsciente e inevitable suspiro se me escapó cuando me di cuenta de que, en algún momento, mi jefa había desbrochado otro botón de su camisa, pronunciándose su escote. Desde mi perspectiva, mis ojos no tuvieron ningún impedimento para colarse por la abertura de la prenda y darse un festín con las excitantes formas que allí hallaron. Aquel busto, aquel prodigio de la naturaleza, aquellas femeninas formas esculpidas con exquisito gusto por una generosa deidad, eran la máxima expresión de mis anhelos masculinos.

Mi jefa llevaba un sencillo sujetador blanco, cuyas copas eran escotadas, permitiéndome ver mucha más lechosa piel de la que jamás habría imaginado contemplar. Con mi mirada podía delinear perfectamente el contorno de aquellas dos portentosas formas globosas, apretadas y realzadas por la íntima prenda para constituir una mullida almohada en la que cualquier cabeza querría reposar hasta dejarse morir en el paraíso. El canalillo formado por aquellas dos majestuosas montañas, era un profundo barranco, adornado en su inicio con diminutas pecas, incitándome a la lujuria de desear invadirlo, recorriendo su trazado con la viril potencia que latía en mis pantalones.

Mi erección alcanzó su grado máximo, dolorosamente retenida por mi ropa y escandalosamente visible a pesar de encontrarme sentado.

Levanté la vista tratando de huir de mi estado de enajenación, llegando justo a tiempo de ver cómo un destello verde volvía rápidamente a la lectura, ampliándose la sonrisa en el rostro de aquella que me turbaba.

Sonia continuó leyendo, y yo traté de acompañar su lectura, pero no pude evitar desviar mi atención a cómo los dedos de su mano izquierda descendían de su clavícula, delineando uno de los bordes de la abertura de su camisa. Era un gesto totalmente inconsciente, estoy seguro de ello, pero mi jefa estaba acariciándose el escote ante mí, invitando a mis ojos a perderse nuevamente en él. Y, por supuesto, acepté la generosa invitación.

Con mi verga dura como nunca, me extasié contemplando aquel vertiginoso escote, memorizando cada milímetro cuadrado de piel, abandonándolo únicamente para disfrutar de todo el conjunto de aquel par de dones celestiales pugnando por reventar la camisa.

Tal vez fuera imaginación mía, o realmente mis sentidos se habían aguzado hasta el extremo, pero percibí de forma aún más clara, penetrante y terriblemente excitante la fragancia natural de la hembra que tenía ante mí, haciéndome entrar en combustión interna mientras mis pupilas captaban el detalle de cómo dos prominencias conseguían vencer la dictadura de la ropa, para marcarse de forma sólo perceptible para quien mirase fijamente, siendo ese mi caso. Sin lugar a dudas, a mi jefa se le habían puesto duros los pezones, y yo estaba en primera fila del espectáculo.

«Como sigas mirando así, vas a reventar el pantalón», me dije mentalmente. «Y encima, ella te va a pillar y te va soltar tal bofetón, que pensarás que han sido siete».

Con un esfuerzo casi sobrehumano por mi parte, alcé la vista, y lo primero que me encontré fue con los blancos dientes de Sonia maltratando su rojo y carnoso labio inferior. Se lo mordía en un gesto de inequívoca lujuria contenida, lo cual me fue verificado cuando, al seguir con el ascenso de mi mirada, comprobé que la suya, de reojo, se proyectaba hacia abajo, clavándose directamente en mi abultada entrepierna.

«Joder, joder, joder», me repetí a mí mismo. «Esto no puede estar pasando. Mi jefa, la madurita buenorra que es mi jefa, me está mirando el paquete… ¡Y está excitada!».

Desvié mi vista hacia la mesa, y cerré los ojos repitiéndome como un mantra: «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…» Hasta que mi atento oído percibió un tenue y casi inaudible resoplido.

Abrí los ojos y miré nuevamente a Sonia. Había vuelto a la lectura para terminar con el documento, pero su boca había quedado ligeramente entreabierta, sus labios se veían de un color más intenso que el habitual, y humedecidos con saliva, mientras sus mejillas habían tomado un rubor más que notable. Estaba preciosa.

Tratando de sacar fuerzas de donde apenas me quedaban, sabiendo que podía estar jugándome mi integridad, mi trabajo, e incluso la relación con mi novia, puse todo mi empeño en leer el documento, como estaba haciendo ella, para ignorar mi estado de excitación y tensión sexual. Pero mi cuerpo era un cóctel hormonal, y la testosterona nublaba mi juicio, así que no pude evitar que mis ojos volvieran una y otra vez a contemplarla, con rápidos vistazos en los que confirmé que ella estaba tan excitada como yo. Su respiración se había acelerado, de tal modo que sus pechos subían y bajaban apresuradamente, deleitándome con su movimiento mientras su mano, incapaz de quedarse quieta, recorría distraídamente su escote acariciando suavemente la piel.

En un par de ocasiones, para mi orgullo y empeoramiento de mi estado de ansiedad, capté cómo su mirada se desviaba de los papeles para ir directamente al epicentro de mis clamores por hacerla mía.

¿Quién había iniciado esa espiral de tensión sexual, ella o yo?, ¿cuál de los dos había arrastrado al otro hasta aquel estado que, inútilmente, tratábamos de disimular?. ¿Quién era víctima y quién ejecutor?, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?…

— Uuuffff —suspiró Sonia, dándole la vuelta a la última hoja del documento para dar por concluida su revisión—. ¡Qué informe más potente! —exclamó, echando un último y rápido vistazo a mi entrepierna.

¿Realmente se estaba refiriendo al informe, o a lo que atraía su mirada?.

— ¿Tú crees? —pregunté, llamando la atención de su ojos hacia mi rostro.

Mi jefa se incorporó, separándose un poco de mí, sacando pecho y arqueando ligeramente su espalda, adquiriendo una pose que regaló mi vista con el espectáculo de sus formas ensalzadas.

«¡Pero qué pibón!», exclamé por dentro, sintiendo los latidos de mi polla torturándome. «Piensa en Laura, piensa en Laura, piensa en Laura…»

— Por supuesto —me contestó—. Es largo, contundente y bien delineado en las formas… ¡Me encanta!.

¿De verdad se estaba refiriendo al informe?.

— Me alegra que te guste —dije, suspirando—. No sabía si te parecería demasiado… atrevido o duro, pero estaba deseando enseñártelo y que tú juzgases qué hacer con él.

Yo también sabía jugar con las palabras.

— Y me has dejado gratamente sorprendida —contestó, sonriendo con picardía—, tanto, que desearía que fuese mío…

— Bueno, tras tu revisión ya lo es… ¿Dónde quieres que te lo meta?.

Sin duda, mi riego cerebral no era suficiente, mi sangre se acumulaba en otra zona, y ésta había adquirido conciencia de sí misma para tomar el control de mis palabras.

La sonrisa de Sonia se amplió.

— Métemelo todo…

Ya está, se acabó, una orden directa, y yo era muy diligente.

— …en el disco duro común —continuó, tras tragar saliva—, el informe y toda la documentación asociada. Guárdalo todo en la carpeta del cliente, y el lunes, a primera hora, se lo mandaré.

Sí, no había duda, estaba hablando del informe. Mi integridad y mi puesto laboral seguirían intactos.

— De acuerdo —contesté, con un contradictorio sentimiento de alivio y decepción—. Entonces, si no necesitas nada más, ya me marcho.

— Sólo una última cosa —me dijo, con una enigmática expresión en sus ojos. ¿Tal vez decepción?—. Ya que el informe está impreso, ¿puedes traer el archivador del armario para guardarlo?.

— Por supuesto, ahora mismo te lo traigo.

Me levanté rápidamente, y fui directamente al armario que hacía las veces de archivo histórico, en el lado opuesto de la oficina. Me costaba caminar con mi miembro, tremendamente erecto, pegado a mi muslo derecho, pero el paseíllo y el par de minutos que necesité para encontrar el archivador correcto, me permitieron recobrar parte de mi compostura para volver a la mesa de Sonia.

El bulto en el pantalón seguía siendo patente, pero no tanto, permitiéndome caminar con mayor libertad, hasta que llegué a pocos metros de mi jefa. Entonces me di cuenta de que ella había echado su silla hacia atrás, permitiéndome verla sentada de cuerpo entero, con la piernas cruzadas apuntándome, mientras su vista permanecía fija en cómo me acercaba, y sus dedos volvían a acariciar su cuello y clavícula.

El cosquilleo en mi estómago se presentó nuevamente, irradiándose con la velocidad del rayo a mi entrepierna, que reaccionó deteniendo su toque de retirada.

A tan sólo un par de metros de mi jefa, esperándome ella sentada, mi perspectiva acercándome me brindó una espectacular vista aérea de la abertura de su camisa, haciendo sonar las cornetas en mi bóxer para que mi fiel soldado se pusiera firme en su puesto. Cuando llegué ante ella, rodeando su mesa y aparentando total normalidad, me planté con mi metro ochenta y cinco ante sus verdes ojos, con una auténtica empalmada de caballo.

Sonia se quedó mirando con descaro la fálica forma que se marcaba escandalosamente en mi fino pantalón, por lo que yo no tuve ningún reparo en aprovechar mi ventajosa perspectiva para admirar la plenitud de sus senos a través de su increíble escote.

— El archivador —dije, ofreciéndoselo.

Mi espectadora alzó su rostro y nuestras miradas se encontraron. Sus ojos refulgían con destellos verdes y las llamas de su excitación. Cogió el archivador con una mano y, sin siquiera mirarlo, lo apartó dejándolo sobre la mesa.

Me observó de la cabeza a los pies, volviendo a subir con una parada bajo mi cintura, que le hizo morderse el labio, para alcanzar nuevamente mi cara mientras yo estaba perdido en el balcón de sus deliciosos pechos.

— Me encanta —dijo, casi en un susurro—. Y sabes que no me refiero al informe…

Mis ojos volvieron a su bello rostro, cuya dulzura habitual se había transformado en una expresión de pura lujuria.

— Lo sé —contesté, casi sin aliento al comprobar que había interpretado correctamente todas las señales—. Me vuelves loco, Sonia…

— Ya lo veo, ya —dijo, volviendo su incandescente mirada a mi tremenda evidencia—. Está claro que la nota que me escribiste no era sólo un cumplido… Chico, vas muy potente…

— Sólo quería animarte porque me enteré de lo que te había pasado —sentía el rubor como fuego en mis mejillas—. Pero te puse lo que de verdad pienso, y como ves, no puedo negarlo…

— Pues conseguiste tu objetivo —su mirada iba constantemente de mi cara a mi paquete, al igual que la mía iba de su rostro a su escote—. Conseguiste hacer saltar un resorte en mi cabeza, y volví a sentirme una mujer, no el despojo humano en que me había convertido.

— Tú nunca podrías ser un despojo —le dije, sintiendo cómo me palpitaba el miembro cada vez que ella volvía a morderse el labio—. Siempre me has parecido tan sexy… desde el día en que te conocí…

— Eres un encanto. No te imaginas lo gratificante que resulta que un jovencito le mire a una del modo en que me había dado cuenta que tú me mirabas a mí… Por eso tu nota me gustó y… me excitó. Así que decidí que era el momento de recuperar esa forma tuya de mirarme.

— Uf, Sonia, ¡es que cada día estás más buena!.

Ella emitió una encantadora risa.

— Deja de halagarme, o al final se me subirá a la cabeza —dijo, encantada con mi apreciación—. Además, eso que guardas en los pantalones ya me dice lo que piensas de mí…

Miré hacia mi propia entrepierna, hasta entonces sólo había echado un rápido vistazo para comprobar si se notaba mi estado, y corroboré que, tanto el bóxer como el pantalón que había elegido aquella mañana, no dejaban lugar a la imaginación. Mi verga se distinguía claramente marcada en la ropa, partiendo desde el pubis para prolongarse por mi muslo derecho, como una gruesa y larga anaconda que buscase una salida a su doloroso encierro.

Volví a mirar a mi jefa y sonreí, pero en esa pausa en la que los dos mantuvimos nuestras miradas y contuvimos nuestras respiraciones, mi conciencia despertó: «¡Ale, muy bien!. Ella ya sabe que te pone burrísimo, y tú ya sabes que a ella le pones, o le pone que te ponga, ¡o lo que sea!. Pero ya sabes que no puede haber “mambo” con tu jefa, ni en la oficina, ni con nadie que no sea Laura. Así que ya estás cargando con el trabuco y llevándoselo a su legítima dueña: TU NOVIA».

— Bueno —dije, cortando el silencio que se había creado—, creo que debo…

— Recibir mi gratitud por ayudarme a salir del pozo —me interrumpió ella.

Descruzó las piernas, hizo rodar unos centímetros su silla hacia delante y, mordiéndose el labio, alcanzó mi entrepierna con su mano derecha, acariciando todo el contorno y longitud de mi falo atrapado.

Un leve gemido se escapó de entre mis labios al sentir tan placentera caricia, mientras ella impulsaba la silla con los pies, acercándose aún más a mí, hasta situarse a tan sólo unos centímetros de mi pelvis, aprovechando que mis piernas se habían abierto en respuesta a su mano.

Mirándome a los ojos con una sonrisa excitantemente perversa, se ayudó con la otra mano para desabrocharme el pantalón y bajármelo a medio muslo.

— Mmmm… —emitió, aprobando mi ropa interior de tejido elástico marcando paquete.

A mi novia le encantaba ese tipo de prenda, y puesto que esa tarde iba a quedar con ella, la había elegido a conciencia.

Laura volvió a ocupar mi cabeza, pero la maniobra de Sonia agarrando mi verga para moverla en mi ropa interior, girándola como si fuese la manecilla de un reloj para colocármela apuntando a las doce, la echó a patadas de mis pensamientos.

Mi jefa volvió a mirarme con su perversa sonrisa de lasciva madurita, y me quedé extasiado contemplando el brillo de sus ojazos, la sensualidad de sus labios y la profundidad de su escote. Tiró de la prenda que entorpecía sus intenciones, y desenfundó mi arma, mostrándose en todo su esplendor: dura como el acero, con su tronco surcado de gruesas venas y el redondeado glande húmedo y sonrosado.

— ¡Joder, chico!, ¡qué bien dotado estás! —exclamó mi debilidad laboral, con satisfacción, empuñando mi polla con ganas.

Una carcajada se me escapó. Primero de gozo por el halago, y segundo porque, en casi tres años, nunca había oído a mi jefa decir un taco o hablar de esa manera.

— Gracias —contesté, sonriéndole e incapaz de creerme cuanto estaba ocurriendo—. Tú me has puesto así.

— Entonces me pertenece —aseguró, acariciándola con su mano, recorriendo todo su grosor y longitud: arriba y abajo, arriba y abajo, haciendo brotar más humedad de su punta.

«¡No!», gritó mi conciencia, sin que nadie pudiera oírla. «¡Le pertenece a Laura!».

La lenta y suave paja que aquella experta mujer me estaba realizando, me hizo sordo a cualquier reproche de mis principios.

— Ummm, me encanta —añadió Sonia, manteniendo el masaje de mi miembro—. Haría palidecer al cabronazo de mi ex…

Aquella forma de masturbarme, tras tanta tensión acumulada, me estaba matando, así que no iba a tardar en encontrar alivio para aquella tortura a mi joven resistencia.

— ¿Sabes cuánto hace que no me como una polla?, ¿una buena polla?. Se acabó la sequía….

Aquellas palabras no me cuadraban en esa deliciosa boquita de piñón, en la corrección dialéctica de mi jefa. En ella resultaban mucho más excitantes de lo que sonarían en cualquier otra mujer.

— Puede venir cualquiera y pillarnos —dije, sin aliento, tratando de recobrar la cordura en última instancia.

— Nadie aparece por aquí un viernes por la tarde —susurró la reina de mis fantasías—. Nadie me va a impedir que me coma esta polla…

Sus palabras fueron refrendadas al contactar sus rosados labios con mi glande mientras su cabeza bajaba, haciendo que la testa de mi polla invadiese su cálida y húmeda boca, deslizándose suavemente sobre su lengua mientras el tronco iba penetrando entre sus sedosos pétalos.

— ¡Ooooohhhh! —gemí, sintiéndome en el paraíso.

«Arderé en el infierno por cabrón infiel, junto al exmarido de esta increíble mujer», pensé por un instante. «Pero habrá merecido la pena».

Sonia tenía una pequeña boca de carnosos labios y bonita forma, pero parecía delicada y poco propensa a disfrutar de la comida, sin embargo, las apariencias engañan. Su boca era golosa, succionando con glotonería mi banana, imprimiendo fuerza con los labios y devorando cuanta carne era capaz de acoger, hasta sentirme tocando su campanilla.

Su suavidad, calor y humedad, y la presión de sus labios, lengua y paladar, hicieron vibrar mi verga dentro de aquella maravillosa cavidad, haciéndome sentir cómo mi próstata bombeaba un repentino caudal de líquido seminal a través del conducto de mi gruesa manguera.

— ¡Sonia, Sonia, Sonia…! —grité.

Ella hizo oídos sordos a mi aviso, limitándose, únicamente, a desincrustar mi glande de su garganta para, sin dejar de succionar, sacarse sin prisa la polla de la boca, hasta hacerla estallar dentro de ella.

Me corrí apretando los dientes, ahogando un gruñido animal. Mi músculo palpitó dentro de la boca de mi jefa, eyaculando borbotones de hirviente semen que mi próstata propulsaba con todo el furor de la tensión acumulada. Inundé con mi elixir aquella boquita, saturándola con mi sabor de macho, y me deleité observando cómo los carrillos de Sonia se hinchaban como los de una trompetista. Pero enseguida volvieron a hundirse hacia dentro, haciéndome sentir en mi convulsionante miembro una increíble succión, que le obligó a seguir disparando con furia todas las reservas acumuladas para ese momento.

Sonia tragó las primeras y abundantes descargas de leche que habían colmado su cavidad y, realizando un suave vaivén de cabeza, mamó mi pedazo de carne hasta obtener de él su último y agónico estertor, con una postrera succión que finalizó haciendo brotar mi enrojecido glande de entre sus pétalos con un chasquido.

Fascinado, contemplé cómo los ojazos de mi felatriz se abrían y me miraban fijamente mientras, con la boca cerrada, saboreaba y tragaba los últimos lechazos que se habían estrellado contra su paladar.

Nunca habría imaginado algo así de ella, siempre tan dulce y comedida, tan correcta, tan formal y educada… Esa transformación en hembra lasciva, hambrienta y glotona en el momento pasional, se convirtió en una revelación que echó aún más leña a las hogueras de mis fantasías con ella.

«Señora en la calle y puta en la cama», pensé con satisfacción. «Sin duda, la experiencia es un grado».

Por norma general, las chicas que rondaban mi edad, al menos aquellas con las que yo había estado, actuaban en el sexo tal cual se mostraban en la vida. La que era puta, era puta; la tímida, era tímida; la egoísta, egoísta; la generosa, generosa….Pero la lección que Sonia acababa de darme, la hizo mucho más misteriosa y atractiva que cualquier otra chica a la que hubiese conocido, y la lección no había hecho más que comenzar.

— Mmm… Pues sí que te caliento, sí —me dijo, con una seductora sonrisa—. Has entrado enseguida en erupción…

— Sonia, lo siento —traté de disculparme, rojo como un tomate—. Me has puesto tanto… Te he avisado…

Mi jefa rio con ganas.

— No tienes por qué disculparte, me ha encantado. Lástima que no me haya dado tiempo a disfrutar más con ello. Será por tu juventud… Eres tan joven… —afirmó, observando que mi erección se mantenía a media asta— Y estás tan rico…

Su mano acarició mis testículos con dulzura, produciéndome un cosquilleo que me hizo estremecer.

— Uuuuffff… —suspiré— Eres increíble, y si sigues por ese camino…

— ¿Ah, sí? —preguntó, extendiendo sus caricias hacia el músculo que se negaba a replegarse—. Entonces sólo ha sido un aperitivo, y tengo tanta hambre…

Sus ojos refulgían con una incontrolable lujuria, y me di cuenta de que, mientras su mano izquierda acariciaba arriba y abajo el mástil, manteniéndolo en vilo, la otra bajaba a su propia entrepierna para frotarla por encima del pantalón.

Mi polla volvía a endurecerse. La situación era tan prohibida y excitante, y mi jefa tan sexy y experta, que ella tenía razón. Mi precipitada corrida sólo había sido un aperitivo fruto de una tensión incontenible, que había alcanzado tal grado, que todo mi cuerpo clamaba por dar lo mejor de mí mismo para llegar a una satisfacción completa.

Comprobando cómo ese pedazo de carne se revitalizaba en su mano, Sonia no dudó en volver a acercarse a él, sacando su lengua para lamer lentamente desde los testículos hasta la punta, provocando una elongación que le hizo sonreír, mientras su mano derecha se colaba por la cintura de su pantalón para acariciarse suavemente bajo la ropa.

Yo sólo podía suspirar, mudo y expectante, disfrutando de las sensaciones y el espectáculo que alimentaría para siempre mis sueños húmedos. Me parecía increíble que esa preciosa y experimentada mujer, que esa inalcanzable diosa de sabiduría y dulzura, se estuviese haciendo terrenal para dejarse dominar por sus pasiones, mostrándome una insospechada faceta de hembra en celo. ¡Y yo era el causante de esa transformación!.

Su lengua circundó mi glande, y sus labios se posaron sobre él dándole un beso. Lo recorrieron suavemente, envolviéndolo para introducirse entre ellos unos milímetros, mientras la punta de su lengua lo palpaba jugueteando con él. Lo dejó salir, y fue bajando y depositando besos por toda la longitud del tronco, haciéndome sentir la suavidad de sus carnosos labios en todo mi miembro.

— Me encanta sentir cómo se te está poniendo de dura —me dijo, volviendo a acariciarla con la mano mientras besaba mis ingles—. Y más aún que sea por mí…

— Joder, es que no soy de piedra —dije entre dientes.

— Pues de piedra quiero que se te ponga en mi boca… —sentenció, con una sonrisa maliciosa.

Partiendo desde el escroto, pasó toda la superficie de su lengua por el tronco de mi hombría, sujetándola en alto, dándole una lamida que hizo que un escalofrío recorriese mi columna vertebral, obligándome a arquearla y mover mi pelvis hacia delante. Cuando llegó al extremo de mi erección, casi completa, la bajó y guio entre sus labios para, con la ayuda de mi suave empuje, penetrarse la boca succionando cuanto músculo pudo.

Mi polla se convirtió en un dolmen en aquella divina cavidad que la envolvió, alcanzando su máximo grosor, mientras sentía cómo los labios de Sonia ejercían una enloquecedora presión a tan sólo un par de dedos de mi pubis, y su garganta acogía mi bálano como si pudiese tragárselo. ¡En mi vida me habían hecho una mamada tan profunda!, ¿y quién podría pensar que mi jefa era una auténtica tragasables?. Era una loba con piel de cordero, ¡mejor aún que en cualquiera de mis fantasías!.

La miré con absoluta fascinación, y vi cómo se echaba hacia atrás abriendo sus enormes ojos verdes para contemplar mi rostro desencajado de placer, mientras se desincrustaba la gruesa cabeza de mi cetro de su garganta y volvía a succionar poderosamente, haciendo surgir mi sable entre sus labios, que lo apretaban masajeando toda su longitud hasta circundar nuevamente el glande, y hacerlo salir con un chasquido.

— Uuufff, Sonia —dije, tras un breve gruñido de gusto—, así me matas…

— Estás tan rico —me contestó, con gesto vicioso, sin detener el movimiento de su mano trabajándose la entrepierna bajo la ropa—, que quiero comerte entero…

Sin más dilación, sus labios volvieron a tomar mi lanza y la succionaron hacia el interior de su boca, haciéndome estremecer de gusto, y regalándome la vista con el fuego esmeralda de su mirada mientras mi polla desaparecía entre sus sedosos pétalos, hundiéndose sus carrillos.

Como si se tratase de un Chupa Chups, mi jefa se recreó recorriendo todo la cabeza de mi verga con sus labios, embadurnándola de saliva, deslizándola entre ellos, haciéndola salir y entrar, acariciando el frenillo con la punta de su lengua, volviéndome loco con sus golosas chupadas. Y todo ello sin dejar de atravesarme con su lujuriosa mirada, permitiéndome disfrutar de las mejores vistas posibles de su escote, y masajeándose el clítoris bajo su pantalón con devoción.

Con mi polla en la boca, comenzó a gemir con el trabajito digital que ella misma se estaba realizando. Se estaba masturbando a conciencia, disfrutando casi tanto como yo, y pude deducir que se metía los dedos bien adentro, cuando engulló mi pepino con especial voracidad.

— Uuuummm, Soniaaaaahhh —gemí, sintiendo sus labios oprimiéndome tan abajo que su garganta acogió la punta de mi jabalina.

Las piernas me flaquearon por la potencia de su succión y el placer que me proporcionó. Hasta el punto de que, inconscientemente, tuve que sujetarme poniendo mis manos sobre su cabeza. Ella gimió por el efecto de sus dedos explorando los más recónditos lugares de su encharcado coñito, pero también gimió aprobando que la agarrase de aquel modo.

Empecé a sospechar seriamente que a ella le excitaba sobremanera que yo la encontrase irresistible, y que mi placer fuera extremo por su pericia. Tal vez, aquello supusiera un alimento para su maltrecha autoestima: Su exmarido le había puesto los cuernos y dado al traste con su matrimonio por una veinteañera, hundiéndola en una depresión. Y el que un veinteañero se hubiera fijado en ella, mostrándose salvajemente atraído por sus encantos, y derritiéndose en sus manos, debía ser un potente afrodisiaco para su ego.

Chupó con gula toda mi polla, haciéndola deslizarse entre sus labios, sacándosela mientras la envolvía ejerciendo fuerza con toda su boca, convirtiendo aquella mamada en la más intensa experiencia sexual que había tenido nunca. Cuando llegó al extremo, mi estado era tal, que ya no respondía de mis actos. Mis manos presionaron su cabeza, y mi pelvis empujó hacia delante para penetrarla nuevamente. Sonia gimió con la boca llena de carne, cerrando los ojos para entregarse, y percibí que hundía con más ahínco su mano en su entrepierna.

Viendo que aquello, lejos de intimidarle o resultarle brusco, le gustaba, le metí la polla hasta donde sentí que ella era capaz de tragar, y se la saqué despacio, oyendo el sonido de su saliva al ser sorbida mientras mi músculo surgía de entre sus labios. De no haberme corrido instantes antes, lo habría hecho en aquel momento. Pero ahora tenía margen para disfrutar un rato de aquello.

Comencé un vaivén de caderas, suave para no dañar a mi diosa oral, pero constante, haciendo entrar una y otra vez mi ariete entre sus lubricados pétalos, mientras ella gemía masturbándose al ritmo que mi pelvis le marcaba.

Perdí totalmente la noción del tiempo, completamente entregado a follarme esa maravillosa boca como nunca antes había hecho, gozando de la presión y fricción de sus labios, la calidez y humedad de su cavidad, la potencia de succión… Hasta que Sonia me apartó las manos de su cabeza, indicándome que la dejara.

«Ahora es cuando me la calzo y le doy lo que llevo casi tres años aguantándome», pensé.

Pero no, aquel no era el plan inmediato de mi jefa. Estaba disfrutando como una loca de comerse mi joven polla mientras se masturbaba ávidamente. Así que estaba dispuesta a retomar ella el control, acelerando el ritmo de su mano para frotarse ansiosamente el clítoris, mientras degustaba mi músculo con mayor glotonería, alcanzando un increíble poder de succión, y un frenético movimiento de cervicales, digno de un melenudo en al momento álgido de un concierto de Heavy Metal.

Aquello iba a ser mi fin. La voracidad de la mamada era sublime, un canto al apetito sexual, una oda a la generosidad de proporcionar el goce ajeno, una auténtica apología de la felación…

Con los dientes apretados, casi sin respiración, disfruté de la impensable gratificación laboral que mi jefa me estaba dando, tratando de aguantar todo lo posible para que aquello no acabase de forma precipitada. Pero esa batalla la tenía perdida de antemano.

Sonia gemía con la boca llena de macho, incesantemente, a la misma velocidad con la que se acariciaba y me devoraba, haciéndome notar que su propio orgasmo era tan inminente como el mío.

Todo mi cuerpo vibró, y pensé que era el fin, pero no. Lo que vibraba era mi móvil en el bolsillo de mi pantalón.

«¿Pero quién cojones me llamará ahora?», me pregunté, consiguiendo evadirme por unos instantes del sublime placer físico. «¡Como para coger llamadas estoy yo ahora!».

La vibración cesó, y todos mis sentidos volvieron a centrarse en lo que ocurría en mi región pélvica. Mi jefa no parecía haberse dado cuenta de la llamada, concentrada en estallar de placer y arrastrarme con ella. Estábamos a punto de caer los dos al vacío, pero…

“¡Bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz, bzzzzz…!”

«¿Otra llamada?», pensé fuera de mí. «¿Pero quién puede ser tan inoportuno y pesado?».

Esta vez la llamada fue más larga, o a mí me lo pareció, hasta que la molesta vibración se detuvo sin que Sonia diese muestras de haber notado nada. Es más, no sólo no se había distraído, sino que había progresado en la búsqueda de su orgasmo hasta regalar mis oídos con gritos ahogados mientras se corría, casi arrancándome el miembro, pero sin llegar a sacárselo de la boca.

«No, si al final tendré que agradecer a quien me haya llamado el haberme distraído…» pasó fugazmente por mi cerebro.

Pero el arrebato orgásmico de Sonia terminó por rematarme. La presión en el interior de su boca, con efecto ventosa, me hizo sentir que mi polla estallaba como un cartucho de dinamita dentro de aquella cueva. Me corrí como una botella de champán agitada y descorchada, como un géiser de hirviente semen que arremetió contra el paladar y la lengua de mi jefa, cuya succión evacuó rápidamente hacia su garganta el varonil elixir, mientras ella disfrutaba aún de los últimos ecos de su orgasmo.

Mi musa bebió de la fuente de mi excitación, consumiendo su delirio y el mío hasta que ambos murieron, uno en su sexo, y el otro en su boca. Y, por fin, liberó al violáceo prisionero de su encierro, depositando un jugoso beso en su redonda cabeza, para deleitarse con el postre de mi última descarga antes de tragarla.

Con la respiración propia de un maratoniano, me maravillé contemplando cómo mi bella jefa eliminaba todo rastro de lo que allí acababa de ocurrir, chupándose de forma increíblemente provocativa los dedos embadurnados con sus propios jugos. Pero mi valiente soldado ya no tenía fuerzas para presentar batalla, al menos durante un rato.

«Mejor que esto haya acabado así», pensé. «Sin llegar a echar un polvo completo. Así, tal vez, no arda en el infierno por toda la eternidad por serle infiel a mi novia. Con recibir veinte latigazos de mi conciencia, diez por corrida, será suficiente castigo».

Ante la evidencia de que aquello había acabado, y en un pueril ataque de pudor por la decadencia de mis efectivos, me subí el bóxer y el pantalón, abrochándolo ante la atenta mirada de mi capitana general.

— ¿Tienes prisa? —me preguntó, con un cierto tono de decepción.

— N-no —conseguí decir, poniéndome completamente colorado—, supongo que no.

— ¡Qué mono! —exclamó, divertida—, y ahora te da vergüenza… Cuando acabas de follarme la boca y correrte en ella… —añadió, mordiéndose el labio.

— Yo… —la verdad es que no sabía que decir— Me pones tanto que creo que se me ha ido de las manos…«¡Y tengo novia!», gritó mi conciencia.

— Bueno, reconozco que a mí también se me ha ido de las manos. Nunca había estado tan cachonda…

Seguí alucinando con esa forma de hablar de mi jefa, habiendo perdido todo formalismo para que sus palabras sonasen afrodisíacas en mis oídos.

— …pero, claro, te has pasado toda la tarde mirándome las tetas y marcando un paquete como para reventarte el pantalón… Y estás tan rico…

Sus ojos, aún mostrando el brillo de la lujuria, volvieron a estudiarme de arriba abajo.

— Es que, Sonia, no puedo dejar de mirarte porque estás tan buena… Y ese escote…

— ¿Te refieres a esto? —me preguntó con picardía, mientras se desabrochaba otro botón, invitándome a perderme entre esos Alpes suizos.

— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, verbalizando mis pensamientos de ocasiones anteriores—. Sólo comparables a esos ojazos que me tienen hipnotizado desde que te conocí —suavicé el tono en última instancia.

Sonia rio con verdaderas ganas. Una cantarina risa que hacía muchos meses que no se oía en esa oficina.

— Eres todo un seductor —me dijo, recomponiéndose y poniéndose en pie—. Anda, ven aquí —añadió, pasando sus manos en torno a mi cuello, pegando su voluptuoso cuerpo al mío y ofreciéndome esos labios que me habían derretido.

«Al final, arderé junto a su ex», pensé.

Mis manos la tomaron por su sinuosa cintura, mi rostro bajó al encuentro del suyo, y mi boca se hizo con su aliento para entregarme a un pasional beso.

La experta lengua que había agasajado mis más bajas pasiones, se convirtió en una escurridiza anguila en mi boca, acompañándola mi húmedo músculo en sus eróticas contorsiones para interpretar juntas una sensual danza.

Aquel beso era tan fogoso y excitante, y en un entorno tan ajeno a todo tipo de rituales amatorios, que sentí cómo todo mi cuerpo volvía a vibrar. Pero Sonia también lo sintió, porque el centro de la vibración se encontraba en mi muslo izquierdo, pegado a ella.

— ¡Joder! —dijo, separándose de mí—. ¿Otra llamada?. Sí que debe ser importante…

— ¿Te has enterado de las anteriores? —pregunté, sorprendido.

— Julio, te estaba comiendo la polla… —contestó, guiñándome un ojo verde-grisáceo en la corta distancia.

¡Cómo me ponía que ella me hablase así!.

— …así que podía oír el zumbido del móvil cada vez que me agachaba un poco más —concluyó, haciéndome otro fascinante guiño—. Anda, cógelo, que para hacer tres llamadas casi seguidas, sí tiene que ser importante.

Sonriendo, embobado con su belleza, saqué el vibrante teléfono del bolsillo y me quedé pálido al mirar la pantalla.

— ¡Venga, contesta! —insistió mi jefa, con tono autoritario.

— ¿Sí?… —dije, descolgando y acercándome el aparato a la oreja—. …¿Ah, sí?. Perdona, estaba… muy ocupado… —añadí, observando cómo Sonia se divertía al ver cambiar mi color del frío blanco al cálido rojo— …Vale, vale, ya he terminado, ahora bajo.

Colgué la llamada y tragué saliva.

— ¿Y bien?, ¿era importante? —me interrogó mi debilidad laboral, cruzando sus brazos bajo sus magníficos pechos.

— Sí, era mi novia —ni pude, ni quise mentir—. Quería darme una sorpresa… Me está esperando en el bar de abajo.

— ¡¿Qué?! —gritó Sonia, fuera de sí—. ¿Qué tienes novia?. Pero, pero… ¡no me lo habías dicho!.

— Bueno, nunca ha surgido la ocasión… —alegué pobremente, sintiéndome el ser más ruin del mundo.

— ¡¿Que nunca ha surgido la ocasión?! —Sonia estaba furiosa como nunca la había visto, roja de rabia y con el rostro desencajado—. ¿Y qué tal antes de meterme tu polla en la boca?.

En aquel momento su lenguaje no me excitó nada, me sentó como un invisible bofetón.

— Lo siento, Sonia…

— ¡Sal de mi vista! —sus preciosos y expresivos ojos brillaban, pero no de lujuria, sino de ira incontenible.

Me sentí intimidado, minúsculo, como un grano de sal en una salina, incapaz de mantener aquella mirada, pues no tenía ningún argumento para poder hacerlo.

Como un perro apaleado, pero sintiéndome más vil que una comadreja, me di la vuelta y me marché de allí.

«¿Sólo veinte latigazos?», preguntó mi conciencia. «Prepárate para cien… Y el castigo de tu jefa».

3

Pasé todo el fin de semana sintiéndome culpable por haberle sido infiel a mi novia, tratando de compensarle por mi traición, sin que ella supiese por qué estaba más cariñoso que de costumbre, o por qué ese sábado le invité a cenar a aquel restaurante que siempre había querido probar, pero que yo siempre había dejado para la siguiente ocasión especial.

Fruto de mi sentimiento de culpabilidad, y de las imágenes de mi jefa corriéndose con mi polla en la boca, reproduciéndose en sesión continua en mi cerebro, ese fin de semana follé con Laura hasta la extenuación. Aunque no sería justo decir que esas fueron las únicas causas, ya que mi novia me gustaba, y mucho. Estaba realmente buena, y cualquier hombre desearía ser su pareja y probar sus excelencias.

Laura era una chica de veintitrés años, inteligente, extrovertida y muy guapa. Tenía el cabello dorado, unos bonitos ojos azules, y un magnífico cuerpo esculpido por la danza clásica que desde niña había practicado, aunque acabase abandonándola por los estudios. No destacaba por su talla pectoral, aunque tampoco estaba mal, con unos lindos pechitos para degustar de un bocado, pero lo compensaba de sobra con su impresionante culo de bailarina, la perfección hecha culo. Y bien sabedora de ello, mi novia le sacaba todo el partido posible a esa parte de su anatomía, usando prendas ajustadas que lo resaltasen. Así que me volvía loco, y con más razón, porque a Laurita le gustaba disfrutar y hacerme disfrutar con ese par de prietas nalgas, siendo auténtica entusiasta de la entrada por la puerta de atrás.

Pero aquel fin de semana no todo fue culpabilidad, cena romántica y montar a mi novia como a una yegua salvaje, también lo pasé preocupado, terriblemente preocupado y sin poder dormir por las posibles consecuencias que traería el escarceo con mi jefa.

Enterarse de que yo tenía novia, había enfurecido a Sonia, y no era para menos, pues ella mejor que nadie sabía lo que era vivir una infidelidad desde el lado del engañado. Así que podría tomar represalias contra mí, dándome un escarmiento, y mucho me temía que esas represalias comprenderían acciones para que me echasen de la empresa porque, ¿cómo seguir viéndonos las caras como si nada, tras lo que había pasado?.

El lunes volví a la oficina tan nervioso como en mi primer día. Pero a diferencia de aquella ocasión, esta vez no encontré nada que pudiese mitigar mis temores, más bien todo lo contrario. Cuando llegué, mi jefa ya estaba en su puesto, y al verme, su rostro se transformó en un gesto de puro odio. Sus enormes ojos verdes fueron dagas de hielo que me atravesaron, dejándome herido de muerte.

Con la mirada perdida en las letras que se visualizaban en la pantalla de mi ordenador, pasé las horas sintiendo cómo me descomponía por dentro, incapaz de trabajar, y sin atreverme a apartar la vista del monitor para dirigirla hacia aquella que, cuando pasaba a mi lado, me regalaba una nueva puñalada verde.

Mi estado de nerviosismo y malestar alcanzó su punto álgido cuando vi que Sonia se reunía con José Luis, el jefe de departamento, y durante una hora permanecían en el despacho de éste con la puerta cerrada. Cuando finalizó la reunión, mi corazón dio un vuelco al recibir un mail de mi jefa.

«Ya está», pensé. «La comunicación de que me van a echar».

Ni me atreví a abrirlo. Durante diez minutos observé el aviso del correo en mi pantalla, reuniendo el valor para leer la convocatoria que me llevaría ante el jefe de departamento para darme la patada en el culo.

Por fin, cliqué en el mail, en el cual no figuraba asunto, y di un largo resoplido al comprobar que no era nada de lo que había imaginado. Sonia me había enviado la petición de un nuevo informe para uno de nuestros clientes, explicando los requerimientos, y adjuntándome la documentación de partida.

Sentí cómo se me aflojaban las tripas, esas vísceras que toda la mañana habían permanecido hechas un nudo, con la imperiosa necesidad de ir al baño a deshacerme de cuanta tensión pedía a gritos salir de mi cuerpo.

Al levantarme, no pude evitar echar una mirada hacia atrás, y me encontré con los ojos de Sonia clavados en mí. Le sonreí estúpidamente y, por supuesto, la sonrisa no me fue devuelta. Sin embargo, el rostro de mi jefa se había suavizado en su expresión, seguía siendo duro, severo, nada amistoso, pero esa vez no sentí ningún objeto punzante perforando mi piel para acabar conmigo.

«Por ahora, no me van a echar», pensé mientras estaba en el baño. «Está claro que está enfadada conmigo, pero no mezcla lo personal con lo profesional. Está muy por encima de mí… No soy más que un crío para ella».

Era perfectamente comprensible que nada más verme, tras lo ocurrido, me mirase con odio, pero no tenía ningún sentido odiarme sin medida. Seguro que ella también le había dado alguna vuelta al asunto durante el fin de semana, y su madurez le había permitido afrontar mi mentira, por omisión de información, mucho mejor de lo que yo lo habría hecho. Nada más verme, seguro que sus más nefastos sentimientos habían vuelto brotar pero, tras el primer impacto, en sus ojos había visto que los estaba dejando marchitarse para que, algún día, terminasen muriendo. Mi fascinación por ella no hizo sino aumentar.

Al volver a mi puesto, ya no hubo cruce de miradas, estaba absorta en su ordenador. Sin embargo, al volver a sentarme frente al mío, comprobé que tenía otros dos correos suyos, sendas peticiones de informes.

«Así que este es mi castigo: sobrecarga de trabajo», pensé, resignado y aliviado por ser un mal menor. «Parece que saldré con vida de ésta”.

Al tener tres informes que realizar y, encima, especialmente complicados, me pasé la semana sin poder despegar los ojos de la pantalla y los dedos del teclado, quedándome todos los días el último para salir; lo cual influyó directamente en mi relación con Laura. Apenas tuvimos tiempo de vernos en toda la semana, puesto que ambos aún vivíamos con nuestros padres, por lo que la posibilidad de descargar estrés y tensiones disfrutando con mi novia, quedó lejos de mi alcance.

Mi jefa, sin saberlo, no sólo me había castigado en la oficina, también me había castigado a no follar en toda la semana, lo cual, en una pareja como nosotros, era algo absolutamente irregular y casi insoportable.

— Veo que has seguido mi consejo —me dijo Rebeca el último día de aquella larga semana, tras intercambiar unas opiniones de trabajo.

— ¿Qué consejo? —le pregunté, reanudando la búsqueda de bibliografía en internet para mis informes.

— Chico, a veces pareces tonto —me contestó, bajando el tono y obligándome a dejar mi tarea para prestarle toda mi atención—. El consejo de dejar de echarle miraditas a la jefa.

— Ah, sí —dije, algo sorprendido porque ella se hubiera fijado. «Aunque si supieras por lo que es…», pensé.

Durante aquellos cinco días, no me atreví a mirar a Sonia ni una sola vez, sólo interactué con ella para el formal “Buenos días” al encontrarnos por la mañana, bajando inmediatamente la cabeza.

— Muy bien, es lo mejor que puedes hacer. Los líos de trabajo suelen acabar mal, peor si son entre jefes y subordinados, y peor aún, si se puede dañar a otras personas…

— Que sí, Rebeca, que lo sé —dije, con desgana—. Se acabaron las miraditas para siempre.

— Perfecto, porque no velo sólo por ti, también lo hago por Sonia.

— ¿Por ella? —pregunté, confuso—. ¡Ni que fuese a violarla!.

— De verdad, con lo listo que eres, no sé si me tomas el pelo o vives en otro mundo… —afirmó mi compañera, con fastidio.

— En serio, no lo entiendo —me excusé, tratando de tranquilizarla.

— ¡Joder, Julio, pues está muy claro!. Sonia es ahora vulnerable, no tiene muchas defensas, e igual que se puede llegar a ella fácilmente, también se le puede dañar con la misma facilidad.

— Ya… Pero yo no estaba buscando llegar a ella —alegué, sin mucha convicción—, sólo la miraba porque me parece muy guapa.

— Y ella podría malinterpretarlo, ¿no crees? —me preguntó, con cierta irritación—. Que un caramelito le mire poniendo ojitos, para ella, puede significar mucho…

¡Bendita sea la franqueza de Rebeca!. ¿Acababa de confesar que yo le parecía un caramelito?. Sí, sin duda, y esa era la única satisfacción que había tenido en toda la semana, haciéndome sonreír por dentro.

— Vale, vale, ya lo entiendo —le dije—. Crees que ella lo podría tomar como una invitación, y que, por su situación, podría captar su interés.

— Eso es —afirmó mi compañera, relajándose—. Por eso te decía que velaba por ambos.

— Bueno, pues ya está, sabes que no tienes por qué preocuparte. Las miraditas y el tontear con la jefa se han acabado.

Rebeca sonrió, y ambos volvimos a concentrarnos en nuestro trabajo, aunque yo aún pensé en lo que acababa de decirme. ¿Me había aprovechado yo de la vulnerabilidad de Sonia el viernes anterior?. No, definitivamente, no. Mi jefa se encontraba mucho más fuerte y recuperada de lo que Rebeca pensaba, y lo que había pasado entre ambos no había sido fruto de una invitación por mi parte sino, más bien, el resultado de algo que había estado latente desde que nos conocimos, algo mutuo, incluso siendo ella quien había tomado la iniciativa.

Ahogado por el trabajo, preferí no darle más vueltas al asunto en lo que quedaba de mañana pero, a pesar de mis esfuerzos por acabar pronto, y como parte de la penitencia que se me había impuesto, tuve que quedarme a trabajar aquella tarde. Y no sería para un rato, tendría que pasarme toda la tarde avanzando con los informes para, al menos, dejar uno de ellos terminado. No podría disfrutar del fin de semana hasta la noche, cuando, por fin, podría estar con Laura y dedicarle el tiempo que se nos había arrebatado, desfogándonos por los cinco días de abstinencia a los que no estábamos acostumbrados.

Al igual que el viernes anterior, cuando volví de comer, la oficina ya estaba desierta, y enseguida me puse al teclado para redactar como un poseso.

La verdad es que, trabajar con la oficina vacía, resultaba muy productivo, al no haber ninguna distracción. Pero mi distracción se materializó a la media hora, cuando Sonia apareció cruzando toda la oficina, evitando pasar por mi lado.

«¡Uf, qué mal rollo!», pensé. «Céntrate en trabajar y cumplir con lo que te ha mandado».

Imposible. Saber que estábamos allí los dos solos, en el mismo lugar donde el cielo y el infierno se habían desatado consecutivamente, no me dejaba pensar más que en lo sucedido.

«¿Debería ir a hablar con ella?», me planteé. «No, eso podría ser un auténtico suicidio. Mejor dejar pasar el temporal y que las aguas vuelvan, poco a poco, a su cauce».

Habiendo tomado ya la decisión, y dispuesto a reconcentrarme en el trabajo, un aviso saltó en mi pantalla de ordenador. Era una ventana del programa de mensajería instantánea propio de la empresa, y dentro se podía leer un mensaje de Sonia:

— En cinco minutos, en la sala de reuniones.

Se me revolvieron las tripas. Al final, parecía que sí íbamos a hablar, y el que me citase en la sala de reuniones sólo podía significar una cosa: Una charla oficial para echarme. Irónicamente, resultaría que, el mandarme tres informes, habría servido para que no pudiese acabar ninguno en plazo, y así tener la excusa perfecta para prescindir de mí, alegando incompetencia.

— Allí estaré —escribí, sintiendo cómo me temblaban los dedos.

Cinco minutos después, recorrí la oficina, dejando atrás la zona de trabajo para cruzar el pasillo que conducía a la sala de reuniones. Cuando llegué a mi destino, allí estaba esperándome mi jefa, sentada en la silla acolchada que presidía la alargada mesa de madera negra.

— Ho-hola —dije, con la voz temblorosa.

— Pasa y cierra la puerta —contestó ella, severamente.

Cerré la puerta tras de mí, y me quedé inmóvil, sin atreverme a dar un solo paso.

— ¿Te acercas, por favor? —me preguntó, con tono imperativo­—. Estamos solos y no tiene sentido hablar a voces.

Me acerqué hasta ella esperando a que me ofreciese la silla que quedaba a su lado, pero no lo hizo. Simplemente, echó su silla hacia atrás y se giró para quedar completamente frente a mí, dejándome en pie.

En aquel momento, pude observarla como no la había observado durante toda la semana. Llevaba un bonito vestido de un intenso color azul, veraniego, dejando sus hombros al aire para formar un escote palabra de honor. Le quedaba perfectamente ceñido a la forma de sus exuberantes pechos y talle, hasta abrirse formando una falda de corte triangular, que le cubría hasta casi la mitad de las pantorrillas, cruzada una sobre la otra. De pie, debía llegarle hasta los tobillos. Calzaba unas elegantes sandalias negras, con tacón, dejando al descubierto los dedos de sus pies, con sus uñas escrupulosamente pintadas del mismo color que el vestido, al igual que las de sus manos, que descansaban en los reposabrazos de su silla. Estaba impresionante, tanto que, a pesar de las circunstancias, sentí cómo mi virilidad, en desuso durante cinco días, despertaba bajo mi fino pantalón de algodón.

— ¿Cómo llevas los tres informes que te pedí el lunes? —me soltó a bocajarro, con una intensa mirada verde y todo su rostro en tensión, marcándose aún más sus atractivas facciones.

La verdad es que, sacándola de ese contexto, su expresión era como la de algunas modelos de revista. Esa expresión dura, que te puede dar ganas de decir: “Venga, niña, sonríe un poco”, pero a la vez salvaje, que lo que te da para pensar es: «Te follaba de todas las formas posibles». Y a mí, el rostro de aquella que estaba a punto de echarme del trabajo, lo que me inspiraba era lo segundo, y más sabiendo lo que era capaz de hacer con esa boquita y labios entreabiertos.

Me fue imposible evitarlo. Tal vez fuera por juventud, o tal vez por una abstinencia forzosa, o seguramente porque estaba ante la madurita más sexy que había visto jamás, pero fuera por lo que fuera, sentí cómo mi verga crecía haciéndome incómodos los bóxer, a pesar de ser elásticos.

— Estoy a punto de terminar uno —contesté, con los brazos cruzados, en pose defensiva mientras bajo mi cintura se evidenciaba una grosera erección.

— ¿Vas a terminar uno? —preguntó, abriendo aún más sus ojos, clavados en los míos para mantenerme petrificado. Parecía sorprendida.

— Sí, del resto sólo tengo buscada la información necesaria para hacerlos —dije, con resignación—. No he podido llegar a más —añadí, bajando la vista.

Los ojos de Sonia siguieron a los míos, pero me di cuenta de que seguían descendiendo y se detenían un segundo en mi entrepierna antes de volver a subir. ¿Era una media sonrisa el gesto que me había parecido observar fugazmente en sus labios?. No podía ser, pero mi palpitante músculo así lo entendió, y alcanzó su grado máximo pegado a mi muslo.

— ¿Que no has podido llegar a más? —repitió mi jefa, mostrando mayor sorpresa—. Es increíble, Julio, nos dejas mal a todos…

«Ale, ya está, ahora viene el hachazo», pensé. «Échale un buen vistazo a ese par de tetas, porque será la última vez que las veas».

— ¿Qué voy a hacer contigo?… ¿Qué voy a hacer contigo? —se repitió mi futura exjefa, estudiándome de arriba abajo.

— Si me das otra semana —contesté, intentando no darlo todo por perdido—, como ya tengo toda la información buscada, echándole horas, podría acabar también los otros dos informes…

Repentinamente, Sonia se rio de tal modo, que sus pechos botaron, empeorando mi situación y haciéndome sentir como un patán empalmado.

— Por favor, déjalo ya —dijo, tras el súbito ataque de risa—, que me estoy poniendo mala…

¿Sus preciosos ojos habían vuelto a bajar a mi paquete?.

— Tenías que haberme dicho antes que tenías novia —soltó, de repente—, y no habríamos llegado a esto.

Una gota de sudor frío recorrió toda mi espalda, haciendo que se me erizasen los pezones y mis sentidos se aguzaran, permitiéndome percibir las discretas protuberancias que, levemente, se marcaban en esas dos majestuosas montañas a las que mi vista iba una y otra vez. ¿Indicaban que mi jefa también tenía los pezones erectos?.

— Yo… Sonia, de verdad que lo siento… Eres tan irresistible…

— Julio, si es que no haces más que darme motivos… ¡Venga, arrodíllate!.

— ¿Quieres que te suplique perdón? —le pregunté, dispuesto a hacerlo.

— No —contestó, lacónicamente.

— ¿Quieres que te suplique por mi trabajo?.

— No, quiero que me compenses.

Me quedé estupefacto, no entendía nada, hasta que ella descruzó sus piernas y subió su falda hasta medio muslo.

— ¡Vamos, ponte de rodillas y compénsame! —ordenó, mordiéndose el labio y devorando con sus refulgentes ojos el exagerado abultamiento de mi pantalón.

¡No me lo podía creer!. Me iría de la empresa, pero por la puerta grande, comiéndole el coño a mi deliciosa jefa diecisiete años mayor que yo, la misma que me iba a echar. ¡Qué locura!.

«Al menos me iré con un buen sabor de boca», pensé, mientras me arrodillaba entre las piernas de aquella que me castiga y premiaba a la vez.

«¿Y Laura?», preguntó mi conciencia.

«Esta es una oportunidad única en la vida», le contesté, percibiendo el irresistible aroma de hembra excitada. «¡Come y calla!».

Acaricié los blancos y tersos muslos de mi jefa, deleitándome con su suave tacto mientras me adentraba entre ellos, embriagándome de fragancia de mujer. Subí más la falda, y acerqué mi nariz y labios hasta aquel pequeño velo negro que cubría la meta de mi recorrido. Besé ese tanga, húmedo y caliente, aspirando los efluvios que a través de él manaban, y lo presioné con los labios, disfrutando del gemido de Sonia mientras constataba que la íntima prenda ya llevaba un buen rato empapándose con su excitación.

Mis manos se deslizaron bajo las redondas nalgas de mi jefa, y éstas se elevaron para permitirme tomar las tiras del tanga mientras mis dientes lo aferraban y tiraban de él, deslizándolo por los muslos hasta alcanzar las rodillas. Las piernas se cerraron un instante, dejándolo caer al suelo, y volvieron a abrirse mostrándome el manjar que ansiosamente esperaba a ser degustado.

Miré los enormes ojos verdes que tantas veces me habían hipnotizado, y el fuego que vi en ellos casi consigue derretirme. Un suspiro femenino me invitó a acercarme a aquella fruta madura rezumante de néctar, y como una mosca acude a la miel, así acudí yo a aquel coñito de gruesos y rosados labios.

Acerqué mi boca y mi cálido aliento sobre aquella divina vulva, arrancándole un nuevo suspiro a Sonia. Saqué mi lengua, y lamí suavemente de abajo arriba, recorriendo con mi escurridizo apéndice toda la longitud de la hendidura, hasta rozar el duro botoncito, obteniendo como premio un estimulante gemido femenino.

— Mmmm, Sonia, estás deliciosa —susurré, mirándole a los ojos—. ¿Es así como quieres que te compense?.

— Joder, sí —me contestó, con la respiración acelerada—. Estoy mojada desde que has entrado en esta sala, y no has hecho más que ponerme cachonda…

— ¿Me vas a echar? —pregunté, soplando suavemente sobre su humedad.

— Sólo si me dejas en este estado… —contestó, estremeciéndose.

Sonreí, observando su gesto de sufrimiento por el estado de extrema excitación en el que se encontraba. La realidad era muy distinta a las angustiosas conjeturas que me habían atormentado hasta caer de rodillas ante ella.

Agarré sus nalgas con fiereza, viendo cómo ella sonreía expectante, y bajé mi mirada para que toda mi boca atrapase sus labios mayores mientras mi lengua se convertía en una sonda que atravesaba pliegues de piel, adentrándose en aquel lujurioso volcán cercano a la erupción, analizando la infernal temperatura de su interior.

— ¡Uuuuuuummmm…! —escuché el erótico gemido.

Su sabor deleitó mis papilas a lo largo de cuanto músculo pudo adentrarse en aquella cueva de suaves paredes, y presioné con mis labios succionando aquella fruta prohibida, mientras mi lengua se retorcía en su interior.

Sonia jadeaba, y cuando mi succión y penetración se hicieron máximas, agarró mi cabeza apretándola contra su sexo mientras sus muslos subían sobre mis hombros, entregándose totalmente a mí.

— ¡Jodeeerrrr, qué gustazo! —le oí exclamar, entre dientes.

Besé aquella suave vulva carente de vello, succioné sus carnosos labios, y exploré su profundidad y contorno con mi inquieta lengua, degustando la exquisitez de su excitación.

Sonia gemía sin descanso, intercalando mi nombre entre sus muestras de gozo, revolviendo mis cabellos y atrayéndome hacia ella como si quisiera introducir todo mi ser en su febril cuerpo.

No necesitaba mucho para hacerla precipitarse en el abismo del orgasmo, su estado era tal que, cuando me situé entre sus muslos, ella ya se había asomado al borde del precipicio. No precisaba más que un leve empujón, y yo, respondiendo a sus deseos, se lo di sin dudarlo.

Mi lengua salió de entre sus pliegues, y atacó su clítoris frotándolo con la punta. Eso volvió loca a mi diosa, que elevó el volumen de sus gemidos.

— ¡Ahí, sí!, ¡ahí, sí!, me mataaaaaassss…

Su cuerpo temblaba, agonizando de gusto, así que, sintiendo que mi propia excitación latía en mi entrepierna, decidí rematar la faena. Atrapé su perla con mis labios, y la succioné como si mamase de ella, mientras una de mis mano salía de debajo de su culo y dos dedos penetraban repentinamente en el chorreante coño, hasta perderse completamente en él.

Todos los músculos de aquella madura obra de arte se pusieron en tensión. Su espalda se arqueó, sus manos soltaron mi cabeza y se aferraron como garras a los reposabrazos de la silla, sus muslos aprisionaron mi cabeza con fiereza, y un cálido torrente de fluidos embadurnó mis dedos.

Con un agónico grito, Sonia alcanzó el orgasmo, y mis dedos salieron de su interior para que mi sed se saciase con las termales aguas de su júbilo. Se corrió con mi boca pegada a ella, succionando y lamiendo cuanta esencia de mujer fui capaz, bebiendo de su sexo hasta vaciar la estilizada ánfora de su cuerpo.

Liberado de la tensión, todo su cuerpo se relajó con un suspiro, abriendo el candado que sus piernas habían formado alrededor de mi cuello.

Limpiándome la barbilla y degustando los restos de la gloria alcanzada, me puse en pie contemplando la excitante imagen de mi jefa recostada sobre la silla, con la falda subida hasta la cintura, las piernas abiertas, y su hermosa concha hinchada, brillante y enrojecida. La polla no me cabía en el pantalón.

— ¡Cuánto lo necesitaba! —dijo ,más para sí misma que para mí—. Ahora ya estamos en paz —añadió, subiéndose el tanga y recuperando una pose más decorosa, aunque no por ello menos sensual.

— ¡Uf! —resoplé—, no sabes cuánto me alegro. Pensé que estabas furiosa conmigo… Estaba muy preocupado…

— Y lo estaba —contestó, volviendo a la compostura de partida—. Al menos en el momento, pero poco a poco se me fue pasando el enfado… Ya he sufrido bastante por mí misma, así que… ¿por qué sufrir por los demás?. Si le pones los cuernos a tu novia, es tu problema, y el suyo…

Me quedé alucinado, Sonia volvía a darme una lección.

— Ya… —dije, dándole vueltas a sus palabras— Es la primera vez que hago algo así, y el sentimiento de culpa me ha estado torturando… Y después la preocupación, pensando que mi trabajo estaba en peligro…

Sonia rio, de pura satisfacción.

— Bueno, aunque decidí que no merecía la pena enfadarse contigo, pensé que merecías un escarmiento.

— ¿Entonces no has pensado en ningún momento en echarme?.

— ¡Pues claro que no!. Te mandé los tres informes para que te agobiaras un poco… Pero no son prioritarios —agregó, guiñándome uno de sus ojazos para que mi enhiesto miembro palpitase de deseo.

— ¿Entonces, no hay que presentarlos ya? —pregunté, sorprendido.

— No, pero ya que los tienes tan avanzados, se podrán enviar en cuanto los termines.

Resoplé nuevamente aliviado.

— Si te soy sincera, pensaba hacerte sufrir un poquito más. Te había citado para echarte la bronca por no haber podido avanzar casi nada… Pero, claro, te has presentado aquí diciéndome que has hecho en una semana el trabajo que cualquier otro habría tardado, al menos, dos semanas más; marcando paquete por mí a pesar de tenerte agobiado, y estás tan rico… En resumen, que me has puesto tan cachonda que me has hecho cambiar de opinión.

Sonia se mordió el labio, volviendo a escanearme de arriba abajo con fuego en su mirada.

— Entonces, ¿y ahora? —pregunté tontamente, poniéndome en jarras.

— Sigues poniéndome malísima… ¡Desnúdate!.

Mi cerebro no necesitó procesar toda la información, hacía rato que estaba en modo hibernación por la carencia de flujo sanguíneo que lo activase, así que mis bajas pasiones obedecieron aquella orden como si me fuese la vida en ello, pues esa era la orden que había deseado recibir de mi jefa desde el día que la conocí.

Sin inquietarme un ápice por encontrarnos en una sala de reuniones a la que, a pesar de ser viernes por la tarde, cualquiera podría acceder, me quedé completamente desnudo ante ella, lanza en ristre, sin un atisbo de vergüenza, plenamente consciente de que mi juventud y, ¿por qué no decirlo?, mi agraciado físico, eran objeto de su deseo.

— ¡Joder, pero qué bueno estás! —exclamó, mordiéndose el labio con ahínco, recorriendo con su esmeralda mirada cada detalle de mi cuerpo.

Sonreí y, envalentonado por su reacción, di un giro completo sobre mí mismo para elevar aún más mi orgullo y sentir sus ojos devorándome.

Sonia se levantó y, agarrando mi rígido miembro con su mano, clavando sus fulgurantes ojos en los míos, me susurró:

— Quiero que me folles…

— Y yo quiero follarte…

Sonrió complacida.

— A pesar de que tienes una novia mucho más joven que yo… ¿Cuántos años tiene?.

— Veintitrés —contesté, sintiendo cómo su mano liberaba mi pértiga para recorrer suavemente mis pectorales, uniéndosele la otra en doble caricia.

— ¿Y tú? —volvió a preguntar, descendiendo por mi abdomen como si quisiera contar con su dedos los músculos que en él se esbozaban.

— Veintiséis… —dije, con un suspiro.

— Ummmm, ¿y aun así, me deseas?, ¿teniendo ya una chica de la que yo podría ser su madre?.

— Sonia —le dije, agarrándole por la cintura, aplastando mi erección entre ambos mientras sus manos agarraban mis glúteos—, eres la mujer más sexy que he conocido jamás. Te deseo más que a nada en el mundo —añadí, totalmente convencido—. Eres puro fuego y no puedo evitar querer quemarme…

Ella sonrió y acercó su boquita de fresa hasta casi tocar la mía, y mientras en mi mente sepultaba a mi conciencia, me lancé a devorar esos apetitos labios, invadiendo su boca con mi lengua.

Mi jefa se estrechó contra mi cuerpo, incrustándose toda la longitud de mi polla en su abdomen, clavándome los dedos en el culo y respondiendo a mi beso con ardor, enroscando su lengua con la mía, succionándome con sus carnosos labios con verdadera gula.

Sus esponjosos pechos se aplastaban sobre el mío, deseosos de ser liberados para recibir cuantas atenciones merecían por mi parte, incitándome con la punzada de sus pezones, mientras su cadera se apretaba contra la mía, frotándose contra la dureza de mi barra de carne.

Accedí a los ruegos de nuestros cuerpos, y rápidamente desabroché la cremallera de su vestido. Me separé de ella, succionando sus labios y, con una sonrisa de auténtica lujuria, observé cómo aquel precioso escote se abría para mostrarme aquel par de maravillas de la naturaleza, realzadas y apenas contenidas por el excitante sujetador negro con encaje.

— ¡Qué pedazo de tetas! —exclamé, con total sinceridad.

Sonia rio, haciendo que el vestido se deslizase por su piel hasta caer al suelo.

— Eso mismo dijiste el viernes pasado, está claro que te gustan. ¿Tu novia no las tiene así? —me preguntó, acariciándoselas.

— ¡Uf! —exclamé, en plena combustión—. ¡Qué más quisiera yo!. Sonia, tienes unas tetas dignas de adoración.

Volvió a reír visiblemente complacida y excitada. Sin duda, salir ganando en la comparación con una chica veinte años más joven, y mi admiración por ella, la incendiaban como una pavesa en un pajar.

— Está claro que eres un conquistador —me dijo melosamente, mientras salvaba la corta distancia que había quedado entre ambos.

La recibí con las palmas de mis manos abiertas, hasta que sus voluminosas redondeces encajaron perfectamente en ellas, apretándose a mi tacto mientras mis dedos acogían esos esponjosos senos, tratando de abarcar tan generoso volumen.

Sonia se mordía el labio ante la pasión y brío del masaje que dediqué a sus divinos dones, a pesar del sujetador, apretando su cuerpo contra el mío, haciéndome alzar sus pechos entre mis manos mientras su cálido tanga humedecía la férrea dureza de mi espada bien templada.

No podía dejar de contemplar cada excitante detalle de mi preciosa jefa: el verde grisáceo de sus refulgentes ojos, el carmesí de sus labios castigados por sus blancos dientes, y la belleza de sus senos oprimidos por mis manos y nuestros cuerpos, formando un enloquecedor busto.

Alzándose sobre los tacones de sus sandalias, me dio un juguetón mordisco en el mentón, y mis labios fueron al encuentro de los suyos para que nuestras lenguas se enzarzasen en frenética danza conjunta, explorando nuestras bocas con afán conquistador.

Su cadera se contoneaba, frotando su entrepierna contra mi erección, masajeándomela y haciendo que la gruesa punta incidiese sobre la fina tela del tanga, incrustándoselo entre los carnosos labios, que con hambre voraz suplicaban porque el velo cayese para alimentarse de la dura fruta que palpaban sin poder saborear.

Abandoné el moldeable tacto de sus senos, necesitaba sentirlos y tenerlos plenamente, por lo que mis manos recorrieron la espalda de aquella poderosa Afrodita, produciéndole un escalofrío, para desabrochar el sujetador que tiránicamente contenía la voluptuosidad femenina.

Sonia se despegó de mí y, dejando caer la prenda desabrochada, liberó, para goce de mi vista, la hermosura de sus orgullosas mamas. Simplemente, espectaculares.

A pesar de su tamaño y las hebras plateadas que ya peinaba su dueña, aquellos dos majestuosos encantos con forma de lágrima, se mantenían dignamente en contra de la gravedad. Sí, al quedar liberados de la sujeción, habían cedido ante las leyes de la física bajando su desafiante mirada, pero su suave y tersa piel aún conseguía mantenerlos como si las dos últimas décadas no hubieran hecho mella en ellos, presentándose ante mí como las tetazas con las que, desde mi más precoz adolescencia, había soñado.

Las pequeñas pecas que ya había visto adornando su escote, se extendían como una constelación por todo el cielo enmarcado por aquellos dos planetas, invitándome a ser un astrónomo que le pusiera nombre, trazando un dibujo con mi lengua para unir las diminutas estrellas.

Sus pezones, rosados, en erótico contraste con la nívea piel, se mostraban del tamaño perfecto para ser succionados y amamantar mis deseos con su aguda erección, apuntándome para que los reclamase como míos. Y así lo hice.

Con un firme paso, la distancia entre ambos se redujo a la mínima expresión. Agarré las tetas de Sonia con mis manos, deleitándome con el suave tacto de su tersa piel, sopesándolas maravillado, recorriendo todo su volumen con dedicación, oprimiéndolas apasionadamente, recreándome con su consistencia y, finalmente, alzándolas y bajando mi cabeza para estudiar astronomía entre ellas, escuchando la carcajada de mi jefa de pura satisfacción.

Hundí mi rostro entre aquellos volúmenes que amorosamente lo acogieron, y besé con devoción cada centímetro cuadrado de piel hasta llegar a comerme con gula el seno izquierdo de Sonia, quien gemía sujetándome la cabeza a la vez que la presionaba contra su pecho, mientras mi boca se abría y cerraba mamando aquella carne que la llenaba.

Acaricié con la punta de la lengua el erizado pezón, haciéndolo vibrar con ella para, después, trazar circunferencias delineando la forma de la areola mientras mis labios atrapaban la puntiaguda cúspide y la succionaban.

— Diooossss, cómo me pones… —susurró mi jefa, entre dientes.

Mordisqueé suavemente el pezón, oprimiendo al mismo tiempo la teta con mi mano, y Sonia emitió un leve quejido de sorpresa, dolor y placer simultáneo. Pasé al otro pecho, y le dediqué las mismas atenciones y tratamiento, disfrutando de llenar mi boca con aquel manjar que mi novia jamás podría darme tan abundantemente.

— Joder, Julio —dijo mi musa, entre gemidos—, me vas a devorar… Yo también quiero mi ración…

Me hizo abandonar sus senos, atrayendo mi boca hacia la suya. Introdujo su lengua hasta casi tocarme la campanilla, y sus suaves y apetitosos labios succionaron los míos con un arrebato salvaje. Atacó mi cuello, besándolo sonoramente mientras sus manos acariciaban mi abdomen presionándolo y comprobando su dura consistencia. Bajó deslizando sus labios por mis pectorales, y alcanzó mis enhiestos pezones para arrancarme gemidos al succionarme uno y después el otro.

— Uffff, Sonia, si sigues por ese camino no voy a poder aguantar —dije, observando cómo su cabeza descendía.

Su lengua dibujó un camino de saliva desde mi pezón izquierdo hasta la línea media de mi abdomen, y mientras las palmas de sus manos recorrían mis pectorales presionándolos, su excitada voz llegó a mis oídos:

— Estás tan bueno… Me has puesto tan cachonda… ¡Joder, tengo que comerte entero!.

Me encantaba cómo se transformaba su lenguaje cuando se dejaba dominar por la lujuria, era tan chocante y pasional… Además, ante tal declaración de intenciones, no había objeción posible. Por mucho que deseara follármela ya, cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo que yo: disfrutar de su hambre de mí.

Con su lengua, recorrió las formas de mi abdomen, besando con sus pétalos los músculos, involuntariamente contraídos para desvelar su contorno, mientras sus manos bajaban por mi cuerpo hasta agarrarme con fuerza del culo, clavándome en él las uñas para arrancarme un gemido de excitante dolor.

Continuó su recorrido con rumbo sur, regalándome la vista con la imagen de su cuerpo doblado, destacándose la sinuosidad de su cintura y la rotundidad de un buen culo, entre cuyos cachetes se perdía la tira del tanga.

La barbilla de Sonia, en su descenso, topó con la punta de mi humedecida lanza y, alzando su vista para petrificarme con su intensa mirada, se acuclilló para sujetarme la verga mientras su lengua descendía por mi pubis hasta llegar a la ingle, acariciando toda la longitud de mi falo con su rostro, surcando su mejilla con un reguero brillante. Entonces, se arrodilló y, en mi mente se quedó grabada a fuego para siempre la imagen de mi jefa de rodillas ante mí, con mi polla en su mano, y su boca recorriendo mis testículos para chuparlos con dulzura.

«Todo trabajador debería tener así a su jefa en algún momento de su vida», pensé con una carcajada interna.

Sonia era una auténtica experta en lo que estaba haciendo, se notaba cuánto disfrutaba con ello, y eso me hacía pensar en cómo habría podido ser tan gilipollas su exmarido, teniendo a semejante hembra en casa.

«Señora en la calle y puta en la cama», se repitió en mi mente el pensamiento de la vez anterior. «¡Es una diosa!».

Su incendiaria mirada verde-gris volvió a alzarse, hipnotizándome mientras su lengua recorría toda la longitud de mi cetro, flexionándolo para poner al alcance de sus labios mi bálano y poder besarlo, causándome cierta incomodidad ante la antinatural posición de mi erecto miembro.

— ¿Te he hecho daño? —preguntó, viendo mi gesto torcido—. ¡Lo siento, es que no llego!.

La diferencia de estaturas se hizo patente en aquel momento. Arrodillada, por muy evocador que fuese, mi jefa no alcanzaba a chuparme bien la polla.

— No, no pasa nada —contesté, entre jadeos—. Sonia… quiero follarte… —añadí, viendo un resquicio para cumplir mi fantasía de calzarme a la jefa, puesto que la de que me hiciera sexo oral ya la había cumplido una semana atrás.

— Después —sentenció ella, con una sonrisa maliciosa—. ¡He dicho que te voy a comer entero y pienso comerte entero! —añadió, levantándose para volver a colocarse con el cuerpo doblado como minutos antes—. ¡El que seas alto para mí no me va a impedir disfrutar comiéndome este pedazo de polla!.

Y sin más, colocó mi glande entre sus labios y bajó la cabeza succionando mi falo hasta que se incrustó en su garganta, arrancándome un profundo gruñido de satisfacción. Volvió a subir repitiendo la succión, tan poderosamente, que sus carrillos se hundieron provocándome palpitaciones en mis más recónditos lugares.

— Ooooohhhh, Sonia —gemí, sintiendo que hasta la cabeza me daba vueltas—, así vas a acabar enseguida conmigo… Me voy a correr…

Mi jefa asintió sonoramente, con la boca llena de mi pétrea carme, y continuó con la profunda prospección de su garganta, utilizando mi miembro como sonda.

Nunca había sentido nada igual, nunca me habían hecho una mamada tan profunda y voraz. Aquella diosa de oficina era una auténtica loba practicando el arte de la felación, y se notaba que yo la inspiraba especialmente para devorarme con tanta pasión. Así que no tardé más que unas pocas, exquisitas y salvajes chupadas en sentir cómo todo mi potente músculo latía, pareciéndome más grueso que nunca, mientras las oleadas de denso líquido blanco recorrían con premura el conducto que les llevaría hasta una efervescente libertad.

Con un gruñido que retumbó en la sala de reuniones, me corrí dentro de la boca de mi jefa, llenándosela con un géiser de denso e hirviente esperma que ella recibió chocando contra su paladar y derramándose sobre su lengua, tragándolo para dar cabida a las nuevas descargas que mi polla expelía frenéticamente en aquella gloriosa cavidad, mientras ella seguía mamando para llevarme hasta el delirio.

Sonia bebió de mí, apurando mi esencia con dedicación, degustando el sabor de mi virilidad y juventud como si fuese el más delicioso néctar que su paladar hubiese probado jamás, haciéndome aullar mientras todo mi cuerpo se tensaba derramando hasta la última gota de mi excitación dentro de su boca.

Con fascinación, contemplé cómo no tragaba mis últimos impulsos eyaculatorios, ladeando la cabeza y permitiéndome ver cómo chupaba con sus sedosos pétalos, suavemente, mi grueso glande, envolviéndolo con el resbaladizo producto de mi orgasmo mientras entraba y salía de entre sus rojos labios, produciéndome un maravilloso cosquilleo que mantenía mi erección con la bandera a media asta.

Finalmente, con una última succión que me arrancó otro gruñido de puro placer, apuró los restos del blanco fluido sobre mi sensible piel para dejarme la semirrígida polla reluciente.

— ¡Qué delicia! —exclamó, incorporándose y aún relamiéndose.

— Ha sido increíble —contesté, con una sonrisa de oreja a oreja—. Me has dejado seco…

— Es que me excitas tanto, y me gustó tanto el otro día —confesó, agarrándome del culo para pegar su cuerpo al mío—, que me he pasado toda la semana deseando volver comerte.

Apretándose aún más contra mí, y aprisionando entre nuestros cuerpos el músculo que se negaba a relajarse ante semejante hembra, me incitó para que mis labios devoraran los suyos, y mi lengua explorase aquella cálida boca en la que mi virilidad acababa de derretirse.

Aquel tórrido y desesperado beso, la presión de su cuerpo contra el mío, el tacto de nuestras pieles fusionadas, mi juventud y su experiencia, y el irrefrenable deseo que ambos sentíamos, propició que mi verga volviese a alcanzar todo su esplendor, como un grueso, largo y pétreo monolito incidiendo con descaro en el bajo vientre de aquella fogosa madurita.

Dándole mordiscos en el lóbulo de su oreja izquierda, mis manos surcaron su estrecha cintura y poderosas caderas para deslizar hacia abajo las tiras del tanga, hasta que éste cayó al suelo por sí solo.

Sonia besaba mi torso, recorriéndolo con sus labios, mientras sus manos acariciaban con dedicación mi espalda y glúteos.

La agarré por el culo, más voluminoso y carnoso que las perfectas cachas de Laura, mi novia, pero aun así, un magnífico ejemplar de anatomía trasera femenina. Los últimos meses en el gimnasio habían surtido su efecto, y aquellas nalgas habían adquirido una proporción y tonicidad que cualquiera desearía palpar. Las apreté con los dedos, comprobando su consistencia y, a pesar de que, por un instante, el recuerdo de mi novia abofeteó mi mente, la pasión me hizo su esclavo, incitándome a tirar de aquellos glúteos para alzar a su preciosa dueña.

Sonia se entregó completamente a mí, rodeó mi cuello con sus brazos y, abriendo las piernas, permitió que la levantara del suelo sin mucho esfuerzo. Sus gruesos labios vaginales besaron y embadurnaron de zumo de hembra toda la longitud de mi pértiga, pero no la penetré. Mi bálano presionó su clítoris y, mientras ella enroscaba sus piernas en torno a mi cintura, froté su botón con la punta de mi lanza.

Ahogando sus gemidos contra mi pecho, movió sus caderas, aferrándose a mis hombros, aumentando la mutua excitación mientras yo daba dos pasos para sentarla al borde de la larga mesa de la sala de reuniones. Aquella mesa siempre me había parecido demasiado alta, pero en aquel momento me pareció perfecta, el mobiliario preciso para grabar una escena de película porno.

La congestionada abertura de mi jefa y mi mortal acero se encontraron frente a frente, expectantes ante el apuñalamiento sin compasión que tendría lugar para que nuestros cuerpos agonizasen derramando todos sus fluidos.

— Métemela ya… necesito tu polla… no puedo más… —dijo mi víctima, con un erótico tono suplicante, abriéndose más de piernas y agarrándome de la cintura para atraerme hacia ella.

— ¡Joder, no tengo condón! —exclamé, en un momento de cordura.

— Ni falta que hace, estoy operada… ¡Así que métemela toda de una puta vez!.

Seguía pareciéndome increíble la transformación de su lenguaje cuando era presa de la lujuria, pero más increíble aún me pareció el poder cumplir la fantasía de follarme a mi jefa, y sin barreras de por medio, lo que aún no había hecho con mi novia… salvo por detrás.

Acomodé mis caderas entre sus tersos muslos y, agarrándola del culo, apunté con mi bayoneta empujando hacia delante. Mi glande fue cálidamente acogido por los carnosos labios, y penetró suave y resbaladizamente por la gruta hasta desaparecer devorado por el cuerpo de Sonia.

Se la metí lentamente, penetrando su vagina como un punzón al rojo vivo perforando un bloque de cera, disfrutando de la increíble sensación que jamás había experimentado con tal intensidad al penetrar un coño, puesto que siempre había tenido que utilizar un condón. Me encantó sentir con mi propia piel la resbaladiza y abundante humedad de un coño encharcado con flujo de hembra, escaldando mi verga con su calor de forma enloquecedora, una auténtica gloria que ansiaba investigar en mayor profundidad.

Mi jefa no estaba para sutilezas, hacía casi un año que nadie le metía una dura polla, y muchos años más que no sentía una verga joven y vigorosa abriendo sus entrañas, así que, tirando salvajemente de mi culo, me hizo ensartarla de golpe, a fondo, hasta que nuestros pubis golpearon con toda mi zanahoria engullida por su conejo.

— ¡Aaaaaahhhh! —gritó orgásmicamente.

Se corrió clavándome las uñas en los glúteos, estirando y arqueando su espalda, y regalándome la más excitante expresión de su rostro. Su coño se contrajo tirando de mi ariete, exprimiéndolo hasta hacerme gruñir de placer, obligándome a dar empujones de cadera que le clavaban más y más mi taladro en sus profundidades, mientras mi pelvis golpeaba rítmicamente su clítoris.

Entre jadeos, su orgasmo se prolongó con mis embestidas, hasta que finalmente concluyó con mi diosa abrazándose a mí para apoyar su rostro en mi pecho.

— ¡Joder, qué bueno! —dijo, alzando la cabeza para darme un juguetón mordisco en la barbilla—. Quiero más…

Sus ojos brillaban como nunca, dos exóticas gemas con el fuego de la pasión en su interior. Era tan arrebatadoramente bella…

La besé como si no fuera a haber un mañana e, inconscientemente, mis caderas reanudaron su empuje, poco a poco, hundiendo mi implacable puñal en sus carnes, dándome un exquisito placer que nunca habría imaginado que sentiría en aquella sala.

Mis manos recorrieron la suave piel de su espalda y cintura, y acudieron con fervor a la llamada de aquellos divinos pechos que no podía dejar desatendidos.

Sonia, llena de mí, se mantenía a tono tras el clímax alcanzado, y volvía a gemir con mis estocadas. Al sentir mis manos tratando de abarcar sus senos, facilitó mi acceso a ellos echándose hacia atrás para estirar los brazos y apoyarse con las manos en la mesa, tras su balanceante culo.

— Son tuyas —me dijo, con gesto eróticamente perverso—, pero no dejes de follarme…

— Seguiré follándote hasta empotrarte en la mesa —contesté, agarrando sus tetazas con ambas manos sin detener el bombeo—. Y después seguiré follándote hasta que puedas atravesarla.

Una sincera carcajada convulsionó todo su cuerpo, estrangulando de forma tan intensamente placentera mi falo enterrado en él, que a punto estuve de correrme.

Embistiendo rítmicamente su vulva, acaricié, manoseé y masajeé aquellos magníficos montes. Calibré su volumen, testé su turgencia y evalué su esponjosidad, apretándolos con mis dedos, empuñándolos como a dos enormes pelotas antiestrés, y pellizcando sus pezones.

Sonia se volvió loca, dejándome claro que aquel (nada delicado) tratamiento, la elevaba un peldaño más en su estado de excelsa excitación.

— ¡Joder, Julio, jodeeeer!. Me estás matando… —dijo, entre gemidos.

Me incliné sobre ella y, con apremiante gula, me comí el opíparo banquete que me ofrecían sus senos, recorriéndolos con la lengua, succionando con los labios, metiéndome cuanto volumen me cabía en la boca, chupando los pezones… Un festín que a duras penas podía darme con las tetas de “a puñaíto” de mi novia.

Por un momento, concentrado en disfrutar de aquellos manjares, perdí el ritmo de las penetraciones, cosa que mi jefa no tardó en aseverarme:

— Me ibas a empotrar en la mesa… Pero, chico, estás perdiendo fuelle…

Levanté la cabeza y vi cómo Sonia me sonreía. Estaba disfrutando como hacía años que no lo hacía, y no pretendía más que retarme para alcanzar cotas que nunca había alcanzado.

— Te vas a enterar —le dije, poseído por la lascivia—. Ahora yo soy tu jefe —añadí, clavando mis ojos en los suyos.

Mi madura fantasía se mordió el labio visiblemente afectada por mis palabras, y no dudé ni un instante en cumplir con ellas. Agarrándola por las caderas, la obligué a tumbarse en la mesa y, combinando embestidas pélvicas con tirones de su cuerpo para atraerlo hacia mí una y otra vez, empecé a follármela salvajemente, sacándole la polla casi por completo para volver a hundirla hasta el fondo sin compasión, provocando que su culo se restregase por la lisa superficie de la mesa con el intenso movimiento. Y a ella le encantó.

Mi dominada jadeaba sin resuello, dejándose manejar, completamente entregada al placer, atenazando mi cintura con sus muslos, y empujando con sus caderas cada vez que la atraía hacia mí incrustando mi glande en sus entrañas, mientras yo golpeaba su vulva y culo con mi pelvis. Se sujetaba la cabeza revolviéndose su castaño cabello, como si no pudiera creer el placer que estaba experimentando y temiera perder la cordura.

Con la boca entreabierta, alternando con mordiscos en su labio inferior, Sonia gemía tratando de contenerse para no elevar el tono más de la cuenta, pero aun así, conseguía regalar mis oídos con sus ronroneos de gata en celo.

Su rostro, ruborizado, estaba más bello que nunca, acentuando la forma de sus altos pómulos y sus facciones de actriz de cine clásico mientras trataba de mantener su mirada fija en la mía, con sus enormes ojos verde-grisáceos bajando una y otra vez para embeberse de mi anatomía, del mismo modo que yo trataba de memorizar la suya.

Su cuerpo era un auténtico espectáculo visual. Su pálida piel contrastaba con la negra superficie de la mesa, como una obra de arte expuesta en una exclusiva galería, ensalzando la sensualidad de sus curvas para deleite de mis ojos. Sus pechos, dos prominentes gotas de agua, se mecían con el intenso vaivén al que la sometía, ondulando todo su volumen como el oleaje de alta mar, mientras sus agudos pezones se erigían en atolones señalando al techo de la sala.

Su coño devoraba mi polla con hambre atrasada, horneando mi barra de pan con el calor de las calderas del infierno, escaldando mi dura carne con los fluidos de su rebosante excitación, envolviendo mi pieza de embutido y estrangulándola en su interior…

De repente, oí un ruido tras de mí. Detuve bruscamente el bombeo, dejando a mi jefa ensartada a fondo, y giré la cabeza.

— ¡No pares!, ¡estoy a punto de correrme otra vez! —me anunció.

Yo también estaba a punto, pero al mirar hacia la puerta de la sala me la encontré abierta. Sin llegar a entrar, sujetando el pomo, descubrí a la empleada de la limpieza, una treintañera de racial atractivo.

— ¡Ups! —exclamó, quitándose los auriculares del móvil de los oídos—. Pensé que no había nadie… —una pícara sonrisa se dibujó en su rostro de rasgos amerindios—. Venía a limpiar el polvo… pero veo que todavía lo están echando…

Me quedé estupefacto, y tan sólo pude sonreír estúpidamente ante el comentario.

— No molesto, ya regresaré más tarde —dijo, volviendo a entornar la puerta­—. Por cierto —añadió mirando hacia abajo, justo antes de cerrar la puerta para dejarnos nuevamente a solas—, ¡bonito trasero!.

Me quedé absorto observando cómo la puerta se cerraba, hasta que la presión de los músculos vaginales de Sonia, y su voz, me sacaron de mi perplejidad.

— A mí no ha podido verme, ¿no? —preguntó, reflejando en su semblante esa severa expresión que tan cardiaco me ponía.

Negué con la cabeza.

— Pues sigue follándome, ¡que voy a volverme loca con tu polla dentro!.

Sonreí completamente fascinado por ella. ¿Quién podría imaginar que mi jefa fuera así?.

La empujé con mis caderas, dándole con todas mis ganas, sintiendo cómo la punta de mi verga se incrustaba en la boca de su útero y mi pelvis presionaba la suya.

Un breve grito de sorpresa y satisfacción salió de la garganta de la empotrada, y me espoleó con los talones para seguir dándole con furia.

El mete-saca se hizo aún más violento que en el momento previo a la interrupción. Sonia ya no podía reprimir sus gemidos, combinándolos con expresiones de gozo, que no hacían sino incitarme a entregar hasta la última de mis energías en aquel polvazo.

— ¡Joder, qué bueno!, ¡joder, qué bueno!, ¡qué buenooooooo…!.

Percutiendo en ese magnífico cuerpo maduro como un martillo neumático, haciéndolo vibrar en una vorágine sexual, sentí que estaba a punto de explotar.

Todos los músculos de Sonia se pusieron en máxima tensión, su espalda se arqueó levantándose de la mesa, elevando sus senos para erigirse en montes sagrados a los que peregrinar, mientras su divina gruta exprimía mi hombría hasta enloquecerme de placer.

Como el Vesubio arrasando Pompeya, así me corrí dentro de mi jefa, inundando con mi hirviente lava las profundidades de su cuerpo, derramando en su interior oleadas de fuego seminal, llevándola hasta el cataclismo orgásmico, que se propagó con temblores y convulsiones por toda su anatomía mientras el placer la devoraba como una bestia mitológica.

Tirando de sus caderas con furia, ensarté a Sonia, envainando completamente mi sable con su piel, fusionando su pelvis a la mía mientras eyaculaba gloriosamente, y contemplaba su cuerpo formando un arco imposible sobre la mesa. Hasta que el mutuo éxtasis llegó a su fin, y ambos quedamos completamente relajados, respirando apresuradamente para recuperar el aliento.

— ¡Uf! —suspiró—. Ha sido brutal… Mis amigas tenían razón…

— ¿Ah, sí? —pregunté, sacando mi decadente miembro recubierto de fluidos de su cuerpo—. ¿En qué tenían razón?.

— En que necesitaba un jovencito que me echase un buen polvo —me contestó, sentándose nuevamente al borde de la mesa con una amplia sonrisa—. Me he quedado como nueva —añadió, poniéndose en pie para agarrarme por las caderas y ofrecerme sus jugosos labios de fresa.

Nos besamos apasionadamente y, antes de darnos cuenta, nuestras manos ya recorrían el cuerpo del otro queriendo memorizar cada una de sus formas.

— Deberías marcharte —me dijo, separándose de mí con la voz entrecortada por la excitación—, no creo que la de la limpieza tarde mucho en volver, y no me gustaría que, aunque me ha puesto como una perra que nos pillase, esta vez me viera la cara…

— Es que eres superior a mí —contesté, acariciándole un pecho sin poder creer aún que pudiera hacerlo—. Pero tienes razón, y…

Sonia vio cómo una sombra pasaba por mis ojos, y su expresión se endureció por unos instantes.

— Y tienes una novia que seguro que te está esperando —afirmó severamente, adelantando mis pensamientos.

— Sí… —dije, cabizbajo, sintiendo el peso de una culpabilidad que hasta ese momento había sido inexistente.

Viendo que aquello podía hacerme daño realmente, mi jefa volvió a dulcificar su actitud.

— Bueno, pues vete tranquilo con ella. Aquí ya has hecho un gran trabajo… Tu jefa está muy satisfecha contigo —dijo, guiñándome un ojo y logrando mi sonrisa.

— Además, creo que aún le he dejado una buena ración para hoy—añadió, acariciando el músculo que comenzaba a cobrar nueva vida—. Seguro que aún puedes hacerla disfrutar tanto como a mí.

— Sonia, eres mi fantasía —le dije, fascinado.

— Exactamente —contestó, mientras cogía su tanga y se lo ponía—. Y tú la mía, y así debe quedar, por lo que ahora tenemos seguir con nuestras vidas. El lunes volveré a darte caña… pero con los informes.

Reí a carcajadas y, tras vestirnos, nos despedimos deseándonos mutuamente un buen fin de semana con un rápido y recatado beso en la mejilla.

4

El fin de semana transcurrió con una tormenta de sentimientos encontrados en mi interior. La preocupación porque mi puesto de trabajo peligrase, había desaparecido por completo, y había sido sustituida por el orgullo de saber que mi jefa “alucinaba” con mi labor. Sin embargo, el sentimiento de culpabilidad por ponerle los cuernos a mi novia, había aumentado considerablemente.

«Ya no sólo has dejado que tu jefa te coma la polla», me decía mi conciencia, «sino que te la has follado dándole todo de ti».

Pero si eso, ya de por sí, no era suficiente razón para condenarme al infierno, lo que realmente corroía mi alma era que me sentía muy culpable, pero no me arrepentía en absoluto de lo que había hecho. De hecho, volvería a hacerlo encantado, y eso me llevaba a no poder dejar de pensar en Sonia, día y noche, incluso cuando estaba con Laura.

Ese fin de semana tuvimos mi casa para nosotros solos, puesto que mis padres se habían ido a pasarlo al chalet de la sierra de unos amigos, así que lo aprovechamos para practicar todo el sexo que no habíamos tenido durante la semana. Los dos éramos jóvenes, estábamos en buena forma, y nos deseábamos con locura, así que fue increíblemente satisfactorio y agotador. Pero cada vez que me comía los pechitos de Laura, no podía evitar pensar en los gloriosas tetazas de mi jefa llenándome la boca.

Durante el reposo del guerrero, cuando mi novia dormitaba abrazada a mí, regalándome la maravillosa sensación del tacto de su joven cuerpo desnudo, las dudas asaltaban mi mente: «¿Qué pasaría con Sonia a partir de ahora?, ¿nos convertiríamos en amantes, o todo quedaría en la experiencia de una fantasía cumplida?». Parecía que era esto último lo que habíamos acordado, o más bien ella había decidido, pero… Yo aún quería más, y eso me llevaba a pensar: «¿Realmente quiero a mi novia?».

Llevaba con Laura casi dos años, y nos iba muy bien juntos. Teníamos intereses y gustos comunes, lo compartíamos todo, pero cada uno tenía su propio espacio. Me gustaba estar con ella, me divertía con ella, gozaba con ella… Era inteligente y guapa, divertida y sexy, y un auténtico volcán en la cama, pero… ¿Lo que sentía por ella era amor?, ¿si de verdad la quisiera le habría sido infiel y seguiría estando dispuesto a consumar más infidelidades?.

El lunes volví al trabajo hecho un auténtico lío, pero en cuanto vi a Sonia, cualquier preocupación o duda salió de mi mente para darle cabida sólo a ella. Era tan arrebatadoramente guapa y sensual… Y el que fuese mucho mayor que yo, y además mi jefa, exacerbaba aún más el poderoso atractivo que tenía para mí. Sin olvidar que había comprobado en mis propias carnes que, cuando llegaba el momento del cuerpo a cuerpo, Sonia perdía todas sus correctas formas para convertirse en una lasciva diosa.

Su actitud conmigo volvió a ser la de siempre: simpática, cercana, encantadora… Como si nada hubiese pasado entre nosotros, aunque en un par de ocasiones la descubrí mirándome de reojo y mordiéndose el labio, haciéndome desearla aún más.

A pesar de que me había confesado que aquellos tres informes que me había mandado la semana anterior, no eran prioritarios, mis ganas por complacerla me hicieron esforzarme al máximo, quedándome todos los días trabajando hasta tarde, en detrimento de mi relación con Laura.

Fruto de mi esfuerzo, el lunes conseguí rematar el primero de los informes y enviárselo a mi jefa para su revisión, logrando acabar, también, el segundo informe el miércoles a última hora.

Tras enviar este último trabajo, una ventana del sistema de mensajería instantánea se abrió en mi pantalla:

— Gracias, te has ganado una recompensa. Ven a mi sitio a por ella.

Era un mensaje de Sonia.

Aparté la vista del monitor, y descubrí que había estado tan enfrascado en mi trabajo, que no me había dado cuenta de que me había quedado solo en la oficina. Bueno, solo no, porque al girar la cabeza vi a mi preciosa jefa mirándome fijamente con una sonrisa.

Aquello despertó mis bajos instintos, que habían permanecido reprimidos por la presión laboral; haciéndome sentir, mientras me ponía de pie para dirigirme hasta el puesto de mi jefa, cómo mi virilidad crecía bajo la ropa para extenderse hacia mi pierna,

— Hola, Sonia —dije, cuando llegué ante ella, sintiendo un vacío en el estómago y la sangre latiendo en mis sienes—. No sabía que estabas aún aquí.

Me miró de arriba abajo, recreándose especialmente en el bulto que ya se evidenciaba en mi pantalón, y no pudo reprimir morderse el labio mientras sus enormes ojos me desnudaban.

— Ahora no son necesarios los formalismos —contestó, con una caída de pestañas—. Te mereces un premio por tu diligencia…

Observé cómo retiraba la silla de su mesa, esperando sentada a que yo rodease el escritorio para plantarme ante ella. Llevaba una falda suelta, con vuelo, y un sencillo top que, desde mi perspectiva cenital, me permitía contar las pecas de su precioso escote. Como siempre, Sonia estaba espectacular, su estilo hacía que hasta la prenda más casual luciera sexy y elegante.

Viendo que ella no se levantaba, y que su mirada verde-grisácea se dirigía continuamente a mi paquete, adopté una pose chulesca, poniendo mis brazos en jarras para resaltar el ya escandaloso bulto de mi pantalón, y mi metro ochenta y cinco de estatura.

— ¿Ah, sí? —pregunté, ronroneando—, ¿y qué premio es ese?.

Las manos de mi jefa fueron directas a la fálica forma que se extendía desde mi entrepierna hasta el muslo, acariciándola en toda su extensión.

— Tus informes siempre han sido tan buenos —contestó, desabrochándome el cinturón—, que cuando termino de leerlos, tengo unas ganas locas de comerte la polla. Incluso cuando todavía estaba casada ya lo pensaba…

— Uuufff —suspiré—. No imaginaba que te gustasen tanto…

— Humm, sí —añadió, desabrochándome el pantalón y bajándome la bragueta—. Y ahora acabo de terminar de leer el que me mandaste el lunes.

— ¿Y te ha gustado?.

— Me ha encantado —respondió, mordiéndose el labio al bajarme el bóxer y liberar mi tremenda erección—, así que ahora quiero mi golosina…

Mirándome fijamente, doblegando para siempre mi voluntad con la intensidad y belleza de sus ojos, acarició mis testículos y recorrió suavemente con su mano toda la longitud del torreón que se alzaba orgulloso ante ella.

— Pues acabo de enviarte otro —dije, estremeciéndome.

— Lo sé —contestó, echándose hacia delante para que la punta de su lengua acariciase levemente mi frenillo—, y deseo que me guste tanto como para repetir esto.

Su húmedo apéndice acarició el contorno de mi glande, impregnándolo con saliva, y sus rojos labios se posaron sobre él, besándolo para hacerlo deslizarse a través de ellos, transportándome al paraíso con su tacto y la calidez de su boca.

— ¡Oooohhhh! —gemí—. Sonia, vas a conseguir que haga informes para enmarcar y exponer en un museo…

Su cabeza fue acercándose lentamente hacia mi pubis, comiéndose mi verga hasta alcanzar su garganta, sacándosela después y succionándola con tal intensidad, que pensé que podría arrancármela.

— Joder, Julio, ¡cómo me gusta tu polla! —exclamó, clavando su viciosa mirada en mí.

Casi me corro en su cara, observando cómo su mano derecha abandonaba mi pétreo músculo para subirse la falda y alojarse entre sus muslos, moviéndose mientras gemía mordiéndose el labio. Pero conseguí contener mi impulso eyaculatorio sobre su lindo rostro respirando profundamente, y recordándome mentalmente que seguíamos en la oficina.

Masturbándose con denuedo, Sonia me realizó una espectacular mamada con la que me hizo gozar de las excelencias de su boquita de piñón y garganta de faquir, hasta obtener de mí una abundante corrida con la que le llené la boca de densa leche de macho que degustó mientras ella misma se corría.

— Ayer no follaste con tu novia, ¿no? —preguntó, recomponiéndose mientras yo abrochaba mi pantalón.

— No —contesté, sintiéndome azorado—, salí tarde de aquí porque quería avanzar todo lo posible con el informe que te he enviado hace un rato. Así que ayer ni nos vimos. ¿Por qué lo dices?.

— Porque más que una golosina, ¡me has dado toda la merienda!.

Ambos nos reímos a carcajadas. Me volvía loco esa faceta suya.

— Eso es porque eres una golosa, y lo haces tan bien, que me dejas completamente seco. ¿Quién iba a pensar que te gustase tanto comer pollas y tragártelo todo?.

— ¡Un respeto, jovencito! —espetó, poniéndose en pie con su gesto más severo.

Sentí cómo la sangre se congelaba en mis venas.

— ¿Acaso crees que voy por ahí comiendo pollas y tragando corridas?.

—N-no —tartamudeé, sintiendo que se me derrumbaba el mundo. «La cagué», pensé.

— Me encanta el efecto que tengo sobre ti… —dijo, suavizando su expresión y rodeando mi cuello con sus brazos para pegarse a mí.

— L-lo siento —contesté, con un nudo en el estómago—. No quería insinuar…

— Ya lo sé, estaba tomándote el pelo. Pero quiero que sepas que nunca me había comportado así, sacas mi lado más salvaje. Me he pasado quince años casada con un hombre que me demostró que no me quería, y tú me pones tanto… Quiero recuperar el tiempo y hacer cuanto no hice con él…

Me quedé en silencio, alucinando con su confesión.

— …quiero cumplir mis fantasías, y llevaba tres años fantaseando contigo… Mi ex nunca me puso tan cachonda como me pones tú. Nunca le comí como te he comido a ti…

— ¡Guau!, Sonia, eso es muy halagador, y satisfactorio… Yo también llevaba tres años fantaseando contigo, y te aseguro que la realidad ha superado a esas fantasías. ¡Eres increíble!.

Mis labios buscaron los suyos, y nos besamos dejándonos llevar, recorriendo nuestros cuerpos con las manos, hasta que ambos sentimos que mi hombría despertaba de la ligera siesta en que se había sumido tras la magnífica comida.

— Vente a mi casa —me dijo en un susurro.

— No puedo —contesté, sobreponiéndome a mis impulsos y deseos—. Tengo que ver a Laura…

— Lo comprendo, es tu novia —afirmó, con tono de decepción.

— Estoy hecho un lío… Te deseo como nunca he deseado a nadie, pero no quiero destruir mi relación.

— Tranquilo, ve con ella —concluyó, separándose de mí—. No quiero interponerme entre vosotros. Yo no busco una relación, sólo pasarlo bien y dar rienda suelta a cuanto provocas en mí, pero sólo si tú también lo tienes claro.

— Ojalá yo tuviera tu madurez.

— Para eso tendrás que cumplir veinte años más.

Volvimos a reírnos juntos, haciendo añicos la tensión que se había creado. Y como si sólo fuésemos jefa y subordinado, nos despedimos hasta el día siguiente.

Con mi novia, como si nada. Esa tarde llegué a mi cita con ella con más retraso de lo previsto, y no tuvimos tiempo más que de cenar juntos a base de aperitivos. Pero, a pesar de su enfado por mi retraso, y estar algo molesta porque últimamente tuviera que quedarme a trabajar hasta tarde, estuvimos como siempre. Laura era muy comprensiva con los temas laborales, no en vano, unos meses atrás, ella misma había sacrificado mucho tiempo de pasarlo juntos para acudir a clases particulares y estudiar.

Al despedirnos en su portal, a oscuras y aprovechando que ya nadie entraba y salía, nos entregamos a ardientes besos e intensas caricias, ante la imposibilidad de llegar a más. Restregando su redondo, prieto y terso culo contra mi entrepierna, me hizo prometerle que, al día siguiente, saldría pronto del trabajo, cogería el coche de mi padre, y me la llevaría a nuestro lugar de las afueras de la ciudad, donde solíamos desfogarnos empañando todas las cristaleras del coche cuando en nuestras casas no había vía libre. Se lo prometí sin dudarlo y, en aquel momento, tuve la certeza de que no podría dejarla por tener una aventura con Sonia.

El jueves, cumplí mi promesa con Laura, y pusimos varias veces a prueba los amortiguadores del coche de mi padre, para terminar los dos rendidos y abrazados en la parte trasera, imaginando cómo sería nuestro futuro.

En el trabajo, el resto de la semana transcurrió con la misma normalidad que había reinado hasta la recompensa de mi jefa y la posterior charla con ella, comportándonos ambos como los adultos que éramos, acotando nuestros encuentros a lo estrictamente profesional con una sana relación amistosa entre ambos, aunque la oficina nunca volvería a ser lo mismo para ninguno de los dos.

El viernes tuvimos una reunión para actualizarle al jefe de departamento, José Luis, la situación de todos los asuntos pendientes, y hacer puesta en común de ideas. Envuelto en los recuerdos de lo ocurrido en esa misma sala de reuniones el viernes anterior, ocupé mi sitio en la mesa, justamente donde había tenido tumbada a mi jefa mientras le daba empellones de cadera. No pude evitar sentir un cosquilleo en mi entrepierna, que se hizo aún más patente al ver que Sonia ocupaba el puesto frente a mí, mientras disimulaba una sonrisa de picardía.

José Luis, presidiendo la mesa, comenzó la reunión de forma distendida, como era habitual en él, escuchando con interés las aportaciones de cada uno de los asistentes. La situación era buena, así que, a pesar del estrés por tener que cumplir plazos de entrega con los clientes, todo parecía bajo control; por lo que fue una reunión tan relajada, que mi mente se permitió el lujo de volver, una y otra vez, al momento en que había estado allí a solas con aquella madurita que me volvía loco.

Era inevitable, a pesar de estar en medio de una reunión con todos mis compañeros, los jefes de proyecto, y el jefe de todos nosotros, mi polla despertó y comenzó a pedir paso a través de la pata de mi bóxer para poder desperezarse. Miré a ambos lados, preocupado por si Juan y Rebeca, quienes se sentaban a mis flancos, podían notar algo. Respiré aliviado al comprobar que sus miradas estaban fijas en José Luis, y que tendrían que quedarse mirando expresamente hacia mi entrepierna para poder darse cuenta de mi estado.

Mis ojos se encontraron fugazmente con una subrepticia mirada, de verde destello, con la que Sonia me observaba de soslayo, y pude adivinar que, en aquel momento, sus pensamientos estaban en consonancia con los míos. Noté cómo me sonrojaba, y tuve que volver a fijar mi vista en José Luis, quien en ese instante disertaba sobre la influencia que la política actual estaba teniendo sobre nuestro trabajo. Su elocuencia habría conseguido atraparme para abandonar mis impúdicos pensamientos, pero un roce en la cara interna de mis muslos, desconectó mis oídos para desatender a tan magnífico razonamiento.

El roce se convirtió en presión, y ésta avanzó por mi pierna hasta alcanzar la fálica forma que se abultaba en mi pantalón. Sentí un escalofrío por la inesperada impresión, y se convirtió en un agradable cosquilleo cuando aquella presión evolucionó hacia un placentero masaje en mi miembro, recorriendo toda su longitud hasta alcanzar el límite de mi arco del triunfo. Sin respiración, miré hacia mi entrepierna, y vi asomando, por debajo de la mesa, el pie de mi jefa con sus las uñas perfectamente pintadas de color rojo. Acalorado, levanté la vista, y comprobé que ella seguía atentamente cada una de las palabras de José Luis, esbozando una rápida sonrisa al saberse observada por mí, mientras su pie desnudo volvía a ocultarse bajo la mesa para seguir masajeando mi paquete.

Un suspiro, que sólo yo pude oír, escapó de mis labios, e incapacitado para oponerme a tan atrevida maniobra sin llamar la atención, no tuve más opción que dejarme hacer.

Traté de disimular mi estado de terrible excitación volviendo a conectar con el discurso del jefe de departamento, mientras el audaz pie de mi jefa continuaba estimulando mi verga con oculta dedicación.

No mentiré diciendo que Sonia me hizo una paja soberbia, capaz de rivalizar con la práctica de mi mano, pero lo prohibido de la situación, el terror a ser descubierto, y las caricias de aquel pie, sabiendo que era el de mi jefa, me llevaron hasta un estado de excitación tal, que sentí que podría correrme en cualquier momento.

Miré a mi torturadora, tratando de captar su atención para que detuviese aquella locura antes de que mi pantalón acabase con una tremenda mancha húmeda, pero ella permanecía tan atenta como los demás a las palabras de José Luis, mientras su pie hacía diabluras en mis bajos.

Sólo me quedaba una opción, arriesgada por poder llamar la atención de Juan o Rebeca, pero un mal menor ante la posibilidad de levantarme de la mesa con una corrida evidenciándose en mi pantalón. Cuando los delicados dedos del pie alcanzaban nuevamente el límite de mi entrepierna, cerré los muslos repentinamente, atrapando la extremidad entre ellos. Sonia dio un ligero respingo en su asiento, y me miró directamente. Sólo por mi expresión, supo inmediatamente cuál era mi estado, y no pudo reprimir morderse fugazmente el labio. Aflojé mi presa, y el pie liberado se retiró para volver a calzarse junto a su hermano, al otro lado de la mesa.

Mi jefa sonrió, permitiéndome leer en sus labios un mudo: “Luego”. Y sin más, volvió a escuchar atentamente el final de la charla que nos estaba dando José Luis.

Yo hice lo propio, dejando que la lujuria se disolviese en mis venas, hasta desaparecer consumida por el sopor que me provocaba un discurso que ya no hacía más que dar vueltas sobre lo mismo.

Por fin, la reunión terminó, habiendo dado tiempo para que se relajasen mi estado y la dureza de cierta parte de mi cuerpo. Comentando con mis compañeros cómo el jefe se había explayado dándonos lecciones de política internacional, volví a mi sitio mientras los tres jefes de proyecto, Sonia incluida, aún permanecían reunidos con José Luis para tratar temas de organización.

— Has vuelto a las miraditas a la jefa —me reprendió Rebeca en voz baja, cuando cada uno se sentó en su puesto.

— ¡Venga ya! —exclamé, en su mismo tono de voz—. ¿Por qué dices eso?.

— Me he dado cuenta en la reunión, y creo que ella también. La he visto sobresaltarse…

Sentí el calor incendiando mis mejillas.

— ¿Acaso tú me estabas observando a mí, Rebeca? —pregunté, tratando de desviar el tema.

En ese momento, la que se puso colorada, fue mi compañera. Con un tiro a ciegas, había dado en el blanco.

— No seas tan creído, chaval, sólo estabas en mi línea de visión —contestó, acariciándose las muñecas con nerviosismo.

Sin duda, el blanco había sido de oro olímpico.

— Deberías dejar de jugar con fuego —continuó, reconduciendo el tema, algo airada—. Sonia es tu jefa, y tienes novia… Y si piensas en tener alguna aventura, deberías explorar otras opciones…

«Vaya, vaya, con Rebeca», me dije. «¿Acaba de invitarme veladamente a explorarla como opción?».

Al ver mi amplia sonrisa, ella misma se dio cuenta de lo que acababa de decir, por lo que trató de justificarse.

— Me refiero a que busques las aventuras en los videojuegos, por ejemplo, más acordes con tu edad, chavalín.

— Claro, claro —contesté condescendientemente.

Ella sabía, tan bien como yo, que no me había creído esa tonta explicación.

— ¿Quién sabe? —le dije, mirándola fijamente para estudiar un innegable atractivo que, hasta ese momento, me había pasado desapercibido, totalmente eclipsado por la incontrolable atracción que Sonia ejercía sobre mí—. Tal vez me gustaría probar uno de esos videojuegos…

Rebeca se puso aún más roja, pero su agresividad natural le obligó a decir las últimas palabras para dar por concluida la conversación:

— Seguro que con alguno alucinarías.

Visiblemente turbada, se levantó y se fue al baño. Cuando volvió, ya se había calmado, era la de siempre, aunque yo empecé a verla de un modo diferente, no sólo como a una compañera, sino como a la atractiva mujer que era.

«¿Será tan pasional y agresiva en todo?», me pregunté.

«Salvaje», contestó mi voz interior.

El regreso de los jefes me sacó de aquellos pensamientos que sólo podían llevar a tortuosos caminos, y en cuanto Sonia pasó por mi lado, mirándome de reojo con su deslumbrante fulgor verde, todo lo demás desapareció de mi mente.

Minutos después, un mensaje suyo saltó en la pantalla de mi ordenador:

— Nunca había asistido a una reunión tan interesante.

— Uf, Sonia, casi consigues que llegue a una conclusión precipitada.

— Jajaja, ya me he dado cuenta. Creo que deberíamos reunirnos a solas, esta misma tarde, para llegar juntos a varias conclusiones bien trabajadas.

Esa era la reunión que había deseado tener con mi jefa desde que había entrado a trabajar en la empresa, pero tenía que negarme a asistir.

— No puedo —contesté, sin poder creer lo que mis dedos estaban escribiendo—. He quedado para después de comer con mi novia.

— Seguro que puede entender que tienes mucho trabajo… Porque pienso darte muuuucho trabajo… Y tu deber es complacer a tu jefa.

¡Qué fácil le resultaba convencerme!. Sabía perfectamente que mi resistencia no era más que una pose, ella era irresistible para mí.

— Es una chica comprensiva, y el deber es el deber… No puedo faltar a una reunión tan importante. Haré cuanto esté en mi mano para complacer a mi jefa.

Con dos o tres mensajes más, pulimos los detalles de nuestro clandestino encuentro para dar rienda suelta a nuestras pasiones, en cuanto la oficina se quedase vacía. Era la primera vez que quedábamos sin ser algo improvisado, sabiendo ambos lo que iba a ocurrir y, en esa ocasión, no habría interrupciones. Volveríamos a la sala de reuniones para convertirla en la “sala de pasiones”, colocando el cartel de “No interrumpir” en la puerta, y cerrándola por dentro.

Acordamos que yo saldría a comer cuando sólo quedasen dos o tres personas en la oficina, y ella se quedaría allí, con el sándwich que había llevado preparado. A la hora, yo volvería, y mi jefa me estaría esperando en la sala de reuniones, ansiosa por comenzar la sesión.

Tres horas después, que se me hicieron interminables, salí de la oficina tras una pareja de compañeros, quedando sólo otros dos. Comí una frugal ensalada en una cafetería, no tenía apetito para más, al menos no esa clase de apetito, y en el tiempo que me sobraba, aproveché para escribir a Laura, excusándome por tener que quedarme a trabajar esa tarde que ya habíamos planeado pasar juntos. No le sentó bien, y maldijo a mi jefa por ponerme una reunión urgente un viernes por la tarde, pero acabó asumiéndolo, pidiéndome que la llamara en cuanto saliese de la reunión.

Cuando volví a la oficina, no quedaba ni un alma. Todo el mundo se había marchado con su jornada cumplida para disfrutar lo antes posible del fin de semana. Con cierto nerviosismo, atravesé la amplia zona de trabajo, crucé el pasillo, y llegué hasta la puerta de la sala de reuniones, donde el cartel de nítidas letras rojas, con las concisas palabras “No interrumpir”, ya estaba colocado. Llamé tocando con los nudillos, y contuve la respiración esperando respuesta.

— Adelante —escuché la voz de Sonia.

Abrí la puerta y entré en la sala. Allí estaba mi jefa, la mujer más morbosa y deseable que jamás había conocido, sentada, mirando hacia la entrada desde la misma silla que yo había ocupado esa mañana.

— Cierra y echa el pestillo —ordenó.

Obedecí al instante y, al girarme, observé cómo se ponía en pie colocando sus manos sobre las caderas. Al fin, pude mirarla de arriba abajo con todo el descaro que el entorno laboral no me había permitido durante la mañana, escaneando cada detalle de su atractiva figura.

Como siempre, Sonia vestía con exquisito gusto, elegante pero desenfadada, discreta pero coqueta, comedidamente sensual. Llevaba una entallada camisa de color blanco, sin mangas, cuyos botones habían permanecido decorosamente abrochados toda la mañana, dejando sólo dos abiertos para formar un sutil escote. La prenda envolvía a la perfección la voluptuosidad de sus senos, realzados y contenidos por el sostén que hasta ese momento había permanecido invisible. Pero ahora, ese sujetador blanco con un estampado de flores rojas, se podía vislumbrar a través del generoso escote que se había formado en la camisa, al haber sido desabrochado intencionadamente otro botón. Para mi particular disfrute, la camisa se abría ante el empuje de esas prominentes gracias, que conformaban un espectacular busto cuya forma y volumen habrían podido inspirar a alguna cultura primitiva para cincelarlo, y así representar a su diosa de la fertilidad.

La tela se ceñía a la curva de su cintura acentuando su silueta de guitarra, con la sensualidad de un pretérito canon de belleza dejado atrás por la dictadura de un andrógino modelo de delgadez, el cual había sido instaurado por unos precursores incapaces de apreciar la feminidad con el deseo de gozar de ella.

La prenda inferior consistía en una falda de tubo, de color carmesí, ajustada a las formas de sus anchas caderas, envolviendo sus tersos muslos hasta las rodillas; ensalzando, también, una atractiva figura que describía una elipse vertical, para terminar dejando al aire unas pantorrillas de pálida piel y delicados tobillos, Sus pequeños pies calzaban unos zapatos del mismo color que la falda, de altos y finos tacones, cuya puntera abierta permitía ver tres de esas uñas, perfectamente pintadas, que aquella mañana se habían posado sobre mi entrepierna.

Sus cautivadores ojos, enmarcados por largas pestañas negras, eran un espectáculo de brillos esmeralda que irisaban hacia gris metálico, denotando una lujuria contenida capaz de desarmar al más casto de los caballeros de vida consagrada a la espada. Esa felina e irresistible mirada, ese hipnótico fulgor verde-gris, era respaldado por una pícara media sonrisa de perfectos labios carmesíes, que convertía a aquella boquita de piñón en la asesina de mi integridad para mantenerme fiel a mi novia.

Mi erección no se hizo esperar, empujando mi bóxer y fino pantalón veraniego, para marcar un exagerado paquete que anunciaba impúdicamente cuánto me excitaba mi jefa.

Ella clavó su mirada en mi escandaloso abultamiento, mordiéndose el labio inferior con ese característico gesto que avivaba aún más las llamas de mi deseo.

— Veo que no te andas con rodeos —me dijo—. Vas a reventar el pantalón, ¡y me encanta!. Soy tuya….

— Joder, Sonia, ¡voy a follarte hasta quedarme sin aliento!.

Con la sangre hirviendo en mis venas, salvé la distancia entre ambos en un par de zancadas. Con cierta rudeza, tomé al objeto de mi deseo por su estrecho talle y, aprovechando que sus tacones nos dejaban casi a la misma altura, mis labios fueron al encuentro de los suyos.

Sus pétalos de fuego recibieron de buen grado mi ataque, y franquearon el paso a mi lengua para que se introdujese en su cálida boca, donde su húmedo músculo la acarició mientras invadía su cavidad.

Sus brazos rodearon mi cuello, y su cuerpo se pegó al mío mientras nuestras bocas se devoraban con la pasión de un encuentro deseado y postergado por las circunstancias.

Envueltos en la vorágine de un tórrido beso con el que nuestras lenguas degustaban el aliento del otro en un húmedo baile, nuestros cuerpos se oprimieron, aplastando sus esponjosos pechos contra mi torso, e incrustando mi pétrea erección en su entrepierna y bajo vientre.

Mis manos recorrieron su cintura, y se colaron entre nuestros cuerpos para acariciar las globosas formas de su busto, haciéndola gemir en mi boca. En respuesta, sus manos recorrieron mi nuca y espalda, y bajaron con decisión hasta mi culo para tomarlo con fuerza y apretarlo, logrando que mi hombría se incrustase aún más en ella.

Abandoné sus jugosos labios, y mientras ella movía su cadera para frotarse con gusto contra mi dureza, besé la delicada piel de su cuello de cisne, recorriendo con mis manos las solapas de su camisa para abrirla y soltar los botones que permanecían abrochados.

Le quité la prenda, y me quedé observando la magnificencia de aquellos pechos contenidos por el sexy sujetador de rosas rojas bordadas, no estampadas, como había creído en el primer vistazo.

«Podría sujetar el asta de la bandera en este prieto canalillo», pensé divertido. «Me encantaría meter ahí mi polla y follarme esas tetazas hasta correrme en su preciosa cara».

«¡Eres un guarro!», me reprendió mi voz interior. «Pensar en hacerle eso a tu jefa…»

Ella aprovechó mi momento de abstracción para desabrochar mi camisa y despojarme de ella, acariciando la planicie de mi abdomen con la yema de sus dedos.

— Con camisa estás bueno —susurró, con la voz cargada de deseo—, pero sin ella… —añadió, dejando la frase en el aire para morderse el labio mientras recorría mi torso.

— Tú sí que estás buena —respondí, acariciando las copas de su sostén, rodeando el volumen de sus pechos para alcanzar el cierre y soltarlo—. Estas tetazas me vuelven loco —añadí, quitándole la prenda y posando mis manos sobre tan soberbios manjares.

— Lo sé. Desde que te conozco, más de una vez te he pillado mirándomelas —me espetó con tono de fingido reproche, mientras desabrochaba mi cinturón

— Lo siento, no podía evitarlo —contesté con fingido arrepentimiento, sin dejar de masajear suavemente la turgencia de aquellas mamas.

— Y siempre me ha gustado que lo hicieras —concluyó juguetona, mientras desabrochaba y bajaba mi pantalón.

Con algo de torpeza, conseguí sacarme los zapatos y los pantalones sin dejar de sobar los atributos de erizados pezones de mi jefa, pero tuve que abandonarlos para sacarme los calcetines, obligando a Sonia a retroceder dando tres pasos hacia la pared cuando casi caigo de bruces.

Una sincera y cantarina carcajada se le escapó, haciéndome sentir tan avergonzado, que sentí el rubor incendiando mis mejillas.

— Eres tan joven… y tan mono… —dijo con ternura, al observar mi azoramiento.

— ¡Joder! —exclamé, apretando los dientes.

— Tranquilo, no me río de ti, es un halago… Me encantas.

Viendo que aún no me reponía de la vergüenza, fustigándome internamente por mi torpeza, mi jefa volvió a subir mi ego incitándome:

— Y me encanta ese pedazo de polla dura que guardas ahí —susurró, señalando mi bóxer con su verdosa mirada. ¿Mis tetas te la han puesto así? —preguntó, tomándolas con sus manos y apretándolas lascivamente—. Espero que no sea lo único que te vuelve loco de mí.

Con grácil elegancia, en contraste con el gesto anterior, «Señora y puta», se dio la vuelta para mí, mostrándome cómo su falda se ajustaba perfectamente a la generosa redondez de su culo. Y se quedó de espaldas a mí, con la cadera ladeada y una mano sobre ella mientras me miraba de reojo con una arrebatadora caída de pestañas.

— Joder, Sonia, ¡cómo te queda esa falda! —exclamé, con nuevos bríos ante la excitante pose de mi jefa—. ¡Qué culazo!.

Ella sonrió complacida, y como un toro de lidia incitado por el capote, en menos de un segundo, me tuvo con mi aliento colándose en su oreja mientras mis manos palpaban esas prietas nalgas enfundadas en la falda roja.

— Este culo también me vuelve loco —le susurré al oído, amasando la consistencia de sus posaderas.

— ¿Ah, sí? —preguntó, mientras se erguía ofreciéndomelo—. Siempre fue la parte de mi cuerpo que menos me gustaba… Supongo que más de medio año de spinning ha dado sus frutos.

Una de sus manos me agarró por la nuca, y la otra me tomó por la cadera, invitándome a pegar mi paquete, apenas contenido por el bóxer, a ese excitante cojín. Mis manos lo abandonaron para, con una, sujetarla por la cadera, y con la otra, atrapar una de sus tetazas mientras apretaba mi virilidad contra ese cuerpo de pronunciadas curvas.

Sonia gimió de gusto y, aferrándose a mis cabellos y clavando sus uñas en uno de mis glúteos, empujó con su trasero, frotando mi entrepierna.

— Me encanta sentir tu polla en mi culo —dijo, jadeando—. La siento durísima y enorme…

— Entonces deberías sentirla mejor —afirmé, recorriendo su cuerpo con las manos para bajarle la falda.

Acuclillado para sacarle la prenda, dejando intactos los divinos tacones de color rojo brillante, contemplé la majestuosidad de esas imponentes cachas, redondas, carnosas pero firmes, no tan perfectas como las de mi novia, pero tremendamente atractivas; más aún, sabiendo que eran las nalgas que se sentaban en la silla que decidía sobre mi trabajo. La fina tira blanca del tanga se perdía entre las dos orgullosos rocas, y no pude reprimir darle un mordisco en una de ellas, mientras uno de mis dedos recorría la escueta tela hasta llegar a la húmeda parte baja.

— ¡Aummm! —exclamó, sobrexcitada.

Me incorporé volviendo a pegar mi paquete a las confortables redondeces, situando la longitud de mi pértiga, atrapada en mi ropa interior, entre ellas, mientras mis manos aferraban sus deliciosos pechos y reía internamente, de pura satisfacción, por tener a Sonia así.

Durante casi dos años de noviazgo me había lamentado, en secreto, por tener mucha mano para poca teta, pero ahora no podía dejar de dar gracias al cielo por tener unas manos lo suficientemente grandes, como para casi cubrir las tetazas de mi jefa mientras frotaba arriba y abajo mi falo entre sus glúteos.

— Sonia, tienes un culo como para perderse en él —le susurré, mordisqueándole la oreja.

— Dios, ¡cómo me pones! —exclamó, denotando su estado de suma excitación—. No voy a poder responder de mí…

Rápidamente se giró y, recorriendo mi pecho y abdomen con su lengua, bajó poniéndose en cuclillas para hacer caer la única prenda que me quedaba, y así empuñar mi portentosa erección como si fuera un micrófono. Sin darme tiempo ni a coger aire, sus labios se posaron sobre el rosado glande, y éste fue succionado hacia el cálido y húmedo interior de su boca. Se comió mi polla hasta que le llegó a la garganta, arrancándome un gruñido, y con tres o cuatro vaivenes de su cabeza, me dio unas profundas y excelsas chupadas con las que dejó mi miembro palpitando y embadurnado de saliva. Dos succiones más, y me habría corrido en su boca.

— Joder, me matas con tus mamadas… —dije entre dientes—. Casi me corro, como esta mañana en la reunión…

— Ya me he dado cuenta —contestó, incorporándose con una sonrisa, permitiéndome ver por un momento la rosa roja bordada en el triángulo de su escueto tanga—. Por eso quería volver aquí, en lugar de ir a mi casa o a cualquier hotel. Follar en esta sala me da muchísimo morbo, y me pones tan cachonda que…

Se interrumpió para volver a girarse como antes, solo que ésta vez apoyó las palmas de sus manos en la cercana pared para combar ligeramente su espalda y ofrecerme su culo en todo su esplendor.

— Uuuffff, Sonia… —resoplé.

Agarré las tiras del bonito tanga que apenas había podido vislumbrar, y lo deslicé por sus muslos hasta que cayó al suelo. Sujetándola de las caderas le coloqué mi glande, empapado con su saliva, en la depresión formada por las redondeadas cachas, y empujé para que mi verga penetrase entre las prietas carnes, quedando atrapada con la punta presionando su ano.

— Uuummmm —gimió mi deseada—. ¡Es increíble sentir ahí tu polla!. ¿Quieres darme por el culo?.

Sin duda, el no haberla desprovisto de sus tacones, aparte de erótico, iba a resultar muy práctico.

— Siempre he soñado con dar por el culo a mi jefa…

— Uf, Julio, sólo lo intenté una vez por ahí, y no fue bien… Pero tú me pones como una perra… ¿No será doloroso?.

Aquel titubeo consiguió bajar algo mi libido, lo cual fue una ventaja para no correrme al instante, teniendo en cuenta la inconclusa paja de la mañana.

— Empezando con cuidado, claro que no —contesté, sorprendiéndome por ser yo el experimentado—. Y es muy, muy placentero… A mi novia le encanta que le dé por el culo, es como más follamos.

— Parece una chica interesante, tu novia… Ummm, qué gorda y rica te la noto —se interrumpió, empujando con su trasero para que mi bálano presionase aún más su agujerito—. ¡Estoy cachonda perdida!, ¡fóllame por el culo!.

Acompañé su movimiento, empujando con mi cadera mientras tiraba de las suyas, pero su ano estaba cerrado, no permitiéndome penetrarlo si no hacía más fuerza.

Los dos lo deseábamos, pero Sonia no era versada en disfrutar de una buena enculada, por lo que necesitaría ser preparada para ello.

Mi mano derecha se deslizó hasta alcanzar su vulva. Estaba empapada, rebosante del cálido fluido femenino que impregnó mis dedos cuando se colaron por la receptiva abertura, penetrando ese chorreante coñito.

— ¡Oh, joder, qué bueno! —exclamó, tras un gemido.

Dos de mis exploradoras falanges se introdujeron en la cálida vagina, y empezaron un suave mete-saca al ritmo de mis medidos empujones pélvicos, con los que la punta de mi polla martilleaba como un ariete la entrada que no estaba preparada para ser asaltada.

La fricción de sus nalgas en tensión era tremendamente placentera, obligándome a reprimirme para no acometer con todas mis fuerzas, y empalar a mi jefa con dolorosas consecuencias para ella.

— ¡Métemela, métemela por el culo! —suplicaba entre gemidos, enloquecida por las sensaciones en su vanguardia y retaguardia.

— Si te la meto ahora —dije, apretando los dientes, sintiendo que podría correrme en cualquier momento—, te haré daño. Necesitas más preparación…

— ¡Mierda! —gritó, desencajada—. ¡Estoy a punto, cabronazo!, ¡necesito que me la metas ya, hasta el fondo!. ¡Fóllame ya!.

Por una décima de segundo, estuve tentado de cumplir su orden, pero la luz se hizo un instante en mi cerebro embriagado por la excitación. Si ejecutaba lo que ambos deseábamos, se acabó. El dolor se impondría a la lujuria y sería el fin de mi aventura con Sonia.

Rápidamente, saqué mis dedos de su vagina, y con la mano orienté mi ariete para que se deslizase rumbo sur, hasta alcanzar la anhelante región encharcada, y allí empujé con todo el ímpetu de mi lascivia.

Mi polla penetró entre sus gruesos labios con la facilidad de una katana en su vaina, y se clavó a fondo hasta que mi pelvis azotó las nalgas abandonadas.

Sonia gritó de gusto, y yo la acompañé con un gruñido que nació en lo más hondo de mí.

Sin darle tiempo a recuperarse, llevado por el inmenso placer que el calor y humedad de su coño me proporcionaban envolviendo toda mi verga, empecé a bombear sin compasión, golpeando sus carnes con mi cuerpo mientras mi taladro horadaba sus ardientes entrañas.

Mi jefa gemía totalmente fuera de sí, doblando más su espalda y resistiendo la potencia de mis envites con las manos apoyadas en la pared, permitiéndome montarla como a una yegua salvaje sometida a mi voluntad.

Demasiada excitación acumulada, demasiado deseo reprimido desde la reunión matutina. Mi orgasmo llegaba rápido, tan inminente, que me eché hacia delante para aferrar los dos colgantes senos que se balanceaban con el brío de mis embestidas, y los estrujé obligando a mi sometida a incorporarse levemente, mientras una erupción de hirviente semen regaba las profundidades de su cueva del placer.

Las paredes de su gruta se contrajeron en respuesta, intensificando mi goce, obligando a que la espalda de Sonia se arquease para proferir un triunfal aullido, sonora expresión de su propio éxtasis alcanzado.

Para ambos fue un orgasmo precipitado, corto pero intenso, fruto de la pasión que estábamos obligados a contener por vernos durante todo el día sin poder desfogarnos.

Liberando sus tetazas de las garras en que se habían convertido mis manos, me desacoplé de aquella hembra que me fascinaba. Ella se giró. Su rostro, ruborizado, estaba bellísimo. El sonrojo acentuaba el ángulo que formaban sus marcados pómulos. Irradiaba luminosidad, al igual que sus incomparables ojos, más grises que verdes en esa corta distancia, tan brillantes como dos estrellas en la más oscura y despejada noche oceánica. Sus rojos labios abordaron los míos, y me besó con tal pasión, con su lengua enroscándose en la mía, que me provocó un cosquilleo en el apéndice que acababa de sacar de su cuerpo.

— Quiero más —me dijo sugerentemente.

Con una sonrisa excitantemente perversa, descendió por mi anatomía con sus manos y lengua, hasta llegar a mi decadente miembro. Excelente conocedora, por propia experiencia, de mi juvenil capacidad para recuperarme rápidamente tras el primer asalto, no dudó en lamer, con dedicación, sus propios fluidos cubriendo la herramienta que le había llevado hasta el orgasmo.

La sangre volvió a fluir inundando mis cuerpos cavernosos, y la bandera comenzó a izarse para deleite de mi amante, quien, cuando la tuvo a media asta, la succionó para sentirla engordar y endurecerse dentro de su boca, mientras la chupaba con exquisita destreza.

— Uf, Sonia, tú sí que sabes ser convincente —le dije, observando el movimiento de su cabeza.

Con mi polla en su boca, mi jefa miró hacia arriba, y continuó mamando glotonamente, hipnotizándome con su felina mirada. Su hermoso rostro, sus indescriptibles ojos, y sus suaves y jugosos labios, consiguieron el éxito de que mi grueso glande alcanzase a alojarse en su garganta.

— ¿Querías más? —pregunté, embargado por su maestría bucal—. Quiero metértela entera.

— No espero menos de ti —contestó, levantándose.

Llevado por cuanto ella provocaba en mí, la tomé por las muñecas y le hice retroceder hasta que su culo y espalda dieron contra la blanca pared. Le levanté los brazos y se los mantuve sujetos por las muñecas contra la superficie vertical, colocados como las aspas de un molino de viento. Sus pechos, en esa postura de tortura medieval, se alzaron glorificando su hermosura, mostrándose esplendorosos, redondeados, turgentes, de pálida piel decorada con una constelación de pecas, casi tan voluminosos como balones de fútbol sala, apuntándome con sus erectos pezones rosados… Una obra maestra del diseño divino.

Su expresión la mostraba sorprendida y complacida por mi pasional arrebato, reflejándose en su rostro la excitación y el anhelo por ser poseída sin delicadezas, invitándome con sus seductores ojos a tomar cuanto quisiera de ella.

Como un vampiro sediento de sangre, ataqué su cuello con un profundo beso que la hizo estremecer de la cabeza a los pies, mientras la punta de mi lanza rozaba la congestionada perla que asomaba entre las valvas de su almeja entreabierta.

Recorrí con mis labios la sensible piel de su cuello, bajando hasta la clavícula para, sin dejar de sostener sus brazos en alto, surcar la curvatura de uno de sus senos hasta hallar con la lengua el agudo pezón y succionarlo.

Sonia gimió, y sus piernas se abrieron un poco más, permitiendo que mi glande se empapase con los jugos de su deseo mientras tanteaba sus más íntimos pliegues de piel.

Glotonamente, abrí mi boca al máximo, y tomé con ella cuanto moldeable volumen mamario fui capaz, convirtiéndose mi boca en una ventosa que succionaba, aprisionaba y exprimía esa tetaza, con mis mandíbulas abriéndose y cerrándose en pleno banquete.

— Diossss… —oí que invocaba mi amamantadora.

Pasé al otro pecho, recreándome en saciar mi hambre de él del mismo modo, mientras mi verga incidía en el chorreante coño, surcando la hendidura en toda su longitud, recorriéndola y estimulando el clítoris con mi dura carne.

Saciada, por el momento, mi gula de atributos pectorales femeninos, acudí a devorar los ígneos labios a través de los cuales la madura hembra jadeaba, mientras mi pelvis comenzaba a moverse para que mi bálano hallase la entrada que le permitiera enterrarse en aquel ardiente cuerpo de mujer.

La operación no era sencilla, por estar los dos de pie, pero no por ello mi entrega y esfuerzo se vieron mermados.

— Clávamela, clávamela, clávamela… —suplicaba mi jefa entre gemidos y besos.

La deseaba más que a nada en este mundo, y ella me deseaba con la misma desesperación. Los fallidos intentos de penetración, lejos de resultar frustrantes, nos estaban excitando de tal manera a ambos, por el continuo frote y deslizamiento, proporcionándonos tanto placer, que el acoplamiento ya era una imperiosa necesidad para no perder la cordura.

Sonia levantó la pierna derecha, enroscándola a la mía, y sentí cómo su sexo se abría más, abrasando al mío. Liberé su muñeca y, flexionando ligeramente las rodillas, agarré con mi mano su terso muslo, subiéndolo hasta mi cintura. La punta de mi lanza encontró el blanco y, empujando con todo el ímpetu de mi juventud, hundí toda mi arma en su carne, recorriendo el deliciosamente estrecho conducto, hasta que mi pelvis chocó con la suya y sus nalgas se aplastaron contra la pared.

— ¡Oooooohhhh! —gritamos al unísono.

¡Qué magnífica sensación!. Esa vagina era un infierno de resbaladizo calor que envolvía mi pétrea polla contrayendo sus músculos, tirando de ella para sentirla aún más dentro, pues la penetración no había sido tan profunda como sería posible.

Solté la otra muñeca, y mi presa, sintiéndola liberada, inmediatamente pasó sus brazos sobre mis hombros, rodeándome el cuello y aplastando sus pechos contra el mío. Aprovechando la sujeción de sus brazos y de su cuerpo atrapado entre el mío y la pared, levanté su otro muslo hasta mi cintura, abrazándome ella con sus dos piernas. Cargué con su peso sacando unos centímetros de mi verga de su cuerpo, y volví a arremeter con renovado ímpetu, poniendo rígido todo mi cuerpo para empotrar a mi jefa en la pared, ensartándola hasta el fondo con mi polla henchida de gozo y orgullo.

Sonia se quedó muda, sin aliento por la poderosa impresión, estática, atrapada entre yeso y músculo, enajenada por las señales de placer que colapsaron su cerebro, hasta que pudo volver a respirar.

Mi frente pegada a la suya, nuestras narices tocándose, sus pupilas perdiéndose en las mías, respirando su aliento y ella el mío, nuestros cuerpos fundidos en uno solo… El más íntimo y estremecedor momento que había tenido con esa mujer, o con cualquier otra.

— ¡Joder! —exclamó ella, devolviéndonos a la realidad de un acto físico e instintivo, increíblemente placentero—. Nunca me la habían clavado así…

— ¿No querías más? —pregunté con bravuconería—, ¿no querías que te la clavara?. Te voy a dar cuanto mereces…

Moví la cadera lo justo para que mi taladro retrocediese unos cuantos centímetros en el interior de su vagina, y acometí nuevamente con dureza, sintiendo cómo alcanzaba la boca de su útero como si pudiera atravesarla, con mi zona pélvica golpeando violentamente la suya, estimulando todos los receptores sensoriales de su clítoris.

Ella gritó, arrebatada por el furor lujurioso de un placer que jamás había sentido con tal intensidad y, sujetándose con sus brazos sobre mis hombros, apretó sus muslos atenazando mis caderas, manteniendo ella misma su propio peso para permitirme agarrarla de su redondeado culo, y así repetir la operación con mayor comodidad.

Comencé una serie de poderosos empujones consecutivos, clavándole la polla en lo más profundo de sus entrañas, haciendo retumbar la pared con su cuerpo. Empotrándola una y otra vez contra la vertical superficie, pero sin dañarla por la amortiguación de sus mullidas nalgas bien sujetas por mis manos.

Sus gemidos, prácticamente, eran gritos de disfrute. Y los míos, gruñidos de macho demostrando toda su potencia y goce.

Con sus pezones clavándose en mi torso con cada salvaje embestida, sentí cómo las contracciones de su coño se aceleraban y volvían más poderosas, hasta que, con su rostro mirando hacia el techo, profirió un largo y agudo aullido que proclamó a los cuatro vientos el clímax alcanzado.

El inmenso placer acumulado, y su orgasmo devorando mi virilidad, provocaron que me corriera gloriosamente dentro de mi jefa, ensartándola con furia y presionándola contra el yeso. Temblando de pies a cabeza, borbotones de espeso y cálido elixir se derramaron propulsados con brío dentro de aquella divina cueva, anegándola con mi simiente y haciéndosela sentir a su dueña como napalm devastando sus entrañas.

El éxtasis de Sonia cobró nuevas energías y, en lugar de declinar, fue catalizado por mi sublime catarsis para prolongarse e intensificarse hasta niveles desconocidos.

Finalmente, toda la energía y tensión sexual fue liberada, dejándonos a ambos agotados, con nuestras respiraciones acompasadas en un momento de deliciosa compenetración e intimidad. Pero tuve que hacer que mi amazona me descabalgase, pues a duras penas conseguía mantener el peso de ambos tras el esfuerzo realizado.

Ella, nada más volver a tocar tierra con sus tacones, recogió sus ropas del suelo, regalándome la vista con su forma de agacharse. Y, dirigiéndose a la mesa, con un hipnótico bamboleo de caderas, dejó las prendas perfectamente dobladas sobre la negra superficie de madera. Por último, se recostó elegantemente en la silla en la que había estado esperando mi llegada.

«Sensual y siempre perfectamente ordenada», pensé, con una sonrisa

— ¿Por qué no te sientas? —sugirió—. Tal y como me has follado, y lo que me has hecho disfrutar, tienes que estar agotado.

Esbocé una sonrisa, halagado y complacido, y acepté su invitación para ocupar una silla a su lado, la de Rebeca durante la reunión matutina, girándola para quedar frente a frente. No sin antes recoger, yo también, mi ropa para dejarla junto a la suya, aunque sin doblar.

Antes de sentarme, mi siempre atenta jefa sacó un pañuelo de papel de su bolso para ofrecérmelo y que así pudiera limpiar los restos de nuestros fluidos de mi miembro. Después, sacó una chocolatina y, mordisqueándola, observó divertida mi higiénica tarea, hasta que, por fin, me derrumbé con cierta dignidad sobre la silla.

5

— Ojalá, todas las reuniones fueran así —comenté, observando cómo Sonia degustaba el dulce.

Ligeramente recostada, con las piernas cruzas y un brazo bajo sus pechos manteniéndolos en alto, se llevaba la golosina a la boca, tiñendo de chocolate sus labios y lengua mientras la chupaba suavemente.

— Sí —contestó—, y creo que tendría que convocarte todas las tardes, aunque no creo que a tu novia le sentase muy bien… Por cierto, ¿qué tal se ha tomado ésta?.

— Le ha molestado bastante —fui sincero—, por ser viernes por la tarde. Pero bueno, creo que al final lo ha aceptado porque sabe lo importante que es el trabajo, y que las cosas no están como para ir de divo por la vida.

— Vaya, seguro que ha pensado que tu jefa es una bruja… Pero si lo ha aceptado como dices, es que es una chica inteligente. Háblame de ella.

¡No me lo podía creer!. ¿Acabábamos de follar y quería que le hablase de mi novia?.

— Es un poco raro, ¿no crees? —pregunté, enarcando una ceja.

— No veo por qué —contestó, sin darle ninguna importancia—. Es simple curiosidad, hasta hace unos días ni siquiera sabía que tienes novia.

— Bueno, ¿y qué quieres saber?.

Mi jefa acabó su chocolatina relamiéndose los labios, provocándome un hormigueo por todo el cuerpo.

— Pues lo típico, ¿cómo se llama y a qué se dedica, por ejemplo?.

— Se llama Laura. En Septiembre del año pasado acabó las asignaturas de la carrera que estaba estudiando, en Febrero de este año presentó el Trabajo de Fin de Grado, y ahora está haciendo un máster.

— Eso está muy bien, me reafirmo en lo de que es una chica inteligente, y seguro que terminó la carrera con buenas notas…

— La verdad es que sí —dije, con cierto orgullo—. Aunque hubo algunas asignaturas que se le atragantaron, y tuvo que examinarse de una de ellas al final, en Septiembre, por suspenderla en Febrero. Pero bueno, la aprobó, ¡y además con sobresaliente!.

— ¡Guau! —exclamó Sonia, abriendo al máximo sus ojazos—. De suspenso a sobresaliente, eso no es muy común.

— Se lo curró muchísimo. Desde que suspendió, y a pesar de tener que dedicarse a las asignaturas para las que se presentaba en Junio, se preparó esa asignatura yendo a clases particulares un par de días a la semana, incluso en verano.

— ¡Vaya! —expresó con admiración—. Entonces, además de inteligente es trabajadora. Y seguro que es guapa…

«Quiere comparase», pensé. «Cuidado con lo que dices».

— Claro que es guapa, rubia con los ojos azules y cara de niña. Hasta entrar en la universidad, practicó danza clásica.

— Mmmm, suena a muñequita —pensó en voz alta, con una sonrisa y mirada de cierta malicia.

«Se acaba de comparar», me dije. «Y cree que si estoy aquí con ella, es porque sale ganando».

— La verdad es que suena muy interesante, me encantaría conocerla.

— No creo que sea buena idea presentaros. Sería un poco… no sé… ¿tenso? —dije, tomándome sus palabras al pie de la letra.

Sonia rio a carcajadas, levantándose de su asiento para sentarse en mis muslos y rodearme el cuello con los brazos.

— Sólo era una forma de hablar —me dijo, aún entre risas—, pero ya que lo mencionas, la verdad es que sí que me gustaría que nos presentaras. ¿Por qué no venís mañana a cenar a mi casa? —se le ocurrió, de repente.

— Joder, eso sí que sería raro, ¿no? —dije, confuso.

— ¡Qué va! —exclamó, aún más convencida—. Le dices que me has hablado mucho de ella y que quiero compensaros por haberos estropeado la tarde del viernes.

Sus ojos brillaron con picardía, moviéndose sobre mi muslo, haciéndome sentir el calor y suavidad de su piel. La extraña conversación había conseguido distraer mi mente y, encandilado por sus ojos y bellas facciones, hasta ese momento no fui realmente consciente de que ambos seguíamos desnudos. Mi hombría salió de su sopor, detalle que a ella no se le escapó.

— Pero…—dije, sin saber cómo seguir objetando.

Mi cerebro estaba dejando de funcionar correctamente, pues mis ojos ya se estaban centrando en las preciosas tetas de mi jefa, mientras ella seguía moviéndose sobre mis muslos, con uno de sus dedos jugueteando en mi espalda. La sangre de mi cuerpo abandonaba una cabeza para dirigirse a otra.

— No hay peros —se opuso, sonriendo al ver cómo mi polla se levantaba—. Mañana venís a mi casa y así la conozco. Quiero conocer gente nueva y divertirme, y tu chica parece realmente interesante. ¿Sabes lo aburridos que son mis fines de semana?.

— Ya, Sonia, pero juntar a mi novia y mi… «amante», pensé.

— Jefa —prosiguió ella mi frase—. No tiene nada de malo. Seguro que nos caemos muy bien, tenemos cosas en común —añadió, haciéndome un guiño.

Sentí que me ruborizaba, pero la infantil vergüenza no impedía que mis manos acariciasen sus tersos muslos.

A ella le encantaba sonrojarme, y me lanzó un ataque directo con el que sus labios tomaron los míos y su lengua invadió mi boca. Besándonos, ni siquiera fui consciente de en qué momento le había agarrado ya uno de sus moldeables pechos para estrujarlo.

— Deberías llamarla ahora mismo y decirle que mañana, a las nueve, cenáis en mi casa —afirmó con convicción, levantándose un momento para sentarse a horcajadas sobre mis muslos cerrados, acercando su sexo a la vara que ya apuntaba hacia el techo.

Mis dos manos agarraron sus senos y los masajearon jugueteando con los erectos pezones, contemplando cómo se mordía el labio por las sensaciones que le producía.

— ¿No crees que será una situación muy tensa? —le pregunté, aún con dudas, apretando el esponjoso volumen de esos magníficos pechos.

Moviendo sus caderas hacia delante, mi jefa hizo que su coñito, manando nuevos jugos de excitación, entrase en contacto con mi glande para contonearse sobre él, frotando deliciosamente su húmedo clítoris con la punta de mi enhiesta verga.

— Mmmm, puede ser —contestó con un gemido—, pero sólo al principio. Seguro que durante la cena, regada con un buen vino, nos vamos relajando. Y luego podríamos tomarnos unas copas, para relajarnos aún más…

— Suena bien —comenté, sintiendo el cosquilleo de nuestros sexos en húmeda frotación—. Estás siendo muy convincente…

Mis manos bajaron por su talle, acariciando su curvilínea cintura y espalda, ligeramente arqueada, para alcanzar la suavidad y rotundidad de sus glúteos; comprimiéndolos, obligándole a avanzar un poco más hacia mi pelvis, permitiéndome sentir el calor que irradiaba su jugosa almeja en, prácticamente, toda la longitud de mi pértiga.

— Y tú me estás poniendo muy cachonda… —afirmó ella, extendiendo el movimiento de sus caderas sobre mí—. Verás qué bien lo pasamos. Hago una cena rica y ligera, abrimos un par de botellas de vino, tomamos unos gin-tonics bien preparados y…

— ¡Y nos montamos un trío! —exclamé bromeando, aferrando su culo con pasión.

Sonia rio y, poniendo sus tetazas al alcance de mi boca para que tomase entre mis labios uno de sus rosados y duros pezones, susurró entre jadeos:

— No lo descarto… Si tu chica es tan guapa como dices y nos gustamos… Ya te he dicho que estoy abierta a nuevas experiencias.

— ¡Joder, Sonia! —exclamé, soltando su pezón—. ¡Que lo decía en broma!. Sólo imaginarlo me pone brutísimo…

Por mi mente pasaron, a velocidad de vértigo, un millón de imágenes de las dos hembras dueñas de mi virilidad, desnudas, besándose, acariciándose y jugueteando con mi polla, mientras se descubren íntimamente la una a la otra.

— Me encanta… —susurró—. Entonces estaré predispuesta a probarlo. Seguro que tienes para darnos bien a las dos…

Hundí mi cara en sus pechos y me comí esos manjares de dioses con hambre de travesía por el desierto. Ella echó su cabeza hacia atrás, sirviéndomelos en bandeja de plata mientras su cadera se levantaba y mis piernas se abrían. Tanteando, mi bálano encontró paso franco entre los húmedos pliegues de piel, que lo envolvieron invitándolo a profundizar. Mi afrodita no lo dudó un instante, se dejó caer y se empaló con mi polla, engulléndola hasta la raíz.

Un gemido y un placentero gruñido fueron entonados de forma simultánea.

— ¡Diossss, cómo me gusta! —exclamó ella, comprimiendo mi verga con los poderosos músculos de su vagina.

Yo estaba en el paraíso. Con el rostro aplastado contra sus mullidos cojines pectorales, las manos marcando mis dedos en sus firmes nalgas, y mi lanza ensartándola hasta clavarse en lo más profundo de sus entrañas. Mientras, en mi mente, se reproducía un vídeo pornográfico en el que daba por el culo a mi novia, sometiéndola a cuatro patas, mientras su rubia melena se movía sobre la entrepierna de mi jefa, comiéndole el coño mientras ésta se estrujaba las tetas mirándome con cara de vicio.

Sonia se echó un poco hacia atrás, dejándome respirar y tomando mi cara entre sus manos para mirarme con fiera pasión.

— ¿Me la clavarías así delante de ella? —me preguntó.

— ¡Joder, os la clavaría así a las dos!.

Rio complacida, estrangulando mi miembro en su interior con su risa.

— Venga, llámala ahora mismo. Aprovechemos el calentón para que no te arrepientas —dijo, estirándose para alcanzar mi pantalón sobre la mesa—.Estoy haciéndome unas expectativas que cada vez me atraen más.

Hurgando en mi bolsillo, encontró el teléfono y me lo ofreció.

— ¿Así, como estamos ahora? —pregunté perplejo pero, aun así, cogiendo el aparato.

— Así… —respondió, volviendo a echarse hacia delante para clavarse bien a fondo, arrancándome un gemido—. ¡Menudo morbazo!.

Y tenía toda la razón del mundo. Mi cerebro tenía su química alterada, y en lugar de procesar esa idea como una peligrosa locura, la evaluó como un emocionante aliciente: hablar por teléfono con mi joven novia mientras me follaba a mi madura jefa en una sala de reuniones, con la intención de concretar una cita en la que tenía como expectativa montarme un trío con ambas. ¡Delirantemente excitante!.

— Hola, guapa —dije al teléfono, cuando Laura descolgó.

— ¿Ya habéis terminado la reunión? —me preguntó contenta.

Sonia, mordiéndose el labio, empujó con fuerza, incrustando su pelvis en la mía, obligándome a apretar los dientes para ahogar un gruñido de placer.

— N-no —contesté, sin aliento—. Parece que aún queda un buen rato…

Aquella que me cabalgaba, asintió sonriendo, y comenzó a darme suaves besos por el cuello.

— Estamos… en un pequeño descanso —añadí, tirando del culo de mi amazona con una mano para levantarla y sacarle un poco de polla—. Así que aprovecho para llamarte porque mi jefa nos ha invitado a cenar mañana en su casa y…

Tuve que apretar nuevamente los dientes cuando la aludida volvió a ensartarse, ahogando su propio gemido contra mi cuello.

— …le gustaría que se lo confirmase ahora, para prepararlo con tiempo —terminé la frase.

— ¡Vaya! —dijo Laura sorprendida—, ¿se siente culpable por hacerte currar esta tarde, y esa es su manera de compensarnos?.

— Chica lista —leí en los apetecibles labios de Sonia—. Me gusta —añadió, guiñándome provocativamente un ojo.

— Sí, en parte —le contesté a mi novia—. Pero también es porque le he hablado mucho de ti, y tiene muchas ganas de conocerte.

Mi jefa asintió, y esta vez fue ella la que se levantó un poco, sacándose algunos centímetros de mi dura carne de su encharcado interior.

— Está bien —asintió Laura—. Yo también tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha “secuestrado” a mi chico, jajaja. Confírmale que cenaremos con ella, puede ser divertido.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, pero se disipó inmediatamente al sentir los músculos internos de mi “secuestradora” tirando de mi herramienta.

Hundiendo mis dedos en la carne de una de sus nalgas, tiré de ella, penetrándola nuevamente con violencia. No pudo contener en su garganta, un leve grito de placer y sorpresa.

— ¿Te llama ya? —preguntó inocentemente mi novia al oírlo, sin poder identificar el tono.

— Sí —contesté, sintiendo una gota de sudor resbalando por mi cara—. Tengo que dejarte. Cuando acabemos, te llamo. Un beso.

— Un beso —oí. justo antes de colgar.

Miré a Sonia, su rostro era la viva imagen de la lujuria.

— ¡Perfecto! —exclamó—. ¡Mañana ya tengo plan!. Y, ¿quién sabe?, a lo mejor hasta descubro cosas nuevas… —dejó caer mordiéndose el labio, y dedicándome una mirada con la que casi entro en combustión.

Las imágenes de esa madura diosa compartiendo placeres con mi juvenil ninfa, se sucedieron en mi cabeza. En ese momento, en la película de mi cerebro, las dos hembras alternaban comiéndose mi polla, mientras sus lenguas y labios se acariciaban pasándose el pirulí de una a otra.

— Y hablando de descubrir cosas nuevas —dijo, descabalgándome, poniéndose en pie y dejando mi verga cimbreando, recubierta por sus fluidos—. Antes me dejaste con las ganas de probar otra cosita… —añadió, tomando el móvil de mi mano y dándose la vuelta para poner ante mis ojos sus firmes posaderas.

Yo no necesitaba más invitaciones, así que agarré sus nalgas y las masajeé, abriéndolas para que mi boca se instalase entre los dos cachetes, y mi lengua acariciase la suave piel, deslizándose entre ellos.

— ¡Uuuuuuummmmm! —aulló agudamente—. ¡Nunca había sentido, ahí, una lengua!.

Estiré mi húmedo e intrépido músculo para alcanzar su íntimo agujerito, acariciándolo con la punta.

— ¡Qué ricoooooo! —exclamó, doblando instintivamente su espalda para apoyar los codos y sus desbordantes pechos sobre la negra mesa de madera.

Su culazo se me ofreció en toda su plenitud. Sus piernas, tonificadas y estilizadas por efecto de los tacones que aún conservaba puestos, eran dos columnas de mármol blanco que ensalzaban la forma acorazonada de ese poderoso trasero, haciéndome desearlo más que nunca.

Metiendo mis manos entre sus muslos, la obligué a separarlos para acercar aún más la silla, y colocar mis piernas bajo su arco del triunfo. Sus glúteos se separaron por sí solos, y me permitieron ver cómo su ano se mostraba relajado en respuesta a mi caricia lingual.

— Si te ha gustado, esto te va a encantar —le dije, volviendo a aferrar sus generosas cachas para enterrar mi rostro entre ellas, percibiendo el delicioso y penetrante aroma de su sexo, que centímetros más abajo lloraba de excitación.

Mi lengua acarició y degustó el pequeño orificio, provocando un húmedo cosquilleo que a Sonia le hizo reír entre gemidos. La elástica piel se contraía y relajaba con mis caricias, permitiendo a la puntita de mi apéndice colarse, apenas unos milímetros, por la abertura, para retorcerse en su interior, consiguiendo que el esfínter se relajase aún más.

— ¡Joder, qué delicia! —exclamó mi jefa, fuera de sí—. ¿A tu novia le haces esto?.

— Pues claro —contesté, despegando mi cara mientras le metía un dedo en el coño, embadurnándolo con su natural lubricación—. Le encanta que se lo haga antes de darle por el culo.

— No me extraña —dijo entre suspiros—. Hazme todo lo que le haces a ella… ¡Y más!.

Saqué el dedo de su gruta, y lo llevé hasta el pequeño agujerito. Presionándolo, no me costó ningún esfuerzo penetrarlo, resbalando hacia su interior, hasta que mi dedo desapareció en él.

— ¡Oooooohhhh!, ¡cómo me gusta!, ¡quiero más!.

Realicé una serie de movimientos circulares, dilatando la entrada y aumentando su goce. Después, saqué el dedo, y mi lengua ocupó su lugar, salivando bien la entrada con rápidas caricias, mientras otro de mis dedos se introducía entre sus labios vaginales para ejecutar un enérgico mete-saca.

Sonia volvió a emitir un agudo aullido, soltando sobre la mesa el móvil que, sin darse cuenta, había mantenido sujeto con la mano.

Abandoné la ardiente cueva, y ese dedo se unió al otro para, juntos, penetrar lentamente a través de su ano mientras le daba pequeños mordiscos en las nalgas.

La angosta entrada fue adaptándose al nuevo grosor que la dilataba, con jadeos de su dueña, permitiendo el avance de mis falanges con el sonido de los fluidos salivales y vaginales escurriendo, hasta que, mí índice y corazón, terminaron de perderse en el interior de ese majestuoso culo.

— ¡Guau! —gritó mi jefa—. ¿Me has metido ya la polla?. ¡Me encanta!.

— No, sólo dos dedos —contesté, conteniendo mis impulsos por hacerlo ya—. Casi estás. Si esto te ha gustado, verás cuando te la meta…

Moví mis falanges en su interior, con suavidad, dentro y fuera, girándolos para continuar dilatando, escuchando los incontenibles gemidos de esa mujer que, a sus cuarenta y tres, estaba descubriendo ignotos placeres, hasta que tuve la certeza de que era el momento.

Saqué los dedos y me puse en pie, echando hacia atrás la silla. Comprobé que su cuerpo, postrado sobre la mesa, quedaba a la altura adecuada, realizando una fotografía mental de mi jefa en esa incitante y excitante postura. Atenacé su cadera con una de mis manos, y con la otra apunté, dando un seco empujón pélvico con el que toda mi zanahoria fue engullida por su voraz conejo.

Sonia gritó de placer, y su cuerpo se sacudió con un apoteósico temblor que la hizo derrumbarse sobre la mesa, con mi polla clavada hasta el útero.

Con unos cuantos vaivenes, disfruté de las contracciones de su vagina en pleno furor orgásmico, hasta que su cuerpo se relajó y saqué mi verga goteando jugos de placer femenino.

— ¡Has hecho que me corra! —dijo mi jefa, mirando hacia atrás con la respiración aún agitada—. Pero no era por ahí por donde me la ibas a meter…

— Sólo quería un poco de lubricación extra —le dije, con una sonrisa de oreja a oreja.

Su cara de sorpresa fue un poema para mí y, antes de darle tiempo a reaccionar, apunté de nuevo. Mi verga se abrió paso entre sus nalgas, resbalando con fluidez hasta llegar a su ano, sobre el que incidió como un ariete. Encontrando una leve resistencia, mi glande entró por la estrecha abertura, colándose todo su grosor a través del relajado esfínter.

— ¡Oh! —exclamó mi montura, con sorpresa y placer.

La dilatación era la idónea, y la lubricación, tanto de la vaina como del sable, más que suficientes, así que ya no me anduve con delicadezas. Con un poderoso empujón, toda la longitud de mi falo entró en su culo hasta que mi pelvis azotó sus nalgas, comprimiéndolas.

Sonia gritó, pero no de dolor, sino de extremo placer al sentir, por primera vez, una dura, gruesa y larga polla profanando la más secreta entrada a sus oscuros deseos.

Con los ojos abiertos de par en par, como nunca entes se los había visto, aún mantenía su rostro vuelto hacia mí, apoyado sobres sus manos. Con un febril rubor tiñendo sus mejillas, sus hermosas facciones se habían desencajado por la indescriptible sensación que sentía en su retaguardia y entrañas, dejándola con la boca abierta y sin aliento.

Sentí mi músculo oprimido en el estrecho conducto, embutido en su intestino como una pieza de charcutería, maravillosamente estrangulado para no permitirme quedarme estático, necesitaba moverme allí dentro y terminar de acostumbrar a mi jefa a tener una polla alojada en su culo.

Mirándola fijamente a los ojos, comencé una serie de suaves empujones contra sus confortables posaderas, rebotando en ellas sin sacar más que un par de centímetros de mi herramienta de su nueva funda. Disfruté dándole un placer a Sonia con el que su cuerpo se iba acomodando al ávido invasor entre jadeos, mientras sus pechos, aplastados sobre la mesa, se masajeaban y estimulaban frotándose con la pulida superficie.

Tras la sorpresa inicial, ella ya estaba disfrutando de mi empuje incrementando su excitación y goce, hasta el punto de hacerle colaborar en la enculada. Se irguió, estirando sus brazos, para acompañar mis movimientos con cortos embates hacia atrás, provocando ondulaciones de la piel de sus glúteos al chocar contra mi pubis.

— Te gusta, ¿eh? —le dije, con los dientes apretados.

— ¡Diooooosssss! —contestó ella, con la voz temblorosa—. Es brutaaaaaaal…

Su rostro ya no estaba vuelto hacia mí. Con la espalda arqueada por haberse incorporado, miraba hacia la silla que ella misma había ocupado durante la reunión de la mañana. Habría dado un reino porque allí hubiera un espejo, en lugar de esa silla, que me permitiera ver su excitante gesto de placer, y sus tetazas colgando y balanceándose con mis embestidas.

En realidad, ya habría dado un reino por verle los pechos a mi jefa, otro por tocárselos, otro porque me la chupara, otro por follármela, otro por darle por el culo… Conmigo, el antiguo imperio español, enseguida se habría quedado sin reinos.

Llevado por el extremo placer de ambos, mi cuerpo cedió a mis más primarios instintos, incrementándose la intensidad, potencia y recorrido de mis arremetidas contra ese maravilloso culo, el cual disfrutaba de mi ardor de macho desatado. Aferrado a la grupa de mi yegua, como un indómito semental, mi pelvis castigó sonoramente sus nalgas, golpeándolas con la furia de la testosterona dirigiendo mis actos.

No queriendo perder detalle de aquella fantasía hecha realidad, miré hacia abajo, observando cómo mi barra de carne aparecía y desaparecía entres las redondeces de mi jefa, mientras ella gritaba enajenada por un placer que le estaba llevando a la locura.

— ¡Dame más, dame más, dame más…! —seguía incitándome.

Mi montura era un maremágnum de sensaciones. Llevada en volandas por ellas, había perdido cualquier atisbo de decoro o miedo a que sus gritos fueran escuchados por la empleada de la limpieza que, probablemente, estaría en alguna parte del edificio realizando su labor mientras escuchaba la radio.

Conociéndola, nadie habría imaginado a Sonia en tal tesitura: apoyada sobre una mesa, siendo sodomizada por su subordinado más joven, y disfrutando como una loca, dando muestra de su locura con ancestrales sonidos de júbilo saliendo de su garganta.

La exigencia física de aquel polvo, y el esfuerzo realizado en el anterior, empezaron a pasar factura en mí. Necesitaba recuperar el aliento, por lo que detuve el frenético bombeo para descansar un momento, disfrutando del tacto y las formas de aquella anatomía que aún me parecía increíble estar poseyendo.

— ¿Ya te has corrido? —preguntó mi sometida, volviendo su rostro hacia mí.

— Claro que no —contesté, con una perversa sonrisa—. Sólo quiero disfrutar de lo buena que estás, antes de rematarte.

Con ambas manos masajeé sus castigados glúteos, sacándole la polla de entre ellos, y oyéndola suspirar al hacerlo. Recorrí su cintura y la curvatura de su espalda, ascendiendo para pasar mis manos hacia delante y abrazarme a ella, tomando sus pechos para, también, masajearlos con devoción.

Sonia cerró las piernas, levantándose para recuperar la verticalidad y disfrutar de las atenciones que recibían sus zonas erógenas, mientras su culo acomodaba la longitud de mi falo entre sus cachetes.

Con sensuales caricias, realicé movimientos circulares en esas mamas, doloridas por el intenso vaivén al que habían sido sometidas. Su dueña agradeció el tratamiento buscando mi boca, para introducirme su lengua y acariciarme eróticamente con sus labios.

Sin dejar de presionar sus imponentes montañas con los dedos de mi mano derecha, la otra bajó por el aterciopelado valle de su vientre, llegando hasta el monte de venus para que dos de mis falanges exploraran, aún más al sur, el cráter del volcán rezumante de cálidos jugos.

Ese continente del placer, de sinuosa geografía, gimió en mi boca al sentir el roce en su hipersensible clítoris, agarrando mi brazo por la impresión, cuando se sintió inmediatamente penetrada por mis dos exploradores.

— Julio —consiguió decir entre jadeos, sintiendo cómo mis dedos entraban y salían de ella, con la palma de mi mano presionando y frotándole el duro botón—. Me tienes a punto… Creo que me voy a correr otra vez…

— Eso es lo que quiero —le susurré al oído, volviendo a subir mi mano—, pero te vas a correr con mi polla metida en el culo.

— Uuuummmm —obtuve como única respuesta.

Tomándola por los hombros, la hice reclinarse nuevamente, hasta que se apoyó sobre la mesa. Sus posaderas, al permanecer con las piernas cerradas, quedaban más altas que anteriormente, una altura perfecta para no hacer necesario apuntar a la diana con mi mano.

Aferré sus caderas y, con una simple y potente embestida, enhebré la aguja hasta que nuestros cuerpos dieron sonora muestra de una profunda penetración, con la que Sonia volvió a aullar de puro gusto.

La fricción en mi verga abriéndose paso entre las prietas carnes, hasta horadar y atravesar ese ojal ya acostumbrado al grosor de mi taladro, fue más que sublime, provocándome un latigazo de ligero dolor e intenso placer, que activó el mecanismo automático de mi cuerpo.

Sin compasión ni medida, poseído por los lujuriosos demonios de mi más oscura mazmorra interior, reinicié un vigoroso mete-saca, consumiendo las últimas energías de mi juventud, provocando terremotos en ese hermoso continente del placer que aullaba desaforadamente.

— ¡Me corro, me corro, me corro, me corroooooooohhhh…! —gritó Sonia.

Con un rugido de león que impone su estatus en la sabana, golpeé y empujé con mi pelvis las mullidas nalgas de mi orgásmica jefa, haciéndola enloquecer con toda mi potencia empalándola hasta lo más profundo de sus entrañas, poniéndole la vacuna a sus meses de soledad, inyectándole mi láctea esencia vital entre espasmos de delirante placer. Me corrí como una bestia en aquel santuario que sólo yo había profanado.

Durante un par de minutos, que parecieron una vida, permanecimos estáticos, sintiendo el vértigo de nuestras mentes volviendo a la realidad.

Salí de ella y, acercando la silla, me senté tomando a Sonia por la cintura para que se sentase sobre mis piernas, con su cabeza reposando en mi pecho.

— Ha sido la experiencia más increíble de mi vida —comentó—. Nunca imaginé que alguien mucho más joven que yo pudiera darme lecciones.

— Yo no te he dado ninguna lección —contesté—, sólo te he ayudado a obtener algo que deseabas, pero que nunca te habías atrevido a probar en serio.

Mi amante me miró con un brillo especial en sus irresistibles ojos verde-grisáceos. Ya no era pasión o lujuria, aunque tampoco se podría calificar como amor. Lo que en ella vi en ese instante, fue agradecimiento y devoción. Agradecimiento por ayudarla a salir de un profundo bache de su vida, por hacerla sentir hermosa y deseada, por hacerla disfrutar, por impulsarla a desinhibirse… Y devoción por querer que todo aquello no tuviera fin.

Sus labios fueron al encuentro de los míos, dándome muestra de esos sentimientos; haciéndome experimentar por un instante, algo que tal vez, en mí, sí podría calificarse como amor.

Tras ese beso que, momentáneamente, revolvió todos mis sentimientos, quise quitarle hierro al asunto. Con el dedo índice recorrí la pálida piel de su cuello, clavícula y pecho, trazando un dibujo en las pecas que lo adornaban.

— Definitivamente, es Escorpio —dije, pensando en voz alta.

— ¿Qué? —preguntó sorprendida.

— Estas bonitas pecas —aclaré, señalándolas—. Forman una constelación, y ahora creo que esa constelación es Escorpio. ¿Ves? —añadí, trazando el dibujo.

— Eres encantador… Pero no tengo ni idea de Astronomía…

— Sí, mira —agregué, señalando la peca más grande—. Ésta es Antares, la estrella más brillante de Escorpio, también conocida como Alfa Scorpii.

— Hum, vaya, nunca lo había visto así —dijo ella, con una sonrisa—. Aunque, según la astrología, yo soy Géminis, no Escorpio. Y la verdad es que estas pecas me acomplejaron un poco en su día.

— ¡No me digas!, ¡pero si son preciosas y súper eróticas!.

— Jajaja, sigues siendo un seductor… La verdad es que mi adolescencia no fue sencilla —dijo, con una sombra nublando el brillo de sus ojos—. Los críos pueden ser muy crueles, y cargaron esa etapa de mi vida con complejos.

— No me lo puedo creer.

— Pues así fue. Para mis compañeros de instituto yo era la empollona de piel lechosa y pecas, “boca hierro” por la ortodoncia, tetona y de culo gordo… ¡Como para no acomplejarme!.

— Pues ya lo siento —dije, conmovido—. Aunque supongo que tus compañeros ahora se tirarán de los pelos, y tus compañeras se morirán de envidia, viendo la espectacular mujer en la que te convertiste.

— Gracias —contestó, disipándose la nube de su mirada—. La verdad es que no mantengo contacto con nadie de aquella época. Al empezar la universidad, decidí hacer borrón y cuenta nueva. Y de eso, han pasado muchos años ya, jajaja.

Reí con ella.

— Bueno, creo que hoy ya hemos cumplido la jornada laboral muy satisfactoriamente —dijo, poniéndose en pie y dedicándome una sonrisa de picardía—. Es fin de semana y mañana tenemos una interesante cena…

— ¡Uf!, sí, casi se me olvida —dije, devolviéndole la sonrisa—. ¿Entonces, sigue en pie?.

— Por supuesto —contestó, poniéndose la ropa interior mientras yo hacía lo mismo—. Ya se lo has dicho a tu novia, y estoy deseando conocerla.

— ¿Pero sigue en pie todo, todo? —volví a preguntar, abrochándome la camisa mientras observaba cómo ella se enfundaba en su elegante falda—. Pensaba que sólo era por el calentón…

— Bueno, sí, en parte ha sido por el calentón, pero… —Sonia hizo un alto mordiéndose el labio. Habría dado otro reino por leer sus pensamientos en aquel instante— …deseo nuevas experiencias, y si tu novia es tan guapa como dices…

— Te aseguro que lo es, ¡está muy buena! —dije con entusiasmo—. Mejorando lo presente, claro.

— Jajaja. Pero no depende sólo de mí, también dependerá de que ella esté dispuesta —aseveró, arreglándose el cabello tras terminar de vestirse.

— ¡Uf! —resoplé, volviendo a dejar volar mi imaginación—. Estoy seguro de que le vas a gustar. ¿Sabes?, siempre ha querido tener unas tetas como las tuyas. Y sé que, antes de estar conmigo, tuvo alguna que otra experiencia con una compi de la universidad…

— Cuanto más sé de ella, más ganas tengo de dejarme llevar… —dijo, sentándose en el borde de la mesa y encontrando mi móvil, olvidado en el momento pasional.

Sonia cogió el aparato, lo miró, y lo mantuvo en su mano mostrándomelo.

— ¿Tienes alguna foto de ella? —preguntó, segura de la respuesta—. Podrías enseñármela para que me vaya haciendo una idea…

— ¡Claro! —contesté, llevado por la emoción—. Pero dame un momento para ir al baño.

Mi jefa asintió sonriendo, quedándose con el teléfono, aunque no podría desbloquearlo.

Quité el pestillo de la puerta y, mirando a ambos lados, salí rápidamente al baño que había al lado.

Tras orinar abundantemente, aproveché la circunstancia para lavar mis genitales con agua y jabón, como me había acostumbrado a hacer siempre que tenía una sesión de sexo anal con Laura. Al finalizar, me resultó gracioso y muy agradable secarme con el chorro de aire caliente del secamanos.

«Nunca imaginé que utilizaría este aparato para secarme la polla», me dije, con una sonrisa.

Cuando regresé a la sala de reuniones, sin haber visto rastro de la empleada de la limpieza, «Con suerte, hoy libra», pensé, me encontré a Sonia sentada tal y como la había dejado, solo que había aprovechado mi ausencia para abrir la ventana y que, así, la estancia se ventilase del inconfundible olor a sexo que en ella se respiraba.

Antes de reunirme con ella, me recreé unos instantes contemplándola de pies a cabeza. Había recuperado su aura de señora, no por edad, sino por elegancia. Su presencia volvía a llenar la sala, una madura belleza, una reina del trabajo y el conocimiento, mi jefa deseada.

Me senté a su lado y me devolvió el móvil con una amplia sonrisa.

— Enséñame a tu muñequita —me dijo, con un sugerente tono de voz.

Desbloqueé el aparato y, poniéndolo ante ambos, accedí al álbum “Laura”, mostrándose en pantalla completa la primera fotografía.

— Hum —emitió Sonia, sin perder detalle de la imagen—. Bonita foto…

Sentí cómo me ponía colorado como un tomate. Había olvidado por completo que las últimas fotos que guardaba de Laura, correspondían al fin de semana que habíamos pasado en mi casa, aprovechando que mis padres se habían marchado a la sierra. La primera fotografía era un primer plano del delicioso culito desnudo de mi novia.

— ¡Uf, lo siento! —dije, avergonzado—. No recordaba que tenía estas fotos.

— No tienes nada de lo que disculparte —contestó Sonia, con una pícara mirada—. ¡Es un culo divino!. ¿Entonces, hay más?.

Tomando el móvil de mi mano, deslizó un dedo sobre la pantalla, pasando a la siguiente imagen, que correspondía con ese mismo trasero visto de perfil, mostrando la perfecta redondez de su forma y la tersura de su piel.

— ¡Vaya culito tiene la niña! —exclamó mi jefa, mordiéndose el labio—. Qué envidia…

— Bueno, ella envidiará otras cosas de ti… —alegué, acalorado.

— Lo decía en el buen sentido. Me gusta.

Cruzamos una mirada cómplice, y entonces tuve la certeza de que la cena sería memorable.

— A ver qué más hay… —añadió, volviendo a deslizar su dedo por la pantalla.

La fotografía que vimos a continuación estaba tomada desde más lejos. En ella se podía observar a Laura en el marco de la puerta de mi dormitorio, de espaldas, recogiéndose su larga melena rubia sobre la cabeza, para mostrar las delicias de su anatomía trasera llevando, únicamente, un tanga que desaparecía entre sus firmes nalgas.

— Bonita figura —comentó Sonia—. Muy delgada, pero con sus curvas… Y ese culo es para enmarcarlo, ¿eh?.

Sentí una mezcla de orgullo y temor, pero este último se desvaneció al comprobar en la expresión de su rostro, que lo decía con auténtica admiración. Realmente le gustaba lo que estaba viendo.

«Mañana va a ser el día más grande de mi vida», pensé.

La siguiente foto era bastante mala, había sido hecha al contraluz de la ventana de mi cuarto y, a pesar de que se podía ver a mi novia sujetándose los pechos tras quitarse el sujetador, su rostro quedaba entre sombras, en favor del sol brillando en su dorada cabellera.

— Ahora estoy segura de a qué te refieres con que ella envidiará otras cosas de mí —afirmó mi jefa, con una sonrisa de medio lado, antes de volver a deslizar su dedo.

La siguiente imagen era mejor. Laura, sentada sobre mi escritorio, se mostraba en ropa interior, con un dedo sobre su carnoso y rosado labio inferior, y una lasciva mirada en sus celestes ojos. Estaba para comérsela.

— ¡Joder, es ella! —exclamó Sonia, fijando su vista en el rostro de mi novia.

— Pues claro que es ella —asentí—. Es guapa, ¿verdad?.

— ¡Que no, que no es eso! —volvió a exclamar, alterada—. ¡Que es ella! —repitió, ampliando la imagen para ver mejor los rasgos retratados—. ¡Es la cría que se tiraba mi ex!.

— ¿Pero, qué dices? —pregunté, perplejo—. Sonia, te estás confundiendo…

— ¡Te aseguro que no!, ¡es ella!. Jamás podré olvidar su cara de zorra cuando me la encontré en el sofá de mi casa, con la polla de mi marido metida en el culo….

— No puede ser… —dije, sintiendo vértigo—. Sería otra que se le parece…

Mi mente se estaba colapsando. Sonia tenía que estar equivocada, pero lo afirmaba con tal seguridad, que sembró la duda en mí.

— ¿A que estudió Arquitectura? —me preguntó, de repente.

— Sí —respondí, sorprendido.

— ¿Y a que la última asignatura que aprobó fue una de las de Construcción?.

— ¡Joder! —maldije, sobrepasado—. ¿Tú cómo sabes eso?.

— Ya te lo he dicho, es la zorrilla que se tiraba mi ex. Él es catedrático en la universidad de aquí, y da todas las asignaturas de Construcción… No hace falta ser muy lista para saber cómo, tu novia, se ganó ese sobresaliente tras suspender…

«Mierda, mierda, mierda…», me repetí internamente. «Esas clases particulares, dos días por semana… Todo encaja y lo sabes».

— No te lo estarás inventando, ¿verdad? —pregunté, a la desesperada.

— ¿Por quién me tomas? —me espetó mi jefa, ofendida—. ¡El que me hayas follado no te da derecho a perderme el respeto! —añadió con aquel gesto severo con el que ya me había intimidado una vez.

— L-lo, siento —tartamudeé, completamente hundido—. Es que…

— Tranquilo —dijo, suavizando su tono y tomando sus manos con las mías—. Te entiendo perfectamente —prosiguió, alzando mi rostro por la barbilla para que me perdiese en la profundidad de sus ojos—. Sé mejor que nadie lo difícil que es asimilar una traición…

Lo curioso era, que más que la traición en sí, lo que me dolía era el motivo de la misma. Yo también le había puesto los cuernos a Laura. De hecho, acababa de volver a hacerlo, pero había sido por un motivo completamente irracional, por una atracción y deseo por mi jefa que no era capaz de controlar, y que me había hecho descubrir que no estaba realmente enamorado de mi novia. Sin embargo, Laura se había tirado a su profesor por motivos puramente racionales, para aprobar una asignatura y mejorar la nota media de su expediente académico. Había sido algo frío y perfectamente calculado.

— Es una puta ambiciosa —dije, pensando en voz alta—. Y si esto lo ha hecho por una asignatura que podría haber aprobado más adelante… ¿Qué no hará por conseguir un trabajo, o un ascenso, o lo que sea?.

— Creo que tienes razón, aunque no pretendo meter el dedo en la llaga. Por mi parte, ya la perdoné por destruir mi matrimonio.

— ¿Ah, sí? —me asombré.

— Fue parte de mi recuperación tras el golpe inicial, y tras ver cómo la vida que tenía se desmoronaba. Al final, no sólo la perdoné, sino que hasta le estoy agradecida…

— ¿Cómo es eso posible? —pregunté, perplejo.

— Si no hubiera sido por ella, seguiría atrapada en un matrimonio en el que el amor se agotó varios años atrás. Seguiría atada a un hombre mentiroso, cuyas mentiras no sólo se ciñeron a su infidelidad. De no ser por ella, no me habría reinventado a mí misma, jamás me habría atrevido a admitir cuánto me atraes, jamás habría disfrutado del sexo como lo hago contigo, y jamás habría descubierto cuántas cosas de mí misma he estado reprimiendo siempre…

Mi fascinación por Sonia se convirtió en la más alta admiración. Era mi musa, mi heroína, mi diosa.

— ¿Estás enamorado de ella? —me preguntó, sondeando en mi interior con la luz verde-grisácea de su mirada.

— No, la verdad es que no —contesté, rebuscando en mis propios sentimientos.

— Entonces, no dejes que la rabia sustituya a un sentimiento que ni siquiera existe. Apártala de tu vida y sigue adelante, no merece la pena que gastes ningún mal pensamiento en ella.

— ¿Apartarla sin más?. Debería ir ahora mismo a hablar con ella y echarle en cara esta mierda… —pensé en voz alta.

— No deberías hablar ahora con ella, en caliente —me aconsejó, con la sabiduría de su experiencia—. Mándale un mensaje, diciéndole que la reunión se está alargando y que está siendo agotadora —por un segundo, un brillo refulgió en sus ojos—,y que será mejor que os veáis mañana —añadió, ofreciéndome el móvil.

— ¿Crees que es lo mejor? —pregunté, confiando ciegamente en ella.

Sonia siempre había sido mi Atenea en el trabajo, mi deseada diosa de la sabiduría, y ahora también lo era en la vida, así que tomé el móvil de su mano.

— ¡Pues claro que es lo mejor!. Mañana hablas con ella, tranquilamente, habiendo dejado atrás el enfado y con la mente clara. Ésta increíble tarde no debería acabar con un mal sabor de boca —concluyó, acariciando mis muslos, logrando tranquilizarme.

Rápidamente, escribí el mensaje a Laura, con las sugerencias de Sonia, y se lo envié dejando el móvil apartado, sin querer mirar la posible respuesta.

— Perfecto —expresó mi jefa con agrado, manifestándolo a través de las caricias que alcanzaban la cara interna de mis muslos—. Ahora sólo debes pensar que, si mi exmarido no se hubiese follado a tu novia, yo no estaría aquí contigo. Creo que, al final, tú también se lo agradecerás a ambos.

El precioso rostro de mi Atenea se aproximó al mío, y sus rojos labios tomaron mi labio inferior, succionándolo para soltarlo repentinamente.

A pesar de haber quedado completamente satisfecho con cuanto había acontecido esa tarde, resultó que mi juventud estaba en pleno auge, y que Sonia era mucha hembra, capaz de despertar mi deseo en cualquier circunstancia. Sentí un hormigueo en mi entrepierna, y mis muslos reaccionaron a sus caricias, abriéndose más.

Ella se puso de pie y, situándose entre mis piernas, siguió con sus caricias avanzando por mis muslos, mientras su lengua salía de entre sus labios y lamía los míos.

El hormigueo de mi entrepierna se intensificó, haciéndome sentir, conscientemente, la tela elástica de mi bóxer.

— Creo que necesitas una compensación por el disgusto que te has llevado —me dijo, con una perversa sonrisa y mirada—. Conozco una buena forma de que tu mente se quede en blanco para que no le des más vueltas a pensamientos negativos —añadió, desabrochándose dos botones de su blusa para que el empuje de sus tetazas la abriese.

La visión de esas dos maravillas, apretadas y embutidas en el sujetador blanco con rosas rojas bordadas, con la constelación de Escorpio y su Alfa Scorpii adornándolas, lograron que la sangre fluyera desde mi cerebro, hasta la parte de mi anatomía que más iba a necesitar esa sangre.

Complacida al ver que el bulto de mi pantalón se evidenciaba con mi mirada fija en la camisa entreabierta, Sonia se agachó un poco para permitirme deleitarme con las vistas de su balcón, mientras desabrochaba mi cinturón y pantalón para dejármelos a medio muslo.

Mi miembro, retenido por el ajustado bóxer, aún no había alcanzado toda su orgullosa envergadura. Tras una maratoniana tarde de sexo, y la decepción al enterarme de los verdaderos intereses de mi novia, necesitaría de estímulos más poderosos que la contemplación del mejor par de tetas que había visto jamás. Y mi jefa lo sabía, por lo que no se anduvo con rodeos que le pudieran hacer fracasar en su empeño de levantar mis ánimos.

Provocándome con ataques de su lengua rozando mis labios, pero sin permitirme atraparla, masajeó con dedicación el paquete que mi íntima prenda envolvía, consiguiendo que su volumen y dureza adquirieran su máxima expresión en sus manos.

Sin perder un solo instante que pudiera hacer a mi mente sumirse en pensamientos negativos, con una maliciosa sonrisa y lujuriosa mirada verde-gris, mi Atenea bajó el bóxer y empuñó mi erecta verga, acariciándola con fuerza para, con la otra mano, acercar la silla que tenía tras de sí, y acomodarse con su agraciado rostro a la altura de mi entrepierna.

— Uf, Sonia —suspiré—. No tienes por qué hacerlo…

— Claro que sí —replicó—. Lo necesitas, y a mí me apetece comerme esta polla que tanto placer me ha dado —añadió, dándome un lengüetazo en el glande—. En realidad, lo hago por los dos. Quiero mi postre para el mejor día que he pasado en años.

Sin darme opción a decir más, manteniendo mi mirada, su mano dirigió mi dolmen hacia su boca. La redonda cabeza fue acogida por esos suaves y jugosos labios rojos, que la besaron, envolviéndola y chupándola como si fuera un caramelo.

— Ummm, Sonia, ummm —gemí, sintiendo el delicioso cosquilleo y succión.

Sus ojos permanecían fijos en mí, elevando mi excitación, observando los gestos de placer que mi rostro revelaba en respuesta a la maestría de sus labios y lengua, con un simultáneo masaje de su experta mano en el tronco de la golosina que hacía suya.

Así me mantuvo unos minutos, acrecentando mi placer, hasta el punto de hacerme repetir su nombre entre gruñidos y gemidos.

— Sonia, oh, Sonia, Sonia, Sonia, uummm, Sonia…

Ella también estaba disfrutando con su trabajito oral. Realmente le gustaba comerme la polla y verme sufriendo de puro gusto. Escuchar su nombre con mi voz entre gemidos, era un afrodisíaco para ella, regalándole los oídos para incitarle a aumentar la intensidad de las chupadas.

Mi bálano fue poderosamente succionado, siendo arrastrado hacia el interior de la húmeda y cálida cavidad para medir su profundidad, alcanzando la garganta, la cual reprimió un principio de arcada, obligando a que la anaconda se deslizase nuevamente hacia el exterior, con una increíble presión de su lengua, paladar y labios.

— Diooooosss, Sonia…

Aquello se repitió una y otra vez, con enloquecedora intensidad, acercándose y alejándose su cabeza de mi pubis, permitiéndome ver cómo una buena porción de mi gruesa y dura polla aparecía y desaparecía entre los delicados pétalos de mi felatriz.

— Sonia, Sonia, Sonia, Sonia… —seguía repitiendo entre gruñidos de macho entregado.

Mi mente ya se había quedado completamente en blanco, cualquier preocupación, enfado o indignación, se disiparon, En mi mundo sólo existían ella, su boca y el placer.

La mamada aceleró su cadencia, penetración tras penetración, otorgándome unos gloriosos minutos que se prolongaron hasta alcanzar un ritmo frenético, sustituyendo la velocidad a la potencia de succión.

El placer, en sus distintos matices, era glorioso, pero aun así, el orgasmo todavía no parecía vislumbrarse, convirtiendo aquella felación en la más prolongada que jamás me habían hecho, y la que más estaba disfrutando, por poder recrearme en cada mínimo detalle.

Así, con mi jefa concentrada en tragarse mi sable con apremiante voracidad, haciéndome sentir como una deidad adorada por su más ferviente sierva, me deleité observando, con las mandíbulas y los glúteos en tensión, cómo ella estaba terriblemente excitada, frotando sus muslos, uno contra otro, ante la imposibilidad de masturbarse por la estrechez de su falda de tubo.

Tirando de mi culo, y sin sacarse la verga de la boca, Sonia me demostró, una vez más, cuánto me deseaba y cómo la lascivia dirigía sus actos cuando estaba conmigo. Le gustaba lo duro, y duro lo quería. Me obligó a bajar de la mesa para ponerme en pie, tomó mis manos, y las colocó con mis dedos entre sus castaños cabellos, sujetándole la cabeza, en un claro indicativo de qué deseaba que le hiciera.

Mi cadera respondió automáticamente, moviéndose hacia delante para profundizar en el anhelante conducto bucal, y alojar mi glande en la estrecha garganta. Empecé a follarme esa golosa boca con medidos golpes pélvicos, para no atragantar a mi hambrienta sierva, disfrutando de ella y del poder que me había otorgado, llevada por su propia excitación.

Tras una buena serie de exquisitas penetraciones orales, y ante la evidencia de que mi orgasmo aún no se manifestaba, Sonia decidió recuperar la iniciativa, sujetando una de mis muñecas para que le permitiera sacarse mi carne de la boca.

Recuperando la respiración, y sin mediar palabra, sus ojos se clavaron en los míos, atrapándome en un edén de largas pestañas y verdes destellos irisados. Su lengua recorrió, lentamente, desde mi escroto hasta el frenillo, provocándome un escalofrío que se propagó por mi columna como un rayo, irradiando hacia todas mis extremidades. Sus rojos pétalos envolvieron el glande, haciendo efecto ventosa con una soberbia succión que lo introdujo en ese horno lubricado con saliva, y sin dejar que el vacío se rompiese, succionó y succionó la mitad de mi verga, aplastándola con la lengua y el paladar, hundiendo sus carrillos mientras su mirada me atravesaba con fuego.

— Sonia, Sonia, Sonia…

Mi polla palpitaba deslizándose sobre la humedad de sus papilas, oprimida y asfixiada por el vacío que tiraba de ella, haciéndome experimentar el más sublime goce. Sentí cómo mi próstata latía y, mi músculo, acero al rojo vivo, pareció resquebrajarse ante la inminente erupción.

— ¡Oooooooooohhhhh…!.

El premio ante tan formidable ejecución, llegó con un temblor que sacudió todo mi cuerpo. Las últimas reservas de mi lechosa esencia bañaron mi virilidad dentro de la boca de mi jefa, disparándose los últimos proyectiles de mi pieza de artillería, los cuales, “mi víctima”, no dudó en tragar para dejar mi arma completamente descargada.

Con su objetivo cumplido, Sonia se levantó reacondicionándose el cabello, revuelto por mis manos, mientras yo me apoyaba en el borde de la mesa para recobrar el aliento que su terapia me había arrebatado.

— ¿Tranquilo y sin malos pensamientos? —me preguntó, recogiendo su bolso para colgárselo al hombro.

Sólo pude afirmar con la cabeza.

— ¡Perfecto!. Es lo que quería, que ambos nos quedásemos con un buen sabor de boca —añadió, guiñándome un ojo con picardía y complicidad.

— Eres increíble, te debo una —acerté a decir.

— La invitación, sólo para ti, sigue en pie —contestó, dirigiéndose a la puerta—. Mañana te envío mi dirección y vienes a cenarme… ¡Hasta mañana!.

Y allí me quedé solo, abrochándome el cinturón, con una increíble sensación de paz interior. ¿Resentimiento por lo que había descubierto?. Ninguno, todo lo contrario. Tal vez fuera efecto de las endorfinas que Sonia había liberado en mi cerebro con su tremenda mamada, pero tal y como ella había pronosticado, sentí agradecimiento hacia su exmarido y mi novia, porque su doble traición había sido el batir de alas de mariposa que había desatado el huracán de pasión en el que me había visto envuelto con mi jefa.

Salí de la oficina, más tarde que ningún viernes, seguro de lo que debía hacer al día siguiente.

Aquel sábado fue uno de los más raros de mi vida. Por la mañana, hablé con Laura, con pasmosa tranquilidad. Le expuse cuanto había sabido por mi jefa, y no pudo más que admitirlo. No le reproché nada, mi autoridad moral no era superior para poder hacerlo, pero aunque lo hubiera sido, tampoco lo habría hecho. Así que, de forma sorprendentemente aséptica, pues ambos admitimos que no estábamos enamorados, dimos por finalizada nuestra relación.

Por la tarde, recibí el primer mensaje personal que mi jefa enviaba a mi móvil: su dirección y un escueto “Te espero a las nueve”.

Por la noche, cené en casa de Sonia, a las doce, tras tres horas de arrebato sexual. Y con la barriga llena, y mis deseos satisfechos, volví a casa de madrugada, rememorando cada circunstancia y vivencia que me había llevado hasta ese momento.

Así volvemos al día de hoy, retomando el inicio de este relato, porque quería contar que llevo tres años en mi trabajo actual, un trabajo de oficina, en el que paso ocho horas diarias con mi culo pegado a una silla y las retinas abrasándoseme con las radiaciones del monitor del ordenador. Mi trabajo es bastante monótono, elaborando informe tras informe, realizando interminables y, muchas veces, infructuosas búsquedas en el vasto mundo de internet.

¿Por qué aguanto tan bien un trabajo soporífero, poniendo límites a una posible expansión profesional?. Sólo hay una verdadera razón, y es ella: Sonia, mi jefa, de quien me he convertido en su fiel y secreto amante.

FIN

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