Supuso que se dirigía a su escuela aunque era un tanto temprano pues sus clases iniciaban a las nueve de la mañana y eran apenas las siete. No hizo más caso pues adivinó de que se trataba: Claudio, su sobrino.

Brianda era una adolescente preciosa de dieciséis años, era virgen puesto que la edad tradicional para iniciar sexualmente solía estar por encima de los diecisiete, o al menos era la edad para que cada padre rompiera el himen de su hija. No se parecía a sus padres pero sus rasgos tenían sentido, su madre tenía el origen hindú de uno de los pioneros de aquella población mientras que su padre, el alcalde, venia de un bien conocido linaje proveniente del conde fundador. Como fuera, Brianda tenía unos hermosos y enormes ojos grises, piel clara y cabello castaño ondulado que juntos adornaban el cuerpo de musa que en ella se iba formando. Brianda era tan bella que más de uno de los pobladores sospecharon que ella era otra anormalidad genética en aquel pueblo tan peculiar.

La muchacha se dirigió, como lo había supuesto su padre, a la casa de su tía Florencia, hermana del alcalde, y esperó sentada en una silla del jardín a que Claudio saliera. Se trataba de un muchacho de diecisiete años, alto y morocho que sonrió apenas miró a la hermosa de su prima. La saludo y se alejaron en camino hacia la escuela, platicaron y no paraban de mirarse, como una par de enamorados. Como evidentemente era aun temprano para que las clases iniciaran, la pareja se detuvo de manera rutinaria en el parque central del pueblo donde siempre elegían la más alejada de las bancas donde no pasaban un par de minutos cuando ya se besaban apasionadamente. Llevaban tiempo por lo que a esa altura besaban como profesionales; Claudio aprovechaba para deslizar su mano en las curvas perfectas de su prima. Sus tetas, su cintura, su culo y piernas, todo era divino en Brianda. El muchacho apretujaba con suavidad las nalgas de Brianda, tratando de apaciguar una tentación que solo crecía más y más y que lo había llevado a una desesperación que no podía disminuir ni con ayuda de sus hermanas ni el resto de sus primas.

En casa del alcalde el resto de la familia comenzaba a despertar; en realidad se trataba de dos familias, la del alcalde con Patricia, madre de cinco de sus hijos entre los que se incluía Brianda y la familia del alcalde con Carolina, con quien había procreado hasta el momento a tres hijos pequeños. Patricia era una mujer con todos los rasgos de las mujeres hindúes pero, sin duda, con una belleza exuberante; tenía apenas treinta y nueve años y parecía que cinco hijos lo único que le habían traído era un par de tetas enormes que su esposo apreciaba y un cuerpo conservado a base de rutinas de ejercicio. Su par de nalgas redondas y sus piernas bien torneadas, además de una cintura bonita parecían resumir en que Patricia era simplemente una mujer hecha para el sexo. Carolina, por su parte, era una joven de apenas veintisiete años y de rasgos asiáticos, sus ojos negros y rasgados en aquel cuerpo delicado y blanco encantaron al alcalde desde la primera vista. Cada una vivía en cuartos separados bajo una acostumbrada rutina del alcalde de dormir de manera alternada con ellas; aunque no eran raras las mañanas en que los tres despertaban en la misma cama después de una sesión de sexo en trió. Ambas se llevaban muy bien, como en la mayoría del resto de los hogares, y aquella mañana desayunaron con su marido, platicando y cocinando para los niños que no tardaban mucho en despertarse. Patricia no trabajaba y era básicamente la ama de casa del hogar mientras que Carolina era una hábil arquitecta que usualmente se encontraba en su estudio realizando proyectos pero buscaba atentamente ayudar en las labores del hogar.

Sin mayor opción aparente, el alcalde Gonzalo soñó con las tres mulatas que se había follado la noche anterior por lo que despertó un tanto caliente y apenas terminó de desayunar se llevó del brazo a Patricia para aprovechar el tiempo antes de tener que ir al trabajo. Patricia se dejó llevar encantada y Carolina sonrió mientras terminaba de preparar el desayuno.

Para entonces el resto de los hijos iban bajando adormecidos y el alcalde entró apurado y no había cerrado la puerta cuando Patricia ya se despojaba de su bata de dormir y liberaba sus preciosas tetas para su marido. Gonzalo se sacó inmediatamente su pijama, liberando de inmediato su bien erecto pene. Tomó asiento en la orilla de la cama y Patricia inmediatamente se arrodilló y, sin más, comenzó a besar suavemente la cabeza del pene de su marido que se sintió relajado en cada movimiento efectuado por los experimentados labios de su esposa. Del coño de Patricia comenzaban a surgir la humedad de su excitación que su esposo se encargaba de aumentar aún más mientras magreaba el ano y la vulva de su esposa.

La mujer no soportó más y sacó aquella verga de su boca, recostó a su marido y se lanzó sobre él para caer, con una habilidad forjada por la experiencia, justo sobre la erecta verga que se introdujo con atine dentro de aquella vagina sedienta. Patricia comenzó a brincotear sobre aquel falo con ayuda de los músculos de sus esculturales nalgas. Era en aquella posición en la que el alcalde Gonzalo daba cuenta de la preciosidad de Patricia; era una mujer hecha y derecha cuyo origen exótico solo acentuaba sus atributos físicos que iniciaban con unas voluminosas y bien conservadas tetas continuando con una cintura preciosa que formaba una curva preciosa solo para dar lugar a otra curva formada por el indiscutiblemente excitante culo que no se podía comparar ni con las más aclamadas estrellas de cine. Patricia era hermosa, y lo sabía perfectamente por lo que se daba el gusto de clavarse una y otra vez aquella verga, con la seguridad de que su simple silueta desnuda la mantendría en total e inevitable erección.

Patricia se restregaba contra aquel afortunado pene mientras ofrecía sus tetas que el alcalde saboreaba con gusto como si fuesen un manjar; los pezones endurecidos y el ligero sudor en aquellas tetas daban cuenta del nivel de disfrute de Patricia en aquellos momentos. Gonzalo sintió llegar el primer orgasmo de Patricia, que la obligó a disminuir el ritmo pero que el alcalde respondió lanzándole unas repentinas embestidas que sabía que a Patricia le encantaban pues aumentaban aun más las delicias del orgasmo. Las manos del alcalde Gonzalo se posaban firmemente en las nalgas de Patricia, guiando aquel precioso culo en cada embestida hacia su coño. El alcalde se envició en aquella posición y no paró de machacar la concha de su mujer que se lo agradecía en cada grito, suspiro, gemido y beso.

Patricia volvió a chorrear sus jugos vaginales en un incontenible orgasmo más, agobiada por el placer decidió premiar a su marido; sacó su coño de aquella verga y lo sustituyo por su par de tetas que, atrapando aquel afortunado pene, comenzaron a masajearlo con un movimiento tan eficiente que volvían loco de placer al alcalde Gonzalo. Las tetas subían y bajaban hasta que, sin pleno aviso, un chorro de semen que cayeron sobre su cara y sus tetas. Era una escena bellísima que aumentaba el erotismo aun más; Patricia comenzó a lamer todo rastro de semen de sus voluminosas tetas mientras Gonzalo acercaba a Patricia hasta acercar su apetitoso coño a su cara. Comenzó a pasear su lengua por la vulva de su mujer mientras esta no podía ponerse de acuerdo si lamer sus pechos o gemir ante el placer.

De pronto, las sabanas se movieron y una repentina frescura se alojó en el esfínter de Patricia; se trataba de Carolina que sorpresivamente había entrado al cuarto y, totalmente desnuda, se concentraba en el profundo y largo beso negro que dejaba caer sobre el culito de Patricia.

La verga del alcalde ya estaba de nuevo erecta y esto lo aprovechó Carolina para dejarse caer sobre aquel pedazo de carne; el alcalde sintió de pronto como el coño de su otra esposa se alojaba sobre su pene y, sin dejar de masajear con su lengua la vulva de Patricia, comenzó a sentir los brinquitos de Carolina que gemía sin tapujos. El alcalde decidió poner orden a aquella situación y, haciendo a un lado a Patricia, abrazó a Carolina; la chinita, jugando, intentó huir pero Gonzalo la sostuvo con fuerza, la acostó de espaldas sobre la cama y de un solo intento la penetró. Carolina suspiró hondamente y se dejo llevar entre gemidos por las inmisericordiosas embestidas de Gonzalo que la hacían morderse los dedos de su mano para poder soportar aquella tormenta de placer. Llegó el apresurado pero profundo orgasmo de Carolina y con esto un va y viene más normalizado por parte de Gonzalo que compartía sonrisas con sus dos esposas. Carolina disfrutaba aquellas embestidas y de pronto recibió sobre su boca el coño de Patricia al que inmediatamente lengüeteó y saboreó mientras , de vez en cuando, masajeaba con sus labios el extasiado clítoris de la mujer con la que compartía al hombre que en aquel momento la follaba.

En el parque, Claudio seguía manoseando el preciado cuerpo de su prima Brianda que se daba cuenta de la verga erecta de su primo entre sus pantorrillas. Sin pena alguna la muchacha bajó su mano y apretujó el pedazo de carne de su primo que se sintió invadido por un dejo de vergüenza que la chica inmediatamente extinguió con un apasionado beso. Soltó la verga de su primo, miró su celular y, decidida, se puso de pie y jaló la mano de su primo para que la siguiera.

– Ven – dijo Brianda con dulzura – Te la voy a chupar.

Claudio la siguió sin poner la mínima resistencia. Se acercaron a la escuela y entraron, debía estar vacía aun, por la hora, pero sorprendentemente se encontró con sus hermanos y con el mayor de los hijos de Carolina, que los había enviado media hora más temprano de lo normal para poderse unir en aquel precioso trió que disfrutaba en aquel momento.

Los planes de Brianda, sin embargo, no se frustraron, y subió al último de los pisos donde se encontraba el salón de cómputo. Tenía una copia de la llave y entró sin ningún problema seguido de su excitado primo. Cerraron la puerta.

Se acercaron a una esquina y rápidamente Brianda se arrodilló para quedar frente a frente ante el bulto que la erecta verga de Claudio formaba. Desabrochó el cinturón, bajó el cierre y jaló el pantalón de Claudio con todo y calzoncillo, quedando ante ella el ansioso pene de su primo. Brianda comenzó lamiéndolo, de la punta a los testículos en donde de pronto se quedaba un rato, chupando los huevos de su primo que se sentía en las nubes. La muchacha devoró suave y delicadamente aquella verga, tragándose casi por completo los dieciocho centímetros de verga que Claudio poseía.

Era esa la única forma, por el momento, en que Brianda podía apaciguar la desesperación del deseo de follar que ambos compartían. Pero debían ser pacientes; hasta que Brianda no cumpliera los diecisiete años y hasta que su padre no decidiera romper su virginidad, lo cual esperaba que fuera lo más pronto posible, no podía ni quería hacerlo, por respeto a la tradición de aquel pueblo que tanto amaba. Claudio se conformaba por lo pronto con aquello mientras empujaba la cabeza de su prima suavemente hacia su verga; la boca de la muchacha era suave, fresca y dulce y su lengua masajeaba lentamente cada centímetro cuadrado de aquella verga. El muchacho disfrutaba cada segundo mientras Brianda iba experimentando y perfeccionando el arte del sexo oral.

En su casa, mientras tanto, sus padres y Carolina disfrutaban de un trió maravilloso. Patricia se encontraba sobre Carolina en un magnifico sesenta y nueve que ambas disfrutaban, mientras la verga del alcalde salía y entraba con encanto del dilatado esfínter de Patricia. La espalda de Patricia se doblaba constantemente cada que recibía una fuerte embestida de su esposo y transmitía ese placer a Carolina a través de sus labios que masajeaban la vulva de la chinita. La verga del alcalde disfrutaba el delicioso culo de Patricia y, tras varios minutos, dejo ir un buen chorro de leche sobre el recto de aquella preciosa mujer que se retorció de placer al sentir aquel líquido caliente en sus entrañas. Se mantuvieron un momento así, disfrutando apasionados las ultimas embestidas; el alcalde sacó su verga y unos segundos después, en un sesenta y nueve con los papeles invertidos, recibió el culo ansioso de su otra mujer. Carolina chupaba el clítoris de Patricia mientras ofrecía su culito, mucho más estrecho que el de Patricia, a un feliz marido que se deshizo ante la belleza de aquel orificio y comenzó a besarlo. La lengua del alcalde Gonzalo ayudó un poco en dilatar lo más posible el culito de Carolina y, cuando lo creyó conveniente, comenzó a abrirse paso a través de aquel esfínter que aparentemente no podría recibir aquella verga y que, sin embargo, termino por engullirla toda hasta se alojó en su recto. Gonzalo inició un lento bombeo que para la chinita significaba en un ligero dolor que iba convirtiéndose en un desenfrenado placer. El alcalde aceleró mientras los gemidos de Carolina interrumpían sus besuqueos sobre el coño de Patricia que jugaba con sus dedos el semen que fluía de su propio culo recién follado.

En el salón de cómputo, Brianda continuaba mamando la verga de su primo mientras este acariciaba los cabellos ondulados de la muchacha que jugueteaba con su lengua alrededor del glande del muchacho. De vez en cuando bajaba su dulce boca a los testículos del muchacho y les lanzaba algunos lengüeteos; regresaba lamiendo cada centímetro de aquel pene hasta volverse a tragar lo más que podía de aquella verga.

En casa, el alcalde dio las últimas embestidas sobre Carolina y, clavando su verga hasta el recto de la chinita, eyaculó dejando caer sus cálidos fluidos que Carolina disfrutaba. Se mantuvieron un rato así hasta que el alcalde Gonzalo dio cuenta de la hora que era y se puso de pie inmediatamente, pues tenía que ir a trabajar.

Entró al baño y en unos cuantos minutos se dio una rápida ducha para después vestirse. Se despidió de sus esposas a lo lejos pues estas aun continuaban provocándose orgasmos en un sesenta y nueve que siempre disfrutaban.

– Por cierto – alcanzó a decir Patricia

– Dime – dijo su esposo

– Hoy es viernes, hoy llega Jimena – le recordó, refiriéndose a la mayor de sus hijas que estudiaba en una universidad de una ciudad cercana.

También su hija, Brianda, terminaba en aquel momento de saborear el caliente semen que su primo había descargado en su boca mientras el muchacho se guardaba su aun erecta verga ante el inminente riesgo de ser vistos. Salieron rápidamente, a tiempo para pasar desapercibidos.

Pasaron las horas y el alcalde ya iba de salida del horario matutino; no siempre se presentaba en la tarde pero aquel día tenía una reunión y regresaría después. En la escuela, Brianda terminaba sus clases y caminaba junto a su prima, Liliana. Liliana era un asunto a parte que requería un repaso de su biografía para comprender como un cuerpo tan fenomenal como el suyo podía tener un rostro no tan agraciado.

Liliana siempre había sido algo fea, tenía unos ojos grandes y saltones y una nariz larga y mal moldeada que le daban un aspecto de idiota que marco su niñez y su adolescencia. Sabiendo que su atractivo no podría nunca depender de la belleza, la pobre muchacha tuvo que superar su depresión convirtiéndola en una motivación que alimentaba con una frase que volvió suya: “no debo ser bonita para ser atractiva”. Liliana comenzó a hacer ejercicio con una disciplina y un orden casi científico e hizo del gimnasio su segundo hogar, el resultado: un cuerpo y una silueta tan sensuales que no parecían tener igual. La muchacha, a sus diecisiete años ya ni siquiera era tan fea como en su niñez, pero ahora su cuerpo era tan perfecto que era inevitable compararlo con su rostro imperfecto. De modo que la muchacha se volvió codiciada por todos los hombres y descubrió en el sexo el mejor de sus hobbies. Había algo en especial que le gustaba a Liliana, que para entonces ya tenía fama de ser una verdadera puta, y que se tomaba la molestia en organizar: orgias.

– Créeme Brianda – decía con ánimo Liliana – cuando dejes de ser virgen te invitaré a una orgia con los primos; estoy segura que te encantara.

– No se – dudaba Brianda – quizás no me gusten tanto como a ti.

Liliana no insistía más, pero sonreía ante la seguridad de que todos, absolutamente todos, podían volverse adictos al sexo colectivo. Llegaron a casa de Liliana, más cercana a la escuela, y Brianda continuó hacia la suya seguido del resto de sus hermanos. Al entrar a su casa Liliana se encontró con su padre que cocinaba chuletas de cerdo.

– ¿No tienes hambre, hija? – preguntó el hombre

– Si, pero primero me bañaré, ¿dónde están todos? – preguntó la muchacha

– En la casa de Paulina – respondió el hombre, refiriéndose a su otra esposa, tenía dos al igual que el alcalde y cada familia vivía en casas distintas dentro del mismo terreno; cosa normal en aquel pueblo.

La muchacha sonrió de pronto, con una mirada pervertida provocada por la repentina sensación excitante de saberse a solas con su padre. Bajó lentamente las escaleras mientras su padre apilaba las últimas chuletas de cerdo sobre un platón; el hombre sintió de pronto los brazos de su querida hija enrollados sobre su abdomen.

– ¿No podrías estar un rato conmigo? – dijo con una tierna voz la muchacha – En mi cuarto.

Le verga del hombre reaccionó inmediatamente ante aquella idea, volteó y abrazó a su querida hija. Bajó sus manos y acarició suavemente las voluminosas y perfectamente redondas nalgas de la muchacha y, lanzándole palmaditas en el culo, aceptó aquella invitación.

– Esta bien hija – nada más permíteme y les llevo estas chuletas al jardín, me andan esperando.

– Si papi – dijo sonriendo la muchacha cuya hermosa silueta subía apresuradamente las escaleras – te espero aquí arriba.

El hombre, que era hermano del alcalde y se llamaba Santiago, salió al jardín de su casa, donde todos lo esperaban hambrientos. En su cuarto, por mientras, Liliana ya comenzaba a mojarse de solo saber que su padre la penetraría en breve y no podía decidir si esperarlo sobre la cama completamente desnuda o si permitir que fuera su padre quien la desvistiera. Optó por la segunda opción y, al ver por la ventana a su padre acercarse.

En casa del alcalde Gonzalo la comida estaba puesta; de pronto, acordándose, preguntó por su hija Jimena que supuestamente ya habría llegado.

– Así es – respondió Patricia – ya llegó, pero apenas comió subió con mi hermano Rafael como una desesperada.

– Me imagino – comprendió el alcalde – es lo difícil de estar toda la semana fuera.

Efectivamente, Jimena follaba con su tío en su cuarto de forma desenfrenada. La desventaja de estudiar fuera era no poder practicar relaciones sexuales durante cinco días, de modo que Jimena aprovechaba al máximo los fines de semana para desestresarse. Era una muchacha muy linda, idéntica a su madre en los rasgos hindúes, los ojos negros y preciosos, y el cabello liso y largo adornando un cuerpecito esbelto pero con unas curvas que le daban una sensualidad irreprochable. Tenía diecinueve años y cabalgaba en aquel momento a su tío de veintidós que disfrutaba divertido la desesperada forma en que la muchacha follaba.

– Bueno, bueno – bromeó Rafael – Una cosa es que te urja coger pero pareces conejita.

– ¡Ay tío! – exclamó la muchacha, sin dejar de saltar sobre aquella verga – No se imagina lo que es no poder hacerlo más que tres días a la semana; compréndame.

El mojado coño de Jimena se deslizaba con facilidad en los veinte centímetros de verga en los que se clavaba con urgencia. Las redondas y preciosas nalgas de la chica parecían ayudarle en aquella dura tarea de saltar mientras sus tetas redondas bailoteaban por los aires. Gemía como una verdadera putita mientras el sudor abrillantaba el color cobrizo de su piel.

En casa de su prima Liliana también comenzaba una sesión de sexo; el padre de Liliana abrió la puerta del cuarto de su hija solo para encontrar a la muchacha sobre su cama, ofreciendo su culo a su padre en un pantalón de mezclilla tan justo que parecía a punto de romperse ante el enorme culo que poseía y que había cultivado con horas de ejercicio. El hombre se acercó hasta la cama y de inmediato sus manos buscaron desabrochar aquel pantalón; tras eso, poco a poco sus manos fueron descendiendo mientras el pantalón de mezclilla desaparecía para dar lugar a una tanguita verde que permitía vislumbrar lo maravilloso de aquel culo.

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