¿Me quito el anillo?, frené el coche, si seguía avanzando chocaría contra un maldito poste por lo desconcentrada que estaba, ¿y quién me socorrería en medio de la noche citadina?, como mucho una prostituta me vería desgraciada en el suelo y aprovecharía para robarme como las carroñeras que son.
Volví a fijarme en mi anillo, mirándolo mientras reposaba ambas manos en el volante, quitármelo sería librarme de una carga enorme, sería el primer paso para terminar con todo aquello que representaba mi patética vida. Amagué retirarlo pero lo pensé mejor, tal vez dentro de mí había algo de esperanzas de que todo pudiera arreglarse, esperanzas para encontrar alguna señal que me dijera que aún había motivos para vivir pese a que de momentos prefería mil veces la muerte que vivir una vida aburrida y sin sorpresas… no, no era vida la mía, sería capaz de arrancarme mi piel sólo para comprobar que dentro de mí ya no había vida, sino una mísera existencia sin más.
Busqué mi cartera en busca de un cigarrillo… ¡mi cartera!, se había quedado dentro del restaurante que estaba abandonando, más precisamente, en la mesa donde mis amigas estaban. Volví para recuperarla con una sonrisa tímida, entré al lugar nuevamente y fue cuando las vi; lo que no soportaba de ellas eran sus pequeñas y casi silenciosas conversaciones cuando yo me retiraba, desde la distancia podía verlas riendo divertidas… Nunca supe si hablaban de mí, pero siempre que me acercaba, su conversación quedaba cortada y nunca más la retomaban. Sexto sentido mío, y podrían decirme egocéntrica, pero estaba segura que hablaban de mí… supongo que les causaba risa que yo haya tenido que dedicarme exclusivamente a las tareas del hogar, mi marido y a mi hijo, lo que me hacía la única del grupo que no trabajaba.
– ¡Violeta, volviste! – exclamó una cuando me vio acercármelas.
– Sí, es que me olvidé de… esto… – dije tomando mi cartera, sacando a relucir la llave de mi hogar.
– Una ama de llaves olvidánse de la… ¿llave? – rió, las demás la acompasaron como hienas.

Y de las peores, con esas miradas que no tenéis idea de cuánto odiaba, esas miradas que escondían algún insulto silencioso tras los ojos.

– Por cierto, que las vi muy divertidas cuando venía, ¿de qué hablaban?
– Este… mira, no se lo digas a nadie, Violeta, pero..
– Es que ese camarero es muy lindo – interrumpió otra -… ¿lo ves? El que está atendiendo hacia la ventana, el rubio…
– Sí, ya veo – dije mirándolo. Patrañas, ni ellas se lo creían, ¿acaso me creían tonta?, ni siquiera yo entendía por qué las seguía considerando amigas, creo que había algo masoquista en mí que me exigía verlas cada semana, algo en mí decía que ellas eran los últimos trazos de vida social que me quedaban y que por más desgraciadas que fueran, debía soportarlas – En fin, ahora sí me debo retirar, estuvo agradable la cena.
– Adiós Vio, quedaremos para la semana que viene, ¿no?
– Ocho de la noche, como siempre – Carroñeras.

Salí para tomar el coche y me dirigí a mi hogar, atravesando rápidamente aquella ciudad tan enorme que me hacía sentir como una mísera hormiguita. Nunca en mi vida me había sentido tan sola pese a estar rodeada de tanta gente, como en casa, donde mi marido no tenía ojos para lo que no fuera la fusión de empresas que él estaba enfrentando desde hacía meses o mi hijo Andrés que ni siquiera se despidió de mí cuando viajó a Portugal para seguir sus estudios, o en mi vida social, donde sólo obtenía risas de parte de hienas. Muchos pensarían que yo era una mujer con la suficiente fortaleza para superar esos escollos, pero nadie, nadie jamás supo cuánto me desmoronaba por dentro.
Una vez llegado, estacioné el coche en el garaje. Me percaté inmediatamente que mi esposo Genaro no estaba; no había señales de su portentoso Opel, supuse que se habría quedado en su oficina hasta tarde. Pero esa noche yo no estaba para más, ni siquiera lo llamaría para saber de él – ya que él nunca me llamaba desde su trabajo –lo que quedaba de esa noche sería para mí, llenaría la tina con agua tibia y me tomaría un baño con sal efervescente a la luz de las velas y con música suave de fondo. Nunca hubo mejor terapia para mis pesares; desaparecían las risas hipócritas, desaparecían mis problemas y por breves instantes se moría mi soledad… durante esos momentos, mi existencia olía al champú de rosas.
 
– – – – –
“… lluvias precipitadas para mediados de la semana y probablemente haya tormenta eléctrica. Con el servicio público de electricidad que tenemos, probablemente nos quedaremos sin energía la tarde del miércoles, así que iros preparando las velas para afrontar la noche, ¿genial, no? En otras noti…”
De un fuerte golpe logré acertar el botón para apagar la radio. Tenía por costumbre programarla a las seis en punto de la mañana, se encendía sintonizando una emisora que me encantaba por la música que pasaban más el divertido hablar del relator. Miré al lado de mi cama, robóticamente dije “Buenos días, querido” pero quedé como tonta al notar que Genaro no estaba en la cama. Me levanté a duras penas, ni siquiera fui al baño o a la cocina, sino que directamente me dirigí hacia las calles para ver si el jodido Opel estaba estacionado.
Y quedé con el ceño fruncido al no ver el coche, una vez más Genaro se había pasado la noche en algún hotel o en casa de sus compañeros. Decía que su empresa siempre costeaba el bar cuando trabajaban horas extras, supongo que él y sus amiguitos gozaron a lo lindo y fueron a dormir en quién sabe dónde. Hasta hoy día sigo pensando que parece un maldito niñato con vergüenza de que lo vea pasado de roscas, prefiriendo dormir en lo de sus amigos que en nuestro hogar, como temiendo algún regaño.
Antes de volver a entrar a mi hogar, una extraña voz me había quitado de mis adentros;
– ¿Disculpe? ¿Es ésta la casa de los Sosa?
Se trataba de un joven de tez oscurísima que intentaba pronunciar cada palabra con gran esfuerzo. Pero ese acento tan bonito, portugués, no se lo escondía ni Dios, venía con una mochila y una gran sonrisa tan bonita que no pude evitar devolvérsela.
– Así es, ¿en qué te puedo ayudar?
– Soy Mauricio Espinosa.
– Ajá… entonces…
– Ya le dije que soy Mauricio.
– Se supone que me digas a qué vienes.
– ¡Ah, sí! Soy el estudiante de intercambio… su hijo está ahora en Portugal en la secundaria donde yo estudio… estudiaba… intercambio… Mauricio E-s-p-i-n-o-z-a…
– ¿Eres tú?, ¡¿viniste hasta aquí solo?! ¿No debías esperar a que te pasáramos a buscar?
– Su esposo me dijo que usted me buscaría a las ocho en el aeropuerto.
– Sí, ¡a las ocho!
– Ya son las nueve menos cuarto– dijo mostrándome su reloj de pulsera.
– ¿Ya?, creo que mi despertador se desprogramó… ¿será?
– Cómo voy a saberlo yo, Señora.
– Señorita – interrumpí con una mirada atigrada que creo hizo asustar el joven. Sé perfectamente que el título de señorita lo había perdido hacía años, pero me daba cierto goce oírlo aún – ¿Cómo hiciste para venir aquí, querido?
– Tomé un taxi y le di la dirección de su hogar – inteligente -¿Entonces ya puedo pasar, señora- – -ita?
– Aprendes lento. Y sí, adelante.
Lo hice pasar y lo llevé hasta su habitación, que en realidad era la de mi hijo. Al entrar, Mauricio dejó su mochila en el suelo y se dispuso a recorrer la habitación con su mirada. Me apoyé en el marco de la puerta mientras jugaba con mi anillo, lo miré y me di cuenta que era el momento adecuado para hacerle saber algunas reglas sobre mi hogar, unos pequeños tips que me había memorizado para decírselo.
– Ahora escucha, no tenemos sirvientas por expresa orden de mi marido – nunca confiaba en ellas – por lo tanto la ropa sucia la debes lavar tú mismo en el sótano, donde encontrarás el lavarropas.

– Por mí no hay problemas.
– ¿En serio? Mira que mi hijo arma un infierno cada vez que debe lavar sus ropas… bien, no se permiten compañeritos o amiguitos en la casa salvo expresa notificación, así tampoco debes pasarte con el volumen de la música que escuches.
– Bien por mí, seño… rita – respondió sentándose en la cama, mirándome con una sonrisa de punta a punta.
– ¿De veras? ¿No parece una imposición sádica? – eso es lo que decía mi hijo.
– Es lo lógico, no tengo por qué andar llevándole la contraria a la dueña de la casa.
– No me lo puedo creer, eres más maduro que mi hijo… y mi esposo… juntos… oye, Mauricio, ¿qué… qué haces?
Sin previo aviso se retiró la remera que llevaba, en un acto reflejo me fijé en sus abdominales bastantes marcados para un chico como él, mi marido quedaba a años luz de tenerlos, y Andrés sólo los tendría en sueños, realmente me impresionó la belleza de su torso, apenas pude ver un tatuaje en su hombro pero volví en mí a tiempo;
– Mauricio, ¿no avisas?
– Sólo me estoy cambiando la camisa.
– Pues la próxima avisa – dije saliendo de la habitación, cerrando su puerta.
En menos de cinco minutos había cruzado más palabras con él que en el último mes con mi hijo. Aún distaba de conocerlo, y yo más que nadie sabía que no debía apresurarme a la hora de formular juicios, pero él me caía bien, su sonrisa sobretodo me hizo cosquillas, algo que había visto pocas veces en los seres que me rodeaban, no parecía esconder insultos silenciosos tras los ojos y su risa no sonaba como las de las hienas carroñeras– ¡Por cierto! – grité para que pudiera oír tras la puerta.
– ¿Qué sucede, señorita? – sonreí al oír esa palabra que le había impuesto, “señorita” con ese acento tan tierno.
– Te espero en la sala para charlar, quiero conocer más de ti antes de dejarte la casa… no te me enojes, soy así, es todo.
– ¡No hay problema, señorita!
– – – – –
– Parece que va a llover.
– No mires la ventana, mírame a mí cuando te hablo – dije con la copa de vino en mi mano.
– ¡Lo siento!
– No te había dicho cómo me llamo.
– Pensé que quería que le dijera “señorita”, señorita.
– Bueno, eso está bien – sonreí jugando con la copa cerca de mi boca – pero si esa palabra la oye mi marido, lo dejas patas arriba. Me llamo Violeta.
– Violeta… me gusta.
– A mí me gusta tu sonrisa. Me pareces tierno y no te veo con malas intenciones.
– ¿Tierno? – preguntó buscando un librillo de su bolsillo.
– Significa que eres adorable, muy bueno, es todo… oye, ya deja de buscarla en tu diccionario.
– Gracias, señorita Violeta.
– No tienes por qué mezclarlos, con decir Violeta estaremos bien. Y sigamos la conversación, ¿qué has dejado atrás?
– Además de mi familia… pues como que extraño mucho a Luz, mi novia, de momentos sólo intercambiaremos mails pero no es lo mismo.
– Ah vaya, Andrés aún no tiene novia, es muy tímido, ¿sabes?
– Me parece raro, habiendo crecido con una dama tan hermosa – y otra vez vino esa sonrisita a la que me estaba haciendo adicta.
– ¿Hermosa? No te lo crees ni tú… Bien, un día de estos saldremos rumbo la ciudad, ¿está claro? Daremos un paseo y continuaremos nuestra charla, me gusta hablar contigo.
– Aún… aún no vi a su esposo.
– Probablemente no venga hoy – bebí todo lo que quedaba en la copa, que no era poco – pero no quiero hablar de él. Así que yo iré a bañarme porque no lo hice desde que desperté, si deseas puedes ver la televisión aquí.
– ¿El ordenador de su hijo tiene conexión?
– Sí, ¿deseas revisar tu correo o algo así? No hay problema, entonces cuando esté lista la comida te la llevaré en tu nueva habitación – le guiñé, dejando la copa en una mesita cercana. Mauricio se levantó, sonriente como no podía ser de otra forma, y subió las escaleras. Fue entonces cuando mis demonios internos me jugaron una mala pasada, contemplé su culito tras el jean que llevaba, parecía tan duro, probablemente el vino ayudaba a imaginarme apretándolo, me mordí los labios y seguí deleitándome del firme panorama hasta que él desapareció de mi vista… “Mauricio” susurré con una sonrisa y el dulce sabor del vino degustándose en mi boca.

Buen tiempo después subí al baño, lo llené con las mismas sales de siempre, encendí la pequeña radio y un par de velas, lentamente mis ropas fueron cayendo al suelo y por fin logré introducirme en la tina. Por más de que no quisiera, mi mente no podía apartarse de Mauricio, apenas lo conocía hacía horas pero yo estaba tan necesitada de compañía, de calor corporal y de sinceridad, que veía en él más de lo que hubiera deseado… mi mano fue bajando hacia mi entrepierna, mis demonios reían y jugaban con mi imaginación mientras mis dedos fueron recorriendo los pliegues de mis labios, ingresando y saliendo raudamente mientras que con la otra mano me masajeaba un seno… ¿qué me sucedía? ¿Acaso mi desesperación era tan grande que me hacía ilusiones con el primer hombre que vi? Pero mis demonios no querían que pensara, sólo querían que mis dedos apresuraran el ritmo, y tras morderme fuerte el labio inferior, volví a susurrar el nombre de mi perversión… “Mauricio”, ni siquiera necesité imaginar mucho con su cuerpo, ya había visto más de lo que debería, y lo peor de todo, estaba tan adicta de él que quería ver más y más.
En mis fantasías Mauricio me hacía suya en mi cama matrimonial, tomándome de la cadera y reventándome mi sexo con el suyo, tan grande, feroz, haciéndome llorar una serenata de lamentos y berridos. Me volví a morder el labio tan fuerte que sentí un frío hilo de sangre, lo recogí con mi lengua y tuvo un gusto especial, raro.. extraño… sangre sabor a rosas.
Justo cuando dos dedos entraban en mí, tuve un plácido estallido que terminó llenándome de un deseo tan enfermizo, deseo por Mauricio, jamás me había sentido así, como una chiquilla adolescente embobada por un chico tierno, atento y gracioso. Jamás, jamás, jamás había pensado en destruir la promesa de mi matrimonio… supongo que para todo hay una primera vez.
Pasaron los días y el pobre Genaro no se contentaba con dormir en la sala. Si esperaba un regaño de mi parte, se quedaba corto. Nuestra discusión duró días, tardes y noches, y como no podíamos estar juntos sin desatar una debacle, decidió dormir en el sofá de la sala durante los días en que estábamos peleados.
Durante esas mañanas, Genaro y Mauricio charlaban amenamente en la cocina o en la sala, es increíble cómo el deporte hermanda a hombres tan diferentes, al parecer una charla sobre el Benfica y su campaña en la Champions los hizo mejores amigos en menos de una hora. De vez en cuando yo pasaba para tomar algo de la heladera o simplemente pasaba por la sala, y cortés como siempre soy, saludaba con mucho cariño a Mauricio sin siquiera dedicarle una mirada a mi marido.
Pasados más días, Genaro y yo conversamos un poco más apaciguadamente y quedamos medianamente reconciliados. Follamos en la habitación para cerrar la jornada, él pensando que se había librado de mi enojo, yo… yo simplemente pensaba que follaba con Mauricio.
– – – – –
– Parece que va a llover – dijo Genaro, mirando la ventana de la habitación mientras yo reposaba sobre su pecho.
– El clima está así desde el sábado pasado… dudo que llueva hoy.
– Menos mal que hoy no, Vio.
– ¿Y eso por qué?
– Mauricio me contó que lo llevarás a la ciudad para que se vaya aclimatando.
– ¡Es cierto!
– ¿Te olvidaste?

– Mejor me preparo, mira que aún es temprano.
– ¿Temprano? Son las seis de la tarde, pensará que se trata de una primera cita – rió él. Reí forzadamente yo, y nuevamente los demonios de adentro dibujaron perversiones, yo poniéndole los cuernos a Genaro con el negrito estudiante de intercambio… acaso… ¿acaso estaba loca por excitarme con esa idea?
Mi marido no dijo nada cuando me vio partir de la habitación con una falda que apenas llegaba a la rodilla, era la perfecta para dejar ver mis piernas cuando conducía mi coche, ni mucho menos se molestó cuando vio que me acomodé los senos frente al espejo.
– Nos veremos más tarde, Genaro – le sonreí, dándole un beso de despedida.
– Bueno, ¿pero justo debes salir hoy? – preguntó sonriendo, viendo mis pechos con esa conocida mirada, aquella que decía que quería follarme de nuevo – además no le has dicho en qué día saldrían, sólo le has dicho “la semana que viene”, vamos que puedes postergarlo.
– ¿Tanto me necesias? ¡Ja, no señor! Además ya me conoces, si no es hoy… no será nunca.
– Pues bien, que se diviertan.
Fui hasta la habitación de Mauricio y pegué mi oído en la puerta; no oía nada, apenas un dulce murmullo que no logré definir. Silenciosamente logré abrir la puerta, fijándome hacia donde estaba instalado el ordenador de mi hijo… quedé boquiabierta, Mauricio estaba mirando lo que parecía ser alguna página pornográfica. Lo peor de todo… o más bien lo mejor de todo, es que pude contemplar con tremendo asombro el tamaño inusitado de su sexo. ¡Se estaba masturbando lentamente!, no pude evitarlo, mi boca quedó abierta y babeando, jamás en mi existencia había visto algo de un tamaño como el de él. Envidia, eso fue lo que sentí luego, envidia por la novia de Mauricio. Yo, pervertida, me quedé contemplando hasta el final cómo el muchacho se daba goce, y cuando lo vi largando todo sobre un pañuelo que tenía preparado en su otra mano, cerré nuevamente la puerta.
Tuve ganas de ir baño para volver a masturbarme, sólo que esta vez, en mis fantasías, el sexo de Mauricio sería corregido en tamaño, el maldito la tenía mucho más grande de lo que fue en mi fantasía perversa con sangre sabor rosas. Pero debía ser fuerte, más allá de que en realidad yo era una mujer cayéndose a mil pedazos por día.
– ¡Mauricio! – grité tras la puerta.
– ¡Vio-Violeta!

– ¿Estás listo? Saldremos en media hora, te espero abajo – Demonios, demonios, demonios…
Cuando al fin salió de su habitación, me buscó en la sala para salir juntos. Él sonreía, yo moría pensando que me degeneraba más y más en mis fantasías. Y ya en el coche noté que de vez en cuando, Mauricio ojeaba mis piernas, muy descubiertas debido al corte diagonal de la falda que dejaba casi medio muslo a la vista, aquello me incomodaría… ¡años atrás me incomodaría, con un marido atento, un hijo leal, amigos verdaderos y una vida satisfactoria! Pero no me quedaba nada de eso, no me importaba arriesgarme, no me importaba pervertirme, pervertir al chico, que mis demonios me dominaran e hicieran de mí la mujer más maldita de todas, él me miraba, yo moría a pedazos pidiendo a gritos ser rescatada por un hombre que me hiciera volver a sentir viva. Por eso elegí la falda corta, por eso no me incomodó su constante mirada.
Separé las piernas más de lo que ya estaban nada más al frenar en un semáforo rojo, con la visión periférica pude notar que Mauricio poco disimulaba en mirarlas, macizas, blancas como la leche pero hirviendo a un vivo rojo sangre. Y mis demonios festejaron porque mi juego estaba comenzando y todo salía de manera prometedora, y así, con las piernas obscenamente abiertas, pregunté;
– ¿Y cómo se llamaba tu novia? – lo miré, pillándolo in fraganti.
Mauricio miró automáticamente hacia delante, como si nada hubiera pasado, el pobre quedó avergonzado durante el resto del viaje, tanto así que nunca hubo conversación en la heladería donde fuimos. Era una visión patética la nuestra, sentados en la mesita más apartada del lugar, yo intentando conversar, él sin saber dónde reposar la mirada.
Le preguntaba más sobre su vida y gustos pero en cambio obtenía monosílabos vacíos, no sonreía, ¡estaba tan adicta a su sonrisa, que en nuestro incómodo silencio, casi le rogué que riera para hacerme sentir viva!
Él se excusó para ir al baño del local mientras yo estaba muriéndome más y más, mi última carta de esperanza se estaba esfumando, Mauricio pronto se enfriaría conmigo por mi estúpido juego. Estaba tan desesperada por no perderlo, por no perderme en la soledad, y así, con el corazón partiéndose dentro de mí, tracé un plan desesperado para recuperarlo, para volver a sentirme viva…
– – – – –
Cuatro días, pasaron cuatro días y ya no aguantaba. En cuatro días follé con mi marido pensando en Mauricio y me masturbé como posesa en el baño, ya no podía quitarlo de mi mente, cada poro de mi cuerpo me exigía a él, por ello mi plan estaba en marcha, por ello mi Pontiac estaba estacionado frente a la secundaria Montpellier donde estudiaba él.
Llegó la hora de la salida, no fue tarea difícil verlo, venía tomado de los brazos con una nueva amiga, sonriente, picarón, pero toda su aura desapareció al verme, sonrisa incluída. Se despidió de su amiga y se acercó al coche con una cara de no creer;
– Violeta… vi-viniste a buscarme… vaya, ¿a qué se debe?
– Fui al mercado y como el colegio estaba de paso… ¿y quién es ella? La que se está yendo hacia la esquina.
– ¡Ah! Es una nueva amiga, me está ayudando con algunas materias… Isabella.
– Me alegra que hayas encontrado una niñata-cara-de-pendeja que te ayude en tus deberes…
– ¿He? ¿Cara-que-qué? ¿Y eso qué significa?
– Nada. Vayamos a caminar – dije saliendo del coche. Tomé de su mano y lo llevé hasta detrás del estacionamiento, sin hacer caso a sus insistentes preguntas sobre a dónde íbamos. Y por fin ocultos de las miradas de los desconocidos, lo empujé contra la pared, con esa mirada atigrada tan mía, tan poderosa, la de una predadora lista para comerse a su tierna presa. El pobrecillo se asustó cuando me acerqué para besarlo, por fin agarré ese delicioso trasero mientras mi lengua se enterraba en su boca. Mis demonios festejaban, mi corazón latía apresuradamente porque la dulce boca de Mauricio sabía a rosas, las mismas rosas que olí durante mi masturbación en el baño, tuve ganas vampíricas de morderlo tan fuertemente para probar su sangre, para comprobar si ésta era tan deliciosa como la mía, pero él interrumpió bruscamente.
– ¡Señorita! – volvió a sonreír, tímidamente, casi una sonrisa sosa, mezcla de sorpresa y agrado, pero sonrisa al fin y al cabo – ¿Pero qué su-sucede?
– ¿No habíamos acordado que me llamarías por el nombre?
– ¡Violeta!, ¿por qué… por qué sonríes así?
– Sonrío porque sonríes – respondí sin soltar mi mano de su culo, a centímetros de un nuevo beso que fue correspondido. Juraría que mi existencia cesó su caída en ese instante, nunca había probado algo tan delicioso, tan morboso, ¿quién hubiera dicho que pecar contra el voto matrimonial sería la cura perfecta para mi desgracia? Mauricio, el pobre muchacho jamás entendió por qué lagrimeé un poco durante nuestro beso. Un beso bastante torpe, yo sabía perfectamente qué hacer y dónde poner las cosas… él… él aún tenía mucho por aprender.

– Ahora responde bien… ¿quién era esa chica con quien estabas recién?
– No era nadie, Vio. Nadie.
– Me equivoqué cuando dije que aprendías lento – le guiñé, justo antes de volver a comerme su boquita de rosas, y al par de minutos, él se apartó del tonto morreo que hacíamos;
– Aún así no entendí eso de cara-no-sé-qué… ¿eso está en un diccionario?
– Hummm, no perdamos el tiempo con tonterías… ¿por qué no volvemos al coche? – No se necesitaron más palabras, nos dirigimos inocentemente al coche sin que nadie en las inmediaciones del colegio se percatara la morbosa realidad.
Quise maniobrar hasta el primer motel que se nos cruzara, pero yo estaba tan lubricada, tan fogosa, era tan grande mi necesidad de sentir a Mauricio dentro de mí que estacioné en una plaza, miré a mi acompañante con mis ojos atigrados, con una fina sonrisa, pícara, esperando que él entendiera todo sin necesidad de palabras ni de diccionarios.
Se inclinó hacia mí, sus manos directamente fueron hacia mis pechos, pero antes de alcanzarlos, me alejé para empujarlo de nuevo hacia su asiento;
– ¿Y ahora qué? – preguntó.
– Sé cómo son ustedes, les encanta ir fanfarroneando sobre sus conquistas…
– ¿¡Yo!? No, no, no, le juro..
– ¡Calla! Ahora escúchame– dije tomando el cuello de su camisa con un puño, acercándolo a mi boca – nadie creerá que un negrito como tú se acuesta con una casada como yo, así que ni te molestes en fanfarronearlo a algún nuevo amiguito – e inmediatamente lo besé con lengua, fuerte, animalesca, tomando terreno – y no creas que andaré complaciéndote en todo y en cualquier momento sólo porque te necesito para ciertos… menesteres.
– ¿Son nuevas reglas? Porque con gusto las cumplo todas – preguntó con esa sonrisa preciosa, me derretiría del encanto que emanaba, pero yo debía demostrar fiereza. Y nuevamente se acercó para besarme.
– Aprendes rápido – susurré dificultosamente, pues mi labio inferior era atrapado por los de él, y dicho esto me incliné para retirarle su cinturón, llevé mi mano dentro de su jean y tras sortear su ropa interior, pude sacar a relucir un miembro que, si bien no estaba del todo erecto, tenía un tamaño prometedor.
Mauricio resoplaba, recostado sobre el asiento trasero mientras yo introducía en mi boca su sexo… sabor a rosas, parecía que el destino preparó todo con sumo cuidado, aquel tremendo mástil que crecía y crecía en mi boca, tenía sabor a rosas. Repasé la lengua por todo el tronco con una cara de vicio que no había tenido desde hacía años, él masajeaba mi pelo dulcemente, mascullando quién sabe qué, y yo… yo simplemente lamía rosas.

Pero todo tenía que terminar rápidamente, él tomó un puñado de mi pelo y me apartó del miembro que yo comía como niña golosa, un hilo de baba se me escapó de entre mis labios y mis ojos atigrados se amansaron, mirando a Mauricio, como rogándole que me dejara chupársela, nunca en mi existencia me había sentido tan deseosa, excitada, con cada centímetro de mi ser exigiendo a Mauricio, pero éste me apartó de su sexo, por eso mi mirada se apaciguó amargamente;
– ¿Qué haces? Suéltame el pelo.
– Tranquila, sé lo que hago.
– ¿Ah, sí? ¿Qué va a saber alguien como tú?
– Te sorprenderías, pero no lo averiguarás ahora.
– ¿Y eso por qué?
– Ahora no porque… la policía, a diez metros de aquí… ¡y acercándose!
Giré la mirada, era cierto, un policía se acercaba hacia nuestro coche, y pese a que probablemente no veía del todo bien qué sucedía dentro, hizo que me asustara, mil pensamientos me nublaron la cabeza, ¿y si me descubrían?, ¿y si mi marido se enteraba?, ¿podría soportar mi existencia?, pero no tenía tiempo para hundirme en ello, no podía permitirme vencer tan fácilmente por el susto, velozmente ocupé el asiento del chofer y arranqué el auto;
– ¿Volvemos a casa? – preguntó Mauricio.
– ¿Quieres volver?
– Dependiendo, su marido está en casa o…
– Está en su trabajo.
– Entiendo, pues entonces sí, quiero volver a casa.
– ¿Acaso le tienes miedo o qué? – reí.
– No le tengo miedo pero sería mejor que él no estuviera, ¿no?
– No quise decir que… Esto… mira, está… está empezando a llover… Es lo último que necesitaba…
– ¿Y eso por qué?

– – – – –
Era un espectáculo de otro mundo, el montón de velas dispersas en toda la sala debido al corte de luz que vino con la tormenta eléctrica que sucedía afuera, adentro parecía estar tan apaciguado, naranjezco, como un atardecer melancólico, treinta y dos velas esparcidas en el lugar, como treinta y dos soles ocultándose para darnos el espectáculo más maravilloso.
Mi anillo lo dejé en la mesita de luz mientras Mauricio bajaba por las escaleras con sólo una toalla en su cintura, pude volver a ver su tatuaje en el hombro izquierdo, cuando él se acercó, pegué mi cuerpo al suyo para deshacerle de su toalla, besando justo sobre el tatuaje… una rosa negra, por fin pude verla… una jodida rosa, como si todo estuviera preparado.
– Qué bonita rosa – susurré al tiempo en que su toalla volaba por la sala para detenerse en el suelo.
– Me la hice en una plaza en Lisboa… fue el primer regalo que me dio Luz, una rosa.
– ¿Una rosa negra?
– En realidad era roja, pero me salía más barato si elegía la negra – rió. Volví a besar su hombro junto con una mordida pequeña que se marcó en su piel.
– Ponte de cuatro en el suelo – dijo él bajando el cierre de mi falda. Un temblor recorrió mis piernas, de arriba para abajo, normalmente lo abofetearía y le diría que yo era quien mandaba, pero no podía, estaba tan excitada que me despojé de mis ropas y lo obedecí al instante.
Las únicas, las velas eran las únicas que veían cómo yo, de cuatro patas en el suelo, estaba siendo sobada por la mano de Mauricio. Ya nada podía detenerme, ya el plan había terminado victorioso, casi babeando rogué a mi amante que me penetrara, que me hiciera suya de una jodida vez, lo deseaba desde que lo conocí, ¡mi sexo rogaba por él, no por sus dedos, sino por su maldita tranca que me había penetrado sólo en imaginaciones!
Cómo me estremecí cuando se comió mi sexo, el maldito sabía muy bien trabajar con la lengua, me tenía al borde de la locura con unos potentes lengüetazos que de vez en cuando se pasaban por mi culo, si todo seguía así me vendría un desmayo… separó mis labios con sus dedos y hundió su lengua, succionando todo lo que encontraba, pieles, jugos, vellos, todo en uno, mi cuerpo se convulsionaba como si tratara de una desesperada, arañaba el suelo, me mordía los labios pero era simplemente imposible.
Me dijo algo, no entendí, pero el tono dulce me tranquilizó, apenas sentí una tibia carne reposando entre los pliegues de mis labios hinchados, lubricados con su saliva, deseosos… mi rostro se pegó al suelo, él habrá gozado con la imagen obscena que le regalé, postrada ante él, rindiéndome ante su maravilloso sexo. Tomó de mis caderas con sus manos, casi me sentí como un animal a quien debía sujetar por si el dolor se pasaba de los límites, y justo cuando susurró algo en portugués, sentí cómo su sexo se abría paso en el mío y cómo un dedo entraba raudamente en mi lubricado ano.
Lo enterraba profundo y me lo sacaba, me lo metía y me lo volvía a sacar casi por completo para volverlo a meter, dedos y sexo, era una jodida locura, daba unos círculos dentro de mí, sus penetradas empezaron a adquirir vigor y supo darme los mejores minutos de mi vida.
Soportó lo que más que pudo, noté que le vinieron unos espasmos potentísimos, apreté las paredes de mi sexo para que él me lo empalmara todo, para que cerrara la jornada de una buena vez mientras su dedo corazón entraba en lo profundo de mi esfínter.
A las luces de las velas, pequé al matrimonio para salvarme de una existencia desgraciada y vacía, Mauricio me salvó, el vacío se llenó… él habrá pensado que lagrimeé por el dolor que causaba sus salvajes arremetidas, pero en realidad lloraba porque por fin sentí que mi existencia… que mi vida dejó de caerse en un pozo sin fin.
Cuando terminamos, giré hacia él para besarlo, y bajando por el cuello, nuevamente besé el tatuaje de su hombro mientras sus manos magreaban mi culo… mordí el tatuaje con fuerza;
– Auchhh… Violeta, ¿y esa mordida?
– Espero dejarte una marca para que me recuerdes… ¿y qué mejor lugar que en la rosa que te regaló tu noviecita?
Él vio el tatuaje, un leve halo de sangre surgió y no tardé en lamer aquella rosa que poco a poco tenía un color rojo intenso, una rosa color sangre tatuada en mi memoria… juro que en ese instante mi vida tuvo sabor a rosas.
– Me salvaste – le susurré, abrazándolo bajo las luces crepusculares de las velas. Sólo yo y él, sin anillos, sin diccionarios ni demonios, nunca me había sentido tan feliz y tan maldita a la vez…
– – – – –
– ¿Está durmiendo ya?
– Sí, señor… como un ángel.
– Aquí está el dinero que te prometí.
– ¿Pudo… ver todo?
– Vi suficiente, aunque eso ya no es de tu incumbencia.
– Entonces no me dirá por qué me ha pedido que me acueste con su esposa.
– No era parte del trato, amigo, no te pago para preguntar. Pero mira – dijo alejándose de la sala con el halo del humo de su cigarro siguiéndolo – es que a veces pecando uno salva un matrimonio… Violeta estaba en un pozo depresivo del que ni yo podía salvarla, y cuando vi que se llevó la faldita corta y erótica sólo para llevarte a una heladería… ¿qué quieres que te diga, Mauricio? Vi en ti su salvación… – otra bocanada.
– ¿Le dirá todo esto? – preguntó Mauricio sin hacerle caso, viéndola de reojo.
– Lo dudo… mírala, durmiendo con una sonrisita que nunca antes había tenido, jamás me atrevería a confesarle que te pagué para que te acostaras con ella… sería quitarle esa hermosa sonrisa para siempre… me molesta que no sea yo el causante de su repentina felicidad, pero es un pequeño precio que hay que pagar, ¿no lo crees?
– Entiendo – respondió Mauricio, restregando el fajo de dinero por su nariz.
– ¿Hueles el dinero? – sonrió Genaro entre el humo y los treinta y dos atardeceres de la sala – ¿es delicioso, eh?
– Es extraño, señor… no sé por qué… pero huele a rosas…
– Rosas de Color Sangre –

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