LA CONVIVENCIA

La casa se había convertido en una cárcel de solo cuatro reclusos. Se podía decir que incluso había dos pandillas diferenciadas dentro de ella. Por un lado el binomio Madre-hijo, que mantenían una frágil relación sujeta con alfileres. Una relación medianamente estrecha pero llena de altibajos debido, por una parte, al carácter inconstante de Marta, que unas veces veía a su hijo como alguien a quien proteger y otras como alguien de quien protegerse y por otra, a cierto tipo de acciones no siempre muy decorosas de Benito.

La segunda pandilla del patio la formaban Fermín y Bea. Padre e hija tenían una relación de conveniencia, más estable quizás que la otra pero todavía menos sólida. Una relación comercial sin tapujos, basada en el intercambio de intereses económico-carnales.

En cualquier caso, cada integrante de la familia hacía su vida por separado intentando, en lo posible, evitarse los unos a los otros.

El único nexo entre ambas bandas eran precisamente Marta y su marido Fermín. Los progenitores no solamente compartían matrimonio. También tenían una empresa heredada del padre de Fermín y ampliada tanto en capital como en tamaño por ambos cabezas de familia. La empresa había crecido en su mayor parte gracias a la incorporación de Marta a la sociedad desde el casamiento de ambos.

Tras un acuerdo tácito, ambos soportaban los excesos del otro por el bien de su futuro matrimonial y empresarial por muy sangrantes que estos fueran.

Y era precisamente de estos excesos, o más bien del futuro empresarial, de lo que Marta quería tratar con su marido que a estas horas de la tarde se encontraría a buen seguro en el salón.

En efecto, Fermín estaba viendo la tele en el salón, repantigado en su amplio sofá, por lo que su mujer, que se acercaba desde el jardín, podía ver su coronilla y una de las mangas de su camisa descansando en el apoyabrazos mientras cruzaba la puerta que unía el salón con el exterior.

Rodeó el sofá para sentarse junto a él y al hacerlo vio algo que la dejó helada y a punto del desmayo.

Su marido estaba desnudo de cintura para abajo. Sus brazos estaban extendidos hacia los lados. En una de sus manos sostenía una cerveza mientras que en la otra sujetaba el mando a distancia a modo de báculo papal disfrutando del partido de fútbol que emitía el televisor.

Pero lo que realmente dejó a Marta al borde del ataque cardiaco fue ver a Bea arrodillada entre las piernas de su padre con la polla de éste dentro de su boca. Le estaba haciendo una mamada.

Marta tenía dos opciones: montar un escándalo o largarse por donde había venido en completo silencio. Tras unos segundos sopesando la situación no optó por ninguna de las dos y se sentó junto a su marido. Si alguien debía avergonzarse de algo, desde luego esa no era ella.

Lo que hacía hiriente este devaneo sexual paterno-filial era la impunidad con la que lo realizaban. No habían buscado la privacidad de otras ocasiones para sus negocios sexuales. No se habían escondido en ningún rincón de la casa ni utilizado el tan manido despacho de Fermín. El que utilizaran el salón para sus cochinadas superaba el insulto hacia el resto de la familia en general y a ella en particular.

Fermín, al notar la presencia de su mujer, desvió su mirada hacia ella en un movimiento lánguido. Su mirada era la de un yonqui recién dopado con los ojos medio cerrados, la boca semi abierta y el brillo de los mocos bajo su nariz. Acercó la cerveza a sus labios con la lentitud de un oso perezoso y dio un largo trago sin mediar palabra ni intentar excusarse por nada.

Solo faltó eructar en su cara cuando retiró la lata de sus labios empapados de licor. Volvió a mirar el partido con los mofletes inflados por la cerveza que le estaba costando tragar, su equipo acababa de meter un gol.

Por toda reacción Fermín puso los ojos en blanco a la vez que tensaba su cuerpo y colocaba una mano sobre la cabeza de su hija. Tragó toda la cerveza retenida en su boca justo a tiempo de lanzar un gemido de placer. Se estaba corriendo.

Su hija, que en ningún momento abandonó su labor y a la que la presencia de su madre le era indiferente, aligeró el ritmo de su felación para acelerar el orgasmo de su padre que se contorsionaba de gusto.

Los jugadores que habían logrado el gol se abrazaban unos a otros, uno de ellos le dio una palmada en el culo a otro. Fermín metió la mano por el escote de Bea intentando tocar una teta.

Cuando el cuerpo de Fermín dejó de convulsionar perdiendo toda tensión y convirtiéndose en un guiñapo derretido en el sofá, Bea redujo la cadencia de sus movimientos mientras terminaba de acumular todo el semen en la boca. Después se apartó de él y lo escupió en un pañuelo. Se limpió todos los restos de su padre, se levantó, se alisó la ropa y extendió la mano.

-Págame.

Fermín, que aun mantenía la sonrisa en sus labios de viejo verde, la miró con pereza.

-¿Eh?, ah, mañana.

-Ahora.

-Ahora no puede ser. Mañana.

-Me has dicho que me pagarías ahora, ese era el trato. Págame.

-No tengo dinero aquí, te digo que mañana te lo doy.

Bea acercó una rodilla a los huevos de su padre mientras insistía en el pago de su deuda. Fermín no era consciente del peligro que corrían sus huevos ni del dolor que Bea le provocaría si continuaba su obstinación deudora.

Marta disfrutaría de la escena si no fuera por lo patética que era en sí misma. Su hija reclamando el pago de una mamada que el crápula de su marido no tenía ni intención ni posibilidad de saldar y su marido intentando dar largas para salir airoso del pago de un trato sin saber, como era costumbre en él, las catastróficas consecuencias que ello iba a acarrearle.

Era típico de Fermín, prometer lo que hiciera falta para conseguir algo que después no podría sufragar. El tipo de cosas que gracias a su mujer se habían corregido en su empresa. Un vía crucis en el día a día de Marta.

Fermín, molesto con la pesada de su hija, empezó a impacientarse con tanta insistencia. Le estaba fastidiando una noche perfecta, mamada, cerveza y victoria de su equipo.

-Qué pesada eres, he dicho que mañana te pago. Déjame en paz, joder.

Bea estaba quedando muy mal delante de su madre. Seguía con la palma de su mano extendida, parecía una buscona cualquiera y su padre tenía la culpa de ello. Tensó la pierna, flexionó la rodilla y preparó el rodillazo.

-Yo te pagaré.

Padre e hija giraron sus cabezas incrédulos hacia Marta que ya sacaba un billete de su cartera.

Marta depositó el billete sobre la blanca mano de Bea que la miraba desconcertada. Su hija miró el billete y volvió la mirada hacia su madre. Para sorpresa de Marta, Bea continuó con la palma extendida.

Colocó un nuevo billete sobre el anterior pero tampoco hizo ademán de darse por satisfecha. Marta enarcó una ceja y miró a Fermín que, encogiéndose ligeramente de hombros, puso cara de inocente.

Un tercer billete se posó sobre los dos anteriores y esta vez su puño sí se cerró. Sin embargo al intentar retirar el fajo se dio cuenta de que su madre aún sostenía el último billete.

-Recuerda que he sido yo la que ha saldado su deuda.

No contestó. En su lugar esperó a que su madre aflojara el billete. Una vez lo hizo, guardó el dinero y abandonó la habitación.

-Ten cuidado –siseó Marta a su hija–. Hay mucha gente rara por ahí.

-Sé cuidarme sola.

Dejó a sus padres a solas con el ruido de la televisión de fondo. Marta y Fermín se miraron.

-Sé que le pago mucho pero te aseguro que merece la pena –trató de excusarse Fermín.

-Sí, le pagas demasiado a tu hija por hacer de puta privada. ¿Es así como te gusta dilapidar el dinero?

-Que conste que utilizo mi dinero privativo. Nunca he gastado el dinero común…

-Solo faltaría eso.

-Mañana te lo devolveré.

-No hace falta que me lo devuelvas. Tómalo como un pago a cuenta.

-¿A cuenta de qué?

-A cuenta de lo que me vas a pagar para que no te denuncie por acostarte con tu propia hija.

-N…No serás capaz –dijo con los ojos como platos.

-¿No lo soy?

-Tú también has follado con tu hijo, ¿ya no lo recuerdas?

-Pero a diferencia de ti yo tengo pruebas que lo demuestran, fotos, videos. Eres muy descuidado Fermín… y no solo con tu vida personal.

-¿A qué te refieres?

Marta tomó aire y se encaró a su marido.

-Hace tiempo que quería hablarte de algo.

– · –

Marta dormía intranquila en su habitación. Hacía bastante rato que el reloj había pasado de la media noche. Su marido roncaba a su lado. Seguían durmiendo juntos pese a que Fermín mantenía una relación sexual manifiesta con su hija y Marta estaba más apegada a los grillos del jardín que a su propio marido. La hipocresía de su relación les obligaba a hacer vida conyugal aunque solo fuera de postín. Un autoengaño que les hacía sentirse menos infelices.

El teléfono de la cocina comenzó a sonar insistentemente a altas horas de la noche, algo que no hacía presagiar nada bueno. Marta, se levantó como un rayo con el corazón en un puño. Bajó las escaleras hasta la cocina, levantó el auricular con un tembleque en las manos y lo pegó a su oído.

-¿Quién es?

La voz que oyó al otro lado del hilo era muy familiar.

-¿Mamá?

-¿Bea?, ¿Qué te ha pasado, donde estás?

-Nada, ¿qué habría de pasarme?

-Pues… no sé. ¿Dónde estás?

-En la esquina norte del parque grande. Ven a recogerme.

Menudo susto le había dado la cabrona. Marta respiró aliviada, pero solo al principio. Su hija había llamado solo para que hiciera de chófer.

-Llama a un taxi.

-¿Crees que te llamaría a ti si no lo hubiese intentado antes? No hay ninguno disponible a estas horas.

-Pues que vaya a recogerte tu padre. Me has dado un susto de muerte llamando tan tarde.

-Tiene el móvil desconectado, igual que tú. Ven pronto, tengo frío.

-Pues otra vez te abrigas más en vez de vestirte como una puta.

-¿Vas a hacer el favor de venir a recogerme o no?

Marta pegó el teléfono a su boca y bajó el volumen de su voz pero no el tono agrio de sus palabras cargadas de hiel.

-Follas delante de mis narices con tu padre al que he terminado por pagar las mamadas que le haces. ¿Pretendes que además haga de chófer para ti? No soy yo la que debe favores a nadie.

Se hizo el silencio durante una docena de segundos.

-Estoy en el quinto pino, helada y sin dinero. Vero está borracha, tumbada bajo la marquesina de un autobús que no llega. No hay taxis ni nadie que nos pueda llevar. Ven a buscarnos. No te lo estoy pidiendo como un favor si no como un pago a cuenta.

-¿A cuenta? ¿Y cómo piensas pagarlo?

-Pon tú el precio pero ver a recogernos, joder.

-Despertarme a las tantas de la noche, sacarme del calor de mi cama y cruzar media ciudad para recoger a dos fulanillas no tiene precio, al menos no uno que tú puedas pagar.

Dicho esto colgó el auricular de golpe y salió de la cocina enfadada hacia su dormitorio donde intentaría retomar el sueño donde lo dejó. Subió las escaleras y cruzó todo el pasillo, sin embargo antes de llegar a su dormitorio percibió algo bajo la puerta del cuarto de Benito. Luz.

– · –

Benito estaba tan absorto en la pantalla de su ordenador, masturbándose con un video porno casero que no se percato de la figura que colaba en su cuarto sigilosamente. Solo cuando tuvo a su madre casi pegado a él fue consciente de su presencia.

Con un rápido movimiento enfundó su polla dura dentro de su pijama para acto seguido apagar la pantalla de plasma.

-M…Mama… me has… no te había visto… estaba… estaba…

-Ya sé lo que estabas haciendo. No hace falta que disimules. Como sigas así te vas a quedar ciego.

-Es que… es que…

-Ni “esque” ni porras. Estás todo el día dale que te pego. Una cosa es que te alivies de vez en cuando y otra que emplees todo tu tiempo en lo mismo. Pareces un mono.

Benito agachó la cabeza.

-Tienes razón. Pero es que no puedo evitarlo, ¡joder! Intento pensar en otra cosa pero siempre acabo pensando en lo mismo.

-¡Pues estudia! Concéntrate en los libros.

-¡Que ya lo intento! Pero siempre estoy en erección y… soy débil. Si tuviera novia sería diferente pero como no la tengo, acabo con la mano dentro del pantalón una y otra vez.

Miró a su madre a los ojos.

-Con una mujer de carne y hueso sería diferente. Con unas tetas y un coño de verdad se me quitarían todos mis complejos de una santa vez.

Marta no estaba segura en qué dirección iban sus palabras pero por si acaso se ajustó la bata y se cerró el escote. Escrutó a su hijo durante media docena de segundos tan eternos como incómodos.

-Vístete, tienes que recoger a tu hermana.

-¿C…Cómo? ¿Recoger a Bea? ¿De dónde?

-De la esquina norte del parque grande.

-¿Del parque grandeee? Pero si eso está en la otra punta del mundo. ¿Por qué no viene ella andando solita?

-Porque está en la otra punta del mundo.

-¿Y por qué yo?

-Porque eres un hermano responsable y porque te lo pido yo

-¿Pero por qué…?

-Porque me da la gana y punto.

Benito cerró el pico, agacho la cabeza y comenzó a vestirse en silencio. Marta se dispuso a abandonar su habitación.

-Llévate mi coche y no conduzcas rápido.

Cuando Marta vio las luces de su coche salir del garaje y alejarse en la oscuridad encendió su móvil, marcó un número y espero a que descolgaran al otro lado.

-¿Bea? Soy yo, tu madre.

– · –

Bea vio llegar el coche de su madre y aparcar junto a la marquesina en la que se encontraba. Por fin su hermano estaba allí, tal y como su madre había dicho.

Cuando Benito se apeó del auto, Bea le hizo señas para que la ayudara a mover a su amiga borracha. Parecía estar muerta. Solamente su respiración profunda indicaba que no iba más allá de una leve inconsciencia etílica.

Con gran dificultad ambos hermanos introdujeron al cuerpo inerte de Vero en los asientos traseros. La arrastraron hasta colocarla y asegurarla con el cinturón. Después, ellos dos se acomodaron en la parte delantera del coche. Benito no pronunció palabra y arrancó sin más dilación.

No habían recorrido ni 20 metros cuando Bea se dirigió a su hermano en tono imperativo.

-Espera, párate ahí.

-¿Por qué?

-Que pares ¡joder!, no me encuentro bien. Quiero apearme.

-Estamos en el culo del mundo, junto a un parque desierto. ¿No prefieres tumbarte atrás mientras te llevo a casa? Ahí fuera hace frío…

-Para de una vez. Necesito que me dé el aire un momento.

Benito obedeció a regañadientes. Introdujo el coche por una de las entradas del parque y paró el motor. Bea se apeó ipso facto.

-Espérame aquí 10 minutos. Solo necesito estar un rato tranquila para tomar el aire ¿está claro?

-Como quieras –“Qué tía más rara”, pensó.

Bea se alejó hasta llegar a uno de los bancos del parque y se sentó en él con aire cansado. Benito puso la radio para matar el rato. En la radio no había nada que mereciera la pena oír y para colmo de males, Vero, la amiga de Bea por la que él tanto había bebido los vientos, estaba tan borracha que era imposible intentar ligar con ella.

Sentado frente al volante, escuchando una radio que le aburría, esperando a una hermana que detestaba y con el reflejo de la cara de Vero medio grogui en el retrovisor, solo podía pensar en el tiempo perdido. Un tiempo perdido que él debía haber estado empleando para dormir después de haberse hecho una buena paja.

Si su hermana no hubiera llamado por teléfono, su madre no le hubiese pillado cascándosela y lo que era peor, no le hubiese obligado a recorrer toda la ciudad a las tantas de la noche.

Varios meses atrás hubiese acudido encantado a recoger a su hermana solo por ver de cerca a Vero con sus grandes melones. Una época en la que se mataba a pajas imaginando momentos imposibles con la amiga de su hermana. Alzó la mano hacia el retrovisor y lo ajustó para poder contemplar su busto. Era tan imponente como lo recordaba. Que envidia sentía del asqueroso de su novio e incluso del imbécil de su hermano. Hasta ese estúpido se había enrollado con ella.

Giró la cabeza para poder contemplarla en directo. Allí sentada inconsciente y con la boca semi abierta, había perdido todo el sex-appeal. Ya no era el bombón de antes, no la veía como ese ángel encantador. Ahora sabía de muy buena mano que era una hija de puta. Un demonio igual o peor que su hermana. Un demonio al que se le veían las bragas bajo su vestido recogido hasta medio muslo.

Benito se asustó del descubrimiento y miró con sentimiento de culpabilidad a través de la oscuridad de la noche hacia su hermana que seguía sentada de espaldas en el banco de madera con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza sobre sus manos.

Benito se acomodó nervioso para disfrutar mejor del espectáculo. Al menos esta noche no sería tan mala. La visión de las bragas de Vero iba a darle para muchas pajas.

Estaba agachado con la cabeza entre los asientos para poder vislumbrar mayor porción de tela. Si Vero o su hermana le veían en una posición tan delatadora iba a tener muchos problemas.

Carraspeó para cerciorarse de la inconsciencia de Vero. Al no obtener respuesta probó con otro tipo de estímulo más eficaz.

-¡Vero! –susurró.

Pero Vero no se inmutó. Estaba profundamente dormida.

-¡Vero, eh, Vero! –Esta vez alargó una mano hasta su rodilla y la zarandeó. Ni aun así consiguió que reaccionara.

-Joder, que pedo tiene la tía.

Benito, cada vez más envalentonado, apartó la pierna que tenía cogida por la rodilla para tener mejor visión de sus bragas. Su excitación iba en aumento. Sin darse cuenta se estaba haciendo una paja por debajo del chándal. La ocasión era propicia para ello. No había un alma en toda la zona y podía ver a Bea desde donde estaba. A la distancia a la que encontraba tenía tiempo suficiente para guardarse la minga si se le ocurría acercarse en cualquier momento.

-¿Pero qué coño estoy haciendo? –Pensó Benito de repente–. ¿Me estoy haciendo una paja mirando las bragas de la amiga borracha de mi hermana? ¿Yo soy estúpido o qué me pasa?

De un salto pasó a la parte de atrás del coche junto a Vero. La zarandeó con energía y la llamó más fuerte.

-Vero, Vero, ¡despierta joder! –Tampoco esta vez hubo respuesta de ningún tipo por su parte, tal y como esperaba.

Con una sonrisa de oreja a oreja apoyó una de sus manos sobre una teta cerró los ojos y palpó suavemente la tela que la cubría.

-Joder, tanto tiempo esperando este momento.

Con la boca seca y el corazón a punto de reventar deslizó los tirantes que sostenían el vestido y tiró suavemente de la prenda hacia abajo. Dos círculos rosados aparecieron ante sus ojos. Eran grandes como dianas coronando dos montañas de azúcar. La mano de Benito tardó poco en volver a posarse sobre su seno desnudo. Lo acarició, lo palpó, lo amasó e incluso lo besó.

Su otra mano seguía meneando su polla dura como una roca.

-Me voy a correr sobre tus tetas, Vero. Perdona que lo haga pero creo que me lo debes. Bueno en realidad tendrías que hacerme tú la paja por cabrona. Entre tú y mi hermana me jodísteis la vida. Bueno y mi madre sobretodo. Pero a ella la perdono, a vosotras no.

Dicho esto cogió la mano de ella, se la puso sobre la polla y siguió masturbándose con ella mientras que con la mano libre no paraba de sobar aquellos melones divinos.

En una ocasión la mano se deslizó hasta su entrepierna donde descubrió la suavidad de las bragas. Y fue en esa ocasión cuando una maldad se reveló sobre Benito.

-¡Hostias!, le estoy sobando las bragas. Le estoy sobando el coño a Vero por encima de sus bragas. Esto ha ido demasiado lejos. Voy a dejarlo ya antes de que me la cargue con todo el equipo.

Benito apartó la mano de las bragas de Vero.

-Pero la paja me la hago con su mano, por lo menos eso me lo debe.

Siguió sin apartar la vista de la blanca prenda mientras miraba de cuando en cuando a su hermana.

-Bueno, si echo un vistazo debajo no creo que pase nada. Solo una miradita rápida sin malicia.

Acercó la mano a la entrepierna de la chica y tiró del elástico de la prenda descubriendo su mata de bello.

-Jod-der, jod-der. Le estoy viendo el coño. El coño de Vero.

A esa altura Benito ya estaba al borde del colapso cardiaco, empapado en sudor frío y con la polla a punto de reventar.

Sin saber lo que hacía ni por qué lo hacía tiró de las bragas hacia abajo, hasta sacárselas por los tobillos. Abrió sus muslos para contemplar el coño en todo su esplendor. Era lo más bonito que había visto nunca. Si su hermana le pillaba le mataría, o algo peor.

Benito hundió la cabeza en el bosque maldito y besó sus labios una y otra vez. Los recorrió con su lengua hasta encontrar el clítoris donde se entretuvo con parsimonia.

-Cuantas pajas te habrás hecho tocándote aquí –Pensó Benito.

Después se incorporó y lamió sus pezones. Primero uno y después otro y vuelta a empezar. Besó su boca e introdujo su lengua en ella mientras amasaba sus tetas con frenesí, se frotaba contra ella.

Benito se había bajado los calzoncillos hasta los tobillos y frotaba su polla contra el coño y el pubis de ella.

-Si yo fuera tu novio te follaría día y noche. Te follaría sin parar, Joder.

Sus cuerpos estaban pegados el uno al otro. Vero tenía las piernas completamente separadas y Benito estaba entre ellas frotando su polla arriba y abajo contra su pubis y sus labios imaginando que follaba con ella. Se restregaba como una culebra hasta que en una de éstas la penetró.

-¡Hostia!, ¿qué he hecho?

Se asustó de verdad. Eso no entraba en el plan.

-¡El plan! –Pensó–. El plan era verle las tetas y hacerme una paja. ¿Qué coño estoy haciendo? Le he metido la polla.

Sin embargo no se dio prisa en sacarla pese al miedo de las consecuencias. Su hermana seguía inmóvil en el banco de madera. Benito volvió la mirada al melonar y después a su negro y empalado coño.

-La dejo un ratito y luego la saco. Esto ya ha ido demasiado lejos. No voy a cometer ninguna estupidez aunque tenga un coño tan suave.

Dicho y hecho, Benito comenzó a salir de ella.

-Buf, suave y calentito. Joder que caliente está.

Y volvió a entrar. Ralentizó el movimiento de su miembro para disfrutar hasta el último instante de la penetración. Miraba obseso su miembro deslizarse a través del coño sin ser consciente de que su polla entraba y salía de nuevo una y otra vez sin terminar de abandonar su coño.

Benito se había olvidado de abandonar su felonía tan rápido como se esfuma el humo de un cigarro en mitad de un vendaval y sin saber cómo, se encontró follando salvajemente a su amiga.

Si a su hermana le hubiese dado por mirar el coche, hubiera visto botar su amortiguación como si estuviera corriendo un rally. La cadera de Benito era un martillo perforador. Sus manos no paraban de amasar sus tetas mientras besaba su boca y lamía su lengua. La embistió una y otra vez disfrutando de ella como si nada más que ellos dos existieran en el mundo. La folló deprisa, después lo hizo despacio. Por momentos la follaba a golpes y por momentos con amor. Ahora con delicadez, ahora con rabia. Cambiaba el ritmo de la follada por cada recuerdo que iba rememorando de ella. La folló mucho rato, tanto como pudo alargar el momento pero al final, se corrió, y se corrió mucho. El mejor orgasmo de su vida. El mejor, más largo y más placentero.

Después se hizo el silencio y llegó la paz… y el horror.

Benito yacía sobre Vero colmado de placer y satisfacción, ajeno a la realidad que le atenazaba. Estaba pletórico de felicidad, se había follado a vero, a la mujer de sus sueños. Le había disfrutado de ella y le había hecho el amor durante un buen rato. Bueno, en realidad la había violado.

¡Había violado a una chica borracha!

Comenzó a ser consciente de su delito paulatinamente, su desazón aumentaba al ritmo que lo hacía su pulso. Una vez más había abusado de una chica aprovechando una situación degradante. Pero lo peor es que no era cualquier chica. Era la amiga de su hermana. La amiga hijaputa de su hermana hijaputa. Era una serpiente cascabel amiga de la madre de todas las serpientes de cascabel.

Se separó lentamente con los ojos como platos.

-¡Mecagüen la hostia puta!, ¿pero que cojjjjones he hecho?

Estaba sobre ella con ambas manos sobre sus tetas y la polla metida en su coño.

Quitó sus manos, saco la polla y se apartó como si tuviera la peste. Contuvo un grito de pánico mientras miraba a su víctima sobre el asiento. Tenía un aspecto lamentable. Despatarrada con el coño al aire, el vestido recogido en la cintura y las tetas y los labios rojos de sus lametones y sobeteos.

Su hermana se levantó del banco de madera.

-Mierda, joder. Todavía no.

Se subió el chándal de un tirón. El corazón bombeaba tan fuerte que en cualquier momento le daría un ataque. Levantó nervioso el vestido de Vero para tapar sus tetas y colocó como pudo los tirantes sobre sus hombros. Después bajó la falda hasta medio muslo y recolocó su cuerpo como pudo en el asiento antes de volver a ponerle el cinturón de seguridad.

Dos martillos golpeaban sus sienes con cada latido de su estresado corazón. No había tiempo para poner sus bragas así que las escondió dentro de su pantalón. Se deslizó entre los asientos hacia la parte delantera y se dejó caer.

Bea abrió la puerta del acompañante cuando intentaba incorporarse y le miró desconcertada.

-E…Estaba intentando tumbarme y dormir pero no, no se puede. La palanca de cambios…

-No me cuentes tu vida, vámonos.

Arrancó sin protestar y salió pitando del lugar.

-¿Que vas a hacer con Vero?

-Hay que llevarla a su casa.

-Pero así como está…

-No te preocupes. No es la primera vez que la llevo así como está.

Benito estuvo sudando tinta todo el camino. Las manos casi no podían sostener el volante. No quitó ojo del espejo retrovisor. Vero tenía el pelo alborotado y vestido de cualquier forma pero lo peor era lo que no se veía, no llevaba bragas. ¿Qué pasaría cuando se despertase y descubriera que le faltaban?

-“¿Por qué tengo que ser siempre tan gilipollas?” –pensó.

Tenía los nervios a flor de piel y las manos le sudaban tanto que iba a terminar estrellándose.

Un momento, esa era la solución, hostiarse contra un árbol y todo el mundo al hospital en ambulancia. Al día siguiente nadie recordaría nada y Vero no sabría si las bragas se las quitaron en el hospital para… ¿pero qué coño estaba diciendo?

Tranquilidad, no había que ponerse nervioso. Vero estaba tan borracha que mañana al amanecer no recordaría donde las perdió. Y con lo guarrilla que es, podría haber sido en cualquier parte, con cualquier chico. Sí, había que guardar la calma.

– · –

El día siguiente amaneció despejado. Fermín había madrugado y se había ido de casa temprano. Marta estaba en el piso superior, vistiéndose. Acababa de ducharse y también se estaba preparando para salir cuando escuchó unos gritos en la parte de abajo. Alguien había entrado en su casa y estaba recorriéndola a voz en grito.

Bajó rauda las escaleras hacia el individuo que avanzaba por cada estancia como un elefante en una cacharrería.

-¿Dónde estás cabrón? ¡Que te mato! –seguía gritando él.

Marta le abordó cuando estaba a punto de entrar en el salón.

-¿Qué pasa aquí? ¿Qué es lo que quieres? –le espetó Marta.

-¿Dónde está ese mamón?

La persona que tenía delante era Héctor, el hermanísimo de Verónica, la amiga de Beatriz. Tras él había otro individuo más calmado y de menor estatura, sin duda era el muchacho conocido como “El Pecas”, inseparable amigo de Héctor.

-¿De quién hablas? ¿A quién buscas en mi casa?

-A ese puto enano violador que tienes por hijo.

Marta abrió la boca incrédula. Intentó guardar la compostura.

-Idos de mi casa ahora mismo.

-De eso nada. Tu hijo ha violado a mi hermana y no me pienso ir hasta que le pille.

-¿A tu hermana? Imposible. Lárgate.

En lugar de irse, Héctor apartó a Marta con el brazo y siguió buscando por la casa a Benito con ella y El Pecas pegados a sus talones.

-Voy a llamar a la policía –espetó Marta.

-Soy yo el que va a llamar a la policía como no le encuentre.

-Estás allanando mi casa, chaval. Te estás buscando un lío.

-¿Lío, me estoy buscando un lío? Mi hermana está en el hospital. Acaba de salir de un coma etílico. El médico que la atendió ha realizado una inspección rutinaria, como hace con todas las chicas que entran en ese estado, y ha descubierto que tiene el coño repleto de semen por lo que ha abierto una investigación de oficio ante una posible violación. Es algo que se hace siempre que una chica llega en condiciones parecidas a las de mi hermana.

-¿Y eso qué tiene que ver con Benito?

-Mi hermana jura que anoche no estuvo con nadie, así que he llamado a Bea para preguntarle y ella corrobora la versión de Vero, ahora bien…

Marta tragó saliva cuando la cara del primo de zumosol se acercó a la suya.

-Me ha dicho que el imbécil de tu hijo fue a recogerlas y que se quedo a solas con ella en el coche mientras Bea tomaba el aire fuera.

-Eso no quiere decir…

-Eso quiere decir que se la ha follado, ¡joder! El muy cabrón se ha aprovechado de la infortunada chavala. ¡La ha violado! A mi pobre hermanita.

A Marta le estaba costando digerir las alabanzas de la pulcra fama de la guarra de su hermana pero en el estado de nerviosismo que se encontraba era mejor no abrir la boca para sacarle de su error.

-Dile a tu hijo que aparezca de una vez.

-No está en casa.

Sin previo aviso Héctor avanzó hacia el salón y se plantó dentro como un misil.

-¿Dónde estás cabrón? –gritaba fuera de sí.

-Te he dicho…

-¡En su cuarto! Ahí es donde estará.

Avanzó hacia el piso superior perseguido por Marta que era incapaz de pararlo. Subió las escaleras a zancadas y entro en cada una de las habitaciones rebuscando en armarios empotrados y bajo las camas. Al final llegó frente a la puerta del dormitorio de ella.

-Ni te atrevas. Ese es mi dormitorio. No se te ocurra entrar, chaval.

La amenaza solo sirvió para espolearlo más. Abrió la puerta de un empujón y se coló dentro del habitáculo. La cama estaba deshecha y había ropa esparcida por la habitación. Marta no había tenido tiempo de recogerla y se lamentó por ello.

-No está, sal de aquí.

-Ya lo veo. Así que esta es tu habitación, ¿eh? Lo hubiera descubierto solo. ¿Son esas tus bragas?

Marta las recogió lo más rápido que pudo al igual que el sujetador y el resto de ropa esparcida.

-Estás invadiendo mi casa, quiero que te vayas.

-Tu hijo se ha follado a mi hermana, eso también es una invasión y yo quiero una compensación por ello.

-No sabes si ha sido él. Le estás acusando en falso, además, estás allanando mi casa y mi intimidad ¡lárgate de una vez!

-En cuanto plante la denuncia correspondiente y cotejen el semen del coño de mi hermana con el ADN de tu hijo veremos si mis acusaciones son falsas.

-Bien, hasta entonces aléjate de mi casa, niñato.

-No te estás enterando ¿verdad? Tu hijo va a ir a la cárcel por violador ¿sabes lo que es hacen a los violadores en la cárcel?

Héctor vio la sombra de la duda en la cara de Marta.

-Les rompen el culo. Se van a follar a tu pequeño judas a diario como él hizo con mi hermana.

-¿Y qué les hacen a los mentirosos que acusan en falso?

Héctor se puso aún más serio.

-No sé que les hacen a los mentirosos pero sí sé lo que les ocurre a sus madres. Sobre todo cuando esos mentirosos son además unos violadores ¿Quieres visitar a tu hijo en la cárcel? ¿Has pasado alguna vez un cacheo para tener un vis a vis con tu hijo violador?

El labio de Marta temblaba de rabia y miedo mezclados a partes iguales. No sabía si temía más sus amenazas o el tamaño del muchachote. Además estaba ese otro gusano que le acompañaba, no había abierto la boca pero la desconfianza que le producía duplicaba a la del otro.

-Tu hijo se ha follado a mi hermana. Quiero una compensación –repitió.

Lo que quería este gusano era dinero. Todo se arreglaba con dinero. Después de recibir su parte su hermana ya estaría menos violada. La dignidad habría vuelto a su casa con un buen fajo de billetes. Marta sopesó la situación durante unos momentos de silencio que aprovechó para calmarse.

-Estaría dispuesta a ofrecerte…

-Él se folló a mi hermana, lo justo es que yo me folle a su madre.

-¿¡Quéééééé…!? ¡¡¡ LARGO DE AQUÍ !!!

El Pecas agarró a Marta desde atrás rodeándola con sus brazos. Mientras estaba inmovilizada aprovechó a tocarle las tetas por encima de la ropa.

-¿Me vais a violar? –espetó– ¿Es eso? ¿Tanto cuento para venir a violarme?

-El cerdo de tu hijo…

-Allanamiento de morada, intimidación, violación con uso de la fuerza, violencia machista. Dime una cosa, estúpido. Tú que sabes tanto de leyes, ¿Cuántos años vais a pasar en la cárcel por todo esto? ¿Cuántas veces crees que os van a romper el culo por violar a una mujer que podría ser vuestra madre en su propia casa, en su propio dormitorio?

-Yo no he venido a… el cerdo de tu hijo… ¡suéltala, Pecas!

-¿Por qué? Su hijo se folló a tu hermana, a mi novia. Tenemos derecho a follárnosla a ella, ¿no?

-No seas idiota. Nos estás buscando un problema de la hostia. No es así como íbamos a hacerlo.

El Pecas soltó a Marta a regañadientes. Cuando lo hizo recibió un codazo en el estómago que le dobló por la cintura.

-Si me vuelves a sobar te vas a arrepentir de verdad, niñato. Las tetas se las tocas a tu madre.

Héctor se acercó y la cogió de un brazo. Al lado del musculitos Marta parecía una muñeca.

-Todavía no entiendes nada, ¿eh? Voy a denunciar a tu hijo. Voy a hacer que le metan en la cárcel y cuando salga, dentro de muchos años, va a ser un desgraciado para toda su puta vida. Solo tú puedes evitar que lo haga. ¿Adivinas cómo?

Marta tenía el rictus contraído por el asco.

-¿De verdad has venido con la esperanza de que le abriera las piernas a un mongolito como tú? ¡Pero si podría ser tu madre! –Espetó Marta–. Si la guarra de tu hermana ha perdido las bragas con algún indigente de nombre impronunciable que se la ha follado a cambio de cualquier mierda, te jodes. Busca justicia entre los cubos de basura, seguramente allí estén también sus bragas.

Héctor la sostuvo por ambos brazos. Y la zarandeó.

-¿¡Pero qué coño dices de mi hermana!?

-¡SUÉLTALAAA! –se oyó un grito bajo el quicio de la puerta.

Los tres se giraron hacia la puerta donde apareció Benito con ojos incendiados.

-¡No toques a mi madre, abusón!

-Mira quién está aquí. El pequeño Lucifer ha aparecido por fin.

Héctor soltó a Marta y se abalanzó sobre Benito que no pudo esquivarle a tiempo. Le atrapó por el cuello y lo arrastro dentro de la habitación donde lo tiró al suelo y le propinó una patada en el estómago.

-Has abusado de mi hermana, cabrón. Te has aprovechado de ella y la has violado mientras estaba inconsciente. Seguro que has sido tú quién la dejó en ese estado para poder follarla sin resistencia. A saber si además no la has dejado preñada.

A Benito se le fue toda la furia por el culo. Casi se caga de miedo. Lo sabían, le habían descubierto, por eso estaban aquí discutiendo con su madre. De alguna manera se habían enterado de lo que hizo, joder qué marrón.

-Yo…, yo…, no hice nada, las recogí y las llevé…

-¡Los cojones! Vero no llevaba bragas cuando entró en el hospital…

-¿Hospital? –repitió Benito como un autómata.

-Y tenía el coño lleno de semen. Vero dice que no estuvo con nadie anoche y Bea dice que la única vez que la perdió de vista fue cuando estuvo a solas contigo en el coche.

-Yo…, no sé…

-Yo sí sé. Sé que te voy a matar. Te voy a denunciar y vas a ir a la cárcel para toda tu puta vida.

-¿Mamá? –Benito temblaba.

Miró a su madre con cara de súplica pero el rictus de Marta era de piedra.

-Dejadnos en paz e idos por donde habéis venido, lo que haya que hablar se hablará con tus padres –replicó marta.

-De eso nada –El Pecas se sacó la polla y la mostró a la mujer–. Hemos venido a mojar el nabo y de aquí no nos vamos sin hacerlo.

-O follamos contigo o tu hijo va a la cárcel. Así es el trato –Añadió Héctor.

-U os vais de inmediato de mi casa o llamo a la policía –retó Marta–. Así es el trato.

-Pero… pero… si tienes más que perder que nosotros –dijo El Pecas incrédulo–. Piensa bien tu decisión, estúpida.

-Yo no voy a perder nada. Cada uno es responsable de sus actos y vosotros apechugaréis con los vuestros.

-¿V…Voy a ir a la cárcel? –intervino Benito como un gallina.

-Irás –Sentenció Héctor–. A menos que tu madre se abra de piernas aquí y ahora.

Marta cruzó los brazos y levanto la barbilla pero no hizo ademán de ceder.

-¿M…Mamá? ¿Me van a denunciar? ¿Voy a ir a la cárcel?

-Te van a romper el culo en el trullo chaval. Te van a follar como tú follaste a mi hermana.

Benito empezó a gimotear.

-Mamá por favor, no les dejes. Haz lo que piden, por favor. Ayúdame.

-Cállate, ni se te ocurra pedirme eso. Mi propio hijo.

-Pero es que voy a ir a la cárcel. Déjate hacer, no es para tanto.

-¡ Largo de aquí ! ¡Los tres! –gritó furiosa.

-¿C…Cómo? ¿No vas a follar? ¿Vas a dejar que tu hijo vaya a la cárcel? –inquirió Héctor perplejo.

Su plan no estaba yendo como él pensaba. Esa mujer no debía querer mucho a su hijo.

-No voy a dejar que mi dignidad vaya a la basura –espetó Marta.

-Joder mamá, no seas así. Piensa en mí.

-En ese caso que te follen a ti. No voy a cambiar mi coño por tu culo.

-“Ya lo hice una vez” –Pensó Marta con amargor–. “Y solo sirvió para empeorar las cosas”.

-Eso, eso, que nos haga una mamada el enano –bromeó El Pecas–. Por cabrón.

Pero Héctor no se lo tomó a broma.

-¿Te gusta chupar pollas chaval?

-¿Qué?

-Uno de los dos me la va a chupar o juro por dios que de aquí voy directo a comisaría. Caiga quien caiga.

-Mamá, tú eres mujer…

-Y tú eres imbécil. Ya sabes cómo se hace eso. Si tanto miedo le tienes a la cárcel, adelante.

Benito miró asustado la entrepierna de Héctor y éste sonrió. ¿Le chuparía la polla el hermano de Bea? ese pequeño bastardo alcahuete.

De dos pasos se puso sobre Benito que permanecía sentado en el suelo. Se sacó la polla y la puso frente a su cara.

-¿Te gusta mi polla?

Benito comenzó a temblar. No, no podía ser. No podía chuparle la polla a un tío, eso era de maricones.

-Cógela con la mano, que no muerde, vamos. Y menéamela que eso seguro que lo sabes hacer bien, ¿eh? Palillero de mierda.

Benito simplemente no podía moverse.

-¡Que la cojas te digo! –gritó Héctor a la vez que lanzaba un sopapo.

Benito, con lágrimas en los ojos y cagado de miedo, comenzó a levantar la mano hacia el pene del gorila. Lo agarró con asco y separó su prepucio hacia atrás. La expresión de hielo de Marta se tornaba lentamente en incredulidad.

Héctor disfrutaba más con la reacción de asombro de la mujer que con la caricia de Benito. Sonreía jocosamente.

-Así, pequeño bastardo, menéamela delante de tu madre para que te vea bien.

La polla estaba tomando dimensiones considerables. La mano de Benito no cubría la totalidad del miembro que poco a poco se endurecía entre sus dedos.

-Chúpamela.

-¿Q…Qué?

-Ya me has oído, chúpame la polla.

-Pero…, pero…,

-¡ CHÚPAMELA YA, HOSTIAAAA ¡ -Apretó su cuello con una mano y puso el otro puño frente a su cara.

A Benito se le escapó un gritito de terror. Ese Gorila le daba mucho miedo, su corazón latía a toda velocidad aunque no debía llegarle suficiente sangre a la cabeza porque se sentía mareado. Se sorbió los mocos y miró a su madre que le observaba incrédula.

-Está bien, está bien.

Los tres le miraban con expectación. El Pecas disfrutaba como espectador de lujo una función de primera mientras Marta permanecía absorta ante los devenires de los turbios acontecimientos.

Por otro lado Héctor, el cretino y crápula hermano de Vero, vivía con verdadera pasión lo que estaba a punto de suceder. En el fondo, lo de su hermana había sido un golpe de suerte. Sus vecinos eran una familia de cretinos, por eso estaba tan convencido de que conseguiría hacerse con esa mujer, la madre de Bea, con la que deseaba follar desde el mismo día en que la conoció. Tan estirada, tan señora, tan diga.

Desgraciadamente las cosas no estaban resultando como planeó por lo que una mamada del pequeño judas frente a la gran señora sería un pequeño premio de consolación. La madre de Bea sería testigo principal de la mamada que su propio hijo iba a hacerle delante de sus narices.

Benito tragó saliva antes de abrir la boca, cerró los ojos y se echó hacia delante con la cara contraída en una mueca de asco. Avanzó lentamente hasta que sus labios tocaron el glande de Héctor. Después tuvo que abrir su boca aun más para conseguir introducirse la polla dentro.

-Joder –dijo El Pecas–. Se la va a chupar. Le va a chupar la polla.

Benito formó una “O” con sus labios y comenzó a recorrer el pollón de ese déspota adelante y atrás, cada vez más adentro.

-Lame mi capullo con la lengua, maricón. Lámeme bien o te juro que te arrepientes.

-Ya estoy…

-Con la lengua, como si fuera un helado. Chúpame bien el capullo, ¡capullo!

Benito cogió la polla por la base y, mientras le pajeaba, lamió todo su glande utilizando la lengua en toda su extensión. Héctor disfrutaba, El Pecas disfrutaba, Marta contenía el vómito.

-Acaríciame los huevos, cógemelos –ordenaba–. Que tu madre vea lo bien que me la chupas. ¿Te gusta? ¿Te gusta como el pervertido de tu hijo me come la polla?

Héctor sudaba de placer. El placer de ver a una mujer madura mirar a su hijo comiéndole la polla dura. Lástima que no hubiera conseguido follársela. Follársela delante de su hijo. Que le viera metiendo su polla en su negro coño. Se la follaría a cuatro patas. Y después le daría por el culo. Esa puta se enteraría de lo que es follar de verdad.

-Deberías ser tú la que me chupara la polla –le dijo a Marta–. Tú tienes la culpa de que tu hijo sea un pervertido. Deberías pagar por ello.

Marta no contestó, se limitó a mirar con aterrado desprecio. A Héctor le excitaba ver su cara. ¿Qué cara hubiera puesto su hijo si fuera ella quien se la chupara? ¿Sentiría tanto asco como su madre?

¿Y si se la follara delante de él? ¿Se excitaría al verla desnuda? ¿Le gustaría verle el coño y las tetas como cuando se folló a su hermana?

Por otra parte, El Pecas tenía una erección de campeonato. No aguantó más, se acercó a ella por detrás y le tocó el culo por encima de la falda. La mujer no reaccionó.

El Pecas comenzó a sobarle el culo cada vez con más descaro. Metió la mano bajo la falda hasta tocar su muslo. La piel era suave, caliente, tersa. El Pecas estaba a reventar de placer.

Su hijo seguía masturbando a su amigo mientras se la chupaba y ella permanecía como una estatua en estado de shock. Quizás había sucumbido al chantaje o quizás no era consciente de que la estaba metiendo mano. En cualquier caso, se dejaba hacer y él no iba a desaprovechar ni un segundo.

Sus dedos ascendieron por el interior de la falda hasta el culo. Lo agarró lo mas suavemente que sus nerviosas manos le permitían. Acarició sus bragas, recorrió el borde de la prenda hasta colarse ente sus piernas y apretó con suavidad para notar el mullido bulto que componían sus labios y vello púbico. Su polla iba a reventar.

Héctor se dio cuenta de que su amigo estaba pegado a la mujer y que sus manos estaban bajo su falda y ella ni se movía. Mostró una sonrisa de triunfo. Había sucumbido. La muy zorra estaba acojonada y se estaba dejando meter mano. Por fin, qué ganas tenía de estar con ella. Ya pensaba que no lo iban a conseguir pero ahí estaba, con unos ojos como platos y los puños apretados pero plegada y complaciente como una puta.

El Pecas pasaba sus manos por todo el culo y las caderas de Marta hasta que decidió traspasar la siguiente barrera. Su mano se deslizó por delante hasta su vientre y comenzó a descender por dentro de las bragas hasta tocar el coño.

Lo primero que sus dedos tocaron fue el vello púbico. Más abajo notó la abertura de sus labios, gruesos y suaves. Sus dedos hurgaron entre los pliegues de la mujer hasta encontrar el botón mágico, su clítoris. Comenzó a masturbarla suavemente.

Marta tenía los labios apretados y los ojos fijos en su hijo que seguía chupando la polla de aquel abusón con mucho músculo y ningún escrúpulo. Éste, por su parte, estaba cada vez más excitado con la mamada aunque era en Marta en quien pensaba todo el tiempo.

El Pecas metió los pulgares por el elástico de las bragas a cada lado de sus caderas y tiró de ellas hacia abajo. Cuando Héctor vio caer las bragas hasta sus tobillos abrió la boca de asombro y la abrió más aún cuando su colega de fechorías levanto el vuelo de la falda dejando su negro y poblado coño a la vista.

Héctor estaba fuera de sí, con la frente empapada de sudor y la polla a punto de reventar. Cogió a Benito por el pelo y sacudió su cabeza aumentando el ritmo de la mamada. Respiraba como un toro desbocado.

Benito se dio cuenta entonces de la situación en la que se encontraba su madre. La veía de reojo pues ella estaba situada a su izquierda. Fue en ese momento cuando se hizo consciente de la degradación a la que la había llevado. Hubiese llorado pero no tenía fuerzas ni para eso.

El Pecas, que se había bajado los pantalones, restregaba su polla contra el culo de Marta mientras acariciaba su coño a la vista de su amigo. Pasó su polla, tan dura como la tenía, entre las piernas de ella. Héctor, vio asomar la punta del capullo de su amigo entre las piernas bajo aquella mata de vello púbico. Su amigo acariciaba los labios de su coño con su polla.

Las manos de El Pecas subieron hasta meterse bajo la blusa, sus tetazas eran el siguiente objetivo y Héctor vio como su amigo las amasaba. Era demasiado, empezó a correrse.

Benito notó de inmediato el primer chorretón de semen caliente en su boca e intentó apartarse. Desgraciadamente para él, Héctor ya lo había previsto y le sujetó con más fuerza del pelo y de la nuca.

-No pares cabrón, no pares si no quieres que me cabree.

Benito acumuló en su boca todo el semen que iba saliendo de la polla del orangután que para colmo, la empujaba hasta la garganta en sus últimos estertores de placer, lo que le producían arcadas incontenibles.

Por fin, después de un tiempo que se le hizo eterno, el pene en semi erección abandonó su boca e intentó escupir el semen caliente pero una manaza tapo su boca y su nariz.

-Trágatelo, cabrón. Trágatelo o te asfixio.

¿Cómo podía ser tan hijoputa? Meneó la cabeza para deshacerse de sus tenazas pero fue imposible. Intentó apartar sus manos e incluso morderlas pero no podía abrir la boca. Se ahogaba. Se ahogaba y ese chulo engreído no le soltaba. Miró a su madre con cara de súplica pero bastante tenía ella con lo suyo.

Los dedos de El Pecas jugueteaban con los pezones de la mujer mientras seguía restregando su polla entre las piernas de ella. Estaba tan absorto en su masaje a aquel par de melones que no pudo reaccionar cuando Marta se giró y le arreó un bofetón que le cruzó la cara de lado a lado. El golpe fue tan fuerte que El Pecas pensó que le acababa de estallar el oído y un ojo.

Se llevó la mano a la parte dolorida sin comprender lo que estaba pasando justo cuando una patada golpeaba sus testículos. Un dolor sordo le subió desde los huevos a través de la base de la columna hasta la nuca.

Los pantalones en sus tobillos le hicieron perder el equilibrio y cayó al suelo como un peso muerto. No gritó. No tenía fuerzas. El dolor era tan intenso que no podía ni aullar. Le faltaba el aire en los pulmones. Pegó su cara contra el suelo, se dobló por la cintura con las manos en la entrepierna y emitió un quejido sordo poniendo los ojos en blanco.

-Te he dicho que le toques las tetas a tu madre, niñato.

-¿Qué cojones haces? –Gritó Héctor soltando a Benito y dirigiéndose hacía Marta–. Él también va a follarte.

-Pues ahí tiene. ¿No quería joder?, pues ya está jodido.

Benito escupió el semen en el suelo. Se puso a cuatro patas sobre la alfombra y vació los restos de saliva entre vómitos y arcadas.

-Te estás pasando de lista. A mí no me vas a tocar los cojones.

-No, esos ya te los ha tocado mi hijo.

-Ja, el chupapollas de tu hijo. Menudo maricón está hecho.

-Eres tú al que se le ha puesto dura mientras se la chupaba un tío. ¿Quién es el maricón?

Touché.

De dos zancadas y con los ojos encendidos en sangre, Marta alcanzó la mesita de noche donde se encontraba su móvil.

-Quieta ahí zorra –Gritó Héctor subiéndose los pantalones–. Esto no acaba aquí. Vas a follar con los dos ¿está claro?

-Por supuesto que acaba aquí –respondió Marta pulsando tres números y mostrando el móvil–. Cuando pulse el botón de llamada se activara una señal de emergencia en la central de seguridad que tenemos contratada. Va a aparecer la policía en menos de lo que tardas en abrocharte los pantalones.

-¿Y qué? Púlsalo y les cuento que tu hijo es un violador –cogió la cortina y se limpió la polla en un claro desdén hacia la mujer.

-Pero ahora también lo eres tú. Y soy yo la que os va a meter en la cárcel.

-Que te crees tú eso –dijo soltando la cortina y enfundándose los pantalones.

-Mi alfombra está llena de rastros de tu semen –dijo señalando el lugar en el que había escupido Benito–. Por no hablar de mi cortina. Podrán demostrar que es tuyo después de que presente la correspondiente denuncia por violación.

Un atisbo de duda cruzó la cara del matón.

-No debiste hacerlo –continuó Marta–, no debiste entrar en mi casa ni debiste abusar de mi hijo pero sobre todo –puso la voz grave–, no debiste limpiarte la minga con mi cortina, violador.

-¿Qué bobadas dices? Yo no he violado a nadie. Él es el violador. Lo que hemos hecho ha sido bajo vuestro consentimiento.

-Eso es chantaje, idiota. Obediencia bajo chantaje, intimidación, violencia. Os vais a cagar.

-T…Tu hijo también va a ir a la cárcel si yo hablo. ¿Es que ya no te acuerdas?

-Tú irás primero, pero a una de maricones. Verás cuando se enteren en el barrio que eres un maricón que le gusta que se la menee otro tío. Seguro que tu amigo y tú os lo pasáis muy bien chupándoosla el uno al otro. En la cárcel habrá más como vosotros.

Levanto el móvil y colocó su dedo pulgar sobre el botón de llamada.

-Será tu palabra contra la nuestra, lo negaremos todo…

-Las cámaras de seguridad del exterior os han grabado entrando en mi casa a golpes como un par de vulgares atracadores. El semen de la alfombra y la cortina demostrará que además sois dos inmundos violadores, imbécil. Y una cosa debes tener bien clara: el allanamiento es una cosa pero la violación…

A estas alturas Héctor ya estaba cagado de miedo.

-¿Cámaras? Pero… pero ¿y serás capaz de enviar a tu hijo a la cárcel solo para verme a mí también en ella?

Marta sonrió con rabia contenida.

-Muchacho, no tienes ni idea de lo que soy capaz.

Esta mujer no era ninguna estúpida sino una hija de puta como su hija.

-N…No hay por qué llamar a nadie. P…Podríamos llegar a un acuerdo –Héctor, nervioso, se estaba mareando.

-Mamá, ya le he chupado la polla. Estamos en paz. Déjalo, ¡que se vayan!

Acosador y acosado hacían piña para no acabar con los huesos de ambos en el trullo.

Marta mantuvo la mirada fija en el musculitos y levantó el mentón.

-Muy bien, negociemos.

– · –

Marta y su hijo permanecían en silencio sentados en el borde de la cama de su habitación en la cual, hacía unos momentos, había ocurrido una de las mayores humillaciones en su familia.

-¿Eres consciente de lo que esos dos me han hecho por tu culpa?

-Yo he tenido que chuparle la polla a un tío –dijo Benito en un susurro a modo de réplica.

-Y tú querías que la chupase yo.

-Pues, pues,… a ver, tú eres mujer. Para ti es distinto.

-Qué coño va a ser distinto, no digas bobadas.

Se hizo un silencio tras el cual Benito volvió a hablar.

-Estabas dispuesta a mandarme a la cárcel solo por defender tu dignidad.

-Nos estaba defendiendo a los dos, idiota, y tú no dejas de comportarte como un gallina.

-Yo… yo… me iba a mandar a la cárcel. Tenía miedo.

-No lo tuviste ayer cuando te follaste a su hermana.

Benito se arrugó y no volvió a abrir la boca. Continuó mirando el centro de la habitación en silencio. Ambos, madre e hijo, contemplaban la misma escena.

El Pecas estaba en pie, desnudo de cintura para abajo, con las piernas semi abiertas. Héctor, completamente en pelotas, se encontraba de rodillas frente a él. Con la polla de su amigo en la boca.

-Joder, tío –dijo El Pecas– La chupas mejor que tu hermana.

Héctor clavó los dientes en su miembro.

-AAAAAYYYY, joder, hijoputa, que era solo un comentario.

Héctor y su amigo habían terminado por sucumbir al chantaje de Marta a la que habían aprendido a temer de la manera más cruel. La habían cagado, habían metido la pata hasta el zancarrón. Su plan se había ido a la mierda y ahora, muy a su pesar, el bobalicón de él y su amigo se habían resignado a probar de su propia medicina.

Benito miraba a ambos amigos con desgana y tristeza. Marta los miraba con odio y rabia. Esa rabia superlativa de una leona, reina de la manada, que ha sido herida por dos hienas en su propia morada y devuelve los zarpazos en una lucha a muerte. Luchar para matar y matar con dolor.

La desgracia se cebaba con Héctor. Llevaba mucho tiempo lamiendo la polla de su amigo pero a éste le costaba mantener la erección y no digamos llegar al orgasmo, condición fundamental para saldar su deuda. Lo peor es que no tenía visos de mejorar.

-Ya hemos pedido perdón varias veces y llevo un buen rato chupándosela, mucho más del que estuvo él conmigo. Joder, ¿no se da cuenta de que no se va a correr?

-Utiliza la lengua, sóbale los huevos. Contigo funcionó cuando te la chupó mi hijo.

-Pero si…

-Lámeselos como si tu vida dependiera de ello o te juro que vas al trullo, maricón.

No replicó. Agachó la cabeza y con lágrimas en los ojos comenzó a pajear y a lamer las pelotas de su amigo que, con los ojos cerrados, trataba de concentrarse para acabar cuanto antes.

-Ya llevan un buen rato –dijo Benito a su madre por lo bajo–. Que se vayan de una vez.

-No.

-No se va a correr, está cagado de miedo.

-Y más que se van a cagar. No creas que esto termina aquí. Se van a enterar de quién soy yo durante toda su puerca y miserable vida.

Incluso Benito estaba acojonado. Su madre no perdía de vista a los dos amantes.

-Métete un dedo por el culo mientras se la chupas y otro se lo metes a él. Quiero veros bien jodidos, maricones.

Solo podían seguir padeciendo la humillación hasta que pasado un buen rato El Pecas empezó a contraer la cara y a gemir. Por fin se corría. No estaba siendo la mejor mamada de su vida ni tampoco estaba siendo una gran corrida pero para habérsela chupado un tío mientras le metía el dedo por el culo era lo mejor que podía esperar.

-Y te lo vas a tragar todo –sentenció Marta.

Héctor, convertido en un ratón acomplejado, la miro con la boca llena de semen y tras derramar dos lágrimas en cada ojo tragó la lefa con angustiosa cara de asco.

-Y ahora largaos.

Recogieron su ropa, se la pusieron aprisa y desaparecieron como el humo. El silencio inundó la casa durante casi un minuto durante el cual nadie se movió.

-No es que no me alegre de lo que has obligado a hacer a esos bobalicones –Comenzó a decir Benito– pero… ¿Hacía falta tenerles casi una hora chupándosela todo el tiempo solo para ver como se corría en su boca?

Marta levanto el móvil que había llevado en la mano todo el tiempo y visualizó varias imágenes en su pantalla.

-Hacía.

– · –

Pasada la tarde Marta se encontraba de pie en el salón mirando por el ventanal que daba al jardín que rodeaba la piscina en la parte trasera de la casa. Tenía la mandíbula y los puños apretados. Ese fulano del Pecas le había bajado las bragas, la había sobado y había frotando su polla contra ella. Si hubiera esperado un poco más hubiese acabado metiéndosela. Contrajo la cara de asco.

Héctor se corrió en el momento justo para que El Pecas no hubiese ido más lejos. Lo sentía por Benito pero esa mamada fue lo mejor que pudo pasarle. Con la amenaza de una contradenuncia las cosas se equilibraban en el caso de la violación de Vero. Además su móvil guardaba fotos y videos de Héctor y su amigo más demoledoras que la propia cárcel.

El gran perjudicado había sido el propio Héctor. Su afán por intentar aprovecharse de ella o de Benito había sido el mayor error de su vida. Le tenía cogido por los huevos, a él y a su puñetero amigo Pecas. Ese mal nacido le había hurgado entre las bragas, el muy cabrón. Le iba a cortar la minga.

Unas voces en el pasillo la sacaron de sus pensamientos. Eran de su marido que entró en el salón alterado.

-Ah, estás aquí. Tenemos un problema, ven a mi despacho ahora, por favor.

– · –

Ya en el despacho de Fermín se sorprendió al ver a Juanito, el amigo de su marido, sentado nervioso en uno de los sillones.

-Tú eres la culpable por malcriarle –espetó éste nada más entrar ella.

-¿De qué hablas Juanito? –contestó Marta.

-Que no me llames así, me llamo Juan. Haz el favor de recordarlo.

-¿Qué quieres? ¿A qué has venido?

-¿Que qué quiero? ¿Que qué quiero? Ver a tu hijo en la cárcel, eso es lo que quiero.

-“Ya empezamos“ –pensó Marta– ¿Y eso por qué?

-Por violador, por abusar de nuestra confianza, por follarse a mi pobre hija después de drogarla.

-No te pases Juanito, que te veo venir.

Fermín intentó terciar.

-A ver no perdamos los nervios, seguro que encontramos una explicación y todo esto no es más que un desafortunado incidente que podemos arreglar.

-¡Los cojones! De incidente nada. Tu hijo a drogado a mi hija, la ha violado y seguro que ahora está preñada de él.

Marta sabía hacia donde terminaría yendo la conversación.

-Deja ya de hacer teatro. Sabes de sobra que eso no ha sido así. ¿Qué quieres?

-Ya te lo he dicho, a tu hijo entre rejas ¡Justicia!

-Si quisieras ver a Benito en la cárcel ya lo habrías denunciado hace horas y sin embargo estás aquí molestándome.

-Marta por favor –intercedió Fermín.

-Cállate Fermín. Y tú, dime de una vez qué es lo que quieres.

-Pues, pues… una compensación.

-Acabáramos. Al final todo se reduce a eso. ¿Y de qué compensación estaríamos hablando?

-Pues… a ver… tu hijo ha violado a mi hija. Lo justo sería…

Juanito miró a Fermín un instante antes de continuar pero se le atragantaban las palabras.

-¿Sería? –instó Marta frunciendo el ceño con la mirada clavada en él.

-L…La ha violado… –Balbuceó Juanito–. Eso es algo gravísimo. Gravísimo.

-Veras Marta –Terció Fermín pasándose la lengua por los labios secos y limpiándose el sudor de la frente con la palma de la mano–. He estado hablando con Juan de todo este asunto y estaría de acuerdo en no denunciar a Beni si…, si…, bueno…

-Quieres follar conmigo a cambio de no denunciar a Beni. ¿No es eso Juanito?

-Yo no he dicho eso… Y me llamo Juan.

Un silencio embarazoso inundó la habitación hasta que fue roto de nuevo por Juanito.

-Pero dadas las circunstancias y teniendo en cuenta el daño hecho a nuestra familia…

-Si te dejo follar conmigo ¿quedaría todo olvidado?

-Pues… sí, eso es, sí. Entendería que habéis actuado de buena fe y por lo tanto la paz volvería entre nosotros.

-¿Y tú, Fermín? ¿Estás dispuesto a consentir que tu amigo se folle a tu mujer?

-Bueno, teniendo en cuenta la gravedad de las circunstancias… y por el bien de Benito… creo que una solución pactada a este problema…

-Ya, entiendo. ¿Y si no me apetece follar? ¿Te conformarías con una mamada?

La expresión en la cara de Juanito cambiaba paulatinamente.

-Bueno, mujer, no es lo mismo. A ver, que no digo que no quiera pero…

-Una mamada, nada de follar. Lo tomas o lo dejas.

-Vale, vale, está bien, no insisto más. Que no se diga que no quiero arreglar este problema.

-De acuerdo entonces. Bájate los pantalones y acabemos de una vez.

Juanito miró a su amigo después a Marta y tras dudar unos instantes se soltó el pantalón que cayó hasta sus tobillos. Una estampa un tanto ridícula que era observada por una Marta impasible en una situación aparentemente bajo control.

Como Marta no se movía, Juanito deslizó sus calzoncillos hasta que éstos cayeron sobre los pantalones. Tenía la polla dura asomando bajo la camisa. Su respiración era agitada y su frente estaba perlada de sudor. No paraba de mirar a Marta mientras se relamía los labios.

En contra de lo que cabría esperar, Marta retrocedió un paso, se apoyó en el escritorio de su marido y le dijo a éste:

-Vamos Fermín, arrodíllate y chúpale el pito a tu amigo Juanito, no se vaya a enfriar.

La cara de ambos hombres se congeló.

-Pero… pero ¿Qué es esto? ¿Me estás tomando el pelo? –Balbuceó Juanito nervioso y enfadado.

-¿De verdad habías venido con la esperanza de follar conmigo, miserable?

-Pero, tú me has dicho… yo creía…

Completamente colorado, se subió los pantalones como pudo.

-Se acabó. Voy a denunciar a tu hijo.

-Muy bien.

-Le voy a meter en la cárcel –Apuntaba mientras salían motitas de saliva de su boca.

-Adelante, ve.

Pero Juanito no acababa de dirigir sus pasos hacia la puerta y salir por ella. En su lugar, caminaba a zancadas por la estancia gritando y haciendo ademanes con sus brazos, herido en su honor y en su orgullo, amenazando con denunciar en las más altas esferas los más terribles crímenes.

Marta callaba. No decía nada ni se movía de donde estaba, apoyada en el escritorio. Rostro gélido, semblante impertérrito.

Al cabo de un rato, Juanito pareció calmarse y se paró frente al matrimonio respirando agitadamente, como si hubiera llegado de una carrera de fondo. Miraba nervioso a Fermín que a su vez le miraba nervioso a él.

-Cariño –comenzó a decir Fermín–, no querrás que denuncie a Benito, ¿no? Juan ha accedido amablemente a encontrar una solución solo por la amistad que tiene conmigo…

-¿Pero vosotros DOS sois IMBÉCILES? –Bramó Marta.

Fermín cerró la boca de súbito y se secó el sudor de la frente con la palma de su mano temblorosa mientras Juanito, rojo como un tomate, se metía la camisa en los pantalones.

-¿Consideras amigo a este timador que no hace otra cosa que aprovecharse de ti?

-No te consiento… –intervino Juanito.

-¡TÚ CÁLLATE! ¿Tanto dinero le debes a este estúpido –dijo volviéndose a su marido– que eres capaz de prostituir a tu mujer para saldar tus deudas?

Fermín dio un paso atrás y se puso colorado. Juanito quiso hablar pero Marta se adelantó.

-Me importa una mierda si la guarra de tu hija ha perdido sus bragas en un burdel o si una docena de inmigrantes ilegales se la han follado por el culo por un gramo de droga. Mi hijo no va a ir a la cárcel por ella pero tú sí.

-¿YO? ¡Lo que faltaba!

-Tú, puto pervertido, te follabas a mi hija cuando todavía era menor de edad. Eso es corrupción de menores. Te caerán varios años de cárcel.

-N…No puede ser…, es mentira, no tienes pruebas.

-Eres tan idiota que hasta te sacaste fotos mientras estabas con ella.

-Tú… ¿tienes las fotos? –preguntó perplejo.

-Fotos en su habitación, en vuestra cama de matrimonio… –hizo una pausa– sobre la cama de tu hija…

-¡¿Te follabas a mi hija!? –protestó Fermín– ¡Pero serás hijoputa!

Marta fulminó con la mirada a su marido que comprendió en el acto sus pensamientos. Él también se follaba a su propia hija y para más INRI lo hacía en sus propias narices.

Juanito estaba blanco. Sus pantalones, mal abrochados, volvieron a caer hasta los tobillos. Marta avanzó unos pasos hasta colocar su cara tan cerca de la de Juanito que éste era capaz de masticar su aliento.

-Te has aprovechado de mi familia toda la vida. Has chupado la sangre de mi marido hasta llenarle de deudas contigo a base de trampas. Y ahora vienes a mi casa con la intención de montarme como a una vulgar fulana. Te vas a cagar, cabrón.

-E…Espera Marta, seguro que podemos hablarlo.

-Oh, sí, seguro que sí. Pero primero quiero verte de rodillas, quiero verte suplicar y sobretodo quiero verte chupándole la polla al idiota de mi marido.

-Pero eso… es de maricones.

-Sí, lo es.

– · –

Los dos hombres estaban completamente desnudos frente a Marta.

-No, no voy a hacerlo –decía Fermín–. Yo me vuelvo a vestir.

-Tú te quedas ahí quieto si sabes lo que te conviene. Recuerda la conversación que tuvimos anoche. Y tú, arrodíllate y empieza de una vez –Ordenó Marta.

Juanito estaba tan asustado por la que se le venía encima que no tenía fuerzas ni para protestar. Malditas fotos. Se arrodilló lentamente frente a su amigo y le miró con ojos de cordero degollado.

Fermín apartó con desgana las manos con las que se cubría sus vergüenzas mostrando el pene a su amigo que mostró una mueca de asco. Dio dos pequeños pasos con aire vacilante con lo que la polla quedó a escasos centímetros de su cara.

Juanito miró a Marta por última vez esperando que ella se ablandara pero por su rictus y su ceño fruncido dedujo que no obtendría clemencia.

-Chúpasela hasta que se corra.

Fermín enarcó las cejas.

– Es imposible, no voy a llegar. No voy a poder ni empalmarme por mucho que me la chupe.

Marta rodeó el escritorio, abrió un cajón y sacó una cajita con varias pastillas azules. Le ofreció una a su marido.

-Problema resuelto. Y tú tómate otra.

-¿Qué? No, yo no. Nunca tomo pastillas –protestó Juanito.

-¿Por qué? ¿Acaso están adulteradas, son un placebo o es que son de importación ilegal china?

Juanito apartó la mirada de las pastillas que él mismo había proporcionado a su colega y dijo en un susurro casi inaudible.

-Por todo ello junto.

-¡Serás cabrón! –bramó Fermín que acababa de tragarse la suya–. Me decías que venían de Estados Unidos. Me cobrabas diez veces más que unas normales. Decías que era lo último. ¿Me has estado vendiendo una mierda china adulterada?

-Lo suponía –dijo Marta–. Trágate las que quedan.

-¿Cómo?, ¿las tres?

-¡Trágatelas y no protestes, hijoputa! –Bramó Fermín que le puso la polla sobre su cara– y empieza a chupármela, maricón.

– · –

Los dos hombres llevaban un buen rato con sus pollas duras como pata de santo pero era Juanito el que se llevaba la peor parte.

-Joder, tengo escalofríos. Me suda todo el cuerpo y me duele la polla de lo dura que la tengo. No tenía que haberme tomado las tres pastillas de una vez. Tengo que ir al médico.

-Pues te jodes, cabrón –contestó Fermín–. Yo me las he estado tomando como caramelos todo este tiempo por tu culpa. Así que calla y sigue chupando.

-Joder, pero es que llevo así media hora. Ya es suficiente ¿no?

-No, no lo es –intervino Marta–. Sigue hasta que se corra.

Un rato después Fermín se corría en la boca de su, hasta entonces, amigo. Desgraciadamente, las piernas y el cuerpo entumecido de Juanito no le permitieron moverse con rapidez suficiente y la lefa que brotó de su polla fue a impactar directamente dentro de su boca dejando restos en los labios, nariz y ojos.

Al final consiguió levantarse. Se apartó y escupió mientras se limpiaba la cara con la camisa.

-Joder, no hacía falta que fueras tan cerdo –dijo escupiendo–. Me has llenado la boca y la cara de semen. Qué asco.

Fermín se desplomó sobre uno de los sillones.

-Te jodes. Tampoco a mí me ha hecho gracia. Ha sido la mamada más desagradable de mi vida.

-Como la que le vas a dar tú a él –sentenció Marta.

-¿Cómo? ¿Yo? ¿Por qué?

-Por querer hacerme pasar por esto. Date prisa y aprovecha que todavía la tiene dura.

A Juanito le asomó una leve sonrisa en los labios. Se acercó a él y entre abrió un poco las piernas.

-Ya has oído a tu mujer. Te toca, maricón.

– · –

Esa misma noche, iluminada con la tenue luz de una lámpara de pie, Marta miraba por los ventanales del salón. Jugueteaba con el móvil, con la mirada fija en la inmensidad de la noche con su fría luna coronándola.

La puerta del salón se abrió y Beatriz entró a través de ella. Se acercó a su madre por detrás a pasos lentos.

-Estaba a punto de salir ¿Querías hablar conmigo?

-Hicimos un trato –dijo Marta sin volver la cabeza.

-¿De eso querías habar? Yo ya he cumplido mi parte.

Marta se giró y clavó los ojos en Bea.

-No, no lo has hecho. Tenías que dejar a Benito a solas con Vero en el coche. Si te hubieras limitado tan solo a eso, tu hermano se habría quedado contento de pasar un rato en compañía de la chica de sus sueños. Puede que él se haya propasado pero ella ni se habría enterado por culpa de la borrachera. Al día siguiente nadie se enteraría del asunto y todos contentos. Pero no, tú tenías que destapar el asunto y volverlo contra mí.

-No sé de qué me hablas. Hice lo que acordamos –dijo Bea escupiendo cada sílaba–. Le dejé a solas con Vero. Dejé que se follara a mi amiga.

-¿Amiga? No me hagas reír. Vosotras dos no paráis de de putearos la una a la otra. Todavía no llego a comprender por qué extraña razón seguís saliendo juntas. A ti te da igual que a Vero se la folle Benito una y mil veces. Lo que pasa es que has visto en nuestro trato un imaginario ataque contra ti por mi parte.

-Eso no era un trato, era un chantaje. Me obligaste a dejar que Benito se aproveche de ella solo por venir a recogernos…

Marta levantó una ceja y Bea se calló. Ambas sabían que a Bea le traía sin cuidado lo que le pudiera pasar a vero con tal de sacar buen partido de ello. En este caso, de ahorrarse un montón de kilómetros caminando hasta casa con un frio del demonio.

-Has querido vengarte de mí. Por eso le confesaste a su hermano que Benito fue el último que estuvo con ella. Sabías que ese gañán llegaría a mí a través de él. Un gañán con poco seso y mucho temperamento. Como no consiguió nada fuiste donde su padre al que le calentaste la cabeza haciéndole creer que podría resarcirse conmigo. Eres una víbora.

Su hija la miraba impasible.

-A estas alturas ya sabrás que ninguno de los dos consiguió su propósito –dijo Marta.

-Vaya –dijo con fingida sorpresa–, qué fastidio.

La media sonrisa que mostró Bea reconocía que había sido derrotada en una batalla en la que no había perdido nada. Qué fácil es enviar a otros a morir por ti.

-Borra esa mueca de estúpida. No te vas a ir de rositas. ¿Acaso no sabes lo que les pasó a los dos que enviaste a por mí?

-¿Debe importarme?

-Por supuesto que debería, si supieras lo que tuvieron que hacer como castigo por su intento de chantaje.

Marta se sentó en el sofá en el mismo lugar donde la noche anterior, Bea, le hizo una mamada a su marido. Al sentarse abrió la bata que cubría su cuerpo dejando ver el suave salto de cama que vestía. Una bonita prenda que dejaba al descubierto unas largas piernas que cruzó despacio mientras se recostaba hacia atrás.

-Tú eres la artífice de todo esto así que tú llevarás la peor parte –prosiguió Marta.

-No pienses que te debo nada.

-Lo pienso –dijo poniéndose tensa y descruzando las piernas con la voz endurecida.

-No pienso hacer…

-Harás lo que yo te diga –cortó Marta separando ligeramente las rodillas al incorporarse hacia adelante.

Entonces se remangó ligeramente el pequeño camisón dejando a la vista los muslos al completo y separó las rodillas un poco más. Bea se puso en alerta sin comprender aún cuales eran las intenciones de su madre.

-¿Saben Héctor o su padre que fuiste tú la alcahueta que permitió que se follaran a Vero?

Bea sonrió.

-Si piensas que vas a hacerme chantaje con eso, vas lista. No te creerán.

Marta mostró el móvil que llevaba en la mano y manipuló en la pantalla. Comenzó a escucharse una voz metálica. Era la voz de Bea.

“…dejaré a Benito a solas con Vero en el coche para que le meta mano o se la folle, si quiere.”

-¿Grabaste nuestra conversación? –preguntó Bea atónita.

-Te lo preguntaré de nuevo ¿Sabes lo que les pasó a los dos que enviaste a por mí, lo que tuvieron que hacer como castigo por su intento de chantaje?

Marta se recostó separando las rodillas casi completamente. Bea se fijó entonces que su madre no llevaba bragas.

-¿Qué estás tramando, qué coño les has hecho? –se estaba asustando mucho.

Marta remangó un poco más su prenda de noche destapando su pubis por completo. Abierta de piernas, desnuda de cintura para abajo, en el mismo lugar donde hace menos de 24 horas Bea la había estado mamando la polla a su padre…

-Joder, ¿no pretenderás…? –se llevó una mano a la boca conteniendo una arcada.

-¿A cuanta gente le puede interesar esta información? –Cavilaba Marta–, ¿a sus padres, a su hermano… a ella misma? Hum, cada uno ha pasado por un calvario. Cuando se enteren que ha sido por culpa tuya…

Bea cerró los ojos y se puso a temblar. Sabía sobradamente que había pasado algo muy gordo entre esos dos imbéciles y su madre. Había pasado todo el día preguntándose qué pasó entre ellos y por qué ninguno de los dos, tanto Héctor como Juanito, había querido hablar con ella. La rehuyeron durante todo el día. Si se enteraran ahora de que todo lo que había pasado, fuera lo que fuese, había sido por su culpa…

-No creo que tenga que explicarte lo que debes hacer para que esto no llega a malas manos.

-No me puedo creer lo que pretendes que te haga –replicó Bea.

-¿Ah, no?

Bea seguía inmóvil, atónita ante la imagen de su madre abierta de piernas para ella.

-¿Quieres que te lama el coño solo para vengarte de mí?

-¿Vengarme? No, bonita, quiero que aprendas. Que aprendas a no intentar joderme.

-Pero, pero… si te das más asco que a mí.

-Me quedaría tuerta si con ello pudiera verte ciega. Lame.

Marta la miraba en silencio, esperando con las piernas abiertas y el odio dibujado en su cara. Bea no apartaba la vista al pubis de su madre, horrorizada. Estaba petrificada. Ni en un millón de años hubiera imaginado que su madre llegara exigirle tal cosa.

-Arrodíllate.

-No –respondió Bea en un susurro con las lágrimas a punto de aflorar.

-Hace menos de 24 horas estabas en este mismo lugar de rodillas lamiéndole la polla a tu padre. Ahora quiero que me comas el coño a mí. Lame.

Bea se arrodilló frente a ella, titubeante pero temblando de miedo pero no para obedecer sino para implorar.

-Por favor, te lo pido de rodillas. Eso me da mucho asco.

-Lame.

Avanzó hacia su madre arrastrando las rodillas. Se colocó frente a ella. Junto las manos como si fuera a rezar e imploró de nuevo.

-Te lo pido por favor, te lo ruego. He aprendido la lección. No volveré a intentar nada contra ti, perdóname.

La cara de Marta se ablandó. Tomó a su hija de las manos y mostró lo que parecía una tímida sonrisa. Ambas mantuvieron la mirada. Marta de ternura, Bea de esperanza y desazón. Al cabo de unos segundos Marta colocó las manos de Bea en cada una de sus rodillas, las cuales todavía mantenía separadas.

-Así, justo en esta posición estabas ayer. Lame.

La tímida esperanza que empezaba a mostrar Bea se esfumó quedando en su lugar la visión de un coño negro rodeado de un triángulo de piel blanca frente a su cara. Miró aquel coño durante largo rato. El pavor y el asco se mezclaban a partes iguales. No podría hacerlo.

-N…No puedo hacerlo. No puedo lamerte el coño.

-Otros hicieron cosas peores. Ah, y te advierto, quiero correrme como lo hizo tu padre. Así que pon empeño en tu tarea.

-Pero… es diferente.

-Si a él se la chupas a mí también, puta.

El labio inferior de Bea temblaba. Las lágrimas en los ojos estaban a punto de caer. Cerró los ojos y sopesó las consecuencias de una retirada. Serían catastróficas.

En esta vida Bea había hecho muchas cosas que le hicieron arrugar el gesto de la boca días después de realizarlas pero nada parecido a lo que su madre le exigía ahora. Deslizó una mano desde la rodilla hasta el pubis de su madre y lo acarició con la punta de los dedos. La había visto desnuda muchas veces pero nunca jamás la había tocado ahí. Era suave, fino y lo tenía corto. No era de esas que van con una horrible mata de pelo. Aun así la repugnancia era enorme.

No había opción. Tomó aire, cero los ojos, abrió la boca y sacó ligeramente la lengua mientras acercaba su cara al coño de su madre. Lo primero que notó fue la suave caricia del vello púbico en su nariz. Acto seguido, al levantar la barbilla, notó los labios de su madre con su lengua. Los recorrió con la punta, casi sin tocarlos, hasta llegar al final, donde debería quedar el clítoris. Hundió la lengua entre los pliegues para llegar hasta él y cuando lo encontró comenzó a acariciarlo lentamente. Al principio daba suaves pases con la lengua sobre él, más tarde comenzó a hacer círculos en derredor, cada vez más intensos, cada vez más húmedos.

– · –

Su nariz se aplastaba contra el vello púbico, su boca albergaba gran parte de los labios de su madre mientras con su lengua recorría su interior intentando que sus húmedas caricias al clítoris fueran lo suficientemente placenteras como para provocar un orgasmo.

Puso todo el empeño posible en su tarea. Recorría con su lengua el coño de su madre arriba y abajo, dando suaves pasadas sobre su clítoris. Con sus manos acariciaba suavemente las ingles y los muslos de su madre. En un desesperado intento por aumentar o, mejor dicho, iniciar su excitación, introdujo un dedo en su coño pajeándola. Más tarde, vistos los escasos resultados, introdujo un segundo dedo y continuó su masaje vaginal mientras lamia con determinación sus labios respirando por la nariz el aire filtrado a través del vello púbico.

De repente, se separó como un muelle llevándose las manos a la boca como si con ello pudiera evitar que nada de lo que había hecho hubiera ocurrido.

-No puedo, de verdad. No puedo seguir. Me da mucho asco.

Marta miró a su hija unos instantes y se levantó mientras recolocaba sus prendas.

-De verdad mamá, no puedo. Lo he intentado pero no puedo.

Sin decir palabra se ató la bata y se giró hacia la puerta dejando a su hija de rodillas y con las manos frente a la cara suplicando. Ésta, al ver a su madre irse enfadada, se levanto disparada a detenerla. La paró justo cuando llegaba a la puerta.

-Espera mamá. Seguro que hay alguna forma de llegar a un acuerdo.

-Claro que sí. Una forma en la que tú acabas de rodillas, lamiendo.

-Por favor, mamá. A ti esto te da tanto asco como a mí.

-¿Seguro? –dijo Marta levantando una ceja.

Efectivamente a ella le daba mucho más asco. Bea tomó aire.

-Llevas haciéndome la vida imposible desde hace mucho tiempo. Me puteas con todo lo que tienes a mano y todo ¿por qué?

Su madre la miraba fría y cortante. Se giró de nuevo para abandonar el salón.

-Esta vez ha sido distinto –continuó Bea–. En realidad no querías putearme haciendo que Benito se follara a mi amiga. Lo hiciste por él, por Benito. Querías que follara, no para putearme, sino como un premio, como un favor hacia Beni.

Marta, que tenía sido el pomo de la puerta, no se movió. Su mirada estaba fija en el pomo. Cavilaba o esperaba algo.

-¿Pero por qué? ¿Por qué lo haces si Beni es un pervertido sexual?

-¿Y quién tiene la culpa? ¿Quién ha conseguido que sea un reprimido y un inadaptado social?

-¿Yo, crees que soy yo?

Marta puso una mueca de disgusto. Se apartó de la puerta y se masajeó las sienes.

-No. Al menos, no tú sola.

Bea vio a su madre cavilar y se preguntó qué se le pasaba por la cabeza. Se acercó por detrás y colocó las manos en los hombros de su madre.

-Mira, si me crees culpable y piensas que puedo hacer algo follando con él, lo haré si con eso queda saldada nuestra deuda. ¿Es lo que quieres, que folle con mi hermano?

Su madre no contestó.

-Puedo follar con él de vez en cuando. Una vez cada mes, por ejemplo. Puedo hacer que disfrute de una chica como nunca lo ha hecho. Le voy a enseñar…

-LO QUE QUIERO ES QUE DEJES DE FOLLARTE A MI MARIDO, ¿ENTIENDES?

Click.

-Todavía es mi marido. No es ni tu novio ni tu amante, es mi marido, mío.

-Yo… no creía que…

-Me consume veros follar a cada momento, por la mañana, por la tarde, después de la siesta. Folláis en su despacho, en el jardín, en mi cama, MI CAMAAAA.

Bea encogió varios centímetros. Su madre, enfadadísima, respiraba a bocanadas mientras continuaba a gritando.

-Hasta tenéis la osadía de follar delante de mí sin ningún pudor. Como si no estuviera más que harta de soportar vuestros jadeos por toda la casa. ¿O es que crees que las paredes de esta casa están insonorizadas?

Bea miraba a su madre como una chuleta mira a un león. Marta se acercó hasta su hija y pegó su cara hasta poder olerle el aliento.

-No, bonita –siseó–. No quiero que te folles a tu hermano. Lo que quiero es que dejes de follarte a mi marido.

Adiós a su fuente de financiación inagotable. Esto era lo peor que le podía pasar. Arrugó la cara de fastidio. Casi tenía ahorrado para el coche, un gran coche. Y tenía otros muchos planes de compra que se acababan de hacer añicos. Por otro lado, no tenía opción.

-Yo… está bien. No volveré a acostarme con papá.

Marta se recompuso. Había perdido el control lo cual era algo poco habitual. Perder el control hace de uno un ser vulnerable y a Marta no le gustaba parecerlo. Se alisó la ropa, se atusó el pelo y se dirigió a la salida. No sabía si sentir alivio o desgracia. Bea, aunque atemorizada, en el fondo sintió lástima por su madre. No había imaginado que ella, esa gran bruja con corazón de hielo, pudiese estar tan dolida por verla follar con su marido.

-Si quieres –abordó Bea– que yo a Beni…

-No te acerques a Benito –zanjó–. Sus problemas son mi responsabilidad.

– · –

Después de dejar a Bea en el salón subió a acostarse. Al pasar frente a la puerta de Benito vio luz bajo la rendija y suspiró. Sopesó la idea de pasar de largo pero al final dio unos toques en la puerta y, tras esperar unos instantes para no encontrarse con escenas indeseadas, entró.

-Ah, h…hola mamá. ¿Qué haces levantada a estas horas?

Marta no contestó inmediatamente. Se acercó hasta su hijo, que se encontraba sentado frente al ordenador, y puso las manos en sus hombros. Miró la pantalla extrañada.

-E…Estaba… en internet.

-No hay ningún programa abierto. ¿Mirabas el escritorio de tu ordenador?

-Es que justo acababa de cerrar el explorador cuando has entrado.

Marta tomó el ratón y lo desplazó hasta la parte inferior de la pantalla. Apareció la barra de tareas que permanecía oculta. En ella había cuatro pestañas de sendas páginas de internet. Marta clicó en cada una de ellas y con cada clic fueron apareciendo, una a una, las páginas web que Benito estaba viendo antes de entrar su madre.

-¿Sabes que estas chicas no son reales, verdad Beni?

-S…Sí, bueno…

-Ver tanto porno no te hace ningún bien.

Benito hundió la cabeza.

-Es que no puedo evitarlo. Cuando llevo un rato leyendo o haciendo cualquier otra cosa empiezo a pensar en sexo. Intento cambiar de actividad jugando con algún videojuego o viendo la tele pero… al final siempre termino en el mismo sitio, viendo porno y pajeándome.

Marta bajó su mano desde los hombros a lo largo del pecho hasta posarla sobre el pantalón de dormir. Notó el bulto bajo la tela y apretó suavemente. Benito infló los pulmones y contuvo el aire mientras su madre tanteaba su polla.

-Y por lo que veo –dijo Marta– aún no has llegado al final de la última parte.

-B…Bueno, estaba en ello cuando has entrado.

-Pero –continuó Marta– después de lo que ha pasado esta mañana todavía tienes ganas de…

Hizo el gesto con la mano delante de su cara como de hacer una paja.

-Mientras pienso en mujeres desnudas y me pajeo me evado de todo y consigo olvidarme de lo que me rodea, incluido lo asqueroso que es tener una polla en la boca.

Una punzada de dolor provocó una mueca de disgusto. El bochornoso pasaje de esta mañana casi pudo haber acabado en tragedia. Un garrulo con una sola ceja le había bajado las bragas y a punto había estado de meterle la polla a ella también. Masajeó a su hijo en los hombros, revolvió su pelo y le dijo en tono neutro:

-¿Y qué tal si, para variar, te metes en la cama e intentas dormir sin pensar en nada?

-C…Claro, claro. Si ya iba siendo hora.

Benito utilizó el ratón para apagar el ordenador y arrojarse dentro de su cama antes de que a su madre le diera por seguir indagando en su vida. Dos matones habían allanado la casa y habían intentado propasarse con su madre y todo por culpa suya y de su obsesión por el sexo. Maldita la hora que decidió meter mano a Vero.

-¿Puedo dormir contigo hoy? No me apetece estar cerca de tu padre esta noche.

-“Esto no sé si es bueno o malo” –pensó–. Eh, vale, sí, claro.

Marta se abrió la bata y la dejó caer por los hombros hasta el suelo. El salto de cama dejaba ver unas esbeltas piernas. Bajo la prenda, que dibujaba toda su silueta realzando su cintura y su cadera, se apreciaba un precioso y generoso busto. Sin duda alguna su madre era una mujer cuya definición más acertada sería la de “hembra”, con todas las connotaciones que ello conlleva.

Marta se metió en la cama y se arrimó a su hijo. Benito, que estaba tumbado boca arriba, sintió el calor de su madre cuando apoyó la cabeza en su hombro y puso la mano sobre su pecho. Con un poco de suerte se limitaría a dormir y no tendría que enfrentarse a “La Charla”.

-Estás ardiendo. ¿Tienes fiebre, Beni?

-No, no, que va.

-Pues noto el sudor a través de la tela –dijo mientras palpaba el pecho de su hijo.

-Será… bueno… he estado con el ordenador…

La mano de su madre descendió hasta el pantaloncillo de noche sobre el que palpó el bulto aún en erección.

-Entiendo.

Su madre no retiró la mano inmediatamente y estuvo manipulando el miembro de su hijo por encima de la tela con la punta de sus dedos.

-Esta mañana has tenido un comportamiento un tanto… incorrecto, cuando han entrado esos dos imbéciles.

Benito tragó saliva. “La Charla”.

-Ha sido horrible cuando esos cerdos han entrado en mi dormitorio, invadiendo mi intimidad con la oculta e insana intención de conseguir sexo conmigo.

-Sí, ¿verdad?

-Pero les estaba parando los pies. Los muy idiotas pensaban que sería fácil bajarme las bragas.

Deslizó los dedos por el borde del pantaloncillo, junto al elástico que sujeta la prenda a la cintura, recorriendo su vientre de un lado a otro. En el centro, el elástico estaba ligeramente separado de la piel por culpa de la prominente erección de Benito que tensaba la prenda en esa zona. Las yemas se paseaban peligrosamente cerca del hueco amenazando con entrar a su interior.

-Dos mastodontes frente a una indefensa mujer y sus bravuconadas apenas pasaban de unas amenazas y algún agarrón –continuaba Marta.

Introdujo un dedo por el hueco, luego otro y otro. En cuanto quiso avanzar con su exploración, se encontró con la punta de la polla de Benito. Éste comenzó a coger aire como cuando te vas sumergiendo en la piscina y el frio del agua te hace respirar más y más hondo.

-El idiota del Pecas quería montarme como un perro en celo. El bobo de Héctor le ha parado los pies porque hasta él tenía miedo de pisar terreno cenagoso. No se atrevía a sobrepasarse conmigo porque temía las consecuencias.

Los dedos recorrieron el pene desde la punta hasta la base y continuaron descendiendo hacia los huevos. Entonces Benito empezó a exhalar el aire contenido en sus pulmones en un largo y placentero suspiro. El placentero roce de sus dedos en sus genitales junto con el agradable contacto de su cuerpo que descansaba parcialmente sobre su costado derecho hacía levitar a Benito.

-Cuando tú llegaste, aunque parecía que estaba intimada por ellos, era yo quien tenía la situación controlada.

Los dedos de Marta abarcaron las pelotas de su hijo en su totalidad y Benito creyó estar en el cielo. Abrió las piernas para facilitar el toqueteo de su madre.

-Te asustaste al verme y tu primera reacción fue la de ayudarme, gritándoles. Quisiste salvarme.

Su madre tenía cogidas las pelotas con la mano produciendo en éste un enorme placer. Apretó ligeramente los huevos lo que hizo gemir a Benito de excitación. Además notaba la presión de sus tetas sobre su brazo inmovilizado bajo el peso de ella. Las recordó grandes y duras.

-Pero en cuanto la situación se hizo difícil para ti perdiste todo atisbo de compostura y te comportaste de la manera más deplorable posible.

Benito borró de un plumazo la sonrisa de bobalicón dibujada en su cara y abrió los ojos de golpe.

-Bueno mamá, yo…

-Por tu culpa esos dos malnacidos se hicieron dueños de la situación.

-Sí, pero… u-f-f-f-f-f.

Marta apretó los huevos con fuerza y todo el aire que aún quedaba en los pulmones de Benito salió en un sordo aullido.

-Tú, mi propio hijo, aquel al que yo trataba una vez más de defender y ayudar, me instaba a dejarme violar por el “Masca-Chapas” de Héctor y su amigo el “Caraculo”.

-Yo solo…. Joddddder.

Su madre apretaba sus huevos como una tenaza haciéndole ver las estrellas.

-Te comportaste como un gallina y, más aún, me arrojaste al foso para salvarte tú.

-P…Perdona.

-Tu presencia y, en mayor medida, tu actitud, me pusieron en una situación muy desfavorable.

Benito se mordía los labios de dolor.

-Estuve en peligro por tu culpa. No solo por tu actitud sino por las consecuencias de lo que hiciste la noche anterior. Al dejar a Verónica sin sus bragas y con tu semen dentro de ella pusiste tus huevos en bandeja de plata a ese par de imbéciles.

-L…Lo siento.

-Nunca pongas tus huevos en manos de nadie –decía mientras tiraba de sus testículos–. No pierdas el control de tus pelotas. ¿Sabes lo que pasa si pones tus huevos en manos de otra persona? ¿Sabes lo que podría hacer con ellas?

-Perdona mamá, lo siento, perdóname, soy un cobarde, es verdad, lo siento mucho.

Benito cerraba los ojos con fuerza y apretaba los dientes como si eso sirviera para mitigar el dolor. Entonces su madre aflojó la presión de sus dedos y le soltó.

Benito respiró de alivio pero inmediatamente y cerró las piernas. Marta utilizó la misma mano para cogerlo de la cara. Lo hizo de la misma manera que las abuelas cogen a sus nietos cuando les quieren hacer carantoñas. Apretó la mandíbula de su hijo haciendo que éste pusiese morritos de pez. Pegó su cara a la de su hijo tanto que sus narices casi se rozaban.

-Y sobre todo, nunca, repito, nunca pidas perdón o implores por nada en este mundo, aunque tus pelotas dependan de ello.

Las uñas de Marta se clavaban en su mandíbula. Tenía los labios tan apretujados que las comisuras casi se tocaban entre sí. Benito miraba asustado a su madre y asintió con la cabeza. Pasados unos interminables segundos su madre continuaba apretando su cara sin dar muestras de soltarle.

El dolor de sus uñas clavándose en sus mofletes empezaba a ser tan doloroso como el de sus huevos. Ya había entendido la lección.

-For fafor, mamá, fueltamé –farfulló.

-Jamás implores, Beni, nunca jamás.

Benito creyó notar sangre recorriendo desde su mejilla hasta su cuello. El dolor era insoportable. No aguantaba más. Con la mano libre, la que no quedaba atrapada debajo del cuerpo de su madre, agarró su muñeca y tiró con fuerza de ella arrancándola de su cara.

-Que me sueltes, ¡joder!

Glups. ¿Qué había hecho? ¿Se había enfrentado a su madre? Insensato.

Las uñas de su madre, afiladas como garras, todavía estaban muy cerca de su cara. Por no hablar de su pierna que, al incorporarse, su madre había colocado entre las suyas y podía soltarle un rodillazo en cualquier momento. A estas alturas ya sabía que es a su madre a quien debía temer por encima del mismísimo demonio.

-L…Lo sien…

-Nunca pidas perdón, Beni.

Benito se dio cuenta, entonces, de que su madre no estaba enfadada. Tenía la eterna expresión inerte de siempre.

-Beni, hijo –dijo su madre apoyando la palma de la mano sobre su cara. Esta vez con ternura–, no sabes el dolor que siento por lo que te ha ocurrido esta mañana, eso tan horrendo que ese imbécil te ha obligado a hacer. Pero lo que realmente me apena, lo que me rompe el corazón, ha sido verte reducido a un miserable guiñapo, a una marioneta.

Se me desgarra el alma cada vez que te veo gimotear. Como esta mañana cuando implorabas a ese subnormal que no te hiciera daño. Debiste decirle que le arrancarías la polla de un mordisco si te la ponía cerca de la boca en lugar de suplicarle. Lo mismo que ahora, te estaba apretando los huevos y no has sido capaz de defenderte.

-¿Y cómo iba a hacerlo?

-Pues haciéndome daño a mí también. Podías haberme cogido del cuello y amenazarme con asfixiarme si no te soltaba o me podías haber pellizcado un pezón. O simplemente intimidándome. Desafiándome con producirme el peor y más horrendo de los tormentos si no cesaba de hacerte daño. Haciéndome sentir miedo, Beni.

Reposó la cabeza en el cuello de Benito y puso su mano en su pecho sintiendo de nuevo los latidos y la respiración de su hijo.

-Yo no tengo tu carácter, mamá. No heredé nada de ti.

-Sí, Beni. Has heredado mucho de mí pero aún no lo sabes.

-No mamá no soy como tú.

-Sí lo eres. Lo fuiste aquella noche en la que nos violaste a tu hermana y a mí. Nos trataste con odio y perversión. Fuiste un autentico hijo de puta que nos humilló a las dos con inquina y nos hizo temblar de terror. Sacaste el demonio que heredaste de mí, aunque solo fuera durante un periodo muy corto.

-Eso fue diferente, no fueron tus genes.

Marta acariciaba a su hijo el pecho con la punta de los dedos. Dibujaba círculos sobre la camiseta con el índice. Poco a poco la trayectoria que seguía su apéndice fue descendiendo hasta su vientre.

-Tu problema nace de tu inseguridad y yo soy la responsable de eso. Si no te hubiera estado machando desde pequeño…

El pene de Benito ya no estaba en erección y el elástico no se separaba de su cuerpo formando un hueco así que Marta no tuvo más remedio deslizar la palma de la mano bajo la prenda con una ligera presión para conseguir introducirla dentro. Cuando Benito notó de nuevo los dedos de su madre alrededor de su pene se puso en alerta.

-La represión sexual a la que te he sometido ha hecho que pierdas los papeles por esa fulanilla de Verónica y te obsesiones con ella. La que ha hecho de ti un obseso. La que ha hecho que te dejes violar por el tonto-berzas de Héctor. Todo por mi culpa.

Toqueteó a su hijo con delicadeza mientras su miembro comenzaba a tomar mayor volumen. Benito abrió las piernas para facilitar las caricias maternales pero con la profunda cautela del que ha pasado un episodio trágico en esa zona.

-Soy yo la que debería pedirte mil perdones. La que debería suplicar. Por eso debo ser yo la que subsane todo lo malo que hay en ti y que no he sabido corregir a tiempo.

Benito no sabía qué decir. Marta se pegó más a él como cuando un niño se apega a su osito de peluche. Su madre tenía su polla cogida con la mano y le masajeaba arriba y abajo muy despacio en una lenta y constante paja. Aquella iba a ser una noche extraña.

-Sin el carácter suficiente para enfrentarte a la vida, tu futuro se ve comprometido por tu obsesión. La mejor manera de acabar con una obsesión es conseguir aquello que se anhela. Tú ya me lo habías dicho muchas veces, necesitas una mujer, necesitas follar.

La erección era enorme y el mensaje bastante claro. Benito puso su mano libre sobre la pierna ubicada entre las suyas y la acarició con trayectoria ascendente masajeando su tersa piel. Acarició su muslo, su glúteo y su cadera donde se percató de que su madre no llevaba bragas.

-“No llevaba bragas y tiene su entrepierna pegada a mí, dios. Su coño… me está tocando la pierna con su coño“

-¿Te gusta así? ¿Te gusta cómo te pajeo?

-Sí, sí me gusta. Me gusta mucho –dijo casi sin fuerzas.

Benito exploró bajo la prenda de su madre. Masajeó su culo llenándose la mano con él. Acarició su espalda, sus hombros y, por fin, su teta. Era tal y como la recordaba de la última vez, grande, dura con un pezón enorme.

Entonces Marta bajó los pantaloncillos de su hijo sacándolos por los pies y se colocó a horcajadas sobre él. Se sacó el salto de cama por la cabeza quedando desnuda sobre su hijo. Benito hizo lo propio con su camiseta quedando, tal y como estaba su madre, completamente desnudo.

La visión era maravillosa. El pelo de su madre, levemente alborotado después de haberse sacado la prenda por la cabeza, le daba un toque de leona fiera. Sus dos melones pendulando sobre su cara junto con su poderosa cadera y sus largas piernas le daban ese aire de “Hembra” que habían hecho de ella la diana de muchas de sus pajas.

La polla de Benito, en completa erección y reposando sobre su vientre, quedó bajo el coño de su madre atrapada entre sus labios como si fuera un perrito caliente. Marta se incorporó separando sus sexos y dejando un hueco entre sus piernas y la polla de su hijo. A Benito el hueco que queda entre las piernas de las mujeres siempre le pareció precioso y atrayente. Ahora, al ver ese hueco tan de cerca y con la visión del coño negro de su madre enmarcado en un triangulo de piel blanca, quedó estupefacto. Si pudiera guardar esa imagen para el resto de su vida…

Marta observaba a su hijo deleitarse con la visión de ella desnuda y mantuvo la posición para que pudiera disfrutar todo cuanto quisiera. Al pobre de Benito le faltaban ojos para disfrutar de todo su cuerpo a la vez. Los pezones, grandes y oscuros que coronaban el par de tetazas que sus manos no paraban de amasar. El coño, aquel coño que le volvía loco desde la primera vez que lo vio. Sus piernas, su culo, todo en ella era tan disfrutable a la vista y al tacto.

Cuando por fin sus ojos se fijaron en los de su madre, éste pudo ver la sonrisa de complacencia de ella.

-Disfruta lo que quieras Beni. Tenemos tiempo. Mírame, tócame, mámame las tetas, haz lo que te plazca conmigo. Esta noche soy tuya, completamente tuya.

Benito se mordió el labio inferior y deslizó sus manos desde las tetas hasta las caderas y el culo. Posó su mirada de nuevo en el coño, ese negro coño y se recreó en él. Acarició su vello púbico y sus labios con la punta de sus dedos hasta llegar a su clítoris. Lo palpó con el pulgar y sintió ganas de lamerlo, de comerle el coño a su madre y sentir como se corre en su boca. Se preguntó quién habría sido la última persona en comerle el coño a su madre y sintió envidia. Seguramente habría sido su padre, maldito suertudo.

De nuevo Benito se fijó en el hueco entre las piernas, ese espació tan atractivo y sensual. A través de él veía parte de los cachetes. Su madre le cogió la polla y la masajeó. Colocó la punta cobre la entrada de su coño presionó suavemente con su cuerpo haciendo que tanto la polla como el hueco comenzaran a desaparecer. Lo hizo despacio pero de forma suave, como si su coño estuviera ensalivado.

Benito puso mostró una “O” de sorpresa mientras llenaba sus pulmones de aire sin poder apartar la vista de su falo engullido en la negrura de aquel coño. Cuando su madre volvió a quedar sentada de nuevo sobre él, comenzó a moverse en un suave vaivén.

-¿Así Beni? ¿Te gusta así?

-S…Sí –respondía con los ojos en blanco.

Marta aumentó un poco más la cadencia de sus envites.

-Sí, así. Más rápido –apremió Beni.

Su madre sonrió y aceleró la cadencia y la fuerza de los golpes un poco más. Benito abrió los ojos sorprendido. Le gustaba como le cabalgaba su madre, le gustaba mucho.

-Más mamá, fóllame más rápido, más fuerte –dijo entre farfullos y soplidos.

Ella le miraba a los ojos con determinación. Obedeció a su vástago y aumento la velocidad.

-Más, más –repetía Benito.

Tuvo que poner las manos sobre los hombros de su hijo para sujetarse mientras le follaba con mayor ritmo, casi con brusquedad. Le estaba galopando como una loca y su hijo todavía le pedía más brío. Frunció el ceño. La última vez que galopó de aquella manera fue la noche que la violaron aquellos malnacidos.

-¿Así, Beni? ¿Te gusta así?

Las tetas de Marta botaban sin control y Benito las sujetaba con ambas manos, a la vez que mamaba de ellas. Una de sus manos fue hasta su culo. Lo acarició, lo masajeo y después deslizó un dedo hasta su ano.

Marta se puso tensa pero no dejó de galopar a su hijo con frenesí. El dedo de Benito se fue colando en el culo de su madre milímetro a milímetro hasta quedar dentro por completo.

-¿Q…Qué haces Beni? Tu dedo…

-Sigue mamá, sigue. Más rápido, más rápido.

Benito gritaba más que hablaba. Marta se estaba asustando. Su hijo estaba perdiendo el control. Sus manos en lugar de acariciar su cuerpo lo fregaban. El muchacho había empezado a mover las caderas al mismo ritmo que ella con tal fuerza que hacía que casi saliera despedida con cada envite por encima de su cabeza. Abrió las piernas todo lo que pudo y apoyó sus manos a ambos lados de la cabeza de él intentando conseguir mayor estabilidad.

-Galópame, fóllame, más rápido, más rápido –repetía Benito.

La cama se movía y los crujidos indicaban que en cualquier momento aquello se venía abajo. Su coño recibía decenas de pollazos mientras su culo era violado por un dedo que la taladraba sin compasión. Respiraba a bocanadas mientras el sudor comenzaba a empapar su cuerpo. Tenía los brazos entumecidos y su vientre empezaba a sentir calambrazos del esfuerzo.

El ritmo de la follada era endiablado. Si su hijo no se corría pronto acabaría desfalleciendo. Pero lo que le preocupaba más era el hecho de que su hijo disfrutara de la misma manera que lo hicieron sus violadores la noche en que sus vidas cambiaron para siempre.

-Gime.

-¿Qué? –respondió Marta atónita.

-Gime para mí. Córrete conmigo.

-Pero… tu padre nos va a oír –“si es que ha podido pegar ojo con el ruido que estamos haciendo.”

-Por favor, mamá –casi gritaba de la excitación.

Y marta empezó a gemir.

-Más fuerte, más alto. Quiero oírte gritar.

-Pero…

-¡GRITA MAMÁ, GRITAA!

La escena era dantesca. Marta brincaba como nunca lo había hecho en su vida. Gritando con toda la fuerza de sus pulmones como si estuviera sufriendo la madre de todos los orgasmos. Galopaba a su hijo con tal fuerza que la patas de la cama se movían varios centímetros adelante y atrás. Su coño y su culo eran violentamente penetrados por la polla y el dedo de Benito que, acompasando los aullidos de su madre con los suyos propios, no cesaba de proferir obscenidades y guarrerías a su madre.

Por requerimiento expreso de su hijo, y repitiendo al pie de la letra cada frase que su hijo le pedía, Marta empezó a gritar salvas de diferentes tipos. Ampliando su repertorio de gemidos y gritos orgásmicos para satisfacción de su retoño.

-FOLLAME EL COÑO, VAMOS FÓLLAMELO. FÓLLATE EL COÑO DE MAMÁ.

-CÓRRETE ZORRA, PUTAAA.

Las tetas de Marta botaban tan fuerte y con tanta velocidad que Benito apenas era capaz de atrapar alguna con la mano libre para mamar de ella.

El esfuerzo era extenuante. Su cara enrojecida y totalmente empapada en sudor había perdido parte de su señorial rasgo. El pelo que circundaba su rostro estaba pegado a la piel debido a la traspiración, cegando sus ojos ya de por sí castigados con el sudor que se metía dentro de ellos.

Entre sus tetas y por su espalda caían sin cesar un mar de gotas de sudor que iban a dar contra el pecho y las pelotas de Benito. Le dolía la garganta de tanto gritar. A estas alturas no había ninguna duda de que su marido les estaría oyendo desde hacía mucho rato. No era eso lo que más le preocupaba sino que, además de él, algún vecino noctámbulo pudiese estar escuchándolos.

-VAMOS CABRÓN, FÓLLAME. FÓLLAMEEEE.

-TE VOY A LLENAR EL COÑO DE SEMEN, ZORRA. TE VOY A PREÑAR, PUTAAA.

-FÓLLAME POR EL CULO. DALE POR EL CULO A MAMÁ.

Ya no podía más. Respiraba a bocanadas con la boca abierta de par en par. Este muchacho era incombustible. Cerró los ojos y se concentró en un último esfuerzo con la esperanza de un cercano orgasmo de su hijo.

Y entonces, sin previo aviso, el cuerpo de Benito se tensó. Apretó su dedo contra su culo, echó la cabeza hacia atrás y empezó a correrse, por fin.

Desgraciadamente la corrida no fue rápida. Al parecer su hijo debía tener unos orgasmos tan intensos como largos. Todavía hubo de cabalgar unos momentos más antes de que su hijo se agotara.

Cuando Benito se relajó tras unos largos estertores, Marta cayó rendida sobre él. Ambos respiraban a bocanadas. Marta se despatarró sobre su hijo mientras apoyaba la cabeza en su cuello aún con la polla dentro. Benito sacó lentamente el dedo del culo de su madre y dejó caer sus brazos en cruz, rendido por el esfuerzo. El sudor de ambos se mezclaba a lo largo de sus cuerpos haciendo que ambos resbalasen sobre el otro cada vez que alguno trataba de moverse.

Marta extendió las piernas y los brazos, cerró los ojos extenuada y le dijo a su hijo:

-Dios mío, Beni. Estoy muerta. ¿Te follaste a Verónica de la misma manera?

-No –dijo entre bocanadas–, ni por asomo. Fue rápido, corto y estresante.

Se hizo el silencio durante unos segundos. Al final Marta volvió a preguntar a su hijo.

-¿Te arrepientes de haberla follado?

-Por supuesto. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir…

-No te lo pregunto por las consecuencias sino por ella. Te aprovechaste de una chica en estado de embriaguez, la violaste. Pudiste dejarla embarazada o algo peor. ¿No sientes remordimientos?

A Benito le costó responder y ser sincero a la vez.

-No. En el fondo no. Y si la encontrara borracha de nuevo –hizo una pausa–, creo que lo volvería a hacer.

Marta sopesó las palabras de su hijo.

-Cuando estabas follándotela ¿Te sentías culpable o, por el contrario, pensabas que en el fondo ella se lo merecía? Que la follabas porque te debía algo.

Benito quedó muy sorprendido por la pregunta.

-Pues sí, lo pensé. En el fondo creía que la víctima era yo y ella era una mala pécora. Pensé que ella era una de las culpables de mis complejos –dijo– la follé porque… me lo debía, porque se lo merecía.

Marta se incorporó apoyándose sobre los codos. Limpió el sudor de la frente de Benito y le acarició la mejilla. Después tomó su cara con ambas manos.

-¿Lo ves, Beni? ¿Ves como has heredado algo de mí?

A Benito aquel descubrimiento le dejó de piedra. Siempre odió a su madre por tener un corazón de hielo. Ahora se daba cuenta de que él era igual. Se había pasado todo el día lamentando las consecuencias de lo ocurrido con Vero pero en ningún momento pensó en lo que le había hecho a ella o lo que sentiría. Hasta ahora no se había percatado de que había violado a una chica y no sentía ningún remordimiento por ella sino por las consecuencias que aquel acto podría traerle a él mismo. Alguien con una actitud tan egoísta y falta de empatía y escrúpulos solo podía tener un nombre.

-Dios santo, soy un psicópata, un monstruo.

Marta sonrió con malicia y siseo al oído de Beni.

-Sí, lo eres.

Benito miró horrorizado a su madre.

-Así que cuando vuelvas a enfrentarte al idiota de Héctor o a cualquier otro energúmeno caraculo –continuó Marta– recuerda quién es el monstruo y quién es el borrego.

Marta apoyó de nuevo la cabeza en el hombro de Benito y cerró los ojos, cansada.

-Estoy agotadísima. Me has dejado hecha polvo. ¿Te importa si me duermo encima de ti?

Benito volvió a la realidad de la que estaba absorto y sonrió de oreja a oreja. Su polla, aún en semi erección, continuaba dentro de su madre. Sus manos recorrieron el cuerpo de ella desde los hombros hasta sus caderas donde palpó de nuevo su culo antes de abrazarla.

-“Por supuesto, puedes quedarte toda la noche” –pensó.

Cerró los ojos él también y aspiró el aroma que emanaba el cuerpo de su madre. Era suya y solo suya pensó mientras la abrazaba entre sus brazos con deseo y amor.

– · –

-Déjalo estar Héctor, ya ves lo mal que salió la última vez.

-Que te calles de digo, Pecas. Me las va a pagar. Esa zorra me las va a pagar, lo juro.

FIN

 

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