Reencarnación 4

Suena el despertador, me sale un bramido de desasosiego enorme. Lo único que le daba una nota de color a mis días era Javier, y estoy segura de que no le voy a ver pronto.

Han pasado dos semanas desde que hablé con él, y en parte estoy aliviada, no debí jugar con sus sentimientos, y ahora el chico lo estará pasando fatal. Tal vez me haga ilusiones, puede que no estuviera perdidamente enamorado de mí, como quizá me gusta pensar, y sólo jugara, como hacía yo. Llegados a este punto, me da igual, es un problema menos en mi triste vida. El inconveniente es que, pese a que he logrado parar los pies a tiempo, me gustaba mucho ser algo traviesa con él, y en el fondo, lo echo de menos.

En este tiempo, mi vida ha regresado a su triste y aburrida rutina.

Me ducho y me preparo para la oficina, llevo a Carlos a la universidad, trabajo unas horas y regreso a casa, sola ya que mi hijo llega un rato más tarde, y almuerza sólo. Al comer me acerco y le pregunto por su amigo, me dice que le ha visto un poco raro estos días. Me cambio a mi camisón y pasa la tarde monótona y lenta. La noche y la cena no lo es menos, y al acostarme se repite mi insomnio. Me desespero hasta que consigo dormir.

Llega el viernes, y el día es tan clónico del resto, que me veo en un terreno de confort, mi vida es un desastre de nuevo, y me siento cómoda en ese hábitat. Desecho alguna invitación de las amigas del gimnasio para salir a tomar algo, y me vuelvo a casa tras el trabajo, me pongo una copa de vino y me veo una maratón de películas románticas. Al acostarme, me estudio en el reflejo del espejo del armario, sentada en la cama hecha una mierda, sin descansar ni poder hacer nada, la súbita subida de emociones de mi mente ha pasado, y ahora no siento motivo alguno por el que tocar el cajón del consolador.

Sábado y domingo son un calco, gimnasio por la mañana, y salir con Carlos por la tarde, él sale de fiesta de noche, pero al menos regresa de una pieza, no como hace una quincena. El domingo vamos a ver a los abuelos, mi hijo va a pedirles dinero para un viaje de fin de curso de la universidad. No habla de Javier, y yo no pregunto.

Cambiando de canal en la televisión la madrugada del lunes ya, me doy cuenta de que estoy en el mismo punto que hace unas semanas, he vuelto a la casilla de salida, sola y triste, y no quiero estar ahí. Al menos debo hablar con el amigo de mi hijo, arreglar las cosas, y tal vez sea el punto de partida para empezar una relación más sana con él. Esta noche duermo algo mejor, pero no demasiado, debo tener unas ojeras terribles.

Al levantarme, me obligo a estar más animada, me pongo un conjunto de traje algo más alegre, y llevo al engendro de mi hijo a la universidad. Da pena ver la falta de modales que tiene, no me ha dirigido una palabra en todo el trayecto. En el trabajo más de lo mismo, aunque David, mi jefe, me ha explicado que han echado a un abogado que llevaba unos pocos años con nosotros, sin duda por los recortes de personal derivados de no cerrar la venta en la que participé, creo que si hubiera enseñado canalillo hubieran firmado, como si mi sensualidad importara en una operación de miles de euros. Carlos me llama cuando estoy saliendo, y me dice que no vaya a recogerlo, que se va con una amiga a dar una vuelta.

Para colmo me tengo que ir a casa a comer sola, y tras hacerlo, me quedo dormida como una marmota en el sofá, no me extraña, llevo días sin poder descansar del tirón. El ruido de la puerta me despierta, y veo pasar a mi hijo con una joven de la mano. Guapa, como no, bajita y delgada, con el pelo moreno y media melena, rasgos españoles aunque unos ojos negros algo rasgados, y buen trasero bajo un vestido fino de verano.

Ni me saluda antes de meterla en su cuarto y poner música alta. Les oigo reír, tontear y besarse, me imagino acariciándola y haciéndola sentir bien, bonita, deseada, sentirse mujer. Lo que yo he perdido. Me como una bolsa de patatas fritas mientras dejo que mi hijo disfrute del don que me he negado para mí, y tras unas horas en que no me cuesta pensar que se han acostado juntos, por el volumen de la música que ponen, la parejita sale sonriente de su cuarto, y Carlos se despide de ella con un tórrido beso con lengua en la entrada, antes de que se marche.

– YO: ¿Quien era? – le abordo en el pasillo.

– CARLOS: Una amiga.

– YO: ¿A todas tus amigas las besas así? – me cruzo de brazos, airada.

-CARLOS: A las que se dejan…- la sonrisa de imbécil que pone me exalta, y le suelto un bofetón, como hacía mucho que no le daba. – ¡Mamá!

-YO: ¿Tú te crees que las mujeres somos tus juguetes? Tendrías que tratarlas mejor, y ser un poco más dulce, y amable…como Javier. – espetó saturada.

-CARLOS: ¡Joder, mira que estás rara! Ni que ahora te importara con quien ando… tú a tu vida y no te metas en la mía.

– YO: Eso voy a hacer, mi vida, y a ver cómo te las apañas sin mí.

-CARLOS: Ojalá, que estás de un pesado que no hay quien te aguante.

– YO: Mira hijo, estoy harta de verte con unas y con otras, deberías centrarte un poco, en los estudios y buscar a una buena chica. – bajo el tono un poco, tratando de usar la lógica.

– CARLOS: ¡Déjame en paz! – dice frotándose la mejilla, colorada del golpe.

Se va a su cuarto rodeándome, maldiciendo y susurrando que se va a ir con los abuelos como siga así. Yo me quedo con los brazos en jarra, pensando que al menos lo he intentado, tal vez tarde, pero quiero hacerle cambiar su forma de ser. Tal vez sea un poco de odio, no a mi hijo, es más que Javier tiene razón, el guaperas de turno se lleva a la que quiere, y los buenos chicos se quedan a un lado, esperando que alguna se fije en él.

Ceno sola, sin esperar a Carlos, y cuando sale a buscar su comida, le digo que se haga lo que quiera, ya es mayorcito para andar detrás de su mamá. Su mirada de asco, esta vez no me molesta, está cabreado, y espero que al menos eso le haga pensar en lo ocurrido. La televisión me termina hartando, y al irme a la cama, tardo un buen rato en cerrar los ojos.

Por la mañana el mundo parece algo menos agobiante, y al ducharme me pongo una camisa blanca con un traje de oficina gris, con falda de tubo hasta las rodillas que me hace un culo de infarto. En el desayuno espero a Carlos, que sale sin mirarme a los ojos, y se bebe un vaso de zumo con prisa.

– CARLOS: Vámonos ya, que llegaré tarde.

– YO: ¿Llevarte? Eres el que quiere hacer su vida, pues empieza a ir a la universidad tú solito. – su mandíbula casi se desencaja- Y para la vuelta, igual, estoy harta de ir a buscarte.

– CARLOS: Pero está lejos, y hace calor…

– YO: Pues no te retrases, que el tiempo vuela. – “Vas a madurar de golpe” le digo en mi cabeza. – Hasta luego, hijo. – está tan petrificado, que me acerco y le doy un besito en la frente muy maquiavélico, que me sabe a gloria.

Me siento llena de energía, como si acabara de liberarme de unas pesadas cadenas. No me preocupa en absoluto su bienestar, la universidad está lejos, sí, pero hay autobuses directos a tres calles de casa, y tiene el abono de estudiante. Le llevaba para poder pasar tiempo con mi hijo, ser importante en su vida, pero es algo que de golpe, ha pasado a segundo plano.

Voy al trabajo y paso gran parte del día pensando en cómo rehacer mi vida. Recibo la llamada de Carlos antes de salir, supongo que para saber si de verdad tiene que volver solo. Le cuelgo sin más, “Que se las apañe”. Voy a casa y de camino compro algo de comida rápida, llevaré años sin darme el gusto de una grasienta e insana hamburguesa. Llego a casa y me la como de pie en la cocina, antes de que se enfríe. Como hace tanto que no le hinco el diente a algo así, se me olvida que la salsa gotea, y me mancho la camisa del trabajo. Siseo, pero me termino zampando esa gloriosa bomba de calorías.

Trato de limpiarme la grasa de la camisa al acabar, pero es inútil, así que me quito la chaqueta y la camisa, quedando en sujetador, me acerco al fregadero y con algo de maña, mojo la mancha y froto energéticamente, esperando no echar a perder mi blusa más cómoda de trabajo.

Oigo la puerta de casa, Carlos ha llegado, y sonrío de forma pícara, ha tardado un poco más, y debe de estar enfadado. Me centro en mi problema más importante, salvar mi prenda, con el agua salpicándome en el pecho y el vientre, cuando escucho a mi hijo farfullar de fondo. Ni me giro, no quiero que note mi felicidad en el rostro al haberle chafado el día.

El sonido del “toc toc” en el marco de la entrada a la cocina me hace girarme extrañada, y es cuando veo a Javier, con un polo rojo y unos vaqueros, mirándome con la boca abierta.

– YO: Ja…Javier, ¿Cómo tú por aquí? – digo mientras trato de taparme, sin ser muy descarada.

– JAVIER: Yo…bueno…quería hablar con usted…a Carlos no le molestó…y trató de avisar de que venía, pero no contestaba al móvil. – “Mierda”, me grito por dentro, más que por mi tontería de no cogerle la llamada a mi hijo, es que me doy cuenta de que me trata de usted de nuevo.

– YO: Sí, es que estaba liada en el trabajo, y bueno, ahora he tenido un incidente con una mancha…te importa sí…- le hago un gesto con el dedo índice para que se dé la vuelta, no es que me moleste mucho, pero debo mantenerme firme con lo que hablé con él.

– JAVIER: Claro…disculpe. – se gira de inmediato, y me saca una leve sonrisa su aparente vergüenza.

Me voy a la lavadora, y del montón de ropa limpia cojo una camiseta azul del gimnasio, aparte de marcar bien mis pechos debido a un sujetador de encaje muy estilizado, me vale. Camino risueña hasta Javier, para tocarle el hombro, y al mirarme, sus ojos se clavan en los míos, y es una mirada viva. Le saludo con un suave beso en la mejilla, a lo que me responde con uno de sus abrazos, menos efusivo que otros días, pero mucho más que el último que me dio.

– YO: Me alegro de verte, de hecho, creo que fui muy dura e injusta contigo, y quería arreglarlo.

-JAVIER: Yo también he pensado mucho sobre ese día, y como le he dicho, venía con la bandera blanca, a hablar con usted.

-YO: Vale, pero por favor, no me trates de usted, que ya nos vamos conociendo. – le cojo del brazo, me lo llevo al salón, se sienta en el sofá y me coloco a su lado, cruzándome de piernas y tratando de mantener actitud adulta y serena.

– JAVIER: La verdad es que traía un discurso bien aprendido….pero se me ha olvidado…no esperaba encontrarte así… – me río, es adorable su sinceridad, me le imagino en la puerta de la cocina, mirando mi culo prieto bajo la falda de tubo, elevado por unos tacones medios, meneándome al restregar la camisa, con mis senos mojados bajo el wonderbra.

– YO: No seas bobo, esto es serio.

-JAVIER: Lo intentaré. Lo primero es disculparme por cualquier malentendido que se haya provocado, me caes muy bien, eres muy simpática, aparte de ser preciosa, y mi mente juvenil me ha jugado un mala pasada, perdóname.

-YO: Gracias por todo, pero no hace falta que agaches las orejas, es normal a tu edad.

-JAVIER: Aún así, mil perdones.

-YO: Perdonado quedas.

-JAVIER: Gracias. Lo segundo es…como decirlo….no quiero faltarla…pero… tengo que saberlo ¿Lo he malinterpretado todo, o has…has tonteado un poco conmigo? – un frío helado me recorre la espalda, pero viéndole ante mí, siendo tan abierto, no quiero ser falsa.

-YO. Un poco, pero es que eres un encanto, y bueno, una mujer de mi edad, sola, adulada….pues me he dejado llevar sin querer.

-JAVIER: Menos mal, me estaba volviendo loco, pensaba que era cosa solo mía. – se frota las sienes

– YO: Pues no es así…tampoco quiero decir que haya pensado nada raro…- recuerdo las varias noches que me he masturbado pensando en él, en su cuerpo fornido acogiéndome entre sus brazos, penetrándome, y trago saliva con mi mentira. – …pero he jugado a algo de mayores contigo, y no debí hacerlo.

-JAVIER: Una lástima, me estaba divirtiendo, y lamento si no di la talla. – dice lamentándose.

-YO: No, ni mucho menos, Javier, has sido un chico muy listo, y has jugado bien algunas cartas, con unos años más hubiera caído rendida ante ti. – sonreímos, pero le noto la mirada triste al comprender lo que le acabo de decir.

– JAVIER: Hubiera sido un placer…

– YO: Seguro que sí.

-JAVIER: ¿Entonces ya está, todo arreglado?

-YO: Zanjado, Javier.

-JAVIER: Genial, y si no le molesta, ya que hemos aclarado todo… ¿Puedo pedirla…pedirte un favor?

– YO: Dime.- me pongo firme.

– JAVIER: Es sobre la noche esa…la que me debe, del baile…- respira profundo al ver mi cara de asombro.- Es que no sé ligar, ya me has visto malinterpretando todo, y …no sé, tal vez, si me ayudaras, o me dieras unos consejos el día que salgamos juntos…pues te lo agradecería. – suspiro aliviada.

-YO: Será un honor, no sé lo que les pasa a las niñas de hoy en día, cuando tendrías que tener a las chicas derritiéndose en tus manos, y no con idiotas como Carlos. ¿Sabes que el domingo pasado trajo a otra? – cuchicheo.

– JAVIER: Algo ha comentado, sí. – correcto hasta el final, he escuchado llamadas de mi hijo alardeando de cómo se tira a las que se dejan seducir.

– YO: Pues cuando quieras, me sacas a bailar, y te doy un par de pistas, pero para que encuentres a esa afortunada joven, que seguro que está esperándote, no para que andes como mi hijo. – le apunto con el dedo, acusadora.

– JAVIER: Genial, muchas gracias… ¿Tal vez…? No, es demasiado pronto.

-YO: No, dime…- le cojo la mano, apremiándole.

-JAVIER: Bueno, es que…este sábado vamos… íbamos a ir a bailar, pero Carlos dice que ha quedado, y a mí me daba apuro ir solo con los demás, son amigos de él, no míos. Si le apetece, pues, podría venir, y así me ayuda con una chica. – me pilla por sorpresa, busco un motivo por el que negarme, verme rodeada de jóvenes no es que me entusiasme, pero asiento de forma madura.

-YO: Pues allí estaré, ya me dices dónde y cuándo quedamos…y qué ponerme, no quiero desentonar.

-JAVIER: Tú sobresales hasta en el cielo más estrellado.- me coge la mano y la besa, con gesto tierno.

-YO: Anda, tonto, dame un abrazo de los tuyos, que me encantan.

Me pongo en pie, él salta a mis brazos, y le recibo encantada. De hecho, me alza rodeándome por la cintura medio palmo del suelo, es tan fuerte y seguro, que doblo las rodillas y me dejo oscilar con mimo. Al dejarme en el suelo, me besa la mejilla repetidamente, muy rápido, tanto que me hace cosquillas y me río.

– JAVIER: Muchas gracias, de verdad. – se va al cuarto de Carlos con la mayor sonrisa que le he visto nunca.

Yo debo estar igual, la cara encendida y acaloraba, me da igual que esté mal, me siento cómoda hablando con él, o en sus brazos, es como si encajara a la perfección, siento que sus caricias estuvieran hechas para mí. Y ya me arrepiento de haberle dicho que sí a ir de fiesta, apenas una conservación, y no sólo hemos arreglado las diferencias, si no que ahora tendré que una noche entera de bailes con él. Va a ser una tortura.

Me voy a cambiarme, cuando salen a comer algo a la cocina. Me pongo mi camisón amarillo, y me doy cuenta de que he mojado mis braguitas, antes me cuestionaría el motivo, pero ahora sé que Javier me pone cachonda, o él o su forma de tratarme, no hay otra explicación. Me distraigo limpiando la casa, y al rato aparece por el pasillo el invitado. Se despide amablemente, y me da otro abrazo, tan fuerte y efusivo que me deja sin aire. Me encanta.

A la cena hablo con Carlos, rebajo los malos humos con él, pero está dolido y me reafirmo en que no pienso ser más su chófer personal, así que cuando le digo que voy a ir con Javier de fiesta el sábado, monta un pequeño circo. Le digo que él también puede venir si quiere, y entre echarme en cara salir de fiesta con su madre, y que ha quedado con una chica en su casa, se niega en redondo. “Mejor, solo estorbarías”, le quiero decir, pero me callo y le dejo dar un portazo en su cuarto al acostarse.

Me voy directa a la cama y cierro la puerta, pese al tiempo transcurrido tras los abrazos, mi temperatura corporal no ha bajado, me desnudo entera y saco el consolador, pasando la mitad de la noche a lomos de un orgasmo tras otro, sin molestarme en disimular. Javier es el objeto de mi deseo, y cuando pienso en él abrazándome en el sofá, mirándome el escote del camisón, levantándome por lo aires, o sus vistazos a mi trasero con el vaquero de la talla 36, me vuelvo loca. Creo que me duermo de extenuación, sudando y habiendo agotado las pilas del dildo, en un mes lo he vaciado cuando no le había puesto pilas desde que lo compré.

El miércoles me levanto con cierta molestia en el brazo de hundirme el juguete sexual, pero tras la ducha me veo genial. Me pongo uno de los tangas más recatados con un traje de pantalón azul marino, y voy a trabajar feliz. A la hora de volver a casa, llama Carlos, se lo cojo y me dice que tardará un rato en volver, pero que apunte el número de móvil de Javier, que le ha pedido que me lo dé. Reprimo la ilusión que me hace poder contactar con él sin mediar con mi hijo.

Al llegar a mi domicilio, me cambio y paso al camisón azul de satén. Espero a que aparezca alguien en mi casa, con el teléfono en la mano, pero tras una hora me voy a comer. Al acabar suena la puerta y sólo mi primogénito cruza el pasillo, otro chasco. Me paso toda la tarde con el número del amigo de mi hijo marcado pero sin darle al botón verde, o escribiéndole mensajes, que no llego a enviar. Parezco una colegiala boba, cuando hace unos días era una mujer triste y aburrida que había dado una lección de humildad a un joven.

Estoy sentada ante la televisión, viendo cualquier tontería, cuando mi móvil se ilumina, temo que sea otra comercial deseando captarme para su compañía, los dígitos en cambio no son de una centralita, es un teléfono normal. No me gusta recibir llamadas de desconocidos, pero me suena y algo que me distraiga no vendrá mal.

– YO: ¿Hola?

– JAVIER: Hola…soy yo…Javier. – abro la boca, entre ilusionada y sorprendida.

– YO: Ah ¿Qué tal? ¿Cómo has logrado mi número? – me sale un tono bastante cortante.

-JAVIER: Sí, bueno, es que le pedí a Carlos que le diera el mío, pero como no me hablaba, pues me dio el suyo por si quería llamarla, ¿He hecho mal?

– YO: No, por dios, es que me has pillado desprevenida…Y bueno, ¿Querías algo?

– JAVIER: Pues nada especial, de hecho, sólo saber si ya tenía mi número…

A partir de ese momento, paso dos horas hablando con él, y son deliciosamente cortas. Comenzamos charlando de Carlos, claro, el nexo común, pero vamos desviando el tema. La fiesta del sábado va centrando la conversación, cómo vestirme, cómo ir vestido él, cómo arreglarse, lo que llevaba yo en mi época, o de lo que me gustaba beber. Es muy dinámico y me sorprendo retozando por el sofá sonriente, acariciándome el vientre mientras me hace reír una vez tras otra, mezclándose con momentos serios.

Cuando al fin cuelgo, se me escapa mandarle un beso, no es que se lo mande, es que poso mis labios en el micrófono, y suelto un “Muuuuak” muy dulce. Temo volver a estar jugando con sus sentimientos, pero empiezan a importarme más los míos. Javier desata en mí sensaciones olvidadas, otras nuevas, y no me da la gana perder este manto de alegría que me recubre cada vez que le veo, o hablo con él.

Por si fuera poco, ahora con los mensajes por Internet del móvil, me paso otras cuatro horas escribiéndome con él. No es seguido, es más pausado, mientras hago la cena, o veo la televisión, pero constante. Hasta me parece estar poniéndome pesada con él, pero siempre me contesta, y yo siempre le respondo.

Le pido que me mande fotos de sus amigas de fiesta, para ver su estilo y no desentonar, pero no creo que sea problema, van algo descocadas y nadie se fijará en mí, un mujer adulta, teniéndolas a ellas como espectáculo. A cambio, le tengo que mandar unas viejas fotos mías de mi época antes de conocer a Luis, me pongo colorada al verme, y nos reímos, pero me dice que estaba preciosa, y que se me veía algo peligrosa. Me alegro de que se dé cuenta, y desnudo un poco de mi alma, hablándole de Luis y cómo nos conocimos.

Cuando me quiero dar cuenta son las dos de la mañana, muy amablemente me despido de Javier. Odio los emoticonos, pero al ver que me manda un beso lleno de corazones, y una flor, entorno los ojos y le devuelvo unos labios como respuesta. El detalle de que me mande una nota de audio, de tres segundos, deseándome buenas noches, me deja con una sonrisa que no se me borra hasta levantarme.

Es jueves, y la cercanía del fin de semana me pone nerviosa. Javier es encantador, y me lo paso genial con él, temo caer de nuevo en la trampa, pero es que me siento tan…tan viva cuando estoy con él, que me quito de la cabeza ideas de negarme a hablar con él, o inventarme alguna enfermedad para no ir el sábado a la fiesta.

Me visto para ir a trabajar, despidiéndome de mi hijo, que sale unos minutos antes de casa para llegar a su hora a las clases. Me paso gran parte del día entre la pantalla del ordenador de mi trabajo, y la del móvil, mirando cuándo Javier se conectó por última vez, o si me ha hablado. Lo cierto es que salvo mi hijo, mi familia, Carmen, y alguna amiga del gimnasio, no suelo mandarme mensajes con nadie, y menos pasarme horas escribiéndome con una persona. Ahora echo de menos que me mande un simple “Hola”, y que se acuerde mí.

Me resisto a parecer desesperada y ser yo quien le salude, no me faltan ganas, eso sí. Al final ocurre, se ilumina mi móvil, y veo su nombre, casi me da un vuelco el corazón cuando la aplicación tarda un instante en abrirse, pero cuando leo su “Buenos días, perdona que no te saludara antes, estaba en la universidad” doy unas mini palmadas, feliz.

Tardo en contestar, habiéndome rogar, pero me lía, y comenzamos de nuevo una charla que no cesa ni cuando conduzco, a cada semáforo le contesto con frases cortas. Ni sé decir cuál es el tema, son muchos, y a la vez, ninguno, los comentarios se centran en compartir lo que hacemos, ideas bobas y pensamientos ligeros, según salen expresados. Me manda un mensaje diciendo que está hambriento al salir de la universidad, y no dudo en invitarle a comer. Acepta con doble cara sonriente.

Al llegar a casa me ducho y me pongo el camisón de satén azul, con un recogido en mi largo pelo rubio, a modo de coleta. Hago un poco de pasta, que me dice que le encanta, y espero ansiosa. Cuando llegan Carlos y él, ni mi hijo me presta atención, ni yo a él. Me lanzo a por Javier, que me recibe semi agachado con los brazos abiertos, que se cierran sobre mí al caer en su pecho. Dios, qué gusto noto al sentir sus manos rodeándome, me ha tomado la palabra cuando le dije que me encantaban, y me aprieta con calidez. El abrazo dura no menos de diez segundos, con saludos ininteligibles, y acaba en un beso en la mejilla muy cariñoso. Al apartarme le observo, va con una camisa blanca, a rayas grises, con un par de botones desabrochados, y unos vaqueros negros muy prietos.

No tengo que decirle que me ayude con la mesa, lo hace directamente, y trata de ir a buscar a Carlos, que de mala gana sale y pone la bebida. Me siento al lado del invitado, y noto la tensión en la mirada de mi hijo, ve lo bien que nos llevamos, y no le gusta. Creo que por eso mismo sigo charlado animada. Harto de la escena, la sangre de mi sangre sale disparada a su cuarto, y el extraño se queda a ayudarme a limpiar.

Estoy en el fregadero, terminando de lavar, cuando por sorpresa siento unos brazos en mi vientre, y el cuerpo de Javier en mi espalda, para colofón, noto un beso generoso en mi cara, cerca del cuello desde atrás, que me eriza la piel.

– JAVIER: Muchas gracias, estaba la comida deliciosa. – giro la cabeza algo confusa, aunque la palabra correcta sería encantada.

– YO: No hay de qué.

-JAVIER: Si lo hay, en el piso de estudiantes donde vivo se come fatal, y una buena cocinera como tú, es un lujo. – me suelta pasados unos segundos en que no nos movemos, y se pone a colocar platos y cubiertos.

-YO: Exageras.

-JAVIER: ¿Eso cree? Hace una semana un compañero recalentó un trozo de pizza usando la plancha de la ropa dada la vuelta…- me río a carcajadas, no me lo creo hasta que me enseña una foto en el móvil.

-YO: ¡Por dios, pero que animales! Eso no es bueno.

-JAVIER: Ya, pero es lo que me toca, viviendo sólo en Madrid, sin familia…- ya me lo había comentado, pero ahora suena triste. Es del norte del país, y le han mandado a la universidad con lo puesto, sus padres no son adinerados.

– YO: No puedo permitir eso, tú te vienes a comer aquí todos los días ¿Me oyes? – al decirlo, me doy cuenta de que he dejado hablar a la ilusionada mujer de mi interior.

-JAVIER: No, de ninguna manera, es demasiado gasto, y no puedo pedirle que…- le corto, parezco tonta, me acaba de dar una salida, y me la cierro.

-YO: Una suerte que no has pedido nada…Así que ya sabes, esta es tu casa. – pone cara cómplice, el deber le dice que no acepte, pero está deseándolo.

– JAVIER: Si no le molesta, de acuerdo, pero le pagaré lo que sea…yo…no sé.

-YO: Con que me ayudes como haces, y me des mis abrazos, me vale. – digo melosa.

Al instante se acerca, me abro de brazos para que me bese la mejilla y me alce un poco del suelo con sus manos, es asombroso lo poco que debo pesar para él. Me mantiene en el aire unos segundos en que me sujeto a su nuca, y siento su aliento en mi cuello.

-JAVIER: Quien tuviera a una mujer como tú.

Al bajarme, el camisón se me ha subido y se me ven las braguitas azules que me he puesto, pero no me doy cuenta, es Javier quien, con una mirada de permiso, me tapa, notando sus dedos en mis piernas un instante. Me pongo colorada, pero ni me disculpo, ni él se ofende ¿Cómo podría? Ya me ha visto alguna vez en sujetador, o con el culo ofrecido en tanga.

Se va con Carlos, y me quedo en el sofá traspuesta, la comida ha sido copiosa y el fresco que entra por la ventana del salón me calma. Sueño, hace mucho que no recuerdo hacerlo, pero me veo en lo alto de una torre, cual princesa, y un caballero que viene a rescatarme, le grito para que me auxilie, nombrando a mi marido, “¡Luis!” chillo, pero cuando se acerca, y se levanta el yelmo, su cara es la de Javier, tan similar y tan diferente a su vez. El roce en mi brazo me sobresalta, y veo al joven amigo de mi hijo ante mí, de pie, mirándome temiendo haberme asustado.

-JAVIER: Perdona, Laura, es que…me voy y no quería irme sin despedirme.

– YO: Nada, es que me he quedado dormida. – me pongo en pie colocándome el camisón bien, sin que él pierda detalle de nada. – ¿Te vas ya entonces?

– JAVIER: Si, el chucho tiene que salir.

– YO: Es verdad, pues hasta mañana, ya sabes, aquí vienes a comer cuando quieras. – sonríe.

– JAVIER: Será un placer venir, pero mañana debo estudiar, y otra comida como hoy y tendré que ir al gimnasio, me vendrá bien el paseo con el perro para bajar a tripa, estoy lleno.

– YO: Uff y yo, creo que me he pasado.

-JAVIER: ¿Quieres venirte a sacar al animal? – su tono de ilusión es sólo comparable al mío al responder.

-YO: ¡Sí! Claro, deja que me ponga algo encima.

Correteo a mi cuarto, y encuentro unos leggins negros del gimnasio y una camiseta blanca interior, me pongo unas zapatillas de correr y cojo mi bolso. Ni me veo en el espejo, de haberlo hecho hubiera elegido otra ropa. Estoy espectacular con la ropa tan ajustada a mi cuerpo, y la mirada de Javier al salir de casa me lo confirma.

Paseamos charlando hasta su casa, está lejos, y al llegar, subo a su domicilio. No mentía, aquello es una leonera de cinco estudiantes universitarios, ropa por el suelo, cocina sucia, fregadero hasta arriba y restos de cajas de pizza por toda la estancia.

Al abrir la puerta de su cuarto, sale una bestia negra enorme, es un dogo de pelo oscuro como la noche y una graciosa mota blanca en el pecho, cuya cabeza me llega a la altura del vientre. Conmigo a su lado no parece más pequeño que un poni. Pese a ser grande, e impresionar, se me acerca, me olfatea y busca caricias de mi mano, con cuidado se las hago, y antes de salir a pasear ya me da con el hocico en las piernas jugueteando. Thor, que así se llama el animal, es travieso y mete la nariz entre mis rodillas. Es tan bueno, y está tan bien adiestrado, que se espera a llegar a un parque para hacer sus necesidades, y si se aleja un poco, Javier le chista y regresa a su lado de inmediato.

Jugamos un rato a pasarnos una desgastada pelota de tenis y tirársela, para que estire las piernas. El perro tiene una pose imponente cuando se tensa.

Regresamos a su casa, pero en vez de subir, insiste en acompañarme hasta la mía, es tarde y voy vestida llamativamente, pero es tanta distancia que me da apuro. Antes de poder decir nada, ya están a mitad de calle camino de mi piso, y corro para alcanzarles.

Sonrío, no puedo evitarlo, entre el perro asustando a alguna cría pequeña, y Javier hablando de lo trasto que era de cachorro, me duele la tripa de reírme. Al llegar a casa me agacho a despedirme del cuadrúpedo, un par de cabezazos de Thor casi me tiran al suelo.

Al ponerme en pie recibo lo que deseo, el abrazo y el beso del joven apuesto. Me los da, es tan firme que siempre me eleva un poco de puntillas, sus antebrazos rodean mis riñones y me aprieta contra su cuerpo.

– YO: Muchas gracias por el paseo.

-JAVIER: A ti por ser tan buena conmigo. Mañana va a ser un poco complicado que nos veamos después de clase…- le tono triste al decirlo.

-YO: Está bien…bueno…ya hablamos de lo del sábado, espero no hacerte pasar vergüenza al ir contigo.

-JAVIER: ¿Vergüenza? Voy a llevar a la mujer más guapa del mundo. – me río para que no note que me ha gustado su piropo.

– YO: Ya me dejarás por otra cuando te consiga una buena joven.

– JAVIER: Lo dudo mucho, pero ojalá.

Acaricio la enorme cabeza de Thor, y les veo alejarse, traviesa, sin decidir qué culo mirar, el gracioso del perro con su rabo balanceándose, o el sexy de Javier, bajo los vaqueros negros. Subo a casa consciente de que el juego ha empezado de nuevo, si es que llegó a terminar, y no sólo lo pause por el miedo a divertiré demasiado, usando la diferencia de edad o la relación como mi hijo de excusas.

Me doy una ducha con masaje íntimo, y acabo cenando con Carlos las sobras de pasta del medio día. Me dice que se va a ir de fiesta mañana en cuanto salga de la universidad, que se lleva una mochila con ropa, y que no le voy a ver hasta el domingo. Alguna de sus amigas se queda sola en casa, y van a estar haciendo de todo, no necesito que me lo diga. En otras circunstancias eso es horrible, estar sola todo un fin de semana me deprimiría, pero este me viene de perlas. Me quedo en el sofá dormida de nuevo, pero a la una y media me voy a la cama, estoy derrotada, cansada y algo saturada, es tocar la cama, y caigo dormida.

El viernes es el día menos interesante de toda mi semana. En el trabajo, todo normal, en casa, Javier no viene a comer, y se disculpa con unos mensajes educados. Paso la tarde sola, y la noche es de películas de serie b. En cambio, tengo un nerviosismo encima que no puedo calmar ni a base de tilas. Agradezco el poco contacto por móvil con ese extraño joven que me tiene encandilada, creo que sabe que estoy tensa, y no quiere agobiarme más.

Carlos no está, me ha llamado y me ha dicho que todo está bien. Se oía a una chica de fondo riéndose.

Es algo casi natural ya para mí, y me voy a mi cuarto, ni me molesto en cerrar la puerta, Saco el consolador, quiero relajarme, y últimamente la mejor manera es con el dildo. Me acuerdo de que no tiene pilas cuando ya he empezado la fiesta, busco desnuda por la casa, y se las quito al mando de la televisión, para regresar a mi cuarto y acabar lo que he empezado.

Trato de pensar en Luis, en mi marido, lo hago para no pensar en lo que está por venir, toda una noche con ese extraño chico, bebida, bailes, y lujuria adolescente. Me acaba pasando lo mismo que estos días, cuando estoy ardiendo en lo único que puedo pensar es en Javier, tomándome de mil formas, acariciándome con sus grandes manos, y penetrándome de una forma animal.

Al levantarme no recuerdo haber dejado de masturbarme, ni quedarme dormida. Me calmo con una buena ducha, y me pongo los leggins negros a medio usar del otro día por encima de un tanga rojo, con un top deportivo y una camiseta azul. Voy al gimnasio después de desayunar, y trato de no exigirme mucho, preveo movimiento esta noche.

Tras la sauna, me pongo un vestido largo de flores, y me quedo a comer con unas amigas de las clases de aeróbic en un bar cercano. La escena es algo borrosa para mí, estoy entre ellas, me río, y hablo, pero permanezco en segundo plano, mi cabeza no puede evitar dar vueltas y más vueltas.

Javier me escribe a media tarde cuando ya voy de camino a casa, me dice que quedamos a las ocho de la tarde en mi portal, se pasará a recogerme, y que me quiere invitar a cenar, por ser tan amable con él. Apenas son un par de horas, y debo arreglarme, quiero estar espectacular, quiero que según me vea se le caiga la baba, y que cuando las chicas de la discoteca me vean con él, sientan tanta envidia que quieran quitármelo. Tal vez así se me pase la tontería, viéndole besarse con otra, y que se olvide de mí un poco.

Llego a casa y me doy un baño largo con espuma y sales, me bebo un par de copas de vino tinto para templar los nervios, y me lavo el pelo con esencias de vainilla. Al acabar, me repaso los pocos pelos de las piernas, y me doy una crema corporal por toda mi piel, dejándola reluciente y suave.

Otra vez estoy frente al armario, desnuda, sin atreverme a elegir ropa, pero son casi las siete de la tarde, y debo estar lista. Me pruebo todo, incluso los vaqueros de la talla 36, pero tras diez minutos de lucha, desisto de ellos, e intercambio vestidos, camisetas y conjuntos. Todo me parece horrible.

Repaso las fotos de las amigas de Carlos y Javier, y busco un estilo similar cuando me doy cuenta de que no debo ser el centro de atención. Me pongo un tanga fino de encaje negro, con un lazo coronando el diminuto triángulo en mi pubis, con un sujetador sin tirantes del mismo tono, cojo una camiseta palabra de honor azul oscura, con algo de vuelo a partir del pecho, es tan larga que pienso en ir sólo con ella, a modo de vestido corto, pero me sonrojo al moverme y observar que se me ve todo a cada gesto, así que termino poniéndome un short vaquero que recordaba más largo y grande, apenas cubre mis nalgas y el comienzo de mis piernas, pero me queda de cine y lo lleno de sobra, luciendo unas sandalias cómodas con tacón.

Me seco el pelo al decidir que estoy casualmente preciosa, me hago un recogido juvenil con flequillo flamenco, y me maquillo para destacar los ojos con una sombra de brillantina, es simple y con unos labios rojos es perfecto. Escojo el mismo bolso diminuto que la última vez que me arreglé tanto, y me planto ante el espejo, ansiosa.

Casi se me olvida el desodorante y perfumarme con agua de rosas. Estoy ya sudando y no es el calor que aprieta, son los nervios. Decido llevar un pequeño bote con difusor de colonia fresca, y al ponerme un reloj discreto en la muñeca, una pulsera dorada en la otra, con pendientes pequeños a juego, pienso muy detenidamente en si quitarme los anillos de casados o no, de mi dedo anular. Cuando mi móvil suena, y leo el nombre de Javier en la pantalla, tomo la decisión de llevarlos puestos, y contestar.

– YO: Javier, hola…. ¿Qué tal vas?

– JAVIER: Ya estoy en tu portal, ¿Bajas o aún no estás lista? – algo me dice que le diga que me he puesto mala, que lo anule todo.

-YO. No, ya estoy, ahora bajo. – esta soy yo mandando mi conciencia a paseo.

– JAVIER: Vale.

Suspiro mientras voy apagando luces de casa, y antes de cerrar la puerta y salir, lleno el pecho de aire, y lo suelto de golpe. “Es solo una noche, cena, toma una copa, bailas y le dices un par de consejos para ligar, nada más.”

El ascensor tarda un mundo, o eso me parece. Llego a las escaleras que dan a la calle, y veo a Javier tras los barrotes, ese simple hecho me hace agarrarme a la barandilla cuando bajo, y abro la puerta sin saber qué esperar. La mirada del joven me da toda la confianza que necesito, está boquiabierto, mirándome anonadado, me gusta que primero se fije en mis ojos, pero después me repasa el cuerpo entero, y gira la cabeza juntando los labios, como si fuera a silbar. Me paso el pelo por detrás de la oreja, algo abrumada por su forma de observarme.

Él está tan guapo que me muerdo el labio sin querer, y lo está de forma simple. Lleva una chaqueta de traje azul marino abierta, una camisa negra lisa con los dos primeros botones desabrochados, metida por dentro de unos pantalones de vestir color marrón claro, con un cinturón de cuero y zapatos elegantes negros. Su cara lavada le agracia el rostro, su barba de tres días y su peinado con gomina hacia el mismo lado que se desvía su nariz, le dan un aire encantador a la robustez de su cuerpo y sus facciones duras.

– JAVIER: Madre mía…Laura, estás…perdona…pero estás espectacular. – me da la mano para ayudarme a bajar el último escalón.

-YO: Muchas gracias, Javier, eres un cielo, y tú no vas nada mal tampoco.

-JAVIER: Los consejos que me has dado por móvil me han ayudado un poco, pero no sé.

– YO: Créeme, vas genial.

– JAVIER: A tu lado, me da que no se va a dar cuenta nadie. – le sonrió con ternura, y alzo mis bracitos para recibir mi abrazo. Me mira con cara de no querer estropear mi esfuerzo, como si fuera de cristal y temiera romperme.

-YO: Anda, ven aquí y dame un achuchón. – asiente agradecido, y me rodea con un cuidado exquisito con sus brazos marcados, le beso en la cara y dejo vencer mi cuerpo sobre él. Al separarme me río, le he dejado toda la marca del pinta labios.- Ups, mejor quitamos esto, que si no, si que no se te acerca ninguna.

Quito la mancha con el dedo, y como no sale toda, me lo lamo para seguir frotando, ante su mirada incómoda clavada en mis ojos. Inhalo su colonia, mucha menos cantidad pero fuerte, tal como le aconsejé. Me gusta que sea tan cortés, cualquier otro me estaría comiendo el escote tan generoso que llevo, y al que cuando termino de limpiar el carmín, le dedica una vistazo fugaz.

– JAVIER: Gracias, por esto, y por todo.

– YO: Es un placer ayudarte, y así, sin Carlos en casa, me distraigo un poco.

-JAVIER: Al final se ha ido con la chica esa ¿No? Si ya le decía yo…no sé que le ven. – le tomo del brazo y empiezo caminar.

– YO: Ahora no pienses en ello, hoy sólo importas tú, vamos a cenar algo, luego vamos a un par de sitios que me digas, y bailamos un rato, antes de que te ayude con las chicas.

– JAVIER: Así sea pues.

Adoro el gesto tenue al acariciar mi mano cuando vamos paseando, y llegamos a un pequeño restaurante cercano.

Me pasa como el otro día, temo que la gente nos mire, y piensen que soy una asalta cunas, pero nadie parece fijarse. Sé que no aparentamos tanta diferencia de edad como la que tenemos, y eso me reconforta.

La velada es deliciosa, Javier se comporta de la forma que me atrae, galante, educado y con una cierta firmeza y atrevimiento, me coge de la mano cuando me hace reír, o ante el frío del aire acondicionado me acaba echando su chaqueta por encima, al verme pasarme las manos por los antebrazos desnudos. Eso me recuerda a mi primera cita con Luis, y me incomoda pensar en ello.

Al salir a la calle le devuelvo su prenda, es abrumadora la diferencia de temperatura de finales de primavera, y la agradezco, puedo lucir palmito a su lado. Me aferro a la manga de su chaqueta, para notar las miradas de envidia de hombres y la de hastío de las mujeres.

Caminamos un buen rato hasta llegar a la zona de marcha, una avenida llena de bares, pubs y discotecas. Empiezo a sentir la competencia, las chicas van igual o más descocadas que yo, y eso lo considero complicado de lograr. Me fijo en unos cuantos chicos, sobre todo los que van rodeados de jovencitas, y no me parece que ninguno tenga nada que deba envidiar mi acompañante.

Son las once de la noche, y nos desviamos a una cadena de bares que ponen cosas de picar y cubos baratos con botellines de cerveza helada. Entramos y Javier saluda a un grupo de unos ocho jóvenes, la mayoría chicas, que están sentados dentro. Al verme los varones de la mesa, uno bufa disimulado al estar emparejado con una de ellas, otro pone cara de mono salido y el del fondo parece querer ponerse en pie para colocarse a mi lado, todos vestidos de una forma similar y aburrida. No dejo espacio para dudas, y me pongo al lado de “mi galán”.

Me presenta como la madre de Carlos, no sé qué esperaba, ¿Que se inventara que era una prima lejana o algo así? Todos se ponen algo más serios, pero bromeo un poco con el tema, y al rato soy una más, ayuda pagar un par de esos cubos de cerveza. Me tomo solo una, no quiero emborracharme y ya llevo casi una botella de vino encima, entre el baño y la cena.

Me veo gratamente integrada, hay un par de chicas que me tratan como su mejor amiga, y el del fondo se muestra muy sociable, pero no dejo que se confunda, y meto a Javier en todas las conversaciones, que son alegres pero insustanciales. No me creo que el atrevido y osado chico que me tiene encandilada, sea el mismo que está allí sentado, se muestra tímido y reservado.

Tras unas cuantas rondas de botellines, me dirijo al baño, las chicas me siguen, y mientras nos turnamos, veo, sin entender del todo, cómo cogen sus móviles y posan de forma sensual ante el espejo, haciéndose fotos con posturas casi antinaturales, sacando morritos y enseñando escotes que dejan el mío en ridículo, mientras se dedican apelativos cariñosos del tipo, “Guarri”, “Chocho” o directamente “Puta”.

Comprendo los motivos por los que Javier no está cómodo con estas adolescentes, no encaja en su personalidad, son extrañas haciendo el idiota de joven, y él es casi un adulto, o se comporta como tal. Siento lástima, no puede hacer nada salvo adaptarse o esperar que estas niñas maduren un poco. Regresamos a la mesa y seguimos charlando, conmigo arrastrando dialécticamente al joven que me ha traído aquí.

Pasada la media noche, el local empieza a cerrar. Temo por la estabilidad de alguna de las jovenes al levantarnos, van con unos tacones que me darían pánico llevar a mí, y al menos una lleva seis botellines encima ya. Se las nota al hablar y moverse, no les parece importar mucho ir en mini faldas o con top escotados, y que se les vea la ropa interior.

Camino unos pasos por detrás con Javier, observando a la manada, parece un conglomerado de hormonas y estupidez.

– YO: Entiendo porqué te cuesta tanto, estas chicas no llegan a tu misma edad mental, tienen un pavo que ni el de un corral.

– JAVIER: ¿Tú crees? Es que alguna es guapa, pero…no sé, me parecen un poco vacías.

-YO: Es que Javier, eres muy mayor para la edad que tienes, debes soltarte un poco, y hacer el idiota, como ellos.

– JAVIER: No me sale, si no tengo plena confianza con las personas, me resulta incómodo.

-YO: Conmigo lo haces…

-JAVIER: Contigo.- Dice firme.

– YO: Es un buen punto de partida, dime ¿A quién de estas chicas te gustaría ligarte? – sonríe algo abrumado, pero termina mirando a una de las jóvenes de delante, es rubia y de ojos marrones, delgadita y sin casi pecho bajo un top blanco enseñando el vientre, pero un culo de primer nivel marcado en una minifalda vaquera.

– JAVIER: Es Celia, siempre me han gustado las rubias…- se sonroja al decírmelo, y yo al oírlo me doy por aludida.

– YO: Vale, pues lo que tienes que hacer es acercarte a ella, y preguntarla cómo le va todo, la universidad, su familia, sus gustos…pero no te conformes con un “bien”, ve, y no pares hasta que te diga algo más profundo y privado.

– JAVIER: ¿Pero…ahora? Mejor me espero.

-YO: No seas bobo, ve a por ella ya.

-JAVIER: ¿Pero… y tú?

– YO: Ya me las apañaré, pero estaré aquí para ti. Anda, ve. – le doy una palmadita en la espalda, y le veo acercarse nervioso a la chica.

El chico sociable, Fran, del que no recuerdo el nombre y tengo que preguntárselo, no espera ni tres segundos al ver que Javier se aleja, y se me pone al lado. Trato de ser amable, y el chico se muestra agradable comenzando una conversación algo boba, pero animada.

Es bastante mono, moreno de pelo largo y lacio cubriéndole el rostro, barba tupida con un rostro bonito y ojos de un tono zafiro apagado, muy delgado, con pantalón vaquero y camisa a cuadros. Al mirarle, me recuerda un poco a la imagen clásica de Jesucristo en las películas o los cuadros, pese a que según creo, por aquella época no había caucásicos de ojos azules por Jerusalén.

La sensación que me da de ver a Fran y su relación con el grupo de jóvenes, es que este chico es el segundo al mando de la pandilla, y que está aprovechando que no está Carlos, mi hijo, para tirarle los trastos a todas, y me ha llegado el turno. Eso sí, no aparto mi vista de Celia y su pretendiente.

Mientras andamos y paramos reiteradas veces, buscando un pub donde meternos, observo a mí pobre galán tratando de hacer hablar a la chica. Le ha costado empezar, y se ha tirado un par de minutos caminando detrás de ella, sin decir nada. Cuando lo ha hecho, la chica ha reaccionado con gesto extrañado, le ha sonreído, y se ha girado a seguir a sus amigas de nuevo. Me ha dado ternura cuando Javier no sabía qué hacer, pero luego, con orgullo he visto que volvía a la carga, y esta vez ha logrado captar su atención, y llevan charlando ya un buen rato.

Por fin entramos a un bar, un chico en la calle nos ha dado unos pases gratis con chupito incluido. El local tiene pinta irlandesa, y al entrar nos vamos directos a la barra a tomarnos cada uno un vaso de tequila, mordiendo el limón y lamiendo la sal, yo de mi mano, otros del cuerpo de las chicas, que ofrecen encantadas el cuello o su escote. A mí me quema al bajar por la garganta, hacía casi una década que no probaba la bebida mejicana.

Después, todos se piden una copa, hasta yo, pero pido algo sin alcohol, y me quedo con Fran, medio charlando medio contoneándonos a un lado de la pista de baile, donde nos hemos establecido. La música no está mal, es un poco mezcla de ayer y hoy, y sin querer se me mueven las caderas recordando viejos tiempos, pero mantengo una fachada impertérrita, y sigo vigilando a mi enviado en acción.

La chica, Celia, está encantada con la atención recibida, no me extraña, de todas es la única que no se ha dejado lamer la piel, y no parece la más segura de sí misma. Poco a poco, la charla se va animando, me parece ver algún que otro contacto físico en los brazos, mientras hacían el tonto más que bailar, y hasta ha llegado a apartarla del ruido para poder hablar con calma. La verdad es que siento celos, no voy a negarlo, cada vez que la dice algo y la hace reír, me molesta, y cada vez que acaricia la espalda, un frío glaciar me sube por la columna.

Me bebo mi copa como si de verdad llevara alcohol, y pese a no quitarle ojo, me obligo a centrarme en mí, y pasármelo bien.

Caigo en la trampa y Fran me arrastra a la pista de baile, comenzamos metidos en el bullicio del resto del grupo, me fijo en las chicas e imito sus gestos para no desentonar. Solo algunos, los más laxos movimientos, el resto me dan vergüenza ajena, parece que vayan pidiendo que alguien se las tire allí en medio del pub, con gestos de cadera impropios de hacer en público.

La música se vuelve algo más de mi época, y es cuando me luzco, y doy una pequeña clase de cómo se puede llamar la atención de todo varón sin necesidad de ir enseñando nada, o de poder sufrir una luxación en la cadera. Los minutos y la rotación me hace quedarme con ese joven de ojos azulados, el otro chico está encantado de tener a varias jóvenes para él solo, y la otra parejita del bar ha parecido evaporarse.

Fran y yo nos emparejamos para bailar, dejando un espacio entre nuestros cuerpos, pero el local se empieza a llenar, y la pista está abarrotada, acabando bastante pegados. Gracias a él, hasta empiezo a divertirme, de vez en cuando me coge de las manos y movemos las caderas a la par enfrentados, me hace dar un par de giros sobre mí misma, y cuando se ve con confianza, en una de las vueltas se pega a mi espalda rodeándome con las manos por mi vientre, para luego soltarme como una peonza. Me río, sé que no debería desinhibirme, que estoy allí por Javier, pero cada vez que le miro y le veo susurrando cosas que hacen a Celia sonrojarse y mirarle con ojos amables, me enervo.

Estoy seca, el calor, el bullicio y el ejercicio me hacen empezar a sudar, y se me debe notar. El joven Jesucristo me quiere invitar a beber algo, y se está esforzando tanto en hacer que me divierta, que le dejo. Nos vamos a la barra, pero no hay sitio para los dos, así que me pasa delante, y se coloca detrás de mí, posando sus manos en mi cintura. Podrá decir que es por el agobio de la gente empujando, pero se pega a mi trasero sin disimulo alguno, noto su miembro algo endurecido, y si no es por la ropa, bien podría estar penetrándome de lo encima que está de mí. Me siento incómoda, bastante tengo con Javier, como para que ahora otro joven se crea con derecho a ponerme la mano encima, pero no quiero montar ningún número, me giro un poco, y de cara, aunque algo apretado, entramos los dos.

No disimula, y como es de mi altura, tiene mis senos a su disposición, casi los radiografía cuando me pregunta qué quiero beber, aunque me importa poco. Mi galán acaba de besar a la chica en la mejilla, y están tan cerca uno del otro, con sus miradas fijas en sus bocas, que no tardará en hacerlo en los labios, y una ola de furia crece en mi interior, en forma de calor abrasador. Le digo que me pida una cerveza que me ponen enseguida, él se pide otra copa, que tarda más, y para cuando se la traen, ya me he terminado el botellín, a lo que aparte, pido yo una copa.

Regresamos a la pista, estoy entre enojada y tocada por el alcohol. A duras penas puedo mantener las distancias con Fran, que se toma libertades como atusarme el pelo por el calor, o sujetarme de la cadera al bailar. Le dejo, me siento rara y esos roces me hacen encontrarme mejor, pero no me gusta que sea así. Mi atención se centra en que Javier se acerca a nosotros, Celia ha ido con las demás, supongo que al baño, y al verle venir no sé reaccionar, prácticamente estoy en los brazos de otro.

-JAVIER: Perdona, Fran, pero esta dama me debe un baile. – le dice al llegar a nosotros y apartarle con la mano en el hombro. Al chico no le gusta, claro, se estaba propasando, su mano bajaba ya hacia mi culo, y le estaba dejando, pero accede al ver que me separo de él

– FRAN: Vale, pero luego me la devuelves…- se lo dice medio en broma, pero le cambia el gesto al ver el aburrido “claaaro”, en el rostro de Javier.

Me ofrece su mano, y toma una postura de baile clásica, respondo con gentileza a tan extraña pose, que no encaja en ese lugar, pero se me debe notar cierta ira en la cara. Acomodo mis manos y mi cuerpo al suyo, y danzamos con una prudente distancia entre nuestros torsos, sin sobar ni tocar donde no se debe.

– JAVIER: Perdóname.

– YO: No has hecho nada malo, me lo estoy pasando bien.

-JAVIER: Sí lo he hecho, te he traído a bailar, pero me he distraído con Celia, y ahora Fran…es que te he visto mala cara con él pegado, y pensaba que necesitas que te lo quitara de encima. – casi suspiro al ver que me comprende, que ha sabido leer mi expresión. Pero debo mantenerme firme, tiene que olvidarse de mí, aunque me duela, y esa joven rubia es mi mejor baza, no puedo permitir que mis sentimientos le desvíen.

– YO: Que va, si es muy majo.

-JAVIER: ¿En serio? Suele serlo con las chicas…- su tono es muy peculiar.

-YO: No soy ninguna jovencita novata en estas lides, puedo con tipos como él. – se lo digo, pero no me lo creo, verle a él con esa chica, me hace perder el control.

– JAVIER: Vale, pero de todas formas te debo un baile al menos, me has ayudado mucho…ya sabes, con Celia.

– YO: ¿Os va bien? No me he fijado.

-JAVIER: Pero si no me has quitado el ojo de encima, que pareces mi madre. – nos reímos los dos, me ha pillado pero no me importa, significa que también estaba pendiente de mí.

– YO: Lo siento, es que quiero que te vayan bien las cosas con ella.

– JAVIER: Pues creo que sí, hemos hablado… es muy agradable, y es más lista de lo que creía…bueno…y hemos empezado a darnos besos en la mejilla y eso. Pero no sé si dar el salto y besarla en los labios, no quiero meter la pata ahora que he llegado hasta aquí.

– YO: Lánzate, está deseándolo, pero no seas brusco, ni la fuerces, ve acercándote poco a poco, y cuando la veas mirarte la boca, acaricia su mejilla con tu mano y dale un buen beso…Sabes besar bien, ¿No?

– JAVIER: Sí, no soy virgen ni nada así, tuve una chica en el instituto con la que salía, y me enseñó un par de cosas. – lo dice orgulloso.

– YO: Pues anda, ve y déjala sin aire.

– JAVIER: Muchas gracias…y si Fran se pone muy pesado, dígamelo y se lo quito de encima.

– YO: Para nada, no te preocupes, tú céntrate en Celia, lo mismo te la llevas a casa…- se lo digo con sorna, pero en realidad es pánico.

-JAVIER: Puf, no me digas eso, no puedo llevarla a mi casa, con el piso como está, y Thor por allí.

– YO: Eso está mal…mira, si al final la chica quiere irse contigo, te la llevas a mi casa. – se pone rojo como un tomate solo de imaginárselo, realmente no esperaba que esto funcionara y la perspectiva le ilumina el rostro.

– JAVIER: Qué vergüenza, no sé… es tu casa.

– YO: Por eso te la ofrezco, se la ve con ganas, podéis quedaros en el sofá, o usar la habitación de Carlos, está limpia, y si te da apuro, podéis usar la de matrimonio de mi cuarto. – me duele en el alma ayudarle a estar con otra, pero quiero que ocurra, para poder pasar página.

– JAVIER: Bueno, espero llegar a eso, pero tampoco quiero ir muy deprisa con ella, no vengo preparado…- no le comprendo.

-YO: ¿A qué te refieres?

– JAVIER: No llevo condones, Laura. – se me olvida que la gente los usa, con mi marido nunca los utilicé después de saber de mi esterilidad, y con Emilio…fue una sola vez.

– YO: Mejor me lo pones, de camino a casa hay una farmacia con una de esas maquinas dispensadoras 24 horas. – Javier suspira, está tenso y su forma dulce de guiarme al bailar se tercia algo más abrupta. La realidad de una noche de sexo se hace evidente, y tiene cierto miedo.

– JAVIER: ¿Seguro que no voy a estropearlo todo?

-YO: Seguro no hay nada, por ahora, tú sigue así, la besas, y si la cosa se pone interesante, la invitas a casa.

– JAVIER: De acuerdo…uf, no sé qué haría sin ti. – me abraza por sorpresa, y no es uno de los suyos, tan cariñoso como ordinario. En este noto que me trasmite algo, una sensación de ternura y agradecimiento muy elevada. Evito besarle en la cara para no mancharle de carmín, pero le retengo un par de segundos con los brazos.

-YO: Mucha suerte, Javier.

Tras un minuto de música y silencio entre nosotros, medio abrazados medio bailando, Celia aparece de la nada, y de un salto se coloca a nuestro lado. Al darme cuenta de que está esperando a Javier, risueña y alegre, le suelto y se lo ofrezco a la joven. La pobre está tan ilusionada que no se da cuenta de la cara de asco que la pongo.

Le veo alejarse, sonriéndole de forma falsa, porque de vez en cuando Javier me mira, y no quiero que se preocupe. Asumiendo que va a estar observando, y para que no se distraiga, acojo de nuevo a Fran, que andaba como un tiburón cerca de mí, y volvemos a bailar muy juntos. Sus manos van directas a mi cadera, y yo interpreto mi papel, juego a que me divierto, y hasta logro hacerlo.

Son casi las tres de la mañana y las luces del local se encienden. Me alegro, el joven ya me rodea la cintura con un brazo y sabe moverse al bailar, llevándome a su terreno con labia, y más de una vez creía que me iba a besar cuando se acercaba a decirme algo al oído.

Busco a Javier y le encuentro en una esquina, de espaldas a mí, y con Celia entre él y la pared. Veo las manos finas de ella recorrer sus grandes espaldas, y las de él elevándola sobre su pecho. Para cuando se giran un poco, cercioro que no metía, se están dando un beso apasionado y continuo, con sus lenguas traviesas luchando entre ellas, “Pues sí que sabe besar bien”.

– FRAN: Joder con el Javi, y parecía tonto…- le miro asqueada.

-YO. Es un cielo, me alegro por él. – se lo espeto, como si él fuera la representación de todos los chulos guaperas del mundo.

Me recompongo, Fran no tiene la culpa de nada, no es más que un joven que se esfuerza en entretenerme, y me está haciendo pasar una noche divertida, aún cuando estoy encabronada. Se ha ganado cierta cortesía, que no afecto, de mi parte.

– YO: Cierran ya, toca irse a casa. – digo al grupo cuando nos reunimos. Veo que Celia y Javier van de la mano, Fran no se aleja de mí, y el otro chico no da a basto con las otras chicas.

– FRAN: ¿Irnos a casa? Que va, ahora nos vamos a una discoteca de verdad hasta las seis o así.

– JAVIER: Bueno, eso será si lo desea, puedo acompañarla a casa si quiere irse ya. – la carita de Celia es de niña a la que le van a quitar su caramelo.

– YO: No, ni hablar, hasta que salga el sol, ¡Eh, chicas! – me siguen en un grito coral, la que más, la que va de la mano de Javier, que me mira intuyendo que en realidad no me apetece, pero si digo que me voy a casa, me querrá acompañar, y dejará a su chica tirada por mí.

– CELIA: Sí, por fi, no me quiero ir a casa aún… – se mueve coqueta, para darle un beso cariñoso a Javier.

– JAVIER: Vale.

Salimos a la calle, y el aire fresco me sienta fenomenal, me despeja un poco. Javier aprovecha que Celia se va con las chicas, seguramente a cotillear que tal le va con él, y se pone a mi lado. Caminamos en silencio, con miradas cómplices, creo que quiere agradecerme el ligue. Me canso de esperar a que hable.

-YO: Bueno…parece que te va bien.

-JAVIER: Sí, ha sido…no sé, genial, gracias.

– YO: De nada ¿Y al final…te dejo la casa? – se sonroja un poco.

– JAVIER: Pues… tenía pensado pedírselo al salir del local, pero como Celia ha dicho que no quiere irse a casa todavía, creo que voy a esperar.- casi me doy con la palma de la mano en la frente. Le cojo del brazo y nos separo un poco para tener intimidad.

-YO: ¡Por dios, Javier, que no te tienen que poner un cartel de neón cuando una chica quiere tema! No quiere irse a casa todavía, porque no quiere separarse de ti…está esperando que la invites a ir a dónde sea.

– JAVIER: Ah…. ¡Ahh, claro! Joder, si es que soy muy torpe. – no puedo evitar la carcajada, y él me comprende con sonrisa generosa.

– YO: Un poco, pero ahora no te tires encima suya, vamos a algún otro sitio, seguís con los besos, y acaríciala un poco más osadamente, y cuando lo sepas, se lo dices.

– JAVIER: ¿Saber el qué?

– YO: Que quiere que la hagas el amor esta noche.

– JAVIER: ¿Y cómo lo sabré?

– YO: Lo sabrás.

Le froto el antebrazo y le hago un gesto cariñoso con la cara en el hombro. Tras unos pasos, Celia se separa de las chicas, se queda quieta mirándonos, algo paralizada, pero en cuanto le suelto, se acerca y casi le salta encima, recibiendo su abrazo y un beso de tornillo. “Zorra afortunada”, se me escapa pensar.

Tras preguntar en un par de sitios, encontramos uno que cierra tarde y en el que no hay que pagar entrada. Tanto nos da, cada copa nos sale a catorce euros cada una. El sitio es una discoteca propiamente dicha, bajamos unas largas escaleras con vigilantes vestidos con trajes negros baratos, y abrimos un par de puertas pesadas con ojos de buey, para pasar a un altillo, y notar el golpe de la música. La barra está nada más entrar, con un DJ en medio subido a un altar, y abajo tres camareras, con minivestidos rojos, que bien podrían estar en una pasarela de moda. Pasada esa zona, unos escalones nos bajan a una gran pista de baile, que está a rebosar de gente, y en los cuatro costados hay zonas VIP, con alguna despedida de soltera o cosas así.

Tratamos de hacernos sitio en un lado, para dejar los bolsos y la ropa en unas barandillas, nos cuesta, y solo quedaba libre un hueco, y lo está porque se encuentra al lado de un altavoz de mi altura, que me tapona los oídos casi de inmediato. Me llevo el susto del día al ver que sale disparado un chorro de humo del techo que apesta a químicos, me dicen que se supone que es para dar ambiente, yo toso agobiada.

Aquí se acabó la buena música antigua, mezclada con cosas nuevas, que ponían en el pub, es un salto canción tras canción entre electrónica, latina y los hits del momento, cuando no lo es todo a la vez. Me saturo y me alejo de la zona metiéndome en medio de la pista, craso error, Fran lo interpreta mal y me sigue, continuando donde lo habíamos dejado, con él muy pegado y metiéndome mano con cada vez más atrevimiento, sacándome sonrisas y haciéndome bailar. Tengo que reconocerlo, en mi época, antes de Luis, ese joven ya se hubiera ganado un tórrido beso y más, es la situación la que me desagrada, no él, que hace de todo para que me sienta bien.

En mis vistazos de rutina, Javier nos ha seguido a bailar, pero Celia tiene un acompañante más casto y sensible. La trata con una dulzura exagerada, creo que por eso la chica está algo confusa, se lo leo en la mirada, está deseando que tenga un arranque pasional, y si no lo hace pronto, la va a perder. Aprovecho un cambio de canción para llamar su atención sutilmente, no tarda ni dos minutos en echarme un vistazo, de los que suele para comprobar que estoy bien, y le insto con un gesto a que la coja del culo, es algo casi cómico. Abre los ojos entendiendo lo que digo, pero no dando crédito, yo le miro a los ojos y asiento, firmemente. Mira al techo, un conglomerado de tuberías y luces LED, con flashes de colores que te dejan ciego, y toma aire. Casi la levanta del suelo cuando la besa y le aprieta del trasero con ambas manos. Me tapo la cara pensado en lo burro que es, pero la chica abre los labios gratamente sorprendida, se aferra a su nuca, y el término correcto es “le come la boca”. A partir de ahí, la cosa va sola, están tan metidos en acariciarse y besarse, que se olvidan de todo. Es complicado con tanta gente, pero logro ver cómo aprieta sus nalgas, y si la carrera de ciencias sociales que estudia no fructifica, le auguro un buen futuro de masajista.

Los celos siguen ahí, pero estoy calmada.

Fran sigue a lo suyo cuando me despreocupo de la parejita, en cuanto noto que su mano baja más de lo debido hacia mis shorts, giro sobre mi misma y sigo bailando. Ya sin estar pendiente de nada, me centro plenamente en divertirme, y ese joven se ha ganado a pulso un coqueteo leve. Me suelto la melena un poco y le regalo unos minutos de mi yo más salvaje y olvidado. El pobre se ve sobrepasado, no sabe actuar, y se pone nervioso cuando froto mi cadera contra él. Me da lástima, un poco, si hubieran sido otras circunstancias, quizá hubiera llegado a algo conmigo esa noche, no es que quiera, pero tengo la cabeza hecha un lío y no me hubiera importado darle un repasito. En cambio, lo que hace es agarrarme de culo, como si agarrara una lata de refresco, y de golpe todo lo que había logrado se difumina, pienso en que es amigo de mi hijo, y en que la lengua de un adolescente es muy suelta. Le doy tal bofetada con la mano abierta que hasta suena por encima de la música, los de alrededor se quedan atónitos, y me arrepiento enseguida al ver cómo sus ojos azules se cristalizan. Le pido disculpas y, llevándomelo a una esquina, hablo con él tranquilamente. Le explico que se ha pasado de la raya, y que me disculpe por haberle pegado.

Al final termina dándome un abrazo y pidiéndome perdón. Se va con las otras chicas, y al rato desaparece, me dicen que se ha ido a casa. Me siento muy mal, y me uno al grupo, pero Javier aparece y trata de hablar conmigo, no le oigo casi nada, así que le llevo al mismo sitio en el que hablé con el otro joven.

– JAVIER: ¿…te decía, que qué ha pasado con Fran?

– YO: Nada grave, se ha pasado de listo y le he tenido que aclarar las cosas.

– JAVIER: Lo siento mucho, Laura, no creía que se atrevería a nada.

-YO: No es culpa tuya, si no suya, y espero que con esto aprenda la lección, no es que sea la madre de su amigo, es que tiene que saber comportarse, que tenga labia no le da derecho a cogerme del culo.

– JAVIER: ¡¿Que ha hecho qué…?! ¡Yo lo mato! – sonrío y le calmo, parece dispuesto salir a la calle tras él.

-YO: Que no pasa nada, Javier, ya está solucionado, te dije que sabía tratar a esos tíos…además, ¿Tú qué haces aquí, y Celia? – bufa un par de veces, y se centra en mi mirada.

– JAVIER: Bien…sí, de hecho, al final ha sido ella la que ha pedido que vayamos a algún sitio más tranquilo…- no sé si el colorado de sus mejillas es por la situación, por el enfado con Fran, o por el par de copas que se le notan encima.

– YO: ¡Genial! Me alegro por ti…pues te la llevas a mi casa, sin problema alguno, ¿Vale?

– JAVIER: Estoy muy nervioso, nunca he hecho esto así.

– YO: Es un tópico, pero ahora que ya has logrado ligártela, es lo más fácil del mundo para ti, se tú, eres un galán respetuoso y caballero, eso siempre gusta cuando estás a punto de acostarte con un hombre.

– JAVIER: Vale, pues, no sé, iré con ella y…nos iremos.

– YO: Cuando os vayáis a ir, pasa a despedirte y te doy las llaves.

– JAVIER: ¿Y tú…que harás o como entrarás luego?

-YO: Ya me las apañaré, os dejaré tiempo para que acabéis…además, hay unas llaves de emergencia escondidas en el rellano, no te preocupes. – le doy unas palmadas en el pecho, parezco más ilusionada que él incluso.

Volvemos al grupo juntos, y pese a que no dicen nada, noto que todos se alejan un poco de mí, el número de Fran me ha costado que me vuelvan a ver como a una madre, y no como a una amiga.

Eso no es del todo negativo, al verme desplazada, una serie de buitres carroñeros que pululaban a mis alrededores, se lazan a por mí. Yo me hago la estrecha, y les doy calabazas, pese a que alguno logra sacarme a bailar, y regresa cada poco con otro intento. Es ciertamente irónico que casi todos me entren a mí, teniendo a las chicas de una edad más cercana a la suya allí mismo, o el local esté lleno de otras mujeres libres.

Me sube el ego bastante sentirme superior a todas esas jovencitas hermosas, que me dedican miradas llenas de desdén.

Javier al final se acerca, con Celia de la mano, escondida detrás de él, parece darle vergüenza que se note lo que van a hacer. No hay dialogo, o si lo hay, no lo escucho por la música. Le paso mis llaves de forma discreta, y suelta a su chica para darme un abrazo gigante, que me incomoda un poco, sé que me lo da por ayudarle, y pese a que necesito que se aleje de mí en brazos de ella, me duele que eso pase. Le beso la mejilla, y me despido de la chica con una mirada de “Trátalo bien, que vale su peso en oro”.

A los diez minutos el resto de chicos se van, varios de ellos están muy borrachos para seguir de fiesta. Trato de irme con ellos, pero es que literalmente me agarran del brazo la panda de buitres para que me quede. Pienso que si me voy ya, voy a estar sola en la calle un par de horas ya que no puedo ir a casa, y si están tan dispuestos, puedo sacarles unas copas gratis y hacer tiempo, ya que pensar en lo que durará Javier en la cama me turba la mente.

Creo que me he metido en un lío cuando, en menos de media hora bailando, paso por las manos de seis jóvenes, a cada cual más divertido o atrevido. Me doy cuenta de que se ha puesto de moda rodearte la cintura con el brazo cada vez que te hablan al oído, y de que las manos bajan según pasa el tiempo. Todos se hacen fotos conmigo, bromean o me piden besos en la mejillas, se los doy a quien se los gana sacándome una sonrisa, otros piden dármelos a mí, pero mantengo las distancias, pese a que hay un par de chicos que son muy guapos, me dejo camelar sólo hasta cierto punto.

Me invitan a unos cubatas, que bebo despacio para que no me suban, pero van tan cargados que me afectan un poco. Me doy cuenta de que la pista se ha despejado bastante, y que salvo algún que otro grupo disperso de chicas, soy la última “pieza de caza” que queda, y no me faltan acechadores. Contrariamente a lo que esperaría, esta situación me agrada, hacía mucho que no me sentía tan deseada y admirada, una cosa es que te miren por la calle o en el trabajo, y otra saberte manejar ante el atrevimiento de tantos hombres, que tratan de conquistarte.

La música sigue, y pese a un ambiente más relajado, según hablo con uno, otro me coge de la cintura sacándome a bailar, demostrando un gran movimiento de caderas y saber llevarme. Cuando acabo con él, otro me lleva a la barra a susurrarme cosas bonitas al oído, y si se calla un instante, uno de al lado me enseña un truco de magia barato, que me hace reír, para volver a ser arrastrada a la pista y contonearme muy pegada a otro desconocido. Son casi las seis de la mañana, y es cuando mejor me lo estoy pasando.

Al acabar la segunda copa, el DJ, que me ve tan alegre, pide que me suba a la barra a darlo todo. Me da vergüenza, pero ante la insistencia de mi público, y un par de chupitos de algo dulce, que me hace reír sin parar, acepto. Uno de los más fornidos me coge de la cintura, elevándome sobre la barra de un tirón, y empiezo a moverme al son de una música sexy que ponen. Recibo silbidos, piropos, y alguna grosería, sin contar los que intentan tocarme, juego con ellos azotándoles en las manos, algo traviesa, y sigo meneándome, levantando un poco la camiseta enseñando el ombligo, o agachándome para marcar todavía más el trasero bajo los shorts, con mis largas piernas brillando por el sudor. No me reconozco al pensar en quitarme el top, y paro, tranquilizándome un poco antes de jugar a ser stripper.

Al acabar la música, recibo un aplauso atronador. Un par de chicos me ayudan a bajar con elegancia, parezco una diva, y termino en la pista de baile de nuevo, pensaba que se había acabado la noche, pero ponen un par más de canciones, en que los hombres a mi alrededor queman sus últimas naves. Yo quiero bailar, así que los charlatanes quedan relegados, y al final quedan sólo dos jóvenes, tan apuestos como diferentes entre ellos, haciendo un emparedado sensual conmigo.

Uno de ellos es alto, delgado y con ojos verdes, bien afeitado, pelo rubio despeinado, y cara redonda. Pese a que se mueve bien, el aliento le apesta a ron, lleva una camisa a rayas manchada de bebida y un pantalón negro sucio, con pinta de haberse caído al suelo. Al rato se da por vencido cuando trata de hablarme, y casi vomita.

El otro es un chico guapo a rabiar, de unos veintimuchos, o treinta y pocos. Rubio con el pelo engominado de punta, muy corto, también afeitado, ojos pardos y cuerpo fornido, llenando de músculos a reventar una camisa blanca, con pantalones vaqueros piratas. El único pero, es que es bajo, creo que si me quito las sandalias seremos de la misma altura, pero no es mucho, y la forma de moverse en los ritmos latinos me sonroja.

Nuestros gestos comienzan a ser obscenos, se pega a mi pelvis y frota su paquete contra mí, pero lo hace de una forma sutil, y me arrastra a su cadencia, “obligándome” a seguirle el juego. Sin darme cuenta, nuestros cuerpos son uno, moviéndonos al son con amplios y veloces gestos circulares, subiendo y bajando las caderas doblando las rodillas. Me voy calentando al apurar la copa en mi mano, esto es casi follar, y no me separo ni un ápice. Me ha rodeado la cintura con sus brazos, y no hay espacio entre nuestros torsos, mis senos se elevan al friccionar contra su inflado pecho, y hasta tengo que girar la cara para no darme de bruces con sus labios, que hace rato me buscan. Estoy notando un calor creciente en mi ser, apartándome la larga melena rubia con giros de cabeza sensuales, y mis dedos se han pegado a sus poderosos bíceps.

Me río, a cada canción eterna, me parece que se va a acabar la fiesta, pero ponen otra y el chico me sorprende con un paso de baile diferente, siempre con el mismo erotismo. Le sigo en todos, se ha convertido en una batalla para ver quién tiene más aguante, y no voy a ser yo quien me rinda. Sus manos me repasan entera, es firme pero no se la juega, roces leves por mi camiseta, o por mis piernas, soy yo la que le atrae de la cadera, tirando de su pantalón, y bailo con las manos metidas por dentro de su camisa. Él aprovecha, y alza los brazos detrás de la cabeza, la camisa es ceñida y se levanta casi hasta el pecho, dejando un vientre trabajado de gimnasio sin un solo pelo, con tableta dura bien apetecible y mostrando el músculo de la pelvis apuntando a su entrepierna, siempre me ha excitado ver así de marcado esa parte de cuerpo masculino. Tiene el torso tan apretado, que paso las manos por él, mordiéndome el labio.

La canción cambia, y me da la vuelta para pegarse a mi trasero, poniendo sus manos a ambos lados de mi cadera, y su miembro, bien duro, en mi trasero. Por alguna razón, que Fran hiciera exactamente lo mismo hace unas horas, me molestó, y que lo haga este chico, me pone cachonda a más no poder. Seguramente sea el alcohol, y saber que sí llegaba a algo con el amigo de mi hijo, sería el hazmerreír de la universidad de Carlos, mientras que si pasa algo con el adonis ante mí, no lo sabrá nadie.

No me creo verme así, me he pasado gran parte de la noche mirando a chicas dar vergüenza ajena por su forma de restregarse como guarras, y ahora mismo lo que hago es rememorar lo que hacían para dárselo a este desconocido. Si, se puede llamar bailar, pero lo que hago es dejar que me de “topecitos” con su paquete en el trasero, me aleja medio palmo y arremete sin parar, para colmo, saco el culo y trato de hacer fuerza contra él. Alguna que otra vez, muevo la cadera, pero es casi por disimular cuando escucho cada golpe en mi culo, y noto cómo retumba todo mi cuerpo.

Me pega a su pelvis, deja de darme “caderazos” y empieza un movimiento horizontal circular, muy lento y sensual, que me veo “forzada” a seguir, con la nuca apoyada en su hombro izquierdo, sintiendo su respiración agitada en mi cuello. Al soltarme comprueba sin rubor que mi cintura acompasa los golpes pélvicos que empieza a darme, y mete sus manos por dentro de mi camiseta, acariciando mi vientre, palpando el sudor y la excitación que tengo. Cierro los ojos y me dejo ir, llevo mis manos a su cadera para que no se separe ni un milímetro, y gozo de la sensación del momento, rotando mi pelvis junto a la suya.

En cada golpe musical recibo el impacto de su miembro, solo pienso en que sin ropa, ya me la estaría metiendo, y no me importaría en absoluto. Son ya tan obvios y fuertes son “enculamientos”, que si no me tuviese bien sujeta del torso, me caería al suelo. Me empieza a susurrar cosas, diciendo que bailo genial, que sé moverme muy bien, que no hay mujeres como yo, que soy preciosa y que le encantaría comerme a besos. Sonrío porque podría recitarme el abecedario, que me encendería igualmente. No puedo más, estoy jadeando, y mi cintura acepta con gusto el ritmo pausado de sexo de la suya, giro la cara rogándole con la mirada algo, que ni yo misma sé. Él sonríe, saca una mano de mi torso y aparta un mechón de mi pelo rubio para besarme en el cuello. Me derrito al instante, alzo mis manos por encima de mi cabeza y aprieto de su nuca contra mí. Noto cómo sus labios me queman, chupándome la piel, provocándome un suspiro de placer.

Puedo escuchar un leve “Ohhh” de fondo, deben de ser el resto de buitres al comprender que este trozo de carne ya tiene dueño. Así me siento, un trofeo que se ha ganado un joven, del que no me sé ni el nombre.

Termina haciéndome un chupetón del tamaño de una galleta en el cuello, cerca de la clavícula, sin dejar de acariciarme con sus manos. Ya más atrevido, se lanza a por mis senos, y baja la cadera para que, en vez de atrás hacia adelante, sienta su paquete de abajo a arriba, casi poniéndome de puntillas al levantarme los glúteos. Por si fuera poco, me agacho un poco pegándole mi trasero a su miembro, quiero que sepa que soy suya, y que me puede hacer lo que quiera esta noche. Baja sus manos hasta mis shorts, amaga con palpar por encima de mi pubis, pero baja hasta mis muslos, mientras sigue besándome en el cuello, susurrándome que estoy muy buena, que me va ha hacer sentir mujer, y que me va a destrozar. Le sonrío coqueta.

Tras el beso mil en mi piel, me giro sobre su pecho, le agarro de la nuca y baja sus labios a mi escote, es glorioso pensar que me va ha hacer lo mismo que Javier le hizo a Celia, y no me defrauda. De inmediato, sus manos me cogen del trasero, pero no es tan fuerte o bruto como él, lo hace suave y con calma, saboreando el pedazo de paraíso que tiene entre las manos. Me veo tentada a decirle que es por el gimnasio, cuando me dice que tengo el culo más duro que ha sentido jamás.

Tras alzar la mirada un instante, y mirarnos a los ojos esperando que me bese, me acerco yo a su boca. Me recibe encantado, y descubro que el pico inicial ha pasado a mejor vida, me mete su lengua hasta la laringe, y me cuesta seguirle el ritmo doblando la espalda hacia atrás, pero sus manos en mi trasero no me dejan opción y rodeo su cabeza para tranquilizarlo, y enseñarle un poco de sensualidad. Aprende rápido, o se adapta, notando que sus manos suben por mi espalda, acariciando mi piel desnuda, hasta mi sostén sin tirantes. Juega con él hasta que de un tirón me lo saca, tengo más pecho que el sujetador copa, así que sale disparado facilitándole la tarea, y se lo mete en el bolsillo.

-YO: ¡Oye, eso es mío! – digo sonrojada en una carcajada. La discoteca está casi vacía ya, pero me da vergüenza que alguien nos haya visto.

No me contesta, mete sus manos de nuevo por dentro de mi blusa, y una de ellas sube a mis senos, que al contacto con sus dedos me provoca una oleada de excitación. Ladeo un poco el torso para facilitarle la labor, y lo agradece trasteando con mis pezones, que están tan salidos y sensibles que suspiro por no gemir. Me pilla por sorpresa, me da un cachete en la nalga izquierda, que me hace soltar un grito mudo. Cuando abro los ojos, le veo irse tranquilamente a las zonas VIP, y tras mirar varias, se mete en una. Me quedo algo confusa, pero pienso en que quiero mi sostén, y voy tras él.

Según entro por las cortinas rojas de la única entrada, le veo con él en la mano, mirándome con rostro travieso, en mitad de una sala azul vacía, con sofás de diseño grises pegados a las paredes, y una mesa baja de cristal a un lado, llena de botellas, vasos de tubo y copas. Me acerco riéndome, pero firme para cogérselo de la mano, y lo aparta en un último momento. Entiendo que me ha traído hasta aquí, y me hará sufrir para recuperarlo. Trato de volver a cogerlo, pero me lo esconde, hasta que le tengo encima, me sujeta de las manos, y me besa otra vez. Le sigo el juego, se guarda mi sostén y me coge de nuevo del trasero, va andando hacia atrás hasta que se topa con uno de los sillones, se deja caer lentamente sin dejar de “morrearnos”, y tira de mí para que me monte a horcajadas sobre él.

– YO: Ya te vale, anda, dámelo.

Sigue sin hablar, dice que no con la cabeza, y hace un gesto claro de que me levante la camiseta. Me cruzo de brazos con rostro serio, pero él hace lo mismo, indicativo que o lo hago, o no me lo dará. Cualquier otro día le cruzo la cara y me iría a casa, pero es pensar en Javier en mi piso, junto a Celia, y mi cabeza se evade de la realidad.

Cojo del bajo de mi top palabra de honor, mirando de reojo confirmo que nadie nos ve con las cortinas bajadas, y ruborizada, lo levanto un poco y lo bajo. El joven saca los morros y dice que así no vale con la mirada, que le dé más morbo. Me río por caer en algo tan obvio, pero me alzo un poco y empiezo a moverme eróticamente al son de la música de fondo, amago un par de veces hasta el vientre, y al final, me la saco por la cabeza.

El pobre bufa, la riada de pelo rubio cayendo por mi hombros debe mejorar la imagen de mis pechos, que pese a la edad aún miran al cielo, y son bastante firmes, con los pezones rosados y grandes, y ahora mismo, también duros. No tarda nada en agarrarlos con las manos.

Sigo contoneándome y degustado la dedicación que pone en cada caricia, es algo brusco, pero su mirada hipnotizada me da una oportunidad. Me acerco a él, y me alejo repetidamente, dejando mis pechos al alcance de su boca, a cada amago estoy más cerca, y al quinto envite no me da tiempo a retirarme y me chupa uno de los pezones, quiero pensar que ha sido eso, porque reconocer que estoy con el torso desnudo dejando que un desconocido me chupe las tetas para que me dé mi sujetador, es demasiado para mí. La realidad es que una vez que ha empezado, me está regalando un trabajo bucal excelente, y le aprieto contra mi pecho. Pero el descuido llega, cierra los ojos mientras me succiona como un bebé, y mi mano busca en su bolsillo, apunto estoy de sacar el sostén cuando se da cuenta, y me coge de la muñeca.

Su cara de “La has cagado”, me pone nerviosa, pero sonríe, eso me tranquiliza. Pongo cara de niña buena, pero noto sus manos ir a mis riñones, meterse por los shorts, y tirar del hilo del tanga. Le comprendo, ahora también quiere mis braguitas. Río nerviosa diciendo que no, y me pone cara de que es culpa mía por haber hecho trampa. Estoy a punto de terminar con esto, levantarme, ponerme la camiseta e irme tal cual, cuando se saca del bolsillo mi prenda, y la huele de forma perversa. Es un cabrón, lo hace a sabiendas de que una mujer adulta como yo no dejará que un niñato se quede su sostén, y regresar a casa sin él es la prueba de que estoy afectada por lo de Javier. Me muerdo el labio, rendida, y me tumbo a su lado, desabrochando el botón del pantaloncito. Me para, y me señala el centro de la sala.

– YO: No, si encima querrás que te haga un bailecito…- el pícaro sonríe, y asiente.

Suspiro recostada, tenía ganas de divertirme, ¿Acaso esto es lo que se hace ahora? No me lo pienso mucho, creo que por el alcohol, y me pongo en pie. El chico rompe a reír porque no se lo cree. Me planto ante él, y doy rienda suelta a mi imaginación, me tapo un poco los pechos, pero al final los dejo libres y muevo la cadera como él me ha hecho moverla hace un rato. Recuerdo mi paso por encima de la barra, y lo que paré, lo recupero, y se lo doy.

Me acerco a él tras un minuto, y me dejo caer de cara sobre su cuerpo, lame mi piel y se centra en uno de mis senos, pero acabo besándole para dejarlo sin aire mientras noto en mi vientre su paquete a punto de reventar. Me deslizo hasta ponerme de cuclillas ante él, amagando con una caricia a su abultada entrepierna, y me giro para colocarme. Alzándome, y sin dejar de mover el trasero ante sus ojos, abro los shorts, paso mis dedos pulgares por la circunferencia de mi cadera, y los voy bajando con cierta dificultad ya que me quedaban prietos. Al llegar a medio muslo caen solos al suelo, y los dejo a un lado junto a mi camiseta, cuando noto un cachete brutal que casi me tira, no puedo culparlo, mi culo en tanga tan cerca de él es demasiado para controlarse. Me giro y le digo que no se toca, con gesto travieso.

– YO: Si quieres mi tanga, vas tener que quitármelo. – “De perdidos al río”, para qué engañarme, estoy deseando ver dónde acaba esto.

Se mueve veloz, me coge de la cintura y me sienta en su regazo, me estiro sobre él usándolo de cama, y noto sus manos en mis senos, cómo retuerce los pezones y me besa en el cuello. Es tremendamente excitante sentir sus vaqueros luchando por contener su miembro en mis nalgas desnudas. Su mano derecha baja por mi vientre, y llega a mi pubis, sentir su mano por encima del tanga me eriza la piel, pero es cuando mete sus dedos por dentro y palpa mi vagina con cuidado, cuando casi exploto de placer. Sus dedos abren mis labios mayores, que noto empapados, y me abro algo de piernas para ayudar a que me meta un dedo hasta el fondo de mí ser.

Estoy en una nube tras unos segundos, sus caricias y sus besos en mi piel me dejan a su merced, me está masturbando un extraño que no conozco ni me sé su nombre, y solo puedo pensar en que su polla sea bien dura, para que cuando me la meta, me haga delirar. Apoyo bien los pies y elevo la cadera para tirar de mi prenda intima, lo único que llevo puesto salvo las sandalias con tacón, y me lo bajo hasta los tobillos con el culo en pompa sobre sus piernas, sintiendo sus manos cogiéndome de las nalgas, y besándolas con delicadeza. Las separa e inspira el olor a hembra necesitada que desprendo. Recoge del suelo el tanga, y se lo guarda, no sin antes inspirar profundamente en el triangulito donde estaba mi sexo hacía unos segundos.

-YO: ¿Y ahora? – pregunto estúpida, estoy desnuda delante de él, y quiero que me posea.

Se pone en pie, y me sienta, se pone en mi posición anterior y empieza a bailar. Cuando se quita la camisa, entiendo que me va a regalar lo mismo que le he dado, un baile. Su tórax brilla y está tan marcado que sus espaldas tienen músculos que desconocía.

Empieza a quitarse el pantalón al rato, con gestos sensuales, y al bajarlos, muestra unos calzoncillos slips blancos con un bulto considerable. Me quedo perpleja al ver sus muslos, parecen de mármol. Sigue contoneándose y se acerca a mí, algo juguetona, le digo que no quiero tocarle cuando se ofrece, pero coge mis manos y las pasa por su vientre y su pecho. Al tacto, pareciera que va a estallar la piel de lo apretada que está. Se mueve con garbo, y me está gustando mucho imaginar que haga esos gestos penetrándome. Se gira, y pasa mi mano entre sus piernas, para tocar su vientre, e ir bajando, y al tocar su miembro, me preocupo, aquello parece enorme.

Se da la vuelta con rapidez, mostrándome su culo, que no desmerece al resto, y se baja los calzoncillos, casi me da un patatús cuando se da la vuelta tapándose con las manos algo que casi no abarca. Me vengo arriba, y ya lo dos desnudos, me pongo en pie y le beso. Me rodea con sus brazos y me coge del trasero, piel con piel, noto su falo apretado contra mi vientre y acaricio su cuerpo de levantador de pesas.

Me alza y me posa en el sillón tras pelear con nuestras lenguas, me come el cuello y los senos, aprecio que sabe dónde tocar y me enciende cada vez más. Al llegar a mi pubis, sus dedos hacen algo que explota en mi interior, y gimo retorciéndome. Es cuando noto el peso, su miembro está posado lateralmente en la entrada de mi vagina, y al mirar, me quedo blanca. Es el aparato reproductor más grande que he visto, el de Luis no le andaría lejos en longitud, aunque este no bajará de los veinte centímetros y mi marido no llegaba, lo que me da pavor es que tiene un grosor de uno de esos vasos de tubo que hay en la mesa de cristal, creo que más, pero puede ser por la impresión.

De inmediato, digo que no con la cabeza, y poso mis manos en su pecho, alejándome de él. Es fuerte, y no me deja irme lejos, tampoco me fuerza, sigue acariciado y besándome por todo el cuerpo, allí donde nadie me había besado nunca, me susurra que esté tranquila, que lo hará con cuidado, y que no me preocupe, pero no logra calmarme mucho. Siempre que he visto algún vídeo guarro, de esos que te pasan en la oficina, de un miembro de ese tamaño, he pensado que si llego a encontrarme algo así, saldría corriendo, pero aquí estoy, dejándome hacer, con miedo a que me parta en dos, pero con ganas de probarlo.

Son sus caricias las que me distraen, vuelve a masturbarme, y tal como lo hace, me provoca una sensación constante de placer. Se acerca a su ropa, y saca un condón, estoy tan paralizada que no le digo que no hace falta, aunque luego pienso que con un tipo así, más que un embarazo no deseado, tener en cuenta las ETS no está mal. Se lo pone con una habilidad pasmosa, y se recrea en mis senos, lamiéndolos hasta que no puedo evitar acogerle entre mis piernas.

Noto el primer intento de penetrar pasado un instante, pero es al segundo cuando acierta, y me introduce más de la mitad de un solo empujón. No me extraña, debo estar tan mojada que el sofá se va a echar a perder. Es a partir de ahí, cuando noto la tensión, un polvo rápido con Emilio no destacó una cañería que llevaba años cerrada, y que nunca alojó algo de este grosor. Con un cuidado que agradezco, la saca y vuelve a metérmela con calma, y esta vez gimo alterada, le rodeo con los brazos y creo que le araño la espalda.

– YO: ¡Madre mía, me partes! – sonríe pícaramente, debo tener la cara de una niña pidiendo clemencia en su primera vez. Acaba besándome con lujuria.

A la tercera embestida me retuerzo, me recuerda al día que parí a Carlos, pero en vez de salir, entran. Los gestos que hace son como oleaje, me agarra de la cintura y tras la cuarta y la quinta vez, ya no me duele, pero sí noto un placer nuevo, o más profundo, mejor dicho.

Desde este momento, demuestra que sus dotes de baile son aplicables, y con una cadencia, a una velocidad que crece exponencialmente, me está follando a su antojo. Deliro como nunca antes, ni con Luis y el amor que le tengo, o le tenía, esto es algo nuevo, y me encanta. Acabo abriéndome de piernas a más no poder para soportar las riadas de placer que recorren mis sentidos, me sujeto la cabeza y noto mis senos rebotar al son de sus golpes de cintura, sintiéndome llena y complacida, de formas que nunca creí posibles. Miro abajo, veo asombrada que la saca y la mete entera cada vez, es glorioso, observo mis labios vaginales resbalar por todo su tronco, y él comienza a disfrutarlo con gemidos de animal en celo, mascullando que soy la mujer más preciosa que se ha tirado jamás.

Para un segundo cuando jadeo tanto que creo que me ahogo, cambia la postura y pasa de agarrarme la cintura a rodearme con un brazo por los riñones, despegándome del sofá, y me encuentro en vilo abierta de piernas, unida únicamente a su miembro y su antebrazo en mi espalda. Se apoya en el respaldo y me hace subir y bajar como una muñeca, y esta vez siento que me llega tan dentro que me va a matar. Me agarro a su nuca, y para mi asombro, acompaso hacia abajo, dándolo todo, notando que me está expandiendo por dentro, y besándole cuando me siento extasiada, sintiendo su respiración rítmica, y el sudor cayendo por nuestros cuerpos.

Me agarra de las nalgas pasado un rato, y ahora me sube y me baja para su deleite personal. De vez en cuando me lame los pechos, pero están tan sueltos al ritmo de su cintura que es complejo. El sonido del “chop” de nuestros sexos chocando es continuo, y va aumentando de fuerza y ritmo, hasta que empiezo tiritar. Me resisto, pero grito o me muero allí mismo, así que suelto un alarido abrumador, y noto mi cuerpo entero temblar y convulsionar, la piernas se me estiran desde la cadera hasta la punta de los dedos con una vibración en la cara interna de los muslos que me hace avergonzarme. Él esta agarrándome, riéndose del orgasmo más brutal que he tenido nunca durante la penetración con alguien.

Lame de mi cuello pasando sus manos por detrás de mis muslos, y con cierto esfuerzo se pone en pie conmigo colgando de su nuca y mis piernas apoyadas en sus hombros, me asombro al ver que me deja caer contra una pared, sin cambiar de postura, hasta que su miembro me vuelve a perforar. Acomoda los cuerpos, y me suelta hasta quedar encajada a la perfección, sintiendo tal latigazo en la espina dorsal al notarle dentro, que casi me vuelvo a correr de sentir su falo abriéndome otra vez. Literalmente está empotrándome contra un muro, con mis tobillos por sus orejas, y creo que si sigue así me va a partir por la mitad, llego a rozarme las rodillas con los pechos de las acometidas que me da, y pese a que la postura es incómoda, el placer es indescriptible.

Tras unos minutos se cansa, y me baja, pasa las manos por los muslos desde atrás y me hace dar un salto para montarme sobre él, rodeándole con las piernas. Me besa mientras orienta su miembro y me lo vuelve a clavar sujetándome del culo, y de nuevo, reboto a su gusto, queriendo no dejar de sentir su miembro friccionándome. Echo la cabeza hacia atrás poseída, aprovecha para lamer mis senos, justo entre los dos, y me vuelve a apoyar contra la pared, es demencial sentir que te clavan con esa virulencia.

No tardo ni cinco minutos y rompo a gritar otra vez, el espasmo es tan grande que creo que me ha dado un ataque epiléptico, no tengo control sobe mi cuerpo, y gracias a dios, veo que empieza con penetraciones más largas y pausadas, bufando como un toro.

– YO: Sácala. – imploro.

Asiente, y me da tres golpes de cadera que me elevan, estirando el placer residual. Me deja en el suelo pero caigo rendida, se quita el condón y agarro aquel mastodonte de carne, masturbando con firmeza. Ya da cabezadas y a las pocas sacudidas revienta expulsando semen, pareciera que llevara años sin eyacular, el suelo y un sillón quedan manchados, con bramidos saliendo de su garganta.

Se sienta cogiéndome de la mano tras tomar aire, la forma de su boca ovalada, con los labios salientes, bien me recuerdan a los musculosos del gimnasio, cuando han hecho un gran esfuerzo pero hubieran levantado cien kilos con suficiencia. Me arrastra a su regazo y me besa, forzando a seguirle en su depravada sesión de sexo. Mete su mano entre mis muslos ante mi sorpresa, y recoge mis flujos vaginales, ante mis ojos, se lame los dedos y me dice que estoy deliciosa. Es algo novedoso para mí, hasta me da reparo, pero después de la follada que me ha pegado, no voy a criticarle nada.

– YO: Eres un animal, me has dejado rota. – susurro mientras me chupa el cuello.

Baja a lamerme los pechos, y lo hace acelerado, parece que su tórax fuera a explotar con una respiración agitada, y me trata con cierta brusquedad. Supongo que la sensación de chupar un seno siempre calma a los hombres, y se va sosegando. Trato de levantarme, pero tira de mí, pellizcándome los pezones un poco, riéndose a carcajadas.

Me quita de encima al minuto, y empieza a vestirse, yo recupero el aire un instante sentada en un sofá, me duelen mis paredes vaginales. Cuando me voy a vestir, y quiero pedirle mi tanga y mi sujetador, el chico ha desaparecido. La cabeza me da vueltas, me pongo los shorts y la camiseta, y me voy a un baño anexo. Me lavo como mejor puedo, y salgo a buscar a mi adonis particular.

Un grupo de gente dispersa me mira con ojos perversos, no esperaba que me hubiera escuchado follar media discoteca, tampoco es que me esperara semejante macho cabrío.

Me acerco a preguntar a las camareras, que están recogiendo, que con sonrisa cómplice, y algo de disimulo forzado, me dicen que el chico es Jimmy, nombre comercial, que es un boy habitual de las despedidas de soltera que montan allí, y que no hace falta que me sienta mal porque se fuera ya, a ellas les ha hecho el mismo “número”, y se las has tirado a todas. Una de ellas me pregunta si se ha llevado mi ropa íntima, le digo abochornada que sí, y me dice que no le busque para que me las devuelva, ella lo hizo, y estuvo tres días sin salir de su cama.

Salgo entre enfadada y ofuscada de la discoteca. Voy de mujer madura y capaz, y en menos de un mes, me deja plantada un médico de tres al cuarto, y un boy que me ha robado la ropa interior. Me siento estúpida y sucia, quiero llorar, pero no me sale, tal vez porque aunque me haya usado, al menos me ha echado el polvo de mi vida, es recordarlo y me resiento por dentro. Por la calle noto que la gente me mira, es imposible pero creo que saben lo me ha pasado, y se ríen de mí.

Tras tres calles al fresco del amanecer, con el cansancio y la lejanía con mi casa me decido tomar un taxi. Me cruzo de brazos al observar que el taxista clava sus ojos al sentarme, mis pezones marcados bajo la fina tela de la camiseta son llamativos, y me arrepiento de haber caído como una idiota en las garras de un capullo por el trayecto.

Sé que ha sido una tontería, pero es lo que los errores tienen el inconveniente de que follan de vicio.

De inmediato pienso en Javier, y su razonamiento sobre las mujeres, y no tengo más remedio que darle la razón, nos ponen a un chico guapo delante con algo de maña, y nos dejamos llevar, mientras que los buenos hombres se tiene que conformar a esperar que alguna se fije en ellos.

Solo al llegar a casa y pagar al chofer, que me dedica un “Guapa” que me duele en el alma al bajarme, recuerdo que tengo invitados. Miro el móvil y veo un par de mensajes, uno es de mi hijo avisándome de que todo está bien, y otro del joven que ha usado mi casa de picadero. Me escribió hace un rato, diciendo que ya está, que se ha acostado con Celia, que ha sido maravilloso, que le perdone pero lo han hecho en mi cuarto, y que ha querido recoger, pero la chica se quería ir a casa, y ha tenido que ir a acompañarla. No sé cómo reaccionar a esa información, si triste o feliz.

Por ahora, subo a mi casa cogiendo las llaves de emergencia de un macetero del rellano, y me pego una ducha rápida para tratar le lavar mis pecados, notando un leve escozor entre mis muslos. Me pongo unas braguitas de abuela y un camisón cuando me voy a la cama. Está algo desordenada, pero no hecha un desastre, y estoy agotada, ya cambiaré las sábanas por la mañana.

Es al tumbarme cuando noto al instante el aroma del la potente colonia de Javier, el del perfume de ella, y un ligero hedor a sudor y sexo. Imagino lo que habrá pasado, y de pensar en Javier tomándola como me han poseído a mí, me revuelco en busca de su esencia. Me quedo dormida retozando, algo abstraída, mirando la hora. Son casi las siete de la mañana.

El despertador suena puntual a las diez, gimo y me hago la remolona, con un dolor de cabeza tenue, me quedo mirando la bolsa del gimnasio en la silla de la habitación, y decido que ayer ya me moví suficiente. Apago la alarma, pongo el móvil en silencio, y me quedo abrazada a la almohada, pensando que es cierto galán muy educado, al menos, huele a él.

Un portazo me despierta. Miro la hora y suspiro de gusto al ver que son las dos de la tarde, bostezando y desperezándome, la resaca sigue pero estoy más entera. Voy al baño y salgo al pasillo, no veo a nadie y me dirijo al cuarto de Carlos, como pensaba, ha dejado su mochila en el suelo y se ha tumbado a dormir vestido y todo. “Espero que hayas tenido mejor fin de semana que yo, hijo.”, le dejo descansar.

Me voy a la nevera, y me hago un bocadillo con un té desintoxicante, para eliminar el alcohol de ayer. Me lo tomo a solas en la mesa de la cocina, repasando un poco todos los acontecimientos, la cena con Javier, la charla en el sitio de los botellines, el pub, los consejos con Celia, Fran y su insistencia, la discoteca, el boy… “Aburrirme no me aburrí.”, bufo por mi comportamiento de niña tonta. Estoy algo magullada, y me duele todo, creo que es por bailar tanto, pero el tal Jimmy tiene más papeletas para ser el culpable.

Me voy a mi cuarto y cambio las sábanas, me miro en el espejo y me tengo que quitar el camisón y ponerme una camiseta vieja, para tapar el enorme morado del chupetón que me hicieron ayer, luego cojo el móvil y me estiro en el sofá del salón. Al mirar la pantalla veo muchos mensajes de Javier, leo por encima que todo fue bien, y que se despidió dándola un beso tierno en su portal, que han quedado hoy otra vez para salir a pasear, y que me está eternamente agradecido. Me pide que le llame en cuanto pueda, da igual la hora, pero no estoy de ánimos para saber lo maravilloso que fue acostarse con otra en mi cama, mientras a mí me camelaban como a una quinceañera.

Me echo a ver alguna película mala, y al par de horas Carlos sale de su habitación, buscando algo de comer. Me obligo a ser su madre, y voy a prepararle algo, así charlo con él, y compartimos experiencias mientras devora lo que le hago.

– YO: ¿Qué tal te ha ido?

– CARLOS: Bien, he estado en casa de una chica…no sé, ha sido diferente, no hemos estado haciendo nada raro, pero me lo he pasado bien. – es delicado, sabe que ahora me molesta su actitud algo chulesca con las chicas.

– YO: Me alegro, quizá así encuentres a una de las buenas.

– CARLOS: ¿Y tú, que tal te fue con estos? – no atino a responder de primeras.

-YO: Divertido, fue algo extraño, pero me lo pasé bien, salvo un pequeño incidente con Fran, que se propasó, todo fue…genial. – tampoco es que esté mintiendo.

– CARLOS: Ya, es que es un poco idiota con un par de copas encima, ya hablaré con él.

-YO: No creo que haga falta, ya le puse en su sitio, pero si te dice algo, dile que lamento lo ocurrido.

– CARLOS: ¿Y tú amigo Javier? – sonríe con malicia.

– YO: Pues que yo sepa, se lió con una chica, y se ha acostado con ella…- el retintín me sale exagerado.

-CARLOS: ¡No jodas! Pero si es un estirado, ¿A quién?

– YO: Pues a un chica rubia que le gustaba del grupo…Celia. – empieza a reírse.

-CARLOS: Jooooder, pero si a esa me la quiero tirar yo, es un bombón de niña, qué cabrón, ¿Cómo?

– YO: Pues le di unos consejitos, pero creo que se basta él solo, no sé más.

-CARLOS: Qué mamón…

La verdad es que esperaba una reacción más negativa ante la noticia, Carlos parece molesto con los éxitos de los demás, pero en este caso, sonríe y parece que le gusta lo que ha pasado.

Se va a su cuarto y yo regreso a mi sofá. Trasteo con el móvil, pensando en la conversación con Carlos, y me pica la curiosidad. Marco el número de Javier, y espero que dé tono, cuelgo, y vuelvo a llamar, no entiendo mi nerviosismo. Me calmo, y al final le llamo de verdad.

– YO: Hola Javier, perdona que no contestara antes, es que estaba molida.

– JAVIER: No pasa nada, espero que ayer, al irme de la discoteca, no sufrieras mucho. – pienso en el falo enorme del boy.

– YO: No…nada que no aguante. ¿Para qué querías que te llamara?

-JAVIER: Pues lo principal, para darte las gracias, fue casi perfecto.

– YO: ¿Casi? Cuenta, cuenta…

-JAVIER: ¿De verdad?

-YO Soy tu profesora, quiero evaluar los resultados de mi alumno. – me invento, la curiosidad me mata de repente.

– JAVIER: Pues…fuimos a tu casa, cogidos de la mano y besándonos a cada semáforo, o al parar para comprar condones. Subimos y ya en la puerta se me echó encima, fue algo improvisado, y la metí en el primer cuarto que vi, el tuyo. Discúlpame por lo de las sábanas…

– YO: Nada, tú sigue.

-JAVIER: Es que no sé, la recosté en la cama y me tumbé encima, nos besábamos, y acariciábamos, y llegó un punto en que ella se fue al baño, y cuando salió…estaba desnuda.

-YO: Una chica directa…

-JAVIER: Sí, y menos mal, se me dan faltan los sujetadores y eso, así que me desnudé como un rayo, se reía de mi torpeza, pero…se… se serenó al verme desnudo poniéndome el condón. La tumbé sobre mí, boca arriba, y bueno…empezamos. – tengo necesidad de saber con detalle lo que pasó, pero no quiero parecer una fisgona.

-YO: ¿Y al acabar?

– JAVIER: Fue algo rápido, a mi me hubiera gustado quedarnos abrazados durmiendo, pero ella vio la hora y se preocupó por sus padres, así que nos vestimos a toda prisa y la acompañé hasta su casa. Fuimos agarrados del brazo y al llegar me despedí con un beso en la mano, pero ella me cogió de la cara y me besó con dulzura…uf, es una gran chica. – sentencia.

– YO: Eso parece, me alegro por ti, y Javier, trátala bien, eh.

– JAVIER: Por supuesto, si hemos quedado para tomar un helado y pasear a Thor. – “Mierda, eso lo hacía conmigo.”

– YO: ¿Ves cómo no era tan difícil?

– JAVIER: Porque me ayudaste, si no, aún está esperando que la toque el culo…- me saca una carcajada.

– YO: Qué bobo eres.

– JAVIER: Por cierto, tengo las llaves de tu casa, ¿Cuando me paso a devolvértelas?

– YO: No hay prisa, cuando quieras.

-JAVIER: Pues el lunes entonces, que voy a comer a tu casa, si no te has arrepentido del ofrecimiento.

-YO: Ni mucho menos, estaré encantada, y así hablamos.

– JAVIER: Un abrazo… Laura, eres la mejor.

-YO: Anda, galán…un beso.

Me quedo algo entusiasmada, no sé el motivo, pero creo que Celia ha logrado que mi relación con Javier sea más normal. Al menos eso espero, no puedo seguir haciendo el idiota por ahí, estoy cometiendo errores bobos y no me lo puedo permitir, mi vida es algo más que estar sola en casa o que un capullo me folle para dejarme tirada.

Realizo varias llamadas por la tarde, a las amigas del gimnasio para que no se preocupen al no verme hoy, y a Carmen, que me dice que su marido está fuera y que ahora no podía hablar, que tenía que atender al hijo de un vecino en su bloque.

Paso el resto del día haciendo la colada, y con ciertas rutinas de la casa, tratado de no pensar en Javier y Celia paseando o jugando con el perro. A la cena, Carlos sale de su cuarto hablando por el teléfono, es una chica, he oído alguna de esas conversaciones, pero esta parece que le hace “tilín”, nunca le he visto hablar más de tres minutos con una, sin pedirla quedar en un futuro cercano, y lleva casi diez entre cháchara y risas.

Al acabar, se vuelve sin decirme nada a su cuarto, y yo preparo unas palomitas para ver una película. Me quedo dormida en el sofá, y hasta las tres de la mañana no me despierto, me voy a mi cuarto y me quedo en la cama retozando hasta que suena la alarma.

Continuará…

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