OBSESIÓN POR MI CUÑADO (PARTE 1 DE 2)
23 de junio. 3 de la mañana.
Supongo que la mayor parte de las personas son incapaces de precisar el momento exacto en que su existencia da un vuelco. No es mi caso, yo sí puedo afirmar que fue en ese día y a esa hora cuando mi vida cambió. Bueno, no es exacto. Ese fue el instante en que mi vida empezó a cambiar.
Como es normal, a esas horas de la madrugada yo estaba profundamente dormida, compartiendo el lecho con Juanjo, mi marido, cuando el teléfono empezó a sonar, despertándonos sobresaltados.
Aunque segundos antes ambos estábamos fritos, el insistente timbre bastó para despabilarnos de golpe, mirándonos el uno al otro con un nudo en la garganta, asustados, pues, obviamente, nadie te llama a las 3 de la mañana para darte buenas noticias.
–          Có… cógelo, anda – animé con voz temblorosa a Juanjo, que no acababa de decidirse a descolgar, la vista clavada en el teléfono como si fuera una bomba a punto de explotar.
–          ¿Dígame? – dijo por fin mi marido – Sí, soy yo…
La expresión que se dibujó en su rostro bastó para confirmarme que algo terrible había pasado. Aunque esté feo el decirlo, lo cierto es que, interiormente, experimenté cierto alivio, pues comprendí que, si la mala noticia estuviera relacionada con mi familia, habrían preguntado por mí y no por él.
Juanjo alzó la vista, sin dejar de atender al teléfono y leí en su mirada que algo horrible había pasado. ¿Sería su hermano, Iván? No, no podía ser, ese chico jamás se metía en líos y, además, estaba interno en el colegio hasta final de mes.
Entonces… sus padres. Los adinerados señores Moraga. Estaban de viaje en Costa Rica, pues Manuel tenía que dar un par de conferencias… pero no podía ser, si habíamos hablado con ellos el día anterior…
Pero sí que eran ellos.
Minutos después, le servía a mi marido un café bien cargado, rociado con una generosa dosis de coñac, tratando de devolver el color a sus mejillas.
–          Joder – decía Juanjo sin despegar los ojos del suelo – No puedo creerlo. Accidente de coche. No puede ser…
Abracé a mi esposo con fuerza, estrechándole contra mi pecho, tratando de consolarle. Pobrecito, huérfano a los 30 años, sólo de pensar que algo así les pasara a mis padres…
–          Y el pobre Iván… ¿Qué va a hacer ahora? Joder, Nieves, todavía no puedo creerlo… ¿Me traes una aspirina? La cabeza me va a estallar.
Mientras buscaba las pastillas en el baño, me puse a pensar en Iván, el hermano pequeño de Juanjo. A sus 17 años, se pasaba la vida interno en el colegio de Zaragoza, pues sus padres, que estaban siempre de viaje, no podían dedicar tiempo a su educación.
Yo, en realidad, no estaba demasiado afectada por la muerte de mis suegros, pues realmente no les tenía especial aprecio. Siempre me parecieron unos snobs, que miraban a la gente a la que consideraban inferior (yo, por ejemplo) por encima del hombro. Nunca tuvieron tiempo para sus hijos, aunque, por fortuna, Juanjo salió bastante independiente y no acusó en exceso la falta de cariño paterno. En cambio Iván, el sensible Iván, era harina de otro costal.
……………………………………..
Los siguientes días los pasé separada de mi marido, que tuvo que tomar el primer vuelo disponible a San José para hacerse cargo de los trámites de repatriación de los cadáveres, para lo que tuvo que ponerse en contacto con la embajada.
Aunque, antes de irse, se vio obligado a pasar por el mal trago de darle la noticia a Iván. Por fortuna, en aquel entonces vivíamos en Soria, relativamente cerca de Zaragoza (un par de horas), por lo que le dio tiempo a pasar a recogerle al internado.
–          Me lo llevo conmigo Nieves – me comunicó Juanjo por teléfono – Ya sé que no es muy buena idea hacerle pasar por esto, pero creo que sería peor dejarle solo.
Así que los dos hermanos cruzaron el océano para traer de vuelta a España a sus padres y poder así enterrarlos en Madrid, de donde eran ambos, en el pequeño panteón que la familia poseía.
Todos los días Juanjo me llamaba para tenerme al tanto de todo y yo siempre aprovechaba para pedirle que me pasara con Iván, para charlar un poco. Juanjo me contaba que le veía bastante deprimido y apagado, como si no acabara de creerse que aquello hubiera sucedido y lo cierto era que yo también percibía en nuestras conversaciones que su estado de ánimo no era muy bueno.
Iván siempre se había mostrado muy amable y cariñoso conmigo, un encanto de chico y ahora, cuando hablaba con él, lo único que obtenía eran respuestas monosilábicas. Me daba muchísima pena.
–          Cariño – le dije a Juanjo cuatro días después de su marcha – He estado pensando mucho en Iván.
–          Sí, yo también lo he hecho – me respondió mi marido.
–          Oye, ¿qué te parecería… que se viniera a vivir con nosotros? Ese internado tiene que ser un lugar horrible. Y total, ya le queda sólo un año para ir a la universidad…
–          ¿En serio nena? – me respondió mi marido con voz animada – ¡No sabes el peso que me quitas de encima! Yo había pensado lo mismo, pero no sabía qué pensarías tú y no se me ocurría cómo proponértelo…
–          Pero mira que eres tonto. Sabes que quiero mucho a Iván. Me hará muy feliz que se venga con nosotros.
Y así quedó sellado mi destino.
………………………….
A Iván la idea le pareció maravillosa. Casi se echa a llorar por teléfono, dándome las gracias con tanta efusividad que hasta me hizo sentir incómoda. Pobrecito, qué mala suerte había tenido con unos padres así. No es que me alegrara de que hubieran muerto, pero al pobre chico le iría mucho mejor sin ellos, de eso estaba segura.
Por lo menos logramos que se animara un poco. Al parecer, la incertidumbre sobre su futuro era uno de los motivos por los que estaba tan taciturno.
Un par de días después, los hermanos regresaron a España. Yo les esperé en Barajas, recibiéndolos a ambos con un buen beso y un fuerte abrazo, tratando de transmitirles mi cariño y mi apoyo.
Los de pompas fúnebres se hicieron cargo de los señores Moraga, mientras yo llevaba a los hermanos al hotel donde había reservado dos habitaciones contiguas. Tras almorzar, nos reunimos en la que compartía con mi marido y les puse al día de lo acontecido en su ausencia.
Los abogados de sus padres se habían puesto en contacto conmigo, pero tan sólo habíamos podido concertar una cita, pues era con Juanjo y con Iván con quienes tenían que tratar.
Yo me había encargado además de transmitir la dolorosa noticia a los parientes y amigos de sus padres, utilizando para ello una agenda que Juanjo me dio. La verdad es que no fue plato de gusto tener que encargarme de eso, pero no dije nada, pues mucho peor era lo de ellos.
El entierro era a las doce de la mañana siguiente, así que, tras levantarnos, tuvimos tiempo de desayunar sin prisas, aunque charlamos poco, sumidos en nuestros propios pensamientos.
Lo cierto era que ninguno de los dos parecía estar destrozado por el dolor, cosa que no me sorprendió demasiado, pues era plenamente consciente de que no había mucho amor entre ellos y sus padres.
Después de desayunar, volvimos a los cuartos a cambiarnos. Juanjo, como siempre, se vistió como un rayo y bajó a recepción, pues había quedado allí con unos familiares que venían de fuera.
Yo, sabiendo que íbamos bien de hora, me di una ducha rápida para refrescarme, poniendo buen cuidado en no mojarme mi rubio cabello. Me puse la ropa interior y las medias, todo de color negro y una falda oscura.
Salí del baño vestida únicamente con la falda y el sostén, dirigiéndome al armario para sacar la blusa negra que había escogido. Me la puse sin abrochar y me dirigí a la cama, pues tenía la molesta sensación de que no había fijado bien el liguero.
Me senté en el colchón y me subí la falda, afanándome en colocar correctamente la media rebelde para poder cerrar bien el broche. Cuando estuvo bien colocada, estiré la pierna, deslizando mis manos sobre la sedosa tela, mientras experimentaba un ramalazo de orgullo al admirar mis bien torneadas piernas.
–          Tienes buenas cachas, nena – dije para mí sin poder evitar sonreír.
Justo en ese momento, algo me hizo levantar la mirada, encontrándome con Iván, que me miraba subrepticiamente desde su cuarto a través de la puerta de comunicación, que estaba entreabierta.
–          Yo… lo… lo siento – balbuceó poniéndose coloradísimo – Quería ver si estabas lista. Yo… Perdona…
En un acto reflejo (sintiéndome también un poquito avergonzada porque me hubieran pillado en plena sesión narcisista) bajé la pierna con rapidez, poniéndome bien la falda.
Iván seguía mirándome fijamente, lo que me hizo notar que aún llevaba la blusa abierta, brindándole al muchacho un buen primer plano de mis senos embutidos en lencería fina.
Abochornada, cerré la blusa con la mano mientras el joven, aturrullado, apartaba la vista clavándola en el suelo.
–          Te… te pido mil perdones. Yo no pretendía…
–          Tranquilo, no pasa nada – respondí un poco más serena – Pero la próxima vez acuérdate de llamar.
–          Sí, sí, claro – dijo el chico alzando la vista de nuevo hacia mí – Te ruego que me disculpes. Yo…
–          Que no pasa nada, tonto – le interrumpí – Anda, espérame en tu habitación, que en cinco minutos estoy lista. Yo te aviso.
–          Vale – asintió Iván, cerrando la puerta sin atreverse a mirarme directamente.
Sin darle mayor importancia al suceso (era algo normal a su edad), me puse en pié frente al espejo y empecé a arreglarme, observando con satisfacción mi propio reflejo. La verdad es que aquella ropa me sentaba muy bien, de hecho, de haber sido la falda un poco más corta hubiera sido un conjunto más que apropiado para salir por ahí de marcha.
Pobre Iván, seguro que había alucinado viendo a su cuñadita en paños menores. ¡Qué mono! Ahora que había pasado el mal trago encontré el suceso bastante gracioso. Pobrecito, seguro que en el internado de chicos no había visto nunca a una chica tan ligera de ropa…
–          Y menos a una tan guapa – me dije sonriéndome a mí misma en el espejo – No me extrañaría mucho que ahora mismo estuviera dándole a la zambomba en su cuarto…
Entonces me acordé de que ese día era el funeral de sus padres, con lo que la sonrisa se me borró de golpe. No sé en qué estaría pensando.
Un poquito avergonzada, terminé de arreglarme, me maquillé muy ligeramente y me reuní con Iván, que aún se veía bastante azorado.
………………………………..
Luego la misa, el funeral, Juanjo e Iván ayudados por unos familiares portando los ataúdes y metiéndolos en el coche fúnebre… Un día duro.
Me sorprendió la cantidad de gente que vino al sepelio, aunque no vi a nadie que pareciera estar verdaderamente apesadumbrado. Muchas caras serias y eso, pero no pude evitar preguntarme cuantas de aquellas personas estarían allí por compromiso y cuantas porque lo sintieran de verdad. Soy un poco mala, lo sé.
Por fin todo terminó y dejamos a los pobres señores Moraga reposando en el panteón. Me pregunté si algún día yo también acabaría allí dentro como miembro de la familia. Poco me imaginaba entonces que no iba a ser así.
Fuimos los últimos en marcharnos, pues, lógicamente, todo el mundo quería darnos el pésame. Aguanté el tirón lo mejor que pude, poniendo cara de pena y dando las respuestas adecuadas a las expresiones de condolencia, aunque mi mente vagaba lejos de allí, preguntándome qué íbamos a hacer a partir de entonces.
Juanjo y yo habíamos hablado un poco, pero aún no teníamos nada claro lo que íbamos a hacer. Aún había que hablar con los abogados, ver el testamento y, sobre todo, hablar con Iván. Ahora era más que nunca parte de la familia y tanto Juanjo como yo queríamos que su opinión contara.
Finalmente, los últimos asistentes se marcharon, exceptuando al tío Carlos y su esposa, un hermano septuagenario del difunto Manuel, que permanecían con nosotros, pues Juanjo se había ofrecido a llevarlos a su hotel en coche, ya que estaban muy mayores y no se fiaba de dejarlos tomar un taxi.
Caminamos lentamente hacia donde estaba aparcado el coche. Yo llevaba cogido del brazo a Iván, pegadita a él, intentando no sólo trasmitirle mi afecto, sino también demostrarle que el incidente del hotel estaba más que olvidado.
El pobre caminaba a mi lado sin decir ni mu, mirando únicamente donde ponía los pies. Juanjo iba un poco adelantado, junto a los ancianos, escuchando con paciencia cómo su tío rememoraba anécdotas de la niñez junto a su hermano.
En cierto momento, me pareció sentir cómo el brazo de Iván se apretaba contra mí, presionando ligeramente contra mi seno, pero la sensación pasó enseguida, así que pensé que lo había imaginado.
Tío Carlos se sentó en el asiento del pasajero, junto a Juanjo y los demás nos ubicamos detrás, sentándome yo entre la anciana y mi cuñado.
La verdad es que el pobre me daba mucha pena, pues me había parecido que realmente era el único sinceramente triste en el funeral.
Sin pensarlo, rodeé sus hombros con un brazo, atrayéndole hacia mí y dándole un cariñoso beso en el pelo. No sé, me sentía conmovida y el instinto maternal se despertó en mí, supongo.
Él no se resistió, ni protestó porque le estuviera tratando como a un crío, limitándose a dejarse abrazar y a reposar la cabeza en mi hombro. Alcé la vista y me encontré con la mirada aprobadora de Juanjo, que me sonreía desde el espejo retrovisor.
Al poco rato empecé a sentirme un poquito agobiada por ir tan pegada al chico, pero me faltó valor para apartarme, así que no dije ni pío. Por fortuna, Juanjo subió el aire acondicionado, con lo que el ambiente se refrescó.
Fue justo entonces cuando, al mirar hacia abajo, me di cuenta de que llevaba un botón de la blusa desabrochado y por el hueco se podía ver perfectamente el borde de encaje del sujetador.
Comprendí que Iván, con la cabeza apoyada en mi hombro, disponía de un magnífico primer plano de mi teta izquierda, lo que provocó que un ramalazo de vergüenza me azotara.
Durante un segundo, estuve a punto de apartarle para poder abrochar correctamente el descarado botón, pero entonces pensé en lo triste que estaba el pobre y el día tan duro que llevaba y me dije:
–          ¡Qué demonios! Déjale que mire, que no se van a gastar. Y si así consigo que deje un poco de pensar en su padres… pues perfecto.
Así hice como que no me había dado cuenta, por lo que seguí el resto del trayecto permitiéndole a mi cuñado que se recreara la vista espiando mi escote.
……………………….
Esa misma tarde tuvimos la reunión con los abogados. No hubo sorpresas. Quitando algunos legados menores, toda la fortuna de los Moraga pasaba a sus hijos en partes iguales, aunque Iván no podría entrar en posesión de lo suya hasta cumplir los 18. De todas formas, el chico no se mostró muy interesado en ese tema.
Juanjo  aprovechó para indicarles a los abogados que tramitaran la custodia de Iván, que pasaría a nosotros hasta su mayoría de edad. Eso sí que alegró al joven, que veía confirmada su esperanza de vivir bajo nuestro techo.
Y conseguimos hacerle realmente feliz cuando, esa misma noche durante la cena, le anunciamos que no tenía por qué volver al internado el curso siguiente si no quería y que podía matricularse en el instituto que le diera la gana.
–          Cuando decidamos donde vamos a vivir, claro – sentenció mi marido.
Y es que ese era otro tema.
Juanjo y yo residíamos en Soria por motivos de trabajo. Yo era traductora en una pequeña editorial, por lo que trabajaba casi siempre desde casa. Juanjo, en cambio, que era arquitecto, trabajaba en un estudio de la ciudad.
Pero ahora, con los fondos obtenidos con la herencia, se abría ante él la oportunidad de hacer realidad su sueño: abrir su propio estudio.
–          Piénsalo, Nieves. Podríamos venirnos a Madrid, nos mudamos a casa de mis padres… bueno, ahora es nuestra casa. Yo puedo alquilar una oficina, dinero no me falta, contratar unos ayudantes…
Para qué entrar en detalles. Teníamos la oportunidad, teníamos los medios y teníamos las ganas. A Iván le pareció fantástico, pues los pocos amigos que tenía fuera del internado eran de Madrid.
Yo, por mi parte, no tenía problemas con el trabajo, podía hacerlo igual en Madrid que en Soria, pues casi todo era vía internet. Y total, si tenía que pasarme por las oficinas, en un día podía ir y volver, o como mucho quedarme una noche.
Así que nos trasladamos a Madrid, a la antigua casa de mis suegros. Era un bonito chalet situado fuera de la ciudad, en un paraje muy tranquilo, pero bastante bien comunicado.
La casa tenía dos plantas, dos amplios salones, una cocina en la que cabría el piso entero de mis padres, varios cuartos de baño… y un jardín espectacular, con un bungalow de auténtico lujo y una piscina de impresión.
Así que la jovencita Nieves Santiago, que tres años antes se casaba con el apuesto Juan José Moraga, pasó en un visto y no visto a vivir en un pisito de 100men Soria, a hacerlo en un chalet de cinco estrellas en la capital. No estaba mal para una joven soriana.
………………………………..
Los siguientes días fueron frenéticos. Juanjo estaba hasta el cuello con lo del estudio nuevo. Ya tenía el local y había decidido asociarse con un antiguo compañero de facultad, pero, aún así, tenía mil cosas que resolver.
Así que Iván y yo nos encargamos de acondicionar la casa.
Tampoco es que hubiera mucho que cambiar, pues mis suegros tenían muy buen gusto y todo estaba muy bien amueblado, pero yo quería dejar mi huella allí, convirtiendo aquel lugar en mi verdadero hogar, transmitiéndole mi impronta.
Los Moraga tenían contratado un servicio de limpieza (jardinero incluido) que venía tres veces por semana y no vimos ninguna razón para cambiar. Además, mantuvimos también a Manoli, la cocinera, que venía de lunes a sábado un par de horas por la mañana, para preparar el almuerzo y la cena (que dejaba ya lista al marcharse).
No me costó nada aclimatarme a aquellos lujos con los que poco antes no hubiera soñado y enseguida me acostumbré al ritmo de la casa.
Iván, por su parte, se mostraba mucho más animado y nuestra relación se hizo más estrecha. Como quiera que aquella era su casa, no tuvo mucho trabajo en colocar las cosas que había traído del internado en su propio cuarto, así que, muy amablemente, me echó una mano con las literalmente cientos de cajas con cosas de Juanjo y mías (sobre todo mías) que trajeron los de la mudanza desde Soria.
Es realmente increíble la cantidad de trastos que puede llegar una a meter en un piso; cuando los colocas todos juntos, te parece imposible que todo eso quepa en algo más pequeño que un hangar.
Y así empezó todo.
……………………
Llevábamos ya instalados en la casa tres días y yo aún no había desempacado ni una tercera parte de las cajas que habíamos traído.
Me lo tomaba con calma, pues no había prisa ninguna una vez abiertas las que traían la ropa de verano. Ayudada por Iván, abría con calma una caja, por ejemplo de libros, les quitábamos el polvo y los colocábamos en estanterías.
Pero claro, yo no iba a conformarme con simplemente ordenar mis cosas, así que se me ocurrió que no estaría mal darle una manita de pintura a los dormitorios y, ya que estábamos en ello, le propuse a Iván que lo hiciéramos nosotros mismos, para divertirnos.
Dicho y hecho; obligué al pobre chico a ayudarme a sacar todos los trastos que ya habíamos ordenado y a pintar las paredes y techos. Usaba al pobre chaval como ayudante, ya que no podía disponer de Juanjo ni un minuto. Me ayudó a escoger los colores (de entre cientos de muestras), me acompañó a comprar la pintura, a escoger las cortinas…
–          Todo esto lo hago para que aprendas para cuando tengas novia – le dije medio en broma tras pasarnos dos horas viendo catálogos – Ahora ya sabes lo que te va a tocar aguantar… Ésta es la parte mala.
–          ¿Y cuál es la buena? – preguntó.
–          El sexo, por supuesto – respondí con picardía.
El pobre se puso coloradísimo, justo como yo pretendía. Me encantaba burlarme un poquito de él, en parte para vengarme del incidente del hotel.
Bueno, de aquello y de todo lo que pasó después, ya que el chico no paraba de lanzarme miraditas disimuladas siempre que podía. Más de una vez le pillé mirándome el culo o asomándose por el cuello de una camiseta a ver qué lograba ver.
Yo no le daba la menor importancia, pues era perfectamente normal en un chico de su edad el sentirse atraído por una mujer pocos años mayor que él. Y además, es justo reconocer que su atracción me halagaba e inflamaba bastante mi ego. Me gustaba sentirme deseada.
Ojalá Juanjo hubiera mostrado el mismo interés. Quizás así no habría pasado lo que pasó. Bueno, sólo quizás…
…………………………
Recuerdo que había sido un día de muchísimo calor y había acabado derrengada de ordenar trastos. Había almorzado con Iván, charlando tranquilamente de las cosas que aún nos quedaban por hacer.
Como siempre, el hacendoso chico se encargó de recoger la mesa mientras yo le mandaba un mensaje por el móvil a Juanjo. Cuando acabó, se sirvió un zumo de la nevera y me preguntó si quería, a lo que respondí afirmativamente.
Nos sentamos a reposar la comida en el salón, bebiéndonos tranquilamente el zumo. Cansada como estaba, me entró una morriña que te mueres, así que acabé tumbándome en el sofá, donde me quedé frita.
Cuando desperté, un par de horas después, me sentí bastante aturdida, aunque pasó tras un par de minutos. Me sentía un poco incómoda, pues el sujetador se me había movido mientras dormía. Me lo puse bien y llamé a Iván con un grito, respondiéndome él desde el piso de arriba.
Tras pasar por la cocina para beber agua (tenía la boca muy seca), subí a reunirme con él. Mi cuñado, tan apañadito como siempre, había seguido pintando él solito, dejándome descansar.
Sonriendo, le abracé el cuello desde atrás y, poniéndome de puntillas, le di un beso en la mejilla por encima de su hombro. Al hacerlo, apreté bien las tetas contra su espalda, procurando que las sintiera perfectamente.
–          Un regalito por ser tan apañado – pensé para mí.
–          Eres un encanto, me dejas dormir tranquilamente y mientras sigues trabajando – dije, apartándome de él para inspeccionar su trabajo de pintura.
–          No… no es nada – respondió él todo aturrullado, supuse que por el abrazo – Parecías muy cansada y yo no tenía nada que hacer…
–          Ay, hijo – le dije sonriendo con picardía – Algún día harás muy feliz a alguna afortunada. Eres tan atento… A ver si tu hermano toma nota.
Se puso otra vez colorado, lo que me hizo sonreír. Me encantaba avergonzarle de aquel modo.
…………………………
El día siguiente pasó sin incidentes. Tocaba visita de las limpiadoras, que como siempre, le dieron un buen lavado de cara a toda la casa, mientras nosotros seguíamos ensuciando todo lo que podíamos con la pintura, logrando que en el suelo hubiera al menos tanta cantidad como en las paredes.
Un día después la escena se repitió. Iván y yo solos en casa trabajando, almuerzo en agradable compañía… Y luego siesta profunda en el sofá del salón.
Volví a despertarme a las dos horas, con la cabeza bastante obnubilada. Estaba un poquito mareada, pero, como la vez anterior, pasó pronto.
Me senté en el sofá, despejándome, las manos apoyadas en el asiento. Estiré el cuello a los lados, tratando de librarme del aturdimiento y, al mirar hacia abajo, me di cuenta de una cosa que me heló la sangre en las venas: llevaba la blusa mal abrochada.
No, no me refiero a que se hubiese abierto un botón, sino a que los botones estaban mal cerrados, de forma que sobraba un ojal al final, quedando uno de los botones sin abrochar. Y yo estaba segura de que antes no estaban así.
La comprensión de lo que podía haber sucedido se abatió como una ola sobre mí, estremeciéndome. No, no podía ser… ¿Iván?
En ese instante fui consciente de todas las miradas, todos los roces involuntarios… ¿Sería verdad? ¿Habría aprovechado mi cuñado para meterme mano mientras dormía? El otro día el sostén, hoy la camisa… Pero, ¿cómo era posible? ¿Cómo no me había despertado?
Y la respuesta apareció como un fogonazo en mi cerebro. La boca pastosa. Otra vez. ¿Me habría drogado? No, no podía ser… El zumo… Ese día había vuelto a ofrecerme un vaso… Imposible.
Revisé mi ropa, los shorts vaqueros, la camisa, la ropa interior, en busca de algo que delatase las maniobras de Iván, pero no hallé nada. Cada vez más nerviosa, miré a mi alrededor, buscando no sé qué y entonces la vi… una pequeña manchita brillante y pringosa en el suelo, junto al sofá.
Me agaché y la recogí con la yema del dedo, acercándomela a la nariz para olerla. Conocía aquel olor… lo conocía bien.
El resto de la tarde fue un infierno. No sabía qué hacer. ¿Se lo contaba a Juanjo? ¿Cómo hacerlo? Tampoco estaba segura al 100% ¿Y si me equivocaba?
Joder, mierda… ¿Qué hacer? Bien pensado, tampoco era tan grave… Estaba en la edad… Pero, ¡coño, que me había drogado! De no ser por eso, lo habría dejado pasar, poniendo más cuidado en no provocarle. Pero las drogas… la madre que lo parió, a saber qué me había dado.
Como Iván seguía pintando en un dormitorio, me colé subrepticiamente en su cuarto, revisando sus cajones. No tardé nada en encontrar una caja de somníferos. Faltaban varias pastillas. Me sentí un poco mejor, al menos no me había administrado ninguna droga rara, escopolamina de esa o como se diga. Era una estupidez, pero me sentí un aliviada.
Esa noche no pegué ojo, dándole vueltas y vueltas a qué hacer. Decidí no contárselo a Juanjo, al menos hasta estar segura. Y eso era lo que tenía que hacer, asegurarme, averiguar si había pasado de verdad o eran imaginaciones mías.
Y me decidí a atraparle. Dos días después (cuando no venían las limpiadoras) puse mi plan en marcha.
…………………………….
Sin embargo, nada pasó. Comimos tranquilamente, me ofreció un zumo como siempre, pero nada. No me entró sueño, así que seguimos ordenado cajas el resto de la tarde.
Me sentía confusa. ¿Lo habría imaginado todo? No, no podía ser. ¿Me estaría montando la película?
Decidí que había que subir las apuestas, tentarle para que entrara en acción, así que la siguiente tarde que nos quedamos solos, dije que no tenía ganas de trabajar, que me apetecía pasar el día en la piscina.
Estaba claro que él (fuera cierto o no que había abusado de mí) no iba a poner pega alguna a mis planes. Jovencito de 17 años pasando la tarde en la piscina con su guapa cuñada en bikini.
La verdad es que fue una mañana bastante divertida, lo pasamos bien tonteando en la terraza. En realidad fui yo la que tomó la iniciativa, pues él se mostraba bastante tímido, supongo que por sentirse intimidado por estar en compañía de una chica en bañador por la que se sentía atraído.
Me sentía extrañamente inquieta, nerviosa por si todo aquel asunto acababa por ser fruto de mi imaginación, así que quizás puse demasiado interés en tentarle. Me decía a mí misma que mi intención era salir de dudas de una vez por todas, aunque ahora, con la perspectiva que da la lejanía en el tiempo, tengo que admitir que quizás la falta de sexo que últimamente padecía jugó un papel determinante en mi comportamiento de ese día.
Y es que, desde el fallecimiento de sus padres, mis encuentros con Juanjo habían sido bastante esporádicos. Obviamente, al principio no le dije nada, pues no estaba bien presionarle para que me echara un polvo con sus padres recién enterrados, pero claro, fueron pasando los días…
Y no es que no hubiéramos hecho nada, pero desde que estábamos en Madrid, Juanjo regresaba siempre tan tarde y tan cansado… Cuando yo me insinuaba, él me contestaba que estaba agotado, que estaba siendo muy duro poner el negocio en marcha… joder, creía que éramos nosotras las del dolor de cabeza…
Leo estas líneas y me doy cuenta de lo que intento es excusarme a mí misma, convencerme de que lo que pasó no fue culpa mía, que tenía motivos…
En definitiva y retomando el relato de los hechos, he de admitir que esa mañana en la piscina traté de “calentar” un poco a mi cuñado, buscando que pusiera en marcha sus planes y así poder pillarle in fraganti.
Usé todo el arsenal de técnicas que tenía y algunas nuevas que me fui inventando sobre la marcha.
Le hacía ahogadillas cuando estábamos en el agua, procurando que mis tetas se apretaran bien contra él, llegando incluso un par de veces a frotárselas por la cara; me salía de la piscina por el borde, sin usar la escalera, asegurándome de que la braguita del bikini estuviera bien hundida entre mis nalgas; me agachaba frente a él, de forma que tuviera un buen primer plano de mis pechos embutidos en el bikini…
El pobre parecía a punto de estallar, se pasó toda la mañana colorado como un tomate. Yo me sonreía interiormente, divertida por el aturrullamiento del pobre Iván. Y los esfuerzos que hacía para que no me diera cuenta del bulto en su bañador… ja, ja, me lo estaba pasando en grande riéndome a su costa, aunque he de reconocer que, en el fondo, me sentía halagada y un poquito excitada por la situación.
Pensé en pedirle que me untara aceite solar cuando me tumbé en la hamaca para tomar el sol, pero decidí no hacerlo, pues, si permitía que el chico me pusiera la mano encima, parecía capaz de correrse sólo con eso, con lo que quizás (una vez satisfecho, ja, ja), acabarían por arruinarse mis planes.
A eso de las dos entramos en la casa para almorzar. Yo me quedé en bikini, liándome únicamente un pareo a la cintura a modo de falda. El pobre no podía evitar mirarme las tetas con disimulo, cosa que me encantaba.
Sí, ya lo sé, debo de parecer loca sintiéndome tan relajada con un chico que con toda probabilidad había abusado de mí después de drogarme, pero no sé, supongo que en el fondo le creía inofensivo y que todo aquello había pasado debido a su inexperiencia en tratar con chicas.
Pensaba que, una vez descubierto el pastel, podría ayudarle a superar sus problemas y conseguir así que fuera capaz de mantener una relación normal con una mujer. Me sentía casi como una madre tratando de ayudar a su hijo.
Una madre 8 años mayor que su vástago y que además se sentía más que halagada por las miraditas que el chico le echaba…
Para acabar de rematar la faena, no se me ocurrió otra cosa que tomar vino con el almuerzo. Creo que fue una forma para armarme de valor ante lo que venía, aunque creo que resultó contraproducente, pues el alcohol me desinhibe.
No sé, quizás lo hice aposta.
Por fin llegó el momento. Acabamos de comer, recogimos los platos entre ambos y entonces Iván, visiblemente nervioso, me ofreció un zumo, que yo acepté tranquilamente con una sonrisa, aunque en realidad el corazón me iba a mil.
Intenté espiarle con disimulo, a ver si le pillaba en el proceso de echar el somnífero en el vaso, pero no vi nada raro, con lo que la duda persistía.
–          Allá vamos – pensé para mí.
Como quien no quiere la cosa, me llevé el zumo tranquilamente de vuelta a la piscina, tumbándome de nuevo en la hamaca tras quitarme el pareo. Me puse las gafas de sol y me tumbé, tratando de aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.
Por la mañana, previsoramente, había ubicado la hamaca justo al lado de uno de los desagües que había en el patio para recoger el agua de lluvia, con idea de vaciar el vaso en cuanto Iván se despistara un segundo.
Sin embargo, no hicieron falta tantas precauciones, pues el chico dijo que se iba un rato a su cuarto, dejándome sola en la terraza.
Las dudas me atormentaban, amenazando con volverme loca. Pero estaba decidida a no echarme atrás. El plan estaba en marcha.
Tras asegurarme que Iván estaba efectivamente en su cuarto, vacié con mucho cuidado el vaso en el desagüe, sin llegar a probarlo, a pesar de no estar segura de si estaba “aderezado” o no. Volví a tumbarme en la hamaca, fingiendo quedarme dormida mientras tomaba el sol, con lo que únicamente me quedaba esperar.
Pero aquello, que parecía ser lo más fácil de todo, resultó ser realmente duro. Permanecer allí quieta, sin mover un músculo, fingiendo estar bajo los efectos de la droga y esperando que mi cuñado me asaltara para atraparle…
Y lo peor era que no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si no había puesto nada en el zumo? ¿Y si no venía? ¿Y si me lo había imaginado todo?
Aún así, me las apañé para quedarme quietecita en la hamaca, aparentando estar profundamente dormida, pero con el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar.
Estaba ansiosa, deseando que Iván viniera para poder ponerle fin a todo aquello. Casi tenía miedo de que no hubiera puesto nada raro en el vaso y no pasara nada en absoluto, pues eso dejaría todas mis dudas sin resolver, así que esperaba que pasara algo por fin, lo que fuera.
¿Y qué iba a hacerme? Si finalmente venía… ¿Qué haría Iván? Estaba claro que las otras veces me había dejado las tetas al aire, no atinando luego  a ponerme bien la ropa. ¿Se limitaría a exponer mis pechos y a masturbarse mirándolos? ¿Intentaría tocarme? ¿Se conformaría con las tetas o intentaría algo… más íntimo?
Mi cabeza era un torbellino de imágenes, imaginando las cosas que Iván podía llegar a hacerme… quería que todo acabase de una vez, que viniera y me sacara por fin de dudas…
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché la puerta corredera de la terraza, así que Iván pudo aproximarse sin que me diera cuenta.
–          Hey, Nieves, ¿estás dormida?
Su voz me provocó un gran sobresalto, no sé cómo me las ingenié para permanecer inmóvil, fingiendo dormir. El corazón se me desbocó en el pecho y me costó horrores no salir corriendo de allí.
Y es que, en el fondo, me moría por saber qué iba a pasar…
De pronto, su mano en mi hombro… bueno, su mano no, sólo un dedo, que usó para zarandearme suavemente, tratando de asegurarse de si estaba dormida.
Con disimulo y aprovechando que llevaba puestas las gafas de sol, abrí los ojos una minúscula rendija, lo que me permitió observar a Iván, de pie junto a la hamaca, mirándome fijamente.
Vi entonces como se inclinaba hacia un lado, sobresaltándome, pero su intención no era acercarse a mí, sino asegurarse de que el vaso estaba vacío. Una vez satisfecho, se sentó en su hamaca, que estaba próxima a la mía y siguió mirándome un rato más.
Yo estaba nerviosísima, expectante porque hiciera algo inapropiado para poder pillarle, pero él seguía quieto, contemplándome. Entonces hizo algo muy extraño: se puso a canturrear con toda la pachorra del mundo.
Comprendí que lo que estaba haciendo era meter ruido para asegurarse de que yo dormía, así que no moví ni un músculo, sintiéndome cada vez más nerviosa. Creo que, de haber tardado un minuto más en ponerse en marcha, habría simulado despertarme, poniéndole fin a aquella locura, pero, justo entonces, Iván se calló y se puso en pie sin hacer ni un ruido.
Con mucho cuidado, levantó su hamaca a pulso y la acercó hasta dejarla muy cerca de la mía, volviendo a sentarse de nuevo.
–          Joder, hazlo ya – pensaba para mí – ¡Méteme mano de una vez, puñetero!
A esas alturas la cabeza no me regía demasiado bien, lo reconozco.
Y por fin lo hizo. Con mucho cuidado, con delicadeza incluso, alargó una mano hacia mí y apoyó un dedo en uno de mis pechos, dejándolo allí unos segundos. Me puse en tensión, el contacto de su yema sobre mi seno me sacudió, sentía un inexplicable ardor que empezaba a brotar de mis entrañas.
–          Quieta, tranquila Nieves – me repetía en silencio – Esto no es suficiente, si sólo te roza una teta no es para tanto…
Pero el dedo no se estuvo quieto. Lentamente, sentí cómo deslizaba la yema con extremo cuidado por el pecho, describiendo con suma delicadeza el contorno del bikini, paseando lentamente el dedo por encima de la tela.
Aquella caricia me hizo estremecer, sentía cómo su dedo se movía sutilmente sobre mi piel, recorriéndola casi con cariño.
Más confiado al ver que yo no daba muestras de enterarme de nada, Iván movió el insidioso dedito hasta localizar mi pezón por encima del bikini, reanudando la delicada caricia, describiendo esta vez enloquecedores movimientos circulares, excitando y enervando el delicado fresón que, poco a poco, iba adquiriendo volumen y dureza.
–          Venga, Iván , no te cortes – pensaba para mí – ¡Échale narices! ¡Que estoy frita!
Pero el chico seguía acariciándome con enorme cuidado, excitando mi pezón, endureciéndolo, pero claro, aquello no era suficiente para pillarle, no era tan grave que un adolescente le tocara una teta a su cuñada dormida. Tenía que atreverse a algo más.
Pero que va, lo único que hizo fue cambiar de pecho cuando tuvo el primero ya totalmente duro y excitado. Así que, durante un rato, se dedicó a repetir el proceso sobre mi otro seno, poniéndolos pronto a los dos como rocas.
–          Mierda, pues si con esto te conformas, vas a resultar…
El siguiente ataque fue inesperado; yo casi pensaba que el chaval, tímido como pocos, iba a conformarse con aquella temerosa caricia, pero olvidé que ya tenía experiencias previas en el tema.
Bruscamente, Iván deslizó los dedos bajo el bikini, justo en el punto en que las dos copas se unen y, con un brusco tirón, desplazó la prenda hacia arriba, dejando por fin expuestas mis enardecidas mamas. El contacto directo del aire sobre mis sobreexcitados pezones provocó que un leve quejido escapara de mis labios, pero el chico, loco de calentura, no se dio cuenta de ello.
Ese era el momento que estaba esperando, ahora sólo tenía que “despertarme” y pillarle con las manos en la masa, pero entonces Iván, bruscamente, se arrodilló junto a mi hamaca y, sin pensárselo dos veces, hundió el rostro entre mis tetas apoderándose con sus lujuriosos labios de uno de mis pezones, comenzando a chuparlo y mordisquearlo con voluptuosidad.
Mientras lo hacía, su lengua, juguetona, empezó a lamer la sensible piel, a la vez que una de sus manos se apoderaba del pecho libre, amasándolo y estrujándolo con torpeza, pero con una ansia y un deseo que me sobrecogieron.
No pude evitarlo, un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y de pronto sentí cómo me ardían las entrañas. En un acto reflejo, apreté con fuerza los muslos, oprimiendo mi vagina, dándome cuenta por fin de que había empezado a mojarme…
–          Joder con el cabrito éste – pensé – Me va a arrancar las tetas…
Y era verdad. Iván estaba bastante descontrolado. Me estrujaba y me acariciaba las tetas con tantas ganas que sin duda iba a dejarme marca. No era consciente de que, aunque yo hubiera estado realmente dormida, no me habría costado nada adivinar lo sucedido al despertarme. O quizás fuera que le daba igual.
Repentinamente, sus labios cambiaron de pezón, echándose un poco sobre mí, haciéndome sentir su peso. Abrí los ojos, mirando excitada cómo aquel chico literalmente devoraba mis pechos, dejándome asombrada, pues nunca le habría creído capaz de tanta lujuria.
Entonces, percibí cómo una de sus manos se deslizaba por mi estómago, hacia abajo, dejando perfectamente claras sus intenciones. Durante un segundo, pensé en levantarme, darle un bofetón y poner fin a aquella locura, pero en el tiempo que tardé en decidirme, su mano se deslizó bajo la cinturilla del bikini y uno de sus inquietos deditos se introdujo sin miramientos entre mis labios vaginales, provocando que un espasmo de placer me sacudiera.
Iván, sin embargo, poseído por la lascivia, no se dio cuenta de nada. Tenía el cuerpo serrano de una bella joven a su disposición y en ese momento no era consciente de nada más. Con torpeza, sus dedos empezaron a sobar mi vulva, separando los labios con cierta rudeza, lo que hizo que tuviera que morderme los labios para ahogar un gritito a medias de dolor, a medias de placer.
No sé por qué lo hice. No sé por qué no le paré los pies…
Qué mentirosa. Sí que lo sé.
A esas alturas, yo estaba cachonda perdida, sentía cómo la humedad desbordaba entre mis piernas, los pechos duros como piedras, el corazón a mil por hora… pero aún mantenía el control de mí misma, aún hubiera sido capaz de detener todo aquello.
Hasta que Iván continuó.
De repente y como activado por un resorte, el chico se incorporó, quedando de rodillas junto a la hamaca, contemplándome jadeante.
Durante un loco instante, pensé que se había dado cuenta de que estaba despierta, lo que me acojonó muchísimo, porque a ver cómo justificaba yo el haber permanecido quieta mientras un niñato me metía mano hasta los ovarios.
Pero no era eso, simplemente quería cambiar de juego.
–          Dios mío, qué buena está, no puedo más – siseaba el chico, consiguiendo con sus palabras enardecerme todavía más.
Levantándose, el chico volvió a sentarse en su hamaca y empezó a forcejear con la cuerdecilla del bañador, haciéndome comprender que iba a echar mano de su herramienta.
–          Coño, ¿y ahora qué hago? – pregunté para mí sintiendo una profunda inquietud.
Al apartar Iván sus manos de mí, dejando de excitar mi cuerpo, conseguí recuperar parcialmente el control, así que empecé a sopesar las opciones que tenía.
Podía simular despertarme en ese momento, pero resultaría un poco sospechoso hacerlo en ese preciso instante , pues no quería que él se diese cuenta de que le había dejado meterme mano. La otra opción era aguantar el chaparrón, dejarle que se la machacara a gusto admirando mi cuerpo y aguantar quizás algún sobeteo más. No creía que fuera a ser capaz de follarme, no le veía capaz de atreverse a tanto, así que lo mejor sería dejar que hiciera conmigo lo que quisiera.
Sí, eso era lo mejor, la oportunidad de pillarle había pasado, no había contado con que disfrutaría con que me metieran mano. Menuda golfa había resultado ser, aunque, realmente, no me arrepentía para nada de que aquello hubiera pasado. La Nieves falta de sexo, caliente y excitada, había tomado el control de las operaciones.
–          Ya le trincaré otro día – me dije, tratando de justificar lo injustificable – Hoy le dejaremos disfrutar un rato. Otro día, después de que Juanjo me haya echado un buen polvo, le pillaré bien y me las pagará todas juntas. Así que, venga, Ivancito, sácate la pichita y hazte una buena paja a mi salud.
Casi me eché a reír mientras pensaba esto, aunque, en el fondo, estaba que me moría de ganas por averiguar qué escondía mi cuñadito entre las piernas.
Por fin, Iván consiguió deshacer el nudo del bañador, bajándoselo con prontitud hasta los tobillos, enarbolando frente a mí una tremenda erección.
–          Vaya, no está mal armado el chico – pensé en silencio.
Era verdad. La polla de Iván, durísima y rezumante, aparecía entre sus piernas apuntando con descaro al frente, hacia mí, permitiéndome observarla con disimulo desde detrás de los cristales oscuros. Tenía una buena polla el chaval, nada monstruoso o desmesurado, pero, desde luego, algo de lo que estar orgulloso.
Volví a estremecerme.
–          Venga, chico, dale un poco a la manivela y acabemos con esto, que estoy empezando a quedarme entumecida – me dije en silencio.
No era cierto. En realidad estaba que me moría por ver qué pasaba a continuación, sólo que me resistía a admitirlo.
Tal y como esperaba, Iván se dejó caer en la hamaca y, empuñando su manubrio, empezó a meneársela con frenesí. Para aprovechar a fondo la circunstancia, alargó su mano libre y la llevó a mis tetas, que fueron estrujadas nuevamente mientras el chico daba rienda suelta a sus impulsos.
–          Umm, la madre que lo parió – pensé mientras ahogaba un gemido cuando sus dedos pellizcaron un enardecido pezón – Espero que no tengas en mente correrte encima mío.
Pero, en realidad, me seducía la idea de sentir su semen caliente deslizándose por mi piel. No lo entendía, normalmente yo no era tan… guarra.
Sin embargo, Iván tenía otros planes. De repente, su mano abandonó mis tetas y me agarró un brazo por la muñeca, atrayéndome hacia su entrepierna. Sus intenciones eran cristalinas, pero, a esas alturas, la oportunidad de escape se había esfumado, así que sólo me quedaba dejarme hacer. O al menos eso me dije a mí misma mientras permitía que Iván cerrara mi propia mano sobre su polla y reanudara la masturbación usando la mía en vez de la suya.
Y justo entonces pasó. En cuanto mis dedos se cerraron sobre la verga del muchacho, todo cambió, el tiempo pareció detenerse.
No podía creerlo, era imposible. Tuve que abrir un poco más los ojos, para asegurarme de que, efectivamente, Iván me había obligado a agarrarle la polla y no un hierro al rojo…
Estaba caliente, sí, increíblemente caliente, pero eso no era lo espectacular… Su dureza, oh, Dios, bendita dureza… No podía ser. Parecía esculpida en roca, en acero… No podía entender cómo algo hecho de piel y músculo podía ponerse tan duro… Por favor, si me metía aquello me iba a destrozar, era imposible, increíble…
Sin poder evitarlo, mis dedos apretaron levemente sobre aquella barra de hierro, tratando de comprobar si era real, pero Iván no pareció darse cuenta de nada, limitándose a seguir deslizando mi propia mano sobre su hombría.
La cabeza me daba vueltas, me acordé estúpidamente de una antiguo novio que tuve en el instituto, Pablo, un musculitos de gimnasio y en cómo le gustaba alardear de lo duros que tenía los bíceps…
–          Pablo, querido, si mi cuñadito te diera un pollazo, te aseguro que te partía el brazo por tres sitios, esto sí que es un músculo duro…
Creo que, durante un momento, llegué incluso a perder la razón; todo mi mundo era aquella POLLA.
–          Joder, qué dura está, qué dura está – repetía en mi cabeza una y otra vez, incapaz de procesar el cúmulo de sensaciones que me estaban devastando.
E Iván, ignorante de la locura a la que estaba arrastrando a su cuñada, seguía dale que dale a la zambomba usando mi mano, que apretaba con incredulidad aquella barra de carne.
Dando un gruñido de placer, el chico decidió entonces mejorar la sesión, volviendo a sobarme las tetas sin interrumpir en ningún momento la paja.
Eso me hizo desvariar de nuevo, soñando en qué se sentiría con semejante tranca de acero deslizándose entre mis pechos… ¿le gustaría que le hiciera una cubana? ¿Y chupársela? ¿Qué sentiría con semejante dureza hundiéndose entre mis labios?
Entonces Iván, cada vez más cachondo, volvió a llevar su otra mano a mi entrepierna, zambulléndola de nuevo en el mar de humedad que allí había, animándose esta vez a hundir un dedo hasta el fondo de mi intimidad, echando aún más leña al fuego que devastaba mis entrañas.
Noté que iba a correrme, mis tetas y mi coño, acariciados a la vez, aquella polla divina, celestial, siendo pajeada demencialmente por mi mano, la admiración y el deseo que sentía por mí aquel jovencito… eran demasiado.
Entonces me quedé helada, había perdido la cabeza por completo. Totalmente entregada a la lujuria, no me había dado cuenta de que las manos de Iván habían liberado la mía y yo había seguido masturbándole con todo el entusiasmo y la entrega del mundo. Fue un acto reflejo. Aterrorizada, detuve el movimiento de mi mano, aunque en ningún momento solté el tieso juguete.
Y justo entonces la comprensión de lo que sucedía penetró en el obnubilado cerebro de Iván. Su cuñada estaba despierta y había estado meneándole la polla.
Bruscamente, el chico se apartó de mí dando un grito de sorpresa. Con la cabeza medio ida, me resistí a soltar mi presa, con lo que el pobre se llevó un buen tirón en salva sea la parte. Por desgracia, sus propios jugos actuaron como lubricante y literalmente se me escurrió de entre los dedos, provocándome un gruñido de decepción.
Iván se derrumbó sobre su hamaca, aterrorizado, estando a punto de romperse la crisma cayéndose por el otro lado, con el bañador enrollado en los tobillos.
Yo, por mi parte, empecé a recobrar el juicio, dándome cuenta de las cataclísmicas consecuencias que se derivaban de lo que acababa de suceder. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran a ese extremo? ¿Es que estaba enferma?
Me quité las gafas y miré directamente a Iván, que me observaba con pavor, completamente acojonado.
–          Iván, yo… – traté de decir.
Pero mi recién descubierta e inagotable lascivia intervino y, sin poder evitarlo, mis ojos se desviaron del rostro del chico hacia su polla, que seguía al aire, refulgente y dura como una roca, provocándome una íntima ansiedad.
Al ver la dirección de mi mirada, el pobre se sobresaltó todavía más, y, levantándose con torpeza, salió disparado de la terraza, sin darme tiempo a decir ni pío, dejándome allí sola, con las tetas al aire, la braguita del bikini medio bajada y tan caliente como jamás antes había estado en toda mi vida.
–          Pero ¿qué he hecho? – exclamé mientras la realidad de lo sucedido se abatía sobre mí.
Permanecí allí tirada unos minutos, tratando de serenarme y de centrar mis pensamientos, pero el formidable calentón que llevaba encima me impedía pensar en nada más.
Estuve a punto a de arrojarme a la piscina, para que el agua fría bajara unos grados mi temperatura, pero decidí que no, que lo único que podía paliar, aunque fuera parcialmente, aquella situación, era pegarme una buena corrida. Alcanzar el orgasmo de una maldita vez.
Me metí mano en el bañador, constatando que estaba literalmente chorreando entre los muslos, mucho más mojada que nunca antes en mi vida. Estaba a punto de masturbarme, cuando un pequeño rayo de luz penetró en mi mente, haciéndome notar que no era muy buena idea que Iván se asomara por la ventana y descubriera a su cuñada haciéndose una paja.
Con un bufido de frustración, me levanté de la hamaca y entré en la casa, poniéndome medio en condiciones el bikini mientras lo hacía, no fuera a tropezarme con el chico.
Subí las escaleras en dirección a mi dormitorio, comprobando que la puerta del fondo, la del dormitorio de Iván, estaba cerrada a cal y canto. Sabía que tenía que solventar ese problema enseguida, pero lo primero era lo primero…
Me precipité en mi cuarto como una exhalación, sintiendo una ansiedad, una necesidad de obtener por fin alivio, que eran casi un malestar físico. Prácticamente entré a la carrera en el baño del dormitorio, cerrando con rapidez la puerta y metiéndome en la ducha, abriendo el grifo del agua fría.
El helado líquido literalmente siseó al entrar en contacto con mi ardiente piel, procurándome un gran alivio, aunque mis entrañas siguieran en llamas. Con brusquedad, me bajé las braguitas del bikini y, dando una patada, las arrojé volando contra la puerta cerrada, donde se estrellaron con un chapoteo antes de caer al suelo.
Empecé a masturbarme con frenesí, frotando mi vulva con la mano, sintiendo los labios hinchados y trémulos. Usé dos dedos para estimularme el clítoris, obligándome a apretar los dientes para ahogar el grito de placer que pugnaba por escapar de mi garganta.
No tardé ni un minuto, qué digo, ni treinta segundos en estallar en un violento orgasmo que provocó que mis piernas fueran incapaces de sostenerme. Arrasada por el placer, caí de rodillas bajo el chorro de agua, mientras mis caderas se agitaban en pequeños espasmos y todo lo que me rodeaba desaparecía literalmente de mi mente, ocupada únicamente por el goce.
Jadeante y agotada, permanecí allí unos minutos más, dejando que el agua fría calmara mis ardores, tratando de recuperar el control para poder afrontar la tarea que se presentaba frente a mí: solucionar el problema con Iván.
Iván, joder, qué coño iba a hacer yo ahora. Tenía que hablar con él, pedirle disculpas… ¿Disculpas? ¡Si había sido él quien me había metido mano! Sí, y yo le había dejado hacerlo. ¡Me había echado droga en la bebida! Y no podía demostrarlo… ¡me había chupado las tetas! ¡y un dedo en el coño! Y yo me había vuelto loca sólo por acariciar su durísima verga…
Oh, Dios, aquella verga… Sólo de pensar en ella…
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Me puse en pié, librándome del sostén del bikini, que aún llevaba medio puesto. Empapé la esponja con jabón y froté hasta el último centímetro de mi piel, borrando el olor a sudor, a sexo, a excitación que me impregnaba por todas partes.
Más relajada, regresé al cuarto y me vestí, poniéndome una camiseta y un pantalón vaquero cortado encima de la ropa interior, armándome de valor para enfrentarme con Iván. No podía posponerlo más.
–          ¿Iván? – exclamé minutos después, de pie al otro lado de la puerta del dormitorio del muchacho – Sé que estás ahí…
No hubo respuesta.
–          Iván, tenemos que hablar. Tengo que explicarte…
–          Vete – respondió su voz desde el otro lado – Te lo suplico, Nieves, vete por favor. Tengo tanta vergüenza que no puedo ni mirarte a la cara…
Bien. Eso era bueno. Se sentía culpable por lo sucedido. Le parecía más grave lo que había hecho él que lo que había hecho yo.
–          Cariño, no podemos dejar esto así. Tenemos que hablar – dije sin obtener respuesta – Mira, voy a entrar…
Armándome de valor, giré el picaporte y abrí la puerta. Iván, sorprendido, se incorporaba en ese momento de la cama, supongo que para intentar impedirme la entrada. Sin embargo, al ver que ya era tarde, volvió a dejarse caer sobre el colchón, apartando la ojos para no mirarme directamente. Estaba avergonzadísimo.
Seguía vestido únicamente con el bañador, lo que provocó en mí un agradable hormigueo que traté de ignorar.
–          Iván, tenemos que hablar. Quiero que comprendas que lo que ha pasado antes…
–          No, por favor Nieves. No sigas, que bastante vergüenza siento ya. Mañana recogeré mis cosas y me iré a un hotel. A partir de mediados de Agosto puedo volver al internado, pero te suplicaría que no le contaras nada a mi hermano – me dijo con ojos llorosos.
Ahí podría haber terminado todo. Podría haber consentido que él cargara con toda la culpa y haberle condenado a regresar al internado. Pero me daba pena el chico, comprendía sus motivos para hacer lo que había hecho y además, no todo era culpa suya…
Pero, sobre todo y aunque en ese momento no lo habría reconocido ni en el potro de tortura, las llamas que ardían en mis entrañas distaban mucho de estar apagadas…
–          Iván, lo que ha pasado antes – dije mientras me sentaba a los pies del colchón, provocando que él se encogiera en el otro extremo de la cama – Entiendo que estás en una edad difícil, pero lo que ha pasado…
Entonces me vino la inspiración.
–          Me he despertado sintiendo… bueno, ya sabes, que me acariciaban. Yo creía que era Juanjo. No me di cuenta… – mentí, tratando de esquivar la culpa.
El pobre chico seguía sin mirarme, mientras yo le contaba un guión de cine en el que yo aparecía como la inocente princesita que no se enteraba de nada (como la de verdad). Sin embargo, la malvada pécora que habitaba dentro de mí empezó a aderezar la historia, sólo por divertirse un poco, claro…
–          Y a ver, qué quieres que te diga… Cuando sentí tu polla en la mano, creía que era la de tu hermano, aunque no sé, debería haberme dado cuenta, porque la tenías durísima… en serio Iván, más dura que ninguna otra que yo haya visto en mi vida…
Pero ¿qué me pasaba? ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué decía aquellas guarradas, es que pretendía volver a excitarle?
–          No sé, la verdad es que perdí un poco el control – admití – Para ser sincera, te diré que me di cuenta de que eras tú un instante antes de parar, pero seguí acariciándote unos segundos, no sabía lo que hacía…
Iván sí que me miraba ahora, completamente alucinado. No podía creerse que yo estuviera hablándole así, reconociendo que le había sobado la polla y sin mostrarme enfadada porque me hubiera metido mano. Y por haberme drogado, aunque claro, él no sabía que yo sabía…
–          Pero Iván, lo que no comprendo es cómo se te ocurrió… Sé que tengo el sueño pesado, pero era imposible que no me despertara…
Se quedó callado un segundo, antes de aprovechar la salida que yo le ofrecía. El chico pensó que, al menos, yo no sospechaba que me había echado nada raro en la bebida.
–          Yo, no sé… no sé qué me pasó. Estabas allí, tan hermosa…
–          Vaya, ¿me encuentras atractiva? – exclamé fingiendo (un poco) sentirme halagada.
–          ¡Claro que sí! – profirió él con gran entusiasmo – ¡Siempre he pensado que eras bellísima! ¡No sabes cuánto envidio a Juanjo!
Me quedé un poco sorprendida por tan vehemente arrebato, no parecía propio de Iván. Y, francamente, me aduló muchísimo que dijera de mí que era bellísima y hermosa, no es algo que le digan a una todos los días.
–          ¿En serio? ¿Y qué es lo que más te gusta de mí? – pregunté con picardía.
–          ¿Cómo? No sé, todo…
–          ¿Todo? No me lo creo. Yo habría apostado por las tetas, como me las magreaste con tanta energía…
El pobre se puso coloradísimo otra vez, haciéndome sonreír.  Volvió a recostarse en la pared, permaneciendo sentado en la cama con las piernas encogidas, procurando que su entrepierna no quedara expuesta.
Me pregunté si habría conseguido aliviarse a pesar del disgusto, mientras yo me duchaba y un disimulado vistazo a la papelera que había junto a su mesa de estudio me permitió constatar la presencia de unos reveladores kleenex arrugados, que dejaban muy claro que no había sido yo la única en aprovechar el tiempo.
Además, ahora que lo pensaba, me di cuenta de que en el cuarto se percibía un olorcillo, la mar de característico… No sé, quizás aquel olor a feromonas contribuyó a que mi ánimo se mantuviera juguetón.
O quizás era que, a esas alturas, ya me había convertido en una puta del carajo. No lo sé.
–          Iván, mira, fuera de bromas – dije tratando de ponerme seria – Lo que ha pasado es muy grave y ninguno de los dos ha actuado como debía.
–          Persóname, Nieves… – trató de decir nuevamente compungido.
–          No, cállate y escucha. Entiendo que te sientes atraído por mí, estás en una edad complicada y seguro que, metido en el internado, tendrás poca experiencia…
–          Ninguna – dijo él con un hilo de voz.
–          O sea, que eres virgen ¿no?
Él asintió con la cabeza, avergonzado.
–          No pasa absolutamente nada. Todo llegará. Lo que no está bien es que andes metiéndole mano a tu cuñada (ni a ninguna otra mujer, claro), mientras duerme.
–          Lo sé.
–          Sabes que te quiero mucho, Iván, eres como mi hermanito y tienes que saber que haré siempre cualquier cosa para ayudarte. Puedes hablarme de lo que quieras, deseo que tengas confianza conmigo, pero espero que algo así no vuelva a repetirse.
–          ¡Claro! ¡Te lo prometo! – exclamó entusiasmado, pues empezaba a vislumbrar que yo no iba montar ningún escándalo por lo sucedido.
–          No voy a contarle nada a tu hermano, es mejor que no se entere…
–          ¡Gracias! – exclamó Iván inmensamente feliz.
Incorporándose, se abalanzó sobre mí, se arrodilló sobre la cama y me abrazó, tratando de agradecerme lo comprensiva que me mostraba. Lo que no entraba en sus cálculos (ni en los míos) fue que, al hacerlo, su erección quedó aplastada contra mi cuerpo, permitiéndome comprobar que, a pesar del rato transcurrido desde nuestra aventurilla (y después de al menos una buena paja, quizás dos) la polla de mi cuñado seguía como el acero, clavándose en mi costado, provocando que mi cuerpo temblara de excitación entre sus brazos.
–          Vaya, no puedo creerme que todavía sigas así – le susurré presionando ligeramente su erección con mi cuerpo.
Fue como si le hubieran dado un calambrazo, se apartó de mí como un rayo, recuperando su posición con la espalda contra la pared, de nuevo con el miedo dibujado en su rostro.
–          Tranquilo, no seas tonto, es normal que sigas un poquito excitado – dije tratando de tranquilizarle – Si te digo la verdad, yo también estoy un poquito… inquieta.
Y era más que cierto. De no ser porque la camiseta me quedaba holgada, de seguro que mis pezones habrían aparecido bien marcados en la tela. A esas alturas yo tenía el ánimo mucho más que juguetón. Decidí divertirme un poco más a costa del chico, para hacerle pagar el mal rato que me había hecho pasar…
Soy experta en mentirme a mí misma…
–          Pero no creas que vas a escapar sin castigo – le dije – Vas a tener que hacer lo que te diga si quieres que te perdone…
–          Haré lo que quieras – respondió él muy serio.
–          Eso está bien. Mira, quiero que confíes en mí siempre que tengas un problema y que comprendas que puedes contarme cualquier cosa. Y yo, por mi parte, me comprometo a hacer lo mismo y tratar de ayudarte todo lo que pueda.
–          De acuerdo – asintió – te lo agradezco mucho.
–          Y vamos a empezar ahora mismo. Entiendo que, en temas de sexo, no tienes mucha experiencia, ¿verdad?
Se quedó callado un momento, dudando si contestar.
–          Ya te he dicho que soy virgen – dijo por fin.
–          Ya, ya. Pero se pueden hacer muchas cosas sin perder la virginidad.
–          Lo sé, pero no, no he hecho nada. Nunca he estado con una chica.
–          ¿Y nunca antes habías hecho nada parecido?
–          N… no – mintió él tras una pequeña vacilación.
–          ¿Nunca habías tocado a una chica? ¿Alguna amiga?
–          No, nunca. Hoy ha sido la primera vez – mintió con mayor aplomo – Y no sabes cuánto me arrepiento.
–          Vamos Iván, no seas tan melodramático. Tampoco vamos a provocarte un trauma. Se trata de todo lo contrario…
Él me miró con desconcierto. No comprendía a donde conducía todo aquello. Y no era de extrañar, porque ni siquiera yo lo tenía del todo claro.
–          ¿Y cómo se te ocurrió hacerlo? – dije entrando en materia.
–          No sé… – respondió sin mirarme directamente – Te vi allí, tan sexy, dormida… Como no te despertabas, te acaricié un poco y, como no te dabas cuenta de nada…
–          ¿Dónde me tocaste? – pregunté sintiéndome un poquito más cachonda.
–          El pecho… – dijo él ruborizándose.
–          Ya. Las tetas. Todos los tíos sois iguales. Pero, cuando me desperté, me estabas tocando también ahí abajo…
Iván no respondió, terriblemente avergonzado.
–          Y por eso sé que no tienes experiencia. Me hiciste daño, desde luego no sabes cómo acariciar a una mujer…
–          Lo siento – dijo él, sin aclarar si sentía el haberme tocado o el haberlo hecho mal.
Me quedé callada un momento, mirándole en silencio. Había que reconocer que era guapo, más que Juanjo y tenía una polla… Joder, estaba cada vez más caliente. Sabía que tenía que salir de aquel cuarto de una maldita vez, pero estaba disfrutando de cada segundo de aquella conversación… ¿Sería capaz de llevarle un poco más allá?
–          Y dime. ¿Sigues excitado? – le solté de sopetón.
El pobre se quedó atónito.
–          ¿Có… cómo dices?
–          Te pregunto si sigues cachondo. Dime la verdad.
Iván asintió levemente con la cabeza.
–          Ya he notado que sigues teniéndola muy dura – ataqué haciéndole enrojecer – Lo que no entiendo es cómo es posible si acabas de masturbarte.
–          ¿Cómo?
–          Venga, no te hagas el tonto. Sé que, por muy asustado que estuvieras tras lo que ha pasado en la piscina, te has metido aquí dentro a terminarte la paja.
El chico me miraba con la boca abierta, sin acabar de creerse lo que había escuchado (como yo no me creía que hubiera sido capaz de decirlo).
–          Dime, ¿te has masturbado o no?
–          Sí.
–          Yo también lo he hecho – admití de sopetón, antes de detenerme a meditar lo que decía.
Iván me miró muy serio, sin acabar de creerse mis palabras.
–          Te digo la verdad. Qué quieres, soy una mujer, tengo mis necesidades. Y últimamente tu hermano anda tan liado con el trabajo… que no tiene tiempo para mí.
–          Mi hermano es idiota – sentenció Iván mirándome muy fijamente.
–          No digas eso. El pobre trabaja mucho y llega tan cansado…
–          Si fueras mi mujer lo haríamos todos los días… – exclamó, dejándome sorprendidísima por su inesperado descaro.
–          ¿El qué me harías? – pregunté más que nada por oírselo decir.
–          Follarte.
Un escalofrío me atravesó de parte a parte. Decidí echarme a reír para disimular mi turbación.
–          ¡Ja, ja, ja! ¡Menos lobos Caperucita! – exclamé apartando esta vez yo la mirada un poquito azorada – ¡Anda, que no te queda nada todavía! A tu edad lo que tienes que hacer es pelártela por lo menos tres veces todos los días hasta que te eches novia… ¡Y luego, cuando la tengas, empezarás a pelártela cuatro veces en vez de tres!
Me levanté de la cama, temblorosa, decidida a marcharme de allí, pero realmente deseando no hacerlo.
–          Bueno, te dejo tranquilo. Hagamos borrón y cuenta nueva y olvidemos lo que ha pasado. Además, si las cuentas no me fallan, hoy todavía te faltan dos veces…
El pobre chico apartó la vista, avergonzado. Me conmovió un poco, pero también me excitó…
–          Oye, Iván, ahora que lo pienso…
–          Dime.
–          Según dices, me has encontrado atractiva desde siempre…
–          Desde el día que te conocí.
–          Y, alguna vez… ¿te has masturbado pensando en mí?
El chico tardó unos segundos en armarse de valor para responder.
–          Sí… claro. Alguna vez…
–          ¿Y qué haces? ¿Cierras los ojos y me imaginas en bikini? No, supongo que desnuda, ¿verdad?
–          No…bueno… A veces…
–          ¿A veces? ¿Cómo que a veces? ¿Y las otras?
–          Tengo… tengo fotos en el ordenador…
–          ¿Cómo? ¿Qué fotos? – exclamé un poquito escandalizada.
–          No… nada malo. Ya sabes, las del año pasado en Mallorca…
Sabía a qué fotos se refería, de las vacaciones el año anterior. Claro, en muchas de ellas salía en bikini.
–          Enséñamelas – dije sintiendo un nudo en la garganta por la excitación.
Consciente de que no servía de nada negarse, Iván se levantó de la cama (lo que aproveché para constatar que seguía empalmado con un disimulado vistazo) y cogió su portátil, que me entregó.
Yo lo encendí inmediatamente, sentándome de nuevo en el colchón, mientras él permanecía de pie.
–          ¿Cuál es la clave de acceso? – pregunté cuando el ordenador me preguntó el dato.
–          Nieves – respondió él con un hilo de voz.
Me sentí muy halagada con aquel simple detalle, así que, dedicándole una cálida sonrisa, le invité a sentarse a mi lado dando unas palmaditas en el colchón. El chico se sentó con cuidado, procurando disimular lo mejor posible el bulto de su bañador.
–          A ver, ¿dónde están las fotos?
Siguiendo las instrucciones de Iván, navegué por las carpetas hasta localizar una serie de álbumes de imágenes. Las fotos estaban muy ordenaditas, con nombres y fechas. Enseguida localizó la correspondiente al verano anterior y me mostró varias imágenes en las que, efectivamente, yo aparecía en bañador.
–          Ya veo – asentí – Y te masturbas mientras miras estas fotos, ¿eh?
–          Sí. Perdóname – dijo muy avergonzado.
–          Ya te he dicho que no es para tanto. Lo que sí lo es que me metas mano mientras hago la siesta.
–          Lo siento.
Estaba monísimo, tan compungido y con esa carita de niño bueno… uno con una cosa dentro de los pantalones que…
–          ¿Y las fotos porno? – pregunté.
–          ¿Cómo? – exclamó él alucinado – No sé…
–          Venga, no te hagas el tonto. Un chico de tu edad, sin novia, con el ordenador para ti solito… seguro que tienes porno a montones…
–          Yo no…
–          Venga. Hemos quedado en que serías sincero…
El pobre estaba atrapado. No le quedaba otra que claudicar.
–          Nieves, por favor…
Su resistencia sólo servía para incrementar mi interés. Sus excusas eran inútiles.
–          Vamos… ¿Dónde están?
Mientras le insistía, yo seguía manipulando el portátil. No me costó mucho encontrarlas, pues el chico era muy organizadito.
–          ¡Ah! – exclame triunfante – ¡Aquí están! ¡Ahora veremos qué más usa mi cuñadito para machacársela!
Había un montón de carpetas bien ordenadas… morenas, rubias, mamadas, tríos, anal… Entonces vi una que me llamó la atención: montajes.
Me decidí a revisarla, pero, en cuanto acerqué el puntero del ratón a la carpeta. Iván dio un grito y trató de arrebatarme el portátil.
–          ¡NO! – exclamó con los ojos como platos.
–          Estate quieto, Iván – dije dándole la espalda para evitar que me quitara el aparato – Voy a ver esto digas lo que digas.
Abrí la carpeta y me encontré justo lo que esperaba. Un montón de fotos manipuladas, en las que, usando fotos pornográficas, había sustituido el rostro de la actriz porno de turno por el de alguna famosa de buen ver. Allí habían un buen puñado de actrices, modelos y cantantes, haciendo cosas que…
Justo entonces vi la subcarpeta que llevaba mi nombre. Y la abrí con el corazón atronando en el pecho…
Joder, me quedé estupefacta. La verdad es que el chico era un as del montaje fotográfico. Me vi a mi misma en la pantalla recibiendo polla por delante, por detrás, chupando nabos y a veces haciéndolo todo a la vez…
Alcé los ojos hacia Iván, que derrotado, se refugiaba en un rincón de la cama, el rostro tapado con las manos, sollozando. Me acerqué hacia él y, agarrando sus manos, las aparté obligándole a mirarme a los ojos.
–          En realidad son éstas las que usas para masturbarte, ¿verdad? – dije con voz insinuante.
El agobiado chico no dijo nada, mirándome aterrado, pero como el que calla otorga…
–          Quiero verlo – dije por fin, derribando las últimas barreras de sentido común que me quedaban.
–          ¿Qué? – exclamó él atónito, los ojos como platos.
–          Ya me has oído. Si no quieres que Juanjo se entere de lo que ha pasado, tienes que masturbarte delante de mí. Quiero verlo.
Me aparté de él, sentándome un poco retirada en el colchón, mientras él me miraba alucinado. Sin decir nada, le alargué el portátil, que el agarró con manos temblorosas, a punto de dejarlo caer.
–          ¿Y bien? – le espeté – ¿A qué esperas? Empieza de una vez.
–          Nieves, yo…
–          Te dije que no ibas a escapar sin castigo. Pues bien, éste es tu castigo. Tienes que masturbarte frente a mí.
El chico aún dudó unos instantes, mirándome a los ojos en un último intento de adivinar si aquella locura era en el fondo una broma. Pero yo, terriblemente excitada, me mostré inflexible, haciéndole un gesto con la barbilla de que se bajara de una vez el bañador y empezara el show.
Resignado, aunque sin duda deseando hacerlo, Iván se puso en pie y se bajó el bañador hasta los tobillos, permitiéndome contemplar de nuevo su extraordinaria erección, esta vez sin obstáculos por en medio. Fue sólo verla, y un nuevo estremecimiento sacudió mi ser.
–          Venga, empieza – dije  con voz estrangulada.
El chico se sentó de nuevo, apoyando la espalda en la pared y con la polla apuntando al techo. Giró levemente el portátil, que estaba a un lado sobre el colchón, para poder ver bien la pantalla. Por fin, con cierta rigidez en sus movimientos, se agarró la erecta polla y deslizó la mano de arriba a abajo, descubriendo el brillante glande por completo y provocando un nuevo ramalazo de electricidad en mis entrañas.
Pero entonces, en vez de seguir, se levantó de nuevo del colchón, con su hermosa cosota bamboleando entre las piernas. Por un loco segundo pensé que iba a abalanzarse sobre mí, lo que me llenó de júbilo, pero en realidad el chico sólo iba a coger unos pañuelos de papel, que colocó bien estiraditos, sobre la cama, dejando el paquete justo al lado.
–          Mira tú que apañado – dije sonriendo – Así me gusta, preparado para no manchar nada.
Él me devolvió la sonrisa, demostrándome que estaba cada vez más relajado y metido en el juego.
Retornando a su posición sobre la cama, el chico empezó a masturbarse lánguidamente, deslizando su mano sobre su nabo con lentitud, sin duda deseando alargar todo aquello lo máximo posible. El pobre, todavía avergonzado, no despegaba los ojos de la pantalla, sin atreverse a mirarme, mientras yo, por mi parte, tenía la vista clavada en su erección, preguntándome si estaría tan dura como antes o estaría más calmada.
Seguimos así un par de minutos, en silencio, sintiéndome cada vez más cachonda y con las llamas de mis entrañas a punto de desbordarse. No pudiendo más, me acerqué a él, para verle más de cerca, pero también para poder mirar también la pantalla del portátil, cosa que antes no podía hacer por el ángulo.
–          Vaya, vaya – dije mirando la foto que en ese momento servía de inspiración a mi cuñado – Ignoraba que me cupieran dos pollas a la vez en el culo.
–          Uf, uf – resoplaba Iván, más enardecido por mi proximidad.
–          Aunque ahí te has pasado, porque la verdad es que nunca he practicado el sexo anal.
–          ¿E… en serio? – preguntó él, jadeante.
–          Y tan en serio. Más de una vez me lo han propuesto. Pero nunca he querido hacerlo. No entiendo esa fijación de los tíos en metértela por el culo. Que se busquen un maromo…
–          ¿Mi… mi hermano también?
–          Pues claro. Pero él es muy comprensivo y tras mi negativa no insistió. Una vez salí con un tío que cortó conmigo porque no dejé que me enculara – mentí con todo el descaro.
–          Imbécil – resolló Iván sin dejar de meneársela – Yo no te dejaría por nada del mundo.
Sus palabras agitaron algo en el fondo de mi alma. Me encantó que dijera aquello.
–          ¿De veras? – dije tratando de ocultar mi turbación – ¿Aunque no te dejara metérmela en el culito?
–          Ya… ya te convencería… – jadeó.
Aquello me hizo reír.
–          Ja, ja, ja, mira tú el picha brava – exclamé – ¿Todavía no has estado con una mujer y ya estás planeando cómo sodomizarme?
–          Bueno… Ahora estoy con una mujer – dijo él mirándome fijamente.
La boca se me quedó seca. Sus palabras volvían a turbarme.
–          ¿Y qué? ¿Disfrutas? ¿Te gustan las fotos? – dije cambiando burdamente de tema.
–          Sí. Me gustan. Aunque las fotos no son nada comparado con sentir cómo me miras.
–          ¿Te gusta que te mire? – dije azorada.
–          Sí. Aunque me gusta más mirarte.
–          ¿Eso quieres? ¿Mirarme?
–          Sí.
–          Vale.
Las pupilas de Iván se dilataron por la sorpresa. No se esperaba que yo claudicara tan fácilmente. Su falta de experiencia era acojonante, porque, a esas alturas, yo ya no tenía ninguna duda de cómo iba a terminar todo aquello.
Ahora sólo quedaba disfrutar del juego lo máximo posible.
–          ¿Te vale así? – inquirí mientras me quitaba la camiseta dejando mis tetas al aire embutidas en el sostén.
Iván dio un respingo, los ojos como platos al verme de medio desnuda. Su mano incrementó el ritmo sobre su erección.
–          Venga ya, Iván, que no es para tanto. Ya me has visto en bikini ¿no?
–          E… esto es mejor.
–          ¿En serio? ¿Y esto?
Mientras decía estas palabras solté con habilidad el broche del sujetador, que saltó como un resorte dejando mis tetas al aire. El pobre chico dio un gemido, sin parpadear, devorando literalmente mis pechos con la mirada, la mano deslizándose vertiginosamente sobre su masculinidad. Pero yo no quería que acabara tan rápido.
–          Vamos, vamos, Iván, más despacio… Relájate y disfruta…
Entonces cometí un error. Tratando de que el chico serenara el ritmo, coloqué mi propia mano sobre la suya, tratando de ralentizar el movimiento. Sin embargo, al hacerlo, no pude resistir las ganas de darle un pequeño apretón en el miembro, para comprobar si estaba realmente tan duro como antes. Y sucedió lo inevitable.
El contacto de mi mano en su excitadísimo miembro actuó como detonante y el pobre chico estalló como un volcán. Con un gorgoteo ininteligible, el afortunado chaval se corrió como un animal, disparando un tremendo pegote de semen que, volando como un cometa fue a estrellarse directamente en una de mis tetas.
Con rapidez y tratando de evitar el desastre, agarré los kleenex y envolví la vomitante polla con ellos, tratando de recoger toda la lefa que fuera posible, lográndolo solo a medias.
El ardiente jugo resbalaba entre mis dedos, pringándolos, quemándolos, mientras yo, un  poco obnubilada, empuñaba su verga y le daba unas cuantas sacudidas para ayudarla a descargar por completo.
–          Joder, Dios mío, sigue igual de dura, sigue igual de dura… – pensaba en silencio mientras mi entrepierna se hacía literalmente agua.
Por fin, Iván fue serenándose, recuperando el resuello, mientras yo seguía aferrada a su polla como un náufrago a un flotador. Las entrañas se me derretían
–          Jo, chico, vaya corrida te has pegado. Mira, me has pringado una teta.
Él alzó la vista, jadeando y la clavó en mi pringoso seno. El semen se había deslizado sobre mi piel, trazando un sendero que acababa justo en el pezón, donde la corrida se había acumulado, pareciendo estar a punto de gotear de un momento a otro.
–          Límpiame – le ordené arrojándole el paquete de pañuelos, que impactó en su pecho sin que él hiciera ademán alguno de cogerlo.
Sin decir nada, Iván sacó un par de pañuelos e, incorporándose un poco, estiró la mano para, con toda la delicadeza del mundo, limpiarme el pringoso seno con cuidado. Bastó ese ligero contacto en el pezón para sentir una nueva oleada de placer recorriéndome de la cabeza a los pies. Me mordí los labios para no gritar.
–          ¿Te ha gustado? – pregunté una vez terminó de asearme.
–          Sí – respondió él con voz un poco más firme – Ha sido increíble.
Me encantó que dijera aquello, provocando una nueva oleada de calor en mi cuerpo. Intentaba mirarle a los ojos, pero, involuntariamente, mi mirada se desviaba hacia su polla, que incomprensiblemente, seguía como el asta de la bandera.
–          Veo que no se te baja, ¿eh? – dije tratando de relajar un poco el ambiente.
–          Imposible.  A tu lado no se bajará nunca.
Un nuevo escalofrío. Aquel chico iba a acabar conmigo.
–          ¿Y qué quieres hacer ahora? – pregunté.
–          Lo que tú quieras – dijo él.
–          ¡No! ¡Coño! – grité en mi interior sin proferir ni un sonido – ¡Vamos, idiota! ¡Si me tienes entregada! ¡Pídemelo!
Pero Iván, sin experiencia ninguna, no se atrevía a dar el paso, así que comprendí que tenía que llevar yo  la iniciativa hasta el final.
–          ¿Quieres que me masturbe yo ahora? – pregunté sintiendo una infinita vergüenza – Tú lo has hecho para mí, así que…
–          Me encantaría – respondió él con ojos brillantes.
Caliente como una perra y habiendo admitido ya que me moría porque aquella durísima barra se hundiera en mí sin compasión, me puse en pie con excesiva rapidez, revelando el ansia que sentía y que yo me esforzaba por disimular.
Desabroché el botón de los pantalones, única prenda que me cubría, pero entonces se me ocurrió un jueguecito.
–          ¿Quieres quitármelos tú? – pregunté.
Iván, con rapidez, se deslizó sobre la cama hasta sentarse en el borde, los pies en el suelo y la polla mirando al cielo. Con menos timidez de la esperada, llevó sus manos a la cintura del pantalón y, muy lentamente, fue bajándolos, deslizándolos poco a poco por mis piernas, recreando su mirada con mi piel desnuda, haciéndome sentir su deseo y su admiración y excitándome con ello.
–          Eres preciosa – me dijo mientras se deleitaba con mi cuerpo, vestido únicamente con unas cómodas braguitas.
Yo ya no podía más. Cada palabra suya se clavaba en mi alma, enardeciéndome más y más.
–          Tócame – le supliqué con voz temblorosa.
Sin decir nada, Iván metió una mano dentro de mis bragas, hundiéndola en el mar que había entre mis muslos. Al sentir su contacto, un placer indescriptible se apoderó de mí y me obligó a encogerme, atrapando con fuerza su mano entre mis piernas, con intención de no dejarla escapar jamás.
–          Dime qué he de hacer – me dijo de repente.
–          ¿Có… cómo? – pregunté sin comprender.
–          Antes me dijiste que lo había hecho mal. Enséñame. Quiero que disfrutes.
Me conmovió y me excitó a partes iguales su actitud. Me encantaba que se mostrara tan considerado.
–          Espera. Deja que me tumbe.
Con cierta reluctancia, Iván sacó la mano su acogedor encierro, permitiendo que me quitara las bragas por completo. Una vez desnuda, me tumbé en la cama, colocando la almohada a mi espalda para mantener el torso un poco levantado y, apoyando la planta de los pies en el colchón, mantuve las piernas recogidas y bien abiertas, para brindarle a mi cuñado un perfecto primer plano de mi coño rezumante.
Iván, ni corto ni perezoso, se situó con rapidez a mis pies, justo entre mis piernas y se quedó mirándome el coño como quien mira una obra maestra en un museo.
–          Eres preciosa – susurró.
–          Ay, hijo, qué suerte tengo – bromeé tratando de esconder mi turbación – Hasta el coño lo tengo hermoso.
–          Es la verdad.
–          No has visto muchos para comparar – dije aún avergonzada.
–          Cientos. En fotos.
–          Ya, ya veo.
–          El tuyo es el más bonito. ¿Te depilas tú?
Miré mi coñito perfectamente depilado y sin el menor rastro de vello. Me había depilado esa misma mañana, consciente de que íbamos a pasar el día en la piscina.
–          No, contrato a un jardinero que…
–          Venga, Nieves, que no estoy de broma… Me refiero a si lo haces tú misma o vas a algún sitio…
–          Las dos cosas. Aunque aquí en Madrid aún no sé donde ir a que me lo hagan. Tiene que ser un sitio de confianza…
–          ¿Y a Juanjo le gusta? – preguntó muy serio.
–          Le encanta – respondí sintiéndome traviesa – No le gusta encontrarse pelos cuando me lo come…
Iván me miró un instante a los ojos, en silencio, lo que me puso un poquito nerviosa.
–          ¿Y bien? – preguntó por fin – ¿Qué tengo que hacer?
–          ¿Cómo?
–          ¿Qué hago? ¿Cómo te acaricio?
Joder. Estaba a punto de follarme a mi cuñado. No había vuelta atrás. Ni yo quería que la hubiera. No me acordé de Juanjo para nada, ni siquiera mientras hacía la broma del sexo oral pensé para nada en mi marido. Como si estuviera a 10000 kilómetros.
–          Tienes que ser delicado. Esa zona es muy sensible. Pero sobre todo, lo más importante es que esté muy lubricado. Ni se te ocurra tocar a una chica ahí abajo con los dedos secos. Si por un casual le tocas el clítoris con el dedo seco, la piel puede adherirse y es super doloroso despegarla.
–          ¿Te ha pasado alguna vez?
–          Pues claro, hijo, todas hemos estado alguna vez con un tío torpe que no sabe cómo acariciar a una mujer.
–          Yo no quiero ser de esos. Enséñame.
Y empezamos la lección.
Iván era un alumno aplicado, sin tener que decírselo se chupó los dedos, ensalivándolos bien  y empezó a acariciar con mucho cuidado los labios vaginales, describiendo el contorno con una suavidad y un cariño simplemente estremecedores.
Siguiendo mis instrucciones, empezó a mimar cuidadosamente la vulva, entreteniéndose en los puntos donde yo le decía y aprendiendo rápidamente a identificar el tipo de caricias que más me gustaban.
Minutos después, el chico estaba masturbándome de una forma sencillamente deliciosa, sobando con cuidado mi clítoris con dos dedos , mientras otros se hundían en mi interior, explorando y horadando de una forma que me enloquecía.
–          Está brotando mucho líquido – dijo él con aire experto.
–          ¿Y qué quieres? Me tienes cachonda perdida – respondí sin pensar.
–          ¿A qué sabe?
–          ¿Cómo?
Sin esperar respuesta, Iván incrustó la cabeza entre mis muslos y su boca se apoderó prontamente de mi vagina, permitiéndome sentir cómo su lengua se hundía en mi interior, haciéndome alcanzar las estrellas, chupándolo y absorbiéndolo todo.
Sin poder evitarlo, mis manos se engarfiaron en sus cabellos acariciando su cabeza, atrayéndole hacia mí, mientras aprendía cómo comerse un coño.
No sé qué me pasó, normalmente no bastaba con el sexo oral para llevarme al orgasmo, pero ese día me provocó la madre de todas las corridas.
Aullando de placer, alcancé un clímax brutal, mientras Iván deleitándose con mi sabor, no dejaba ni un instante de chuparme y lamerme por todas partes.
–          Joder, no puedo creerlo, no puedo creerlo – jadeaba yo – ¡Esto es la hostia! ¡AAAAAAAAAAH!
Por fin, mi cuerpo se relajó, satisfecho, los últimos ramalazos de placer recorriéndolo de arriba a abajo. Iván, con el rostro brillante de mis jugos, salió de entre mis piernas y se puso de rodillas en la cama, mostrando que su erección no había menguado un ápice.
–          ¿Puedo meterla? – preguntó colocando una mano en cada una de mis rodillas, manteniendo mis muslos separados como si fuera un conquistador.
–          E… espera – jadeé – Acabo de correrme… deja que me recupere…
–          Pero no puedo más… Nieves, siento que voy a estallar…
–          No… si la metes… si la metes ahora me vas a matar, te lo juro. Espera un poco.
Pero el chico no estaba para esperar y supongo que pensó que lo de la muerte era sin duda una exageración mía.
Avanzando de rodillas entre mis muslos, enarbolando la erección en ristre, acercó la formidable barra de acero y la apoyó en mi excitada vulva, tratando de meterla por fin.
–          No quieto, espera – jadeaba yo sin fuerzas para detenerle – No lo hagas, me harás daño…
Aquello bastó para convencerle. No quería hacerme daño por nada del mundo. Me encantó su forma de comportarse.
–          Sin quieres, frótala un poco en la vulva, sin llegar a meterla. Verás cómo te gusta….
Entendiendo a la primera a qué me refería, Iván colocó su durísima verga entre mis hinchados labios y empezó un suave vaivén con las caderas, provocando que su rígida barra se frotara con mi trémula carne de forma harto placentera.
El chico gemía y gruñía de placer, mientras yo me excitaba cada vez más y me recuperaba con rapidez, deseando cada vez más averiguar qué se sentía con aquel trozo de mármol enterrado en las entrañas.
–          Espera, Iván, para – gimoteé – Métemela ya… Hazlo ya…
Mientras decía esto, llevé una mano hasta mi coño y separé bien los labios, ofreciéndole mi vagina por completo. Guiándole con cuidado, logré que el chico colocara la punta justo en la entrada y, con un gesto, le indiqué que fuera metiéndola poco a poco.
No tengo palabras para describir lo que sentí cuando aquella estaca invadió mi interior. El calor, el ardor eran increíbles, pero la rigidez, la dureza… jamás había sentido nada igual. Mi cuerpo le recibió con entusiasmo, amoldando mi carne a su hombría, rodeándole y acariciándole con mi calor.
Me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba en tensión, como temiendo que aquella cosa me fuera a desgraciar, pero no, sólo había placer y deleite.
Por fin, Iván llegó hasta el fondo, clavándomela por completo. Sentir aquella rígida forma en mi interior era alucinante, pero el placer se vio pronto superado por el que sentí cuando el chico, sin aguardar instrucciones, empezó a bombear lentamente, empitonándome cada vez con más entusiasmo, haciendo rebotar sus pelotas una y otra vez en la entrada de mi coño.
–          ¡Oh, Dios, Iván! ¡Sí, cariño, así! ¡Muy bien, ahí, justo ahí, más fuerte, muévete un poco más rápido! – gemía yo cada vez más entregada.
–          Madre mía, Nieves, no puedo creerlo, cómo arde tu interior, no puedo creer que esté tan caliente, no, no… – gemía él aumentando mi gozo.
Seguimos follando en esa posición varios minutos más. Iván, cada vez más enfebrecido, bombeaba cada vez más fuerza y con más ganas, haciéndome literalmente gritar de placer.
–          ¡SÍ, ASÍ, IVÁN! ¡FÓLLAME! ¡MÁS, MÁS FUERTE! ¡JODER, CARIÑO, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO!
Puedo jurar que jamás en mi vida me habían follado tan bien que me hicieran perder el control, pero he de reconocer que esa tarde lo perdí por completo. Le gritaba obscenidades a Iván, porque percibía que le excitaban todavía más, con lo que el ritmo de la follada me hizo prácticamente enloquecer.
Me corrí no sé cuantas veces más, jamás había experimentado nada semejante. Iván, en cambio, aguantó de forma increíble, follándome un buen rato sin sacarla, arrastrándome a desconocidos paraísos de placer.
Por fin, el chico al que con seguridad le habían venido de vicio las dos corridas que ya llevaba a sus espaldas, alcanzó por fin el clímax, aunque, muy caballerosamente, se retiró justo a tiempo de evitar rellenarme el útero hasta arriba.
Sin duda que, influenciado por todo el porno que se había tragado, Iván se arrodilló entre mis piernas y, agarrándose la polla, la usó a modo de manguera para rociarme de ardiente semen por todas partes.
Puedo jurar que, de habérmelo hecho cualquier otro tío (Juanjo incluido), le habría pegado tal patada que habría salido volando de la cama, pero, en ese momento y en ese lugar, me pareció lo más morboso y excitante del mundo el sentir aquella tremenda lechada impactando sobre mi piel.
Agotados, nos derrumbamos el uno al lado del otro, tratando de recuperar el aliento. Ni en mil años me hubiera imaginado esa mañana que el día iba a ser uno de los más placenteros de mi existencia. Me había despertado compungida por tener que darle una lección a mi cuñado y había terminado echando el polvo de mi vida y embadurnada de semen.
–          Ha sido increíble, increíble – dijo Iván cuando logró calmarse un poco, haciéndome sonreír.
–          No ha estado mal – respondí en broma – Para ser la primera vez, lo has hecho bastante bien. Has aguantado como un campeón.
–          Pues verás la segunda, seguro que lo hago todavía mejor.
Divertida, me incorporé en la cama y vi, con asombro infinito, que la polla de Iván seguía tiesa como un palo.
–          No puede ser – dije atónita – ¿Sigues empalmado? Pero, niño, ¿de qué la tienes hecha?
–          Ya te dije que, contigo al lado, es imposible que esto se baje.
–          No me lo creo – dije tratando de negar la realidad que me mostraban mis ojos.
–          ¿Lo hacemos otra vez? Enséñame otra postura…
–          ¿En serio?
–          ¡Pues claro! ¡Hacerlo contigo es lo mejor del mundo! ¡Podría estar días haciéndotelo!
–          Ya, claro, y nos morimos deshidratados.
–          ¿Tienes sed? ¡Te traigo un refresco!
–          Vale – respondí – Pero que no sea un zumo.
Se quedó parado en seco en la puerta, como si lo hubiera fulminado un rayo.
–          Lo sabes, ¿verdad? – preguntó apesadumbrado.
–          Pues claro que lo sé. No soy imbécil. Tráeme una lata de bebida isotónica, anda.
Tardó un par de minutos en regresar. La erección se le había bajado bastante.
–          Vaya, veo que estabas exagerando. Ya se está ablandando la cosa…
–          Nieves, yo… perdóname. No tengo excusa para lo que he hecho, yo…
–          ¿Cuántas veces lo has hecho? – le pregunté cortándole.
–          Tres – admitió sin atreverse a mirarme.
–          Bien. Ya lo sospechaba.
Y le conté toda la verdad. Mi plan para pillarle in fraganti y cómo había acabado poniéndome cachonda. No me callé nada.
–          Aunque te juro que, cuando vine a este cuarto, no tenía intención de que esto pasara. Pero así han salido las cosas – terminé.
–          Pues, ahora que todo ha pasado, me alegro de cómo se ha desarrollado la historia. Hoy es el día más feliz de mi vida – dijo él.
–          Pues apúntatelo bien, porque hoy se acabó lo que se daba. Como vuelva a ocurrírsete echarme algo en la bebida, te juro que…
–          ¿Cómo que se acabó? – preguntó el chico espantado – ¡Yo quiero estar contigo!
Me conmovió su inocencia y me halagó profundamente, todo hay que decirlo.
–          Iván, cariño – dije acariciándole la mejilla – Lo de hoy ha sido una locura, un error al que nos han llevado las circunstancias. Yo quiero mucho a tu hermano y jamás imaginé que acabaría siéndole infiel (y menos contigo), así que tengo la intención de hacer borrón y cuenta nueva y dejar atrás todo lo que ha pasado hoy.
Iván me miraba en silencio, apesadumbrado.
–          No te digo que lo olvides; yo, desde luego, no voy a poder olvidarlo, pero sí que lo dejes estar. Eres consciente de que bastaría una palabra tuya para arruinar mi matrimonio, pero estoy segura de que tú nunca…
–          ¡Por supuesto que no! – exclamó él lleno de santa indignación – ¡Yo nunca te haría daño!
–          Lo sé, cariño – dije volviendo a acariciarle el rostro – Guardaremos el secreto para siempre y siempre nos quedará el bonito recuerdo de la tarde que hemos pasado…
En su rostro se adivinaba que Iván no estaba muy conforme con la idea, pero al menos no se negó en redondo a hacerme caso.
–          Recuerdos – dijo simplemente.
–          ¿Cómo?
–          Has dicho ” bonito recuerdo”, como si fuera sólo uno.
–          No te entiendo – dije realmente confusa.
–          Que al menos tendremos “recuerdos”, más de uno. Si va a ser tan sólo esta tarde… no quiero que se acabe todavía.
Comprendiéndole al fin, reí divertida. Me di cuenta entonces de que, efectivamente, su miembro estaba empezando a recuperar su vigor.
–          Vaya, vaya, el pequeño Iván empieza a despertar – dije sintiéndome juguetona otra vez.
–          Sí. Y si le das un besito, seguro que se despierta antes.
Me quedé sorprendida por su descaro, pero, al mirarle al rostro, colorado como un tomate, comprendí que había tenido que reunir muchos arrestos para decidirse a decirme tal cosa.
–          O sea, que te apetece que te la bese un poquito – dije sonriéndole con picardía.
–          Sí, por favor.
–          Quieres que tu cuñadita te haga las cositas sucias que hacía en las fotos ¿eh?
No iba a hacer falta besársela, su polla estaba recobrando su esplendor ella solita.
–          ¿Tu pollita mala quiere que la besen? – le dije insinuante mientras mi mano aferraba el cada vez más duro instrumento.
–          Sí – gimió el pobre chico al sentir el contacto sobre su hombría.
–          Vaaaaaaale – concedí arrodillándome sobre el colchón.
Bastó el primer lametón para que el chico diera un respingo sobre el colchón que casi le hace llegar al techo, haciéndome sonreír.
De rodillas sobre la cama, hundí el rostro en su entrepierna y, suavemente, empecé a lamer y a chupar el cada vez más enardecido miembro. Ni un minuto tardó en recuperar su anterior vigor y dureza, por lo que pronto me encontré descubriendo qué se sentía al introducir semejante barra de hierro entre los labios.
–          Ughhh – gimoteaba Iván, acariciando mi pelo con delicadeza.
–          Como te corras en mi boca, te juro que te la corto – dije apartando un instante mis labios de su estaca.
–          No… no quiero correrme… Quiero meterla…
–          Vaya con el chico – reí – Y parecía tonto. ¿Quieres meterla otra vez en mi coñito?
–          Por… por favor, Nieves…
–          ¿Probamos otra postura? ¿Cual quieres?
–          A cuatro patas.
Su rápida respuesta me sorprendió. Pero no me pareció mala idea.
–          De acuerdo – dije moviéndome sobre el colchón y adoptando la postura requerida.
Para que voy a insistir en el tema. Está perfectamente claro qué pasó a continuación. Iván bromeó un poco sobre metérmela por el culo, pero, como yo amenacé con romperle la crisma, se dejó guiar para aprender la postura más convencional.
Luego echamos otro polvo conmigo sobre él, otro de pié apoyados en su mesa, otro…
Estaba anonadada. No creía que existiera un amante igual. Era inagotable.
Aquella noche, mientras cenábamos los tres juntos, los muslos apretados bajo la mesa para aliviar el intenso escozor que sentía, no paraba de darle vueltas a todo lo sucedido. No acababa de creérmelo.
De vez en cuando, nuestras miradas se encontraban, compartiendo una complicidad que excluía a Juanjo, mientras el pobre se esforzaba en narrarnos lo duro que estaba siendo empezar con la empresa. Menos mal que no nos hizo ninguna pregunta, porque no me enteré de nada de lo que decía.
Por lo menos esa noche el pobre Juanjo no tuvo que soportar que su calenturienta esposa le pidiera un buen repaso. La pobre se acostó más que satisfecha.
Pero bueno, en definitiva, Iván y yo estábamos decididos a que nuestra vida siguiera igual, ninguno quería hacerle daño a Juanjo, así que pusimos punto y final a nuestra aventura.
Siempre nos quedaría el hermoso recuerdo de aquella mágica y lujuriosa tarde. Bueno, recuerdo no… recuerdos.
Sin embargo, las cosas nunca salen como se planean.
CONTINUARÁ
 
 
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