Regresó a casa cuando casi era ya de madrugada y se sorprendió por aquella figura extraña. El muchacho, de 16 años, era alto, de más de 1 metro y 90 centímetros, pero demasiado delgado; no creyó que pesara más de 60 kilos. Su piel era de una palidez casi fantasmagórica y su pelo de un color entre cenizo y blanco. Algunas manchas en la piel indicaban donde hubo llagas por el sol y quizás alguna otra enfermedad no mencionada… todo eso era enmarcado en unas sandalias, bermudas y camisa hawaiana, que no se había cambiado desde el día anterior.

En general, le pareció un muchacho feo… frío y maleducado: ni siquiera apartó su vista de aquella pantalla blanca

Cony dió un portazo, el chico se sobresaltó y se puso de pie, inclinando la cabeza para mirarla a los ojos y le dijo.

– Hola tía.

Anticlimático, como mínimo.

– ¿Gabriel, no es cierto?

Cony trató de sonar despectiva… el muchacho sintió su intención.

– Me instalé en la habitación más pequeña, espero que esté bien.

Era hora de poner los puntos sobre las íes.

– Mira niño, seré directa: Desde ahora te harás cargo de cuidar esta casa. Mi trabajo me mantiene alejada y no puedo pasar mucho tiempo acá
– Entiendo: escuché de los abogados acerca de su trabajo
– ¿Ah sí?… y dime, ¿qué escuchaste?
– Pues…  que usted se dedica a vender su cuerpo

Le cruzó la cara de una bofetada, el muchacho no alcanzó a verla venir

– Lo siento, no se enfade por favor.

Volvió a golpearlo.

– ¡No te permito que me faltes el respeto!, ¡y menos en mi casa!
– Lo siento. Las delicadezas suelen escapárseme. No pretendía ofenderla, tía, me disculpo nuevamente.

¿Podía ser tan tarado? -pensó Cony-… vería si se podía aprovechar de él aún más.

– Nada de eso. Si quieres seguir viviendo conmigo te ajustarás a mis reglas y me respetarás. No hay nada de malo en lo que hago para vivir…
– Pero yo no dije eso, tía

Lo abofeteó nuevamente

– … y no me interrumpirás jamás. Ahora, por atrevido, además de la casa te harás cargo de Claudia, mi hija… ¿dónde anda esa mocosa?… ¡Claudia!

Ante el grito, la muchacha apareció en instantes, jadeando, asustada.

– Claudia, saluda a Gabriel. Es tu primo. Se quedará a vivir acá con nosotras, contigo… le harás caso en todo lo que te diga, ¡o ya verás!, ahora ¡vete a tu cuarto!

El miedo era obvio en los ojos de la niña: el muchacho era un aliado de su madre, alguien a quien temer.

Gabriel se quedó parado donde estaba.

– ¿Qué haces ahí?
– No me ha dicho nada más.
– ¿Cómo?
– Qué tengo que hacer, cuáles son mis obligaciones.
– Mientras hagas lo que te dije, puedes hacer lo que quieras… ya me arreglaré yo con la trabajadora social.

El muchacho se sentó entonces y volvió a teclear como un poseído. ella se fue a dormir sin decir siquiera “buenas noches”.

Al día siguiente le sorprendió encontrar todo ordenado y razonablemente limpio, incluso había olor a comida. Gabriel estaba exactamente en la misma posición del día anterior, tecleando furiosamente sobre ese laptop roto… se puso de pié al verla entrar a la sala.

– Hice como usted me dijo, tía: las necesidades de la casa que pude notar están cubiertas, por favor dígame si puedo hacer algo más.

Siempre lo supo: con los niños había que aplicar mano dura.

– ¿Y Claudia?
– Es su habitación.
– ¿No la llevaste a la escuela?
– No supe a dónde debía llevarla, y cuando le pregunté a ella no recibí respuesta

Cony llamó a su hija a gritos… la niña apareció tan rauda como el día anterior.

– ¡¿Qué te dije de obedecer a Gabriel?! -preguntó Cony mientras comenzaba a golpearla-… A ver, ¡dime!… ¡te dije que hicieras lo que él te dijera!

La recriminó y golpeó un par de veces más, hasta que notó que Gabriel se tensaba con cada golpe…

– Y a tí, ¿qué te pasa?
– No se enfade, tía. Está claro que la niña necesita orden, estructura, pero no debe usted esforzarse en darle esa dádiva a alguien quien, claramente, no es capaz de  apreciarla.

Cony se detuvo y lo observó. El brillo en los ojos del joven le resultaba obvio… no supo a qué adjudicarlo hasta que notó su incipiente erección. “Con razón ayer aguantó todos mis golpes sin rechistar… ¡los estaba disfrutando!” pensó.

– Claudia, vete a tu cuarto y no salgas hasta que Gabriel o yo te llamemos.

Una vez que la niña se hubo retirado, se acercó decidida a Gabriel. El muchacho la miró tímidamente como siempre, pero el brillo de sus ojos seguía ahí. Se atrevió a probar su teoría.

– Me fallaste, Gabriel… no atendiste a mi hija como yo esperaba -dijo mientras retorcía un pezón del muchacho con toda su fuerza-

La cara de Gabriel se mantuvo impertérrita unos segundos, hasta que un mordisco en su labio inferior lo traicionó… “Vaya, vaya” se dijo Cony… “quedarme con su dinero será aún más sencillo”… decidió darle una probada de lo que podía esperar si se llevaban bien.

Lo tomó de una oreja y llevó su cara al suelo con violencia, mientras comenzaba a preparar el terreno.

– ¡Me desobedeciste!, ¡¿acaso no puedes controlar ni siquiera a una niña pequeña?!
– Perdóneme tía… no quise faltar a su confianza
– ¡Cállate!… ¡besa mis pies!…

El muchacho obedeció inseguro, besando tímidamente los pies de su tía, quien sonrió complacida.

– ¿Lo hago bien, tía?
– ¡Calla! -le atizó un puntapié mientras comenzaba a quitarse la ropa-, ¡ve a mi cuarto!.

Cony sacó un cinturón de su armario y le dedicó a Gabriel un latigazo en el culo. El muchacho dio un respingo, pero no se quejó

– Veo que es necesario que te discipline, Gabriel… dime, ¿te gusto?
– Es usted una madre preocupada, tía
– ¡No te hagas! -le gritó dándole otro latigazo-… me refiero si te atraigo como mujer
– Es usted una mujer muy hermosa, tía
– Y dime… ¿qué querrías hacer con esta hermosa mujer, cochino?
– Nada tía
– ¿Nada?
– Nada, sólo haría lo que usted quisiera que haga.

El papel comenzaba a gustarle a Cony. Tener un esclavo nerd virgen era una de sus fantasías menores aún no realizadas, y, si le servía para hacerse de la herencia del muchacho, cuánto mejor.

– Bueno -dijo ella-… entonces tu tía quiere que te desvistas y tiendas boca arriba en la cama.

Gabriel obedeció sorprendido por la orden, pero visiblemente complacido. Cony tuvo que contener la risa que le provocó la falta de experiencia del muchacho. Quería mantener la ilusión a toda costa, había una herencia en juego. Si lograba que se obsesionara con ella podría hacer lo que quisiera con él.

… Sería un trabajo fácil, se dijo… no más de 3 sesiones y lo tendría en la palma de su mano… quizás ni siquiera tuviera que cogérselo.

Comenzó la sesión de la misma forma que le agradaba a sus clientes con inclinaciones sádicas: Esposó a su sobrino a la cama con unas esposas que usaba para esos casos y, después de darle un par de caricias con el cinturón, pasó a vendarlo con una bufanda de seda. Una vez hecho eso trajo rápidamente el bolso que tenía preparado para estos lances.

Decidió empezar fuerte de inmediato. Tomó una vela y la encendió. Gabriel se tensó visiblemente, pero no dijo palabra. Comenzó a derramar la cera derretida por todo su pecho, arrancando ocasionalmente algún sonido, en particular cuando la derramaba sobre los pezones del muchacho. Viendo que podía avanzar aplicó una docena de pinzas de metal por todo el cuerpo del joven. Después de eso, puso otras pinzas en sus pezones, con la salvedad que estas estaban atadas entre ellas. Se entretuvo jugando a tirarlas mientras el muchacho se retorcía suavemente… demasiado suavemente para su gusto. Volvió a subir las apuestas algo de juego rudo, jalando juntamente el pelo y los pezones. Se alegró al ver que la erección del joven se había incrementado, pero el resto de las reacciones no le satisfacían. Había comenzado como un juego, pero, para ella, se estaba volviendo un asunto de orgullo: el mocoso tenía algo más de 16 años, era claramente un masoquista, y ella, una de las mujeres más deseadas de Miami, no era capaz de sacarle ni siquiera un gemido de placer.

Se arriesgó con todo: Subió a la cama y clavó fuerte sus tacones de aguja en el pecho del muchacho. No quiso aplicar todo su peso por miedo a hacerle daño real (y perder su premio), pero vio como se hundían profundo en su piel….

Cualquiera de sus clientes ya habría tenido un orgasmo… Gabriel recién manifestó algo de movimiento en su entrepierna… eso la irritó; había desvirgado a más de un mozalbete, normalmente a pedido de sus padres, y nunca había recibido queja de su desempeño… y ahora esta rareza, este fenómeno le gritaba en la cara que era incapaz… ahora vería.

Tomó el pene de Gabriel en sus manos y lo sopesó. No era nada comparado con otras trancas que le había tocado satisfacer, pero el muchacho calzaba un buen fierro, considerando su edad. Se permitió reconocer, eso sí, que le agradaba su forma, algo curva hacia arriba, y las venas le daban un aspecto de masculinidad madura. Se quitó las bragas y el sujetador con maestría… una lástima, pensó, tener que hacer el trabajo completo. Se tragó la verga enhiesta de Gabriel con un movimiento rápido y la enjugó abundantemente en su saliva. No había tenido tiempo de excitarse propiamente, así que su sexo estaba apenas húmedo.

– ¿Quieres que tía Cony te haga un hombre? -dijo cuando se separó-
– Sólo quiero lo que usted quiera, tía.

Cony se montó sobre él con presteza. Comenzó a frotar su vagina contra el sexo de Gabriel de forma lenta, buscando excitarlo más antes de proseguir. Separó sus labios: los de la boca buscando más aire y los de su sexo buscando más placer… encontró ambos, y en abundancia.

Notó, algo asustada, como su concha respondía a las caricias que le daba el pene de Gabriel. Hacía tiempo que no reaccionaba tan rápido ni tan efectivamente a la estimulación. Notó como sus pezones empezaban a elevarse y como su vulva comenzaba a engullir aquel pene, producto de la hinchazón de sus labios mayores. Su depilado sexo empezó a emitir fluidos, como reconociendo el hambre de verga. Aún estaba caliente, se dijo Cony… el abogado fue un buen amante, pero ella aún deseaba más. Los pliegues de su vagina se lubricaban más cada momento y ella, involuntariamente, dejó escapar un gemido.

Se llevó las manos a la boca. Una cosa era disfrutar del cuento, pero otra era perder el control. Azuzó nuevamente el pecho de Gabriel con el cinturón y, luego de eso, arrancó las pinzas de los pezones con rapidez. Gabriel levantó la cintura y su pene creció aún un poco más, pudo sentirlo cuando comenzó a rascar su clítoris… debió contenerse, pero el incendio en su entrepierna comenzaba a salirse de control.

Llevó su  pelvis hasta la cara de Gabriel, ofreciendo su mojado sexo ante la lengua del joven, quien, dada su inexperiencia, no supo qué hacer aparte de besar aquella concha. Tuvo que ser ella misma quien le diera las indicaciones básicas.

– Saca tu lengua… eso… ahora, muévela arriba y abajo… así… ufff, sigue… ahora más arriba… ahí… ese es mi clítoris… rodéalo con tus labios y juega con él… muy bien sobrino… mmm… eres un excelente alumno… continúa… ahora vuelve a bajar… sigue las líneas de mis labios… busca, hurga con tu leeeeeeengua… así, perfecto… hmmmm… bien, eso, traga mis jugos… ¿te gustan?
– Mucho, tía -dijo en una pausa-

Cony giró la cabeza y volvió a mirar la entrepierna de Gabriel. Por fin pudo ver algo de líquido preseminal en la punta de su glande, pero el muchacho claramente no daba señas de venirse… decidió quemar sus puentes.

– ¿Quieres que tía Cony te coja, degenerado?
– Haga usted lo que quiera conmigo, tía… es lo que más deseo desde que la ví.

Volvió a ponerse sobre su verga. Quizás sería su excitación, pero creyó verla más grande. Se frotó con ella nuevamente mientras le decía.

– Las esposas tienen un botón, búscalo y presiónalo… quedarás libre

Apenas escuchó el clic, les espetó

– ¡Y ahora, hijo de la chingada!, ¡muévete y dame placer!

Se empaló a sí misma en aquella tranca y se dejó ir, presa del primer orgasmo, sin detener el movimiento. Sentía como cada penetración causaba una creciente humedad entre sus piernas. Le extrañó por un instante que, siendo ella una amante que prefería sentirse llena de carne, un pene que no alcanza a sus gustos le provocase tanto placer… lo atribuyó al morbo cuando recordó que se estaba cogiendo a su sobrino.

Notó que Gabriel prácticamente no tomaba la iniciativa, así que guió sus manos a sus tetas y le indicó con gestos como debía jugar con ellas. Primero masajeándolas suavemente, de arriba hacia abajo, deslizando los pezones entre sus dedos; luego, desde abajo, acunándolos en sus palmas, para terminar juntándolos y mordisqueando sus pezones, ambos a la vez. Gabriel resultó un alumno aventajado… no necesitó palabras en todo ese proceso para entender cómo a ella le gustaba que acariciaran sus tetas, como prefería que le dieran placer. Pasado un rato el muchacho comenzó a alternar esos movimientos, agregando de su cosecha el lamer aquellos preciosos montículos en toda su extensión.

El segundo orgasmo le sobrevino a Cony gracias la succión de ambos pezones, justo en el momento de una penetración. A diferencia de otros encuentros y otros amantes, sus orgasmos no resultaban tan devastadores, pero los estaba alcanzando con mucha mayor facilidad… cosa de química, supuso: lo llevaban en la sangre.

Se abrazó al cuerpo de Gabriel y llevó sus tetas a su boca, diciéndole simplemente que “ya sabía que hacer”. Los lengüetazos no tardaron en regresar, acompañados de sonoros chupetones y un intenso magreo de aquellos monumentos. Cuando sintió que comenzaba a acercarse otro orgasmo se echó hacia atrás, separándose, y comenzó a controlar la penetración ella, apoyándose en sus propias manos y levantando la pelvis. Eso le permitió demorar el estallido… demasiado, para su gusto. Pasados unos minutos se percató que no sólo lo demoraba, sino que lo alejaba con sus propios movimientos… Gabriel, por su parte, seguía en la misma posición, como si esperara que aquellos pechos soñados volvieran a su boca

– Muévete tú también… no esperes que haga… todo el trabajo -le dijo desesperada-
– Hay algo que… quiero…. hacer que… espero le… guste
– ¡Hazlo ya y deja… de pedir… permiso… por todo!

Llevó sus manos a aquella curva bendita entre las caderas y la cintura de Cony y tomó el control de los movimientos de ella. Hizo que dejara de moverse tan frenéticamente y pasara a dejarse fluir, mientras él daba a su cintura un movimiento cadencioso, ondulante. Cony pudo ver nuevamente en la cara del muchacho su inexperiencia; parecía concentrado, como si explorara las sensaciones de ella… eso provocó en Cony un sentimiento extraño, desconocido, olvidado. No recordaba cuándo fue la última vez que uno de sus amantes se preocupó de hacerla gozar a ella olvidándose del placer propio. Le dedicó una sonrisa que se perdió entre sus jadeos.

Sí, jadeaba; para su sorpresa, Cony jadeaba como una posesa… como si pretendiera absorber el placer del aire. Gabriel pasó a recorrer con una de sus manos su abdomen, con dedos que a ella se le antojaron de seda… dedos que quemaban a su paso y dejaban rastros obscenos de gemidos candentes que subían desde su pecho a su garganta… que amenazaban con ahogarla. Sintió también la otra mano subiendo hasta su cintura por el centro de su espalda, jugando con el sudor que comenzaba condensarse en ese río natural…

… Y también sintió cuando ambas manos trabajaban juntas.

Gabriel usó de apoyo la mano que tenía en la espalda de su ardiente tía y subió la que jugaba en su abdomen hasta el centro de su pecho, haciendo presión y encorvando a Cony suavemente, haciéndola adoptar una pose extraña, pero para nada incómoda… Muy por el contrario, Cony disfrutó de la tensión que le brindaba y notó que en la cara de Gabriel había una mirada aprobatoria. Se sorprendió a sí misma al darse cuenta que le agradaba aquello, que deseaba la aprobación del joven.

Entonces, comenzó a entender el porqué de aquella preparación.

Gabriel la volvió a tomar por sobre las caderas hundiendo sin prisa, pero con todas sus fuerzas, su pene en la entrepierna de Cony. Dejó escapar un gemido aprobatorio de la labor del joven, quien continuó explorando en busca del placer de su amante. Cuando estuvo seguro de no poder adentrarse más, comenzó nuevamente con el mismo bamboleo que había probado antes, pero esta vez dirigiendo en todo momento los movimiento de Cony. No la forzaba -una obviedad dada su poca potencia física-, sino más bien la dirigía en la búsqueda de un camino ignoto, cosa que ella agradecía mediante su aroma, su sudor, sus jugos, sus gemidos, mientras se sentía subir y subir hasta una altura hasta ahora desconocida… le recordaba el calor del sol y la frescura del viento que cuando niña sintió más de una vez, estando en lo alto de una colina… la sensación la llenaba, la embriagaba… la hacía sentir bien.

Pasaron los minutos… quizás las horas, no lo sabía, pero la temperatura no hacía sino subir. En su pecho, sus labios, su entrepierna, toda ella estaba hecha un incendio… ¡Virgen santísima, como le gustaba!. Se encharcaba cada vez más, podía sentirlo. Hacía un rato había dejado de sentir sus piernas, pero no le importaba… bien podría habérselas cortado y no hubiera acusado recibo ante la calidez que sentía.

Fue allí que se desató. La tomó totalmente por sorpresa.

Gabriel presionó un poco más hacia adelante, haciendo que su clítoris se rozara con la piel del muchacho, y eso la hizo alcanzar otro cielo. Nació desde dentro de su sexo, hubiera deseado poder decir más, pero creció tan rápido que no pudo, no quiso oponerse al placer. Uno tras otro, una serie de gentiles orgasmos la llevaron al éxtasis. Trató de contar, pero cesó el empeño al llegar al sexto… de allí en más todo se volvió una masa de luz, calor, gemidos y humedad que duró un segundo o un siglo. Se sintió morir, sobrepasada por las sensaciones… se sintió más viva que nunca, conociendo un nuevo placer, una forma distinta de sentir. No era consciente de sus espasmos, de su respiración, de los rasguños en el pecho de Gabriel; nada de eso importaba.

Despertó.

Se había dormido sobre el pecho de Gabriel… se había desmayado… no lo sabía bien. Sintió en su cara la tensión de lágrimas secas y pudo oler los aromas que aquel encuentro había dejado en el ambiente. Miró a su amante, aún cubierto por la ridícula venda con la que había pretendido dominarlo.

– Perdona… no se que me pasó… ¿que fue lo que me hiciste?
– Erm…. bueno… no sabía si iba a funcionar, tía, pero parece que sí… espero le haya gustado
– Aún no me respondes -inquirió separándose un poco-, ¿qué fue eso?… ¿dónde lo aprendiste?… ¿no decías que eras virgen?.
– Lo soy, en serio… o sea, quiero decir… nadie me ha podido dar un orgasmo… ni las chicas en el orfanato, ni las chicas en las casas de tutelaje…

Se detuvo… ella lo noto… lo sintió.

Él seguía dentro de ella, igualmente erecto que antes…

… Ella se había venido como una loca, gozando como nadie la había hecho gozar en años, y él, un mocoso que ni siquiera era mayor de edad, un mocoso virgen -según sus palabras-, alguien a quien con sólo mirarlo debió deshacerse en una piscina de semen, seguía allí, insatisfecho, luego de horas de sexo con la mujer más deseada de Miami.

… No podía entenderlo.

– Lo siento tía, pero no se sienta mal; no es su culpa… soy yo quien está mal

¿¡Qué hacía!?… ¿el mocoso trataba de consolarla?… ¿a ella, una sacerdotisa del placer?

– … es un problema neurológico… mi sensibilidad es tan baja que sólo mediante el dolor siento algo; aún así nunca me he venido… bueno, los sueños no cuentan, supongo…

Su reacción fue casi visceral. Tomó el pene de Gabriel y lo metió en su boca, comenzando una furiosa mamada. Se aplicó con lo mejor de sus trucos, usando incluso su lengua, su mejor arma, en todo su esplendor. Los minutos fueron pasando y los quejidos del muchacho no llegaban…. se negaba a aceptarlo, pero con cada embiste de su boca la respuesta era más obvia.

Fue extraño; ella no era de esa forma. No se permitía esos deslices. Le afectaba demasiado el sentirse incapaz…el saber que Gabriel no había disfrutado le dolía más de lo que quería aceptar. Algo creció en su pecho y se forzó a callarlo, a pesar de querer gritarlo a los cuatro vientos.

Un momento de introspección, quizás, eso era lo que aquello había provocado. El verse a la cara en el espejo de su alma y saber que la visión no le gustaba… el conocer aquella faceta que no mostraba a nadie, ni siquiera a sí misma.

… Odiaba sentirse no deseada.

Se tragó las lágrimas que amenazaban con explotar en su pecho, contuvo aquel grito que quería narrar al mundo todo su sufrimiento. Simplemente tomó un par de piezas de ropa y se retiró del lugar… salió del apartamento y subió a su automóvil.

Allí, mientras las nieblas del sueño la envolvían, comenzó amargamente a llorar

– ¡Deja de sollozar!, ¿quieres?

Las palabras de la compañera de celda de Cony la hicieron dar un respingo. Era la primera noche que pasaba en la cárcel, luego de una semana en desintoxicación. Las drogas que le suministraron como reemplazo se le entregaron únicamente para sacarla de peligro vital; como imputada por el crimen que, orgullosamente, había cometido. Tristemente, sus derechos no le daban el privilegio de tener acceso a un tratamiento, simplemente a lo justo y necesario para no morir..

– Perdona Lexie -dijo mientras se limpiaba el sudor de su frente- … pensé que dormías
– Mira, está bien que sea tu primer día, la pálida por la abstención y todo eso, pero si no cierras el pico te juro que te daré verdaderas razones para llorar
– ¡Já!… Quizás eso sea una buena idea

La cara de Lexie asomó, intrigada, por el borde de la cama superior

– ¿No me digas que eres de las depresivas?… a ver, ¿qué fue lo que te metiste?
– … Euforia (metanfetamina de cristal)
– Fiuuuu… de las duras, ¿eh?, ¿y cuanto tiempo?
– ¿Diez… quince… veinte años?… no lo sé realmente
– ¡Jajajajaja!… ¡esa no te la cree nadie cariño!, ¿veinte años adicta al cristal?, ¡nadie dura tanto!
– No, supongo que no -dijo Cony conteniendo el dolor-… probablemente partí con algo más suave, no lo sé… mi mente no es lo que solía ser.
– ¡Eso, usa esa estrategia!… a veces el jurado lo cree -dijo secamente Lexie volviendo a acostarse-… buenas noches.

Pasaron los minutos y, por más que lo intentó, Cony no logró contener los embates de la abstinencia. Lo peor de los sueños vívidos ya habían cedido, gracias a la medicación, pero aún no era dueña de su cuerpo. Se sentía como una babosa en sal, no coordinaba bien sus movimientos, no podía dormir a pesar de que su cuerpo se lo pedía e, internamente, se sentía a punto de estallar. Se volvió a mirar el techo y un súbito ataque de claridad mental le reveló la mierda en que se había convertido su vida en un abrir y cerrar de ojos, y no pudo menos que llorar.

– ¡Ah mierda! -gritó hastiada Lexie- ¡ya cállate!
– Perdona, no puedo controlarlo
– Uy, “perdona, no puedo controlarlo” -se burló-… deja de quejarte si no quieres un puntapié en la cara.
– En serio… no puedo
– ¡Estoy hasta las tetas de tus cambios de humor!, ¡parece la regla con patas!
– Si tanto te molesta ve a quejarte al dueño del hotel
– ¡Ah, y graciosa la lindura!
– Cállate quieres…
– Cállate tú, idiota… eres tú la que no deja de quejarse, revolverse y llorar.
– Es que… nada es como debiera
– ¿Qué?… ¿arrepentida?
– Sí… no… no lo sé
– ¡Eres una puta drogadicta y mataste a alguien simplemente!, ¡ya supéralo!.

Eso le dió a Lexie unos minutos de paz… hasta verse interrumpida nuevamente

– Pero, ¡era mi familia! -sentenció Cony al borde de las lágrimas-

Casi… casi, tan cerca del sueño y tan lejos a la vez… Maldita vieja panchita… ¿acaso estaba buscando pelea?.

– A ver -juntó toda la paciencia que pudo reunir-, mira, yo maté a un cliente que se quiso propasar… tú y yo sabemos que el trabajo es peligroso, tus razones habrás tenido para hacer lo que hiciste, muñeca
– Por supuesto que las tengo: por su culpa mi hombre está en la cárcel… me traicionó, se lo merecía

El hastío en la voz de Lexie fue notorio, pero no pudo determinar si Cony se percató

– ¡Ja, ya decía yo!… tenía que haber un hombre metido… una movida de polla y te mojaste tó el coño, seguro
– Sí, claro… como si todo en la vida fuera tan simple… si hubiera podido arreglarlo con una cogida no estaría acá
– Pero cómo… ¿fue entonces culpa de un hombre que no te follaste?
– No, por supuesto que no… la culpa fue de dos personas.
– Entonces no te entiendo, “chavalilla”.
– Es algo más complicado de explicar
– Ah, ya… a ver -suspiró Lexie- cuéntamelo… ya que no me vas a dejar dormir tranquila, en el peor de los casos me tienes bien despierta hasta el desayuno y en el mejor de los casos tu historia es entretenida.. hazme un lugar en tu cama, no quiero que un guardia venga a molestar

Cony miró a su compañera de celda. Cuando se conocieron, hacía unas 16 horas, no había necesitado ser una detective para darse cuenta que era una prostituta al igual que ella. pero el desparpajo de la joven le resultaba divertido. Tenía la actitud de querer comerse el mundo y claramente no tenía los años de experiencia con los que contaba Cony, pero era también obvio que la vida la había hecho madurar a la fuerza.

– … Además -le dijo Lexie casi al oído-, si tu historia es buena prometo compensarte…

La midió un par de segundos más. No era excesivamente atractiva, pero el hecho de no haber perdido aún su acento español la volvía muy deseable para los clientes… La oferta era tentadora simplemente por el hecho de poder olvidarse, al menos vagamente, de su dolor, tanto del cuerpo como del corazón… y, le resultó sorprendente luego de días de total apatía, a ella también le provocaba un leve cosquilleo la idea.

Se movió hacia el lado y abrió las mantas

– Entra rápido… y no te olvides de poner tu almohada arriba para que no te echen en falta
– Mi vida, tú serás más vieja, pero yo llevo mucho más tiempo en el circo de overoles naranja.

Lexie entró lentamente en la cama, haciendo del proceso un pequeño ritual. Una vez dentro, se acercó a Cony coqueteándole de forma burlona, acariciando su culo y bajando por su pierna

– Bueno, ¿quieres o no escucharme?
– ¡Ay, que pesada!… está bien -dijo calmándose mientras ponía su cabeza sobre el hombro de Cony-… recuerda hablar bajito.

Cony miró a Lexie. La expresión de la chica era un tanto infantil, llena de curiosidad y con un dejo de morbo. Sus ojos cafés parecían atraerle de una forma misteriosa y, extrañamente, no sexual. La chica tenía esa propiedad de generar el deseo de estar con ella, no solo de poseerla.

– A ver, muñequita… ¿por donde empiezo?
– Ehm… ¿por el principio?
– Já… no, es mejor que empiece un poco antes: Verás, no siempre fui prostituta… claro, no nacemos siéndolo, pero la vida es la más puta de todas las putas y siempre quiere compañeras.
– ¡Buena esa!… recuérdame que la anote.
– Nací en El Paso, pero mi familia venía originalmente del otro lado del río, desde Ciudad Juárez. Me casé una vez en las Vegas, otra en San Francisco y otra en Miami, del primer matrimonio, con mi verdadero amor, me quedaron una viudez inesperada, una hija y el enfrentarme a la dura realidad que no sabía cómo ganarme la vida. Del segundo matrimonio me quedaron un par de fracturas y el saber que podía ganarme el pan para mi hija y yo en camas ajenas. El tercer matrimonio aún no se acaba, pero el lío en el que estoy tiene que ver con él.
– – Te sigo, continúa… pero te advierto que me empiezas a aburrir -dijo Lexie con una sonrisa pícara-… tu premio está corriendo peligro.
– Mi primer esposo, como te dije, fue mi único amor: Raúl Beltrán… un hombre donde los haya. Sabía tratarme, me cuidaba, en la cama era mi dios… yo besaba el suelo que él pisaba. Lo conocí una noche en un casino en Las Vegas cuando estaba en mi viaje de licenciatura y el amor fue instantáneo. Yo era una jovencita que aspiraba a ingresar a la universidad y el un joven comerciante que quería conquistar el mundo.  Estuvo dos semanas en la ciudad y no recuerdo haber salido más de 6 veces de la habitación. Pasadas esas dos semanas él tendría que viajar con urgencia a Sacramento y, la última noche que pasamos juntos, me propuso matrimonio.

Por primera vez en la velada, una sonrisa acudió al rostro de Cony… Continuó.

– Obviamente no es que no fuéramos a volver a encontrarnos. El era soltero y yo también, y teníamos los teléfonos y direcciones postales y de email del otro. Además de eso aún me quedaban algunos ahorros y podría haber acudido donde él me llamase… realmente si me hubiera pedido ir al infierno con él también le hubiera dicho que sí.
– No me digas nada: Tu boda fué de las instantáneas y Elvis fué tu juez de paz.
– ¡Ja!… te equivocas: Nos casó un imitador de Cantinflas… Raúl era fanático -recordó Cony-
– ¿Y luego?
– … Los mejores años de mi vida; nunca me faltó nada a su lado, ni material ni sentimentalmente. Trabajaba en el negocio de importaciones, así que sus labores lo llevaban a viajar constantemente; yo iba con él casi siempre, y gracias a eso pasamos años hermosos viajando por todo el país… una locura padrísima, conocí los 50 estados, más algunos de los mexicanos… fuí a las mejores fiestas, me codeé con gente sofisticada… y tuve mis primeros acercamientos con el mundo real.
– ¿Sexo… drogas?
– … Y rock and roll, chavita. Raúl era un hombre fogoso, amante de la vida… además, tú y yo sabemos bien que. si quieres obtener dinero y poder, tienes que ir donde esos bienes se transan… y esas “reuniones” no son más que orgías para gente rica.
– Lo siento, no sabría decirlo: mi manager nunca me consiguió un trabajo tan bueno como uno de esos.
– Quizás sea mejor así. Allí conocí el sexo duro, intercambio de parejas, tríos, cuadros plásticos y salté del caño ocasional de maría a darme una ración de azúcar (cocaína) de cuando en cuando… todo eso de bajo la atenta mirada de mi esposo.
– Hmmm… sigue, se empieza a poner interesante -dijo Lexie deslizando sus dedos por una de las piernas de Cony-
– Tranquila chiquita, no comas ansias… aún no llego a lo bueno. Toda esa vorágine terminó de golpe. Primero, me embaracé. No cabía en mí de felicidad y, al principio, Raúl estaba felicísimo… hasta que empecé a engordar
– Ya sé: el muy puerco te dejó botada… ¡todos los hombres son unos putos cerdos guarros!
– No exactamente. Al pasar los meses ya no me dejó acompañarlo en sus viajes… decía que le podía hacer mal al bebé…. Supuse también que se buscó una amante, porque comenzó a tener menos sexo conmigo… me juraba que estaba cada día más hermosa, pero había días en los que incluso su herramienta no funcionaba… lo notaba ojeroso, cansado. Peleamos varias veces y un día, en el parking de un centro comercial, después de habernos reconciliado en un hotel cercano, una rubia aparcó una furgoneta, se bajó de ella y mi mundo se fué al carajo -dijo Cony ya presa de las las lágrimas-

Lexie la miró con ternura. Fuera fingida o real, Cony no logró determinarlo… luego le dió un tierno beso en los labios y se abrazó a ella tratando de reconfortarla.

– Ya panchita… no llores… ¡todos los hombres son unos cerdos!.
– ¡No entiendes, pendeja!
– ¡SHHHHH!
– La rubia sacó un par de pistolas mientras que de la furgoneta bajaban 2 tipos más, con más armas, y empezaban a disparar hacia un automóvil a nuestras espaldas. Muerte por fuego cruzado en un asunto entre bandas de drogas, dijo la policía. Yo estuve en el hospital porque recibí dos balazos, uno de ellos en la panza… casi casi pierdo el bebé.
– Vaya…
– Desde el hospital, directo al abismo: Los últimos años me había portado muy mal con mi familia, así que me desconocieron. Las cuentas del hospital eran gigantescas y la familia de Raúl también desapareció. Afortunadamente, o eso pensé, uno de los hombres que conocí en aquellas fiestas me deseaba lo suficiente para casarse conmigo… ¡ja!, afortunadamente mis cacahuates…

Lexie comenzaba a adormilarse. Cony lo notó, pero sabía que dentro de poco su historia se pondría algo más interesante… quiso continuar.

– Al cabrón se llamaba Peter Avery, y luego de la primera semana, las cosas empezaron a ir mal. Nos instaló en una casa en los suburbios de San Francisco, pagó las cuentas vencidas del hospital y tuvimos aquella semana de “luna de miel en casa”. No se caracterizó por ser suave conmigo, pero no era algo que me incomodara realmente. Mi cuerpo era joven y supuse que podía afrontarlo sin problemas. Además, siendo sincera, me encantaba el sentirme deseada aún con la panza que tenía.
– Cuéntame, que te hacía -dijo Lexie volviendo a interesarse-
– A ver… para empezar, apenas me cargó dentro de la casa me empujó contra la pared, me levantó el vestido, bajó mis bragas y me clavó la verga hasta el fondo, en seco
– ¡Uy, que daño!
– Sí, pero realmente no me importaba. Era mi esposo y no hacía más que tomar posesión de lo que era suyo… lo que había comprado. Masajeó mis tetas sin piedad mientras que mordía mi cuello hasta hacerme un poco de sangre. Decía que quería borrar a mi anterior dueño y yo, en medio de esa vorágine de placer y dolor, estaba en el cielo. Me estuvo clavando más de veinte minutos y no parecía querer venirse. Me dio vuelta y me agachó para que comenzara a mamársela… ¡Dios, que pedazo de tranca tenía el desgraciado!, no por lo gigante, aunque tampoco era pequeña, sino por el aguante. Arrodillada frente a él comencé a usar mi lengua para darle placer; recorría su verga a lo largo y ancho, me la tragaba completa y aún así no se venía. Empezó violar mi boca, forzando su herramienta hasta atragantarme. Comenzó a jugar a asfixiarme con ella hasta que lo obligué a acabar metiéndole un dedo en el culo… y eso fue apenas entrando a la casa.
– ¿Y luego?
– El resto de la primera semana fue igual o más intenso. Yo quería olvidar la muerte de Raúl y él quería dar rienda suelta a su obsesión por mí. Me clavó y enculó en cada lugar de la casa. Se la mamé y me comió en los lugares que faltaron… la casa entera olía a sexo, era entrar él a la casa y buscarme como perro en celo y, sin darme tiempo a decir hola, embutir su herramienta en mí.
– Espera, espera, espera… hay algo que no me cuadra: ¿No estabas tú embarazada?
– Sí -dijo Cony sollozando-, pero entonces deseaba que ese bebé no existiera. Raúl dejó de amarme por su culpa… si no hubiera sido por él no hubiéramos estado en aquel parking… francamente quería que Peter me rompiera el coño y también mi útero… si aún hubiese sido legal habría abortado el bebé, pero el embarazo estaba demasiado avanzado…

A veces el universo es tan cruel como irónico

– Pasada la primera semana, se ausentó por medio mes. Un viaje de negocios, fue lo que me dijo. Dejó el dinero justo para mantener la casa y, cuando volvió, comencé a ver que aquel “afortunadamente” no era tal
– ¿Te metió cuernos?
– No chiquita… cuernos incluso los hubiera entendido. Cuando lo recibí con un beso iba, según yo, vestida para matar. Un babydoll que ocultaba bastante bien mi barriga y mostraba mis enormes tetas, regalo de las hormonas del embarazo y un conjunto de lencería color violeta eran mi armadura de combate para esa noche. También preparé el lugar con velas, incienso, luces bajas y música suave.
– Hmmm… puedo verlo -intervino Lexie, relamiéndose y tomando uno de los pechos de Cony-
– Mmmm… tranquila, aún es muy pronto -dijo Cony con un quejido, pero sin retirar la mano de la española-… No Lexie, lo siguiente que supe es que estaba en el suelo en una posición extraña, mirando entre la pared y el techo… mi visión se  movía rítmicamente, me dolía la cara de forma brutal y escuchaba sólo un pitido… mi cuerpo se negaba a responder e incluso algunos destellos de luz aparecían en mi visión
– ¡Maldito! -exclamó Lexie interrumpiendo su masaje-
– Veo que también te ha pasado. El sabor de la sangre en la boca fué lo que me devolvió al instante la conciencia. Escuché como él gritaba mientras me penetraba con algo más grande que su verga. Decía que era una puta, que cómo me había atrevido a traer acá a mi amante, que si hubiera llegado unos minutos antes también podría haberlo encontrado a él, que vió su carro irse cuando él llegaba, que me reventaría el coño con el bat como la puta que era, que me gustaba, que mis jugos no mentían, que cuando me compró no pensó que sería como las otras… que me mataría.
– ¡No!
– Después de ese día, me encerró en el sótano… casi me muero cuando me dí cuenta que, detrás de un estante de herramientas, había una puerta reforzada y, dentro de ella, la que sería mi “habitación” por casi dos meses… lo peor de todo fue cuando me encontré con que eso no detendría su modo de ser. Que abusara de mí se volvió cosa de todos los días… que me golpeara, también.
– ¿Cómo lo sobrellevaste?
– Hmpf… es extraño como la vida juega con la ironía, ¿no?. Soñé… Soñé con mi bebé; yo la estaba abrazando en un hospital… parecía recién nacida, pero su cara me recordaba tanto a Raúl que no podía sino llorar. Eso fue lo que me ayudó a soportar el encierro, los abusos, las golpizas… y el hambre.
– No te sigo
– Era una prueba de amor, me dijo Peter: me dejó sola por un mes, encerrada en aquella celda, vestida únicamente con una bolsa de estiércol, sin luz, calefacción, con un goteo de una cañerías rota como fuente de agua y con 3 latas de carne enlatada por toda comida.
– ¡Dios mío!
– Cuando volvió fue lo peor de todo -comenzó Cony mientras las lágrimas corrían por su rostro-… me tomó del pelo y me arrancó un buen mechón, mientras comenzaba a gritar y golpearme… decía que sólo teniendo un amante era posible que yo siguiera viva… que estaba harto de las putas como yo y que me haría pagar por reírme de él… el ambiente se llenaba con gritos, míos, de él, ¿qué más daba?… comenzó a llorar pidiéndome perdón pero al tocarme los golpes volvieron… que no toleraba que otro hombre me hubiera tocado, que era culpa de mi barriga, que le recordaba que no siempre fui suya… me golpeó, me orinó encima, según él, para marcarme como suya… yo no hacía sino pedirle que parara, que me perdonara, que me dejara ir y se olvidara de mí, que haría lo que él quisiera… “¡lo que quiero es que me respetes!” me gritó junto a un puñetazo en la cabeza que me mandó al suelo… entonces comenzó a patearme en la cara, el pecho, la barriga, la entrepierna… sentí que me fracturaba un par de costillas. Al cuarto o quinto golpe de patada en la cabeza casi pierdo el conocimiento… lo oí salir hecho una furia, diciendo que ahora sí que me mataba… dejando la puerta abierta.
– ¡Para Cony, ya no sigas! -dijo Lexie viendo los sollozos de Cony-
– No Lexie, déjame… me hace bien, me siento más ligera… ya casi termino… No se como pude pararme; un dolor horrible en una pierna casi me hace caer y podía respirar mal y ver peor. Llegué al patio y lo volví a ver: tenía una pistola en las manos… traté de correr pero apenas lograba caminar. Yo lloraba y gritaba pidiendo ayuda cuando escuché un disparo… comencé a correr, el dolor dejó de ser importante… “corre puta, la próxima no tendrás tanta suerte” me gritó a mis espaldas tan cerca que sentí el “clic” del arma cuando se preparaba a disparar… el tiro sonó cuando yo me perdía por la esquina del patio, a unos metros de la puerta del jardín… entonces escuché la música más linda, como enviada del cielo: sirenas de policía.
– ¿Te salvaron ellos?
– A medias. Los gritos de la pelea habían sido escuchados por los niños de uno de los vecinos; ellos le avisaron a sus padres y ellos a su vez a la policía. Entre que yo llegaba a la calle, esquivando un tercer balazo y mi esposo aparecía por el portón dos carros de la policía aparecieron en el lugar, uno de ellos se puso entre Peter y yo y el otro se detuvo detrás bajando rápidamente una pareja de policías pistola en mano. Peter no era tan idiota como yo creía y soltó el arma de inmediato y levantó las manos… si hubiera sido negro o latino yo creo que lo mataban, pero le ordenaron ponerse de rodillas con las piernas cruzadas y poner las manos tras la cabeza. Cuando lo detuvieron decía que todo había sido una broma; el arma resultó ser de fogueo, pero los golpes no tenía cómo explicarlos ni que yo estuviera vestida con una bolsa maloliente de arpillera… entonces… entonces, cuando ya me creía segura, ví como se hacía realidad el deseo que había pedido hacía algunos meses

La española le dedicó una larga mirada… al ver débilmente el rostro apretado de Cony comprendió

– … Vi como rompía aguas cuando me llevaban a una ambulancia… y el líquido no era claro, sino con sangre.

Lexie la miró casi llorando. Ambas eran prostitutas, mujeres que conocían el lado menos amable de la vida, mujeres que habían caminado por más calles de las que les gustaría reconocer, mujeres que sabían que tan bajo o que tan lejos puede llegar la irracionalidad del ser humano… mujeres al fin y al cabo.

Tímidamente acercó su cara a la de Cony hasta tocar su frente con la propia y le sonrió de forma inocente. Lexie conocía perfectamente el sentimiento; también había pasado por aquel lance en su trabajo, quizás de forma no tan brutal ,pero sabía perfectamente lo que se sentía. Nada puede realmente prepararte para el dolor, la humillación, el miedo, la vergüenza, las lágrimas. Te mientes, te dices que no fue nada, que ni siquiera lo sentiste, pero no es tu cuerpo el que más duele. Quiso, sinceramente, consolarla… en aquel agujero de mierda quería ser para ella un bálsamo, un oasis que le permitiera olvidar aquello.

Cony tampoco necesitó que le explicaran nada. Las miradas entre colegas le eran más elocuentes que las palabras. Aceptó simplemente el consuelo y lloró

– En serio, perdóname por lo de antes -dijo Cony enjugándose las lágrimas-… la pálida me tiene idiota, no sé lo que hago… ni siquiera sé cómo me siento
– Ya, tranquila… mi veneno no es ese pero entiendo como funciona. ¿Has logrado dormir algo?
– Nada… hace tres días que no duermo… me siento morir -dijo sollozando nuevamente-
– ¿Y el cuerpo?
– Lento… no me responde… estoy como ida… estoy cansada, hastiada…quiero…
– No sigas…
– Pero
– Shhh… todos tenemos algo… alguien.
– Yo… yo.

Lexie le dió un abrazo. Rodeó a Cony lo mejor que pudo con su cuerpo e intentó traspasarle su calor, su aliento, su cercanía. Ambas estaban vestidas con las prendas reglamentarias de la prisión a la hora de dormir, a saber: camiseta, sostén y braga holgada, tipo boxer, todo de algodón y de color blanco; difícilmente ropa para seducir… cosa que no tenía demasiada importancia en ese momento.

Comenzó por tocar las manos de Cony casi con reverencia. Envolvió la izquierda entre las dos suyas, la acarició y examinó con sus labios, usándolos como sus ojos en aquella oscuridad. Recorrió cada arruga, cada marca, cada accidente de esa mano. Paseó por las uñas, tan dañadas luego de los días en desintoxicación. Dibujó las venas del dorso de la mano, alzándose desafiantes aún de haber recibido el castigo de las agujas. Por algún motivo la fragancia de aquella mano le provocó un cosquilleo, era más que el simple jabón de la correccional… le dió un mordisquito a la parte gruesa antes del pulgar mientras iba en busca de la otra mano.

Un gritito coqueto de Cony le dijo que lo estaba haciendo bien.

– Tienes unas manos preciosas -le dijo Lexie besando efusivamente una de ellas-
– Estás loca -contestó Cony esbozando una sonrisa melancólica-… son feas… son manos de vieja… tienen arrugas… y cicatrices
– No son cicatrices Cony: son medallas de guerra -dijo Lexie mirándola, decidida a cambiar de juego-

Entrelazó los dedos de su mano derecha con la izquierda de Cony y, llevando la derecha de la misma a sus labios, exhaló el calor de sus pulmones en ella. Notó como Cony se movía discretamente mientras ella comenzó primero a mordisquear aquella mano y luego a besarla… eso la envalentonó a empezar a recorrerla con su lengua.

Otro cosquilleo le recorrió la nuca cuando notó en su lengua la sal de esa piel. Eso la hizo descargar otra andanada de lengüetazos entre los dedos de Cony, quien, por su parte, no daba crédito a las sensaciones que la joven Lexie le provocaba con sólo jugar con sus manos. Fuera de los márgenes de una relación, estaba acostumbrada a lo típico: un rápido mete y saca y el cliente había terminado. Si tenía suerte el galán o la dama de turno resultaba ser alguien con iniciativa y aguante, en cuyo caso solía olvidarse de los límites de tiempo y simplemente dejarse llevar… pero esos eran casos contados… ahora aún no se habían besado y la tristeza que habitaba su corazón de unos minutos atrás comenzaba a ser rápidamente reemplazada por una sensación de calor que nacía desde su bajo vientre.

No quiso seguir siendo una mera espectadora. Lexie tenía placenteramente inmovilizadas sus dos manos, pero esas no eran todas sus armas. Distrajo un poco la atención de la joven al presionar su entrepierna con su muslo, provocándole un pequeño quejido de placer y haciendo que mirara en dirección de su sexo: eso era lo que esperaba. Lanzó su boca en busca del lóbulo de la oreja de la española y, mordiéndolo con sus colmillos, comenzó a aplicar presión de forma intermitente.

Al tercer embate en su oreja, Lexie tuvo que interrumpir su juego de manos para exhalar un decidor gemido. Se miraron unos segundos y fue como si alguien hubiese dado el pistoletazo de partida a una carrera de placer y morbo.

Volvieron las dos a lo que estaban, pero con renovados ímpetus. Cony pudo notar fácilmente que las orejas eran uno de los puntos débiles de Lexie. Bastó con la estimulación anterior para que pudiera notar como subía la temperatura y el respirar de la muchacha se hacía más irregular, así que se decidió a recorrer el resto de esas curvas normalmente olvidadas de su anatomía y, una vez bien excitada, preparar el asalto sobre el cuello y el hombro a base de más besos y mordidas.

Lexie por su parte tampoco se andaba con juegos. Adivinó bien la sorpresa en el respirar de Cony al empezar a recibir placer desde sus manos, así que decidió pasar al siguiente nivel. Mientras recorría el espacio entre los dedos de Cony metió por sorpresa el dedo índice de la mayor dentro de su boca y lo envolvió con su lengua. La saliva embadurnó rápidamente el dedo y comenzó a escurrir por la mano de Cony de una forma tan obscena que a esta le recordó un coño mojado. Lexie aprovechó para meter en su boca en una sucesión continua los dedos medio, anular y meñique y comenzar a darles el mismo tratamiento que a su compañero.

La sensación fue extraña para Cony: Normalmente, era ella la obligada a recibir actos como ese; nunca había experimentado el placer de aquello y comenzaba a maldecirse por no haberlo hecho. Separó su cara del cuello de Lexie para mirarla en la penumbra. El brillo en sus ojos era acompañado por pequeños destellos alrededor de su boca. La saliva que escurría por su brazo le daba aún un toque más morboso a la escena… era como si Lexie le dijera que se follara su boca con su mano. La lengua de la joven tampoco hacía más fácil el mantener la calma y los apagados gemidos y la respiración entrecortada acentuaban el ambiente de erotismo… entonces le llegó la primera sorpresa.

Lexie metió su lengua entre sus dedos medio y anular y presionó hasta el final.

… y Cony tuvo un pequeño orgasmo.

No fue apoteósico ni la hizo conocer nuevas dimensiones. Fue una pequeña contracción en su vagina, casi como si su coño despertara, sin embargo el latigazo de placer fue real y, lo peor, totalmente sorpresivo. Según ella, aún no estaba ni cerca de venirse… cierto, la cosa iba por buen camino, pero el juego recién comenzaba.

Se separó para mirar a Lexie. Pudo notar en sus ojos un toque de superioridad que le divirtió y enfadó a la vez… No supo si besarla, golpearla, cogerla, nalgearla, comérsela o todo ello simultáneamente.

– ¡Que!… ¿te gustó? -preguntó Lexie-
– Condenada muchachita… ¿como hiciste eso?
– A todo el mundo le sorprende -rió Lexie-… no se porqué, pero casi nadie se da cuenta de lo excitado que está cuando lo hago. A los hombres normalmente les despierta la polla de inmediato.
– Pues yo como que me anduve viniendo
– Lo noté -dijo Lexie divertida-… eres una guarrilla oye, a la mayoría le toma unos diez o veinte lametones
– … Debe ser porque estaba fuera de forma.
– … O porque empiezo a gustarte.
– No lo creo chiquita… no podría gustarme alguien tan descuidada

Lexie no entendió de inmediato la frase, pero la sonrisa de triunfo de Cony la excitó sobremanera…

La mayor de acercó lentamente a su oído para hablarle… la voz fue fría, acerada… casi ajena.

– Olvidaste algo: Me soltaste las manos.

El movimiento fue sorpresivo. Cony abrazó a Lexie con brazos y piernas y, aprovechándose de su tamaño y fuerza superiores, se puso encima de Lexie con la facilidad que le entregaban sus años de experiencia en las lides del amor comprado.

Lexie no entendía qué pasaba. Era como si de pronto estuviese en la cama con otra persona. El brillo en los ojos de Cony era distinto; amenazador, leonino, hipnótico… aterrador.

– Me enseñaste algo nuevo usando la lengua, y no permito que nadie me supere en mi juego

El tono de Cony era verdaderamente intimidante… ¿¡Quién era esa mujer!?. Tenía una fuerza inesperada y una actitud que rezumaba peligro.

Lexie recordó entonces un detalle que había olvidado: no conocía los detalles reales del delito de Cony; bien podría ser que todo lo anterior fuera una pantomima y tratarse de una asesina a sangre fría. había leído un montón de casos similares y, si bien es cierto era pocas, existían mujeres que cometían semejante crimen simplemente porque podían hacerlo.

Un escalofrío recorrió su espalda. Sus vellos se erizaron por todo el cuerpo y su sudor se tornó frío. La palidez acudió a su rostro y comenzó a forcejear, pero la superioridad física de Cony era obvia. Recurrió a todas las armas que disponía, pero cada intento de zafarse era ágilmente contrarrestado por Cony. La maldita puta vieja era más ducha que ella. Quizás sabía artes marciales, quizás era la escuela de la calle, el hecho es que se veía indefectiblemente vencida.

– Condenada mocosa… -interrumpió Cony- te haré pagar la humillación hasta que no te quede sangre en las venas…
– No… ¡no! -sollozó Lexie-
– ¿Nunca te dije cómo fue que me gané mi estadía en la cárcel, cierto?
– … Para… para por favor
– … Asfixia
– ¡NO! -gritó brevemente Lexie-

Cony no le permitió seguir. Introdujo su lengua en la boca de Lexie con tal fuerza que la joven casi pierde el aliento, mientras sujetaba sus manos por sobre su cabeza… Lexie había pisado el terreno de Cony y no estaba dispuesta a dejar que la muchacha se marchara de allí con aquella victoria.

Lexie sintió como esa lengua invadía su boca inexorablemente. Palpando, presionando, removiéndose. Su propia lengua retrocedió ante el impulso de la intrusa y comenzaron a forcejear. Su cerebro pareció fallarle; en ningún momento se le cruzó por la cabeza el morderla, solamente el expulsarla. No permitiría que se quedara con su boca, pero de pronto se dió cuenta que su respiración se entrecortaba… ¿Qué tan larga era la lengua de esa maldita?.

Forcejeó por cosa de dos minutos hasta que la sensación de hormigueo en la cabeza empezó a ganarle. Recién entonces contempló la posibilidad: Estaba ante las puertas de la muerte y las fuerzas le fallaban. Comenzaron a pasar por su cabeza imágenes inconexas acerca de diversos estadios en su vida. Le costó un poco darse cuenta, ya que no fue en orden cronológico, pero al final notó que era aquel mítico momento en que ves tu vida antes de morir… cerró los ojos y se abandonó al destino.

Cony sintió que las fuerzas de Lexie se apagaban de forma definitiva y se supo por fin victoriosa. Apretó fuertemente el clítoris de Lexie con su rodilla mientras se separaba de ella, sin soltar sus manos.

… Lexie volvió a la vida, y se corrió.

No, eso no cabía dentro de ese parámetro. Se corrió, se vino, terminó, acabó, coceó como una burra, mató al monstruo de dos espaldas, sufrió la pequeña muerte… todo ello combinado y sin posibilidad de redención para ella.

Aspiró aire como quien, literalmente, aspira la vida, mientras que Cony seguía presionando rítmicamente su clítoris. Los orgasmos se sucedían uno tras otro sin que ella pudiera identificar dónde terminaba uno y comenzaba el otro. Le embargaba la alegría, estaba viva… coño, ¡estaba viva!, ¡estaba cachonda!, ¡estaba satisfecha!… y no paraba de correrse.

Dejó las sábanas perdidas con su sudor y algo de orina que escapó de su control. Al día siguiente les esperaría un castigo por el descalabro, pero ahora eso no le importaba… ¿cómo podría importarle algo tan banal?. Las oleadas de placer aún continuaban azotándola con menor intensidad cuando su cerebro volvió a funcionar. Sintió… sintió… Dios, no sabía que sentía, todo estaba confuso en su cabeza, lo único que tenía claro es que había sido la experiencia más placentera de su vida; bien valía el precio que había tenido que pagar por ella.

Cuando comenzó a calmarse se dio cuenta que Cony la miraba desde arriba… la mirada de superioridad había cambiado de dueño y, ahora lo sabía, estaba con quien la merecía. ¡Loores a quien se los merezca!: La experiencia triunfó sobre el brío.

– Y… ¿te gustó lo que te tenía que enseñar la viejita? -dijo Cony-
– Cabrona.. puta… capulla… zorra -dijo mientras comenzaba a sollozar-
– Shhh… no hables… descansa.

La soltó y la joven no hizo ademán de querer desembarazarse de ella. Cony atinó a pararse para dejar a Lexie sola en la cama, pero la muchacha le tomó la mano.

– No me dejes sola -le dijo-
– Lexie…

Cony no se pudo resistir a su mirada… se odió por ello, pero los ojos de la chiquilla comenzaban a hechizarla de una forma que no podía explicar y, lo peor de todo, le advertía una vocecita en su cerebro, no quería ignorar.

Volvió a entrar a la cama. Lexie la abrazó con fuerza

– Quédate conmigo… la noche aún no termina
– ¡¿Todavía quieres más?! -preguntó Cony sorprendida-
– ¡Sí!, ¡no!… no lo sé… me pusiste cachonda perdida, ya no sé que es arriba y que es abajo… ¿qué me hiciste?
– Una forma de asfixia erótica… me la enseñó mi sobrino, y a él se la enseñó un japonés… supongo que cuando tienes la verga pequeña no te queda otra que ser creativo

Se miraron unos segundos y estallaron en una risita cómplice.

– Serás tonta -dijo Lexie-
– Oye, oye, no me mires en menos… me conocen en Little Havana como “La mejor lengua de Miami”… mira

La lengua de Cony, estirada, le llegaba casi diez centímetros bajo el mentón.

– ¡Madre de Dios todopoderoso!… ¿es natural?
– Claro, como todo lo que ves… bueno, tengo un par de retoques encima, nada más que cosméticos, pero todo natural, nada más que lo que me dio la virgen y pervirtió el diablo

Rieron por lo bajo y al cabo de un rato Lexie volvió a mirarla de forma especial. Definitivamente Cony empezaba a odiarse seriamente por ello, pero comprendió que, le gustara la idea o no, la noche aún no había terminado

– Aún quiero jugar -dijo Lexie-, pero no seas tan violenta esta vez
– Anda, a dormir -dijo Cony sin mucho convencimiento-, que ya va a amanecer
– Todavía hay tiempo, además, tengo que darte tu premio por la historia
– Pero mi historia todavía no termina
– ¿¡Hay más!?
– Pues sí… no sé si igual de intensa, pero creo que más caliente
– ¿Cómo es eso?
– Pues, aún no te he hablado de mi manager, mi esposo actual… ni de mi sobrino.
– Hmmm… ¿tres hombres para la dama?
– Sólo dos: mi esposo es mi manager
– ¡Ah caray!
– Ya te dije, a dormir y mañana continuamos hablando, prometo entretenerte.
– No quiero… arrúllame.

Decir quien inició el beso no tendría sentido… la única verdad es que un par de horas antes del amanecer dos pares de tibios labios se encontraron en la oscuridad. Se besaron suavemente por varios minutos, sin siquiera sacar sus lenguas de sus vainas. Para sorpresa de la agresiva Lexie, fue Cony quien abrió los fuegos acariciando distraídamente el culo de su compañera, quien correspondió la atención con un mordisquito en el labio de Cony.

Las acrobacias, si no querían llamar la atención, les estaban vedadas. Eso no impidió que, cuando las respiraciones se hicieron entrecortadas, las manos no comenzaran un viaje de exploración. Cony mantenía la voz cantante, era para ella un asunto de antigüedad entre las sábanas. Además, el exiguo peso de Lexie le permitía moverla a su antojo. la atrajo aún más hacia su cuerpo, casi poniéndola del todo encima de ella y comenzó a masajear sus nalgas de forma lenta e inexorable. El gemido que dio Lexie cuando uno de sus dedos traviesamente se paseó acercándose su ano le dijo que sus caricias eran bien recibidas por la más joven. Metió su mano bajo las bragas y acaparó con su dedo medio la atención de su abertura, simplemente jugando sobre ella. Llevó su otra mano a la parte frontal del calzón y Lexie arqueó su espalda para levantar su pelvis, sin embargo se llevó una sopresa cuando Cony, en vez de quitarle la prenda, jaló suave y rítmicamente de ella, usando la tensión para estimular su vulva y apresar su clítoris

– Nggghhh… me matas… -dijo Lexie-… más rápido.

Cony simplemente atacó su boca con su larga lengua. La de Lexie de inmediato salió al encuentro y comenzaron una dura batalla. Cony sin embargo no aceleró sus acometidas con sus manos, excepto cuando notaba que Lexie quería tomar el control. La maestría de la mayor se demostraba por el hecho que la más joven no atinaba a nada más que masajear los senos de Cony… hasta que esta última cometió un pequeño error.

Cony retiró su mano con la que jugaba con la braga y quiso llevarla a la nuca de Lexie para forzar un beso más profundo, pero eso fue suficiente para Lexie. Con la agilidad que le daba su juventud se desembarazó de los labios de Cony y comenzó a serpentear con su lengua en dirección al coño de su compañera. Partió su recorrido con un certero mordisquillo a uno de sus lóbulos y fue bajando hasta llegar a su cuello. Se detuvo un momento a chupar con intensidad entre el cuello y el hombro de aquella hembra mientras levantaba velozmente su camiseta, dejándole un chupetón de recuerdo. Siguió su viaje dejando un rastro de saliva en pos de su canalillo y hundió su cara entre aquellos dos monumentos a la femineidad, mientras que con sus manos los acariciaba de arriba hacia abajo, deslizando los enhiestos pezones entre las comisuras de sus dedos… eso fue la perdición de Cony.

– Aaaaah!!!!… chiquilla traviesa, ¿cómo lo supiste?

Cony sacó su cara del sandwich de teta que se había fabricado, sonriendo por su ocurrencia

– No lo sabía, pero tus pitones son tremendos y están durísimos… los imagino rosado oscuro, sin ser aún café… me pregunto, ¿a qué saben?
– Noooooooooo…… ahhhhh…. mmmm….

… Y ya no se escucharon quejas por parte de Cony. Quejidos sí, a montones. Lexie había tomado con destreza entre sus labios uno de los pezones de Cony y lo aplastaba suavemente con los mismos, mientras que con su lengua estimulaba la punta de pezón sin chuparlo. Cuando la mayor de acostumbró, abrió su boca en plenitud y tragó, succionó y relamió en un solo movimiento cuanta teta le cupo dentro. La lengua de Lexie hacía el trabajo simultáneo de pistón y brocha y el orgasmo de Cony comenzaba a verse venir.

– Ufff… déjaaaaaame… déjame hacer algo por tí también, chiquilla

Con el poco autocontrol que le quedaba, Cony atacó con sus manos la zona en la que Lexie había mostrado respuesta. Se humedeció generosamente los dedos de ambas manos mientras jalaba de las nalgas a Lexie. Esta entendió de inmediato el mensaje y, buscando también ella disfrutar del encuentro, se encorvó lo suficiente para que Cony tuviera acceso a su entrada trasera. Hizo que la misma Lexie lamiera sus dedos antes de comenzar a trabajar el ano de la española.

– Hmmmm… se nota que no lo usas demasiado, Lexie
– No… como trabajo en la calle, mis clientes son casi todos jovencitos con poco aguante y no alcanzan a catarme el culo… ¿te gusta?
– Es estrecho, pero no me costará entrar… elástico… caliente… ¡Dios, te lo quiero comer!
– ¡Ja!, tranquila, tenemos años de encierro

Ambas aceleraron sus empeños… estaban seguras que al menos uno de los guardias debía haber pasado ya.

Cony empezó a masajear lentamente la abertura de Lexie. El sudor empezó a empapar la raja de ese pequeño culo y al rostro de Cony comenzó a llegar ese aroma inconfundible que le decía que su compañera estaba excitada, sin embargo no cambió de objetivo; quería probar si la chica era capaz de venirse usando sólo su ano. Cuando lo invadió con su índice el cuerpo de Lexie se tensó, pero no se quejó ni dijo nada. Empezó a moverlo y el culo de Lexie comenzó a acompañar el movimiento, regando con los jugos de su sexo el monte de venus de Cony. Aumentó las apuestas metiendo su dedo medio y Lexie tuvo un pequeño orgasmo que hizo que interrumpiera por un segundo el trabajo que hacía sobre las tetas de Cony. Volvió de inmediato a la faena: La estadounidense le sacaba unos diez años de edad, calculó, pero eso no implicaba que ella no tuviera también su orgullo… le demostraría lo que puede hacer la juventud.

Cony sintió el cambio de ritmo en sus senos, y le gustó. Las caricias y chupetones eran aplicados de forma experta por Lexie… casi diría que nadie le había comido nunca las tetas de esa forma. Con hambre, con pasión, con deseo e incluso con cariño. La chica sabía dónde apretar, cuándo chupar, y cómo lengüetear… y había descubierto sin ayuda una de las formas que más le gustaba que le chupasen sus hermosos y largos pezones.

Se estuvieron dando placer varios minutos más hasta que escucharon los ruidos que indicaban que comenzaba la última ronda de la noche… sí, se habían saltado una, y era imposible que el guardia no lo hubiera notado… mañana tendrían un segundo motivo para ser castigadas. Quizás las mandaran un día o dos a solitario, pero ya no importaba… todo lo que importaba era el ahora.

Cony usó su pulgar para atenazar el ano de Lexie desde afuera y comenzó frenéticamente a frotar esa pinza. Lexie por su parte, aprovechando la generosa anatomía de Cony, metió ambos pezones en su boca a la vez que clavaba dos de sus dedos en el sexo de la mayor. La corrida de ambas fue casi simultánea y, si bien para Lexie no fue tan intensa como la anterior, debieron ahogar sus berridos mutuamente con un beso largo y caliente.

Cuando se separaron, Lexie llevó sus dedos a su boca.

– Cony, sabes deliciosa
– ¿Que pasa? -le contestó con un beso en la frente-… ¿acaso quieres enamorarme?
– Bueno… sólo si tú te dejas.
– ¿Es eso una propuesta?
– Más o menos… -dijo Lexie con un leve sonrojo-
– ¿Y eso, chavita?… ¿no eras tú la dura prisionera con experiencia?
– … Digamos que me das pena, panchita.
– ¿Cómo dices?
– Sí, eso… tienes el aire como a perrito abandonado… “la mirada mustia” como decía mi abuela
– ¿O sea que soy como tu mascota?
– Hey, tampoco es eso… en ningún momento dejaría que mi mascota me comiera el coño -dijo Lexie con una mirada pícara-
– ¿Es otra propuesta?
– Es una promesa

Lexie le dió un pequeño beso en los labios a modo de buenas noches y se abrazó a ella. Cony aspiró nuevamente el aroma de su cabello y miró al cielo… no sabía que le estaba pasando, pero seguramente tendría mucho tiempo para averiguarlo.

… Esa noche, dos ángeles naranja soñaron amor.

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