-¡Joder tío! Estamos volando. ¿Qué más quiere? ¿Que rompamos la barrera del sonido?–dijo Cometa.

-Y dale otra vez –añadió Cupido recibiendo un nuevo latigazo. –me voy a quejar al sindicato.

-Sí, hazlo. –Intervino Trueno –los duendes lo hicieron y ahora trabajan dieciocho horas diarias y les han bajado el sueldo un treinta y siete por ciento. El gordo les amenazó con echarlos a todos y traerse unos cientos de indochinos. Para eso valen los sindicatos.

-Callaos todos y tirad, -dijo Rudolph autoritario mientras por encima de ellos volvía a chasquear el látigo. –cuanto más rápido vayamos más rápido acabaremos con esta mierda.

-Papa Noel miraba aburrido el paisaje mientras sobrevolaban la campiña. Ni los campos blancos, ni los abetos con sus ramas dobladas por el peso de la nieve ni los carámbanos que colgaban de los tejados le emocionaban ya. Era siempre la misma mierda año tras año. Afortunadamente solo era un día, si no probablemente ya  se habría hecho el hara kiri con un bastón de caramelo.

Llevaba ya ocho horas repartiendo juguetes y afortunadamente solo quedaban unas cuantas casas en  un apartado y oscuro valle de los Cárpatos.  Cuando comenzó a bajar a la aldea, los aullidos de los lobos provenientes del bosque se trasmitieron con nitidez en el gélido aire invernal poniendo nerviosos a los renos. Papa Noel les arreó un par de amables latigazos para que pensasen en otra cosa. Una vez en la vertical de la aldea, dio un par de vueltas  y ante  los berridos del navegador (ha llegado a su destino, ha llegado a su destino…) aterrizó sobre el techo de una cabaña.

Cuando el trineo se detuvo el gordo sacó una lista del bolsillo y leyó el siguiente expediente:

-Csenge Tibor, veintitrés años y… ¡vaya, vaya has sido una niña buena este año! –Exclamó Papa Noel sorprendido –vas a recibir un regalo por primera vez desde los doce años.  ¿Qué has pedido, pequeña? –dijo para sí revolviendo en un saco ya casi vacío. –Aja, aquí esta. ¡Vaya! ¿Para que coños querrá  un bocado y unas espuelas si no tiene caballo? Bueno, yo sólo soy el mensajero, cada loco con su tema.

Cogió los dos regalos y silbando una alegre tonadilla navideña que provocó el resoplido furioso de Vondín y Pompón, se acercó a la chimenea y con la habilidad que le procuraban siglos de experiencia se coló por ella.

En cuanto salió de la chimenea notó que algo iba mal, aunque no supo exactamente que hasta que fue demasiado tarde; un furtivo movimiento a su derecha y un hábil golpe en la nuca con una porra de cuero y todo se volvió negro inmediatamente. 

Cuando despertó se encontró colgando por las muñecas totalmente desnudo salvo por su simpático gorro rojo. La cuerda que lo sujetaba colgaba de una gruesa viga del techo de la cabaña y estaba atada a un gancho de hierro sólidamente anclado a la pared. Sus pies apenas tocaban el suelo y sólo le permitían dos opciones igualmente dolorosas, o permanecer de puntillas como una bailarina del bolshoi, o dejarse colgar inerte dejando que sus brazos soportasen su considerable masa.

-Hola –dijo una voz de mujer fuera de su campo de visión.

Papa Noel se puso de puntillas y poco a poco con suaves golpecitos de la punta de sus pies fue rotando lentamente hasta que consiguió quedar cara a cara frente a su captora.

Papa Noel se estremeció involuntariamente a medias por el terror, a medias por la excitación. Sentada sobre sus piernas en un sofá, como una pantera  satisfecha le sonreía una mujer con un ajustado mono  de cuero negro, unos guantes  y unas botas de tacón alto y acerado. Lo único que estaba a la vista era su rostro de labios gruesos y rojos como la sangre y sus  ojos grises y grandes  de expresión cruel, enmarcados por una melena larga,  negra  y lisa que caía hasta sus hombros como si tuviese un peso en su extremo.

Sin poder evitarlo, nuestro querido amigo notó como su polla empezaba  a hincharse y a crecer  poco a poco a pesar de que no podía vérsela por el tamaño de su gigantesca e hirsuta panza. Csenge se levantó  del asiento con parsimonia y cogiendo un látigo entre los distintos instrumentos de tortura que había sobre una mesa se acercó al gordo colgante.

-Por fin estas aquí –comentó ella satisfecha con una sonrisa fría como el hielo –creí que no ibas a venir nunca, de hecho, he sufrido lo indecible este año siendo una niña buena  para poder estar hoy ante ti, pero ya se sabe, lo bueno siempre se hace esperar. –dijo rozando las ingles de Papa Noel  con el látigo.

-¿Qué quieres de mí?

-Oh, no es esa la pregunta, la pregunta correcta es  ¿Qué quise de ti? Dijo ella dándole un suave cachete en la mejilla mientras que con su muslo recubierto de suave cuero le rozaba la polla. Cuando era una niña, era una buena chica, obediente, aplicada y generosa. Y cuando llegaba la navidad esperaba mi recompensa, pero año tras año me decepcionabas. Cuando te pedía una Barbie, me regalabas una pepona, cuando te pedía un coche teledirigido me regalabas un camión de plástico con un cordel, cuando te pedía una cocinita me regalabas un par de cacerolas minúsculas, en fin que siempre fuiste una constante decepción. Finalmente con la llegada de la pubertad decidí volverme mala, y créeme cuando te digo que ha sido mucho más satisfactorio. Este año sin embargo he sido una niña buena y he recibido el regalo que quería por primera vez en mi vida; Papa Noel colgando de una cuerda…

-Oye Rudolph –preguntó Danzarín – no tarda el gordo un poco.

-Tienes razón ni siquiera cuando trae la barba llena de migas de galleta tarda tanto. Acerquémonos a la chimenea a ver si oímos algo.

-Se oye como sí… – dijo Danzarín al oír un silbido y un chasquido.

-…Le estuviesen fustigando –terminó Rudolph al oír el chillido del viejo cabrón.

-¿No deberíamos hacer algo? –preguntó Relámpago el buenazo.

-Sí dijo Rudolph escavar en la nieve a ver si encontramos algún liquen potable sobre la pizarra del tejado. Me temo que vamos a estar aquí un buen rato.

El látigo silbaba una y otra vez contactando con la espalda peluda de Papa Noel y, desplazándose por ella, continuaba abrazándole amorosamente su costado y terminaba en su barriga o en su pecho produciendo a su paso finos y dolorosos verdugones. El gordo gritaba angustiosamente  con cada golpe sin ablandar lo más mínimo a su torturadora que continuaba con su tarea minuciosamente, con una enorme sonrisa en sus labios.

Cuando terminó, Csenge se acercó al viejo. El sudor recorría todo su cuerpo y bañaba sus verdugones haciendo que  las diminutas erosiones en su piel le escocieran como el demonio. La joven se acercó contoneando sus apetitosas caderas y con sus manos enguantadas en unos finísimos guantes de piel de cabritilla comprobó que el viejo seguía tan empalmado como Urdangarín.  Le acarició suavemente la verga y esta se movió espasmódicamente buscando un coño que penetrar. Csenge frunció el ceño ante la reacción y castigo la lascivia del viejo con dos sonoros y dolorosos golpes en los huevos.

Papa Noel chilló como un cerdo y se dobló por la mitad tratando de aliviar el intenso dolor. Cuando logró recuperarse y levantó la vista  Csenge estaba ante él con un nuevo instrumento en la mano.

-¿Sabes qué es esto? Es un vergajo, la polla de un toro. –dijo ella lamiendo  una fusta   de poco más de un metro de longitud arrollada en espiral y con un bonito mango de cuero repujado.

-No, por favor…

Las súplicas del viejo fueron interrumpidas por una serie de violentos zurriagazos que Csenge le propinó con el vergajo en los muslos y el culo. El trabajo de la joven fue tan concienzudo que Papa Noel parecía vestido de nuevo de lo irritada que tenía la piel por los continuos golpes.

-Bien. –dijo Csenge satisfecha con lo que veía –Ahora un pequeño descanso.

Mientras Csenge metía su sinuoso cuerpo por la chimenea y empezaba a trepar, Papa Noel respiro profundamente tratando de relajarse. Debería estar asustado y loco de dolor pero lo que sentía en ese momento era un delicioso hormigueo en toda la superficie de su cuerpo, era como si aquella mujer hubiese conseguido que la sangre volviese a correr por sus venas como cuando era joven apasionado y atrevido.

-Joooder,  si es Catwoman–exclamó Juguetón al ver salir de la chimenea  a una mujer alta y delgada con unos pechos grandes y prietos y unas caderas rotundas –ahora me explico porque tarda tanto  el viejo.

-Hola chicos –dijo ella acercándose a los renos y repartiendo  caricias y golosinas entre ellos.

El frio viento del norte azotaba inclemente la esbelta figura y en pocos segundos los pezones de la mujer comenzaron a resaltar gruesos y duros sobre el fino y ajustado cuero, haciendo que los hocicos de los renos empezasen a parpadear en modo avería. 

Vigilada por la atenta mirada de los renos, Csenge se dirigió al trineo y eligió entre los bastones de caramelo uno grande que se adaptase   a sus necesidades.

-Adiós chicos –dijo la joven mientras embutía su redondo culo en la chimenea para volver a bajar.

-Veo que no has ido a ninguna parte, así me gusta –dijo Csenge con una sonrisa retorcida acercándose a la mesa de instrumentos y cogiendo dos mordazas unidas por una cadenilla de plata.

Cuando Papa Noel adivino las intenciones de la joven intentó resistirse moviéndose e insultándola, pero nada impidió que Csenge le acoplase dolorosamente las mordazas en los pezones. Con un tirón seco comprobó que estaban bien sujetas y de paso arrancó un grito de dolor al viejo.

Sin soltar la cadenilla  se acercó a la pared y soltó el nudo que mantenía colgando a Papa Noel. Este cayó como un fardo y soltó un suspiro de alivio.

La joven esperó a que se repusiese un poco y  este fue el momento que aprovechó el gordito para echarse encima de ella. Csenge  le estaba esperando y se apartó con soltura de la torpe embestida para seguidamente dar un fuerte tirón de la cadenilla.

Papa Noel gritó y se quedó tirado en el suelo. Antes de que pudiese coger aliento, la joven  le propinó una desganada patada en la barriga y el viejo quedó boca arriba jadeando entrecortadamente, rendido.

-A partir de ahora me llamaras Ama ¿de acuerdo? –dio Csenge dando una patada más suave al cuerpo inerme.

-Si Ama. –respondió el  viejo obediente.

-Muy bien, ahora incorpórate –dijo ella bajándose la cremallera del mono de cuero hasta la cintura y sacando unos pechos grandes y turgentes con unos pezones hermosamente erectos.

Con un ligero tirón de la cadenilla acercó la cara de Papa Noel a sus pezones y dejó que se los chupase. Csenge suspiró  y tras unos segundos  le obligó a bajarle la cremallera totalmente hasta dejar su sexo cuidadosamente depilado a la vista. Esta vez el viejo no esperó la orden y se puso a lamer y acariciar el coño y el clítoris de la joven ama.

Csenge separó las piernas y jadeando movió su pubis disfrutando de una lengua larga y unos dedos hábiles. Sus músculos se tensaban haciendo relieve sobre el cuero y excitando aún más al viejo que chupaba  cada vez más fuerte emitiendo sonidos húmedos.

-Ahora veamos mi regalos –dijo acercándose a los paquetes que había traído Papa Noel. 

-Perfecto –dijo sacando el bocado y poniéndoselo a Papa Noel  mientras le obligaba con la rodilla a ponerse a cuatro patas.  

El viejo intentó revolverse pero con un movimiento sencillo fruto de la experiencia tiró hacia ella y retorció la fina correa de cuero, haciendo que el hierro del bocado se le clavase al viejo en la encía dolorosamente obligándole a recular. Sin soltar la brida, puso un pie sobre una silla y se dedicó a colocarse una de las bonitas espuelas de plata con adornos de turquesa  sobre las botas  ignorando las miradas de lujuria que Papa Noel lanzaba sobre su inflamado sexo.

Después de colocarse la otra espuela, se sentó en la silla y, cogiendo el bastón de caramelo de cuatros dedos de grosor y abriendo las piernas para mostrarle su sexo al viejo, empezó a chuparlo y a introducirlo en la boca tanto como podía.

Papa Noel, excitado intentó acercarse a cuatro patas arrastrando la punta de su miembro erecto por el suelo pero la suela de la bota en frente de su cara lo freno en seco.

-¿Qué pretendías miserable? Como castigo por tu osadía me vas a limpiar las botas con la lengua –dijo acercándole sus botas y  haciendo tintinear las espuelas.

-Sí Ama –dijo él cogiendo la bota con delicadeza y lamiendo el suave cuero con detenimiento mientras Csenge se acariciaba su sexo abierto como una flor, sin dejar de chupar el bastón de caramelo.

-Muy bien, han quedado perfectas –dijo ella levantándose.

Seguidamente Csenge cogió el bastón y con un movimiento rápido  le metió a Papa Noel un palmo en el culo.  El viejo se revolvió un momento pero Csenge tiró fuerte de la brida y se sentó sobre su espalda.

Papa Noel se sintió dolorido y humillado, pero cuando comenzó a andar a cuatro patas azuzado por las espuelas de Csenge hincándose en sus muslos,  el movimiento del bastón en el culo y él coño de la joven frotándose caliente y húmedo contra su espalda le produjeron un intenso placer.

La joven le hizo dar unas cuantas vueltas mientras le dirigía con las bridas y le hincaba las espuelas cuando el viejo aflojaba el ritmo. Incapaz de contenerse más le dio la vuelta de un empujón y fustigándole con la brida del bocado se metió la polla de Papa Noel poco a poco hasta que estuvo entera palpitando dentro de su coño.

Csenge suspiró y acomodó su cuerpo como un vaquero haría buscando la posición adecuada en una montura nueva. Sin apresurarse comenzó a moverse arriba y abajo sobre aquella estaca dura y caliente hasta que se sintió cómoda y empezó a cabalgar, primero al trote y luego al galope tendido sin dejar gritar y  de fustigar a su gorda montura.

Nunca pensó Papa Noel que todavía fuese capaz de eyacular así; tres, cuatro, cinco chorreones de espeso semen inundaron la vagina de la joven justo antes de que esta se corriese a su vez.

-Sucio –dijo ella jadeando  apenas recuperada de su monumental orgasmo, fustigándolo de nuevo y tirando de las mordazas de los pezones –ahora, por correrte dentro de mí, vas a limpiarme el coño y los muslos, ¡No quiero que dejes una sola gota de tu asquerosa leche dentro de mí, perro sarnoso! –dijo quitándole el bocado y sentándose encima de su cara.

-Sí, Ama –dijo Papa Noel medio asfixiado.

Cuando Csenge quedó plenamente satisfecha le sacó el bastón de caramelo, le quito las mordazas y le devolvió la ropa.

-Y ahora vete, tienes aún algunos regalos que repartir. – Dijo ella subiéndose la cremallera satisfecha –Y el año que viene volverás a pesar de que voy a ser muy pero que muy mala.

-Si Ama –dijo el viejo mientras se colaba con dificultad por la chimenea.

-¡Joder, ahí viene el viejo! –exclamó Trueno.

– Ya era hora, casi está amaneciendo. Pero, ¿No está un poco raro? –preguntó Pompón.

-Si –dijo Danzarín –se tambalea como si hubiese bebido.

-Pues a mí me parece que tiene pinta de que le han dado una paliza. –añadió Rudolph.

-Y entonces ¿Por qué tiene la misma sonrisa que el día que Mama Noel dejó que la follase por el culo…?

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