Un doctor, al ver mis enormes pechos, se obsesiona por ellos sin saber que el que me toquen las tetas es lo que mas cachonda me pone.
Como cualquier otro día, al irse de casa mi marido, me metí a duchar. Quedarme durante diez minutos desnuda bajo el chorro del agua es un placer al que no estoy dispuesta a renunciar. Creo que en los diez años que llevo casada, jamás he obviado esa rutina y esa mañana con más razón porque Facundo se despertó con ganas y se puso a mamar de mis pechos. Sé que esa parte de mi anatomía es la razón por la que lo conquisté ya que al conocerme se quedó prendado por el tamaño de mis melones. Cuando digo melones, lo hago conscientemente porque uso una copa D. Para que os hagáis una idea ¡mis tetitas son más grandes que las de Pamela Anderson! Y a mí hombre le encantan.
Como os contaba no había sonado el despertador cuando le sentí desabrochando mi brassier para acto seguido agarrar mis pechos entre sus manos mientras apoyaba su miembro contra la raja de mi culito. Aunque la noche anterior habíamos discutido, no pude evitar ponerme cachonda al notar sus dedos pellizcando mis pezones.
-Umm- gemí mientras mi sexo se empapaba de deseo.
Mi esposo comprendió que no iba a poner impedimento a sus pecaminosos deseos y dándome la vuelta, hundió su cara en mi escote mientras con las palmas de su mano magreaba mi trasero.
-Eres malo- murmuré al notar su lengua recorriendo mi canalillo.
Facundo es consciente de cómo me pone que me chupe mis senos y por eso cuando quiere conseguir algo de mí, el muy cabrón solo tiene que dar un par de lengüetazos alrededor de mis areolas para convertirme en una cerda en celo, deseosa de sus caricias. Ese día no fue diferente y mientras mordisqueaba mis pezones, aprovechó para hundir su verga en mi mojado coñito.
-¡Todavía no!- grité disgustada al experimentar esa intrusión.
Conociendo a mi marido, se dedicaría a follarme sin parar olvidando que a mí lo que más me gustaba era que se dedicara a ponerme cachonda con mis pechos. Aunque traté de zafarme, Facundo siguió metiendo y sacando su pene de mi interior, dejando de lado mis pechotes.
-¡Por favor! ¡Cómeme las tetas!- chillé disgustada.
Desgraciadamente, Facundo a pesar de ser un buen hombre, es un pésimo amante y por eso no tardé en notar que se corría, dejándome insatisfecha.
-Joder, ¡al menos podías haberlo hecho sobre mis tetas!- maldiciendo le solté.
El muy capullo al oírme, sacó su verga y descargó su última eyaculación sobre mis pechos, para acto seguido y muerto de risa, embadurnarlos con su semen mientras me decía:
-No sé de qué te quejas.
Aún encabronada, al sentir sus manos impregnadas con esa blanca semilla recorriendo mis ubres, me volví loca y llevando un par de dedos a mi coño, me empecé a masturbar mientras mi “queridísimo” esposo se reía de mí.
-Eres una puta adicta al semen sobre tus tetas- me gritó descoyuntándose de risa.
Esa humillación no aminoró mi calentura y no pude soportar la pegajosa sensación de sentir mi piel untada con su leche. Con mi coño chorreando y mi cerebro a mil por hora, admití que era cierto mientras me corría.
-¡No te vayas!- chillé muy enfadada al ver que se levantaba de la cama y se iba a duchar dejándome totalmente hundida pero sobretodo urgida de mas caricias.
El maldito soltó una carcajada y metiendo el dedo en la llaga, me dijo:
-Si eres buena y me preparas el desayuno, quizás deje que me hagas una cubana al volver.
Os parecerá increíble pero la esperanza de sentir su miembro entre mis tetas, me obligó a salir de las sábanas y cual sumisa esposa ir a la cocina a hacerle el café. En ese momento me sentía sucia al saber que Facundo me tenía bien agarrada con mi fetiche. ¡Lo reconozco! Me estremezco cuando él me ordena que use mis manos para apretar mis pechos mientras mueve su instrumento en el hueco que dejo. Pero lo que realmente hace de mí una hembra en celo es cuando eyacula entre ellos, derramando su lefa contra mi cara.
Al vaciar su taza y sin darme siquiera un beso, escuché que se despedía desde la puerta con un escueto:
-Nos vemos.
Por eso malhumorada, recogí los platos y llevándolos al lavavajillas, como os decía me metí a duchar. Su semen ya seco, formaba una costra casi transparente sobre mi piel y creyendo que al quitármela disminuiría mi cabreo, me comencé a enjabonar. Desgraciadamente para mí al llevar la esponja a mis pezones, la calentura volvió e involuntariamente, noté como se me ponían duros.
«¡Qué le cuesta complacerme de vez en cuando!», exclamé en silencio mientras soñaba que algún día fuera participe de esa fantasía y me hiciera el amor chupando y mamando de mis senos durante horas.
«No le pido tanto», murmuré para mí al tiempo que sin querer comenzaba a pellizcar esos dos negros botones con mis dedos.
La imaginación me jugó una mala pasada y entre mis piernas renació con mas fuerza mi apetito. Mi coño ya asolado por un incendio difícil de sofocar, me pedía que hundiera un par de mis yemas en su interior pero estaba tan bruta que comprendí que eso no sería suficiente y descolgando el teléfono de la ducha, dirigí el chorro contra mi clítoris.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría conocer a alguien con mi misma fantasía!- aullé en plan perra sintiendo en mi mente que era una lengua la que torturaba el tesoro entre mis pliegues.
Metiendo un dedo dentro de mi vulva, llevé el mango de la ducha entre mis tetas y me masturbé soñando que ese duro aparato era el falo de mi amante y que el agua que empapaba mis senos era su ardiente semilla. Esa imagen provocó que todo mi ser temblara de placer y de pronto me vi sumida en un brutal orgasmo que me hizo caer al piso.
Lo creáis o no, una vez sobre la taza, el incendio continuó y cogiendo el champú lo eché sobre mi piel, para acto seguido embadurnarme con él asumiendo que era un hombre el que lo hacía.
-¡Sería suya y solo suya!- grité en la soledad de mi baño al sentir que mi cuerpo colapsaba y que el placer se iba acumulando en mi entrepierna por tercera vez esa mañana.
La textura de ese jabón me recordaba la leche de un macho y sin poder aguantar más, me vi inmersa durante largo rato en un maravilloso clímax que asoló todo mis neuronas….

El destino me hace conocer a ese hombre.
Como a la media hora y un tanto alucinada conmigo por cómo me había dejado llevar por la lujuria, salí de la ducha y me empecé a secar frente al espejo. Me volví a poner de mala leche al verme desnuda:
«Sigo siendo joven», pensé al observar que mis pechos seguían manteniéndose duros a pesar de mis treinta y siete años, «y Facundo no me satisface».
Jamás hasta ese día se me había pasado por la cabeza el serle infiel pero su modo de tratarme y su falta de cariño, me hizo soñar en cómo me gustaría que fuera físicamente el tipo que le plantara la cornamenta.
«Debe ser alto, fuerte y varonil», me dije mientras me empolvaba la nariz.
Siguiendo los consejos de mi madre, desde que empecé a maquillarme, me acostumbré a hacerlo sin ropa para así no mancharla y por ello, cuando me eché colorete en mis mejillas seguía totalmente desnuda.
«Me gustaría que fuera rico, guapo pero sobretodo que sea muy cerdo en la cama y fuera de ella», sentencié al rememorar la única vez que mi marido me había follado en un parque. Pensando en esa tarde y en lo bruta que me había puesto que unos adolescentes nos espiaran mientras lo hacíamos, Hizo que estuviera a punto otra vez de masturbarme pero debido a que si lo hacía llegaría tarde a ver a mi tío Juan, evité hacerlo y seguí vistiéndome.
Siguiendo la rutina de muchos años, lo primero que me puse fueron las bragas y mirando el efecto que tenían en mi trasero, sonreí satisfecha recordando los piropos que me soltaban a mi paso en la calle.
-Estoy estupenda- concluí riendo a pesar que con mi metro sesenta, las dos ubres que tenía hacían que a veces pareciera gorda. Por eso sin tener que pensarlo, me puse una camisa bien pegada al saber que la ropa holgada acentuaba ese extremo.
Tras lo cual, me enfundé una minifalda y salí con el tiempo justo de tomar un taxi rumbo a la casa de mi familiar. Al ver la cara del conductor fija en mi escote, me percaté que me había olvidado poner un sujetador que amortiguara el movimiento de mis “tetitas” y en vez de preocuparme ese tema, sonreí pensando en lo que diría mi tío al verme.
«Se le caerá la baba », pronostiqué al saber que siempre le habían gustado las mujeres pechugonas.
De buen humor, llegué hasta su portal donde ya me estaba esperando. Tal y como preví, el hermano de mi padre se quedó sin habla al admirar los pechos que su sobrina lucía ese día y separando su mirada, me echó la bronca por llegar tarde.
Al hacerlo continuamente sus ojos volvían a mi escote. Muerta de risa, ni se lo tomé en cuenta al saber que el viejito estaba para pocos trotes pero también porque me sentía extrañamente halagada.
«Él, sí las valora», refunfuñé recordando que mi marido no las hacía apenas caso.
Curiosamente, me fijé que bajo su pantalón su pene se le había puesto duro y queriendo alegrarle un poco más la vista, me agaché para darle un mejor ángulo de visión mientras le acomodaba el cinturón de seguridad. Mi exhibicionismo tuvo un efecto no previsto y fue que al ver que se incrementaba su erección, dentro de mis braguitas, resurgió de las brasas el incendio de esa mañana.
«La pena es que sea mi tío», pensé ya caliente como una mona.
Tratando de evitar que mi mente siguiera por ese camino, me puse a revisar el expediente que llevaba en mi maletín. Además de una serie de análisis y varias ecografías, me preocupaba que se me hubiese olvidado el informe con el diagnostico que tenía que enseñar al cirujano que íbamos a ver.
«Todo el mundo dice que es el mejor pero que admite a pocos casos, espero que el del tío sea uno de ellos», tan preocupada como esperanzada cavilé.
Al doctor Nuñez le precedía su fama en todos los sentidos. Por su trabajo los halagos eran únanimes, nadie discrepaba pero en lo que respecta a su vida personal había opiniones muy distintas. Unos decían que era un hombre de su tiempo, disculpando los continuos amoríos que le publicaban en las revistas del corazón. Pero otros lo consideraban un libertino, un ser que solo se guiaba por su bragueta. En lo que respecta a mí, me daba igual con quien se acostara y a pesar que en las fotos me resultaba un hombre muy guapo, lo único que quería de él era que operara a mi pariente.
Su consulta estaba en un precioso edificio del centro de mi ciudad y como resultaba difícil acceder a él, el taxista nos dejó a dos manzanas. Lo creáis o no, estaba sacando a mi tío del coche cuando sentí que frente a mí alguien se detenía y con descaro me empezaba a admirar los melones. Cabreada, levanté mi cabeza y cuando ya le iba a recordar su parentela, descubrí que el tipo que tan descaradamente se me había quedado observando era el doctor que íbamos a ver.
Mis mejillas se tiñeron de rojo cuando advertí que producto de la caricia de sus ojos, mis pezones se me habían erizado pero peor fue cuando con una sonrisa, me hizo comprender ese doctor que se había dado cuenta del efecto que tenía su mirada en mí.
«Dios, lo sabe», murmuré avergonzada.
Afortunadamente, el semáforo se puso en verde y olvidándose de mí, el doctor siguió adelante con su flamante descapotable. Ya de camino a su consulta, mi coñito chapoteó indiscreto cada vez que daba un paso, debido a la humedad que lo anegaba. Su sonido era tan evidente que me hizo creer que todo el mundo lo oía y por eso, llegué acalorada y con mi cara como un tómate ante su secretaría.
-Tenemos cita con el doctor a las diez- comenté dándole el informe.
Tras consultarlo en la base de datos, vio que decía la verdad y señalando unos sillones, nos pidió que esperáramos porque su jefe todavía no había llegado. El nuevo problema al que me enfrenté fue que al sentarme, mi trasero se hundió demasiado en el cojín, de manera que mis pechos rebotaron arriba y abajo. Os juro que me creí morir al levantar la cara y ver que nuevamente el médico que íbamos a ver estaba embelesado observándome desde la puerta.
-Buenos días- saludó a todos sin retirar sus pupilas de mis tetas. El cazador que se escondía detrás de esa mirada incrementó mi turbación e involuntariamente, tapé mis senos con las manos.
«¿Quién coño se cree para comerme de esa forma?» me pregunté sabiendo que en pocos minutos me tendría que enfrentar a él cara a cara.
Cuando ya creía que nada podía ser peor, el doctor se plantó frente a mí y con su voz teñida de una sensualidad que me dejó espantada, me soltó:
-Creo que te has equivocado de consulta, mi especialidad es la urología y por lo que veo, no puedes ser mi paciente.
Esa indirecta me la dijo recreándose en mis pechos. Su falta de tacto bien hubiera merecido una bofetada pero en vez de montarle un escándalo, bajando mi mirada, le informé que quien realmente era su paciente era mi tío y que yo solo lo estaba acompañando. Al escucharme, miró a mi acompañante y en voz baja, me susurró al oído:
-Si vuelvo a nacer me hago ginecólogo para atenderte a ti.
Su desfachatez renovó con más fuerza el color rojizo de mis mejillas y mientras le veía alejarse rumbo a su despacho, estaba tan excitada como hecha un lio:
¡Se había sentido atraído por mí!
A pesar que era evidente no podía llegármelo a creer porque no en vano, ese hombre además de atractivo era famoso y a buen seguro tendría cientos de mujeres más bellas que yo a las que conquistar.
Los cinco minutos que tardó en recibirnos fueron una pesadilla porque continuamente me sentía observada y temiendo que hubiera una cámara enfocándome o mejor dicho a mis peras, me revolví inquieta en ese sillón.
Al llamarnos, agarré del brazo a Juan y con él, entré en su consulta. Ese doctor ejerciendo de gran eminencia, ni siquiera se levantó a saludarnos y con tono seco, nos ordenó que tomáramos asiento. Aterrorizada descubrí que, al darle el expediente, me molestara que ese tipo se pusiera a revisarlo sin dar otra vistazo a mis pechugas.
«Estoy totalmente loca. Has venido a que curen a Juan, no a que te miren las tetas», me dije apesadumbrada de todas formas.
Durante un buen rato, estudió los papeles hasta que llamando a su enfermera, le pidió que preparara al paciente para hacerle una revisión completa. Su ayudante, una joven con bastante busto, cogió al anciano y se lo llevó a la habitación de al lado, mientras me quedaba a sola con ese hombre.
Este esperó a que mi tío hubiese desaparecido para decirme:
-No te voy a engañar, según los informes, hay poco que hacer.
Sus duras palabras me dejaron pálida y sin poder detener el llanto, le imploré que al menos lo intentara.
-No te prometo nada, voy a revisarlo y dependiendo de lo que vea, lo opero o no.
Quizás fue cavé mi propia tumba porque recordando las miradas que me había echado, me agarré a ellas como a un clavo ardiendo y desabrochándome un botón de mi camisa, le solté:
-Doctor, si usted lo opera, le quedaré eternamente agradecida.
Ese atractivo sujeto no quiso siquiera echar una última ojeada a mi escote antes de salir rumbo al cuarto donde le esperaban mi tío y su enfermera.
«Estoy enferma, me he comportado como una puta y no ha servido de nada», mascullé abochornada por mi actuación.
La sensación de fracaso se iba acumulando en mi mente mientras a mis oídos llegaba la voz de ese hombre charlando con su ayudante.
«¿Cómo llegue a creer que conseguiría convencerle con estas dos ubres?», me repetí continuamente cada vez más desesperada. Hoy me consta que no era tanto que se negara a ser el cirujano de mi tío sino al hecho que hubiese pasado por alto mi oferta. Lo cierto fue que cuando retornó a su despacho, me encontró llorando.
Tras cerrar la puerta tras de sí, se acercó a mí por la espalda y sin pedirme mi opinión, puso sus dos manos encima de los hombros mientras me decía:
-Tu pariente no está tan mal como decía, quizás pueda operarlo.
Confieso que se me puso hasta el último de mis vellos de punta al oír el sensual tono de su voz pero aún más al notar que con sus dedos comenzaba a darme un masaje. Incapaz de contenerme gemí al sentir que bajando por mi dorso, sus yemas rozaban mis pechos.
-De ti depende- insistió ese maldito cogiendo ambos pechos entre las palmas de sus manos.
La lujuria que escondían sus palabras me contagiaron y mientras el sopesaba el tamaño y peso de mis tetas, involuntariamente separé mis piernas al contestar:
-Opérele, por favor- sollocé con la respiración entrecortada por el deseo al saber que en ese ruego iba incluida mi completa claudicación.
Ese cuarentón se pegó más a mí y metiendo sus manos por dentro de la tela, se dedicó a magrear mis peras y ya sin disimulo me espetó:
-Te pongo una sola condición, que acompañes a tu tío a cada revisión y que al hacerlo te comprometas a ser mi paciente durante media hora…
-Acepto- contesté sin pensarlo porque lo quisiera o no la manera en que ese hombre me estaba tocando me traía loca.
Escuché una de las tantas carcajadas que oiría a partir de entonces brotar de sus labios, tras la cual, me dijo:
-Desnúdate de cintura para arriba.
Todavía sin saber a qué atenerme, me despojé de la camisa poco a poco mientras Don Fernando Núñez se sentaba frente a mí en su enorme sillón. Por sus ojos y la manera en que se mordía los labios comprendí que estaba embelesado con mis pechos. Su actitud me llenó de morbo y olvidándome de mi marido, me sentí su zorra.
-¿Te gusta lo que ves?- pregunté tan excitada como él al reparar en el enorme bulto que ese tipo escondía bajo el pantalón.
-Mucho- respondió- tienes unas tetas increíbles. Me pasaría horas comiéndotelas.
Esa confesión era lo que mi coño esperaba para mojarse de tal forma que creí que me había hecho pis de tanto flujo que manaba por mis rodillas y queriendo agradecer de alguna forma, ese piropo acerqué uno de mis pezones a su boca.
-¿Puedo?
Que me pidiera permiso después de medio chantajearme, me hizo gracia y metiendo mi botón entre sus labios, respondí:
-Son todas tuyas durante media hora, lamelas, muérdelas, chúpalas… ¡haz con ellas lo que quieras!
Mi oferta le hizo sonreír y sacando la lengua, llenó con su saliva mi pezón ya erecto. Reconozco que me sentía en la gloria al notar la obsesión de ese hombre por mis peras pero aún más después de un suave mordisco, me dijo:
-Súbete en mis rodillas, quiero disfrutar de las dos.
Ni que decir tiene que obedecí sin caer en la cuenta que al hacerlo mi mojado pubis iba a entrar en contacto con su verga ya parada.
«Dios, ¡Menuda tranca tiene el cabrón!», exclamé mentalmente mientras frotaba mi sexo contra el suyo.
Fue entonces cuando ese hombre me terminó de enamorar al decirme al oído que parara porque si se corría quería hacerlo entre mis glándulas mamarias. Os juro que solo con eso, me corrí y como una loca, empecé a sollozar presa del placer con cada lamida de ese madurito.
Lo creáis o no, su lengua al recorrer la piel de mis dos senos fue suficiente para prolongar el gozo que me tenía esclavizada sobre sus piernas. Uniendo un orgasmo con el siguiente, dejé que se recreara con dulces mordiscos, calientes lametazos y crueles pellizcos hasta que al ver que no se saciaba, comprendí que había encontrado a mi príncipe azul en ese hombre, ya que al contrario que los demás tipos de mi vida, ese doctor estaba obsesionado con mis tetas.
«Ni siquiera me ha tocado el culo», medité extrañada pero lejos de molestarme, su obsesión era lo que llevaba buscando toda la vida. Por eso comportándome como un zorrón desorejado, abrí su bragueta y mirándolo a los ojos, le dijé llena de lujuria.
-Me encantaría hacerte una cubana.
Su sonrisa aceptando mi sugerencia fue la visión más hermosa que nunca vi y arrodillándome ante él como si le estuviera rezando, agarré su falo y lo metí de lleno en mi canalillo mientras mi doctorcito me pedía que empezara acariciando mi pelo. Lentamente al principio, moví mi cuerpo arriba y abajo permitiendo que ambos nos acopláramos al ritmo y viendo que ya estábamos sintonizados usé mis manos para apretar mis tetas para así aumentar la presión sobre su verga.
-¡Qué gozada!- gimió mi Don Juan, satisfecho por el modo que su hermosa doña Inés le estaba complaciendo.
Sintiéndome cada vez mas en mi papel de zorra infiel, aproveché una de las veces en que su pene se acercó a mi boca para retenerlo entre mis labios y untarlo con mi saliva para que así circulara mejor por el agujero ente mis tetas.
-Usa solo tus pechos- gritó el que ya consideraba mi dueño.
Su orden me confirmó que era él exactamente lo que deseaba y llevaba tantos años buscando, un macho cuyo mayor placer era disfrutar de unas tetas grandes y sintiéndome por primera vez, completa llevé una mano hasta mi sexo y me empecé a masturbar al tiempo que aceleraba el compás de la cubana.
-Así me gusta, puta. Dame placer usando solo tus glándulas- aulló alegre al notar que en sus huevos se iba acumulando gratas sensaciones.
La cercanía de su orgasmo azuzó con fuerza mi lujuria y mientras me follaba con dos dedos, incrementé aún más la velocidad con la que subía y bajaba su pene entre mis tetas hasta que no pude más y olvidando que podían oírnos en la consulta, chillé dejando mi sexo y presionando con dos manos mis senos:
-¡Fóllame las tetas!
Como un loco, me tumbó sobre la moqueta y subiéndose encima de mí, introdujo nuevamente su falo en mi canal para acto seguido comenzar a cabalgar, deslizándolo a un ritmo atroz entre ellas.
-¡No pares!- grité al recibir la primera andanada de semen en mi cara y abriendo la boca, busqué que el resto de su eyaculación fuera directo a mi garganta.
Mi amante vio en mi sumisión mi verdadero yo y sin dejar de moverse, me brindó con nuevas y excitantes explosiones que llenaron con su blanco rastro no solo mis mejillas sino todo mi pecho.
-¡Me corro!- proclamé vencida al notar que al terminar de regalarme su semilla, ese hombretón se ponía a esparcirla sobre mi piel.
Pero cuando realmente comprendí que si me lo pedía, sería su esclava más fiel, fue cuando comenzó a masturbarme con la otra mano.
-¡No puede ser!- aullé descompuesta al notar que habiendo obtenido su dosis de placer no se olvidaba de mí y me seguía follando con sus dedos.
Mi para entonces amado doctor esperó a que mi cuerpo se viera asolado por una serie de continuos orgasmos para levantarse, acomodarse la bata y dejándome despatarrada en mitad de su consulta, decirme:
-Te espero dentro de tres días para ver los resultados de las pruebas.
Sabiéndome eternamente suya, me abroché la camisa y cuando ya me iba, me di la vuelta y le pregunté:
-¿No podría volver mañana?
Descojonado, cogió un papel y escribiendo su dirección, contestó:
-Mañana te veo sola a las nueve en mi casa…- y haciendo un inciso, se lo debió pensar mejor, porque luciendo una sonrisa, me dijo: -Mejor esta tarde a partir de las seis y ven con los pechos aceitados, que quiero repetir la experiencia.
-Allí estaré- contesté y sintiéndome la mujer más puta pero más feliz del mundo, salí de su consulta con mi anciano tío del brazo….

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