Mi vecina de al lado es una guapa e impecable mujer casada. Por azar descubro una faceta de su vida que hace que se desate una tormentosa y apasionada relación entre nosotros.
Hace unos meses, hacia el mes de febrero, fui destinado por mi empresa a Valladolid. A pesar de no agradarme la idea de dejar Madrid no pude negarme y, tal como están las cosas, no me quedó más remedio que aceptar. Lo tomé por el lado positivo. Pensé que después de un par de turbulentas relaciones sentimentales, me vendría bien cambiar un poco de aires aunque me alejase de mi familia y amigos. Así que decidí ir a probar unos meses. Total, para dejar la empresa siempre tendría tiempo.
Así que, siguiendo la “ley del mínimo esfuerzo” y, como me parecía una buena opción, tomé en alquiler el piso que el compañero anterior dejaba. Era un poco grande para mí, pero los precios de allí son algo inferiores a los de Madrid, y el de éste me parecía razonable. Se trataba de un bloque de viviendas de ladrillo visto, de 7 alturas y unos 20 años de antigüedad. Con garaje, piscina, pádel, todas las viviendas exteriores y unas vistas razonablemente buenas. Estaba en las afueras, pero no excesivamente y dentro de la colonia los bloques estaban bastante distanciados unos de otros. Un sitio pijo, pero no excesivamente. El vecindario estaba formado principalmente por familias de clase media acomodada. Trabajadores cualificados, funcionarios, algún médico, o profesores. En general era gente agradable, pese a que yo no soy partidario de intimar mucho con el vecindario. No era partidario.
En la puerta de al lado vivía una familia típica de gente bien de provincias. Una pareja joven, que estaría ya rozando los 40, pijos, con 2 niños de unos 10 años, siempre amables y con aspecto de ser una familia ideal. Ella se ve que ha sido muy guapa en su juventud. Lo sigue siendo pero tiene un punto de tristeza y una sonrisa tímida que, si bien le resta chispa, para mí la hace bastante adorable. Con pelo moreno y ligeramente más alta que la media. De constitución sólida y fuerte, pero lejos de llegar a ser gruesa, y con unas curvas que no pasaron desapercibidas a mi mente sucia. Me dijo que era profesora en un colegio concertado de carácter religioso. Él siempre trajeado y sonriente, ligeramente engominado. Parece sacado de un anuncio de dentífrico, y era un directivo de una empresa multinacional radicada en la zona.
A pesar de que durante las presentaciones iniciales, bromeamos diciendo lo típico “si un día necesitas sal o azúcar, llámanos a la puerta y eso”, lo cierto es que nuestra relación era muy ligera. Prácticamente se limitaba a los habituales saludos de buenos días o buenas tardes cuando nos encontrábamos en el garaje o en el ascensor, aunque alguna vez me había llamado Juan (él) para completar un cuarteto y jugar una partida de pádel-tenis y yo había accedido. Nuestra relación era cordial, aunque no habíamos congeniado mucho. Yo lo prefiero así.
Como he contado, vivimos en la séptima y última planta. Hay 4 pisos en el rellano, pero nuestras puertas están juntas y compartimos una larga pared medianera. Procedente de su casa, nunca he oído una palabra más alta que otra, ni fiestas, ni música fuerte… ni episodios de sexo. La terraza o tendedero de mi cocina está pegada a la suya con una pared común de esas que están hechas con unos ladrillos grises de los que se puede ver y que dejan pasar hasta una botella. Creo que se llama celosía. No obstante, en mi casa, en la pared compartida con los vecinos, hay un armario grande que, salvo en la parte muy alta, no deja ver nada y mantiene, hasta un altura de unos 2 metros, la intimidad. Pero claro, nadie está muy interesado en lo que pasa en una terraza de cocina, un tendedero, para la lavadora y para dejar trastos de la casa.
Nunca lo hice, pero confieso que alguna vez he tenido la tentación de asomarme por encima del armario y mirar, en la ropa tendida, cuál es el tipo de ropa interior de mi vecina… porque siempre he sentido morbo por las chicas que van de buenas y he de reconocer que Ariadna, era el paradigma de chica de clase. Siempre cuidada, madre de familia joven, morena, con media melena perfecta, curvas, maquillada, y con los niños impecablemente vestidos cada mañana. Especialmente los domingos, por lo que sospechaba que irían a misa. Alguna vez me sorprendí pensando que en cuanto llegara el verano y se abriera la piscina de la finca, iba a tardar muy poco en tratar de coincidir y comprobar cómo le sentaba el bikini sobre sus curvas.
Mi vida en la ciudad era sencilla, agradable y, salvo alguna aventurilla con chicas de allí, algo aburrida. Todo cambió un día de diario del mes de mayo que no fui a trabajar por aquello que era festivo en la sede de Madrid, y me quedé tranquilamente en casa. Hacía calor y abrí puertas y ventanas. Me disponía a desayunar en la cocina cuando empecé a oír sonidos extraños, algo así como jadeos o gemidos. Por la hora que era y por lo increíble que me parecía que esos ruidos viniesen de la casa de al lado, pensé si sería real o si era mi mente enferma la que lo producía. Salí sigilosamente y despejé todas las dudas. Era real y venía de la terraza de la cocina. Los jadeos eran gemidos y venían del tendedero de los vecinos modelo. Uffffff, qué sensación, ya me estaba imaginando a ellos dos, tan perfectos, haciendo el amor en la terraza jajajajajaja, y me corroía la envidia a la vez que me sonreía. Pensé, al final todas las personas somos eso, personas, y tenemos nuestros momentos de “locura”… por más ultrareligiosos que parezcamos. No pude evitar subirme en una silla para mirar un poco entre la celosía, por la parte superior del armario y ahí, ya, mi sorpresa fue mayúscula.
No eran los vecinos. Al menos no los dos, era la vecina, Ariadna, la que se mordía el labio inferior apoyada sobre la lavadora, mientras a su espalda estaba un chico joven, alto, corpulento y vestido con ropa de trabajo, agarrando sus caderas con unas manos grandes y dándole una dosis de sexo bastante salvaje.
Me quedé petrificado contemplando la escena. Ella, tan mona, con la falda de un vestido veraniego pero recatado subida hasta su cintura, estaba recibiendo algo que realmente le hacía estremecer. Estaba sólo a unos tres metros de mí, de modo que si abría los ojos o levantaba su mirada me pillaría en esa posición de voyeur. Los gemidos fueron acelerándose y me volvió loco ver su cara mientras experimentaba un orgasmo. Estaba excitadísmo por la situación. Tanto que, sin querer, rocé un brik de leche, de los que almaceno por allí, y cayó al suelo haciendo un ruido suficiente para que abriese los ojos hacia mí y me viese enfrente de ella. Fueron dos segundos sólo, pero su cara pasó del éxtasis de un largo orgasmo a la más profunda sorpresa y vergüenza. Me impactó y bajé de la silla metiéndome a la cocina de nuevo con el corazón latiéndome a mil. En fin, es su vida, pensé con un sentimiento entre excitación y vergüenza por haber sido sorprendido espiando.
 
Los días siguientes traté de no coincidir con los vecinos. Con ninguno de los dos. Aunque esas imágenes pasaron a ser mi inspiración, me daba cierto apuro. Pero aproximadamente una semana después, nada más llegar a casa del trabajo sonó el timbre. Abrí y allí estaba ella, Ariadna, iba voluntariamente vestida poco provocativa, pero a mí me parecía preciosa, con unos vaqueros holgados y un jersey de cuello alto no muy entallado. Me dijo, “Carlos, quería hablar un minuto contigo ¿puedo pasar?”. Estaba un poco ruborizada. Supuse que había estado pensando mucho en este momento. Yo mismo lo estaba. Le ofrecí un café, que rechazó, pero pasó a mi salón. Nos sentamos alejados en el mismo sofá. 
Y bien?
Carlos, sé que el otro día viste algo que… no tenía que haber pasado.
No te preocupes, Ariadna, por mí puedes estar tranquila, ya lo he olvidado (dije mintiendo porque las escenas estaban presentes -muy presentes- en mi mente).
Ya, pero no quiero que pienses que soy “ese tipo de mujer”… fue algo que yo nunca haría, no sé qué me pasó. No soy de esas…
(la corté) Ariadna, yo no soy quien para juzgar nada. Todos tenemos nuestros momentos. Mira, ese día me subí a una silla para ver. Yo tampoco estoy orgulloso de ello.
Ya, pero yo te lo quiero explicar, esa no era yo… (dijo suplicante). Jamás he hecho nada así. Sólo lo hice en ese momento, y … (una lágrima corría por su mejilla) no quiero que esto cueste mi matrimonio si se lo dices a mi marido.
Se notaba que debía llevar estos días torturándose… estaba sufriendo en lo que estaba contando.
Ariadna, no tienes que preocuparte por mí. Eres adulta, vivimos en un país libre y puedes hacer lo que quieras. Ya te digo que mi vida tampoco es un ejemplo.
Ya, pero tú eres amigo de Juan… y no quiero que lo sepa. Por favor, no le digas nada. No volverá a pasar. De hecho, hasta ese momento jamás en mi vida he sido infiel a nadie. No sabes lo que me arrepiento y lo difícil que es esto. He sufrido mucho con ello… yo no soy ese tipo de mujeres que hacen esto. A veces subes a casa con alguna de ellas y os oigo por la pared… y yo no soy de “esas”!

Las últimas palabras me parecieron algo despectivas. Como considerándose un tipo de persona mejor por llevar el tipo de vida que llevaba y ahí, reconozco que quise ser un poco duro con ella.

Bueno, no quiero meterme en tu vida, pero no me dio la sensación de que te estuviese disgustando… es más, la expresión de tu cara no me pareció de sufrimiento. Me pareció la cara de una mujer en éxtasis. Igual igual que la de “esas” chicas que van conmigo (dije cruelmente).
Comenzó a sollozar, y me arrepentí en el acto de lo que había dicho. No soporto ver llorar a nadie y menos por mi culpa, o por culpa de mis palabras.
Lo siento, Ari, de verdad. No quise hacerte daño, la verdad es que la imagen tuya en ese momento era sensual, excitante, pero también bonita. Eres una mujer bellísima, una supermujer que cualquiera desearía, y haber contemplado eso, ha sido lo más excitante que me ha pasado en años. 
No pudo evitar una sonrisa, y algo me dijo que era una mujer muy necesitada de cariño y palabras bonitas. Continué intentando animarla. 
De verdad, desde que os he conocido, siempre he pensado que Juan, tu marido, es un hombre muy muy afortunado por tenerte a su lado. Mira, yo no hago más que dar tumbos y envidio de alguna manera a Juan. De verdad. Sois afortunados juntos.

Creo que había metido la pata porque su sonrisa se transformó en un gesto amargo… tragó saliva y se puso a hablar. Se notaba que lo necesitaba. Estoy seguro de, para su desgracia, que no tenía amigas a quien contarles sus problemas y empezó a desahogarse conmigo.

“Mi marido, Juan era el chico más popular del instituto. Era guapo, deportista, de familia bien. Empecé a Salir con él a los 15 años. Nuestras familias se conocían. Mi vida fue un cuento de hadas. Nos casamos jóvenes, nada más terminar la carrera.”
“Al principio todo fue precioso, tardamos 4 años en buscar el primer embarazo… queríamos disfrutar de nosotros mismos. Viajamos a varios lugares. Íbamos con frecuencia al teatro, a conciertos, al cine todas las semanas… y en cuanto a la vida sexual… nunca fue demasiado buena, pero yo tampoco sabía cómo tenía que ser, y pensaba que con el tiempo mejoraría.”
“Luego vinieron los niños. Los ascensos en el trabajo. Llegábamos cansados a la hora de acostarnos y empezó a distanciar los días de sexo. Yo no me atrevía a pedírselo, no estoy “programada” para eso. Pero ahora, desde hace 3 años, prácticamente no me toca (una lágrima rodaba por su mejilla, y castamente la recogí con mi dedo sin que ella se opusiera). Dice que está cansado, que el trabajo es muy duro.”
Empezaba a sentirse cómoda hablando y se sinceraba, mientras yo la encontraba frágil, excitante y adorable. Sentía lástima por ella, pero al la vez me daban ganas de abalanzarme en el sofá. No se merecía su situación y yo, yo no me merecía tener a semejante mujer temblando a mi lado, diciéndome que necesita cariño, sexo, y yo mantenerme parado. Yo sí que no estaba “programado” para ello. Sin saber cómo, cada vez estábamos más cerca en el sofá. Continuó.
“Lo que ocurrió ese día fue que había olvidado que iba a venir el técnico a reparar la lavadora. Era una mañana más y yo estaba recogiendo la casa, ya arreglada. Y sí, una vez más estaba llorando cuando sonó el timbre. Últimamente lloro a menudo. Como pude sequé mis lágrimas, ya estoy acostumbrada, y le dejé pasar. El chico me preguntó por la lavadora y no sé ni lo que contesté. Con sorpresa, él, era un chico muy joven, me vio mi estado de nervios y tristeza y me preguntó. Me habló con cariño, con comprensión y no sé lo que pasó pero me vi en sus brazos y… y yo también le abracé. A partir de ahí todo se precipitó, y me arrepiento mucho de lo que pasó.”
Lloraba mientras hablaba. Supongo que la historia es relativamente frecuente pero quise desviar su drama. Le hablé de mi propia vida. De mis relaciones y de las de mis allegados. Comenté mi certeza de que en la gran mayoría de las parejas, la pasión en el sexo, y el sexo en sí mismo va decreciendo con el paso del tiempo. Pero claro, una cosa es decrecer y otra tener a una diosa en la cama cada noche y no caer nunca en la tentación. Ariadna necesitaba hablar, desahogarse, y encontró ternura en mí. Me llegó a confesar sus miedos, sus deseos, sus tentaciones, sus ratos en los que se dejaba llevar… y su arrepentimiento. A pesar de su estatus social, ahora se comportaba como una persona insegura, desvalida en estos campos de la vida.
No le acepté arrepentimientos. Me parecía injusto se mirase por donde se mirase. Hasta dentro de la moral cristiana, pecar es hacer mal a alguien y ella no hacía ningún mal con sus actos. Esto se lo dejé claro y se convenció. Al menos se dejó convencer y me escuchaba como si le hablara un sabio en la materia. Lo cierto es que conozco mucho mejor estos asuntos y verla tan débil y a la vez tan digna me producía una sensación difícil de explicar.

Le dije, yo te voy a ayudar a que tu vida esté equilibrada y sana. “Los vecinos están para ayudarse”, dije con ternura pero con una sonrisa maliciosa que no pude evitar. En ese momento, ya tenía su mano entre las mías y la acariciaba… apoyó su cabeza en mi hombro y comencé a pasar mi mano por su cabello. Tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer. Se notaba que tenía una necesidad enorme de cuidados y atenciones. Ahora ya no hablábamos. Sólo pequeños susurros. El dorso de mi mano se deslizaba suavemente sobre su jersey, exploraba la orografía de su cuerpo, que era tal cual prometía. El tacto de su pecho sobre la ropa era firme y cálido. Pasé unos minutos rozando suavemente su cuerpo sobre la ropa mientras ella se recostaba en mí.

Sentía acelerarse su respiración. Sentía el latido de su corazón, la rotundidad de sus pechos y la dureza de sus pezones que presionaban la tela de su sujetador. Mis caricias eran suaves… mi mano abierta se introducía entre su cabello y notaba el efecto que hacían mis caricias en su cuerpo. Abrí la cremallera que tenía su jersey en el cuello de cisne y mis labios tomaron posesión de su yugular. Iba muy despacio, aunque mi pene hacía rato que había alcanzado la máxima expresión. Mis manos abiertas sopesaban su pecho, presionaban y liberaban con dulzura, tomando sus pezones entre mis dedos sobre la ropa. A veces suave suave, y otras con un poco más de presión. Se dejaba hacer, estaba entregada, jadeaba suavemente con el ritmo de mis manos y mis labios sobre su cuello.
La situación era alucinante. Me sentía alguien poderoso. Hasta pensaba que la estaba ayudando y tenía derecho a jugar y a todo. Ordené con cariño pero con firmeza “Ari, quítate el jersey”. Y sorprendentemente, algo la hizo reaccionar diciendo “¡¡¡No!!! ¿qué haces?”… hizo un gesto de contraer su cuerpo con una cierta brusquedad apartándose de mí. Todo cambió radicalmente. Yo siempre he sido pacífico y juguetón, pero en ese momento, detecté un cierto rechazo, pero una gran altivez por su parte. Y eso me cabreó profundamente en mi interior. No sé lo que se me pasó por la cabeza en ese momento ni qué resorte de mi cerebro se me disparó, pero sujeté sus muñecas con fuerza y la levanté bruscamente del sofá. De mi cuerpo salían actos y boca salían palabras que suscribiría el mismo demonio. La había arrastrado hacia la puerta de salida y ahora apoyaba su espalda en la pared. Le hablaba ahora con notable brusquedad, alto y claro, sin susurrar ya, con maldad “¿ah sí? ¿Has venido a mi casa para decirme que, aunque te gusta follarte al técnico de la lavadora, eres una señora? Vaya, yo creo que eres un puta, una puta –recalcaba estas palabras- caliente”. Sujetaba sus muñecas con una mano y con la otra la rudamente su cuerpo. Y seguía diciendo algo poseído “en cuanto reconozcas lo que eres, una puta, te echo de aquí. Vamos vecina, quiero oírtelo decir –soy una puta caliente, aunque voy de señora-” “vamos dilo y te vas. Dilo y a tu casa, yo no te delataré”.
Ella estaba asustada. Se notaba. Pero a la vez había ese brillo especial en su mirada. Creo que nunca la habían tratado así y su cara era una mezcla de susto, de odio hacia mí, de orgullo, pero también de deseo. Decía ahora dócilmente “Por favor, déjame!”, y mientras sujetaba con una de mis manos sus dos muñecas, con la otra recorría bruscamente su cuerpo sobre la ropa. O tiraba de todo su pelo para poner su cabeza mirando hacia arriba y pasar mis labios por su cuello mientras decía ya susurrando “Vamos vecina, sólo tienes que reconocer lo que eres y te abro la puerta y te vas. ¿No quieres irte? Te juro que en cuanto lo digas te vas… no quiero putas en esta casa”. Pero ella sólo acertaba a decir “por favor, por favor, déjame” y mi mano libre presionaba su entrepierna sobre la ropa guiando los movimientos que sus caderas empezaban a realizar. Su cuerpo la estaba traicionando y se estaba sometiendo a mí. Su mente… su mente tenía que ser un lío imposible de comprender para ella. Yo seguía. En poco tiempo sus caderas se movían frenéticas y mi mano sujetaba su coño caliente sobre el pantalón. Tenía los ojos cerrados y jadeaba. Se había entregado.
Mis sentimientos también eran encontrados. Ahora sentía lástima por ella, a la vez que excitación y deseo. Pero, aunque no había conseguido que de su boca salieran las palabras que pedía, sí había conseguido lo que quería. Había bajado sus humos, su estatus de chica pija por encima de mí y de todos los demás. Ya no quería más de ella. Me volvía loco esa mujer pero no quería problemas en el vecindario.
Así que me aparté suavemente y dije, “es verdad, lo siento, lo siento mucho por haber llegado hasta aquí. Anda, vete. Te juro que no lo voy a decir y que nunca más volverá a pasar algo parecido. Tú tampoco tendrías que estar aquí, no sé que haces en mi casa… por favor, sal de aquí, vuelve a tu vida” y añadí “y no tengas miedo, no diré nada al imbécil de tu marido. Es vuestra vida, es algo vuestro que a mí no me incumbe”. Me había apartado de ella y, en un gesto cortés, dejaba libre su camino hacia la puerta.
Pero en ese momento, una nueva sorpresa me tenía reservada en su interior. A pesar de que mis palabras eran reposadas y sinceras, ella se quedó totalmente paralizada. Dije una vez más, con algo más de firmeza indicando la puerta “¡venga, sal!”.
No sé lo que pasaría por su cabeza, pero seguro que se sintió asustada, rechazada. Una vez más en su vida. Me di cuenta de que su cuerpo había comenzado a temblar, y menos de quince segundos después a llorar. Vino hacia mí para abrazarme, pero yo sujetaba sus brazos. Me invadía un sentimiento mitad de enfado mitad de pena. Trataba de acercar su cuerpo hacia mí mientras lloraba nerviosa y desconsoladamente… con hipidos… era sobrecogedor ver a una mujer hecha y derecha, una chica educada y distinguida derrumbada de esa manera.
Hizo ademán de quitarse el jersey, pero yo ya no estaba con el ánimo morboso ni salido, y no la dejé. Sin embargo, no sé porque pero la acogí en mis brazos de nuevo, esta vez tiernamente… pasaba mi mano por su cabello y apoyaba su cara contra mi hombro de modo que a través de mi camisa notaba la humedad de sus lágrimas. No me importaba. Dejé que se fuera relajando y pasaron varios minutos… yo también me tranquilicé y poco a poco fui consciente otra vez de las curvas de su cuerpo. Ya no quería soltarla, y ella tampoco a mí, estaba aferrada. Sin embargo mi cuerpo estaba reaccionando de nuevo, y tenía la sensación de que ella también lo notaba. Cada vez estaba más apretada a mí, y su cuerpo presionaba específicamente esa parte de mi cuerpo, esa parte que ahora era dura y rotunda. Ahora yo hablaba sin demasiado convencimiento.
Ari, cielo, anda ve a tu casa… me encanta que estés aquí y me encanta que puedas considerarme mi amigo, pero no sé si lo que yo puedo ofrecerte va a trastocar tanto tu vida que la desequilibre.
No, quiero estar aquí, contigo… -decía con hipidos aún-
Ari, mi vida es desordenada y ni siquiera soy de aquí… cualquier día desapareceré y creo que no voy a hacerte ningún bien… te vas a comer la cabeza…
Quiero estar contigo –Hacía ademán de abrazarme de nuevo pero yo mantenía una pequeña distancia… era tal la falta de cariño que tenía que estaba dispuesta a todo y yo estaba loco por tenerla dentro de mi cama.
Bueno, pues si quieres estar conmigo, vamos a poner unas reglas. Si vienes a mi casa es para que yo disponga de ti a mi antojo. No te haré daño ni se lo diré a nadie. Sólo te voy a dar sexo y cariño así que no me pidas más… además, yo mando.
Me da igual, sólo quiero lo que tú me des… -ahora hablaba con una decisión impresionante, su preciosa carita emanaba tranquilidad, a pesar de los signos de haber llorado.
Me pareces una mujer preciosa, de bandera, la más atractiva que se ha cruzado en mi vida en mucho tiempo. Tienes clase y estilo y, quizá por eso, me excita pensar que voy a hacer contigo lo que quiera y cuando quiera…

y jugando con el momento añadí:

 Ariadna, esto es un favor que yo te hago y tú, tú la chica bien, vas a ser mi puta. Esas son las reglas, puedes irte ahora mismo, pero si te quedas es que las acatas.

Estas palabras ya las dije con firmeza, quería dejar las cosas claras. Incluso quería ser disuasorio. Tampoco niego que me gustaba la situación cada vez más. Ya había dejado a un lado las angustias personales que siempre me afectan y estaba jugando.

Ella sólo asintió bajando la cabeza y diciendo un “sí” casi imperceptible, pero yo juro que vi un cierto fulgor en sus ojos al escuchar mis palabras.
Dije “ven”… estábamos de pié, y la puse de espaldas a mí, y esta vez introduje suavemente y sin el menor pudor mi mano dentro de su pantalón y sus braguitas. Se había vestido expresamente con un pantalón ancho para no delatar sus formas, y ahora me estaba facilitando la labor metiendo su preciosa tripita. Una paradoja más de la vida.
Ya no sé si me sorprendió, pero Ariadna estaba completamente empapada. Completamente. Hasta su ropa interior. Lo ocurrido anteriormente la había puesto así. Su pubis, aquél que había visto accidentalmente el día del episodio del técnico de la lavadora, estaba ahora en mis manos. El vello era suave, extenso pero recortado, rezumaba cierta humedad. Puse mi mano abierta cubriendo exteriormente todo su sexo, presionando leve y uniformemente todo él. Mientras mi cuerpo estaba totalmente pegado a su espalda, y mi otra mano sujetaba su cadera contra mí.
No hacía nada más con mi mano, sólo la mantenía allí, pero ella había cerrado los ojos y respiraba acelerada. Se estaba acostumbrando a tener mi mano en su sexo, esta vez sin ropa. A continuación me dio otra sorpresa: Fue ella la que cogió mi otra mano y la puso sin decir nada sobre su pecho. Uffff ella estaba deseando que la tocase. Así que decidí forzar un poco más el juego y me resistí diciendo “¿qué haces vecina? ¿qué es lo que quieres llevando mi mano a tu cuerpo?”. Ella ruborizada dijo “jooooo”, pero yo estaba alucinado y divertido así que decidí seguir con el juego “¿qué quiere esta chica? ¿quiere que la toque su vecino? ¿eh? ¿eso quiere?… no dices nada” y apartaba mi mano de sus pechos, pero seguía sin decir nada. Así que empecé a hacer el amago de sacar también mi otra mano de su pantalón y ya reaccionó sujetándomela de la muñeca para que no la sacara. “joooo” decía. Y yo seguía con mi básico juego

 Vecina, ¿qué quieres que haga con mis manos? Dímelo y lo hago.

Quiero que me toques ahí.
¿Dónde? Eso tiene un nombre!!
En mi cuerpo
¿En qué parte? ¿Aquí? -Y agachándome le toqué con poca maña fingida un rodilla-

y se dio la vuelta de improviso poniéndose frente a mí y colocando mi mano en su redondo pecho

 ¡No, aquí!

Jajajajaja esto se llama teta… y las tuyas son geniales… -decía mientras la amasaba- cuántas veces lo habré pensado…

Ya no hacían falta más juegos, y nos fundimos en un beso cada vez más húmedo y apasionado. Nuestras lenguas se entremezclaban y manos recorrían nuestros cuerpos impúdicamente. Era el paraíso. Después de unos minutos en los que soltamos la emoción contenida anteriormente, me tumbé en la cama y le dije… “Ari, desnúdate despacio para mí”, me daba un vértigo tremendo el juego de darle órdenes. Creo que a ella también, porque mirándome y muy despacio empezó a despojarse de su jersey de cuello alto… su camiseta… sus zapatos… el pantalón… ufffff sus braguitas negras estaban húmedas y arrugadas en la zona de su sexo. Se notaban los relieves de su cuerpo a través de la tela. Yo estaba cardiaco y completamente empalmado. Se puso de espaldas para soltar su sujetador, y se dio la vuelta con sus pechos tapados con las manos y sonriendo. Lo habría visto en alguna película, pero le estaba saliendo bien (a juzgar por el estado de mi miembro)… bailaba sensualmente.

Yo estaba impaciente por que terminase. Quería tener de nuevo su cuerpo en mis manos. Sabía que sólo tenía que pedirlo y así lo hice “Ari, ven aquí”… y vino hacia mí a besarme, pero dije riéndome “¡aquí!” e indiqué mi sexo al cual fue sonriendo también. Yo estaba tumbado boca arriba, y la guié para que su sexo quedase sobre mi boca, quería examinarlo de cerca. Y quería volverla loca. De hecho me había pasado una amiga mía un email sobre la búsqueda del punto g y quería hacer unas pruebas en ella.
Ariadna, por su parte, se metió mi miembro en la boca y empezó a hacerme una curiosa felación. No lo hacía mal, ponía voluntad, pero se veía que no tenía mucha práctica. Quizá ninguna. Dije “bonita, me encanta cómo lo haces… mira, cógela con la mano en la parte de abajo y con la boca en la mitad de arriba. Mueve suavemente arriba y abajo… con mucha saliva…”. Y aprendía rápido, no me hizo falta decir nada más. Usaba los labios y la lengua con interés, y se había adaptado a mí en un minuto.
Me estaba poniendo supercachondo. Jugando con su coño frente a mi boca, ya tenía dos dedos explorando dentro de ella y estimulaba especialmente la zona delantera. A la vez que mi lengua recorría los labios de su vulva, centrándome sobre todo en su clítoris. Sus fuertes gemidos, casi gritos, me ponían aún más, y me daban la certeza de que estaba acertando con mi maniobra. De repente se empezó a contraer gritando… joder salía mucho flujo a mi boca, lo había encontrado!! Jajajaja. Le dejé tranquilamente gozar, frotando su sexo sobre mi boca. Estaba desatada completamente, frenética. Luego le di tres o cuatro fuertes azotes en su culo, por no haberme avisado de su orgasmo. A cada uno respondió con un gemido que no era precisamente de dolor.
Había tenido un orgasmo largo e intenso. A mí mismo me gustó sobremanera, estos momentos me hacen sentir poderoso. Estar dotado para provocarlo algo así es un don. Le dije “ven anda, ahora quiero que te claves en mí”. Obedientemente se colocó a horcajadas sobre mí. Me encantó el gesto de cómo se abría los labios para colocarme dentro. Ufffffffffff que sensación fue sentir el calor del interior de su cuerpo en mi polla… era bestial, combinado con su carita de chica bien, ahora viciosa, y sus redondas tetas delante de mí.
Y seguí con mis instrucciones “Ari, ahora quiero que seas tú la que te folles en mí… muévete sobre mi polla, vale?”. Una vez más asintió mientras se mordía el labio. Me entraron ganas de decirle mil palabras soeces, pero no dije nada. Esta primera vez no iba a portarme muy mal. Sólo la observaba. Nos mirábamos a los ojos con cara de vicio. Sus tetas se bamboleaban suavemente llamando a mis manos sobre ellas. Combinaba poner mis manos abiertas sobre ellas dejando que sus pezones se rozasen y clavasen en mí, con caricias amasándolas. Estaban durísimas y los pezones tremendos. Me entusiasmaba la idea de pensar lo que iba a hacer con ellas en los próximos meses.
Ella, a su vez, restregaba su sexo sobre en el mío… notaba como buscaba friccionar su clítoris. No tenía ningún complejo ahora y dejaba actuar a sus instintos naturales. Dije “Ari!”, y me miró con adoración. Ahora esperaba ansiosa mis órdenes. Sólo quería decirle que me avisase antes de su orgasmo y otra vez asintió. Me fascinaba ver a mi educada vecina moviendo sus caderas circularmente clavadita en mí. Se puso a pellizcarse ella un pezón y eso ya me sacó de mis casillas… así que dije “déjame” y le sujete ambos pezones con mis dedos de modo que sus propios movimientos los comprimían y estiraban. Estaba a punto de correrme cuando ella dijo con un hilo de voz “ya”, “ya”, “me voy, ya” y nos dejamos ir a la vez… fue tranquilo, pero profundo. Tuve la sensación de haberle llenado el cuerpo de semen, y tuve la sensación de que los espasmos de ella extraían con sincronía y precisión el fluido de mi cuerpo.
Al final se derrumbó sobre mí quedando enroscada y abrazada… Fue el primer episodio que tuve con ella, pero a partir de este tuve muchos más que contaré.
 
Carlos – diablocasional@hotmail.es
 
 

Un comentario sobre “Relato erótico: Mi vecina de la lado 1 (POR CARLOS LOPEZ)”

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