La amiga tímida.

Conocía o creía conocer a Paula desde hace quince años. Compañeros de pandilla desde la adolescencia, habíamos mantenido el contacto durante todo ese tiempo y por el aquel entonces la consideraba una de mis mejores amigas, a pesar de su timidez innata. Para que os hagáis una idea, era tan apocada en tema de hombres que, en ese lapso, no la había conocido un novio o pareja. La mitad de los amigos decían que era lesbiana mientras la otra mitad, entre los que me incluyo, la considerábamos asexuada.
Físicamente era guapetona pero su carácter la hacía invisible a los ojos de todo el mundo. Yo mismo tengo que reconocer que jamás me había fijado en ella como mujer. Como mucho alguna noche con copas había dudado entre tomarme otra o intentar ligármela, pero siempre había ganado el alcohol. Su manía de llevar ropa holgada y el hecho que soliera peinarse con coleta, provocó que en nunca hubiese valorado lo que se escondía tras esa fachada.
Todo cambio cuando a raíz que mi novia me dejara, le comenté a Paula que no sabía qué hacer con los billetes que había comprado para irme de viaje a Mallorca con ella:
-Si los vas a perder, ¡usémoslos!- me comentó.
-¿Tú y yo?- pregunté extrañado por la sugerencia.
-Claro. A mí me quedan unos días de vacaciones y es una pena que se desaprovechen.
Su idea me pareció alocada porque tendríamos que compartir no solo habitación sino también la cama. Al explicárselo, soltando una carcajada, contestó:
-¿Tienes miedo que te viole?
Su burrada diluyó mis reparos y cerrando el acuerdo con una copa, quedé con ella en ir juntos.
El aeropuerto.
Habíamos quedado la mañana que salía nuestro vuelo directamente en Barajas, el aeropuerto de Madrid. Como yo era quien llevaba los billetes decidí llegar antes de la hora, de manera que cuando Paula llegó apenas faltaban dos personas para poder facturar. Cuando me saludó, os confieso que tuve que mirarla dos veces para darme cuenta que era ella, puesto que parecía otra. Sus ropas holgadas y asexuadas habían desaparecido y ese día, Paula lucía un vestido totalmente pegado cuyo escote magnificaba el tamaño de sus pechos.
Debí de quedarme babeando al mirarla y ella en vez de echármelo en cara, se rio de mí diciendo:
-¿Qué te pasa? ¿Me encuentras algo raro?
Por supuesto que le encontraba algo raro. Después de años siendo amigos, me acababa de dar cuenta que tenía tetas y ¡menudo par!
«¡Cómo es posible que nunca me hubiese fijado!», pensé mientras no dejaba de recorrer esas dos maravillas con mi mirada. Absorto en el cañón del Colorado que se formaba entre sus pechos, no me percaté del ridículo que estaba haciendo hasta que ella en plan de guasa, me soltó:
-Me las vas a desgastar de tanto mirarlas.
-Perdona- respondí abochornado. Tras lo cual y mientras entregaba los billetes a la empleada, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retirar mis ojos de sus tetas.
Seguía sin creérmelo: ¡Paula, mi conocida de tantos años, era una mujer de bandera!
«Joder, ¡está buenísima!», exclamé mentalmente cuando habiendo facturado, ella se adelantó por el pasillo dejándome disfrutar del fantástico culo que también había conseguido ocultar durante ese tiempo.
Mi alucine se incrementó al ver el movimiento acompasado que estaba imprimiendo a sus nalgas.
«¡Quien las pillara!», sentencié excitado.
Aunque siempre había sabido que era guapa, al verla por primera vez arreglada me di cuenta de lo que me había perdido. Mi sorpresa lejos de amortiguarse al llegar a la sala de espera, se multiplicó cuando en plan sensual y luciendo su escote, me pidió que le trajera una coca-cola.
«¡Me la han cambiado!», mascullé al percatarme que había usado un arma típicamente femenina: «¡está coqueteando conmigo!».
Sin haber asimilado mi asombro, compré la bebida y al volver a donde ella estaba, descubrí que un tipo estaba hablando con ella. Reconozco que no me hizo ni puñetera gracia y acercándome a ellos, le di la botella.
-Gracias, cariño- susurró en mi oído.
De por sí que me llamara así era extraño, aún más que al hacerlo me agarrara de la cintura y pegara su cuerpo al mío. El sujeto debió suponer que era su pareja ya que inmediatamente se despidió dejándonos solos. Curiosamente, Paula no quitó su mano de mi talle sino que siguió con ella acariciando mi espalda mientras se bebía la coca-cola.
-¿Qué haces?- pregunté tan intrigado como excitado por la actitud de mi conocida.
-Quería hacerle ver a ese don juan de poca monta que tengo novio.
Su respuesta en vez de explicar su conducta, incrementó mis dudas porque aunque ya había pasado “el peligro”, Paula seguía aplastando sus pechugas contra mi pecho. Desgraciadamente para mí, mi pene a veces tiene vida propia y me traiciona en los peores momentos. Ese fue uno de ellos porque al bajar la mirada, creí descubrir el inicio de uno de sus pezones y el muy capullo, sin importarle mi opinión, reaccionó con una erección de caballo.
Sé que notó el bulto bajo mi pantalón porque, aunque parezca una fantasmada y no sea creíble, en vez de reírse de mí, montar un escándalo o separarse, Paula me miró y restregando su cuerpo contra ese fardo, comentó en plan putona:
-No sabía que calzabas tan grande.
Indignado, contesté:
-Ni yo que tenías un polvazo.
Mi burrada no la molestó en absoluto y aprovechando que teníamos que pasar al avión, me dijo con una sonrisa en su boca:
-¿Solo uno?

El avión.
Camino a mi asiento, mi cabeza daba mil vueltas a la transformación de Paula. No podía comprender como la tímida amiga de tantos años se estaba comportando así:
«¡Cualquiera diría que quiere seducirme!», medité mientras me sentaba a su lado.
No acababa de aposentar mi trasero cuando escuché a esa morena decirme que quería pedirme un favor.
-¿Cuál? – pregunté.
-Como sabes nunca he tenido pareja. ¿Te importaría fingir ser mi novio durante este viaje?- contestó mientras me miraba fijamente con sus verdes ojos.
-¿Vas en serio?- dije anonadado por su capricho.
-Totalmente- respondió y reafirmando su deseo con hechos, acercó su boca a la mía y me besó.
A pesar de no haberlo previsto, al sentir sus labios, respondí con pasión y abrazándola, profundicé su beso metiendo mi lengua dentro de su boca, jugando con la suya. Dando un espectáculo gratis a los presentes, nos besamos con lujuria durante cerca de un minuto hasta que la azafata nos informó que debíamos abrocharnos nuestros cinturones.
Cortado, me separé de ella y obedecí a la empleada de la aerolínea. Nada más terminar de hacerlo, Paula cogió mi mano y poniéndola en su pierna, apoyó su cara en mi hombro, diciendo tiernamente:
-Gracias.
Ni que decir tiene que para entonces todas mis neuronas estaban confusas:
“¡Paula me había puesto cachondo!”.
Si alguien me hubiese dicho el día anterior que eso me iba a ocurrir, sin duda lo hubiese negado y hasta hubiera apostado en contra.
«¿Qué busca en mí?», pensé mientras involuntariamente comenzaba a acariciar su muslo con mis dedos.
La suavidad de su piel y su falta de reacción permitieron que ese roce fuera subiendo poco a poco por su pierna hasta que me topé con el encaje de su vestido. Fue entonces cuando caí en la cuenta de lo que estaba haciendo y bastante alucinado, retiré mi mano.
-Sigue, por favor. Me está gustando- escuché que ronroneaba mi compañera de viaje en voz baja.
Al girarme, observé que la expresión de su rostro traslucía un deseo evidente. No sé si hubiese tenido el valor de continuar sino llega ella a coger nuevamente mi mano y ponérsela otra vez sobre su muslo.
-Hasta que volvamos a Madrid, soy toda tuya- insistió con tono meloso.
En silencio, reanudé mis caricias pero esta vez conscientemente. Por ello cuando esa morena separó sus rodillas, comprendí que me daba permiso para profundizar la temperatura de ese toqueteo y sin pensármelo dos veces, inicié un lento recorrido por el interior de sus piernas.
-No pares- susurró al sentir que mis yemas se dirigían hacia su sexo.
La entrega de la que estaba haciendo gala, azuzó mi calentura y ya sin pudor alguno, aceleré el paso llegando hasta el inicio de sus bragas.
-Umm- gimió calladamente y afianzando su determinación de que la tocara, se subió disimuladamente la falda permitiéndome admirar el coqueto tanga que llevaba.
-¿Estás cachonda?- sentencié mordiéndole la oreja mientras una de mis yemas frotaba levemente sus pliegues por encima de la tela.
-Sí- sollozó al tiempo que tapaba lo que ocurría entre sus piernas con una manta de viaje.
Sin llegármelo a creer, localicé su clítoris y lo empecé a estimular con delicadeza. Mis maniobras sobre ese botón ya erecto tuvieron un rápido efecto y fui testigo de cómo su vulva se iba humedeciendo mientras mi amiga no dejaba de suspirar sin parar.
«¡Está bruta!», sentencié al percatarme que bajo su vestido sus pezones se le había puesto duros.
Ya envalentonado, deslicé mi yema bajo sus bragas y me encontré, frente a frente y sin frontera alguna, con que Paula ya tenía el coño totalmente encharcado.
-¡Dios!- aulló mordiendo sus labios al sentir mi dedo haciéndose dueño de su entrepierna.
Para entonces, la calentura de la muchacha era tal que instintivamente abría y cerraba sus muslos siguiendo el ritmo de mis caricias.
-Me vuelves loca- sollozó descompuesta sabiendo que pronto iba a ser presa del orgasmo y con la respiración entrecortada, cerró los ojos en un intento de alargar lo inevitable.
Para entonces la humedad que manaba de su interior y su excitación eran incuestionables. Al reparar en ambas, decidí dar un paso más y usando dos dedos, pellizqué sutilmente el pequeño y duro montículo formado entre esos mojados labios.
-Joder, ¡vas a hacer que me corra!- murmuró fuera de sí y reacomodándose en el asiento, separó aún más sus piernas.
Ese movimiento era una clara invitación a apoderarme definitivamente de su chocho y obedeciendo a sus deseos, metí una de mis yemas en su interior mientras seguía torturando con el resto de los dedos su ya hinchado clítoris.
-Estoy a punto- Paula reconoció al experimentar el continuo vaivén con el que la estaba regalando.
Su confesión me incitó a descaradamente usar mis dedos para follármela y metiendo y sacando dos de ellos de su estrecho conducto, llevé a la morena al borde del placer.
-¡Llevaba años soñando con esto!- clamó mientras su cuerpo explotaba.
El gozo que recorría su mente tuvo su demostración más patente en el enorme caudal de flujo que de improviso empezó a manar de entre sus pliegues y convulsionando de dicha, se dejó llevar por el placer mientras presionaba con ambas manos sobre la mía en un intento de acrecentar y su orgasmo.
Aunque nadie en el avión se percató de lo que ocurría en nuestros asientos, fue tan brutal el clímax que asoló su cuerpo que en mi mente temí que nos montaran un escándalo. Afortunadamente, no hubo quejas. Con ella totalmente espatarrada y retorciéndose presa del placer, me di el lujo de meter mi otra mano por su escote.
Paula al notar su pezón entre mis yemas mientras su coño seguía siendo torturado, no pudo aguantar más y casi llorando, me rogó que parara.
-Tú empezaste- comenté en plan cabrón al mismo tiempo que aceleraba el modo en que la estaba masturbando.
Os reconozco que mi idea era llevarla hasta la locura y aprovechar su excitación para forzarla a ir al baño y allí poseerla pero cuando estaba más obcecado en esa idea, escuché que me decía:
-Es la primera vez que alguien me toca. Ten piedad de mí y déjame descansar.
Sus palabras me hicieron comprender que no mentía y que con toda seguridad:
¡Paula seguía siendo virgen!
Asustado, hice caso a su petición y dejando en paz a esa muchacha, me sumí en un mutismo culpable.
«No puede ser: ¡Tiene casi treinta años!», exclamé en mi interior sintiéndome una piltrafa por haber abusado de ella.
Mi amiga malinterpretó mi silencio y creyendo que rechazaba lo sucedido, se echó a llorar tapando su rostro con ambas manos. El dolor de sus llantos, me enterneció pero también incrementó mi culpa. Tratando de consolarla, mesé sus cabellos mientras la preguntaba porque lloraba.
-Soy un desastre- lloriqueó – creía que comportándome como una putona, te fijarías en mí.
Sin saber que decir, decidí actuar y levantando su barbilla, la besé en la boca recorriendo con mi lengua sus labios. Los gimoteos de Paula cesaron al notar esa caricia y aprovechando la pausa, le dije tiernamente:
-Nunca he pensado que eso y si nunca me había fijado, fue porque creía que no te gustaba.
-¡Llevo enamorada años de ti!- sollozó dando inicio a una nueva serie de llantos.
Mientras a mi lado Paula se desahogaba en lágrimas, no pude dejar de pensar en el significado de sus palabras. De ser cierto, esa monada, mi mejor amiga había llevado en silencio el sufrimiento de sentirse rechazada por mí y cuando le comenté lo de los billetes, vio la oportunidad de sacarlo a la luz.
«Pobrecilla», medité, «lo que debe de haber pensado cada vez que le presentaba una nueva conquista».
Asumiendo que sin saberlo la había hecho padecer un dolor no deseado, comprendí que al menos debía darle una oportunidad y acariciando una de sus mejillas, le pregunté:
-¿Quieres salir conmigo? ¿Quieres ser mi novia?
-Ya sabes que sí, te lo pedí yo antes.
Haciendo a un lado mis dudas, insistí diciendo:
-Tú me pediste durante este viaje, yo quiero que sea sin límite de tiempo.
-¿Estás seguro?- murmuró entre dientes.
-Por supuesto, princesa. Ahora que te he descubierto, ¡no pienso dejarte escapar!
Tras la sorpresa inicial, su rostro se iluminó y con una sonrisa de oreja a oreja, contestó:
-Siempre he sabido que terminaría siendo tuya- tras lo cual me abrazó y tiernamente depositó un casto beso en mis labios.
Os confieso que su alegría me aterrorizó y mientras la besaba, no pude dejar de preguntarme si sabía dónde me había metido…
El taxi.
Durante el resto del viaje, Paula se comportó como una mujer enamorada y cuando el avión aterrizó, parecía encantada al ir abriendo camino abrazada a mí.
«¡Qué pegajosa!», protesté en mi interior al experimentar el notorio acoso de sus mimos. No en vano parecía una lapa, con su mano alrededor de mi cintura, la presión que ejercía me hacía imposible casi caminar.
Suponiendo que era momentáneamente, no dije nada cuando al entrar en el taxi esa morena se sentó sobre mis rodillas mientras le decía al conductor donde queríamos ir.
-Se nota que son recién casados- dijo el taxista -¿han venido de luna de miel?
Muerto de vergüenza, me callé y fue entonces cuando realmente se me erizaron todos los vellos de mi cuerpo al escuchar a mi recién estrenada novia decir:
-Sí. ¿Tanto se nos nota?
-Un poco- muerto de risa contestó.
Cuando ya creía que nada podía aumentar mi turbación, Paula le soltó:
-Aunque no sé porque hemos cogido un avión, al fin de cuentas, no pensamos salir de la habitación.
El propietario del vehículo creyendo que era en plan de guasa, se permitió la familiaridad de avisar que con tanta insistencia podría quedarse embarazada. La morena al oírlo, soltó una carcajada para acto seguido preguntarme:
-¿No te gustaría que te hiciera papá?
Os juro que estuve a punto de tirarla de mis piernas al escuchar esa sugerencia pero no queriendo dar la nota, contesté:
-Sería bueno, esperar un poco.
Mis palabras cayeron como un obús en ella y dos lágrimas hicieron su aparición en sus ojos mientras se quejaba:
-Creía que me querías.
Temiendo por primera vez, haber metido la pata al ceder a sus deseos, quise tranquilizarla diciendo:
-Y te quiero. Lo único que te digo es que somos jóvenes y primero debemos disfrutar de nosotros.
-¿Me lo juras?- insistió ya menos alterada.
-Te lo juro- respondí.
Al oírme, su tristeza se transmutó en felicidad y ante mi asombro, noté que dejaba caer su mano sobre mi pantalón. Sin importarle la presencia del taxista, esa morena que suponía asexuada hasta hace dos horas, se dedicó a acariciar sin disimulo mi miembro. Sus magreos provocaron una brutal erección entre mis piernas. Totalmente cortado, retiré su mano mientras le decía al oído:
-Espera a que lleguemos a la habitación.
Pero entonces, poniendo cara de zorrón desorejado, me contestó:
-Quiero masturbarte, aquí en el taxi- y antes que pudiera hacer nada, bajó mi bragueta sacando al exterior mi endurecido tallo.
Al estar sobre mis rodillas, su postura impedía al conductor ver sus maniobras pero eso no fue óbice para que yo estuviera avergonzado. En cambio, Paula parecía estar en su salsa y al extraer mi pene se dio el lujo de echarle un buen vistazo antes de susurrar:
-Es tan bonito como me había imaginado.
Que se refiriera con ese término, “bonito”, a mi miembro me tenía confundido y mientras trataba de reacomodar mis ideas, mi “novia” comenzó a pajearme lentamente.
-¿Te gusta que tu mujercita sea tan putita?- comentó al mismo tiempo que con sus dientes mordía sensualmente el lóbulo de mi oreja.
Esa triple estimulación, la paja, el mordisco y el morbo de tener público hicieron que mis reparos se fueran diluyendo al ritmo con el que jalaba arriba y abajo mi sexo.
-Cómo no pares, te voy a manchar el vestido- reconocí previendo lo inevitable.
Lo que nunca me imaginé fue que esa mujer me contestara:
-Tienes razón, sería un desperdicio. Te dejo tranquilo si me prometes dejar que te la chupe cuando estemos los dos solos.
La promesa que escuché de sus labios estuvo a punto de provocar que me corriera antes de tiempo pero, por suerte, Paula se dio prisa en meter mi miembro nuevamente bajo el pantalón. De no ser así, hubiera explotado allí mismo.
-Recuerda, ¡me lo has prometido!- susurró satisfecha y dejando de manifiesto que de asexuada nada de nada, me dio un lengüetazo en la oreja.

El hotel.
Ya en la recepción del hotel, no podía dejar de repasar la incongruencia que suponía que una mujer que en teoría era virgen, fuera tan lanzada.
«No comprendo», porfié, «si nunca la han tocado y menos follado, ¿por qué se comporta así?».
De ser cierto, no me cuadraba esa pose de zorra. Una mujer que mantuviese su himen intacto no se comportaría así. Es mas solo las mas calenturientas se atreverían a lo que Paula daba por sentado. Lo contrario tampoco encajaba. Si esa mujer tenía la vasta experiencia que parecía tener, había dos hechos que eran al menos raros. El primero cuando y con quien: en los quince años de amistad, jamás le había conocido una pareja. Y el segundo, porque me había pedido que parara aduciendo que era su primera vez.
De estar mintiendo, la única explicación que me venía era que quería usar su supuesta virginidad para conquistarme. De ser verdad, solo una hiper sexualidad reprimida lo explicaba.
Mientras nos registrábamos, pude sentir su mirada fija en mí. Os confieso que su expresión de deseo puro, me estaba poniendo nervioso y de haber sido conocedor de lo hambrienta que estaba, nunca hubiese subido confiado hasta la habitación.
Nunca me esperé que esa modosa mujer, me metiera casi a empujones al cuarto y que nada más cerrar la puerta, se arrodillara a mis pies.
-¡Te deseo!- gritó y actuando como una posesa, me abrió la bragueta.
-Tranquila- susurré al ver su urgencia pero Paula, sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta.
La velocidad en que se estaban desarrollando los acontecimientos no me dieron ni tiempo de prepararme. Menos mal que junto a nosotros había una silla ya que para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en ella mientras la morena comenzaba la que según ella era la primera felación de su vida. Si creéis que se mostró indecisa, os equivocáis de plano porque una vez se había metido mi verga en su boca, puso todo su empeño en hacerlo con pasión yo la miraba alucinado.
A pesar de algunos titubeos iniciales, no me quedó duda de que si no estaba acostumbrada a hacerlo, era una mamona innata. La maestría y el ritmo que imprimió hacían de esa mamada la mejor que me habían dado.
«¡Es una maquina!», sentencié al disfrutar del modo en que metía y sacaba mi fuste de su garganta. Buscando que derramara mi semen como si de ello dependiera su vida, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-¡Cómo necesitaba sentir esto!- chilló de placer al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Tanta lujuria provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Al inhalar su aroma se elevó la temperatura de mis sentidos hasta unos extremos tales que sin poderme retener me vacié en su boca. Paula, al notar mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Impresionado por la forma que se había corrido, supuse que después se habría tranquilizado pero me equivoqué porque tras unos segundos, la vi levantarse y poniéndose frente a mí, empezó a recoger con sus dedos mi simiente. Con ellos bien impregnados, se los llevó a la boca y sacando la lengua, los devoró mientras me decía:
-No me mires así. Llevo soñando con hacerte una mamada desde que te conozco.
Tras lo cual, se dedicó a limpiar a base de lengüetazos los restos de lefa hasta que ya saciada, se acercó y sentándose sobre mis rodillas, me pidió perdón por lo sucedido.

-No te entiendo- respondí al no tener ni idea de porque la tenía que perdonar.
Inexplicablemente, mi amiga se echó a llorar y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó que no la considerara una puta por lo que había hecho.
-No pienso así de ti pero te reconozco que me tienes confundido- le dije al tiempo que acariciaba su melena con mis manos
Paula, sin dejar de sollozar, era incapaz de tranquilizarse. Durante unos minutos permanecimos allí sentados, hasta que viéndola más le pedí que me explicara cuál era su problema. Aun así le costó otro rato para calmarse, tras lo cual con el rímel corrido y con la voz entrecogida, me narró como desde que era niña sabía que tenía una sexualidad desaforada y que huyendo de lo que significaba, había rechazado a todos los hombres que le habían propuesto salir.
-¿Me estás diciendo que no has estado con nadie?- pregunté.
Con gesto adolorido y avergonzado, me contestó que así era y que la única forma que había tenido de controlar esa fogosidad había sido viendo películas porno. Si ya de por sí esa confesión era dura, para Paula debió serlo más, reconocer que al terminar soñaba que era yo el protagonista masculino y ella la femenina de esas aberraciones.
Soltando una carcajada, le dije tratando de quitar hierro al asunto:
-Entonces en tus sueños, ya nos hemos acostado infinidad de veces.
Su cara de alegría al comprender que aceptaba su trauma sin escandalizarme fue increíble y poniendo una sonrisa de oreja a oreja, me lo agradeció diciendo:
-No te imaginas las cosas que me has hecho hacer.
La expresión pícara de su cara y el tono meloso de su voz me hizo ser osado y dándole un tierno beso en los labios, le pedí que me contara con qué había fantaseado.
-Con todo- respondió mirando al suelo.
Su respuesta despertó todas mis neuronas y asumiendo que era un diamante en bruto que tendría que pulir, la cogí en mis brazos y con ella a cuestas, me acerqué hasta la cama. Una vez allí, la deposité sobre las sábanas y susurré en su oído:
-Quiero ver cómo te desnudas.
Con júbilo, Paula aceptó embelesada y haciendo como si se desperezaba, estiró sus brazos dejándome comprobar que era una preciosidad, dotada por la naturaleza de unos pechos primorosos. El vestido que pronto se quitaría no podía ocultar que estaban adornados con dos enormes pezones dignos de mordisquear. Para colmo, si sus senos eran dignos de adorados, al levantarse del colchón, me resultó evidente que su cintura daba paso a un impresionante culo en forma de corazón.
-¿A qué esperas?- dije metiéndola prisa, porque para entonces tenía que admitir que me urgía perderme entre sus piernas.
Mi amiga, haciendo uso de una coquetería que no conocía, dejó caer su vestido al suelo lentamente. La parsimonia y el erotismo de sus movimientos aceleraron el ritmo de mi corazón y por eso casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo:
-Eres preciosa- declaré onhibilado.
A sus treinta años, Paula estaba en la cima de su belleza, sin que la edad hubiera conseguido aminorar ni un ápice de ella. Sin dejar de mirar su desnudez, me quité la chaqueta. Ella, esa niña hecha mujer, suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
-Me vas a desgastar- comenté usando sus mismas palabras al advertir el deseo que traslucía al disfrutar de mi striptease.
Excitada por lo que estaba viendo, tuvo que hacer un esfuerzo para quedarse quieta mirando, cuando lo que le apetecía era acercarse a mí.
-Tócate para mí- le ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme semidesnudo.
Paula no se hizo de rogar y volviendo a la cama, separó sus piernas. Sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón, se empezó a masturbar. La seguridad que en pocos minutos iba a tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer.
Tal y como me había confesado, Paula jamás había visto desnudo a un hombre y por eso, al disfrutar de la visión que le estaba dando, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
-Te gusta verme en pelotas, ¿verdad?- susurré mientras dejaba deslizar mi pantalón.
La mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama.
-Hazme el amor- rogó al sentir mis caricias creyendo que iba a poseerla de inmediato.
-Todavía no estás lista- dije rehuyendo el contacto de sus manos.
Incapaz de superar la excitación que la dominaba, al comprobar que le separaba las rodillas la mujer gritó.
-Tenemos toda la noche- murmuré en su oído mientras miraba de reojo su entrepierna.
El sexo de la muchacha brillaba encharcado de flujo, expandiendo nuevamente el aroma a hembra en celo por la habitación. Ralentizando mis maniobras, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis.
-Eres malo- aulló presa de la lujuria.
Me divirtió advertir que Paula se retorcía sobre las sábanas ante mi avance y por ello cuando todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo, retrocedí sobre mis pasos y comencé nuevamente por su pie.
-Necesito que me lo hagas- chilló como descosida por el placer que le estaba obsequiando -¡fóllame!- imploró con el sudor recorriendo su piel.
-Todavía no estas lista- insistí acrecentando su deseo.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, recorrí con parsimonia sus muslos y al llegar a su sexo, bordeé con la lengua los bordes de su clítoris.
-No pares- maulló al sentir que me apoderaba de sus pliegues a base de lengüetazos.
Su urgencia se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos incrementé la temperatura de esa mujer. La cual, moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí que su cuerpo explotara con un dulce orgasmo. Pero esta vez, no me pidió que parara cuando de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo.
-Sigue, estoy en el cielo- confirmó mientras no dejaba de retorcerse.
Muerto de risa al oírla le solté:
-Cariño, no estás en el cielo, ¡estás en celo!
Su respiración entrecortada le impidió contestarme y separando aún más sus piernas, me informó con la mirada que siguiera. Para entonces la tremenda erección de mi pene era una muestra clara de mis ganas de tomarla pero sabiendo que debía ser cuidadoso, me obligué a mí mismo a dejarlo para más tarde.
En vez de follármela directamente, acerqué mi glande hasta su sexo y me puse a jugar con su botón con él. Paula al sentir la cabeza dura de mi miembro rozando su entrada, creyó que había llegado el momento y con voz temerosa, me preguntó si le iba a doler.
-Un poco- respondí mientras suavemente iba introduciéndolo dentro de su inexplorado sexo.
Sin títuloNo tardó mi verga en topar contra su himen. Sabiendo de qué se trataba esa barrera, con un movimiento de caderas sobrepasé esa barrera. Durante un segundo, Paula puso cara de dolor pero era tanta la lubricación de su conducto que rápidamente mi miembro se deslizó por él hasta chocar contra la pared de su vagina.
-¡Por fin!- chilló satisfecha a pesar del daño que acababa de producir en su interior.
La certeza de que era algo que llevaba deseando me dio la fortaleza de ánimo para ser capaz de esperar a que se acostumbrara a esa incursión. Paula se repuso rápidamente y violentando mi penetración con un movimiento de sus caderas, volvió a correrse sin necesidad que yo hiciera nada más.
Todo mi ser me pedía que acelerara la cadencia de mis movimientos pero mi cerebro puso la cordura y por eso durante unos minutos seguí estimulando con suavidad su conducto. La lentitud de mis penetraciones la llevaron a un estado de locura y mientras me decía casi gritando que yo era su dueño, clavó sus uñas en mi trasero.
-¡Úsame!- bramó descompuesta al notar que el orgasmo se prolongaba en el tiempo.
Deseando complacerla, la agarré de los hombros e incrementé la velocidad de mis embestidas.
-Más fuerte- gritó con su respiración entrecortada.
Obedeciendo de cierta manera, le di la vuelta y poniéndola a cuatro patas, de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Como si hubiese esperado ese momento y para ella fuese una especie de banderazo de salida, fue entonces cuando se desató la verdadera Paula y a base de gritos, me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada, se puso a disfrutar de cada penetración.
Os juro que por sus gritos parecía que la estaba matando y eso lejos de cortarme, azuzó mi lujuria y aumentando el compás de mis incursiones, me dediqué a asolar todas sus defensas mientras a mi víctima le costaba hasta respirar. Sometida a la pasión, le volvió loca que cogiendo su melena la azuzara con ellas a moverse más. Para el aquel entonces, el flujo que manaba de su sexo la habían empapado los muslos y su rostro comentaba a notar los efectos del cansancio.
El cúmulo de estímulos hicieron que no pudiera soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi orgasmo. Mi confesión la sirvió de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero como si buscara apagar su fuego interior con mi semen. La tensión acumulada en mis huevos se derramó regando su vagina de mi simiente mientras ella no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Ya agotado, me desplomé a su lado y durante unos minutos, descansé abrazado a ella mientras pensaba en cómo había cambiado nuestra relación en tan pocas horas. No en vano, esa mañana me había despertado considerándola mi mejor y asexuada amiga pero ahora sabía a ciencia cierta que esa timidez era pura fachada y que Paula era una mujer ardiente.
Todavía pensando en ello, la interrogué sobre lo que había sentido:
-Ha sido maravilloso- contestó con una sonrisa en los labios – nunca pensé que era posible experimentar tanto placer.
Pero lo que realmente culminó mi encoñamiento fue su respuesta cuando dando un azote a su trasero, le pregunté qué otra fantasía le apetecía cumplir antes de irnos a cenar. Con una carcajada, me soltó:
-Todavía te falta probar mi culito.

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