4.
Nada más probar los platos que habían preparado, comprendí que además de estar buenas y ser muy putas, esas dos mujeres me iban a conquistar por el estómago.
-¡Coño! ¡Está cojonudo!- exclamé impresionado.
Azucena que había llevado el peso de la cocina, sonrió al escuchar mi exabrupto y mirando a su hija, la ordenó que sirviera el vino. La joven obedeció al instante y descorchó un reserva, para acto seguido airearlo en un decantador de cristal que tenían preparado. Tras unos minutos en lo que se mantuvo oxigenando, lo probé y confirmé que ese tinto podía competir de tú a tú en calidad con la cena.
-¿A qué se debe este homenaje?- pregunté extrañado que en esa casa se cenara con ese tipo de caldo.
-Estamos celebrando la primera sesión de María como sumisa- contestó su madre, dando por sentado que era firme mi decisión de ser su dueño.
Recordando el consejo que me había dado y mientras saboreaba el vino, pregunté a la aludida que es lo que había sentido. La muchacha, bajando su mirada y poniéndose totalmente colorada, susurró:
-Me he sentido plena.
Azucena asumiendo que debía forzarla a ser más elocuente ya que como amo novato, yo sería incapaz, le dijo:
-¡Explícate! ¡Dile al amo lo que has experimentado en cada momento!- y alzando la voz, insistió:-¡No te guardes nada!
Muerta de vergüenza, María nos describió como la habían reconcomido los celos al escuchar cómo me volvía a tirar a su vieja, cuando creía que era su turno de disfrutar.
-Sé que no tengo derecho- casi llorando comentó- pero no lo pude evitar. Menos mal que usted me puso en mi lugar y me enseñó la primera regla de una sumisa, que es saber esperar.
Inconcebiblemente al recordar el castigó al que la sometí, esa morena no pudo evitar que sus areolas se vieran afectadas y contra su voluntad, pude comprobar a través de su camisa que se le habían puesto duras.
Su progenitora no ocultó sus ganas de dirigir ese interrogatorio al decir:
-Fue entonces cuando nuestro amo te corrigió.
-Sí – contestó la cría. – aunque miles de veces había soñado con que mi dueño me aleccionara ante un error, para mí fue una sorpresa que me pusiera en sus rodillas y más que levantando mi falda, me regalara una tunda de azotes.
-¿Te dolieron?- actuando como un investigador avezado la cuarentona preguntó.
-Mucho pero aún más el saber que había fallado.
Ya intrigado quise saber más y con voz sería le pedí que se explayara:
-Al principio no puedo negar que me escocieron mis nalgas con los golpes pero tras el tercero o el cuarto me di cuenta que me los tenía merecido y fue entonces cuando empecé a sufrir por si usted no me aceptaba a su lado.
«¡Qué cosa tan curiosa!», medité en silencio, «me está diciendo que le dolió más el haberme enfadado que esas duras nalgadas».
Todavía no había tardado en asimilar tan extraña información cuando Azucena exigió a su retoño que nos narrara lo que había pasado por su mente cuando olvidado su afrenta, había comenzado a untar crema sobre su adolorido culito.
-¡Que no me lo merecía! Es más todavía ahora, sé que fue un regalo inmerecido y que solo la bondad de nuestro amo explica que en vez de dejarme tirada cual sucia puta, me consolara con sus caricias- respondió mientras la mera evocación del placer que había experimentado provocó que juntara sus rodillas en un intento de ocultar su excitación.
Mi bisoñez en esos temas era total y por ello os tengo que reconocer que me confundió el hecho que tanto el dolor como el placer estuvieran tan unidos en la mente de esa muchacha.
«La excitan de igual manera», pensé.
Menos mal que la rubia, más experimentada que yo en esos temas, me sacó de mi error al preguntar a su chavala que era lo que había sentido con mis toqueteos.
-Amor, confianza, cuidado, entrega y libertad- respondió con lágrimas en los ojos – sentí que mi dueño me acepta como soy y sabe lo que deseo. Supe que siempre estaría allí para apoyarme y que junto a él, aprendería a dar.
-No te entiendo- intervine diciendo.
La morenita, arrodillándose ante mí y llorando a moco tendido, contestó:
-Me enseñó que, a pesar de mis fallos, reconocía en mí a una mujer necesitada y tras castigarme, no dudó en complacerme sin buscar su placer…- os confieso que no comprendía nada, por desconocimiento creía que eso era una función única de las sumisas y no de los amos. Pero entonces ella misma me lo aclaró diciendo: -Le agradezco haberme mostrado el camino y ahora que sé que puedo confiar en que mi dueño no vacilará en hacerme feliz.
Satisfecha por la elocuencia de su hija, Azucena se acercó a mí y murmurando, me dijo:
-Amo, creo que esta putita está lista para aceptar su regalo.
Debí de preguntar qué era eso del regalo pero esa manipuladora no me dio oportunidad de hacerlo y sacando de un cajón un collar de esclava, me lo puso en las manos. A pesar de mi sorpresa no pasé por alto la desfachatez de esa mujer y atrayéndola hacia mí, mordí su oreja mientras le decía:
-Recuérdame que esta noche te ponga el culo rojo.
La muy cabrona, riendo a carcajadas, respondió:
-No dude que se lo recordaré. Desde que vi como azotaba a mi niña, estoy deseando que lo haga.
Su descaro me hizo gracia y aunque en ese instante me apeteció dar inicio a su castigo, comprendí que primero tenía que ocuparme de María.
Revisando el collar, me satisfizo leer que llevaba grabada la siguiente inscripción:
“Propiedad de mi amo Manuel”.
Al levantar mi mirada y fijarme en la que lo iba a usar, vi que se había desnudado completamente y que todavía arrodillada, llevaba sus manos a la espalda mientras depositaba en mis rodillas una rosa que llevaba en la boca. A mi espalda, su madre me comentó:
-La rosa es la señal de su inocencia.
-Ahora ¿qué digo?- pregunté en voz baja.
La mujer sin perder ni pizca de solemnidad, susurró:
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad.
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad- repetí.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega- coreé.
María respondiendo a su parte en ese ritual, alargó su cuello y dejó que cerrara el collar a su alrededor. Os juro que viendo el brillo de felicidad con el que recibió esa argolla, me arrepentí de no haberlo hecho con anterioridad.
Acto seguido y siguiendo con la ceremonia, la muchacha me soltó:
-Usted es mi señor, mi amo y mi dueño. Yo soy su esclava, su amante y su puta. Mi cuerpo, mi boca, mi sexo son suyos. Mi corazón, mi placer y mi voluntad dependen de mi amo. Daré placer a su cuerpo, obedeceré sus palabras y eternamente le serviré.
Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al escucharla. Indignado comprendí que la guarra de su madre me había engañado y que el significado real de ese ritual era más profundo de lo que me había imaginado.
«¡Es una especie de enlace nupcial entre amo y sumisa!», exclamé para mí.
Quizás en ese instante tenía que haber rechazado esa unión pero viendo la felicidad de María no pude y anotando esa afrenta en el cuaderno de castigos a dar a su madre, la agarré entre mis brazos y sin decir nada la llevé hasta mi cama. Depositándola sobre las sabanas, me la quedé mirando: con su pelo recogido y con ese collar en su cuello, esa preciosa mujercita no parecía haber cumplido los dieciocho.
«¡Que belleza!», dije para mí sin darme cuenta que inconscientemente ese adorno con el que declaraba ser de mi propiedad la hacía estar más bella.
La mirada expectante de la muchacha me confirmó que tras esa máscara, María no era más que una niña inexperta deseando convertirse en mujer y por eso sentándome a su lado, la abracé diciendo:
-Estás preciosa.
Confundida por mi piropo, buscó mi boca con sus labios. Decidido a que esa primera vez fuese inolvidable, dejé que me besara mientras mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron en virtud de la excitación que comenzaba a nacer en su interior y deseando incrementarla, acerqué mi boca hasta uno de ellos.
-Quiero que me haga mujer, necesito ser suya- suspiró con la respiración entrecortada.
La belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó sus miedos y sabiendo que ya era parte de mi vida, me rogó que fuera bueno con ella.
-Lo seré- respondí mientras empezaba a acariciar su cuerpo.
Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla. Tiritando de placer y sumida en la pasión, nuevamente me imploró que la desvirgara.
Tanteando el terreno, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. María creyó que había llegado el momento pero en vez de forzar su virginidad, acariciando los duros cachetes que formaban su culo incrementé su turbación a base de lentos y suaves besos. Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero.,
-Ummm- gimió presa del deseo.
Convencido de su entrega y mientras toqueteaba los bordes de su ojete, hundí mi cara en su sexo, tomando al asalto ese último reducto con mi boca. La morenita al experimentar como la punta de mi lengua se entretenía jugando con su clítoris, sintió que su cuerpo colapsaba y sin esperar mi permiso, se corrió.
-Lo siento- masculló asustada al darse cuenta que podía castigarla.
Entendiendo sus miedos, sonreí y mirándola a los ojos, le dije:
-Córrete todas las veces que quieras, hoy es tu día- tras lo cual proseguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse me gritó que no aguantaba más y que la follara. Para entonces, el sabor juvenil de su coño ya impregnaba mis papilas y olvidando que debía ser suave, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. Esa ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, María buscó moviendo sus caderas que me percatara que estaba lista.
-Amo, lo necesito- imploró mientras intentaba asir mi pene con sus manos.
Complaciéndola, acerqué mi glande a su excitado orificio. La mujercita, ya totalmente excitada, me pidió nuevamente que la tomara. Decidido a que esa noche disfrutara como nunca, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla.
-¡Fólleme!- rugió olvidando su papel mientras como una perturbada se pellizcaba los pezones.
Al verla tan entregada, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi pene en su interior. María gritó al sentir como su tela se rompía y que de pronto, mi pene la llenaba por completo. Yo, por mi parte, estaba ansioso de comenzar a moverme pero antes de hacerlo, le di tiempo para que se relajara.
-¡Madre mía!- sollozó de gusto cuando su cuerpo vibró al notar que lentamente iba metiendo y sacando mi pene de su interior.
La muchacha que hasta entonces se había mantenido expectante, me pidió que acelerara el paso mientras con su mano, acariciaba su botón del placer. Su urgencia por ser tomada y sus gemidos de placer me hicieron incrementar la velocidad de mis embestidas y sin piedad, comencé a apuñalar su interior con mi estoque.
El dolor por su pérdida había desaparecido, sustituido por el placer. María al verse zarandeada de esa manera, sintió que su cuerpo colapsaba y disfrutando cada uno de los asaltos de mi pene, se corrió dando gritos mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.
Apabullado por su devoción, lo que terminó de excitarme fue verla pellizcando sus pezones sin misericordia.
-¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, putita?-, pregunté al sentir que por segunda vez, la muchacha llegaba al orgasmo.
-Sí- aulló alegremente – me encanta ser toda suya.
Deseando culminar, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones.
La exclamación de la que ya consideraba mi sumisa provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza a esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, alborozada me soltó:
-Amo, voy a correrme por tercera vez.
-Hazlo pero antes dime, ¿quién eres?
-¡Su puta!- respondió echa una loca.
Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior, a la vez que le decía:
-No solo eso, eres mi puta, mi amante y mi mujer- tras lo cual caí rendido sobre las sábanas.
María, sonriendo, me abrazó y poniendo su cabeza en mi pecho, esperó que descansara en silencio porque aunque ese momento no lo supiera al desvirgarla y hacerla mía, por fin, se sentía una mujer.
Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios, pregunté cómo se sentía.
-Feliz-, respondió y ejerciendo el papel que había buscado a través de los años, me soltó: -¿Qué tal se ha portado su esclava?
-Muy bien-, contesté sin caer en la cuenta que con ello aceptaba totalmente que pasase a ser de mi propiedad.
Mi amada sumisa, poniéndose a horcajadas sobre mí y soltando una carcajada, murmuró un tanto indecisa:
-¿Lo suficiente para que mi adorado amo me rompa el culito?
Descojonado por su descaro, acaricié ese trasero, que tanto deseaba estrenar mientras le decía:
-Te juro que lo haré pero ¡primero tengo que castigar a tu madre!
María no pudo evitar un leve gesto de disgusto pero recordando la lección aprendida y que debía saber esperar, imprimiendo un tono pícaro a su voz, replicó:
-¿Necesita ayuda para aplicar los ánimos de esa zorra?…

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