CAPÍTULO 11

La llegada a la capital de Samoya fue en olor de multitudes. Como única aspirante al trono, el pueblo se lanzó a las calles reconociéndola como su reina y el gobierno no pudo más que aceptarlo como un hecho consumado, organizando su entrada triunfal al país como si de la coronación se tratase.
Obviando su antigua enemistad, el general Kim nos recibió en las escaleras del avión y dando muestra de una hipocresía sin igual, se arrodilló al ver que Sovann salía por la puerta.
-Lo difícil que le debe resultar a ese malnacido postrarse ante mí – susurró en mi oído mi cuñada mientras bajábamos.
Una vez en suelo samoyano, Sovann alargó su mano para que el militar se la besara y a este le quedó más remedio que demostrar su lealtad haciendo una genuflexión y acercándosela a los labios mientras le decía:
-Mi reina.
-Presidente Kim.
Lo que nadie me había avisado era del papel que ese día me reservaba y menos que en ese preciso instante, el tipo se arrodillara también a mis pies, diciendo:
-Príncipe Manuel, es un honor recibirlo en su nueva patria. Quiero que sepa que todos vemos en usted al creador de una nueva estirpe de reyes.
Mi cuñada y futura esposa no hizo caso a ese velado insulto ya que al ensalzar mi figura la estaba minusvalorando en cierta forma. Es más saltándose el protocolo, cogió al militar del brazo y junto a él entró en la primera limusina, dejando la segunda para que yo fuera con la única compañía de Loung.
-¿Crees que es prudente que vaya con ese cerdo?- pregunté a la secretaria.
-Su prometida lo ha querido así para poder negociar con él sin ningún intermediario.
La multitud que nos encontramos camino a palacio tenía tantas ganas de aclamar a Sovann que un trayecto de treinta minutos se convirtió en dos horas. Dos horas en las que tuve que permanecer de pie saludando y besando a cuanto mocoso me llevaron.
Sinceramente he de decir que llegué agotado y por eso tardé en reconocer la expresión de disgusto en la cara de mi cuñada.
-¿Qué ha pasado?- quise saber anticipando problemas.
-He conseguido que me ceda el poder pero he tenido que ceder en una minucia.
Supe por su rostro cenizo que ese cabrón se la ha jugado y que contra su voluntad, le había sacado algo importante y no una insignificancia.
-¿De qué se trata?- insistí al ver que Sovann era reacia a informar.
Muerta de vergüenza, contestó:
-Sé que tanto tú como Loung os vais a enfadar pero no he tenido más remedio que transigir si quería que Kim accediera a exiliarse sin crear problemas.
Al verla tan desolada, creí que estaba cancelando nuestra boda y no queriendo profundizar su dolor, decidí facilitar las cosas diciendo:
-Si tienes que casarte con otro, hazlo y cuando seas reina ya veremos cómo solucionarlo.
-No es eso- respondió- el consejo de ancianos se ha reunido y tras muchas discusiones han llegado a un consenso que satisface a las dos partes en litigio…
-Se clara y dime que han decidido- exigí cansado de tanto circunloquio.
Con el corazón en un puño, respondió:
-Ha accedido a nombrar a Loung protectora del reino pero para tranquilizar a los militares quieren también deberás hacerte cargo de Kanya Anand.
-¿Me estás diciendo que seremos cuatro? ¿Tú, yo y dos protectoras? …. sí es así me puedes explicar en primer lugar ¿quién es esa? Y en segundo, porque dices que tengo que hacerme cargo, no somos tú y yo.
Incapaz de mantenerme la mirada, contestó:
-Mi país es profundamente machista y aunque vayas a ser el rey consorte, consideran que el bienestar de las dos será una responsabilidad exclusivamente tuya.
-No me has contestado, ¿quién es esa muchacha? ¿Una noble?
Tuvo que ser Loung, acabada de llegar, la que con un enorme cabreo me lo aclarara:
-¡Qué va! Es la hija del general y según dicen, su ojito derecho.
-¡Me niego! No pienso meter en mi cama a alguien relacionado con ese malnacido- contesté porque no en vano sospechaba que ese militar había tenido mucho que ver con la muerte de mi hermano.
Al ver que me cerraba en banda e intentando hacer que recapacitara, su viuda me soltó:
-Amor, no nos queda otra que aceptar o nunca accederé al trono- siendo un argumento de peso cuando realmente me convenció fue al decir: – y piensa que siempre podrías hacerle la vida imposible.
-De acuerdo, ¡ese hijo de perra no sabe dónde manda a su retoño!- exclamé mientras entraba en Palacio.
Aunque siempre me había considerado un hombre tranquilo, os he de decir que en ese momento me podían las ganas de venganza y por ello no mostré mi disgusto cuando el general me abrazó cerrando con ello el acuerdo sino todo lo contrario, luciendo mi mejor sonrisa, contesté:
-Estoy encantado con la idea de compartir con Kanya mi vida y así garantizar el futuro de Samoya.
La rapidez con la que había claudicado debería haber puesto en alerta al militar pero el capullo demostrando nuevamente su ausencia de humanidad así como sus faltas de escrúpulos, contestó:
-Príncipe, no tiene que disimular conmigo. Solo espero que haga honor a su palabra y la embarace. Mi hija sabe lo que le espera y no se hace ilusiones de hallar en usted un marido.
-Si tan claro lo tiene porque la obliga a unirse a un hombre cuya única obligación es preñarla- conteniendo mi odio repliqué.
Fue entonces cuando Kim se quitó la careta y siendo sincero me soltó:
-Kanya es consciente que dando un heredero a Samoya con ello garantiza mi vida. Ni siquiera la reina se atrevería a pedir la cabeza del abuelo de un miembro de la familia real.
«Menudo cabronazo, no le tiembla el pulso de sacrificar a su propio retoño si con ello consigue salvar su culo», medité indignado.
A punto de explotar, preferí separarme de él e ir al encuentro de Loung. Mi intención no era otra más que saber cómo había digerido esa noticia ya que era la más perjudicada con ese trato.
-¿Cómo estás?- pregunté.
La morenita respondió:
-¡Engañada! Me había hecho ilusiones al conocer que gracias a esa vieja norma dinástica se me permitiría ser tuya sin tener que compartir tus caricias con nadie que no fuera la reina y ahora sé que incluso en la que sería mi noche, voy a tener que aceptar la presencia de esa mojigata.
El modo con el que habló de su rival me hizo comprender que la conocía y por ello directamente pedí que me dijera lo que sabía de ella.
-Te será difícil tener una conversación con ella. Apenas habla y cuando no está estudiando, se la pasa rezando en algún templo.
-¿Tan religiosa es?- pregunté porque no me cuadraba que el general la hubiese educado así.
-Iba para monja. Se decía que quería entrar en un monasterio.
«¡Mierda! ¡Es una santurrona!», pensé comprender que dadas su personalidad y sus creencias suficiente castigo era tener que entregarse físicamente a un hombre, puesto que en el budismo se exigía la virginidad a las mujeres que quisiesen entrar a formar parte de la casta sacerdotal.
Tratando de aclarar mis ideas sobre ese asunto, comenté la humillación que para ella sería lo que su viejo había acordado para ella.
-Imagínate- Loung contestó: – aunque sea legal y aceptado por la sociedad, seremos solo tus concubinas… yo al menos tendré el consuelo de amarte pero Kanya no. Para ella será una tragedia personal.
Que Loung y esa desconocida sufrieran las consecuencias de ese trato mientras el general salía impune de sus fechorías me terminó de cabrear y sabiéndome una marioneta del destino, quise que me explicara cuando tendría lugar no solo la coronación de Sovann sino también el nombramiento de ellas como protectoras del reino y mi boda.
Luciendo una vanidad que no había lucido con anterioridad, respondió:
-El nombramiento ya ha sido. ¡Estás frente a una protectora del reino! Formalmente solo falta que nos tomes tras la cena de esta noche para que sea oficial. La boda y la coronación será en un mismo acto tal y como estaba previsto el jueves en el templo real.
-¿Me estás diciendo que ni siquiera le van a dar tiempo a conocerme antes de meterla en mi cama?
Muerta de risa y en plan malvado, replicó:
-Ni falta que hace, técnicamente es un vientre al que tienes que inseminar ¡por el bien de Samoya!
No me había repuesto todavía de la noticia de la existencia de una segunda protectora y que la afortunada era la hija del general cuando Sovann llegó ante mí y me pidió que entráramos al Palacio. Os juro que aunque había oído hablar del lujo oriental, nunca me había imaginado la magnificencia de las diferentes salas por las que cruce del brazo de la futura reina.
La profusa decoración sus paredes y la calidad de sus alfombras eran tan apabullantes que temí verme víctima del síndrome que aquejó al escritor Stendhal cuando visitó Florencia.
-Es alucinante- susurré al oído a mi prometida mientras con mi corazón palpitando a mil por hora admiraba su belleza.
Sovann, henchida de orgullo, contestó:
-Es el legado de mis ancestros que debo de mantener y dejar a nuestros hijos.
Esa fue la primera vez ocasión en que mi prometida se erigió ante mi como depositaria de su herencia pero no la única porque antes de retirarnos a nuestras habitaciones, me llevó a rendir homenaje al difunto rey.
Confieso que hasta que no vi con mis propios ojos el dolor de esa mujer al postrarse ante el cadáver del monarca, no comprendí el alcance de sus creencias porque olvidando que ese sujeto la había dejado viuda y mandado al exilio, se arrodilló y comenzó a llorar.
Más de media hora, permaneció sollozando en el suelo mientras sus súbditos cuchicheaban satisfechos por la lealtad que la heredera de Samoya le mostraba al muerto. Al levantarse, le recriminé que llorara por él pero entonces dándose la vuelta, me contestó:
-No lloro por él sino por nosotros. A partir de este momento, tú y yo somos esclavos de Samoya. Nuestros deseos y afectos quedan subordinados al bien del reino.
Al escuchar su sentencia, comprendí que tenía razón y para mi sorpresa me vi hincando la rodilla ante el rey y sollocé por la libertad que había perdido.
«¡Me debo a un país que no conozco y que detesto!», lamenté mi suerte mientras a mi lado Sovann sonreía amargamente.
Al salir de allí, me informó que debía ocuparse de asuntos urgentes y durante el resto de la tarde permanecí completamente solo con la única compañía de un viejo cascarrabias al cual mi futura esposa había encargado que me enseñara el idioma del que sería mi país. Aunque algo había aprendido en el tiempo que llevaba viviendo con Sovann y Loung, reconozco que me costaba seguirle por las numerosas afecciones y vocales que tenía el samoyano.
«Dudo que algún día me pueda desenvolver en él», murmuraba para mí mientras el tal Sunna se desesperaba al comprobar que no sabía ni las cosas básicas.
-A ver si te enteras, todo me suena igual- en un momento le dije al no poder diferenciar los cuatro tipos de pronunciaciones de la letra A.
-El pueblo no entenderá que su rey no sea capaz de dirigirse a ellos- respondió mientras volvía otra vez a darme la matraca.
Matraca que se volvió casi una tortura para ambos durante las dos horas que permanecí bajo la tutela del anciano. Por eso me reí cuando desesperado le dijo a Sovann antes de irse que quizás en veinte años podría expresarme como un niño.
-No te rías, Sunna tiene razón debes hacer un esfuerzo por aprenderlo.
Atrayéndola hacía mí la besé pero entonces rehuyendo mis caricias, me pidió que me vistiera porque tenía que asistir a una sesión de fotos para los carteles conmemorativos de nuestra boda.
-Menudo coñazo es esto de ser rey- suspiré al saber que por mucho que insistiera no daría su brazo a torcer.
-No lo sabes tú bien- riendo contestó- porque después vendrá el besamanos protocolario antes de la firma del decreto que el consejo ha redactado.
-¿Te refieres al tema de Loung?
-Sí.
Al preguntar en qué consistiría, me comentó:
-Es un documento importante que exige cierto formulismo. Firmarás tu consentimiento ante los ancianos, ante los padres y ante mí en mi calidad de heredera al reino.
-Me imagino que ellas estarán presentes.
Demostrando nuevamente lo poco que sabía de su cultura, la princesa contestó:
-Creo que no has entendido la naturaleza de esta medida. Como en Samoya está prohibida la poligamia, mis antepasados se inventaron una ficción jurídica donde las protectoras pierden sus derechos y se convierten en cosas.
-Me he perdido- reconocí.
-Si carecen de entidad jurídica, cuando las tomes bajo tu amparo no cometerás adulterio porque ya no serán personas.
-De esa forma tan siniestra evitan la poligamia- asentí.
-Así es. A efectos legales, Loung y Kanya ya no existen, podrías matarlas y no ocurriría nada: sería como si destruyeras una roca o cortaras una hoja.
Alucinando todavía por lo rebuscado del método, tuve que aguantar que una pléyade de sastres entrara en la habitación y sobre la marcha me ajustara el traje que llevaría en esa ceremonia mientras no dejaba de pensar en el sacrificio que esas dos hacían al ser envestidas con ese dudoso honor.
Tal y como me había anticipado, ya vestido, me llevaron al salón del trono y una vez allí me hicieron posar en mil posturas diferentes, muchas de ellas ridículas, hasta que el fotógrafo real quedó satisfecho.
«Todavía no soy rey consorte y ya estoy hasta los huevos», pensé al sentirme un pelele en manos de la corte.
Y como muestra, un botón. En cierto momento me entraron ganas de ir al baño. Al decirme dónde estaba el servicio, no solo tuve que soportar que cinco de esos cortesanos me acompañaran sino que al llegar frente al urinario, me topé con una empleada que poniéndose un guante, sacó mi pene y luciendo una sonrisa, esperó a que hiciese mis necesidades sin dejar que el chorro salpicara fuera de el mismo.
«No quiero ni pensar si me entran ganas de cagar», murmuré para mí al ver que no contenta con ello, sacaba una gasa y eliminaba una gota rebelde antes de volver a meterlo dentro del pantalón.
Al salir totalmente colorado se me informó que mi prometida esperaba en un salón contiguo para atestiguar con su presencia la firma del documento. Sintiendo que estaba fuera de lugar, deseé que todo fuera un sueño y que eso no me estuviera ocurriendo a mí pero por desgracia era real.
Los primeros en firmar fueron los padres y mientras el de Loung se le veía afectado, el capullo del general estaba en la gloria porque sabía que con ello se libraba de cualquier represalia por parte de la reina.
Tras estampar mi firma me permití una pequeña venganza al acercarme a los progenitores y olvidándome del militar, informé al otro que no se preocupara por su hija porque a mí lado sería feliz.
-Se lo agradezco, alteza- musitó casi llorando el pobre tipo.
Una vez los miembros del consejo hubieron lubricado el escrito, era el turno de mi prometida y ésta demostrando que era digna de ese cargo, hizo un discurso optimista claramente dirigido al pueblo donde les prometía no solo democracia sino lo más importante esperanza.
El aplauso además de atronador fue unánime y lo que más me sorprendió fue ver que pasando de lo que opinara su jefe, hasta los soldados se unieron a él con entusiasmo.
«Tienen ganas de cambio y Sovann puede dárselo», sentencié al percatarme del cambio que se había producido en la mujer. Una vez se sabía reina, la ambiciosa y mezquina que solo pensaba en ella había desaparecido dejando emerger a la monarca.
Tras esa ceremonia, vino la cena y ahí fue la primera vez que estuve en la misma habitación que Kanya porque no se puede decir que la viera.
«Esto raya lo absurdo», me dije al comprobar que tanto ella como Loung llevaban el rostro totalmente cubierto y las habían relegado a la mesa más alejada de la principal.
«Para esta gente no son nada», comprendí con dolor mientras los ancianos con los que compartía mantel daban muestra de alegría porque con su ocurrencia sentían que habían salvado la monarquía.
Para colmo ese convite se alargó durante horas, horas en las que tuve que brindar mil veces por mí y soportar los comentarios picantes de los presentes. Y es que olvidando que Sovann estaba en la mesa, no se cortaron al sacarme los colores con alusiones a la noche que me esperaba. Lo más curioso fue escuchar a mi prometida siguiéndoles la corriente e incluso bromeando ella misma con el tema.
«Que alguien que les entienda, me lo explique», concluí fuera de lugar.
Pero lo que juro que nunca esperé fue que en el brindis final la princesa provocara las risas del respetable al pedirme en público que descargara todas las energías posibles con las protectoras del reino para que así al llegar la noche de nuestra boda fuera cariñosa con ella.
Aguanté estoicamente las carcajadas de los cortesanos pensando que ese era el papel que se esperaba del consorte pero entonces el anciano consejero que Sovann había sentado a mi derecha me susurró:
-Debe contestarla ofendido porque ha menospreciado su hombría. Olvídese que es la princesa, respóndala como su futuro marido.
Haciendo caso al vejete, cogí mi copa y repliqué:
-Querida, siento contradecirte. Por mucho que las haga gritar de placer en unas horas, no será nada en comparación a los berridos que darás cuando te haga mía- y mirando a los congregados en el salón, les prometí que nadie de ellos podría dormir la noche de mi boda porque los aullidos de la reina retumbarían en toda Samoya.
-Espero que hagas honor a tu palabra porque lo mejor para nuestra patria es tener contenta a su monarca- contestó la aludida provocando con su respuesta las risas de toda la corte.
Con el estruendo y el buen humor de los presentes, se me informó que había llegado el momento de dejarles porque tenía que cumplir con mis deberes. No sabiendo qué hacer, miré a mi prometida y ella con un gesto me deseó buena suerte…

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