MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 8):
CAPÍTULO 15: SESIONES DE FOTOS:
Minutos después, los tres salimos del restaurante tras pagar la cuenta. Al regresar a la calle, las chicas se quejaron de que hacía un poco de frío  (no era raro, se había levantado viento y sin duda se colaba por debajo de sus faldas y les daba directamente en… ya sabes).
Alicia, con la excusa de entrar en calor, se aferró a mi brazo y se repegó contra mí, consiguiendo que en menos de un segundo Tatiana hiciera lo mismo por el otro lado. Lo cierto es que yo no pasé nada de frío, iba la mar de calentito atrapado entre dos bellas señoritas, que se apretujaban contra mí y sin poderme quitar de la cabeza que iban completamente desnudas bajo la ropa. De hecho, era yo el que llevaba la bolsa en que estaban sus bragas. Mi soldadito se removía inquieto dentro del pantalón.
Pronto llegamos al coche (demasiado pronto a mi entender, pues me sentía más que a gusto estrujado entre las dos chicas) y ambas se apresuraron a coger sus abrigos del maletero, poniéndoselos enseguida.
–          Vaya, ahora sí que pareces una exhibicionista de verdad – dije dirigiéndome a Ali al verla con la gabardina puesta – Ese es el uniforme oficial.
Ali me respondió sacándome la lengua divertida. A continuación, se cerró bruscamente la gabardina, ocultando por completo su cuerpo y entonces, abriendo repentinamente los brazos, abrió de nuevo la prenda, imitando a los exhibicionistas de las películas. Hasta esa tontería me pareció sexy.
–          ¿Y adónde vamos ahora? – intervino Tati que había estado observando la escena.
–          No sé. Si tenéis frío podemos irnos a casa –  dije, rogando porque no lo hiciéramos.
–          De eso nada – sentenció Ali para mi tranquilidad – La noche es joven.
–          ¿Y qué hacemos? – pregunté, cediéndole definitivamente a Ali el mando de las operaciones.
–          Bueno… – dijo la joven simulando pensárselo – Me ha gustado lo de las fotos de antes. Podíamos hacernos unas cuantas más.
No me parecía mal. Era buena idea. Además, se trataba de algo relativamente inocente, con lo que le costaría menos trabajo a Tatiana.
Una vez decididos, las dos chicas retomaron sus posiciones prendidas de mis brazos y, como si fuésemos caminando por el camino de baldosas amarillas, nos marchamos plácidamente en busca de nuestro Oz particular. Sólo nos faltó ponernos a bailar.
Íbamos charlando con calma, de nuestras cosas, especialmente Ali y yo, mientras que Tatiana se mostraba un poco más cohibida. Aunque no lo dijimos explícitamente, nuestros pasos se dirigieron sin darnos cuenta hacia el parque del centro, donde podríamos hacernos algunas fotos guarrillas sin miedo a montar un espectáculo.
El parque ya no es lo que era. Años atrás habían remodelado toda la zona, acondicionado los senderos, arreglado las plantas e iluminado convenientemente la zona. Además, aunque a esas horas no estuviera muy transitado, con seguridad nos encontraríamos con gente. Y siendo así, cabía la posibilidad de… je, je.
Por fin, llegamos a los aledaños del recinto, pero Ali no se detuvo, sino que nos arrastró al interior, hasta llegar a la plaza en la que está la fuente. Como había esperado, el monumento no estaba desierto, sino que había gente sentada en los escalones, bien charlando, bien haciéndose fotos como íbamos a hacer nosotros.
Riendo como una  niña, Ali se soltó de mi brazo y corrió a sentarse en la escalera. Mientras, yo saqué el móvil del bolsillo y activé la cámara, dispuesto a hacer de fotógrafo.
Como Tatiana se había quedado inmóvil, Ali le hizo un gesto para que se reuniera con ella en el escalón y mi novia, un poquito temblorosa (creo que por el vino de la cena) se sentó a su lado. Alicia enlazó entonces un brazo con el de Tatiana y, muy pegaditas la una a la otra, posaron para la foto.
A la espalda de las chicas, varios peldaños más arriba, estaban sentadas dos parejas de jóvenes, charlando tranquilamente. Los dos chicos (como no podía ser menos) habían echado sendos vistazos admirativos a mis acompañantes, pero, como no eran tontos, pronto volvieron a dedicar su atención a sus respectivas acompañantes, no fuera a escaparse una torta inesperada.
Ali, sin embargo, echaba de vez en cuando miraditas hacia atrás, como controlando a la gente que se había congregado en la fuente. Yo sabía que de un momento a otro, la chica iba a ponerse en acción y la expectativa provocaba que el corazón me latiese con fuerza en el pecho.
Y la chica no me decepcionó.
Tras sacar a flote su lado simpático, poniendo caras raras y bromeando con Tatiana mientras yo las fotografiaba, de repente, como quien no quiere la cosa, Alicia se abrió de piernas por completo, permitiéndome hacerle una instantánea totalmente despatarrada al lado de mi novia. Fue un visto y no visto, pues volvió a cerrar las piernas con rapidez, pero, aún así, me salió una buena foto.
Yo me reí, divertido y excitado a partes iguales, mientras Tatiana, un poquito asustada, miraba con nerviosismo a su alrededor, tratando de averiguar si alguien había visto a la otra chica en acción.
Entonces Ali acercó su rostro a Tatiana y le dijo algo al oído y, aunque no pude escuchar qué le decía, no me cupo duda alguna de lo que era.
Tatiana pareció resistirse, mirando acongojada a la gente, pero Ali, inflexible, le dijo algo más.
Yo estaba que me moría por poder fotografiar a Tatiana.
Entonces, muy nerviosa, Tatiana obedeció por fin a la otra chica. Para mi sorpresa, que esperaba una toma fugaz del chochito de mi novia, lo que hizo fue subirse con disimulo el jersey hasta que sus dos soberbios pechos quedaron al aire. Como loco, realicé varias tomas rápidas, con zoom al tetamen y primer plano del avergonzado rostro de la chica incluidos, lo que me puso la verga como el palo mayor.
Entonces, Ali hizo algo que me sorprendió, riendo alborozada, besó a una sorprendida Tatiana en la mejilla, logrando que al final ambas rieran divertidas. Me pareció adecuado, pues con ello logró que Tati se relajara notablemente.
Durante un rato, seguí  haciéndoles fotos allí sentadas, con los veinteañeros sentados detrás sin enterarse de nada, mientras las dos jóvenes, cada vez con mayor confianza, enseñaban las tetas con disimulo o separaban sus muslos subrepticiamente, permitiéndome hacer unas fotos terriblemente eróticas.
Las mejores, obviamente, son aquellas en que ambas chicas aparecían mostrando sus encantos, mientras el público de alrededor se perdía el espectáculo que estaba desarrollándose a escasos metros. Peor para ellos.
–          Jo, se me está quedando el culo helado – exclamó Ali cuando estuvo harta de hacerse fotos – Vamos a otro sitio.
Tomando a Tati de la mano, la ayudó a incorporarse y echando una última mirada a los jóvenes de atrás, se reunieron conmigo y nos fuimos a otro sitio.
–          Me he quedado con las ganas de que esos chicos nos vieran – dijo Ali colgándose de nuevo de mi brazo.
–          Quizás haya sido mejor así – dije – No me fío mucho de los niñatos jóvenes, a ver si vamos a terminar como la otra vez.
El recuerdo de los maleantes que la asaltaron el día que nos conocimos borró la sonrisa del rostro de Ali, pero no así sus ganas de seguir la juerga.
–          Vamos al paseo. Sentémonos en un banco.
Un par de minutos después llegamos al mencionado paseo. Forma parte de la red de senderos que recorren el parque de un lado a otro, con bancos y farolas a los lados. Pensé que era posible que hubiera algún grupo de jóvenes haciendo botellón, pero tuvimos suerte y encontramos dos bancos, uno frente al otro, donde pudimos seguir con las fotos.
Yo me senté en uno de los bancos y las chicas, juntas de nuevo, en el de enfrente. En esta ocasión, como nadie transitaba por el sendero y el siguiente banco ocupado estaba por lo menos a 50 metros, gozamos de bastante más intimidad, por lo que las chicas (especialmente Tatiana) pudieron mostrarse más desinhibidas.
Enseguida estuvimos inmersos en una tórrida sesión fotográfica, con ambas mujeres separando las piernas, abriéndose la camisa o subiéndose el jersey. Tati, aun estando más relajada, no paraba de echar vistazos nerviosos a ambos extremos del sendero, atenta por si alguien se aproximaba, pero, durante un buen rato, estuvimos solitos los tres.
Ali, cada vez más envalentonada, hizo entonces que Tati se sentara en su regazo, cosa que mi chica hizo sin protestar. Sujetándola con una mano por la cintura, obligó a la joven a abrir las piernas al máximo, subiéndole la falda hasta arriba y haciendo que sus pies reposaran en el asiento del banco. Vaya, que la hizo despatarrarse por completo.
–          Dime, Víctor – dijo entonces la joven – ¿Tiene el chochito mojado?
–          ¿Cómo? – respondí excitadísimo – Creo que sí, pero desde aquí no lo veo bien.
–          Pues acércate hombre…
Obedeciendo (loco por obedecer sería mejor decir), me levanté del mi asiento y caminé hacia las chicas. Tati me miraba, ruborizada, pero haciendo un esfuerzo por sumergirse en el juego. Con la sangre latiéndome en las sienes, excitado a más no poder y con la polla amenazando reventar el pantalón, todas mis dudas y recelos sobre si Tati estaba allí voluntariamente o no cayeron en el olvido.
Me acuclillé delante de las chicas, entre los muslos abiertos de mi novia y admiré embelesado el tierno chochito de la joven. Entonces, inesperadamente, Ali deslizó una mano hasta la entrepierna de la chica y, con dos dedos, separó los labios vaginales, brindándome un erótico primer plano del hermoso coño. Sin pensármelo dos veces, hice varios espléndidos primeros planos de la intimidad de la joven, mientras nuestra amiga mantenía al modelo bien expuesto.
–          Nooo – escuché que gimoteaba Tatiana, retorciéndose levemente.
Me dio exactamente igual. Inclinándome, deslicé el rostro entre los abiertos muslos y, con delicadeza, recorrí la rajita de abajo a arriba con la lengua, deleitándome en el exquisito sabor de Tatiana.
–          Noooo – volvió a suplicar la joven, debatiéndose sin verdadera convicción entre los brazos de Alicia.
–          Deliciosa – susurré.
–          Mierda. Viene alguien – anunció Alicia obligándonos a regresar al mundo real.
Como un rayo, Tati se bajó del regazo de Alicia y se sentó a su lado. Estaba tan colorada que su rostro despedía más luz que las farolas. Yo, divertido y cachondo al máximo, me senté tranquilamente junto a las chicas, comprobando que, efectivamente, una pareja se aproximaba por el camino.
Al pasar a nuestro lado, nos echaron una mirada dubitativa, como tratando de averiguar si lo que les había parecido ver era real o no, pero nosotros simplemente los ignoramos, con lo que pronto se perdieron por el camino.
–          Joooo, ¡qué vergüenza! – gimoteó Tatiana – Casi nos pillan. ¿Por qué has hecho eso?
–          ¿El qué? – dije divertido – ¿Lamerte el coño?
Tatiana se puso aún más roja y no contestó.
–          ¿De qué te quejas? – me burlé – Si siempre te ha encantado que te lo chupe.
La pobre chica me miró con ojos de cordero degollado, pero, a esas alturas, yo estaba un poquito fuera de control y no me importó.
–          ¿En serio? – intervino Alicia – ¿Te gusta que te coma el coño? ¿Es bueno haciéndolo?
Tatiana la miró sorprendida, muda por el asombro, rogándole con la mirada que no la avergonzara más. Pero Ali había mordido a su presa y no pensaba soltarla sin más.
–          Contesta, chiquilla. ¿Se le da bien a Víctor el sexo oral? ¿Es quien mejor te lo ha comido?
Tati seguía sin contestar.
–          Bueno, si no dices nada, lo comprobaré yo misma.
La madre que la trajo, qué bien sabía mover los hilos.
–          Sí, sí que se le da bien – dijo Tatiana muy seria.
–          ¿El qué?
–          El sexo oral. Es el mejor en eso.
–          ¿En qué? ¿En comerte el coño?
–          Sí.
–          Dilo – insistió Ali.
–          Sí. Víctor es el mejor comiéndome el coño.
–          ¿Te corres cuando te lo hace?
–          Sí. Siempre que me lo come acabo corriéndome.
–          ¿Y te ha gustado que te toque? ¿Has disfrutado cuando mis dedos han abierto tus labios?
Tatiana estaba muy seria, respondiendo a todos los desafíos que le enviaba Alicia con firmeza, decidida a no dar un paso atrás. Yo las miraba atónito, volviendo a sentirme mal por ella y preguntándome si no estaríamos yendo demasiado lejos. Pero entonces Ali rebajó la tensión del ambiente echándose a reír.
–          ¡Ay, cariño! – exclamó abrazando a mi novia y volviendo a besarla en la mejilla – ¡Parece mentira lo inocente que eres! ¿No ves que todo esto lo hago para que te sueltes y dejes de pasar vergüenza por todo lo que hacemos? Ya te dije que, si estabas dispuesta a unirte a nosotros, tendrías que hacer cosas mucho más atrevidas que estas.
Tati la miró unos segundos, sin decir nada, hasta que, finalmente, se encogió de hombros y sonrió.
–          Ya lo sé. Y la verdad es que cada vez me cuesta menos.
–          Estupendo – dijo Ali volviendo a abrazarla.
Nos quedamos callados unos segundos, lo que permitió que mi estado de profunda excitación se hiciera más que evidente.
–          Pobrecito – dijo Ali sonriendo mientras miraba con descaro mi paquete – Demasiadas emociones en un solo día.
–          Y muy poco alivio –respondí en idéntico tono.
–          ¿Alivio? ¿Eso es lo que quieres? – dijo ella entrando en el juego – ¿Y qué has pensado?
–          Aún nada. Sólo sé que una de vosotras tiene todavía que cumplir una orden mía…
–          ¿Y qué orden va a ser?
–          No sé – respondí sabiéndolo perfectamente – Se me ocurre que una de vosotras podría…
–          ¿Ahá?
–          Hacerme una mamada.
Ya estaba dicho. Las cartas sobre la mesa. Bueno, más bien la polla sobre la mesa.
–          ¿Eso quieres? ¿Qué una te chupe la pollita? – siguió jugando Ali.
–          Por supuesto – asentí – Necesito aligerar carga o los huevos me van a explotar. Me tenéis malo.
Tatiana sonrió, divertida, mientras Ali se reía con mayor franqueza.
–          Pero aquí no – dije sorprendiéndolas – Se me está empezando a helar el culo. Vamos a otro sitio.
–          ¿Adónde?
–          Venid conmigo. Tengo una idea.
Sin dudar un segundo, ambas chicas se levantaron conmigo y nos fuimos por el sendero hasta salir del parque. Alicia, a la que le gustaba estar al tanto de todo, insistió en averiguar adonde íbamos.
–          Verás – dije rindiéndome a sus súplicas – Antes, cuando os conté lo del bus, me acordé de que, por esa época, tuve un par de aventurillas divertidas en tiendas de comestibles, en supermercados, ya sabéis.
–          ¿Qué hacías? – preguntó Tati apretujada contra mí.
–          Bueno. Buscaba alguna chica que estuviera sola en alguno de los pasillos…
–          Y le enseñabas la chorra – concluyó Ali por mí.
–          Sí, claro, obviamente. Pero no creáis que las asaltaba o les daba un susto de muerte. Normalmente, empezaba a masturbarme con disimulo, procurando que no se diera cuenta de nada… hasta que me veía y… os imagináis el resto, ¿no?
–          ¿Y sigues haciéndolo?
–          No, hoy en día no. Con las cámaras de seguridad y eso… Además, tuve una mala experiencia y dejé de hacerlo.
–          ¿Qué pasó? – preguntó Tati con interés.
–          Que fui idiota. Incumplí mis normas y la cagué.
–          ¿Tus normas?
–          Verás. Me arriesgué a hacerlo delante de un grupo de chicas… y eso no se debe hacer.
–          ¿Por?
–          Bueno. Si se trata de una mujer sola, puede reaccionar de muchas maneras, largándose, gritando, ignorándote, disfrutando… Pero, al ir en grupo, lo lógico es que, aunque les guste el show, con tal de no admitirlo delante de las otras, te monten un pollo. Y eso fue lo que me pasó.
–          ¿Te pillaron?
–          ¿Tú me has visto en la cárcel acaso? – reí – No. Salí por piernas y no volví a aparecer por la tienda en la vida. De todas formas estaba en el otro extremo de la ciudad y no pasó nada. Aparte del susto, claro.
La narración se interrumpió, pues llegamos a nuestro destino: un supermercado 24 horas.
–          ¿Aquí es donde quieres que te la chupen? – exclamó Ali riendo.
–          Ajá.
–          ¿Y las cámaras?
–          No hay problema. Piénsalo, no es lo mismo un tipo exhibicionista, que una pareja haciendo “cositas” a escondidas. Además, las cámaras de estos sitios son una mierda.
Una sonrisilla maliciosa se dibujó en los labios de Ali al comprender mis intenciones.
–          Ya veo. Lo peor que pueden hacernos, es echarnos de la tienda…
–          Exacto – asentí.
–          ¿Y quién va a ser la afortunada?
Ali era una maestra de la manipulación. Con aquella simple pregunta obtuvo la respuesta que buscaba.
–          Yo lo haré – dijo Tatiana con firmeza.
–          ¿Estás segura? Mira que no me importa hacerle una mamada a tu novio – insistió Ali poniéndome los pelos del cogote de punta.
–          No. Lo hago yo.
–          Bueno, eso debe decidirlo Víctor, que ganó el concurso.
Qué hija de puta.
Tatiana clavó la mirada en mí rogándome con los ojos. Obviamente, yo no quería hacerla sufrir, así que consentí sin problemas. Total, iban a chupármela, para qué poner pegas.
–          Si estás segura de que puedes hacerlo, estupendo. Pero sólo si tú quieres – le dije a mi novia.
–          Venga, tío, que no es física nuclear, se trata de comerse una polla. Por supuesto que puede hacerlo – dijo Ali sonriendo.
–          No, si yo me refería …
Y me callé. Para qué caer en su juego.
Un minuto después, entramos en la tienda 24 horas. Nuestro grupo componía un perfecto muestrario de los diferentes grados de nerviosismo: Ali, fresca como una rosa, yo un poquito nervioso y Tati… completamente acojonada.
Alicia había sacado unas gafas de sol del bolso y se las puso con total tranquilidad, sabia precaución que yo, por desgracia, no podía imitar.
Tuvimos suerte. La tienda estaba casi desierta. A esas horas (pasadas las doce ya) había un único dependiente, refugiado tras un cristal antibalas (no sé por qué, con lo seguros que son ese tipo de trabajos) que atendía con aspecto cansado a un par de chicos que pagaban unos artículos. Alcohol no, claro, que está prohibido venderlo a esas horas, ja, ja.
Tras saludarle con la cabeza, caminamos entre los estantes, buscando el lugar más alejado de la entrada, donde pudiéramos estar tranquilos. Finalmente, nos decidimos por el pasillo de la leche (muy apropiado) y, mirando innecesariamente a los lados, pues no había nadie más en la tienda, me bajé la bragueta y, sacándome el nabo tieso como un palo, dije con delicadeza:
–          Chúpamela, nena.
Joder, no veas cómo se puso Tatiana de colorada, parecía un gusiluz.
Temblorosa y bajo la mirada divertida de Alicia, que nos observaba con el codo apoyado en un estante, Tati caminó hacia mí, con los ojos clavados en mi erección, que le devolvía la mirada con descaro, palpitante y babeando.
Cuando Tati se arrodilló ante mí, estuve a punto de correrme por la excitación contenida. Mi polla, que era un leño, dio un saltito incontrolado, deseando sentir por fin aquellos carnosos labios rodeándola. Nunca antes había estado tan excitado con Tatiana.
Cuando su mano aferró mi herramienta… uffff… Qué placer. Cerré los ojos y apoyé una mano en una balda para no caerme, pues las rodillas me flaqueaban.
Como siempre, Tati empezó a lamer por abajo, por los cataplines, como a mí me gustaba, deslizando su manita por el tronco, lubricándolo bien con mis jugos preseminales y su propia saliva.
–          Jo, cari, la tienes más dura que nunca – susurró Tati sin dejar de chupar.
La creí a pies juntillas.
Por fin, los labios de la chica se entreabrieron y permitieron que mi dureza se deslizara entre ellos, haciéndome gruñir de placer. Sin fuerzas, mi otra mano se posó en su cabeza, acariciándola, pero sin marcarle el ritmo, pues ella se apañaba solita para darme un indescriptible placer.
Miré entonces a Alicia, que nos observaba con una expresión de lujuria tal, que por un momento pensé que iba a reunirse codo con codo con la otra chica. Pero no fue así. Lo que hizo fue sacar su propio teléfono móvil y empezar a filmar la escena. Me dio exactamente igual.
Era obvio que en esas condiciones no iba a aguantar ni un minuto. Con un gruñido, advertí a Tatiana de que iba a correrme y la chica se apartó justo a tiempo, pues mi polla no esperó ni un segundo y empezó a vomitar su carga.
Tati, con habilidad, dirigió los lechazos hacia el suelo, pero entonces, con un ramalazo pícaro que yo le desconocía, apuntó mi verga hacia un expositor de productos lácteos que había al lado, churreteando todo el cristal de lefa, cosa que a Ali le pareció divertidísima.
–          Muy bueno, nena. Ahora saludad al pajarito.
Ambos miramos a la joven y saludamos, riendo, con Tatiana todavía arrodillada frente a mí. Pero entonces Ali, mirando hacia atrás, empezó a saludar también con la mano, lo que me hizo darme cuenta de la posición de una de las cámaras de seguridad del supermercado.
Como ya no tenía remedio, me encogí de hombros y saludé también, pero Tati no parecía tan contenta. Una vez aliviadas mis pelotas, el buen sentido consiguió abrirse paso en mi cerebro, por lo que volvieron las dudas sobre su papel en aquella historia. Y los remordimientos afloraron.
La ayudé a levantarse y la besé, sorprendiéndola. Elle me miró un instante y me sonrió, lo que me alivió bastante.
–          Ha sido muy excitante, queridos, pero será mejor que nos vayamos – dijo Alicia.
Mientras caminábamos hacia la salida, Ali cogió un paquete de galletas y, con todo el desparpajo del mundo, se dirigió a la ventanilla a pagar.
Al acercarnos, cualquier duda que me quedara sobre si el dependiente nos había visto en acción o no, quedó despejada al ver la expresión de su rostro. Estaba flipando el tío. No sé cómo coño no me di cuenta al entrar de que, en el interior de su cabina, justo a su espalda, había colocados 4 monitores correspondientes a las cámaras de seguridad del local. Bueno, hay que reconocer que, de haberlas visto, tampoco habrían variado mucho los planes.
–          ¿Cuánto te debo? – dijo Ali entregándole las galletas al alucinado muchacho.
–          D… dos euros – balbuceó tras pasar el artículo por el escáner.
–          ¿No me lo regalas? – preguntó Ali aturrullándole todavía más.
–          ¿Có… cómo?
–          Que deberías regalármelo. Al fin y al cabo el espectáculo te ha salido gratis.
El chaval se quedó mudo, sin saber qué decir.
–          ¿Me lo regalas o no? – insistió Ali.
–          Va… vale – concedió el chico.
Ali sonrió de oreja a oreja.
–          Eres un buen tipo. Toma. La propina.
Y tras decir eso, se levantó la camisa hasta el cuello, ofreciendo al atónito chaval el espléndido espectáculo de sus preciosos pechos, coronados por unos deliciosos pezones que parecían ser capaces de cortar sin problemas el cristal que les separaba.
–          Y esto también – dijo Ali cogiendo una barra de regaliz rojo de un bote que había y, dándole un mordisco, salió de la tienda, mientras  Tati y yo la seguíamos asombrados.
Un minuto después, ya lejos de la tienda, nos detuvimos, nos miramos y nos echamos a reír.
–          Bueno, estoy seguro de que le has dado material suficiente para acortar las largas noches que tiene que pasar en esa tienda.
–          Y vosotros también – dijo Ali sin dejar de sonreír – Apuesto a que ahora mismo está pelándosela como un mono mirando el vídeo de seguridad.
–          Espero que no se le ocurra ponerlo en Internet – dijo Tati con inquietud.
–          ¡Bah! No te preocupes. Esas cámaras no tienen resolución. No podrían verse nuestras caras de ninguna manera – asentí con seguridad.
–          ¿Y ahora? – dijo Ali – ¿Adonde vamos?
–          ¿Os apetece una copa?
–          Por mí estupendo.
–          Vale – asintió Tati.
–          Pues vamos. Conozco un bar que está muy bien – sentencié.
Y retornamos al camino de baldosas amarillas, los tres cogiditos del brazo.
CAPÍTULO 16: DE VUELTA A CASA:
No, no te creas que volvimos a montarla en el bar. Esa noche no pasó nada más… con Alicia. Las llevé al pub irlandés, ya sabes cual y, con una discreta propina al camarero, conseguimos mesa, con idea de tomarnos una copa y charlar un poco más.
Ya sabes cómo me gusta ese sitio, buen ambiente, gente agradable, buena música y el sempiterno cartel colgado detrás de la barra: “Si quieres que pongamos a Justin Bieber, ya te puedes ir a tu puta casa” que siempre me hace sonreír.
Pedimos unas copas, cerveza roja para mí y Tatiana y un combinado para Ali. Sólo tomé una pinta, pues, aunque ya se me había pasado el efecto del vino de la cena, era mejor no hacer el burro para coger después el coche. Y todavía me acordaba del día anterior.
Hablamos durante un rato, riéndonos de todas las cosas que nos habían pasado esa tarde. Las chicas, con esa extraña capacidad para aliarse que tiene las mujeres cuando se trata de meterse con uno, se burlaron a conciencia de mí con la borrachera de la noche anterior, relatándome con pelos y señales cómo habían metido mi cabeza en el water para que echara hasta el hígado.
Estuvimos allí como una hora, la mar de a gusto. Me encantaban las miradas apreciativas que dirigían los tíos a mis dos bellas acompañantes, sintiéndome importante y sabiendo que muchos matarían con tal de ocupar mi lugar.
Si ellos supieran…
Por fin a las tres y pico de la mañana, Tati empezó a dar señales de sueño y decidimos que lo mejor era marcharnos.
Sin prisa ninguna, regresamos caminando al coche y esta vez, Tati sí que se sentó en el asiento del copiloto, quedando Ali sola atrás. Ambas habían guardado sus abrigos en el maletero, para ir más cómodas.
Arranqué y me dirigí a casa de Ali, para dejarla allí antes de regresar.
–          Pues no ha estado nada mal el día – dijo Ali echándose hacia delante y asomando la cabeza entre los dos asientos delanteros.
–          Nada mal – asentí con los ojos clavados en el asfalto.
–          Y tú te has comportado espectacularmente – dijo poniendo su mano en el hombro de mi novia.
–          Gracias. La verdad es que ha sido divertido. Me costó al principio y he pasado mucha vergüenza pero… reconozco que ha sido excitante.
–          La próxima vez será mejor. Te lo prometo.
Nos quedamos en silencio unos instantes, hasta que Ali continuó.
–          Me dijiste que descansas el próximo miércoles, ¿verdad?
–          Sí – respondió Tati – Descanso los domingos y un día más de la semana que va rotando. Me toca el miércoles.
–          Estupendo. Para entonces ya lo tendré todo. ¿Os parece que quedemos el miércoles para almorzar?
–          Por mí vale – dijo Tati.
–          Yo… no sé si podré – intervine – No veas si estoy retrasado en el trabajo…
–          Como quieras – me interrumpió Ali, cortante – Nos iremos Tatiana y yo. Seguro que lo pasamos muy bien. Así podremos probar los juguetitos que he encargado.
Tatiana volvió ligeramente el rostro hacia mí y pude percibir que no le hacía mucha gracia quedar con Ali a solas. Suspiré y me resigné a hacer nuevamente lo que ella quería.
–          No. Está bien. Haré lo posible por poder quedar el miércoles. Aunque tendrá que ser tarde…
–          ¡Estupendo! Yo haré la reserva. En algún sitio tranquilo, porque tendré que enseñaros lo que he encargado.
–          Como quieras – asentí – Y por cierto, hoy has mencionado varias veces los juguetes que has comprado. ¿Qué son? ¿Un consolador de un metro?
–          ¡Ah! Es una sorpresa. Y no es ningún consolador, de esos ya tengo varios. Ya te los enseñaré.
Tati dio un respingo casi imperceptible en su asiento.
–          ¿Entonces qué son?
–          Te digo que es una sorpresa. Os van a encantar.
–          No serviría de nada insistir, ¿verdad?
–          De nada.
–          Bueno – dije encogiéndome de hombros – Ya me enteraré el miércoles. Espero que no sea nada que explote.
En ese momento enfilé por la calle de Ali. Al llegar a la altura de su bloque, detuve el coche en doble fila para permitirle bajarse.
–          Bueno, pues nada, quedamos el miércoles. Ya os mandaré un mensaje con la hora y el lugar.
–          Oye… – dijo Tati con timidez – He pensado que… si lo que necesitamos es un sitio tranquilo. ¿Por qué no almorzamos en casa? No soy muy buena cocinera, pero, si te gusta la pasta… Total, tengo el día libre y no habría problema.
Sus intenciones eran cristalinas. A Tati no le gustaba nada cocinar y, si se ofrecía a hacerlo, era porque pensaba que, quedando en casa, nos quedaríamos tranquilitos sin montar ningún nuevo espectáculo. El problema era que Ali también entendió perfectamente la verdadera razón del ofrecimiento de la joven pero, para mi sorpresa, no puso pega alguna.
–          Bueno… si no es molestia. A mí me parece bien. Además, así no hay problema con la hora a la que pueda quedar Víctor.
–          Entonces, arreglado – dijo Tati sonriendo con palpable alivio – El miércoles sobre las tres en casa.
–          Ok – dijo Ali abriendo la puerta – Nos vemos el miércoles. Sed buenos.
Y, tras sacar sus cosas del maletero, se marchó. Nos quedamos mirando cómo se dirigía cargada de bolsas hacia su piso, sin arrancar, hasta que la joven entró en el portal y cerró la puerta tras de sí. Entonces, nos pusimos en marcha, rumbo a casita.
–          Menudo día, ¿eh? – pregunté desviando la mirada hacia la chica.
–          Digo. Estoy agotada.
–          ¿En serio? Pues es una pena, porque yo todavía tengo ganas de… – dije sonriéndole con picardía.
Tati me devolvió la sonrisa y, melosamente, se inclinó hacia mí, recostando su cabecita en mi hombro.
–          Bueno… No estoy tan cansada…
–          ¿En serio?
–          Claro.
Entonces me dio un cariñoso besito en la mejilla y volvió a sentarse erguida en su asiento, sonriendo.
–          Tatiana – le dije con tono más serio – ¿De veras estás de acuerdo en todo esto?
–          Que sí, pesado. Ya te he dicho que haré cualquier cosa para que seas feliz.
Otra vez la incómoda sensación en la boca del estómago. Me sentía culpable. No podía evitarlo.
–          Pero no es eso lo que yo quiero – insistí – Yo también quiero que tú seas feliz. Y si estas cosas te hacen sentir incómoda y pasar vergüenza, no hace falta que las hagas. Ahora que conoces mi secreto y ya que no me odias por ello, me basta para…
–          Al decir estas cosas… – me interrumpió Tatiana – ¿Te refieres a esto?
Volví la cabeza con rapidez hacia la chica y me quedé alucinado. Tati se había subido la falda hasta la cintura y había separado los muslos, dejando su desnudo coñito totalmente expuesto. La polla me dio un brinco dentro del pantalón y la boca se me quedó seca.
–          Esto es lo que hiciste el otro día con ella, ¿no? Cuando fuisteis al pueblo… ¿Te referías a cosas como esta?
No supe que contestar. Joder, una semana atrás me hubiera costado que ella se morreara conmigo en el coche. Y ahora allí estaba, abierta de piernas, enseñándole al mundo el hermoso tesoro que ocultaban.
Presa de su hechizo, me olvidé por completo de lo que estaba diciendo. Era su táctica de siempre, usar el sexo para evitar las situaciones que la incomodaban, pero, coño, que bien se le daba la técnica a la puñetera.
Sin pensármelo más, posé la zarpa en su muslo y, estrujándolo con ganas, deslicé la mano hasta hundirla justo en medio de sus muslos, haciendo que su cuerpo se estremeciera y se le escapara un gemidito que me puso los vellos de punta.
Estaba muy mojada, me encantó comprobarlo, pues comprendí que era verdad que estaba disfrutando de aquello. Con delicadeza, recorrí sus labios vaginales con un dedo, dibujando el contorno de su chochito, obligándola a jadear de placer.
Con un ojo puesto en la carretera y el otro en el cuerpo de la bella mujer, me las apañé para mantener el coche medianamente recto. Nos detuvimos en un semáforo y, justo entonces, otro coche se paró a nuestro lado, junto a la ventanilla de Tati.
Eché un vistazo y vi que en el coche iban dos chicas jóvenes y, aunque no podía ver bien a la del asiento del copiloto, pude comprobar que la conductora era bastante atractiva.
Me sentí juguetón.
Mientras mi mano derecha seguía buceando entre los muslos de mi novia, usé la izquierda para accionar el mando del elevalunas, bajando por completo el cristal del lado de Tatiana, que no se dio ni cuenta.
Cuando estuvo abierto, redoblé la intensidad de mis caricias en el coñito de Tati, que, sin poderlo evitar, se puso a gemir y a bufar como loca, los ojos cerrados y las manos apoyadas en el salpicadero, apretando los muslos para atrapar mi mano y que las sensaciones fueran más salvajes.
Por fin logré mi objetivo y la bella conductora, percibiendo movimientos extraños en el coche de al lado, levantó la vista y se encontró con el rostro congestionado por el placer de Tatiana y con mi sonrisa pícara. Obviamente, la puerta del coche le impedía ver lo que estaba pasando, pero, parafraseando a Alicia, no hacía falta ser físico nuclear para comprender de qué iba la cosa.
Yo esperaba que, de un momento a otro, la joven avisara a su acompañante, pero no fue así. Se quedó mirándome en silencio, con una expresión indescifrable en el rostro. Me encantó. Pareció establecerse entre ambos una intimidad especial, que me excitó muchísimo.
Mis dedos seguían chapoteando en la humedad de Tatiana, que gemía y gemía, los ojos bien cerrados, la boca entreabierta, jadeando, ajena a todo lo que la rodeaba excepto a mis insidiosos dedos.
El semáforo había cambiado y ni yo ni mi deliciosa espectadora nos habíamos dado cuenta. Por desgracia, su compañera sí lo hizo y, dándole un codazo, la devolvió al mundo real.
Visiblemente nerviosa, la chica arrancó el coche, que dio un brusco tirón, un salto y se caló en seco. Tras un par de intentos, logró encenderlo de nuevo y pronto se perdieron por una esquina.
El ruido hizo que Tatiana abriera los ojos, dándose cuenta entonces de que no habíamos estado solos. Me miró, pero no dijo nada. Contento, redoblé mis esfuerzos en su chochito, metiéndole por fin el dedo corazón hasta el fondo, moviéndolo a los lados, explorando en sus entrañas, haciéndola suspirar de placer.
Y entonces llegó un gilipollas que, viéndonos parados en el semáforo en verde hizo sonar el claxon, obligándome a sacar la mano de la acogedora cuevecita donde estaba para poder accionar la palanca de cambios.
El gemido de frustración que emitió Tatiana me hizo sonreír.
–          Por favor, sigue – gimoteó la chica en cuanto el otro coche se perdió al final de la calle.
La miré. Estaba arrebatadora. Bellísima, con el rostro congestionado, jadeante, de nuevo con los pezones durísimos, clavados en el jersey, las piernas abiertas, la falda por la cintura, con el rezumante coño entreabierto, suplicando que me ocupara de él.
Comprendí que no iba a ser capaz de llegar a casa sin follármela.
–          Espera un poco – dije – Enseguida llegamos. Pero no te tapes.
No protestó. Como siempre, Tati obedecía todo lo que yo decía. Así que seguimos rumbo a casa con la preciosa joven despatarrada en el asiento. Estaba tan cachonda que incluso podía olerse el aroma a hembra excitada. Estaba loco de calentura.
Tardamos cinco minutos en llegar. Metí el coche en el garage y lo llevé hasta nuestra plaza de aparcamiento, que quedaba junto al muro, bastante próxima a la puerta de acceso a los ascensores. Aparqué el coche, con el morro orientado hacia la pared y me bajé, mientras Tati hacía otro tanto y se dirigía a la parte de atrás, para coger su abrigo.
Rodeé el coche y me quedé observándola, mientras ella me devolvía la mirada, indecisa.
–          Deja el abrigo encima del coche – le dije.
Ella se puso inmediatamente en tensión, sabedora de que algo iba a pasar, pero obedeció sin dudar y se volvió hacia mí, permitiéndome admirarla. La falda se le había bajado al ponerse en pié, así que, con un gesto, le indiqué que volviera a subírsela.
Tati lo hizo, sin titubear, completamente plegada a mis deseos. Eso me excitó, mi polla volvía a estar al rojo vivo.
–          Quiero ver tus tetas.
Se subió el jersey, sujetándolo con una mano, brindándome el bello espectáculo de sus extraordinarios senos. Qué maravilla de tetas, carnosas, turgentes, con los pezones bien enhiestos.
Tati me miraba directamente, ya no apartaba los ojos con vergüenza, lo que me pareció espléndido. Decidí inmortalizar el momento.
–          Camina hacia la pared, sin dejar de mirarme. Quiero hacerte unas fotos.
Y así lo hizo. Durante un breve instante, me pareció incluso percibir una ligera sonrisa asomando en sus labios. Eso me alegró mucho.
Apoyando la espalda en la pared, Tati adoptó una pose bastante sexy, con las manos junto a las caderas, las palmas apoyadas en el muro y una pierna encogida, también apoyada en la pared. Toda la escena complementada por la falda enrollada en la cintura y el jersey subido, exhibiendo con descaro sus pechos.
Iniciamos una tórrida sesión de fotos. No hacía falta ni darle instrucciones, pues la chica, ya completamente inmersa en el juego, adoptaba de motu propio posturas de lo más sugerentes.
Se acuclillaba y separaba los muslos, se daba la vuelta y, agachándose, se apoyaba en la pared, brindándome un espectacular primer plano de su culito desnudo, se agarraba las tetas con las manos, ofreciéndomelas con descaro… pero, cuando ya no pude más, fue cuando deslizó un dedo entre sus labios y lo chupó con una expresión en el rostro que…
Me abalancé sobre ella. Tanto ímpetu llevaba, que casi la estampo contra la pared. Tati dio un gritito, a medias de sorpresa a medias de diversión y trató de apartarme de ella, sin la más mínima intención de hacerlo.
Un minuto antes, tenía la idea en mente de hacer que me la chupara un poco antes de metérsela… pero que va, yo ya estaba que no podía más.
Mis manos se multiplicaron por su cuerpo, sobándola y acariciándola por todas partes, mientras su boca buscaba la mía con desespero, hundiéndome la lengua hasta la tráquea, dejándome sin respiración, cosa que no me importó en absoluto, pues quien coño necesitaba respirar a esas alturas.
La sobé, la estrujé, le metí mano y ella se mostró receptiva a todo, disfrutando como loca de mis caricias, deseosa de lograr que yo lo pasara bien.
Cuando su mano se posó en mi entrepierna y apretó sobre mi polla… el éxtasis. Estuve a punto de correrme.
Ya no podía más, forcejeé con la bragueta y ayudado por la cálida manita de Tatiana, logré liberar mi falo de su encierro. Me apreté contra ella, estrujando mi polla entre nuestros cuerpos, haciéndola sentir mi dureza. Mi intención era follármela allí mismo, contra la pared, pero ella tenía otra cosa en mente.
Tras dar un par de torpes pitonazos tratando de ensartarla, Tati comprendió mis intenciones y, con habilidad, me arrastró apartándonos de la pared. Con las manos engarfiadas en mis solapas, me llevó junto a ella y, cuando quise darme cuenta, la joven se recostó encima del capó del coche, separando ligeramente los muslos, ofreciéndose a mí.
Ni me paré a pensar en si aquello jodería la chapa del coche y, de haberlo hecho, dudo mucho que eso me hubiera detenido. Me arrojé sobre ella y, con la polla guiada por su experta mano, no tardé ni un segundo en clavársela hasta los huevos.
–          ¡AAAAHHHHHHHH!  – gimió Tatiana al sentir cómo mi émbolo se abría paso sin compasión en sus entrañas.
–          Joder, Tati. Joder, joder, joder… – gimoteaba yo, sintiendo el indescriptible placer de hundirme por completo en la trémula y acogedora carne.
Nos quedamos quietos un segundo, sintiéndonos el uno al otro, con el rostro hundido entre los pechos de la chica, notando cómo su corazón latía desbocado.
Por fin, empecé a moverme, muy lentamente al principio, acelerando progresivamente. Tatiana, entregada, rodeó mi cintura con las piernas, estrechándome contra sí y sus labios volvieron a buscar los míos, besándonos con pasión.
Joder, cómo follamos, qué pedazo de polvo. Tati se corrió en menos de un minuto, lo que no era de extrañar con toda la tensión acumulada a lo largo de la mañana. Yo, con varias corridas a lo largo del día, me sentía con fuerzas y ganas para seguir follándomela hasta el alba, así que redoblé con entusiasmo mis embestidas, arrancando del alma de la chica estremecedores gritos y gemidos de placer.
El coche se bamboleaba con nuestros embates, haciendo gala de una magnífica suspensión. Me alegré de haberme acordado de echar el freno de mano, pues, de no haberlo hecho, habría estampado el coche contra alguno de la fila de al lado.
Entonces el cuerpo de Tatiana se tensó repentinamente, abrazándose con fuerza a mí. Yo pensé que era fruto de la excitación, pero ella me chistó y me obligó a permanecer quieto.
Enseguida comprendí por qué. Un vehículo había entrado al garaje y se aproximaba. Reconocí el coche enseguida, era el de Marcia y Juan Carlos, nuestros vecinos de al lado. También era mala suerte, joder, pues su plaza de aparcamiento era la que estaba justo al lado de la puerta y tan sólo quedaba separada de la nuestra por dos coches.
Nos quedamos muy quietos, bastante acojonados. Ya estaban casi allí, con lo que la oportunidad de levantarnos y hacer como si nada se nos había escapado. No era plan de ponernos en pie ahora y salir, con Tati medio desnuda y yo con la verga enhiesta.
Lo mejor era acurrucarnos y rezar para que no nos vieran.
Si, ya sé que parece un contrasentido. Si somos exhibicionistas… Pero qué quieres, que te pille gente que te conoce, en tu propio edificio… no me parecía buena idea.
Por fin el coche se detuvo, estacionando tres plazas más allá y apagando las luces, cosa que agradecí. Un poquito acojonado, hundí el rostro en el pecho de Tati, tratando de pasar desapercibido y entonces me di cuenta de que su cuerpo temblaba y daba ligeros brincos mientras me estrechaba contra sí.
Me quedé anonadado: Tati se estaba partiendo de risa, con las manos tapando su boca tratando de ahogar las carcajadas.
Fue entonces cuando caí en el extremado surrealismo de la situación. Allí estábamos, a las cinco de la mañana, tumbados encima del coche, con Tatiana empitonada hasta el fondo y sus piernas anudadas a mi espalda.
Coño, con haber aguantado un par de minutos, podríamos haber llegado a casita y estar follando allí tan ricamente.
Sin poder evitarlo, empecé también a reír como un estúpido. Escuché entonces el inconfundible sonido de las puertas de un auto al cerrarse y, con disimulo, miré hacia el lado para espiar cómo mis vecinos se dirigían a la puerta.
Y me encontré directamente con la mirada de Marcia, que nos miraba atónita por encima de los otros coches. Me acojoné muchísimo, ya me imaginaba el escándalo que iba a organizarse en la comunidad…
Sin embargo, Marcia no dijo ni pío, se quedó mirándonos en silencio, sin avisar a su marido que, ajeno a todo, se dirigía a la puerta del cuarto de ascensores.
Me excité. Que la vecina nos hubiera pillado en plena faena me pareció super morboso. Ella nos miraba fijamente, sin mover un músculo, así que decidí ser yo el que se pusiera en movimiento.
Lentamente, mi trasero empezó a moverse de nuevo, bombeando entre las piernas de Tatiana, penetrándola con firmeza. Ella boqueó sorprendida y no pudo evitar que un gemidito escapara de sus labios, lo que me enardeció, haciéndome incrementar el ritmo de mis caderas.
Y con los ojos clavados en los de Marcia, que disfrutaba del show en silencio.
–          No… no… para – me susurraba Tati al oído.
Ni puto caso le hice. Seguí follándomela.
–          ¿Vienes o qué? – oí de repente la voz de Juan Carlos, resonando en el sótano.
Marcia dio un respingo y miró a los lados, sorprendida.
–          Vo… voy – contestó a su marido.
Echándonos una última mirada, la mujer se dirigió a la puerta que su esposo mantenía abierta y ambos se marcharon.
–          E… Estás loco… – gimoteó Tatiana con la voz ahogada por el placer – Marcia nos ha visto…
No contesté. Con un gruñido, redoblé los empellones de mis caderas, con mi polla clavándose una y otra vez en Tatiana.
Ya no protestó más, entregada por completo al éxtasis, alcanzando de nuevo un arrasador orgasmo que la hizo gritar sin poder contenerse. Por fortuna, los vecinos debían estar ya en su casa, si no, habrían venido a investigar fijo.
Yo aguanté un poco más, follándomela con ganas, con la imagen de los ojos de Marcia grabada en la mente, loco de excitación, penetrándola febrilmente.
Y me corrí. Directamente en su coño, llenándola de semen. Tatiana gimoteaba, balbuceando palabras ininteligibles, arrasada por el placer. Mi cuerpo, completamente en tensión, sufría espasmos incontrolados, mientras sentía cómo mi simiente se derramaba en su interior.
Exhausto, me derrumbé sobre el cuerpo de Tatiana, el rostro hundido entre sus pechos, respirando con dificultad. Sus manos empezaron a acariciarme con delicadeza, la espalda, los cabellos y, en ese momento, sí que amé con fuerza a Tatiana. Feliz, mis labios buscaron los suyos y nos besamos en silencio, con pasión, mientras nuestros corazones iban poco a poco recobrando el ritmo normal.
Minutos después, con desgana, nos levantamos de encima del coche. Ayudé a Tati a ponerse en pié y, cuando lo hizo, pude ver cómo un hilillo de esperma se deslizaba fuera de su vagina.
–          Joder – pensé – La he llenado enterita.
Pero no dije nada. Me limité a guardarme el menguante pene en los pantalones mientras Tati se componía la ropa como podía.
Recogí su abrigo, que con tanto meneo se había caído al suelo y, cogiéndola de la mano, nos fuimos a casa.
Agotados, nos acostamos enseguida y aunque Tati protestó un poco con lo de acostarnos sudorosos, no insistió mucho en el tema y pronto estábamos los dos soñando con los angelitos… o, en mi caso, con las diablillas…
TALIBOS
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