MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 2):

CAPÍTULO 4: LA SEGUNDA CITA:

A la mañana siguiente me marché al trabajo mucho más temprano de lo habitual, deseando tener que concentrarme en otra cosa y evitar así pensar en Alicia. Además, Tatiana me estaba agobiando un poco, pues se dio cuenta de la herida de mi ceja y empezó a insistirme en que fuéramos al médico, así que me largué.

El resto de los días de la semana fueron clónicos, los recuerdo como un borrón, sin acertar a precisar donde terminaba uno y empezaba el siguiente, pues en mi cabeza sólo tenía cabida una cosa: la cita con Alicia.

Me sentía en un estado de excitación permanente, repasando una y otra vez todo lo que quería decirle a Alicia, todo lo que necesitaba contarle.

Innegablemente me sentía atraído por ella, tendría que haber estado ciego para no encontrarla irresistible, pero, si se hubiera tratado de mera atracción física, te aseguro que no me habría sentido tan nervioso.

Pero es que no era así, me encontraba emocionado. Por fin había encontrado a alguien con quien compartir mi secreto, alguien que me entendería y no me juzgaría por lo que hacía, sino que me ayudaría a llevar la excitación a nuevos niveles. O eso esperaba yo.

Me moría por contactar con ella y volver a repetir el numerito de la webcam, pero ella no parecía estar muy por la labor, así que no insistí. Me sentía ansioso, estaba deseando irme a trabajar por las mañanas, para así mantener la cabeza ocupada en algo que me impidiera fantasear con Alicia. Por las noches, me follaba a Tatiana de todas las formas que se me ocurrían, disfrutando del voluptuoso cuerpecito de mi novia como se me antojaba, pero con la imagen de Alicia grabada a fuego en mi mente, pensando en ella hasta el último segundo.

Pasé unos momentos de pánico cuando, el viernes, Alicia me envió un correo diciéndome que tenía el coche averiado. Pensé que era una excusa para cancelar la cita, así que le escribí diciéndole que yo podía recogerla sin problemas. El alivio que sentí cuando ella aceptó inmediatamente fue infinito.

Por fin llegó el gran día. Le conté a Tati no sé qué rollo acerca del trabajo. Algo de una reunión creo. No me esforcé mucho con la excusa, pues ella se lo creía todo. Me vestí con sencillez, unos pantalones chinos, camisa y una cazadora, sin ropa interior, pues tenía la esperanza de continuar con nuestras experiencias exhibicionistas.

Llegué al lugar de la cita con 15 minutos de adelanto, aparcando el coche en doble fila y quedándome sentado al volante, no me fueran a multar. Miré a mi alrededor observando la zona, gente acomodada, de alto poder adquisitivo, sin llegar a ser millonarios, pues todo eran pisos de lujo, pero nada de chalets ni mansiones.

En eso estaba cuando la vi salir de un portal, con lo que el corazón me dio un vuelco. Me sentí feliz al comprobar que aún faltaban 10 minutos para la hora acordada, con lo que comprendí que ella también se sentía ansiosa. Genial.

Hice sonar el claxon y ella me vio inmediatamente. En su rostro se dibujó una sonrisa y alzó la mano a modo de saludo, cruzando la calle con rapidez. Mientras se acercaba, pude admirarla a mis anchas. Estaba preciosa.

Se había puesto un conjunto de lana de color gris, compuesto de falda a medio muslo y jersey de cuello alto, bastante apropiado pues, aunque el día había amanecido despejado, hacía un poco de frío. Sus piernas estaban enfundadas en unas medias oscuras, que hacían juego con el resto del atuendo. En el brazo llevaba además una gabardina doblada, por si refrescaba aún más.

Se había recogido el pelo en un moño, despejando por completo su cara, permitiendo así admirar lo bonita que era. Por supuesto, el maquillaje era muy ligero, pues Alicia no lo precisaba. Elegante y sensual.

–         Hola – me saludó tras abrir la puerta del pasajero.

–         Hola – respondí yo – Estás preciosa. Ese conjunto te queda realmente bien.

Su expresión cambió momentáneamente. Pareció dudar un segundo en entrar en el coche tras escuchar mis palabras.

–         Oye. Que era un simple cumplido – le dije – No pretendía flirtear contigo ni nada. Ya te dije que no he quedado contigo para ligar. No es eso lo que busco.

Sonriendo levemente, Alicia entró en el coche y cerró la puerta.

–         ¿Y qué es lo que buscas entonces?

–         Ya te lo dije. Alguien con quien compartir mi secreto. Alguien con quien disfrutar con mayor profundidad de mis inclinaciones, alguien…

–         Vale, vale, ya lo pillo.

–         Te aseguro que estás completamente a salvo conmigo. No haré nada que tú no quieras.

Te aseguro que lo dije completamente en serio, aunque mis afirmaciones perdieron fuerza cuando ella se percató de que mis ojos estaban clavados en sus torneados muslos. Sin embargo, lejos de decir nada, Alicia se limitó a cruzar las piernas, de forma que el vestido se le subiera unos centímetros y me dejara ver una porción mayor de cacha.

Con una sonrisa de oreja a oreja, arranqué el motor y nos pusimos en marcha.

–         La verdad es que no esperaba que me citaras en tu casa – le dije tras incorporarnos al tráfico – Ya sabes, por si soy un acosador y eso…

–         Con eso estoy tranquila. He dejado tus datos a Javier y si no regreso…

–         ¿En serio? – pregunté sorprendidísimo.

Ella se echó a reír.

–         No, tonto. Le he dicho que iba a comer con unos amigos y que uno de ellos venía a recogerme por lo de la avería del coche. Total, tampoco es que fuera a preocuparse demasiado…

Noté un inconfundible tono de amargura en su voz, pero no insistí en el tema, pues no quería que se pusiera de mal humor.

–         ¿Y tú que tal? ¿Cómo tienes el ojo?

–         Bien – respondí girando la cabeza para que pudiera apreciarlo – ya te dije que era sólo un arañazo.

–         Me alegro. ¿Y tu novia que tal? ¿No se ha enfadado porque su novio la deje sola un sábado?

Aproveché la pregunta para soltárselo todo. Le hablé de Tatiana, de su dependencia y de que no la amaba realmente. Ella escuchó en silencio, sin juzgarme. Me hizo mucho bien poder contarle mis problemas a alguien. Fue todo un desahogo que además permitió que mi relación con Alicia se hiciera más estrecha. Empezábamos a intimar.

Tardamos como una hora en llegar a nuestro destino, un pueblecito a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde me habían hablado de un restaurante donde se comía muy bien. Lo suficientemente lejano como para que el riesgo de tropezarnos con algún conocido fuera mínimo. Teníamos mesa para las 14:00 y faltaban unos 15 minutos, con lo que puede decirse que llegamos justo a tiempo.

Aparqué y entramos al restaurante. El camarero nos condujo al comedor y nos llevó a nuestra mesa, aunque yo pedí que nos cambiara a una que estuviera más apartada, para poder charlar con mayor intimidad. Alicia me miró, pero no dijo nada.

Finalmente nos sentamos en una de las mesas del fondo, un poco retirada. Cerca de nosotros sólo había dos mesas ocupadas, una de una pareja de cincuentones y otra con unos novios bastante jóvenes, de veintipocos. No pude evitar echarle un vistazo apreciativo a la jovencita. Era bastante guapa.

Nos sentamos y ambos pedimos un vermouth. Mientras lo traían, nos pusimos un poquito nerviosos, pues ninguno sabía muy bien cómo empezar la conversación. Finalmente, me decidí a coger el toro por los cuernos y di el primer paso.

–         ¿Has pensado en lo del otro día? – pregunté sabiendo perfectamente cual iba a ser la respuesta.

–         No he hecho otra cosa. ¿Y tú? – respondió Alicia, para mi infinito goce.

–         Lo mismo. No he dejado de pensar en ti y en lo que pasó. ¿Y qué has decidido?

Se lo pensó un segundo antes de contestar.

–         Que quizás tengas razón. Puede que haya estado agobiándome sin necesidad. Mi educación, mi pareja, la sociedad, me dictan unas normas de comportamiento que debo seguir, pero… ¿quién me asegura que sean las correctas?

Me sentí exultante. Estaba a punto de lograr mi sueño. Alguien con quien compartir mis experiencias.

–         ¿Y qué quieres hacer? – dije con el corazón en un puño.

–         ¿Hacer? – preguntó sin entender.

–         Ya sabes. Si quieres que te dé algunos consejos, si te cuento alguna anécdota, si quieres que te pase algún vídeo más de los que tengo grabados…

–         ¿Tienes más? – preguntó con interés.

–         Alguno hay. Aunque no es lo que suelo hacer habitualmente.

–         ¿Por qué no?

–         Ya sabes. Si tienes que estar pendiente de grabar, no puedes concentrarte en disfrutar del morbo de las situaciones.

–         Pero podrías verlo luego en vídeo.

–         Sí. Pero no es lo mismo. Dime, el otro día ¿cuándo te excitaste más, mientras te toqueteabas en el parque o cuando lo viste después en mi móvil?

Alicia no respondió, aunque se notaba perfectamente que me había entendido. Justo entonces llegó el camarero con la carta y las copas.

Pedimos enseguida, apenas miramos el menú. Yo entrecot y ella pescado. Daba igual la comida. Habíamos venido a otra cosa.

–         ¿Tienes más vídeos en el móvil? – me preguntó tras marcharse el camarero a ordenar nuestro pedido.

–         Ahora mismo no. Los descargué en el ordenador.

–         ¿No puede encontrarlos tu novia?

–         Tengo las carpetas protegidas con un programa de encriptación. Además, ella no sabe nada de ordenadores, ni distingue el teclado del ratón, así que….

–         Comprendo.

–         ¿No quieres saber nada más? ¿No hay nada que quieras preguntarme?

Alicia me miró fijamente un instante, en silencio. Entonces, se inclinó sobre la mesa y me dijo en voz baja:

–         Quiero saberlo todo. Necesito que me ayudes a ser como tú. He comprendido que no puedo negar mi naturaleza y necesito tu ayuda, tu experiencia para poder conseguirlo. Necesito tu consejo.

Me sentí feliz. Aquello era justo lo que yo quería.

–         Pues dispara. No te cortes – asentí – A estas alturas no vamos a andarnos con vergüenzas ni remilgos. Pregunta lo que quieras, que te aseguro que te contestaré a todo con sinceridad.

–         De acuerdo. Dime. ¿Disfrutaste el otro día?

No hacía falta preguntar a qué día se refería.

–         Fue uno de los mejores días de mi vida.

–         ¿Te acostaste con tu novia?

–         ¿Después de que me la chupara? Por supuesto, me la follé en la cocina y en el salón.

Yo sabía perfectamente que lo que Alicia estaba haciendo era calibrar mi afirmación de ser sincero en cualquier cosa que me preguntara.

–         No sé si lo pudiste apreciar en la webcam, pero tiene unas tetas cojonudas. Acabé corriéndome entre ellas y pringándole toda la cara de leche.

Decidí ser todo lo descarado que fuera posible. Quería el morbo de la situación la encendiera.

–         ¿Y tú? ¿Te acostaste con tu novio? – le pregunté sin cortarme.

–         Sí – respondió – Estaba muy excitada y lo hicimos. Estuvo bien.

Poco entusiasmo en su respuesta.

–         ¿Y siempre te ha salido bien? – me preguntó – ¿Siempre que “te exhibes” tienes éxito?

–         Pero, ¿qué dices chiquilla? – reí – Por supuesto que no. No creas que todos los días encuentras chicas tan dispuestas como la del vídeo. Lo normal es que pasen de mí, simplemente me ignoran.

–         ¿Y ninguna te ha echado la bronca?

–         Alguna vez. Incluso en un par de ocasiones me han gritado diciéndome que habían avisado a la poli.

–         ¿Y tú que hiciste?

–         ¿Tú que crees? Salir pitando de allí.

Ella sonrió.

–         Pero, no hemos venido aquí para hablar de mis fracasos, ¿no? – dije bebiendo de mi copa.

–         Supongo que no. De lo que quiero hablar es de cómo lo haces. Cómo sabes en qué situaciones puedes hacerlo sin que te pillen y con posibilidades de éxito…

–         A ver, Alicia…

–         Llámame Ali – me interrumpió.

Me encantó que me pidiera que la llamara así.

–         De acuerdo. Pero tú no me llames “Vic” – respondí – Lo odio.

Ella volvió a dedicarme una sonrisa electrizante.

–         Vamos a ver. Supongo que es algo que te da la experiencia. Poco a poco vas aprendiendo a reconocer los lugares y situaciones en que puedes hacerlo, así como calibrar a las chicas que pueden colaborar…

–         ¿Y qué me aconsejas?

–         Bien. Creo que debes empezar con situaciones de muy bajo riesgo.

–         ¿Por ejemplo?

–         Ya sabes. Situaciones en las que puedas exhibirte y disfrutar con que te miren, pudiendo disimular en caso de necesidad.

–         No te entiendo.

–         Puedes empezar usando ropa atrevida. Ya sabes, escotes pronunciados, minifaldas…

–         Eso ya lo he hecho – dijo Ali.

–         Vale. Entonces pasamos al siguiente paso. Topless en la playa…

–         Hecho. Reconozco que he disfrutado cuando los hombres me miraban, pero yo quiero otra cosa… algo como lo de tu vídeo…

–         Vale. Te entiendo. El topless es algo corriente. Tú quieres algo más… intenso.

–         Exacto. Y que no me pase como el otro día. No quiero acabar violada en una cuneta.

–         ¿Has probado en enseñar “al descuido”?

–         ¿Qué quieres decir?

–         Por ejemplo, te abrochas mal la camisa cuando vas sin sostén. Seguro que más de mil veces has notado cómo los tíos te miran el escote. Todos lo hacemos. Pero si tú enseñas un poquito…

Aquello le gustó más.

–         Después puedes pasar a ir sin bragas, pongamos…. en un transporte público. Te sientas enfrente de algún tío, abres las piernas como si no te dieras cuenta…

–         ¿Y si me asalta?

–         El riesgo es mínimo. Estarías en un autobús, no va a violarte allí mismo. Y al bajar, puedes hacerlo cerca de una parada de taxis, te subes en uno y te largas.

–         Y le enseño el chumino también al taxista – dijo ella riendo.

–         ¡Ja, ja, exacto! Pero cuidado, que si el taxista se pone verraco…

–         Jo. Tienes razón. Para los tíos es más fácil. A ti no va a violarte nadie…

Me quedé en silencio unos segundos, tratando de pensar una situación en la que Alicia pudiera exhibirse con cierta seguridad. Entonces me acordé de unas experiencias que tuve un par de años antes.

–         ¡Ya lo tengo! – exclamé – Se me ocurre una manera de que puedas hacerlo sin peligro alguno. Sólo tienes que buscar situaciones en las que el tío no pueda hacer nada.

–         ¿Cómo cuales?

–         El trabajo.

–         ¿El trabajo? ¡Estás loco! ¡Anda que iban a tardar mucho en despedirme si me pusiera a hacer esas cosas en la agencia!

–         No, no, Ali, no me has entendido. En tu trabajo no. En el de ellos.

Alicia se quedó callada, mientras la idea de lo que acababa de decirle penetraba en su mente.

–         Imagínate que vas sin bragas a una zapatería de esas caras, en las que el vendedor te ayuda a probarte los zapatos. Cuando se agache frente a ti, separas un poco los muslos…

Una sonrisilla lasciva se dibujó en los labios de Alicia. Algo se agitó inquieto en el interior de mi pantalón.

–         El tipo no podría hacer nada, no iba a arriesgar su trabajo…

–         Comprendo – dijo ella pensándoselo.

–         O también podrías ir a un masajista.

–         ¿Un masajista?

–         Sí. Yo lo hice hace algún tiempo.

Ella clavó sus ojos en mí.

–         Cuéntamelo – dijo simplemente.

En ese instante nos sirvieron la comida, interrumpiéndonos. Le devolví la mirada, sintiendo la complicidad que se establecía entre nosotros mientras el camarero servía los platos. Era muy excitante.

En cuanto el tipo se fue, le conté la historia a Alicia.

–         Este es uno de los que considero mis éxitos, aunque fuera a medias. En esta historia la cosa salió bastante bien. A ver, no llegué a follármela ni nada, pero tuvo un morbo…

–         Cuenta, cuenta – dijo ella acercándose un poco a la mesa, para poder hablar con mayor intimidad.

–         Fue hace un par de años. Un poco antes de conocer a Tatiana. Yo acudo con regularidad a un gimnasio y un compañero me había recomendado a una masajista que era muy buena. La pobre estaba en el paro y se sacaba unas perrillas dando masajes por libre. Como andaba un poco fastidiado de la espalda, la llamé y concerté una cita.

–         ¿En tu casa?

–         No. En la suya. Y eso me vino bien, pues ya sabes, en su casa se sentía más relajada.

–         Comprendo.

–         Pues eso. En cuanto la vi… supe que tenía que intentarlo. Era muy guapa; bajita, poquita cosa, con las tetitas pequeñas pero respingonas. Iba vestida con un top de lycra y unos leggins, muy deportiva ella…

–         ¿Y cómo supiste que ella no iba a montarte un follón?

–         Cariño. No lo supe hasta que no lo intenté. El riesgo es parte del morbo de exhibirse…

–         Vale, vale, continúa.

–         Pues bien. Ella me condujo al salón, donde tenía colocada una camilla de masajes. Me dejó a solas para que me desnudara y yo lo hice por completo, tumbándome y tapándome con una toalla. Ella volvió y empezó el masaje por la espalda, mientras yo iba excitándome cada vez más al pensar en que iba a verme…

–         Lo entiendo – asintió Ali.

–         Entonces me di la vuelta, tapado por la toalla. Pero el bulto que se veía en ella…

–         No se podía disimular – dijo Ali con una sonrisa.

–         Ni yo quería hacerlo. Obviamente, ella se dio enseguida cuenta de mi estado, pero hizo como si nada. Estoy convencido de que no era la primera vez que le pasaba algo semejante.

–         Seguro que no.

–         Ella siguió con el masaje, los tobillos, los muslos, acercándose cada vez más a la zona de conflicto. Yo, como el que no quiere la cosa, le indiqué que subiera un poco por los muslos. Ella, para hacerlo, me enrolló la toalla en la ingle, tapando a duras penas mi erección, que era hasta dolorosa. Estoy seguro de que, por debajo de la tela, la chica tenía un buen primer plano de mis huevos, lo que me excitó más todavía.

–         Ya.

–         Ella continuó el masaje como si nada, pero yo veía que, de vez en cuando, echaba disimuladas miraditas al bulto, lo que me volvía loco de excitación. Sus manos, que masajeaban con fuerza mis muslos, subían cada vez más y noté cómo rozaban levemente mi escroto. Estaba a punto de estallar.

–         ¿Y qué hizo?

–         Seguimos así un rato, varios minutos de hecho, bastante más de lo que era necesario, cosa de la que me di cuenta enseguida. Ella no estaba pasándolo nada mal. En su top se marcaban perfectamente dos pequeños bultitos que indicaban que la masajista no era inmune a la excitación que flotaba en el ambiente, así que, cuando ella decidió cambiar y empezar a masajearme el pecho, no me corté en pedirle que mejor continuara con los muslos, que los tenía muy tensos.

–         No eran los muslos lo que tenías tenso precisamente.

–         Ya te digo.

–         ¿Y te hizo caso?

–         Por supuesto. Yo era el cliente que pagaba. ¿Qué iba a decir?

–         Es verdad.

–         Seguimos un par de minutos. Yo ya no podía más, así que me jugué el todo por el todo y aparté la toalla, quedando completamente desnudo sobre la camilla, con la polla al rojo vivo apoyada sobre mi vientre. Ella profirió una pequeña exclamación de sorpresa, lo que me resultó inmensamente erótico. Como si fuera lo más natural del mundo, me puse las manos detrás de la nuca y le indiqué que siguiera con el masaje.

–         ¿Y lo hizo?

–         Dudó sólo un segundo. Pensé que iba a protestar, a mandarme a la mierda o algo así. Pero finalmente continuó. Ya no volvió a intentar masajearme el torso, se dedicó exclusivamente a los muslos, llegando cada vez más arriba…

Miré un segundo a Alicia, que me escuchaba con atención, el rostro arrebolado por la excitación, hermosa como un ángel.

–         ¿Y qué hizo?

–         Para mi decepción no hizo nada. Siguió masajeándome los muslos con intensidad. Cuando lo hacía, mi polla daba botes y se movía al compás del masaje y ella ya no se cortaba un pelo en mirarla con descaro, aunque sin llegar a hacer nada inapropiado.

–         ¿Y no pasó nada más?

–         Pues sí. Le dije que le pagaría el doble “si acababa el trabajo”.

–         ¿En serio? – exclamó Alicia mirándome boquiabierta.

–         Y tanto. Y te juro que no se lo pensó ni un segundo. Dijo la cantidad de euros y cuando dije que sí, me agarró la polla y empezó a meneármela.

–         ¡Madre mía!

–         No se le daba mal el asunto. Su manita, embadurnada de aceite para el masaje se deslizaba por mi tronco con bastante habilidad. Y claro, yo estaba a mil por hora por el morbo de la situación, así que acabé enseguida. Cuando me corrí, ella me envolvió la polla con la toalla y dejó que se vaciaran mis pelotas. Al final me la limpió un poco y dio por concluido el masaje.

–         Joder. Increíble. ¿Y eso fue “un éxito a medias”?

–         Pues claro. Tuve que pagarle.

Alicia me miró un segundo antes de volver a preguntar.

–         ¿Quieres decir que alguna vez más has conseguido que…?

–         Claro. Ya te hablaré de mis éxitos. Pero ahora vamos a comer, que esto se está quedando frío.

Era verdad. Ninguno de los dos había probado bocado.

Con desgana, pues ambos estábamos deseando continuar, nos dedicamos a vaciar nuestros platos. Estaba todo muy bueno, la carne en su punto y el vino que nos sirvieron era excelente. Mientras comíamos, la pareja mayor, que acababa de pagar la cuenta, se levantó y se marchó. Enseguida acudió un camarero a despejar su mesa.

Seguimos charlando, de temas más banales, pero la curiosidad que sentía Alicia se impuso finalmente y volvió al ataque.

–         Y esa chica… la masajista. ¿La volviste a ver?

–         Seguí siendo cliente suyo unos meses. Y todas las sesiones incluyeron masaje y paja.

–         Ja, ja – se rió Ali.

–         Me salió carillo, pero lo pasé bien.

–         ¿Y por qué lo dejaste?

–         Bueno… empecé a salir con Tatiana. Ya no tenía sentido pagar porque me menearan la polla cuando tenía una chica que lo hacía gratis. Pero sobre todo fue porque, después de la primera sesión, la cosa perdió un poco de interés para mí. Me excitaba que me mirara, pero, perdida la novedad, ya no era lo mismo.

–         Comprendo. ¿Y alguna otra vez te has exhibido para alguien conocido?

–         Bueno… – dudé en responder – Un par de veces con la peluquera de mi barrio. Yo era joven entonces y me faltaba experiencia y ella era la típica cuarentona de muy buen ver.

–         ¿Qué hiciste?

–         Nada espectacular. Lo que hacía era ir a la peluquería en pantalón corto y sin ropa interior. Ella gustaba de usar jerseys bastante escotados y apretaditos, lo que era bastante sexy. Cuando me sentaba en la butaca y ella empezaba a tocarme la cabeza, su cuerpo se arrimaba al mío… ya sabes, me empalmaba enseguida, ofreciéndole un buen espectáculo en la bragueta. Y ella me miraba, vaya si lo hacía. Yo podía verla perfectamente gracias al espejo que teníamos delante y me ponía malísimo. Pero, por desgracia, nunca fuimos más allá. Nunca me dijo nada, ni protestó, ni me llamó la atención. Los dos lo pasábamos bien. Por desgracia se casó y cerró la peluquería.

–         ¿Y ninguna conocida más? – preguntó Ali, que había detectado perfectamente mi anterior vacilación a la hora de responderle.

La miré un segundo, fijamente, con intensidad. ¿Debía confiar en ella? ¿Debía confesarle todos mis secretos?

–         Hay otra historia que podría contarte – le dije – Es mucho más intensa y bueno… no sé si te resultará demasiado escandalosa…

–         ¿En serio crees que a estas alturas voy a escandalizarme? – dijo sonriendo.

–         Me da un poco de miedo confesártelo… Es la historia de mi primera vez, cuando descubrí mis inclinaciones. Y fue con… alguien de mi familia.

Alcé los ojos y los clavé en los de Alicia, temeroso de que el tema del incesto fuera tabú para ella. Para mi sorpresa, ella se inclinó sobre la mesa y hablándome en voz baja me dijo:

–         Yo he sido educada en el seno de una familia bastante tradicional y te aseguro que eso es decir poco. De niña estuve en un colegio de monjas, casi sin contacto con chicos.

–         Ya bueno, pero… – dije sin saber muy bien adonde quería ir a parar.

–         Cuando tenía catorce pasé un verano en casa de mis abuelos, junto con varios primos. Había dos de mi edad, hermanos, Carlota y Joaquín, que mantenían una relación… bastante estrecha.

La boca se me secó, así que bebí un poco de vino.

–         En cuanto tuvimos confianza, me incluyeron en sus juegos. Ya sabes, a médicos, cosquillas…

Empezaba a intuir por donde iban los tiros.

–         De ahí, pasamos bastante pronto al “si tú me enseñas lo tuyo, yo te enseño lo mío” Y te aseguro que no les costó nada convencerme de que me levantara las faldas y les enseñara el coñito… me encantó hacerlo…

Yo miraba a Alicia con los ojos como platos. Mi polla era un auténtico leño que apretaba desesperado dentro de mi pantalón.

–         ¿Tuvisteis sexo? – le pregunté.

–         Relaciones completas no.

–         ¿Completas? – pregunté.

–         La de Joaquín fue la primera polla que me comí. Y descubrí que me gustaba mucho más hacerlo cuando Carlota nos miraba… Pero no llegamos a follar. Al menos yo no. Como ves, el incesto no es un problema para mí…

–         ¿Y no me vas a dar más detalles? – indagué con avidez – Tu historia me ha puesto a tono…

–         Otro día – dijo ella para mi desilusión – Hoy hemos venido a que me ilustres tú a mí…

La miré en silencio, sonriente, mientras ella apuraba su copa de vino. Se la rellené inmediatamente. Me sentí feliz, pues había dicho “otro día”. Iba a haber más…

–         ¿Y bien? – me interrogó Ali – ¿Me cuentas ahora esa historia?

–         Aún no – respondí sonriendo enigmáticamente – Falta algo…

–         ¿El qué?

–         Tus bragas. Dámelas. Ahora mismo.

Ella me miró atónita, sin saber qué decir. Pero su perplejidad duró sólo un segundo.

–         ¿Y si te digo que no llevo? – me respondió.

–         Sabría que mientes. Cuando hemos entrado al comedor te he mirado el culo y se notaba el contorno de tu ropa interior bajo la falda…

Ali esbozó una sonrisilla.

–         Yo sí que de verdad no llevo – continué – Así estaremos los dos igual…

Eso acabó de convencerla. Miró a un lado y al otro, pero los únicos que estaban cerca eran la pareja de jóvenes. Con una expresión indescifrable en el rostro y ligeramente ruborizada, Alicia escondió sus manos bajo la mesa. Levantando un poco el trasero del asiento, se subió el vestido lo suficiente para que sus dedos se colaran por debajo y alcanzaran la cinturilla de su ropa interior. Contorsionándose levemente, fue logrando que sus braguitas se deslizaran por sus muslos.

Mientras lo hacía, yo controlaba a la pareja de jóvenes. El chico, de repente, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en nuestra mesa y se inclinó hacia su compañera para susurrarle algo. La chica también nos miró entonces con disimulo y, a pesar de la distancia, pude notar perfectamente cómo sus pupilas se dilataban.

–         Te están mirando, ¿te has dado cuenta? – le susurré a mi acompañante.

El rubor de su rostro se acentuó cuando, con el rabillo del ojo, comprobó que le estaba diciendo la verdad. Sin embargo eso no la detuvo en absoluto y pude leer perfectamente en su mirada que estaba muy excitada.

Por fin, Alicia consiguió librarse de sus braguitas y, encerrándolas en un puño, me las alargó para que yo pudiera guardarlas en un bolsillo de mi cazadora.

–         Buena chica – dije sonriéndole.

Ella me devolvió la sonrisa, dándole un buen trago a su copa.

–         Me debes una historia – me dijo cuando estuvo más recuperada.

–         Desde luego – asentí.

Y empecé a contársela.

CAPÍTULO 5: MI PRIMERA VEZ:

–         Esto fue hace bastantes años, cuando yo tenía casi 17 años. Como ves, yo no fui tan precoz como tú en materia de sexo, fui más bien de pubertad tardía.

–         ¿A los 17?

–         A ver, no es que con esa edad me llegara la adolescencia. Es sólo que tardé más que otros chicos. Recuerdo a muchos amigos que con 13 ya andaban detrás de las faldas pero yo no me interesé por las chicas hasta los 15 o 16.

–         Ya veo. Lentito – dijo Ali riendo.

–         Es decir, que a pesar de mi edad, casi no tenía experiencia con mujeres.

–         Vale. Lo pillo – asintió ella.

–         Pues bien. Era verano y yo andaba en la fase rebelde, así que me había negado a irme de vacaciones con mis padres, pues iban a ir con un matrimonio que me caía bastante gordo, así que me escaqueé. Mis padres y mi hermana se fueron de viaje y, como no se fiaban de dejarme solo en casa, me hicieron irme a pasar 15 días en el pueblo, en casa de mi tía Aurora y de su hija Carolina. A mí me pareció muy bien, me gustaba ir al pueblo y no veía a mi familia desde el verano anterior, así que pillé un tren y me planté en el pueblo.

–         A casa de tu tía y tu prima. ¿No tenías tío?

–         Tía Aurora era viuda desde 10 años antes. No había vuelto a casarse y no por falta de candidatos. Por lo visto salió un poco escaldada de su matrimonio. Mi tío era un poquito cabrón y nadie lamentó demasiado cuando se estampó con el coche.

–         Comprendo – dijo Ali muy seria.

–         Aurora y su hija estaban (bueno y están) realmente buenas. Morenas, de senos bien grandes, macizas… espera, será más fácil si las ves en foto.

Saqué el móvil y le enseñé una foto de unos meses atrás, tomada durante la boda de otro primo. Las dos estaban guapísimas vestidas de fiesta. Mi tía, ya con más de 50 en la foto, aún estaba de muy buen ver y mi prima, que era una versión más joven de su madre, había sido el auténtico centro de atención durante el banquete.

–         ¿Y quién fue la afortunada, la hija o la madre? – preguntó Alicia devolviéndome el móvil.

–         Deja que te cuente. No nos adelantemos. Como te decía, me fui al pueblo dispuesto a disfrutar de las vacaciones y dormir bajo el mismo techo que aquellas dos mujeres era un aliciente más.

–         Ya lo supongo.

–         Al principio todo fue muy bien, las dos me recibieron efusivamente, como siempre y empecé a disfrutar de las vacaciones. Reanudé viejas amistades con los chicos del pueblo, salía por ahí con Caro, disfrutaba de la cocina estupenda de mi tía… Lo único que resultaba un poco extraño era que la relación entre madre e hija parecía un poco tensa. Algo había pasado entre ellas antes de mi llegada, pero nunca me enteré de qué fue.

–         ¿Discutían?

–         No, no. Simplemente no se mostraban tan cariñosas la una con la otra como otros años. Ya te digo, se notaba cierta tensión. Pero ninguna me dijo nada.

–         Vale, vale – dijo Ali deseando que me metiera en materia.

–         Bueno, pues ya sabes. Un adolescente… bajo el mismo techo que dos bellas mujeres…

Alicia sonrió, comprendiendo a qué me refería.

–         Te la machacabas como un mono – sentenció.

–         Pues prácticamente – asentí riendo – Un buen par de pajas caían todos los días. No me va el fetichismo, así que no me dedicaba a cogerles la ropa interior ni nada de eso, me limitaba, ya sabes, a pelármela siempre que podía. Me aliviaba, claro, pero siempre sentí… que me faltaba algo.

–         Exhibirte.

–         Exacto. Sólo que entonces aún no lo sabía. Pero lo descubrí pronto.

Alicia se inclinó sobre la mesa, prestándome toda su atención.

–         Una tarde, mi tía salió de compras y Caro estaba en casa de una amiga. Quedándome solo en casa, bajé un poco la guardia y harto de hacerme pajas encerrado en el baño, pensé que estaría bien variar un poco y cascármela en el salón.

–         Ja, ja – rió Ali.

–         Ni corto ni perezoso, me senté en el sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, iniciando tranquilamente la paja. Para motivarme, encendí la tele, a ver si salía alguna moza de buen ver. Tuve suerte, pues estaban echando “Los vigilantes de la playa”, así que me puse a meneármela a la salud de las socorristas, que salían corriendo en bañador cada dos minutos.

–         Ja, ja. Cuantas pajas habrán provocado esas carreras…

–         Millones – asentí – Pues bien, concentrado en lo que hacía, no me di cuenta de que mi tía había regresado, pues se había olvidado el monedero. Ella lo cogió y debió de escuchar ruido, pues se asomó al salón.

–         Y se encontró con el espectáculo.

–         Y tanto.

–         ¿Te echó la bronca?

–         De eso nada. Se quedó callada como una muerta, sin hacer ni un ruido… Y se dedicó a disfrutar del show.

Alicia me miró sorprendida, con la boca abierta por la sorpresa.

–         ¿En serio?

–         Te lo juro. Yo seguía dale que te pego al invento, no me había dado cuenta para nada de que mi tía estaba asomada a la puerta, medio escondida, así que seguí pajeándome tranquilamente. Pero entonces, no sé, quizás fue un ruido, quizás percibí su presencia… lo cierto es que me di cuenta de que no estaba solo y, por el rabillo del ojo, vi que tita Aurora me estaba espiando.

–         Joder.

–         No sé qué me sucedió. La cabeza me daba vueltas. Me excité como nunca antes. Ya te imaginarás que, a mis 17, me la había machacado cientos de veces, pero ni una sola vez se acercaba al placer que experimenté simplemente por saberme observado. Se me puso más dura que nunca, la sentía vibrar en mi mano. Todo el cuerpo me sudaba, la respiración se me alteró… no sé cómo, pero reuní la suficiente presencia de ánimo para continuar masturbándome, simulando no haberme percatado de la presencia de mi tía.

–         ¿Y ella no se dio cuenta?

–         No. Estaba absolutamente hipnotizada por lo que yo estaba haciendo. Yo seguí pajeándome, loco de excitación, tratando de observarla de reojo, rezando para que no se diera cuenta de que la había visto. Por desgracia, aquello me había puesto tan caliente que no aguanté ni un minuto. Mi polla pegó un taponazo y te juro que la corrida casi impacta en el techo.

–         Ji, ji.

–         Como pude, me las apañé para coger los kleenex que había dejado preparados y conseguí contener los últimos lechazos, si no, lo habría puesto todo perdido. Cuando recuperé el aliento, me puse a limpiarlo todo, frenético, pensando en que mi tía iba a pegarme la bronca de mi vida. Pero, cuando alcé la vista, ella ya no estaba allí. Había vuelto a marcharse.

–         Joder. Qué situación tan morbosa – dijo Alicia mirándome con ojos ardientes.

–         Cariño, eso no es nada. La historia sigue.

Ali volvió a sonreírme pícaramente y me instó a continuar.

–         Esa noche, cuando nos reunimos para cenar, yo estaba que la camisa no me llegaba al cuerpo. Estaba acojonado por si mi tía me decía algo. Pero se comportó con absoluta normalidad, con lo que, poco a poco, fui tranquilizándome.

–         Hizo como que no había visto nada.

–         Exacto – asentí – Más tarde, ya en mi cama, me sentía completamente excitado al rememorar los sucesos del salón. Empecé a entender que mi tía también había disfrutado mirándome y que era eso precisamente lo que me había puesto tan cachondo. Que me mirara.

–         Ya veo.

–         Pensé que quizás había sido porque era mi tía quien lo había hecho, ya sabes, por lo prohibido y eso. El morbo del incesto. Más adelante descubriría que no era así, que simplemente era un exhibicionista, pero esa noche, la única conclusión que saqué era…

–         Que querías que se repitiera.

Le sonreí a Alicia de oreja a oreja.

–         Bingo – dije guiñándole el ojo a mi compañera.

Ella me devolvió el guiño.

–         Y la oportunidad se presentó a la mañana siguiente. No había pasado muy buena noche, pues la inquietud y la excitación no me dejaron dormir, pero aún así me levanté temprano. Caro, que es bastante dormilona, seguía sobando en su cuarto, pero mi tía llevaba levantada un buen rato. Ya sabes, la gente del campo…

–         Sí, ya sé. Yo también tengo familia en un pueblo y no veas cómo madrugan.

–         Y yo contaba con eso. Salí de mi cuarto con cuidado, procurando no tropezarme con ella y me colé en el baño. Dejé la puerta entreabierta, espiando por la rendija hasta que mi tía, que andaba por allí, se acercó al baño. Como un rayo, me situé delante del espejo, me saqué la chorra y empecé a masturbarme lentamente, procurando gemir y jadear un tanto exageradamente.

–         Para hacer que se acercara.

–         Así es. Y no me costó mucho lograrlo… Segundos después, gracias al espejo, pude ver cómo mi tía se asomaba por la rendija de la puerta y volvía a espiar a su sobrino mientras se pajeaba.

–         Tu tía estaba hecha toda una voyeur.

–         Todos estamos hechos unos voyeurs. A todos nos gusta mirar.

Alicia me miró muy seria, sopesando mi afirmación.

–         Todas las sensaciones del día anterior, la excitación, el ansia, la lujuria, regresaron en cuanto vi que mi tía estaba mirándome. Empecé a gemir y a jadear intensamente, esta vez sin exagerar un ápice, pues el placer que sentía no se puede describir.

Ali bebió de su copa, sin dejar de mirarme.

–         Mis caderas se movían espasmódicamente, sintiendo un placer que nunca antes había experimentado. La cabeza se me quedó en blanco. Y me corrí. Un lechazo salió disparado e impactó en el espejo y yo lo seguí con los ojos. Al hacerlo, mi mirada se encontró de repente con la de mi tía a través del reflejo. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos; yo con mi polla vomitando semen a diestro y siniestro y ella absolutamente petrificada. Y ese fue el momento en que más excitado me sentí: cuando ella se dio cuenta de que la había pillado.

–         ¿Y qué pasó? – preguntó Ali completamente cautivada por la historia.

–         Cuando recuperó un poco el sentido, tía Aurora se largó como alma que lleva el diablo. Yo, recuperando el resuello, abrí el grifo y arreglé el desastre lo mejor que pude, regresando después a mi cuarto. Seguía excitadísimo, pero bastante inquieto pues no sabía qué iba a pasar.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Esperar hasta que Caro se levantó y bajamos juntos a desayunar. Me daba miedo enfrentarme a solas con mi tía.

–         ¿Y ella?

–         No dijo ni pío. Se comportó con absoluta normalidad. Lo único raro fue que no se atrevía a mirarme a los ojos, apartando continuamente la mirada.

–         Menuda situación – dijo Ali.

–         Esa tarde volví a intentarlo, pero esta vez mi tía no apareció. Ni tampoco a la mañana siguiente.

–         Sabía que la habías pillado.

–         Justo eso. Le daba vergüenza, así que no volvió a caer en mi trampa.

–         Pues te quedarías bien fastidiado, ¿verdad?

–         Ni te cuento. Pero fue precisamente el ansia por repetirlo, las ganas irresistibles de volver a experimentar aquella sensación, las que me dieron el valor para dar el siguiente paso.

–         ¿Qué hiciste? – indagó Ali muy interesada.

–         Si Mahoma no va a la montaña…

Ali abrió los ojos como platos, cuando comprendió a qué me refería.

–         Joder, cuéntamelo, que no puedo más – dijo entusiasmada.

–         Al día siguiente, tras haber intentado de nuevo el numerito del baño y haber fracasado estrepitosamente, me sentía inmensamente frustrado, triste y desesperado.

–         Ja, ja. Qué exagerado eres – rió Alicia.

–         No te creas. No ando muy lejos de la verdad. Y, a medida que la frustración subía, la vergüenza y la preocupación por las consecuencias caían en picado, así que me armé de valor y pasé al ataque.

Esta vez fue Ali la que llenó las copas, haciendo un gesto al camarero para que trajese otra botella.

–         A media mañana, Caro salió de casa para ir con unos amigos. Me dijo que la acompañara, pero le contesté que no me encontraba muy bien, así que me quedé a solas con mi tía.

–         Sigue, sigue – me apremió la chica.

–         Tía Aurora estaba en la cocina, preparando el almuerzo, ajena a que yo había entrado y estaba sentado junto a la mesa. Al poco, se volvió a coger algo y me vio, dando un respingo de sorpresa. Inmediatamente se puso muy roja, hablándome con nerviosismo, sin mirarme a la cara, mientras yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Empecé a excitarme.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Ella trató de disimular, me preguntó que qué hacía allí y yo le dije que nada, que descansar un poco. Estaba visiblemente alterada y eso, curiosamente, contribuyó a serenarme a mí. Mi polla fue creciendo dentro del pantalón y yo procuré que el bulto fuera bien visible, lo que aturrulló todavía más a mi tía. Temblorosa, decidió ignorar nuevamente lo que estaba pasando y me dio la espalda, volviendo a liarse con las cacerolas. En cuanto lo hizo, ya dejadas atrás todas las dudas, me bajé los pantalones hasta los tobillos y empecé a masturbarme lentamente.

–         ¿Y qué pasó?

–         Ella se resistía a darse la vuelta, no podía creerse lo que estaba pasando. Escuchaba perfectamente los rítmicos movimientos de mi mano deslizándose sobre mi falo, así como mis jadeos de placer. Por fin, no resistiendo más, se volvió, encontrándose frente a frente con su sobrino, que se masturbaba con voluptuosidad. No importó que estuviera esperándoselo, del sobresalto que se llevó se le cayó el plato que llevaba en la mano al suelo, donde se hizo añicos.

–         Dios, qué morbo… –  siseó Alicia.

–         Yo seguí masturbándome, experimentando un placer indescriptible al sentir sus ojos clavados en mí. Queriendo incrementar la excitación, me puse en pié, sin dejar de pajearme y di un paso hacia mi tía. A ella le fallaron las fuerzas y cayó de rodillas al suelo, pero sin dejar de mirarme, cosa que me encantó. Yo me acerqué hasta que mi nabo quedó justo frente a su cara y seguí masturbándome sin dejar de mirarla, sintiendo cómo su mirada ardía sobre mi piel.

–         ¿Y no dijo nada?

–         Ninguno de los dos habló. Sobraban las palabras. Yo seguí pajeándome, con ella arrodillada frente a mí, sin perderse detalle, los ojos vidriosos admirando mi erección, los labios entreabiertos, jadeando, absolutamente poseída por la lujuria.

–         ¿Y no hizo nada?

–         Nada de nada. Se limitó a disfrutar del espectáculo en silencio, hasta que me corrí como una bestia. Como pude, me las apañé para colocar la picha en el fregadero y descargarme allí aullando de placer. Cuando me calmé, me subí los pantalones y salí de la cocina, dejándola arrodillada entre los cristales rotos.

–         ¿No intentaste nada más?

–         No. Me sentía satisfecho. Había disfrutado como nunca y, además, me faltaba experiencia.

–         Podrías habértela follado allí mismo.

–         Sin duda. Pero, como te digo, me faltaba experiencia. Y estaba empezando a descubrir que mi instinto primario era dejar que me miraran, más que el sexo propiamente dicho.

–         ¿Sucedió más veces?

–         Y tanto. Ella comprendió que le gustaba mirar y yo que me mirasen. Así que volvimos a repetirlo los siguientes días. Esa misma noche ella se presentó en mi dormitorio, vestida sólo con un camisón. Yo estaba esperándola, no me preguntes cómo, pero sabía que iba a venir. En cuanto entró, aparté la sábana y dejé expuesto mi cuerpo desnudo. Ella permaneció de pie, junto a la cama, mirándome hasta que me corrí.

–         Madre mía.

–         Y lo repetimos varias veces en los días siguientes. El morbo era tan intenso, la excitación tan alta y el placer tan indescriptible que empecé a obsesionarme, no le prestaba atención a nada más. Eso hizo que empezara a rechazar todas las invitaciones de Caro a salir por ahí. Me pasaba el día encerrado en casa, suspirando por disfrutar de otra tórrida sesión con mi tía.

–         Y tu prima descubrió el pastel.

–         Vaya si lo hizo. Pero no como tú crees. Una tarde, tía Aurora y yo estábamos en el salón, disfrutando de una de nuestras aventurillas. Caro había fingido marcharse, pero no lo había hecho, así que nos pilló en plena faena. Pero, como había hecho su madre, permaneció en silencio y se quedó espiándonos a escondidas.

–         ¡No puede ser!

–         Y lo mejor fue que la descubrí muy pronto. Y estar allí masturbándome delante de mi tía, mientras mi prima también me miraba…

–         Disfrutarías como nunca.

–         Ya puedes jurarlo. Sin embargo duró poco, pues Caro se marchó enseguida, enfadada.

–         ¿Se cabreó?

–         Bastante. Aunque no dijo absolutamente nada de lo que había visto. Esa noche, durante la cena, estuvo especialmente arisca con su madre, que estaba muy sorprendida con la actitud de su hija, pues ella no se había dado cuenta de que nos habían pillado.

–         ¿No se lo dijiste?

–         Ni de coña. Me daba miedo que, al saberse descubierta, decidiera poner fin a nuestra relación.

–         Comprendo.

–         Pues espera que lo mejor está por llegar.

–         No fastidies – dijo Ali mirándome admirada.

–         Como te lo cuento. Esa noche, desnudo bajo las sábanas, esperaba a que tía Aurora viniera de nuevo a hacerme una visita. Estaba muy excitado y no paraba de recordar el rostro de Carolina mientras nos espiaba. Entonces se abrió la puerta y una mujer penetró en la habitación. Pero no era mi tía…

–         ¡No fastidies! ¿Tu prima?

Asentí con la cabeza.

–         Sin decir nada caminó hasta quedar junto a mi cama, mirándome con intensidad. A pesar de estar la habitación en penumbras, pude ver que tenía los ojos brillantes.

–         ¿Y qué hizo?

–         Traté de incorporarme y de decir algo, pero ella me lo impidió poniendo un dedo en mis labios. Me quedé parado, sin saber qué hacer y entonces ella, sin pensárselo un segundo, se libró del camisón y quedó completamente desnuda junto a mi cama.

–         ¡Oh! – exclamó atónita mi interlocutora.

–         Sin decir nada, Caro agarró el borde de la sábana y la apartó de un tirón.

–         Y tú estabas desnudo, esperando a tu tía…

–         Desnudo y con la polla como una roca.

–         No me extraña.

–         Caro me sonrió y, lentamente, se deslizó en la cama junto a mí, pegando su cuerpo contra el mío. Cuando sentí cómo su mano me acariciaba y se apoderaba de mi miembro… joder. Fue la ostia.

–         ¿Y lo hicisteis?

–         Te dije que era mi primera vez. Tanto en el exhibicionismo como en el sexo…

–         Ja, ja – rió Alicia.

–         Yo estaba bastante alucinado como comprenderás, no acertaba a hacer nada, por lo que ella tuvo que tomar la iniciativa. Empezó a pajearme muy lentamente, pegando su cuerpo contra el mío, permitiéndome sentir cómo se apretaban sus tetas contra mi pecho. Sin saber muy bien qué hacer, intenté besarla y me sorprendió la intensidad con que su boca correspondió a la mía.

–         Sigue. No te pares – dijo Ali mientras yo echaba un trago.

–         Sin dejar de besarme y sin soltarme la polla, fue deslizando su cuerpo hasta quedar tumbada sobre mí. Entonces sus labios me abandonaron y yo traté de volver a alcanzarlos haciéndola sonreír. Pero ella no me dejó y me obligó a seguir tumbado.

–         Quería controlar la situación.

–         Y bien que hizo – coincidí – Incorporándose, se sentó encima de mi estómago, provocando que mi erección se apretara contra su culo, haciéndome gemir. Entonces me pidió que le acariciara las tetas, cosa que hice sin perder un segundo, sobándolas con torpeza y ansia, pero aún así logré que jadeara de placer. Empezó entonces a deslizar su culito adelante y atrás, sobre mi cuerpo, frotándose, permitiéndome sentir su calor, su humedad. Se echó más para atrás, hasta que su coñito quedó encima de mi polla y allí volvió a restregarse.

–         Debías estar a punto de estallar.

–         Imagínate. Por fin, decidió que ya estaba bien de calentarme y, agarrándome la polla, la colocó en su coñito y se la clavó hasta el fondo, dando un fuerte gemido. Yo no me había sentido igual en mi vida, tenerla metida en un coño era la ostia, pero aún así, no podía evitar pensar que había sido más excitante cuando me había espiado por la tarde.

–         Te comprendo – asintió Ali.

–         Empezó a mover las caderas sobre mí, con las manos apoyadas en mi pecho, mientras yo no dejaba de acariciarle los senos. Qué quieres que te diga. No duré ni un minuto. Me corrí como un verraco dentro de su coño, llenándola de leche.

–         No la dejarías embarazada, ¿verdad?

–         ¡No! – exclamé – Por fortuna no. Aunque ella me reprochó que lo hubiera hecho, mientras yo me deshacía en disculpas.

–         Menuda primera vez.

–         Espera. Que aún queda. Caro, muy lejos de estar satisfecha, se tumbó a mi lado, volviendo a besarme y acariciando mi rezumante falo con la mano, tratando de volver a ponerlo en forma, cosa que no le costó demasiado. Yo me sentía un poco avergonzado por haber acabado tan rápido. Había visto películas y leído historias en las que se hablaba de los monumentales orgasmos femeninos y desde luego no se parecía en nada a aquello. Caro me daba besitos, me acariciaba y me susurraba que había estado muy bien para ser la primera vez.

–         Pero tú no estabas satisfecho.

–         Por supuesto que no. Cuando estuve otra vez a punto, decidí que esa vez iba a llevar yo la voz cantante, así que me puse encima, en la postura del misionero. Caro se abrió de piernas, guiando mi polla hasta ponerla en posición y me hizo que empujara, clavándosela de nuevo. Enseguida empecé a bombearla, siguiendo sus indicaciones, hasta que le fui cogiendo el ritmo y empezamos a disfrutar los dos.

–         ¿Y esta vez sí se corrió?

–         Espera, que ya llego. En esas estábamos, en plena follada, cuando, sin saber por qué, alcé la vista y me di cuenta de que la puerta del dormitorio no estaba cerrada.

Alicia me miró boquiabierta.

–         Tu tía… – siseó.

–         Mi tía. Estaba espiándonos desde la puerta. Nuestras miradas se encontraron enseguida, pero ella no dijo nada, limitándose a seguir mirándonos. Imagínate, me puse como una moto.

–         Te excitó que te mirase…

–         Y tanto. Empecé a follarme a Caro a lo bestia, encendido de nuevo como una antorcha; Carolina resoplaba bajo mi cuerpo, abrazándome con fiereza, anudando sus piernas a mi espalda, mientras mi polla, que parecía haber activado el turbo, la martilleaba una y otra vez, haciéndola llorar de gusto.

–         ¿Y tu tía seguía mirando?

–         Sin perderse detalle. Creí que iba a perder el juicio, a medias por el placer, a medias por la excitación. Y entonces Carolina sí que se corrió. Logré llevarla al orgasmo y la exaltación que sentí fue sencillamente increíble. A duras penas logré sacársela del coño justo antes de correrme. Mi miembro quedó atrapado entre nuestros cuerpos, vomitando semen y empapándonos a los dos. Agotado, me derrumbé al lado de Carolina jadeando, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho y se relajaba. Pocos minutos después se quedó dormida.

–         ¿Y tú?

–         ¿Yo? Yo no podía dejar de pensar en mi tía.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Con cuidado de no despertar a mi prima, logré deslizarme fuera de la cama y, desnudo, salí de mi habitación.

–         ¿Fuiste a su dormitorio?

–         No hizo falta. Mi tía estaba en el pasillo, sentada en el suelo, apoyada en la pared. Se había subido el camisón hasta la cintura y estaba masturbándose furiosamente, con los ojos cerrados.

–         Madre mía.

–         Bastó verla para empalmarme nuevamente. Y, sin pensármelo, volví a situarme frente a ella, empezando yo también a pajearme. Aurora percibió enseguida mi presencia, abriendo los ojos y encontrándose de bruces con mi cipote. Eso no la alteró en absoluto, se limitó a clavar sus ojos en los míos y seguimos masturbándonos, sin decir nada.

–         Joder. Increíble. ¿Y no hicisteis nada? ¿No la tocaste?

–         No. No era eso lo que queríamos el uno del otro. Nos pajeamos hasta llegar al orgasmo. Pero esta vez hubo algo diferente.

–         ¿El qué? – pregunto Alicia con ansiedad.

–         Cuando estuve a punto de correrme, tía Aurora se abrió la pechera del camisón, dejando sus formidables ubres al descubierto, ofreciéndomelas. Yo comprendí lo que quería, así que, cuando me corrí, lo hice directamente sobre sus tetas, empapándolas de semen, mientras mi tía alcanzaba su propio orgasmo.

–         Menuda historia.

–         Te lo advertí.

–         Aunque creo que tu tía estaba deseando que te la follaras. Eso de hacer que te corrieras en sus tetas…

–         No te falta razón. De hecho, me la follé al verano siguiente.

–         ¿En serio?

–         Te lo juro. Esa vez fue ella la que vino a casa de mis padres, pues tenía que arreglar unos papeles en la ciudad, así que se quedó en casa. En cuanto pudimos, nos quedamos solos y yo intenté volver a repetir el numerito… pero esta vez, creo que habiendo aceptado por completo lo que había pasado, mi tía buscaba algo más y, cuando me quise dar cuenta, estaba chupándomela como una aspiradora. Y claro, acabamos en la cama.

–         Impresionante. No sabes cuanto me he excitado con tu historia – me dijo Ali haciéndome muy feliz.

–         Pues bien, termino ya. Después de la corrida, regresé al dormitorio y me colé en la cama junto a Caro. Entonces, en la penumbra del cuarto, mi prima me preguntó en un susurro:

  • ¿Acabas de acostarte con mamá?
  • No – le respondí – Nunca me he acostado con ella.

–         Caro me abrazó con fuerza y nos quedamos así, juntitos. Nos dormimos enseguida.

–         ¿Te acostaste más veces con ella?

–         No. Creo que aquello no lo hizo porque se sintiera especialmente atraída por mí. Fue para fastidiar a su madre. Ya te dije que andaban peleadas. O al menos eso fue lo que pensé.

–         Pues vaya palo. Una vez que habías probado el sexo…

–         No fue para tanto. El día siguiente era el último de estancia en el pueblo, así que no lo pasé demasiado mal. Tuve que regresar con mis padres. Y fin de la historia.

Alicia me miraba con admiración. Se reclinó en su asiento, mirándome sonriente y me dijo en voz alta:

–         No puedes ni imaginarte lo increíblemente mojada que estoy.

–         No me extraña – respondí – Yo la tengo tan dura que parece que me va a explotar.

Nuestras frases fueron oídas perfectamente por los chicos de la mesa vecina, que nos miraban atónitos. Alicia, con descaro, les sonrió abiertamente, logrando que apartaran la vista, avergonzados.

Feliz y satisfecha, me dijo que fuéramos a tomar un café a otro sitio, que quería estirar las piernas.

Pedí la cuenta y, tras pagar, salimos cogidos del brazo, mientras la parejita de novios nos miraba con los ojos como platos.

TALIBOS

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