¡

ME VOY A FOLLAR A TU MUJER!

Eran casi las dos de la tarde y en la playa no había mucha gente. Desde la tumbona contemplaba a mi niña de 9 años jugar en la orilla con sus amiguitas, vigilando que no se acercara mucho al agua, pues había oleaje. De vez en cuando echaba un vistazo al periódico que ya había leído dos veces en la mañana, o simplemente cerraba los ojos dejando que el sol me diera en la cara. Aun quedaban 10 tediosos minutos para volver al apartamento, donde mi esposa, Claudia, debía estar preparando la comida con la ayuda de su madre. Hacía casi media hora que las dos se habían marchado de la playa.
De repente, una voz masculina, surgida casi de la nada, me susurró al oído una frase impactante:
– ¡Me voy a follar a tu mujer!
Sobresaltado me incorporé y vi un hombre algo alto y moreno que se alejaba de mí. No pude verle la cara, pero por detrás parecía un tipo bien plantado, musculoso y bronceado. Me quedé perplejo y con poca capacidad de reacción en esos momentos, mientras el individuo desaparecía entre las rocas que escoltaban el camino de entrada a la playa.
Pensé que se trataba de un lunático, o bien que se había equivocado de persona, pero aún así las palabras que me había soltado, tan directas y ofensivas, me rebotaron en el coco durante un buen rato, provocándome una inquietante desazón nerviosa.
Cuando llegué al apartamento, ya apenas me acordaba del episodio. Tras la comida, mi mujer acostó a la niña y me dijo que se iba a la playa. Al escucharla, saltaron en mí unas estúpidas alarmas. En realidad todos los días ella se iba a la playa a esa hora, y jamás se me había ocurrido pensar en nada extraño en ello, es más ella me invitaba a veces a acompañarla, algo a lo que yo siempre me negaba poniendo como pretexto el calorazo de esa hora.
El caso es que en esta ocasión ella no me dijo nada de acompañarla y a mí me entraron ganas de hacerlo.
– Me voy contigo – le dije muy animado.
– ¿De verdad? – respondió ella, claramente extrañada – Esto sí que es una novedad.
– Pues sí, no sé, hoy me apetece pasar un rato allí, contigo – le contesté, ocultando el auténtico y ridículo motivo.
– Que raro, siempre te quejas de que si a estas horas no hay quien aguante el sol y me dices que estoy loca, que si el sol no broncea, sino que quema, que si es mucho más saludable echar una siesta.
– ¡Vale, vale! – la corté – pero alguna vez se puede cambiar de opinión, o ¿es que no quieres que te acompañe?
– No, no, en absoluto. Por mí, encantada, así verás que no se está tan mal. Además, suele soplar una deliciosa brisa. Me doy una ducha y nos vamos para allá.
Fueron tan naturales las respuestas de Claudia que me sentí un estúpido celoso sin fundamentos. En realidad no me apetecía en absoluto volver a la playa, sino quedarme tan a gusto en el sofá vagueando con la tele y con el periódico de la mañana, leyéndolo una vez más. Pasó el tiempo necesario para que, cuando Claudia ya estaba lista, yo hubiera renunciado definitivamente a irme con ella.
– ¿Nos vamos? – me dijo, toda alegre y risueña.
– ¡Puff! Lo he pensado mejor y … creo que me voy a quedar.
– ¡Vaya hombre! ¡Yo que me había hecho ilusiones! – y me miró, como esperando algo más – ¿Por qué has cambiado de opinión? – añadió, menos sonriente.
– Es que ya me he apoltronado y se me han pasado las ganas de sol – contesté, intentando seguir siendo convincente.
Claudia manifestó por unos instantes su claro descontento, pero no insistió en llevarme con ella.
– Bueno, no sé de qué me extraño. La tele, el periódico, el mando de la tele, el periódico, la tele… je, je ¡menuda diversión! – ironizó, no con mucha simpatía – En fin, yo me voy. Si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy.
Y Claudia se fue, meneando su culito con la feminidad que la caracteriza. Y yo me quedé ahí, en mi sofá, con la tele, el periódico, el mando de la tele…. y mi suegra.
Hasta que, tras vaguear un rato aburridamente, empecé a pensar en las palabras irónicas de Claudia, dándome cuenta de que ese podía ser uno de los pocos momentos de intimidad que podíamos tener, pese al calor. Tras diez años de matrimonio y otros cinco de noviazgo, ya había, obviamente, cierta rutina en nuestra relación de pareja y pocos momentos que aportaran algo de chispa y novedad. Tal vez acompañarla a esa jodida hora de la tarde podría romper un poco la rutina y alegrarla.
Me la imaginé allí, sola en la playa, y me entró una extraña sensación de tenerla un poco abandonada. Fue entonces cuando de nuevo retumbaron las palabras que escuché por la mañana “Me voy a follar a tu mujer”. Varias preguntas surgieron en mi mente ¿Estaba suficientemente a gusto conmigo? ¿Necesitaría algo más? ¿Es posible que el tío ese de la playa se la hubiera ligado? Celos, inquietud y un extraño cosquilleo se juntaron para hacerme saltar del sofá, presto para ir a la playa con mi querida Claudia.
Al llegar, la vi tumbada sobre la arena, muy cerca de las rocas existentes en ese extremo de la playa. Casi no había nadie en la playa y antes de acercarme, me quise dar un homenaje visual. Llevaba un bikini rojo carmesí, de esos que se anudan con lazos, dejando al descubierto buena parte de sus generosos pechos. Claudia es una mujer muy atractiva, a sus 32 años, con una figura muy cuidada y de curvas muy femeninas, morena con el pelo muy liso de media melena, con facciones suaves y redondeadas y ojos marrones de color miel. Su esbeltez la hace más alta de lo que realmente es, destacando sus pechos, grandes para su figura, y los muslos, carnosos y redondos, dando también algo de contrapunto al resto de su cuerpo mucho más estilizado. Me fijé, no sé por qué, en su monte de Venus, escondido bajo la tela del bikini, abultado y sobresaliente, pese a no ser excesivamente velluda en esa zona del cuerpo.
Espiarla así, a escondidas, me hizo verla con otros ojos, y admito que me gustó, tanto que hasta empecé a empalmarme.
En ese momento salió del agua del mar un windsurfista y se acercó a mi esposa. Instintivamente retrocedí, intentando ocultarme lo más posible. El hombre llegó donde ella estaba y empezaron a conversar. Aunque estaba algo lejos vi que, por su altura y figura, el hombre podía ser perfectamente el lunático de la mañana, algo que hizo que mis nervios saltaran a flor de piel. Tras unas breves palabras él se retiró, dejando a mi mujer tan sola como antes y a mí mucho más tranquilo y dispuesto a reunirme con ella. Mientras me acercaba, de repente ella llamó con un “oye” al individuo que ya estaba a cierta distancia, y este volvió sobre sus pasos. Retrocedí otra vez, todo mosqueado, mientras él acudía presto a su llamada. De nuevo hubo unas palabras, pero esta vez Claudia se levantó, cogió su bolsa de playa, se anudó el pareo a la cintura y ambos caminaron hacia la caseta donde se apuntaban los alumnos que querían dar clases de windsurfing, entrando en ella y cerrando tras ellos la puerta. Ni qué decir tiene que me entraron unos celos terribles, pensando que tal vez lo de la mañana era cierto y que Claudia se había metido allí dentro con él para follar, sin que yo, desgraciadamente, pudiera hacer otra cosa más que esperar a que salieran de nuevo.
Apenas habían pasado un par de minutos de insufrible espera y estaba hecho un mar de dudas. Por un lado valoraba la conveniencia de entrar a saco por la puerta de la caseta, con el probable riesgo de poder meter la pata soberanamente. Por el otro podía quedarme ahí, esperando a que ellos salieran de nuevo, pero ¿Qué haría entonces? ¿Armar la de Dios, sin saber si realmente se habían acostado o no? Mientras pensaba qué hacer, involuntariamente me moví, rodeando la estancia, viendo que, adosada a la caseta por la parte posterior de aquella, había como otra estancia anexa mucho más estrecha, y una pequeña puerta de entrada a la misma.
Sin dudarlo, me colé en el estrecho recinto. No había ventanas, sólo unos ventanucos en la parte más alta de la pared contigua a la caseta principal. Pese a tener unas tenues cortinillas, permitían la entrada de la luz de aquella. Me percaté de que era el almacén donde se guardaban las tablas y velas de windsurfing, material que lo ocupaba casi todo.
Empecé a estudiar el modo de asomarme con cautela a alguno de los ventanucos, ya que mi escasa altura no me dejaba alcanzarlos sin alguna ayuda. Encontré un taburete y moví con cuidado los utensilios de windsurfing apilados en la pared para hacerme el hueco necesario. Ya me iba subir, cuando escuché con nitidez el ruido producido al abrirse una lata de bebida y la voz de Claudia diciendo “muchas gracias”. Eso ya me tranquilizó y mucho más cuando al asomarme por el lateral de la cortinilla de uno de los ventanucos, al que faltaba el cristal, vi a mi esposa sentada, bebiendo tranquilamente una coca cola, mientras el “supuesto” amante silbaba tras una puerta que supuse debía ser un cuarto de baño. Tal vez era eso lo que Claudia le había pedido, ir al baño, y él, galantemente, le había ofrecido después un refresco. Me empecé a sentir de nuevo ridículo y mal pensado, dudando incluso en salir de nuevo a la playa.
Pero cuando el tío salió del baño, todo cambió. Primero porque me sorprendió ver que su traje de neopreno estaba a medio quitar, con la parte superior colgando a su espalda, mostrando su torso desnudo, bronceado, musculoso y sin vello alguno, y segundo porque a esa cercana distancia casi podía ya asegurar que el pájaro era el de la frasecita de la mañana. ¿Qué coño estaba pasando realmente allí? Miré a Claudia y la vi impasible, con su lata de coca cola en la mano, eso sí, siguiendo al tío con la mirada, mientras él cogía unas zapatillas y se metía de nuevo al baño. La cosa ya no me parecía tan inocente, ni mucho menos, y mis dudas respecto a marcharme se disiparon por completo.
Si la primera aparición del tipejo ya había sido espectacular para mí, la segunda me dejó atónito. Ahora ya salió sin su traje de faena, totalmente desnudo, mostrándose sin tapujos a la vista de mi querida esposa a la que casi se la cae la lata al verlo aparecer como Dios le trajo al mundo. La verdad es que él ni la miró, simplemente se movía por la estancia como si estuviera buscando algo. Pero la que sí miraba era Claudia. Lo hacía a hurtadillas, nerviosamente, aprovechando los momentos más propicios para no ser cazada y esforzándose en espiar sobretodo el trasero del tío y lo que colgaba en la entrepierna, una polla que, aun en reposo, presentaba unas considerables y envidiables dimensiones. Seguramente ella estaba incómoda, pero a mí me dio la impresión de que no le disgustaba en absoluto gozar de tan sugerente espectáculo visual.
El caso es que, ocultando parcialmente sus vergüenzas, el tío acabó dirigiéndose a Claudia:
– Oye, tengo un pequeño problema, mi compañero se ha llevado en su bolsa mi bañador y no vuelve hasta las seis cuando empiezan las clases. No tengo nada que ponerme.
Vaya historia absurda, pensé de inmediato. Estaba claro de que todo era una treta para exhibirse ante mi esposa. Siempre cabía la posibilidad de que se pusiera de nuevo el traje de windsurfista, o una simple toalla que seguro había en el baño. Sin embargo mi esposa no debió caer en esa posibilidad. Con la cabeza gacha, sin querer mirarle, sólo contestó inocentemente:
– Mejor será que me marche, no quiero que estés incómodo – como si ella no lo estuviera.
– Por mí no hay problema – contestó él – te hago la cura en la herida en un santiamén y listo.
Al oír al chico me acordé de que la tarde anterior Claudia vino con una herida en la pantorrilla que, según ella, se había hecho en las rocas de la playa. La herida estaba limpia y desinfectada y pensé que ella misma se la había curado. Pero era muy posible que la cura se la hiciera él, o sea que ya hubieran estado allí mismo la tarde anterior. ¡De modo que era eso! Me vino un pequeño y celoso escalofrío, pero si algo estaba claro era que ambos guardaban unas distancias más que suficientes como para pensar que hubiera habido algo lujurioso entre ellos.
– Hombre, es que no sé – replicó ella, alzando la vista y sonrojándose al toparse de lleno y de frente con la virilidad desnuda del hombre, aunque con su rabo medio escondido por sus manos. Los ojos grandes y azules de ese hombre hasta a mí me impactaron. Ella bajó de nuevo la mirada y siguió – tú estás desnudo y ¿qué quieres que te diga? A mí me da vergüenza.
– ¡Ah! Lo siento. Yo pensaba que a ti no te imponía la desnudez natural – dijo él con aparente asombro, y se lo pensó antes de seguir con una sorprendente afirmación – al fin y al cabo yo ya te he visto también a ti desnuda, aunque sólo haya sido de cintura para arriba. – y dicho esto se acercó algo más a Claudia y quitó las manos de su polla, dejándola completamente al aire.
La rotundidad de las palabras del tío me impactó. Claudia reaccionó con rapidez y algo mosqueada, cruzando su mirada con la de él:
– ¿Qué estás diciendo? Tú estás mal. ¿Cuándo me has visto a mí los pechos? ¿A qué juegas?
– ¡Oye, que es verdad! Creo que fue antes de ayer cuando hacías top-less en la playa – contestó él con la misma rotundidad que antes.
Yo esperaba una rápida réplica de mi mujer, negándolo, pero ésta, por desgracia, no llegaba. Hizo una mueca de resignación y bajó la vista, aprovechando el momento, sin poder disimularlo, pare echarle un breve vistazo al sexo de él.
– Joder, si sólo fue un ratito – dijo finalmente en voz muy baja, confirmándolo, muy a mi pesar – hay que tener mala suerte para que, por una vez que lo hago, me hayas tenido que ver.
– ¿Es la primera vez que lo has hecho? – dijo él
– Pues la verdad es que sí – contestó una Claudia algo más relajada – Era algo que hacía tiempo me rondaba la cabeza, pero ya sabes, la vergüenza, los prejuicios morales y todas esas cosas. Además mi marido nunca me habría dejado hacerlo. Es un poquito… , ya sabes, …. retrógrado.
Yo alucinaba. ¿Yo retrógrado? Pero si ella jamás me había hablado al respecto. Vamos que no sólo la habría dejado ponerse en tetas en la playa, sino que incluso alguna vez pensé en proponérselo, pero no lo hice por temor a lo ella que me pudiera decir. Menudo monumento a la comunicación de pareja.
La conversación entre ambos siguió, con una Claudia mucho más distendida y sin preocuparse tanto de la desnudez del chico.
– Así que por fin te animaste a hacerlo ¿Y qué sensación te produjo?
– No sé, la verdad es que me sentí rara, como liberada, luchando nerviosamente contra el pudor y …., – ella no terminó la frase, pero evidentemente sabía lo que quería decir.
– Hay algo más, ¿verdad? ¿Tuviste otras sensaciones? ¿Qué pasa? ¿Te cuesta hablar de ello?
– Bueno, un poco sí – Claudia, se lo pensó antes de seguir – es que es difícil de contar, me da algo de vergüenza hablar de ello, y más con alguien a quien solo conozco por haberme curado una herida, alguien del que ni tan siquiera sé su nombre.
– Luis. Me llamo Luis, y hay algo más que conoces de mí – y lo dijo mirándose a la polla, comprobando que, fugazmente, ella lo hacía también.
– Está bien – se animó por fin ella – reconozco que la situación me excitó. ¡Ya está! ¡Ya lo he dicho! – concluyó, alzando la voz, con satisfacción – Lo que no sé es si es normal o no.
– La cuestión es si lo que te excitó fue el hecho de exhibirte. Esa es la pregunta que te debes contestar. A muchas mujeres les pone eso de exhibirse.
Cada vez me gustaba menos el cariz que estaba tomando el asunto. Claudia se había abierto con ese individuo como nunca lo había hecho conmigo, destapando algunos secretos que ni yo conocía, y lo peor es que parecía gustarle haber encontrado en un extraño al confidente ideal, un extraño que conversaba con ellas en pelotas. Incluso empezó a llamarle por su nombre.
– ¿Qué quieres que te diga, Luis? Para qué negarlo. Claro que me gustó sentir la excitación de lo prohibido, y de estar medio desnuda a la vista de cualquiera, aunque fuera en la naturalidad de una playa donde ya hay muchas mujeres que hacen top-less.
– Pues si en la playa tuviste esa sensación, ¿qué crees que sentirías si descubrieras aquí y ahora mismo, tus pechos, con un hombre también desnudo, a apenas un par de metros de ti, en un recinto cerrado? ¿Te lo Imaginas?
Las palabras de Luis, invitándola a volar con su imaginación, parecían sin duda cautivadoras para Claudia. Pese a la tela del bikini no era difícil constatar cómo ahora se marcaban sus grandes pezones El también se dio cuenta sin duda de que la situación era excitante para mi mujer. Otra cosa era que ella tuviera la valentía de llevar a cabo algo así. Como ella se mantenía callada, escondiendo sus íntimos pensamientos, Luis la tentó aún más, de un modo más directo y obsceno.
– Mira te hago una propuesta. Tú te quitas la parte de arriba del bikini y me dejas el pareo para que yo me cubra la polla y el culo.
– A ver, creo que estamos llevando las cosas algo lejos ¿no te parece? – contestó ella, tras pensárselo un rato y sin parecer excesivamente convencida – una cosa es imaginar y otra muy distinta es actuar.
– Tienes razón, son cosas distintas, pero la realidad es la que vale, la que te permite comprobar tus auténticas sensaciones – argumentó él poniéndose en plan filósofo, antes de ir de nuevo al grano – Mira, solo serán unos minutos, el tiempo justo para limpiarte la herida. Luego te marchas ¿Qué te parece la idea?
Supongo que ya había llegado la hora de que yo interviniera, pues era evidente que el amigo Luis estaba ya jugando fuerte sus cartas, con la clara de intención de ir envolviendo a Claudia en sus seductoras redes. No me imaginaba a Claudia desnudándose ante él, ella era una mujer abierta y simpática, pero, sexualmente reprimidilla, de las de polvito en la posición de misionero y poco más. Algunas de mis fantasías sexuales sólo las había podido poner en práctica, yéndome un par de veces de putas, nunca con mi esposa. El caso es que, sorprendentemente para mí, ella ahora callaba y dudaba, supongo que debatiéndose entre el pudor y el morbo de lo prohibido. Y como me interesaba demasiado conocer su reacción final, preferí estarme quietecito. Sucedió, claro está, lo que menos quería.
– Está bien, pero prométeme que no vas mirar y que en cuanto me cures la herida, me pongo de nuevo el bikini ¿vale?
– Mujer, a lo mejor a mí también se me se me escapa una miradita – contestó con un cierto aire de triunfo y haciéndole ver que no estaba siendo ajeno a sus fugaces actos de voyeur, antes de sentenciar – de acuerdo Claudia, procuraré no mirar.
¡Ya! Pensé yo. Menudo caradura, seguro que no sólo iba a mirar todo lo que pudiera, sino que iba a intentar algo más después. Incluso me pareció que su polla comenzaba a inquietarse, algo por otro lado normal, ante la morbosa situación que se estaba cociendo allí dentro. Claudia dudó algo más, pero aquello decididamente no tenía ya vuelta atrás. Se desató el pareo que aún llevaba anudado a su cuerpo y se lo dio a Luis ordenándole nerviosamente:
– Toma, aquí tienes el pareo. Date la vuelta y no te gires hasta que yo te diga. ¡Y no mires!
– ¡Vale! – dijo Luis, cogiendo la prenda anaranjada y semitransparente que le ofreció mi esposa y dándose obedientemente la vuelta, mientras añadía – por cierto, aún no sé cómo te llamas tú.
– Claudia – contestó ella sin más.
Y mientras comenzaba a desabrocharse la parte suprior de su bikini rojo, aprovechó la ocasión de estar él de espaldas, para contemplar a placer el trasero masculino, firme, rotundo y musculoso que se le ofrecía mientras el hombre se afanaba, seguro que con deliberada torpeza, en cubrirse sus partes nobles.
Vaya, vaya con mi esposa, pensé, viendo que no se cortaba un pelo observando ese culo masculino con aparente deleite. Cuando terminó de despojarse de la prenda, la colocó en la mesa y cubriéndose las tetas con los brazos, esperó a que él se tapara antes de darle permiso para girarse.
– Bien, ya está. ¿Me haces la cura en la herida?
El no se giró todavía. Se acercó a un pequeño armarito bajo con el símbolo de la cruz roja. Iba ridículamente ataviado con el pareo que, no demasiado bien colocado, le tapaba lo justo, sin contar que se transparentaba un montón. Cogió un pequeño botiquín y por fin se dio la vuelta para acercarse a mi esposa, actuando con naturalidad, intentando amortiguar el incipiente sonrojo de Claudia.
– Y bien Claudia ¿qué tal estás ahora? – le preguntó sin mirarla directamente, arrodillándose a sus pies para iniciar la cura en la pierna. Ella estaba muy tensa, se notaba en sus piernas cruzadas y en el modo en que se abrazaba fuertemente los pechos para ocultarlos a su particular enfermero.
– Extraña – acertó a decir, mientras se acentuaba su sonrojo – esto es algo muy nuevo para mí. Supongo que es cuestión de acostumbrarse, de tomarlo con naturalidad – añadió intentando autotranquilizarse.
– Aún está algo infectada – siguió él, recorriendo con sus ojos las piernas de mi mujer, sin hacer comentario alguno a lo recién escuchado – oye, y aquí ¿qué te ha pasado? – dijo, señalando el muslo de Claudia en el que por la mañana le había picado una medusa.
– ¿Eso? Una medusa que me atacó a traición.
– ¿Y no te duele? Esas picaduras suelen ser jodidas. No eres la primera a la que pica una medusa. Cada día atendemos a alguno más, pero tengo aquí una pomada que es mágica, te lo aseguro.
Fue en ese momento cuando él levantó la vista por primera vez, descubriendo la peculiar pose de Claudia y el encantador color carmesí de sus mejillas. No disimuló para nada un directo recorrido visual a Claudia, poniendo especial atención a la zona de sus pechos que, pese a los intentos de ella por cubrirlos, dejaban al aire sugerentes y redondas zonas. Claudia se estremeció leve e involuntariamente.
– Ponte mejor allí – le dijo Luis, señalando una tumbona de playa que estaba justo debajo del ventanuco desde el que yo espiaba ensimismado.
Aquello había sonado como una orden y mi esposa obedeció sin objeción alguna, levantándose de la silla y sentándose en la tumbona. Luis hizo lo propio en la silla, a su lado y frente a mi vista. Le cogió las piernas por las pantorrillas y las extendió en la tumbona, haciéndola perder el equilibrio. Para recuperarlo Claudia tuvo que agarrarse al borde de la tumbona enseñando por unos instantes uno de sus pechos y su gran pezón, detalle que no pasó inadvertido a los ojos de Luis. El reanudó su tarea de curandero lentamente, con la parsimonia necesaria para mantener el encanto del morboso momento. Al sentarse no se había preocupado de bajarse el pareo y yo descubrí de nuevo a mi esposa aliarse con lo prohibido, espiando con cautela la polla de ese individuo, que, para suerte y gozo de ella, quedaba parcialmente al aire.
Desconocía el rumbo que iba tomar aquello, pero algo me decía que la cura no iba a ser lo único que él iba a hacerle a ella. “Me voy a follar a tu mujer” sus palabras sonaron de nuevo fuertes y punzantes en mí, y por primera vez empecé a convencerme de esa posibilidad imaginándomelo lanzándose ya a lo bestia sobre ella, casi violándola.
– Ya está limpia, Claudia – dijo él de repente, con un tono susurrante y tranquilo, destrozando mis violentas imaginaciones y no sé si también las de mi esposa, que tuvo por fin que dejar de mirar donde no debía para fijarse en la herida ya apañada.
– Bien, vamos ahora a lo otro – volvió a intervenir con igual tono, sin que a mí me quedara muy claro si se refería a lo de la medusa o a algo mucho más atrevido.
Luis rozó suavemente con la yema de un dedo la zona de la picadura, a medio muslo y Claudia se agitó levemente. Ya con la pomada en los dedos, estos se movieron con más presión, extendiendo el ungüento amarillento y dando brillo a la piel afectada. Pero Luis ya no se limitó a la zona enrojecida, sino que empezó a extenderla en el resto del muslo de mi mujer, con círculos mayores, cada vez más cercanos a su sexo. Era tal el atrevimiento del hombre que ella tuvo que retirarle la mano cuando la caricia iba a alcanzar la única parte del bikini que aún llevaba encima, posándola de nuevo donde la picadura. Pese a ello, él reinició la ansiada exploración y esta vez llegó a alcanzar por unos instantes la zona púbica de mi esposa, justo antes de que ella le cogiera de nuevo la mano y la devolviera a su lugar adecuado, pero en esta ocasión sin soltarla, con lo que una de sus dos tetas quedó por completo al descubierto.
Luis alzó la mirada cruzándola unos instantes con la de Claudia. Luego se deleitó un buen rato observando el pecho desnudo de mi esposa. El pezón aparecía grande y turgente, mostrando los síntomas evidentes de su excitación. También la polla de Luis sufría esos efectos, sin que el pareo pudiera ya tapar su creciente erección. Fue ésta la última ocasión de la tarde en la que dudé en intervenir. Me dolía ver a mi esposa entregándose poco a poco y a él recreándose con ella. Estaba ya casi del todo convencido de que si no hacía algo, él realmente podía llegar a follársela, pero necesitaba saber hasta donde era capaz de llegar mi sorprendente esposa. Aunque otra cosa que me resultaba sorprendente y desconcertante era que la polla de Luis no era la única que se ponía en marcha.
Claudia se mantenía callada e inmóvil, y enrojeció de nuevo, sintiendo la devota y directa mirada masculina sobre su cuerpo. La mano de Luis comenzó de nuevo a reptar muslo arriba, sin que le importara tenerla agarrada por la de ella. Esta vez no hubo nada que le impidiera llegar a su objetivo. Alcanzó el coño de mi esposa, sobre el bañador, y tanteó a placer la zona del pubis y las ingles. Claudia se estremeció al contacto, cerró los ojos y echó su cabeza hacia atrás. Soltó la mano inquieta de Luis y se agarró a los bordes de la tumbona con las suyas. Sus dos tetas quedaban ahora generosamente a disposición total del macho y él no despreció la oportunidad. Dejó la silla y se arrodilló junto a ella. La tela del bikini no era ya obstáculo para que su mano palpara directamente por dentro el chocho de mi mujer. La otra se apoderó de una de las tetas y su boca de la otra, sobándolos y besándolos en su totalidad. Luis empujó suavemente con la testa para conseguir que Claudia quedara tumbada sobre el respaldo inclinado de la tumbona, en la mejor disposición para que él buscara con sus besos el cuello, las mejillas y por fin la boca de mi mujer.
Claudia correspondió excitada a su amante, y ambos se besaron usando sin reparo labios y lenguas. Mientras se besaban, ella le obsequió aun más, abriendo sus piernas e incitándole a acariciarla en su parte más intima, algo que Luis hizo de inmediato, arrancándole mayores y excitantes estremecimientos cuando las caricias se concentraron en su clítoris y en el orificio vaginal, donde él la follaba en ocasiones con un par de dedos, investigando la zona por la que sin duda pensaba tirársela después.
El beso fue largo y excitante, sobre todo para mi chica, asaltada en gran parte de su cuerpo por las voraces manos de Luis que iban y volvían sin cesar a los lugares más preciados y excitables, sus pezones y su raja. La entrega de mi esposa era ya total y el que él se la tirara parecía sólo cuestión de tiempo.
Luis se incorporó, se quitó el molesto pareo y se quedó así, de pie, un buen rato. Claudia contemplaba con auténtica devoción y sin pudor alguno el inmenso pollón que él le ofrecía.
– Mira lo que has hecho, niña mala – le dijo él con descaro ¿te parece bien calentarme de este modo?
– ¡Qué cabrón eres! – contestó ella, sin dejar de contemplar el cuerpo desnudo y sin vello alguno del tío, y añadió con un modo de hablar nuevo para mí, lleno de vicio y lujuria – tú eres el culpable, no cumpliste lo pactado. Me miraste las tetas y luego me las has tocado, y el chocho también. Me has puesto caliente. ¡Te lo mereces!
– Pues habrá que hacer algo ¿no? Esto no puede quedarse así.
– ¿Qué? ¿Me quieres follar? – preguntó ella llena de ansia y deseo.
– De momento me quiero comer tu precioso y regordete coñito.
Luis, sin más preámbulos, se abrió paso entre sus muslos y puso su cara frente al rico y jugoso bocado que quería llevarse a la boca, algo que yo mismo había querido hacer tantas veces y que por miedo a su posible reacción jamás le había propuesto a mi querida Claudia. Le quitó el bikini y hasta yo pude cerciorarme de lo mojado que estaba el coño de mi mujer, sobre todo los no muy abundantes pelos que apenas podían esconder su alargada raja. Se quedó un buen rato mirando el sexo recién descubierto, explorando sus rincones, sus prominentes y mojados labios, su vagina enrojecida por la excitación. Tanto le gustaba el espectáculo que ella parecía impacientarse:
– ¿De verdad que vas ser capaz de lamérmelo? – preguntó, tal vez dudando realmente que él lo hiciera.
Luis no contestó, simplemente bajó su cabeza y sus labios y lengua hicieron el resto, provocando que Claudia se contorneara y gimiera, presa del placer, dejándome además aún más como un idiota cuando, en medio de la comida de coño, exclamó roncamente:
– ¡Joder que gusto! ¡Qué maravilla esa lengua! – y añadió mientras hundía desesperadamente con sus manos al amante en su sexo – no sabes el tiempo que llevo esperando para saber qué se siente cuando te comen el chocho.
Yo no veía las maniobras de Luis, pero me las imaginaba. Su cabeza se movía enterrada en el sexo de mi esposa, arrancándole continuos gemidos de gusto. Noté que se acercaba el orgasmo de Claudia y entonces él paró, dejándola con las ganas.
– ¿Qué haces? – dijo ella confusa – ¡Me iba a venir! Vamos, sigue por favor – le suplicó.
– ¡No! – replicó él – No es el momento.
– ¿Cómo que no es el momento? ¿Qué dices? Si estaba a punto.
No sé si era lo que Luis pensaba, pero me dio la impresión de que él prefería tenerla así, excitada y caliente. Dejarla orgasmar podía producir que luego ella, una vez aliviado su deseo, se negara a follar con él.
– Aún no – insistió Luis, echándose hacia atrás y sentándose en los pies de la tumbona, con su verga absolutamente parada.
La cara de Claudia mostró aún su enfado, pero duró poco. La visión del cuerpo del windsurfista, desnudo, mirándola fijamente y con el deseo a flor de piel, la cautivaba. Debió darse cuenta de que él esperaba también algo por parte de ella y se le acercó sonriendo morbosamente.
¡No podía ser verdad lo que se avecinaba! Aquello era la leche. Mi modosita y pasiva esposa se disponía a prestar sus atenciones femeninas a ese individuo al que apenas conocía. ¿Sería capaz de tocarle la polla, o peor aún, de chupársela? Tuve un escalofrío y un fuerte cosquilleo en el estómago, pero eso no hizo que mi empinado sexo se durmiera.
Claudia le plantó un buen beso en los morros y luego fue ella la que se dedicó a explorar con manos y boca el atractivo amante. Mientras le besaba el cuello y hombros, sus manos se deslizaban arriba y abajo por la parte superior del cuerpo masculino, evitando, de momento, alcanzar la desafiante espada que esperaba ansiosa las merecidas caricias. Luis echó aún más atrás su cuerpo y se sujetó a la tumbona esperando ansioso lo que yo esperaba desesperadamente que no sucediera. Pero sucedió. Los besos bajaron a los pectorales y Claudia puso una de sus manos en la polla, arrancando el primer gran suspiro de Luis. Luego le besó y mordisqueó con dedicación las tetillas, mientras sus dos manos acariciaban sin pudor la imponente verga y las pelotas, provocándole más y más suspiros.
– Que grande tienes la polla – dijo ella en voz baja, interrumpiendo brevemente sus besos – Me encanta tocártela, sentir sus venas, su piel suave – ¡Ahh!, voy a disfrutar mucho cuando me la metas.
Estas palabras calentaron aún más a Luis, que no pudo evitar poner una de sus manos en la cabeza de mi esposa, incitándola a bajar, ansiando conseguir llevar esa deliciosa boca a su polla. Claudia se dejó guiar y cuando tuvo la verga de Luis ante ella, se entretuvo un buen rato en besarla, recorriendo por el tronco y por los huevos, descubriendo en sus labios y lengua las sensaciones de una polla grande, erecta y por momento palpitante, pero sin rozar para nada el húmedo glande. Luis quería obviamente más:
– Vamos Claudia, ¿a qué esperas? – resopló ansiosamente – Métetela ya en la boca. Vamos, que me vas a matar de gusto.
– ¡No! – contesto ella con energía, dándome una pequeña alegría.
– ¿Cómo que no? Vamos, mujer. Yo te lo he hecho a ti – suspiraba él impaciente.
– ¡De chuparla ni hablar! – insistió Claudia – Lo que quiero es follar – añadió, dándole un pequeño y único besito en el capullo y echándose para atrás, colocándose para ser penetrada.
Resignado, él obedeció. Tal vez se perdía un manjar, pero el coño de mi esposa, totalmente abierto y listo para él, superaba cualquier otra cosa. Ahora sí que se iba a cumplir la promesa del tipejo ese. Se iba a follar a mi mujer, se la iba a meter, y yo ahí, mirando excitado como un cornudo gilipollas, aunque con la pequeña satisfacción de saber que al menos no iba a conseguir que se la chupara.
Luis no perdió el tiempo, de inmediato se echó sobre ella, con su herramienta bien dispuesta, buscando la puerta de entrada al excitante agujero del coño de mi esposa. No le fue difícil encontrarlo, pues bastó un pequeño empujoncito para que la humedad de su coño la deslizara sin problemas al deseado umbral. Jugó un poquito a desesperarla, rozando sus labios y su estimulado clítoris.
– Bésame – le ordenó Claudia, atrayéndole la cabeza hacia ella. Antes de besarse él contestó:
– Te voy a follar, bombón. Vas a quedar bien jodida.
Se fundieron en un beso de lenguas lujuriosas, y él la penetró de un solo golpe, produciendo un quejido de dolor en ella, que hizo que sus labios se separaran. La sacó y metió dos veces, sin poder evitar manifestar su gusto:
– Dios, qué coño más estrecho, con qué gusto me oprime la polla. Va a ser una delicia follarte.
– Vamos, empieza de una vez. Muévete – volvió a ordenarle ella, antes de besarle de nuevo – pero, ni se te ocurra correrte dentro, no vayas a dejarme preñada.
Y se la folló. Durante casi un cuarto de hora la estuvo bombeando en esa postura, acelerando o ralentizando sus embestidas, evitando que tanto él como ella se corrieran prematuramente. Para mí lo más duro era ver cómo ambos no paraban de besarse mientras se lo hacían. Tal vez un equivocado concepto mío del beso como algo puramente amoroso y de poca carga sexual me engañaba. Era evidente que ahí había poco amor y mucho sexo, y el beso formaba parte de ese pastel sexual que ambos se estaban comiendo. En cambio ver la gruesa picha de ese individuo moverse adentro y afuera del suculento chocho de mi mujer y el deleite que demostraban ambos con ello, me excitaba sin remedio.
Cambiaron de postura un par de veces, siendo siempre Luis el director de orquesta, sin que se dijeran nada. Sólo se oían los suspiros, gemidos, a veces casi gritos, de ambos, sobre todo cuando el ritmo de la follada alcanzaba sus cotas más intensas.
Tras más de media hora de ininterrumpida follada, él hombre puso a Claudia tumbada boca abajo sobre la tumbona, dejando el trasero empinado para follársela al estilo perrito. Era preciosa la imagen del trasero blanco de mi esposa, contrastando con el bronceado cuerpo de su amante. Luis le sobó con ganas y fuerza los cachetes y pasó sus dedos por la raja de su culo y coño, creo que dudando si intentar forzar aún más la situación y penetrarla por el ano, otra de mis fantasías insatisfechas, que ni los días que me fui de putas llegué a cumplir, y de la que tampoco tenía duda alguna de que mi esposa fuera capaz de practicar.
No sé si Luis pensó lo mismo, pero el caso es que al final optó de nuevo por el estrecho coño y reinició la follada, ahora con un ímpetu descomunal, tirando de ella hacia atrás de la cintura mientras le clavaba sin piedad su estaca. Cinco minutos de brutales embestidas hicieron que mi esposa se pusiera a gritar y a agitarse de un modo histérico, corriéndose de una forma que yo jamás había visto. Incluso la oí decir varias veces la palabra “cabrón” entre grito y grito, refiriéndose, claro está, al tío que tanto placer le estaba proporcionando follándosela, aunque quizás el que más merecía ese apelativo era sin duda su marido oculto, viéndola orgasmar como una loca, dominada por ese musculoso macho.
Luis no bajó el ritmo de sus movimientos, tras correrse Claudia, y temí que eyaculara dentro de su coño. Hubiera querido avisarla a Claudia para que lo impidiera, pues ella aún estaba bajo los efectos de su reciente orgasmo y sacudida como una muñeca. De repente Luis sacó su arma del coño de mi mujer y la intentó ensartar en su ano, a lo bestia. Estaba tan dura que consiguió introducir algo del glande, pero no más. La brutal acción hizo reaccionar por fin a mi esposa que al sentir esa polla en el culo se movió lo suficiente para impedir una nueva intentona de él.
– ¿Qué haces, bruto? – le espetó con rudeza
– Deseo correrme Claudia, me has dicho que no puedo en el coño, y había pensado que tal vez …
Luis no terminó la frase, seguramente algo arrepentido por su incontrolado ardor. Mi esposa lo notó y suavizó la situación:
– Está bien. Ya sé que tú aún no te has venido y que debes estar deseándolo – y añadió con una dulce sonrisa – yo me he quedado más que satisfecha con ese pollón que me has metido dentro. Y tú también mereces quedarte bien a gusto, pero, podías avisar antes de hacer algo así. La tienes demasiado gorda y más para un culito virgen como el mío.
No me gustaba lo que estaba oyendo. O me equivocaba o mi esposa le invitaba a sodomizarla y correrse dentro de su culo. Hasta eso parecía ser ella capaz de hacer. Luis entendió lo mismo que yo, evidentemente, y buscó confirmar su permiso.
– Lo siento de veras, pero mira cómo estoy – y enseñó a mi esposa su picha, esplendorosa y sin perder nada de su rigidez. Luego señaló el trasero de ella y la halagó – tienes un culo tan divino, como el resto de tu cuerpo. Déjame que me lo folle.
Mi esposa no contestó, simplemente se volvió a colocar en la misma posición y esperó a que el la sodomizara. Luis lo intentó, pero no iba ser tarea fácil. Mi esposa estaba tensa, y la penetración se hacía muy complicada. La erección del macho empezó a decaer ante la dificultad. Claudia, dolorida, se dio la vuelta quedando frente a él y le dijo:
– Creo que no estoy ahora en situación de que me encules. Es mejor que me la metas y te salgas justo antes de correrte – le propuso ella, razonablemente.
Luis se empezó a masturbar para mantener tiesa su polla, dudando qué hacer. Al final hizo otra propuesta:
– No me gusta mucho esa opción. Prefiero correrme entre tus grandes tetas. Son otras de tus muchas virtudes.
– ¿Quieres una cubana? – Preguntó ella, sorprendiéndome con el conocimiento de tan peculiar práctica sexual. No es necesario que diga que con los pechos que ella tiene, más de una vez me vino la idea de hacerme una paja entre ellos. En fin, eso sí lo hice con una prostituta.
– Me encantará – contestó él decidido.
Tomó las tetas de mi esposa entre sus manos, apoyó su polla al canalillo y la escondió entre aquellas, empezando la cubana que debería llevarle al deseado orgasmo.
Luis se pajeaba entre las grandes tetas de mi esposa, pero noté que él iba subiendo su cuerpo poco a poco y que su pollón asomaba cada vez más fuera del hermoso desfiladero en el que se estaba dando placer, acercándose al rostro de mi esposa. Claudia le miró a los ojos y él debió entenderlo como una advertencia pues de inmediato retrocedió, ocultando de nuevo su instrumento entre los hermosos pechos. Aún así, repitió la jugada y de nuevo la mirada de ella le reprimió. Hubo una tercera intentona que acabó de igual modo y Luis debió pensar que era mejor no correr más riesgos y correrse en ese maravilloso valle, no intentando ya salir de él.
Pero ahí estaba mi esposita, demostrándome una vez más que sexualmente no la conocía en absoluto y que tenía tantas fantasías ocultas como yo mismo.
– ¿Quieres correrte sobre mi cara? – preguntó de repente a su amante, con voz maliciosa y pícara.
Luis, se detuvo en seco, tan sorprendido como yo, al escuchar la propuesta obscena de mi esposa.
– No me hablas en serio, ¿verdad? – y tras una breve pausa, siguió – ¿Me dejarías? – preguntó, todo ilusionado, pero no del todo convencido de que lo que había oído era real.
– Bueno, es una buena proposición, ¿no? Creo que a los tíos os pone mucho hacer esa guarrada, y supongo que mucho más si se lo podéis hacer a una cándida e inocente mujercita casada e infiel, como yo – Claudia parecía divertida con el asombro de su amante – te voy a contar un secreto, a mí me está poniendo mucho la idea de ver tu polla escupiendo semen y mojándome la cara – y recorriendo morbosamente la lengua sobre sus labios, le animó innecesariamente – ¡Anda, que lo estás deseando! ¿Qué dices? ¿Te animas?
– No me lo puedo creer – dijo Luis esbozando una incontrolada y viciosa sonrisa – qué zorra eres Claudia. Claro que me apetece, tus palabras de puta casi hacen que me corra ya, pero me lo voy a tomar con calma. Voy a disfrutar del momento que tan morbosamente me ofreces, cumpliendo tu deseo y el mío. Tranquila, que tengo mucha leche reservada para ti. Vas a quedar satisfecha.
Dio un paso adelante y acercó su espada al rostro de Claudia, reanudando la paja, ahora más despacio, cruzando sus ojos con los de ella, gimiendo y resoplando levemente. Con la mano libre le sobaba uno de los pechos, concentrándose en su pezón.
Mi mujer alternaba sus miradas a los ojos de su excitado amante y a los movimientos de la mano de él en su polla, movimientos que se iban acelerando irremediablemente, conforme aumentaba su gusto. Las delicadas manitas de Claudia subían y bajaban por los muslos de Luis, acariciándolos y toando con los dedos, en las subidas, sus repletas pelotas.
– Me encanta mirar esos ojos de placer mientras te masturbas, y esa polla tan gorda, palpitando sobre mí, lista para derramarse en mi cara – Claudia parecía haberle cogido gusto a hablarle así a Luis. Se daba cuenta del efecto excitante de sus palabras, provocando que subiera el ritmo de su paja. Además no dejaba de mirarle a los ojos con una expresión de vicio para mí desconocida.
– Si sigues hablándome y mirándome así vas a hacer que me corra ya – dijo Luis, frenando sus movimientos e intentando controlarse un poco.
– ¿Me dejas que te la menee yo un ratito? – le dijo Claudia con un encantador tono de niña melosa, capaz de derretir a cualquiera.
– ¡Claro! Es toda tuya. Agárrala con fuerza y sigue pajeándome, como una buena puta, que es lo que pareces.
Claudia le cogió el nabo con una mano y los huevos can la otra, empezando un meneo rítmico y sostenido. Luis bufaba y se retorcía, entornando los ojos para no ver los de Claudia que seguían fijos en lo suyos. Ella paró segundos para calmarle y luego siguió masturbándole, ahora con las dos manos, encerrando la polla de Luis entre ellas.
– Vamos – dijo él, casi con un hilo de voz, apoyando instintivamente sus manos en el pelo de mi esposa – sigue así. Dame gusto, cabrona. ¡Joder, como me la meneas!
Mi esposa bajó la mirada a la herramienta de Luis, sin dejar de masturbarle, y contestó:
– Qué maravilla de pollón, tan grande, tan tieso y tan caliente. Cuanto más tiempo la toco, mas me atrae. Buff, la verdad es que no sé si… – dejó ahí la frase, siguió contemplando unos segundos la verga de Luis, y se la acercó decidida a la boca, metiéndose entre los labios el grueso capullo y una pequeña parte de su tronco, sin dejar de meneársela.
Luis abrió los ojos al sentir la humedad de la boca de mi esposa sobre su polla, y miró extasiado el espectáculo que ella le ofrecía, mamándosela y masturbándole a la vez.
– ¡Dios, que delicia por favor! ¡Me la estas chupando! -exclamó entre suspiros – creía que no te gustaba la idea.
Claudia se sacó el pollón de la boca para hablar:
– ¿Quién ha dicho eso? Antes no te la chupé porque tú me habías dejado con las ganas de correrme – contestó, tras dar dos profundos lametones cubriendo todo el glande – pero tu polla es como un imán – ahora cubrió el capullo por completo y succionó antes de soltarlo – y yo tenía que probar de una puta vez la consistencia de una buena polla entre mis labios. Y me gusta, me gusta mucho sentir su dureza en mi paladar. Creo que voy a seguir mamándotela – y se le metió de nuevo para chuparla.
– ¡Qué puta! Así que antes me castigaste. Tal vez me lo merecía, pero ahora me merezco que me la sigas chupando hasta que me corra en tu cara. A una buena esposa infiel siempre le gusta mamar pollas, sobre todo si no son las del marido – Luis ya movía instintivamente la cabeza de Claudia, acompasándose a las penetraciones que ella dirigía – venga sigue chupando hasta que me corra, no vaya a ser que te arrepientas.
Pero estaba claro que Claudia no se iba a arrepentirse en absoluto. Su cara reflejaba una expresión distinta, no sólo de querer dar gusto, sino de estar recibiéndolo también ella.
Cada vez se introducía algo más la gruesa polla de Luis y ya apenas le masturbaba con las manos, utilizando en cambio los labios y seguramente la lengua para dar y recibir más placer.
– Me estoy excitando – susurró ella soltando la verga y llevando una de sus manos a su coño y la otra al trasero de él.
Luis probablemente agradeció que ella le soltara, pues ahora tenía plena libertad para moverse a su gusto, al ritmo que quisiera, utilizando o no sus manos para masturbarse, mientras ella se la mamaba. Decidió no pajearse con sus manos, concentrando sus esfuerzos en mover sus caderas adelante y atrás, follándosela por la boca, mientras le acariciaba el rostro con ambas manos. Sus primeros empujones fueron incluso algo delicados, cuidando de no introducir más polla de la debida en tan deliciosa boca, pero como todo hombre excitado, y él lo estaba, y mucho, su delicadeza se fue transformando en una creciente rudeza, espoleado por los prolongados gemidos guturales de Claudia, que seguía masturbándose, y porque parecía que ella le animaba con la mano en su trasero a penetrarla más salvajemente entre los labios. El tío disfrutaba sin duda como un cerdo.
Durante cinco largos minutos, Luis se la folló por la boca a placer, entre constantes exclamaciones de gusto por parte de ambos, consiguiendo, para mi sorpresa, que, sin aparente esfuerzo ni oposición, una gran parte de su pollón se enterrara una y otra vez en la boca de Claudia,. Era sorprendente su aguante, pero llegó un momento en el que él ya deseaba venirse, y se frenó, sacando su polla del exquisito aposento cuyos rincones había explorado en su totalidad. Masturbándose suavemente se dirigió a Claudia:
– Estoy disfrutando como un enano, zorrona. Ni en mis mejores sueños habría imaginado tener a una bella hembra casada como tú, recién estrenada en la infidelidad, tan a mi merced – Luis se agachó para darle un buen morreo en la boca y se incorporó de nuevo – ahora voy a correrme. Dime Claudia, ¿sigues queriendo que lo haga sobre tu cara? ¿O tal vez prefieres que te llene la boquita de leche? Tú eliges, putita mía.
Mientras Luis le decía estas palabras, Claudia se masturbaba a gran velocidad, ahora con ambas manos. Le costó mirar a Luis y concentrarse en contestar:
– Córrete donde quieras, en la cara, en la boca, en las tetas, me da igual. Quiero saber que se siente con un tío eyaculando sobre mí. ¡Ahhhh! – Claudia soltó un gemido, más grande, tal vez imaginando el anunciado final – Hazlo donde más te guste, cabrón, pero dame tu semen de una puta vez. Vamos, lléname de lefa ya – terminó gritando, con desesperación.
– ¡Vamos a ello! – exclamó él con aire de triunfo – hace dos semanas que no me tiro a una mujer ni he tenido tiempo de hacerme una buena paja. Vas tener una buena ración de leche, putita.
Luis arrimó la punta de su nabo a la cara de Claudia y la restregó unos instantes por ella, como si la estuviera pintando, antes de volver a penetrarla entre los labios y reiniciar una rápida y potente follada que en menos de un minuto le llevó al borde del orgasmo. Debió elegir el rostro de Claudia como lugar donde eyacular, pues la sacó para pajearse fuera de ella, a escasos centímetros. Era un excitante espectáculo ver a ambos, masturbarse y gimiendo como locos. Claudia se frotaba el coño con una de sus manos, mientras que con la otra se acariciaba una de sus tetas. Luis hacía lo propio en su nabo, y con la otra mano se dedicaba a estimular el excitado pezón del otro pecho de mi esposa.
Finalmente Luis dio el inequívoco y prolongado suspiro que anunciaba el inicio de su corrida, manteniendo su cuerpo en su tensión, antes de que al relajarse, con un enorme gruñido, lanzase su primer y potente disparo de esperma que se estrelló con violencia en la nariz y en la frente de mi chica, resbalando el semen rápidamente hacia abajo, mojando su labio superior y entrando en su preciosa boca abierta. Los dos siguientes chorros, tan abundantes y violentos como el primero, entraron directamente en la boca de Claudia, y con toda probabilidad se estrellaron en su garganta, produciendo un respingo involuntario de mi esposa. El resto de la eyaculación, con otros cinco o seis chorros más, menos copiosos, cubrieron todas las facciones de su cara, incluidos los ojos. Luis no la había engañado, los días de abstinencia y casi una hora de continuo y desbocado sexo con un bombón como ella, se habían aliado para provocar una corrida de grandes dimensiones y abundante leche.
Luis se había ya vaciado, aunque su polla aún sufría los espasmos finales de la brutal corrida, mientras ella se afanaba, sin reparo, en obtener su propio y merecido orgasmo. Más calmado, él se dedicó a coger entre sus dedos los restos de lefa depositados en la cara de Claudia y a llevárselos a la boca. Ella, masturbándose como una posesa, recogía y saboreaba con su lengua el manjar que su amante le proporcionaba, y así entre bocado y bocado, arqueó su cuerpo y a empezó a gritar los efectos de su propia corrida, larga, estruendosa y sin duda placentera. Viéndola en este estado de frenesí, Luis ahogó sus gritos metiéndole de nuevo el nabo en la boca, empujándolo con fuerza hasta el fondo, como queriendo demostrarle así su total dominio de macho sobre ella.
Nunca había visto a mi mujer gozar de esa manera, ni hacer tantas cosas sexualmente obscenas y guarras, según nuestro habitual modo de entender el sexo entre nosotros. No voy a poner en duda que estaba cabreado con lo que había visto, pero estaba muy excitado y no me había querido correr en ese momento en el que prevalecían unas ganas enormes de aprovecharme de todo lo que había descubierto de mi esposa, durante esa tarde de infidelidad, más que de mandarla inmediatamente a la mierda, que es lo que probablemente habría hecho en circunstancias normales. Además me interesaba muchísimo ver cómo reaccionaba ella, una vez que se esfumaran los efluvios del polvazo que se había echado con el cabronazo ese y de su segunda corrida. Fueron dos minutos de callada calma, en las que tan solo Luis seguía moviendo suavemente su morcillona polla, bien dentro de la boca de mi esposa, bien rozando con ella su cara, toda pringosa. De repente sonó el móvil de Claudia, y ella, saliendo del trance, se separó con brusquedad y se levantó de la tumbona en la que él se la había follado bien a gusto. Cogió el teléfono de su bolsita de playa
– ¿Sí? Hola mamá – era mi suegra la que llamaba – ¿qué? ¡Que son las cinco y media! ¿Ya?
Normalmente ella volvía a las cinco, hora de la merienda de nuestra hija. El retraso era considerable. Seguía hablando con su madre, acelerándose más y más:
– Dile a mi marido que dé a la niña de merendar ¿Cómo? ¿Que no está en casa? ¿Hace mucho que se fue? ¡Más de una hora! ¡Ay Dios mío! Voy para allá ahora mismo.
– Esto ha sido una locura – se dijo a si misma muy nerviosamente, mientras buscaba su bikini rojo, encontrando enseguida el top del mismo – pero una locura muy muy grande – añadió. Y siguió hablando sola, mientras buscaba y buscaba por el suelo – No sé qué le voy a decir a mi esposo. Vamos, no sé ni cómo voy a poder mirarle a la cara. Además me estará buscando en la playa. ¡Uff! Tengo que lavarme la cara – la verdad es que se la veía bastante descompuesta, hablando y gesticulando casi ignorando la presencia de Luis a su lado – ¡Coño! ¿Dónde está la parte de abajo del bañador? Hay que estar chalada. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Joder! ¡No encuentro el maldito bikini!
Luis sonreía divertido viendo los aspavientos y palabras de Claudia, por no decir el precioso y excitante trasero que quedaba expuesto a su vista, y a la mía, cada vez que se agachaba para mirar bajo la tumbona, buscando su preciada prenda. En esos momentos ella no estaba en una situación cómoda y Luis lo sabía. Sólo él podía ayudarla.
– ¿Buscas la parte de debajo de tu bikini? – le preguntó Luis, aunque ya conocía la respuesta.
– Sí, ¿la tienes tú? – contestó Claudia, asomándose de debajo de la tumbona, donde buscaba infructuosamente.
– Claro querida. ¿Ya no recuerdas que fue yo quien te la quitó, antes de comerme tu delicioso coñito? – le dijo él, rememorando sabiamente una de las muchos placeres conseguidos poco antes con ella, algo que a mi mujer no pareció hacerle mucha gracia.
– Mira, no es momento para bromas ahora. Ya he pasado bastante tiempo aquí. Mi marido está buscándome. Debo irme cuanto antes – dijo ella, alzando la voz y mirándole desafiante – ¡Vamos! ¡Dámelo ya!
– ¡Hey, hey, menos humos! – el rictus de Luis se puso en ese momento serio – ¿Qué pasa? ¿Ya se te ha olvidado todo lo que hemos hecho? – y añadió, ahora sonriendo – ¿Acaso no te ha gustado? Yo creo que te lo has pasado muy bien, follando como una perra en celo. Es más, creo que aun lo puedes pasar mejor, si me dejas probar ese precioso culito que me estás enseñando.
Claudia se puso de pie de inmediato, ocultando su culo en pompa, pero mostrando generosamente a la vista y sin pudor su exuberante parte delantera. Seguía mostrando enfado.
– ¡Debes estar loco, tanto como yo! ¿Es que no has tenido bastante? ¡Venga, dame el bikini de una puta vez!
– ¡No! – contestó él de nuevo con semblante serio – No hasta que me digas que te ha parecido, pero me tienes que decir la verdad.
Probablemente mi esposa se dio cuenta de que no lo iba a tener fácil, si seguía con esa absurda actitud de cabreo contra quien hacía apenas unos minutos se la había follado con su absoluta complacencia y complicidad. Se lo pensó unos momentos hasta que, resignada, se sentó en la tumbona y esbozando una sonrisa, se sinceró con él, regalándole los oídos:
– Está bien Luis, para qué negarlo. Ha sido la hostia. He disfrutado un huevo. He hecho por primera vez realidad muchas fantasías que solo satisfacía masturbándome, y admito que me has follado de puta madre, que tienes un pollón delicioso y que me ha entusiasmado comerme tu rabo. Pero ahora, te lo pido por favor, debo volver a mi realidad, con mi esposo y familia.
Otra novedad para mí, ahora resultaba que mi esposa hasta se masturbaba soñando con machos, con pollas y Dios sabe con qué más. Pero más me sorprendió a continuación Luis, refiriéndose a mí.
– ¿Y por qué no pones en práctica esas fantasías con tu marido?
El gesto de Claudia, al escuchar esa proposición, reflejó muchas dudas al respecto, y sus palabras lo confirmaron:
– Si lo hago creerá que soy una puta. Siempre hemos tenido un sexo de tres al cuarto, rutinario y aburrido, sin variaciones. El es muy tradicional, no le van todas estas cosas. Después de tantos años ¿cómo voy a plantearle todo eso? No, es imposible.
– ¿Por qué no se lo dices, Claudia? – insistió él, y señalando mi posición con el dedo, siguió – tienes a tu esposo ahí al lado, asomado, y ha visto absolutamente todo lo que hemos hecho esta tarde.
Mi shock fue total, no sólo por haber sido cazado in fraganti, sino sobre todo por descubrir que el amante de mi mujer sabía en todo momento que yo le estaba viendo besarla, sobarla, comérsela entera y follársela antes de correrse en su cara y boca. Fue tal mi confusión que sólo al rato me percaté de la presencia de mi esposa a la entrada de la estrecha estancia en la que me hallaba, aún ridículamente subido al taburete. Cuando la vi, tan asombrada y perpleja como yo mismo, aunque ella con el regusto de un polvo espectacular y yo con el de unos cuernos de campeonato, me bajé del taburete y ambos salimos al lugar de los hechos. Luis no estaba allí. Debió salir, probablemente para dejarnos solos, siendo el único gesto que pude agradecerle en esa alucinante tarde.
Durante varios minutos estuvimos sentados en la tumbona del delito, uno junto al otro, sin decirnos nada. Yo no sabía por dónde empezar. Extrañamente no estaba tan cabreado como hubiera querido, para mandarla a la mierda, y tuve que esperar a que fuera ella la que lacónicamente empezara:
– ¡Dios! Por qué no evitaste que pasara todo esto. Estabas ahí, viéndolo todo y te quedaste quieto, impasible. No lo entiendo.
– Tiene gracia – contesté casi sin vacilar – de modo que no lo entiendes. Ahora resulta que el culpable soy yo por haberte dejado hacer todas las guarrerías que has hecho. ¿Qué pasa, tú no tienes nada de culpa en esto? Te recuerdo que nadie te ha obligado, tú misma te has prestado a ello, y además con gusto, realizando tus fantasías con otro hombre, con un desconocido ¿tengo yo la culpa de eso?
– Lo siento – intentó rectificar ella – Me hubiera gustado contarte mis fantasías y haberlas puesto en práctica contigo, pero no sabía cuál podría ser tu reacción. De verdad que lo siento.
– ¿Qué lo sientes? – contesté, menos malhumorado de lo que pretendía demostrar – ¿Qué es lo que sientes? ¿Haberme puesto los cuernos? ¿Morrearte, sobarte y follar con ese tío, al que encima conociste ayer? ¿Haberle comido el rabo y haber gozado como una puta mientras él descargaba toda su leche sobre ti y dentro de ti? – y lo peor que pudo pasarme fue volver a empalmarme recordando esos momentos calientes de la sesión de sexo de mi esposa y su amante. Mi bañador no era suficiente para ocultar la erección, mientras Claudia seguía in tentando disculparse:
– Ya sé que yo soy la culpable, pero de verdad que nada ha sido premeditado. Las cosas han surgido así, sin buscarlas, me fui excitando, casi sin querer, y ya todo vino de corrido – y ahí Claudia se percató de mi excitación. Me miró unos segundos con asombro y callada, antes de añadir con cierta sorna – oye ¡se te ha puesto el pito grande! – y ante mi prolongado silencio, dictó sentencia – ¡No me jodas! ¡Todo esto te excita! ¡Eres uno de esos tíos que disfruta viendo a su mujer follar con otro! ¡Increíble!
Dudé, antes de replicar, pues la verdad es que ni yo mismo lo tenía claro. Y puestos a ser sinceros, así se lo manifesté:
– Mira, Claudia, no sé si es eso lo que me excita o saber que las cosas que has hecho hoy y otras muchas más las podemos hacer juntos. Te confieso que también son fantasías mías y que ya he realizado algunas, pagando a prostitutas por ellas.
Mi esposa me miró fijamente un rato que se me hizo eterno, sin importarle aparentemente mi propia confesión de haberle sido alguna vez infiel, aunque hubiera sido con una meretriz. Luego esbozó una sonrisa, se acercó a mí, me empujó en el pecho haciendo que me retumbara en la tumbona y se arrodilló frente a mi entrepierna. Al bajarme el bañador, mi polla saltó como un resorte. Cerré los ojos, agarré sus dos grandes tetas y me dejé llevar por el maravilloso trabajo de manos, boca y lengua que Claudia inició, por primera vez, sobre mi instrumento. Era fantástico y excitante, tanto que ni me inmuté cuando, en plena mamada, escuché una voz que me susurraba al oído:
– ¡Voy a romperle el culo a tu mujer!
Apenas un par de minutos después, Claudia soltó varios gritos, con mi polla aún en su boca. Luego los gritos se convirtieron en gemidos, mientras su cuerpo se balanceaba acercándose y alejándose de mi acompasadamente y unas manos grandes y masculinas se unían a las mías, luchando por apoderarse de sus excitados pezones.
FIN
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