Jack quedó petrificado mirando a su “esposa”; ella, en concomitancia con el carácter que él acababa de descubrirle, se mantenía imperturbable y, ahora, sin expresar emoción alguna: distaba años luz de la Laureen de un rato antes.  El cinto, por su parte, pendía laxo desde su mano hacia el piso.  Jack no cabía en sí de la furia; estaba rojo y temblaba: su corazón latía cada vez con más fuerza, pero no le importaba demasiado… Girando la cabeza, miró con odio hacia la ventana o, más bien, hacia la casa vecina, aun cuando desde el cuarto matrimonial no tuviera vista de la habitación de Jack.
Echó a correr escaleras arriba, hacia la buhardilla.  La supuesta Laureen amagó a seguirle.
“¡Quédate aquí! – rugió él, interrumpiendo su carrera por un segundo y dedicándole la mayor mirada de odio de que era capaz -.  ¡No te me acerques!  ¡No me sigas!  ¡No quiero verte!”
Ella quedó allí, inmóvil y con un cierto aire de decepción en el semblante, el cual, seguramente, sería parte del arsenal de emulación de emociones con que los fabricantes le habían programado.  Jack retomó su camino y, al llegar la buhardilla, tomó sus binoculares, espió por la ventana y, en efecto, distinguió a Luke en su cuarto, de pie y en actitud relajada mientras ella (¿otro Ferobot o la mismísima Laureen?) le mamaba la verga con absoluta entrega y fruición: ¿era ésa la verdadera Laureen?
Enceguecido de rabia y de odio, arrojó los binoculares en cualquier lado y bajó las escaleras a la carrera y casi tropezándose para luego salir hacia el parque y cruzarlo en dirección hacia la calle.  Una vez allí se dirigió hacia el portón de Luke, el cual, como era de esperar a esas horas, estaba cerrado.  Nervioso, tembloroso y preso de una locura que ya no controlaba, pegó, prácticamente, su dedo al llamador y no dejó de hacerlo hasta que el sonriente rostro de Luke se dibujó tras el portón al abrirse el mismo.
“¡Jack! – le dijo su vecino con expresión de sorpresa -.  Es raro verte de visita a estas horas… ¿Qué ocurre?  ¿Hay algún problema?”
Jack, simplemente, le dedicó una mirada que era hielo puro para, seguidamente, pasar por sobre él, apartándole de un empellón.
“¡Jack…! – no paraba de repetir Luke, sorprendido, mientras veía a su vecino, bañada su figura por la luz de la luna, echar a la carrera a través del parque en dirección hacia la casa -.  ¿Q…. qué demonios ocurre?”
Jack entró intempestivamente, chocándose con todo lo que había a su alrededor.  Subió de dos en dos los peldaños hacia la habitación y, hallando la puerta abierta, ingresó en la misma.  Se frenó en seco.  De rodillas en el piso, tal como él la viera desde su buhardilla, se hallaba Laureen, o bien una  réplica de ella, o lo que fuera, cerrados sus ojos y abierta su boca cuán grande era, como a la espera de algo.
¿Volviste? – dijo alegremente y sin abrir los ojos -.  Como verás, no me he movido y te estoy agurdando en la forma en que dijiste que lo hiciera, jiji…”
Jack avanzó; cada paso hacía un furioso eco en el cuarto.  Cuando estuvo frente a ella y viendo que su esposa seguía aún con los ojos cerrados y su boca abierta, la tomó por los cabellos y prácticamente la izó; en ese momento ella abrió los ojos y su rostro se contrajo en una mueca de dolor que fue acompañada por un lastimero quejido.
“¡Jack…! – exclamó ella, una vez que él la hubo soltado y sin poder ocultar su más que evidente sorpresa -.  ¿Q… qué haces aquí?  ¿No… estás con tu esposa?  ¿Con… Laureen?”
Él seguía mirándola con ojos penetrantes e inyectados en ira.  Aún no podía determinar si estaba ante su propia esposa o ante otro robot que, al igual que el que acababa de dejar en su propia casa, fuera perfecta imitación de ella.  En caso de ser la verdadera Laureen, estaba haciendo lo esperable: mantener la farsa de que era un robot; sin embargo, tartamudeaba, balbuceaba y se la notaba insegura…
“Eres una puta de mierda… – le espetó él con hiriente frialdad -.  Sólo eres un pedazo de mierda mal cagado por tu madre que fue otra puta de mierda, lo mismo que tu padre fue un…”
No pudo terminar la frase.  Laureen, a quien el rostro, transfigurándose por completo su rostro ante tales palabras, le estrelló una  bofetada en la cara… Jack acusó recibo del golpe y ladeó la cabeza, pero en sus labios se esbozó una sonrisa que, más que satisfacción, expresaba una amarga desilusión…
“Eres Laureen… – dictaminó -.  Un robot nunca me hubiera golpeado…”
Ella pareció desmoronarse; se puso de todos colores y en sus ojos comenzaron a aparecer algunas lágrimas.
“Jack, déjala en paz…” –  oyó Jack una voz a sus espaldas, a la cual no fue difícil reconocer como de Luke Nolan.
Pero Jack casi ni parecía escuchar.   Sus ojos eran dardos envenenados dirigidos contra su esposa quien, lentamente, fue tomando asiento en la cama; temblaba de la cabeza a los pies.  Decididamente, no era un robot.
“¿Qué querías que hiciera…?” –  preguntó de repente, sollozando y bajando la cabeza hacia sus rodillas -.  Me olvidaste por completo, Jack: vivías… para cualquier cosa menos para mí”
“¿Cuánto hace?” – preguntó él, secamente.
Ella lo miró, llorosos sus ojos.
“No… te entiendo…”
“¿Cuánto hace que hicieron el cambio?” – especificó Jack, cuyas palabras sonaban cada vez más mordidas al mismo tiempo que su voz empezaba a sonar quebrada.
“Fue hace varios días – respondió Luke a sus espaldas, como si se sintiera en la obligación de responder por Laureen o bien protegerla -.  Justo después de aquello que ocurrió en el edificio Vanderbilt…”
Súbitamente, Jack fue haciendo un recuento de los acontecimientos en su cabeza.  Así fueron desfilando: el día aquél en que “Laureen” le descubriera espiando a su vecino junto al “robot”, los repentinos cambios en la conducta de ella, la inquietud que había parecido sentir en el circo al ver el látigo y las dudas que hacía apenas un rato había manifestado acerca del dolor como posible fuente de placer; todo encajaba.  Jack se sintió un imbécil: llevaba varios días conviviendo con un robot y no se había dado cuenta de nada…   Perplejo, mantuvo durante un rato la vista fija sobre su esposa: era como si aguardara una explicación por parte de ella, quien, habiendo vuelto a bajar la cabeza parecía avergonzada y compungida, pero no arrepentida…
“Jack, tu mundo eran…  dos androides… – dijo, al cabo de un rato, con la voz quebrada y entrecortada –  ¿Ya lo olvidaste?  Yo… no podía seguir así…”
“Podrías haberte marchado de casa… – replicó él -, pero,… ¿tenía que ser con este pedazo de mierda?” – se volvió durante un instante hacia Luke, quien sólo atinó a sonreír.
“Créeme que te entiendo, Jack…”- dijo Laureen con evidente pesar en su voz.
“No quiero que me entiendas; quiero entender algo yo…”
“Es que… nunca entendiste nada, Jack… ¿Por qué habrías de hacerlo ahora?  Míralo de este modo: tú, con la excusa de ayudar a combatir la rutina y revitalizar nuestro matrimonio, te echaste en brazos de dos androides hechos a tu medida y conveniencia que eran réplicas de dos celebridades que te calentaban la verga… – hizo un alto y tragó saliva; parecía desconocerse a sí misma al hablar de ese modo -.  Luke hizo exactamente lo opuesto: encargó un androide que era… imitación mía…”
“Es que no era posible pensar en un robot más perfecto, Laureen” – apuntó Luke, con un tono que a Jack irritó sobremanera por sonarle de impostada ternura; aun así, no le respondió sino que siguió con los ojos clavados en su esposa.  El rostro de Jack lucía cada vez más desencajado, en la medida en que, a su pesar, algunas cosas iban cerrando.
“Te conmovió con eso, ¿verdad?” – preguntó, siempre mirando a Laureen.
“¿Qué mujer podría no hacerlo? – repuso ella, alzando un poco más la voz y encogiéndose de hombros -.  Tu fantasía, Jack, eran esa presentadora y esa modelo… La fantasía de Luke… era yo…”
“Y ya no eres fantasía – apostilló Luke, siempre a espaldas de Jack -.  Creéme que eres mi más hermosa realidad…”
Jack no cabía en sí; todo le daba vueltas.  El mundo se le había venido abajo por completo.  Bajó la cabeza, tragó rabia, crispó los puños… Girándose sobre sí mismo se encaró con Luke.
“El… Ferobot que compraste está ahora en mi casa…” – masculló.
“Así es, Jack – concedió Luke -.  Piensa que podría ser peor: ¿conoces acaso algún marido abandonado al que le quede, al menos, una réplica de su esposa?  Tómatelo con calma, Jack, puedes considerarte afortunado…”
De nuevo esa sonrisita odiosa…  Jack no daba más…
“A lo que iba… – dijo -, es que no hay robot alguno aquí para defenderte…”
Luke lo miró sin entender; sin aviso alguno, el puño de Jack se estrelló pesadamente contra su nariz, provocándole que cayera y quedase sentado en el piso.
“¡No, Jack!” – aulló Laureen, quien, para terminar de coronar la desazón de su marido, se lanzó presta de cuclillas junto a Luke para asistirlo…
Definitivamente, Jack interpretó que ya no tenía nada más que hacer allí.  Dio media vuelta y se marchó…
Al volver a entrar en su casa veía todo absolutamente nublado.  Las sienes le dolían al punto de que parecían estar a punto de estallar en cualquier momento, lo mismo que sentía hincharse una vena de su cuello, como si le latiese de modo exagerado.  Al atravesar a grandes zancadas la sala de estar, se topó, sobre un mueble, con un retrato de Laureen al cual arrojó a lo lejos de un violento golpe.  Sin saber bien por qué, se dirigió camino a su habitación.  Se ensañó con la cama matrimonial, convertida, de algún modo, en ícono de la pareja en crisis.  Sin poder contener su rabia, arrancó las sábanas con fuerza para luego tomar a puntapiés el somier.  En ese momento vio a Laureen entrar presurosamente al cuarto; duda: por un momento se quedó pensando si sería la verdadera, en cuyo caso ella debía haberle seguido.
“¿Jack?  ¿Qué te pasa?  ¡Estás muy alterado!  ¿Puedo ayudarte a que te calmes?”
No, no era la verdadera.  Apoyándole una mano sobre el pecho, la frenó en seco y la empujó hacia atrás en el exacto momento en que ella se abalanzaba sobre él para abrazarle.
“¡Te dije que no me siguieras!” – le espetó, con brusquedad.
“Lo sé, pero… ¡estás verdaderamente mal, Jack! ¡Necesitas ayuda!  Permíteme por favor hacerlo…”
Claro: allí estaba la cuestión.  Maldito cerebro positrónico.  Malditas leyes de Asimov… El androide lo estaba viendo mal de salud y, seguramente, los neurotransmisores de Jack le estaban enviando información acerca de su estado y de la posible inminencia de un colapso peor.  El robot no podía dejar que por su inacción un ser humano sufriese daño, así que, por más que hubiese una contraorden de parte de Jack, ella iba a ayudarle de todas formas pues la Primera Ley tenía prioridad por sobre la Segunda…
Jack era pura impotencia.  Ya había golpeado a su vecino Luke y no sabía cómo se había contenido de no hacerlo con Laureen.  Pero ese robot que, ahora, insistía tanto en ofrecerle ayuda que él no pedía ni quería, era tan endemoniadamente parecido a ella que era inevitable que se convirtiera en un blanco para el odio y los impulsos de ira de Jack.  Así, cuando el Ferobot volvió a írsele encima para intentar abrazarlo, él le estrelló un puñetazo en pleno rostro…
La Tercera Ley operó de inmediato: el robot tenía que protegerse a sí mismo, razón por la cual se echó hacia atrás y se llevó una mano al rostro para resguardarse; no obstante ello, no hizo nada para frenar los furiosos embates de Jack.
“¡Quédate quieta, maldita sea!” – masculló éste; la orden tuvo efecto rápidamente: en el cerebro positrónico del robot, la Segunda Ley, que lo llevaba a obedecer una orden humana, tenía prioridad por sobre la Tercera, que le hacía proteger su propia integridad.   Jack, en el estado en que se hallaba, no podía, desde luego, hacer ese razonamiento pero apenas el androide, respondiendo a la orden, quedó inmóvil, él volvió a golpear contra su rostro una y otra vez, y otra… y otra… Y cada vez que golpeaba, mordía rabia, jadeaba, escupía… y al mirar el rostro que tenía enfrente sólo veía a Laureen; no a un androide, no a una máquina, sólo a Laureen…
De pronto, en una de las tantas veces que llevó el hombro hacia atrás para lanzar su puño, sintió que le flaqueaban las fuerzas.  Un hormigueo le subió por el costado izquierdo y acudieron súbitamente a su mente los recuerdos de aquella vez que había colapsado estando conectado al VirtualRoom.   Todo se le hizo más nublado aun que antes; miró a “Laureen”: se la veía preocupada al parecer… y le hablaba; o, por lo menos, los labios se le movían, pero Jack no escuchaba una sola palabra… La habitación bailaba a su alrededor; ya no se sabía qué era techo, qué era piso o qué pared… y el rostro de Laureen siempre estaba allí… Jack sintió que las piernas ya no le sostenían y, poco a poco, fue sintiendo que caía y se desvanecía; tal sensación se mantuvo hasta que su cabeza impactó contra el piso, lo cual, paradójicamente, tuvo el efecto de volverlo a la realidad por algún instante…  Es que no había golpeado tan pesadamente el piso porque el robot había llegado a manotearle un brazo y amortiguar un poco la caída.
“¡Jack!  ¡Jack!” – insistía la copia de Laureen mientras le tomaba el rostro con ambas manos.  Al parecer, algo malo veía en él o algún diagnóstico hacían sus sensores ya que, de inmediato, y en una escena que parecía absurdamente invertida, cargó en volandas a Jack y echó a correr hacia la noche… Él sintió, nuevamente, que la cabeza le daba vueltas… y se volvió a desvanecer…
Cuando volvió en sí, Jack estaba conectado a montones de cables, tubos y mangueras.   Una voz buscó calmarlo en cuanto intentó moverse…
“Tranquilo… – le dijo -.  No se mueva ni se altere; más bien, alégrese.  Usted se encuentra entre las pocas personas afortunadas que han logrado sobrevivir a dos infartos…”
Cuando pudo precisar el rostro de quien le hablaba, reconoció en él al mismo médico que le había atendido en su infarto anterior.  La cabeza le dolía y mantener los ojos abiertos también, razón por la cual los cerró…
“¿Y… usted es alguna clase de especialista en traer de regreso a gente muerta…?” – preguntó, aturdido pero aun así mordaz.
“Ja,ja… – rió el médico -.  En primer lugar, no es conveniente que hable demasiado; evite los esfuerzos… En segundo lugar, yo no le salvé la vida sino su esposa…”
Entreabriendo los ojos, Jack espió por el rabillo y, en efecto, comprobó que Laureen se hallaba sentada junto a la camilla, mirándole sonriente y tan hermosa como siempre… Un momento, se dijo.  ¿Qué Laureen?  ¿La real o la réplica?  ¿Quién diablos se hallaba sentada allí?  ¿Había realmente sucedido todo?  ¿O se había tratado de una gigantesca alucinación o bien una pesadilla inducida por el sueño post infarto?  Por lo pronto, sintió nuevamente que todo volvía a hacerse difuso a su alrededor… y se durmió…
No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a despertar.  Lo sorprendente del caso fue que, al volver en sí, no se encontró con Laureen sentada junto a la camilla sino que, más bien, se encontró con dos Laureen… Confundido y abombado, miró alternadamente a una y a otra…
“En horario de visitas sólo se permite una persona… – intervino alguien a quien, por la voz, reconoció como el médico de siempre -, pero verdaderamente nos hemos encontrado con un problema en este caso, je…”
Jack no paraba de mirar a una y a otra.  En verdad, no había forma de determinar cuál era la verdadera.
“Jack…, tienes que tener más cuidado de ti mismo – le dijo la que se hallaba a su derecha -; no vas a tener tanta suerte la próxima vez…”
El tono era angustiado y suplicante.  No cabían dudas: ésa era la verdadera Laureen…  Jack, durante un rato, no contestó: siguió moviendo la cabeza a un lado y a otro, admirado de la similitud entre ambas.
“Una de ustedes dos… me salvó la vida… – dijo, hablando con esfuerzo -.  La otra me la arruinó…”
“Jack, esto no tiene sentido… – intervino la que se hallaba a su izquierda, en principio el Ferobot -.  Laureen tiene razón: lo hecho, hecho está… Tienes una vida, Jack, y me tienes a mí.  ¿Cuántos hombres podrían darse el lujo de quedarse con un sustituto idéntico cuando pierden a su esposa?”
Jack hizo lo imposible por contener su ira: el razonamiento del robot era exactamente el mismo que antes había hecho Luke en tono de burla; no era éste el caso, pues el Ferobot hablaba a partir de la lógica, pero, justamente, ello hacía el asunto aun más doloroso.
“Me retiro un momento… – dijo el médico -.  Veo que tienen temas privados que resolver aunque, repito: en este momento hay que evitar las emociones fuertes o los estados alterados.  Sólo puedo decirle una cosa, Jack: las dos son increíblemente hermosas; si logra determinar cuál es verdaderamente su esposa y la otra le sobra, por favor hágamelo saber porque estoy interesado, ja… Estaré en la habitación contigua; por cualquier cosa, llamen a la enfermera…”
“No fue tu culpa – repetía una y otra vez Miss Karlsten -.  No pueden caerte con un garrote en la cabeza por lo ocurrido; ya hice, de hecho, mi declaración en tu descargo aceptando mi propia parte de culpa por lo ocurrido…”
“Y te lo agradezco enormemente – decía Sakugawa, mirando desde los ventanales de sus oficinas hacia los edificios de Capital City -, pero tu mea culpa no va a liberarme de la condena…”
Todavía resonaban en su cabeza las palabras del fiscal denostándolo en su alegato: “Cuando una empresa lanza un producto al mercado debe garantizarle a la sociedad que el mismo no implique peligro para los usuarios o para otras personas; intentemos pensar por un momento en qué podría llegar a ocurrir, por ejemplo, en el caso de que un maniático lograse alterar a los robots de tal modo de utilizarlo: ni siquiera serían sicarios o asesinos a sueldo; serían asesinos gratuitos, sin sueldo alguno”…  Sakugawa sabía, desde luego, que tal cosa era imposible, pero la sola duda al respecto era suficiente para hacer culpable a la World Robots por lo ocurrido: es decir, era uno de esos casos puntuales en los cuales la duda no beneficia al acusado sino que lo hunde.  El testimonio de Carla en el juicio, por lo tanto, podía ser tomado como atenuante pero de ningún modo libraría a la World Robots de responsabilidad ante la justicia.
Ella estaba llorosa; lamentaba profundamente lo ocurrido y, al igual que cada uno de los involucrados, sentía una parte de culpa al respecto.  Le daba pena ver a Sakugawa de aquel modo; el líder empresarial jamás había sido de estilo presuntuoso o pedante, pero siempre había lucido seguro y sonriente: ahora, por el contrario, se le veía abatido, sin energías ni respuestas aun cuando nunca perdiera su habitual amabilidad.
“No… sé bien a qué tipo de condena te refieres… No vas a ir a prisión, eso está claro… Y si se trata de sanciones económicas contra la empresa, en fin…; no creo que sea nada que no puedas cubrir” – intentó consolarle ella buscando sonar lo más optimista posible.
“Lo sé… y, a decir verdad, tampoco es que me preocupen en demasía las sanciones económicas que, con toda seguridad, van a imponernos.  Serán, sin duda, altas, sí, pero somos una de las empresas que más dividendos genera en el planeta: tal como dices, nada que no podamos pagar.  Lo que no tiene precio es la pérdida de la confianza del público… y la condena social: ya nuestras acciones han caído estrepitosamente.  No son las multas en sí lo que nos hunde, sino las consecuencias de mercado…”
“El mercado cambia mucho, bien lo sabes, y a veces en muy poco tiempo.  Eres… una persona talentosa y estás al frente de una compañía prestigiosa y llena de gente capaz. ¿Crees que un problema como éste va a hundirte?  Ya lo verás: te va a llevar poco tiempo revertir las tendencias del mercado…”
Sakugawa escuchaba a su interlocutora, pero no la miraba; su semblante estaba terriblemente triste y su mirada perdida más allá de los ventanales.
“Lo que no se puede revertir es el deshonor…” – señaló con pesar.
“Uf, no vengas con perorata oriental, por favor…”
Él se giró y la miró.
“Supongo que algo debo tener de mis ancestros…” – señaló y sonrió tristemente.  Se veía calmo, pero se trataba de la calma que es consecuencia de la resignación y el derrotismo.
Carla quedó en silencio, sin saber ya qué decir.  Al cabo de un momento se levantó de su asiento.
“Sólo… puedo decirte que lo siento…” – dijo.  Se notaba que quería hallar más palabras, pero no las tenía.
“Lo sé, Carla, no te preocupes… No es tu culpa.   Gracias por estar y por intentar ayudar… Llamaré a Geena para que te acompañe”
La secretaria, respondiendo presta al llamado de Sakugawa se presentó en la oficina y procedió luego a acompañar a Miss Karlsten al ascensor.
“Cuídalo – le dijo Carla con preocupación -… No lo veo bien.  Temo por lo que pueda hacer…”
Geena asintió con tristeza; aun así, sonrió.
“Yo tampoco lo veo bien… Pero me ha asegurado que no va a hacer ninguna locura, que no va a seguir el mandato ancestral…”
Carla asintió.  La puerta del ascensor se cerró y Geena dejó de verla.  La secretaria echó a andar de vuelta hacia las oficinas de Sakugawa puesto que éste le había requerido que se dirigiese allí una vez que hubiera acompañado a Miss Karlsten al ascensor.
Cuando abrió la puerta, una potente ráfaga de viento le sacudió el rostro y le hizo flamear la falda.  Echando una mirada en derredor, comprobó que había papeles desparramados por todas partes; el ventanal, desde ya, estaba abierto.
“¿S… señor Sakugawa?”
No hubo respuesta.  Geena se empezó a intranquilizar.  Escudriñó por todas partes en busca del líder empresarial pero no había señales de él.  Sobre el escritorio la pantalla del ordenador se hallaba congelada con una imagen en la cual podía leerse una frase…
“Finalmente, decidí seguir el mandato de mis ancestros… Gracias por todo, Geena…”
El doliente grito de la joven retumbó por todo el piso…
El hecho de que Jack hubiese sufrido dos infartos en tan poco tiempo hizo que los médicos tomaran muchos más recaudos al momento de darle, después de varios días, el alta.  Le instalaron tantos cables, circuitos, tubos y catéteres rodeándole la caja torácica que terminaba por parecer un robot.  De hecho, viendo a la réplica de Laureen que, por cierto, había permanecido todo el tiempo a su lado, tenía que admitir que ella se veía infinitamente más humana que él.  Hombre y máquina pueden estar, a veces, separados por una línea muy difusa.  Los médicos le instruyeron acerca de ciertos ajustes que debía hacer en sus propios controles para los casos en que estuviese por hacer actividad física… o sexual.
La vuelta a casa fue terrible.  Era volver a tomar contacto con todo: con lo ocurrido, con la cama que habían compartido con su esposa y con el hecho, de que ésta, ahora, vivía en la casa contigua y con su más odiado vecino. La presencia, en su propio hogar, de un androide que era réplica de ella se convertía en una pesadilla extra: ¿cómo dejar atrás a Laureen si la estaba viendo permanentemente?  Hasta pensó en ponerla en off y guardarla en el galpón con los otros Ferobots.  Pero había un par de problemas: en primer lugar, y por razones obvias, ni siquiera tenía el control remoto, el cual debía seguir, por supuesto, en poder de Luke.  No había por lo tanto, posibilidad de dejarla en inactividad absoluta ni tampoco de aguardar a que sus baterías se agotasen: las mismas se realimentaban permanentemente con la luz solar a través de células fotosensibles que el androide tenía detrás de los irises de los ojos y tenían, por otra parte, una autonomía de más de un año en caso de que, optara, por ejemplo, por dejar al androide en un cuarto en la más absoluta oscuridad y lejos de cualquier luz solar; el sentido de ello tenía que ver, según alguna vez había oído, con que la World Robots, al momento de lanzar los Erobots, había contemplado la posibilidad de que les fueran útiles a astronautas en largos viajes por el espacio o bien a moradores de colonias submarinas.   Pero más allá de eso, había otro motivo más extraño y misterioso que llevaba a Jack a no poder desactivar a la falsa Laureen: el androide le había salvado la vida e incluso le había acompañado durante su permanencia en el hospital, primero en terapia intensiva y luego en sala común, en tanto que la verdadera Laureen sólo lo había visitado una vez al comienzo de su internación.  Sonaba casi demencial sentirse agradecido hacia un robot, pero, mandato positrónico o no, ella le había acompañado y el sólo hecho de pensar en ponerla en off le producía una intensa culpa.
Aun así, prescindió del Ferobot para servicios sexuales por dos razones: en primer lugar, prefería cuidarse, al menos por un tiempo, de las emociones fuertes aun cuando los médicos le habían dicho que podía llevar una vida sexual normal siempre y cuando tomara los recaudos que le habían señalado en relación con los dispositivos que habían conectado a su sistema cardíaco; en segundo lugar, hacer el amor con ese androide era como hacerlo con Laureen, no tanto por la intensidad erótica (en ese aspecto la réplica superaba ampliamente al original), sino por el hecho de que, físicamente, no había diferencia alguna.  Optaría, entonces, por mantener una cierta abstinencia sexual por un tiempo.
Por las noches llegaban a sus oídos los aullidos de placer de su esposa, la verdadera, siendo montada por su vecino; intentaba, por todo y por todo, taparse los oídos con la almohada pero siempre la escuchaba.  Los impulsos y sentimientos se le entrechocaban, pudiendo ir desde comprar un arma a correr hacia la buhardilla a espiarlos: la primera idea, por fortuna, la alejaba rápidamente de su cabeza a poco de habérsele ocurrido; en cuanto a la segunda, no pudo resistirse a la tentación, un par de veces, de ir a espiarlos.  No podía creer, al otear con los binoculares, ver a Laureen gozar de esa forma; Luke había operado en ella una transformación increíble: la veía gozar como a una perra de espaldas contra la cama y enroscando sus piernas en torno a las caderas de él mientras era penetrada, o bien, mamándole la verga a más no poder; Jack aguzó aun más la vista y sacó medio cuerpo por fuera de la ventana para comprobar con sus binoculares si él le acababa dentro de la boca o, como quería suponer, ella escupiría.  La realidad fue un mazazo tan potente que se arrepintió enormemente de haber subido a espiarlos: Luke jadeó y gritó de modo desencajado entregado al éxtasis de la eyaculación… y ella en ningún momento dejó de tener su verga en la boca; Laureen tragaba mansamente la leche de su vecino…
El corazón de Jack comenzó a latir con fuerza y bajó los binoculares al tiempo que una lágrima le comenzaba a correr por la mejilla.  En ese preciso momento oyó el “clic” de una de las perillas del chisme tecnológico que le habían conectado al corazón y, al girarse, se encontró con Laureen, con la falsa, desde ya.
“No puedo dejar que por mi inacción sufras daño…- explicó ésta -.   Y sería bueno, Jack, que tú mismo te cuidaras…”
Jack se sentía impotente; abatido, se sentó en un rincón.
“Y si mi corazón no respondiera – preguntó de modo algo retórico -, ¿cuál sería el problema de todos modos?… No tiene sentido seguir viviendo de esta manera…”
“Jack, no me gusta oírte hablar de ese modo…”
“¿No te gusta? – preguntó él, exasperado -.  ¿Has dicho que no te gusta?  Sólo eres un robot: no tienes idea de lo que es que te guste o te deje de gustar algo; lo que dices o recitas sólo es lo que tus fabricantes pusieron en tu cerebro positrónico…”
“Eso parece una pobre forma de considerarme – replicó el androide -.  ¿Quién estuvo todo este tiempo a tu lado?  ¿Ella o yo?  ¿Cuál de las dos Laureen?”
“Es… inútil; no lo entenderías.  ¡Ella es mi esposa!  ¿No queda claro?  Y ese tipo acaba de eyacularle en la boca sin que ella haga el más mínimo esfuerzo por escupir su semen… Siendo un robot, nunca podrías entender qué es lo que ello genera en un hombre…”
“Puedo suponerlo…”
“¿Ah, sí?  No me digas… Dime ahora que entiendes lo que es el dolor de un esposo despechado…”
“Tengo sensores que captan la actividad de tus neurotransmisores…” – replicó el robot.
“¡Al diablo con los neurotransmisores y con tus malditos sensores!  ¡No puedes entender a qué me refiero!  No se trata de un hecho físico…, es otra cosa: es un hecho…; en fin, olvídalo…”
“Tu  verga parada sí es un hecho físico…”
Con sorpresa, Jack levantó la vista hacia el androide.
“¿De qué demonios hablas?”
“Cuando mirabas por la ventana y tu tan odiado vecino estaba eyaculando dentro de la boquita de tu esposa, tuviste una erección…”
Jack se sintió avergonzado; era absurdo siendo que se hallaba ante una máquina, pero así era como se sentía…
“Vete a la mierda” – refunfuñó cruzándose de brazos.
“Puedo advertir que no es una orden literal. ¿Por qué te niegas a aceptar la realidad?  Estabas mal, sí, también noté eso…, pero tu miembro se estaba irguiendo…”
“Mirá… – dijo él, tratando de imprimir la mayor paciencia posible al tono de su voz -.   Ya me engatusaste una vez: fue cuando me hiciste creer que eras la verdadera Laureen y que la réplica era la que estaba fornicando con Luke… Lograste que me excitara con ello; no lo vas a lograr dos veces y menos ahora que sé que eres sólo… una réplica… y que la verdadera está ahí, en la casa vecina…”
“Yo no te engatusé” – replicó ella, tajante.
“Sí lo hiciste.  Me mentiste”
“¿Acaso te dije alguna vez que yo fuera la verdadera Laureen?”
“Trampas retóricas propias de un robot al que le gusta jugar con la lógica… – refunfuñó Jack -, pero… ¿sabes qué?  Me importan una mierda tus jueguitos lógicos.  Me entrampaste junto con ese degenerado de la casa de al lado.  Me engañaste…”
“Estás viendo todo exactamente al revés, Jack, es tu esposa quien te engañó… Y quieres proyectar en mí la culpa que no puedes ahora endilgarle a ella por no tenerla enfrente…”
“Mira tú… – se mofó él -.  Ahora resulta que los malditos robots también manejan lógica psicoanalítica”
“¿Te engañó o no?” – repreguntó el androide.
Nunca como entonces Jack tuvo ganas de desactivarla.  Moría por tener a mano el control remoto que Luke debía tener en su poder.  Sin embargo, lo que más profundamente le irritaba es que había una lógica irrefutable en los dichos del androide; no podía, por otra parte, ser de otra manera: era un robot.
Jack se quedó en silencio y la falsa Laureen se acercó a la ventana, clavando claramente su vista en la casa vecina; siendo un robot, no necesitaba binoculares.
“¿También te programaron para el voyeurismo?” – le espetó Jack, con sorna.
“No; sólo estaba viendo algo…” – repuso el androide, siempre en el tono sereno que cuadraba a su condición.
“¿Qué…?”
“Que tu esposa parece gozar mucho cuando Luke se la da por el culo… ¿Tú se lo hacías, Jack?”
Jack se removió en el rincón en que se hallaba sentado; echó una mirada de odio hacia el robot y se sintió ridículo por tal sentimiento.  Tuvo el impulso de ponerse en pie e ir a recoger los binoculares para volver a otear hacia la casa de Luke pero se contuvo… Si lo hacía, terminaba de confirmar que, tal como el androide afirmaba, la situación lo excitaba… Por cierto, se daba cuenta de que la falsa Laureen en parte tenía razón aun cuando le costara admitirlo: una vez más asistía a una batalla en su interior entre emociones y sentimientos contradictorios.
“¿Por qué me cuentas eso?” – preguntó, entre contrariado y confundido.
“Sólo fue un comentario seguido de una pregunta…” – respondió el androide.
“Hiriente, por cierto.  ¿Dónde quedó eso de que un robot no debe hacer daño a un ser humano?”
“Primera Ley de Asimov, sí… ¿En dónde ves que la esté infringiendo?”
“Me estás haciendo daño… psicológico…”
“Es difícil medir eso – apuntó el robot -; y de todas formas, tú mismo te quejaste hace un momento acerca de la lógica psicoanalítica…”
Jugando impecablemente con la lógica, la falsa Laureen le encontraba sus propias contradicciones.  Se produjo un momento de silencio.
“Te excita saber que él se la está dando por detrás, ¿verdad?” – la pregunta, por supuesto, provino de ella.
“No…” – negó enfáticamente él.
“Tus neurotransmisores dicen otra cosa…”
“¡Al diablo con los neurotransmisores!  – rugió Jack -.  ¡Estoy harto de oír hablar de ellos!  Sólo una máquina, sin ningún tipo de roce sobre las emociones o los sentimientos humanos puede llegar a pensar que alguien se excite sabiendo que su esposa está siendo penetrada por el culo por su vecino…”
“Está bien… – aceptó ella -.  No seguiré discutiendo y después de todo no compete a mi función.  Sólo te diré que tu verga dice otra cosa…”
El androide dio media vuelta y se retiró; aun no mediando orden de Jack al respecto, supo interpretar que su presencia en el lugar irritaba a éste, por lo cual dio media vuelta y, con un sensual movimiento de caderas, fue en busca de la escalera…   Apenas se hubo marchado, Jack bajó la vista hacia su entrepierna… y comprobó que abultaba…
  
Por su salud mental, decidió no volver a la buhardilla: se consideraba a sí mismo un depravado desde el momento en que sabía que podía excitarse viendo a su esposa fornicar con, tal vez, el tipo al que más odiaba.  La charla con el robot había contribuido a despertar y sacar afuera demonios que ni siquiera sabía que estaban.  Cierto era que cuando aún no sabía que la que estaba en su casa no era la Laureen real sino su réplica, se había excitado viendo a su vecino montarse a quien consideraba que era la réplica e incluso había pasado por la demencial experiencia de verlos fornicar sobre su cama matrimonial por propia invitación.  Pero, en ese momento, en su mente, todo era de algún modo una fantasía: es decir, creía que Luke se estaba montando a una máquina en la cual él veía a su esposa.  Pero ahora que las cosas estaban en su lugar y que sabía cuál era la verdadera y cuál no, no podía menos que considerarse un enfermo si se seguía excitando con el asunto: es decir, si le calentaba el hecho de que Luke tuviera sexo con la verdadera Laureen.
Se le cruzó por la cabeza la posibilidad de volver a poner en funcionamiento a las réplicas de Theresa Parker y de Elena Kelvin, abandonadas ambas en un galpón, pero de algún modo era reavivar fantasmas del pasado y situaciones que habían terminado por llevar al desastre.  Después de todo, la llegada de los dos Ferobots había sido elemento clave en el final de su matrimonio.  Fue un alivio volver al trabajo ya que ello implicaba pasar menos horas en su casa y, por lo tanto, librarse durante buena parte del día de escuchar los jadeos y gemidos.  Pero la noche seguía siendo un karma; optó por salir a caminar, lo cual era algo que los médicos le habían prescripto como modo de prever nuevas complicaciones cardíacas.  El conflicto se le produjo cuando la réplica de Laureen se ofreció a acompañarlo en sus caminatas; resultaba extraño y paradójico salir a caminar con Laureen para escapar de Laureen.  Estuvo, obviamente, por rechazar el ofrecimiento y ordenarle de manera tajante que se quedara en casa, pero la culpa le asaltaba cada vez que recordaba que gracias a ese robot seguía vivo, así que decidió aceptar…
En un principio, la presencia del Ferobot le irritó pero, con el correr de las noches, no sólo se fue acostumbrando a ella sino que hasta la empezó a ver como una agradable compañía y, aun cuando sus charlas pudieran ser algo irritantes por removerle cosas en su interior sobre las cuales ni siquiera quería plantearse nada, le fueron ayudando a descubrirse algo más y hasta a aceptarse.  Ése era un costado de los robots que hasta el momento no había visto: las personas, sean amigos o familiares, no se quedan indefinidamente junto a uno cuando hace catarsis, pero un androide no tiene otra posibilidad más que escuchar y escuchar…, y cada tanto dar su “parecer”…  Por otra parte, la vida de Jack había estado el último tiempo tan plagada de impulsos, instintos e irracionalidades que no le venía mal una “bajada a tierra”, alguien que volviera a traer la lógica de vuelta cada vez que ésta faltaba…  Allí residía en parte el gran descubrimiento: luego de haber querido ver a los robots como si fueran seres humanos, ahora empezaba a verlos y aceptarlos como robots y, como tales, con un aporte absolutamente distinto al que un ser humano pudiese dar… 
Algo, sin embargo, comenzó a molestarle y fue cuando, durante algunas de esas caminatas nocturnas, escuchaba a sus espaldas chiflidos de aprobación o palabras procaces hacia “Laureen”.  Aun cuando tuviera bien en claro que era un robot, el hecho es que ella había pasado a ser “su” robot y, como tal, era inevitable que desarrollara sentimientos de posesión hacia ella.  Tal tipo de situaciones, por lo tanto, terminaban siempre con insultos de su parte y con “Laureen” calmándolo.
Lo peor, no obstante, ocurrió cuando, al volver a casa luego de una caminata, se encontaron en la puerta con la “parejita vecina”:  Luke, odiosamente sonriente y Laureen, la verdadera, con la mirada esquiva y sin mirarle nunca plenamente a los ojos.
“¡Jack! – le saludó falsamente Luke -.  Veo que sales a hacer ejercicio y me parece excelente para tu salud.  Y más todavía si tu robot te acompaña: me complace que estés aprendiendo a sacar provecho del regalo que te hice…”
No podía, por supuesto, ser más hiriente: ponía un énfasis especial al decir “tu robot” , diferenciándolo tácitamente de lo que seguramente consideraba “su mujer”.
Jack no hizo comentario al respecto; simplemente permaneció mirándolo a los ojos con desprecio, luego de haber intentado, sin éxito, que la verdadera Laureen le mirase.
“¿Qué se supone que están haciendo aquí?” – preguntó, casi escupiendo las palabras.  Así como Luke había destacado especialmente “tu robot” él lo hacía con el “están”, manifestando así su desprecio por ellos al verlos como parte de una ruin complicidad.
“Queremos hablar algo contigo…” – espetó la verdadera Laureen, levantando la vista por un instante.
“¿Sobre qué?” – preguntó Jack encogiéndose de hombros en señal de poco interés.
“Bien…: es sobre nuestro… divorcio, Jack…”
“Finalmente lo pedirías – dijo él -.  En fin, supongo que era lógico que ocurriese… Lo que me pregunto es qué es lo que te apura…”
“Esto…” – terció con una sonrisa de oreja a oreja Luke mientras acariciaba el vientre de Laureen.
Fue un puntapié directo al estómago para Jack quien, aun así, no quería convencerse de estar realmente entendiendo lo que él creía entender.  Miró alternadamente a Luke y a Laureen con el ceño fruncido y con expresión interrogativa.
“Estoy… esperando un hijo de Luke, Jack…” – anunció ella, con la voz algo quebrada.
Jack se llevó una mano a la frente y sacudió ligeramente la cabeza con incredulidad.
“Bien… – dijo, buscando mantener la calma -.  Vas a ser madre finalmente…”
“No podía esperarte por siempre…” – repuso ella.
“Hasta donde yo recuerdo, lo planteaste en los primeros días de nuestro matrimonio, quedamos en hablarlo más adelante y luego no volviste a hacerlo…”
“¿Cómo iba a hacerlo, Jack?  ¿En qué momento?  Apenas llegabas a casa, ibas corriendo hacia el VirtualRoom o, luego, hacia tus Ferobots… No teníamos vida sexual siquiera… ¿Y pretendes que fuera yo a plantearte acerca de tener hijos?”
“Ella tiene razón – intervino Luke provocando con ello un hormigueo de odio por todo el cuerpo de Jack -.  Es joven, está en edad de ser madre… Necesitaba sólo alguien que le hiciera crecer la pancita, jeje… Ahora lo tiene…”
Luke remató su comentario acariciando una vez más el vientre de Laureen y besándola en la mejilla.  Un par de meses antes Jack le hubiera asesinado por ello; ahora, y aun cuando le hacía hervir la sangre, lograba, al menos, mantener una cierta calma.
“Y supongo que vienes a pedir el divorcio para hacer la división de bienes…” – aventuró Jack, con un deje que mezclaba mordacidad y desprecio.
“Me corresponde, Jack…” – repuso ella.
“Le corresponde, Jack…” – dijo Luke, casi al mismo tiempo.
“Ajá…, veo que lo tienen hablado – ironizó Jack -.  Supongo que ya sabes que el adulterio que has cometido te va a jugar en contra, ¿verdad?  No te van a dar el cincuenta por ciento como pretendes…”
“Tal vez no – aceptó ella, bajando la cabeza con cierta vergüenza ante el comentario en relación con el adulterio -, pero… esta casa es un bien ganancial, Jack… La hemos comprado entre los dos y tendríamos que hacer una nueva demarcación de la propiedad para…”
“Genial… – rió Jack -; la propiedad de Luke crece a expensas de la mía, ¿es así?”
“No es tu propiedad, Jack, es nuestra… O era…”
“Jack, ella tiene razón – intervino una cuarta voz que, por supuesto, era la del androide que replicaba a Laureen y que, como no podía ser de otra forma, se guiaba por la lógica y no por las pasiones -.  Si ella se establece junto a Luke, le corresponde una…”
“¡Okey, ya basta! – rugió él -.  Ya lo he entendido… Y ya sé que legalmente le corresponde… Lo cual no quita que sea una puta de mierda…”
“Jack, cuidado con lo que dices…” – le espetó de manera amenazante Luke mientras Laureen se ponía de todos colores ante la afrenta recibida de parte de quien había sido por años su esposo…
“Jack, cálmate…” – le dijo el robot en tono apaciguador tomándolo por la mano.
Él se quedó mirando a la pareja; luego dejó la vista sobre Laureen, la verdadera.
“Pues te diré una cosa… ¿Quieres una parte de la propiedad?  Pues no te hagas problemas, la tendrás toda…”
“Jack… Nadie te está pidiendo eso – objetó Laureen -.  Y yo no te odio: no quiero hacerte eso…”
“Está bien, muchas gracias, tal vez no me odies, pero yo… – se giró hacia su casa  y trazó un arco con la mano -, odio todo esto: ya no lo quiero ver… No quiero ver nada que me recuerde… a ti… – apenas lo dijo, miró al robot con culpa; aun así, siguió hablando -.  Es que, a pesar de todo, Laureen, nunca podré terminar de odiarte, no después de haberte amado.  Por eso, como no puedo hacerlo, me conformaré con odiar todo esto, esta casa, este parque, los muebles, todo lo que fue nuestro…, las cosas materiales…”
“Jack, estás hablando por impulsos…” – protestó la verdadera Laureen.
“Es cierto, Jack, deberías calmarte…” – secundó la falsa Laureen.
Luke, por su parte, no dijo nada.
“Estoy calmo… – dijo Jack  asintiendo con la cabeza -, más calmo que nunca…”
Dando media vuelta, enfiló hacia el portón de tu casa y la réplica de Laureen le siguió.
“Ah, felicitaciones por tu maternidad…” – dijo Jack al trasponer la entrada y sin siquiera darse vuelta para mirar a la verdadera Laureen.
Durante algunos días fue imposible para Geena volver a entrar en las oficinas de Sakugawa, las cuales ocupaban todo un piso de la World Robots; ello se debía, por un lado, a los peritajes policiales y judiciales realizados en los días inmediatamente posteriores al suicidio pero también al hecho de que era muy duro para ella revivir el momento en el cual, al entrar allí, se había encontrado trágicamente con las ventanas abiertas… y Sakugawa ausente.
El líder empresarial, fiel a lo que había sido su característica esencial en vida, planificó todo cuidadosamente: su muerte no fue algo improvisado o espontáneo que le vino a la cabeza apenas finalizada la charla con Carla Karlsten sino, al parecer, algo que ya venía elucubrando.  No se podía, de lo contrario, explicar el que hubiese conectado todas las cámaras de seguridad de su oficina enfocándolas hacia los ventanales de tal modo que las mismas registrasen el momento para así despejar cualquier duda que pudiese incriminar o tan siquiera arrojar sospechas sobre alguno de sus empleados o, particularmente, sobre Geena.
Dejó, de hecho, registro en varios ordenadores acerca de sus últimas voluntades y, de modo muy especial, sobre aquellos reacomodos y reubicaciones de personal que de él dependían y que no quería morir dejando en manos de otros: cupo en ello un lugar de privilegio a Geena, en quien hizo recaer, si bien no todas, sí varias responsabilidades directivas de allí en más.  Tal noticia, por supuesto, no pudo sino sorprender gratamente a la secretaria (que ahora pasaba a ser gerente general del área de nuevos productos) aun cuando, por otra parte, extrañaba a su jefe y el nuevo puesto que éste le había conferido no le despertaba sino dudas y temores.  Geena recorrió la amplia estancia con la vista y se le hacía difícil ver aquel lugar sin la presencia oriental del prestigioso empresario; no pudo evitar un cierto estremecimiento al mirar hacia las ventanas.  Se detuvo durante un momento en los ordenadores y se puso a pensar que le tocaría una ardua labor para ponerse al tanto de muchas cuestiones referentes a su nueva jerarquía pero, por otra parte, si Sakugawa le había dejado a ella tal rol sólo podía ser porque confiaba en su pericia y en sus conocimientos al respecto; había sido su último gesto hacia ella el otorgarle uno de los cargos de mayor prestigio dentro de aquellos cuyas designaciones dependían de él, ya que la gran mayoría de los mismos serían decididos en los próximos días por la junta directiva del consorcio de accionistas.
Al final de las oficinas había una habitación cerrada que hacía de depósito para algunos prototipos y androides de uso personal de Sakugawa.  Sabiendo Geena que necesitaba estar al tanto de todo para comenzar a ubicarse en su nuevo lugar dentro de la empresa, hurgó en el ordenador hasta dar con la clave de seguridad y, desde allí mismo, abrió la puerta del depósito.  Al ingresar allí, y como no podía ser de otra manera, se encontró con que el lugar estaba poblado de robots.  Verles así, de pie, pero inmóviles e inertes, le producía un cierto estremecimiento que le hacía helar la sangre en las venas, máxime cuando los robots se veían infinitamente más inquietantes luego de los incidentes ocurridos y de la tormenta que se había cernido sobre la compañía.  La mayoría eran Ferobots, desde ya, pero también había algunos Merobots.   Un cosquilleo le invadió el cuerpo al encontrarse con los androides femeninos que replicaban a Gatúbela, Mujer Maravilla y Batichica, con los cuales ella se había visto involucrada en una orgía lésbica tan shockeante como excitante el día mismo de los sucesos ligados al “incidente Vanderbilt”.  A su pesar, Geena debía admitir que la había pasado bien en esa oportunidad, lo cual no dejaba de generarle cierta culpa considerando que los desastres para la World Robots y para Sakugawa habían comenzado precisamente ese día… Le produjo una cierta inquietud el ver a Gatúbela, quien lucía inmóvil pero sosteniendo su látigo en mano; su rostro, o por lo menos la parte del mismo que su felina máscara dejaba al descubierto, parecía exhibir una enigmática y libidinosa sonrisa… Geena se quedó observándola fijamente durante un momento y, súbitamente, tuvo el impulso de llevar una de sus manos hasta apoyarla sobre los pechos del Ferobot y deslizársela por encima del traje de látex… De pronto la invadió el terror: no supo si fue su imaginación o qué, pero estuvo segura de distinguir un fugaz destello en los ojos del androide, lo cual la llevó a quitar rápidamente su mano con espanto; por suerte el Ferobot no volvió a dar señales de vida pero Geena estaba segura de que se había movido.  Inquieta, echó un rápido vistazo en derredor y comprobó que todos los robots seguían en sus sitios e igual de inmóviles; sin embargo, el lugar le pareció de repente aun más frío y sombrío que antes, entrándole unas incontenibles ganas de salir de allí y cerrar la puerta por tiempo indefinido: de hecho, era eso lo que estaba por hacer…
Sin embargo, al momento mismo en que se disponía a hacerlo, su cuerpo quedó petrificado cuando sus ojos distinguieron que, entre la selva de androides había uno que, al parecer, se movía.  Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral a Geena, quien, atemorizada, retrocedió un par de pasos y hasta trastabilló sobre sus tacos…
“No temas… – sonó de pronto la voz del androide -.  Soy inofensivo.  Es màs: ¿te puedo aconsejar algo?  Jamás temas a una máquina: témele a quienes las usan…”
De modo extraño, el tono de la voz calmó a Geena: sonaba profunda y penetrante, pero en ningún modo agresiva o intimidante sino más bien paternal… Como solía ocurrir con los robots de última generación lanzados por la compañía, costaba a primera vista determinar si  se estaba ante una máquina o ante un ser humano; y además lo extraño del asunto era que, de ser realmente un androide, no reunía ninguno de los atributos físicos con que la World Robots había dotado a los Erobots, destinados justamente a satisfacer en el mercado una demanda de índole sexual.  Por el contrario, se trataba más bien de un robot de aspecto “intelectual”,que daba la apariencia de un hombre de sesenta y tantos años: y que, aun a pesar de que pronunciar las palabras con perfecta fonética anglosajona, sus rasgos remitían vagamente a Europa Oriental, siendo sus ojos de un marrón profundamente oscuro en tanto que su cabello, grisáceo y, en su mayor parte, encanecido, bajaba a lo largo de sus mandíbulas formando espesas y blancas patillas.  Llevaba sobre sus ojos un par de grandes lentes, algo insólito tratándose de un androide.
“¿Q… quién es usted?” – preguntó Geena, algo más tranquila pero aún vacilante y llena de incertidumbres.  Aun a pesar de que el robot no encajaba en lo más mínimo en el patrón físico de los Erobots cabía la posibilidad de que le hubieran dado tales características para cubrir, justamente, la demanda de cierto público, predominantemente femenino, al que le atraían especialmente los hombres de aire “intelectual”.  Quizás eso explicaría también los lentes…
“Es una buena pregunta – respondió el robot -; soy Isaac Asimov… O, por lo menos, parte de él… O una parte de mí lo es: no sabría bien cómo decirlo, pero créame que tiene sentido…”
Decididamente no era un Erobot.  No tenía la lascivia en el tono de voz que caracterizaba a tales robots ni tampoco se movía con la actitud avasallantemente sensual de los mismos: no invitaba ni al sexo ni a la lujuria en sus gestos, palabras o movimientos.  De todos modos, la respuesta que el androide había dado no hacía más que llenar aun más a Geena de incertidumbres.
“¿Isaac… Asimov? – balbuceó, arrugando el entrecejo y entornando los ojos -.  Pero… yo tenía entendido que había muerto hacía muchísimos años… ¿O es usted un descendiente que lleva su mismo nombre…?”
“No soy un descendiente – respondió el androide sonriendo ligeramente -.  Y tienes razón en una cosa: he muerto hace muchísimo tiempo.  Estás casi viendo a un dinosaurio: un fósil viviente…  Un dinosaurio reconstruido en realidad, je”
El rostro de Geena evidenciaba cada vez más confusión.  O aquel tipo no era un robot o se había topado con otro robot que había “enloquecido” del mismo modo que había pasado con el de Miss Karlsten.
“No… estoy entendiendo…” – dijo, abrumada.
“Lo sé.  Es difícil de explicar hasta para mí…” – respondió el androide quien, luego de pasar a su lado mirándola fijamente, caminó a través del depósito escudriñando de arriba abajo al resto de los robots que allí estaban guardados.  Geena se estremeció cuando pasó junto a ella pero, extrañamente, había algo en aquel androide que hacía difícil temerle…
“Hacia finales del siglo veinte se empezaron a hacer experimentos para tratar de conservar en funciones el cerebro después de que una persona hubiese fallecido… – arrancó a explicar el androide con tono pedagógico -.  Básicamente en lo que consistía el proyecto era en lograr aislar el cerebro humano ante la evidencia de la muerte física; es decir, quitarlo del cuerpo antes de que éste muera y mantenerlo en funciones: de ese modo, la muerte del paciente no implicaba la muerte cerebral sino sólo corporal.  Yo fui uno de los voluntarios conejillos de indias del proyecto, no sé si para bien o para mal; mi muerte, desgraciadamente, sobrevino a partir de haber contraído el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida debido a una mala transfusión y, en efecto, cuando supe que mi fin era ya inevitable, di mi consentimiento para que mi cerebro fuera aislado…”
El rostro de Geena se contraía en mil muecas; miraba con incredulidad a su interlocutor tratando de determinar si no se burlaba de ella… Sin embargo, no había ni en la voz ni en el atisbo del androide señal alguna en tal sentido.  La burla, por otra parte, no era compatible con un robot aunque la verdad era que, a la luz de lo que éste venía diciendo, Geena ya no sabía realmente cuánto había de máquina y cuánto de humano en ese sujeto que caminaba por el depósito y que ahora si dirigía hacia la puerta en dirección a la oficina propiamente dicha.  A Geena le intranquilizó tal actitud; no intentó detenerle pero echó a andar tras él.
“¿Un… cerebro?  – preguntó mientras caminaba e intentando, con esfuerzo, seguirle el hilo del relato -.  ¿Aislado?  ¿Funcionando aun cuando el dueño de ese cerebro ya esté muerto?  ¿Es posible algo así?”
“De hecho lo lograron… – asintió el androide dando a su expresión un cierto aire de tristeza que, una vez más, no parecía encajar en un robot -.  El problema, claro, era qué hacer luego con los cerebros.  No había receptáculos capaces de canalizar su actividad; es decir, el cerebro de la persona quedaba en una especie de suspensión parecida a un largo sueño; se trataba, claro, de una apuesta a futuro en la cual se contaba con que el desarrollo de la ciencia permitiría, en algún momento, dar una solución al problema: es decir, mantener los cerebros latentes hasta tanto existiese la posibilidad de conectarlos a algún sistema motor…  Pues bien, el desarrollo de la robótica fue para, algunos, esa solución…”
“Me cuesta entender; lo siento…” – dijo Geena, sacudiendo la cabeza.
“Quiero decir que un robot podía ser un buen portador para ese cerebro…”
Los ojos de Geena se abrieron enormes.
“¿Está usted hablando de… un robot con… cerebro humano?  ¿No un cerebro positrónico sino uno plenamente orgánico?”
“Ésa fue una de las posibilidades sobre las que se trabajó, pero terminó siendo del todo imposible.  No había ni hay forma de conectar un organismo artificial a las órdenes y los pensamientos impartidos por un cerebro orgánico; sin embargo sí se logró que éste pudiera trabajar asociado a un cerebro positrónico que, de algún modo, interpretaría sus órdenes y las enviaría al cuerpo para convertirlas en funciones motoras o de otro tipo…”
“A ver si entiendo… ¿Está usted hablando de… un robot con dos cerebros?”
“Algo así: se trata de un sistema integrado en el cual, como dices, ambos cerebros trabajan en asociación.  Fue lo que llamaron cerebro semipositrónico…”
“¿Y eso… se hizo?  He trabajado por años en la compañía de robótica más prestigiosa del planeta y jamás llegó a mis oídos algo semejante…”
“El proyecto quedó archivado… Los robots enloquecían; las reacciones químicas y las incompatibilidades de tipo lógico entre ambos cerebros hacían que el comportamiento se volviera errático e imprevisible, incluso peligroso: hubo algunas malas experiencias al respecto… Hay que pensar que eran cuatro hemisferios trabajando juntos y entrando en permanentes contradicciones entre sí.  Ya es bastante trabajoso para un ser humano lidiar con sus dos hemisferios cuando éstos parecen buscar algo diferente; sólo imagina lo que puede pasar con cuatro hemisferios: la lógica se riñe con la justicia, los impulsos animales con los mandatos positrónicos; un cerebro humano es infinitamente más complejo que uno artificial: hay pasiones, anhelos y motivaciones que están reñidos con la lógica pura y abstracta… Pero volviendo al asunto, la orden fue terminante: destruir todos los cerebros semipositrónicos; una gran paranoia se había apoderado de las esferas oficiales o de las empresas que ponían su dinero en tales proyectos…”
“ Señor… Asimov… – Geena se sentía extraña llamándolo así -.  Hay algo que no me cierra: ¿por qué entonces su cerebro no fue destruido?  ¿No es acaso el suyo también un cerebro semipositrónico?  ¿Un… cerebro doble, de cuatro hemisferios?”
El androide asintió tristemente mirando hacia el ventanal.
“Fue Sakugawa quien, de manera clandestina, salvó mi cerebro de la destrucción…”
Geena estaba cada vez más perpleja por lo que oía.  Al parecer, había mucha información que, aun delante de sus narices, no había llegado a conocer como secretaria del empresario fallecido.
“¿Con qué sentido?” – preguntó.
“Consideraba… que yo podía serle útil para llevar adelante la World Robots.  Decía que yo podía ayudarle a dilucidar y resolver de antemano los problemas lógicos que pudiesen presentar los androides al ser lanzados al mercado… Sabía bien que yo había dedicado buena parte de mis escritos a ese tema y, como tal, pensaba que mi aporte a la firma podía ser importante…”
“Vamos por partes… – repuso Geena, siempre con expresión de confusión -.  En principio, usted me está diciendo que su cuerpo es el de un robot pero su cerebro… hmm, o por lo menos, uno de ellos, es el que usted tenía dentro de su cráneo antes de morir… ¿Lo voy entendiendo bien…?”
“Perfectamente, señorita… Y no me pregunte por qué no utilizaron al menos un androide que replicara mi aspecto en juventud, je… Eligieron el modelo bien maduro, por no decir anciano… Hubiera preferido que me preguntaran… ¡Hasta lentes me colocaron! Jaja… – rio señalando hacia su rostro -.  Se ve que querían ver a Isaac Asimov: nuestra cultura es fuertemente visual”
“Por otra parte… ¿me está usted además diciendo que Sakugawa se encargó de ocultarlo y salvar su cerebro de la destrucción para así contar con su aporte en la World Robots?”
“Exacto, niña, lo ha entendido bien…” – respondió el robot sonriente y mientras paseaba por la oficina mirando a los monitores.
“¿Significa eso que todas las decisiones que él tomaba contaban con su consejo o bien su visto bueno?”
“Digamos que en un principio fue así…”
“¿En un principio?”…
“Así es…”
“¿Qué pasó luego…?”
“Lo que suele ocurrir, mi querida… Cuando el ser humano ve que puede crear vida, aunque más no sea vida artificial o mecánica, se cree omnipotente… Sakugawa ya no me siguió consultando, ni nadie; de haberlo hecho, jamás le hubiera dado mi aval para la locura de los Erobots…”
Geena dio un respingo; era la primera vez que el androide hacía alusión a los robots sexuales.
“¿Por qué dice que era una locura…?”
“Porque es una locura intentar reemplazar a los seres humanos… Es algo que inevitablemente termina mal.  ¿Quieres usar la tecnología?  Adelante, hazlo, pero no se te ocurra pretender reemplazar al hombre con ella: utilízala para aquello que el hombre no pueda hacer… Ejemplo: ¿puede una persona cargar a sus espaldas a un herido y saltar diez metros con él a cuestas para salvar un barranco o precipicio?  ¿Puede una persona arrojarse a una carretera con la suficiente precisión matemática como para quitar de en medio a un niño instantes antes de que éste sea atropellado por un auto a altísima velocidad?  ¿Puede ir a recoger información científica a lugares en los cuales falta oxígeno o en donde las temperaturas no lo hacen posible?  La tecnología es muy útil si se la sabe utilizar: el error es querer reemplazar a las personas con ella, o creer que eres Dios por el solo hecho de haber fabricado un robot que es físicamente idéntico a un ser humano…”
Geena escuchaba al hombre-robot con atención.
“Y eso fue lo que la World Robots hizo, ¿verdad?  – conjeturó -.  Intentar suplir a los seres humanos…”
“¡Claro!  ¡Suplantar a un humano en sus funciones sexuales!  ¡Es absurdo!  Y las consecuencias están a la vista… – volvió a mirar con tristeza hacia el ventanal  -.  Una lástima porque Sakugawa era un buen tipo, pero no quiso oír…”
“Por eso le encerró en el depósito…”
“Exacto.  Y cuando supo que yo había tenido razón y que no me había oído…, en fin, ya era tarde… e hizo lo que sabemos que hizo…”
Se produjo un instante de silencio en la oficina.  Geena se mordía el labio y daba vueltas y más vueltas en su cabeza a las impactantes revelaciones de las que acababa de anoticiarse.
“¿Y usted es… inmortal entonces?” – preguntó, con cierta inquietud.
“Jaja – rió Asimov -.  No, no existe tal concepto.  Isaac Asimov murió hace muchísimo.  Sólo el cerebro de él sobrevive, pero las personas no son sólo eso.  Aquí están mis recuerdos y mis conocimientos adquiridos – se tocó la cabeza con un dedo índice -, pero falta la interacción permanente con el cuerpo que es lo que nos convierte en personas completas.  Me veo obligado a lidiar con un cerebro positrónico que, en ocasiones, compite o entra en conflicto con el mío.  Y aunque puedo moverme como si fuera una persona, mi cerebro no recibe las sensaciones de la misma manera… Es como si manejaras un robot por control remoto.  Honestamente, hubiera preferido que destruyeran mi cerebro…”
Asimov adoptó una expresión triste y Geena también lo hizo.  Una vez más silencio…
“Sakugawa te ha dejado un puesto importante en la empresa, ¿ verdad?” – preguntó el hombre robot al cabo de un momento.  Geena dio un respingo.
“S… sí, así es.  ¿Cómo lo sabe?”
“Habló conmigo antes de quitarse la vida.  Y me pidió que te ayudara a reflotar la World Robots y guiarla en el buen sentido…”
Una vez más el rostro de Geena se tiñó de confusión.
“No… entiendo” – dijo, sacudiendo la cabeza.
“La World Robots está seriamente herida, pero no de muerte – explicó Asimov -.  Lo ocurrido fue obra de la ambición humana y de la sensación de omnipotencia… Podemos cambiar eso…”
“¿P… podemos?”
“Así es, niña.  Tú eres humana y puedes llevar a cabo la ejecución de los proyectos, cosa que yo no puedo.   Soy tan sólo un cerebro aprisionado en una máquina y, como tal, puedo darte algunas ideas pero no más que eso… Más tarde o más temprano, las tormentas del mercado pasarán para la firma.  ¿Por qué no podemos comenzar a fabricar robots que sirvan, por ejemplo, en rescates submarinos?  O en incendios, o en terremotos, en hospitales,  lo que sea, pero siempre manteniendo una premisa: no buscar que hagan lo que el ser humano puede hacer, no buscar reemplazarlo…”
Asimov permaneció mirando sonriente a Geena.  La cabeza de ella sólo daba vueltas: era demasiada información toda junta.  Sin embargo, había una fuerte carga de verdad en las palabras del hombre robot que hacían muy tentadora la propuesta…  Geena se mordió la uña del pulgar y permaneció pensativa un largo rato…
“¿Y por qué no…?” – dijo, para sí misma.
“¿Nueva Antioquia?” – el gesto de Miss Karlsten al preguntar era de absoluta incredulidad.
“Así es…” – respondió escueta pero tajantemente Jack.
“Pero… eso es en Marte…”
“Ajá…”
Carla Karlsten se echó hacia atrás en el respaldo de su asiento y, llevándose la mano al mentón, miró hacia algún punto indefinido en la oficina de la cual hacía algunos días había vuelto a hacerse cargo.
“¿Y qué vas a hacer allá?” – preguntó.
“Están pidiendo gente – respondió Jack -.  Por los planes de colonización.  No lo sé: hay muchas posibilidades.  Quizás me dedique a los cultivos hidropónicos en alguna granja o tal vez busque empleo en alguna compañía minera o usina hídrica, de esas que licúan y canalizan el agua de los casquetes polares…”
“Marte es un mundo totalmente distinto…” – replicó ella.
“Despreocúpate – dijo él, asintiendo con la cabeza -.  Eso bien lo sé…”
“No hay atmósfera respirable.  ¿Te acostumbrarás a vivir bajo cúpulas, en asentamientos que más que a ciudades se parecen a grandes peceras?  ¿Durante cuántos días crees que tus ojos soportarán ver esos interminables desiertos rojos en Xanthe o en Phison?”
“No creo que sea más insoportable que ver crecer al hijo de mi ex esposa con su vecino” – objetó Jack.
Carla Karlsten se reacomodó una vez más en su asiento, dando la impresión de estar también reacomodando sus pensamientos.
“A propósito de ello – apuntó, con una ligera sonrisa en la comisura -.  Casi no hay mujeres allí, ¿lo sabías?  Los hombres que van a colonizar Marte van con sus esposas o bien en absoluta soledad: doce hombres por cada mujer aproximadamente…”
“Quizás hasta sea menos problemático…” – bromeó Jack en obvia alusión a lo ocurrido con Laureen.
Ambos quedaron en silencio.
“¿O sea que te vas mañana?” – preguntó, finalmente, Carla.
“Así es, tengo pasaje para mañana…”
Ella se quedó mirándolo durante un rato y Jack la vio extraña; había algo de tristeza o nostalgia en sus ojos, pero también un deje de algo que se le hacía imposible de precisar.
“Jack…, yo diría que… si casi no hay mujeres en Marte, puede pasar largo rato hasta que tengas sexo con una…”
Jack se encogió de hombros; lo que su jefa decía era totalmente cierto, pero seguía sin saber adónde quería llegar.
“Supongo que es el precio a pagar por romper con el pasado” – dijo.
 De pronto ella se puso en pie; caminó alrededor del escritorio hasta ubicarse junto a Jack, quien giró la silla de tal modo de quedar de frente a ella, aunque siempre sentado.  Carla Karlsten se levantó la falda hasta la cintura y se sentó sobre su regazo.  Jack quedó sacudido por la sorpresa; jamás lo hubiera esperado.
“Si no lo vas a hacer por quién sabe cuánto tiempo… – dijo Geena, luego de besarlo en los labios -, yo diría que aproveches ahora…”
Había llegado el día de la partida.  Jack echó cada bulto en la parte trasera del auto y recorrió la casa con nostalgia pero a la vez con la firme convicción de enterrar el pasado; de hecho, la noche anterior la había pasado más mirando al cielo en busca de Marte que espiando hacia la casa de su vecino.   Fue inevitable, antes de la partida, pasar por el galpón a echarles un vistazo a los Ferobots, los cuales seguían allí tan inactivos como les había dejado.  Varios sentimientos y emociones se le cruzaron ya que era imposible desligar a los androides sexuales del clima tempestuoso que había, finalmente, arrasado con su matrimonio.  Había pensado en venderlos, pero lo del viaje a Marte había salido demasiado súbitamente y no le dio tiempo a organizarse tanto como para colocarlos; además, estaban muy devaluados en el mercado luego de lo ocurrido y no era de creer que fuera a obtener demasiado dinero por ellos.
Sólo la réplica de Laureen se mantenía activa, ya que jamás tuvo en su poder el control remoto y, además, siempre le dio una especie de culpa la idea de apagarla.   De hecho, el Ferobot le ayudó con los enseres e, incluso, él le encomendó que condujese el auto hasta el astropuerto.  No había pensado, realmente, en qué ocurriría una vez que el androide le dejase allí; quizás, después de todo, no era tan buena idea hacerse acompañar por la falsa Laureen ya que sería inevitable que, una vez en el embarcadero y al mirar hacia atrás, la imagen de Laureen saludándole sería la última con que se iría de su planeta natal… Por otra parte, no dejaba de preocuparle la suerte del androide de allí en más.  ¿Qué sería de ella?  ¿Quién se haría cargo?  Era de creer que, una vez que le hubiese dejado en el astropuerto,  el Ferobot emprendiera el regreso a casa y, como tal, terminaría a la larga pasando a ser propiedad de la verdadera Laureen y, por lo tanto, de Luke Nolan.  ¿Qué sería entonces de ella?  No pudo dar respuesta a ninguno de esos interrogantes ni siquiera cuando pensó en ellos durante todo el camino…
Una vez en el astropuerto y, habiendo estacionado la falsa Laureen el automóvil sobre la entrada del embarcadero, le ayudó luego a bajar del auto los bultos del equipaje para luego ambos quedar mirándose fijamente a los ojos durante algún rato. 
“Gracias por todo… Laureen” – le dijo él.
“No hay por qué, desde ya… – respondió ella -; aunque haya terminado siendo tu propiedad casi por accidente, ha sido un placer servirte…”
Jack sonrió.  Era una fórmula preestablecida, desde ya: el placer no es algo que se condiga con la disposición de un robot.
“¿Cuál es tu nombre?” – preguntó súbitamente Jack ,a bocajarro.
“Laureen…” – respondió el androide levantando las cejas.
“No, no… tu nombre de fábrica…, ¿cuál es?”
“FY – 54404 – E” – recitó el robot asumiendo una mayor formalidad.
“Hmm… – Jack quedó pensativo, acariciándose el mentón -… F…Y…E… ¿Qué tal Faye?  ¿Te gusta ese nombre?”
El robot sonrió.
“Me gusta si a ti te gusta, Jack… ¿Qué hay de malo con Laureen?”
“Nada, salvo que no eres Laureen…”
“Bien; será Faye entonces… – aceptó el androide, volviendo a dibujarse una sonrisa en su rostro ; luego hizo una larga pausa  -.  Jack…”
“Dime, Faye…”
“Casi no hay mujeres en Marte, ¿lo sabías?”
Déjà vu… Jack sonrió por lo bajo y asintió…
“Sí, lo sé… – respondió -.  Últimamente me lo están recordando seguido… ¿Qué vas a proponerme?  ¿Hacer el amor aquí y ahora como forma de despedida?”
El robot negó con la cabeza.
“No, Jack… Llévame contigo…”
Jack dio un respingo; fue como si su cuerpo hubiese recibido una violenta sacudida.
“F… Faye…, no puedo hacerlo…”
“Sí puedes… La pregunta es: ¿quieres?”
Jack miró hacia todos lados: aquí y allá había gente entrechocándose y corriendo con destino hacia las zonas de embarcadero; la mayoría tenían aspecto de rudos mineros…
“Sólo… tengo un pasaje…” – replicó.
“No soy un ser humano – repuso ella, sonriendo -.  Soy un robot, ¿estás comenzando a olvidarlo?  Puedo ir como equipaje…”
Lógica perfecta por supuesto.  Como cuadraba a un robot.  Jack dejó escapar una ligera risita.  Se quedó un momento mirándola y se dio cuenta de que ya no veía a Laureen; sólo a Faye… Asintió finalmente con la cabeza; apretó los dientes al hablar para dar a sus palabras un toque balcánico:
“¿Y porrr qué no?”
                                                                                                                                                                                           FIN

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

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