Este relato lo escribi junto con una de mis lectoras (E.R.)
El día que salí de Tuxtla rumbo a Houston no me esperaba que ese viaje cambiara para siempre mi vida. Mi idea era disfrutar de semana de compras y descansar. Agotada de tanto estudiar, el pasarme siete días sin tener que ver un libro era una especie de paraíso.
«¡Podré hacer lo que me venga en gana!»,  pensé mientras pasaba el control de pasaportes ya en Texas.
Para una joven de veinticuatro años como yo, esas vacaciones eran un breve paréntesis antes de volver a la universidad.  Habituada a estudiar como una mula, había decidido que me iba a tomar el sol y vaguear durante una semana. Por yo nada mas inscribirme en el hotel, me cambié de ropa y me puse el bikini que me había comprado exprofeso para ese viaje. Como no podía ser de otra forma, en cuanto me lo hice busqué en el espejo de mi habitación el comprobar cómo me quedaba.
-¡Me queda de miedo!- exclamé al verificar que ese traje de baño realzaba mi ya de por sí exuberante pecho. Dando media vuelta, miré mi trasero y sonreí también satisfecha por la firmeza de mis nalgas.
Desconociendo el efecto que causaría mi joven culito en los otros huéspedes, agarré una toalla y me dirigí a la alberca del hotel. Ya en el pasillo, las miradas que me echaron un par de  gringos me incomodaron por el brillo asqueroso de sus ojos:
«Son unos viejos verdes»,   sentencié y deseando huir del deseo que exteriorizaban  ese par de maduros, salí corriendo meneando mi trasero al ritmo de la  música que oía a través de los cascos de mi iPod.

Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó  porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador  por mis nalgas.

Estaba terminando cuando sentí una presencia a mi lado y al girarme, comprobé que un hombretón enorme se había sentado en una mesa cercana y desde allí me observaba. Me puse colorada al notar sus ojos recorriendo mi trasero y por eso dejé de inmediato el bote de crema en el suelo y me giré para que no me siguiera mirando el trasero.
Fue entonces cuando escuché que me decía mientras tomaba un sorbo a su cerveza:
-Cómo no te eches crema en el pecho, esas tetitas blancas van a ponerse muy rojas.
No me digné a contestar y agarrando todas mis pertenencias, me cambié de lugar para evitar su cercanía. Lo que no me esperaba fue que ese tipo soltara una carcajada y mientras huía por segunda vez en menos de una hora, me soltara:
-¡Tienes un culo precioso! ¡Quién fuera su dueño!
«¡Menudo cerdo!», maldije en silencio al dejar mis cosas sobre la nueva hamaca, «¿Quién se cree que soy? ¡Una de sus putas!».
Todo mi ser seguía molesto con ese individuo y quizás por eso, de vez en cuando me giraba a ver que narices hacía. Afortunadamente, se había olvidado de mí y estaba charlando amigablemente con el empleado del bar. Observándolo de lejos, sospeché que debía de tener dinero por la forma de actuar pero lo confirmé cuando vi que una rubia con pinta de secretaria se sentaba junto a él y le empezaba a dar papeles para que firmara.
Durante cinco minutos, estuvo ocupado firmando  como el típico ejecutivo pero algo me decía que el respeto que le mostraba su empleada era excesivo y qué había algo raro entre los dos. No fue hasta que hubo terminado y la muchacha se hubo levantado, cuando comprendí que les unía algo más que una relación de trabajo porque antes de irse la rubia le beso una mano, la misma con la que dio un sonoro azote mientras le decía:
-Espérame en la cama desnuda, zorrita mía.
En ese momento, me indigné tanto con él como con la mujer. Con el tipo por el modo humillante con el que la había tratado y con ella, por permitírselo.
«Esa chava es idiota», pensé, «si tuviera un poco de dignidad, le mandaría a la fregada».
Encabronada sin motivo, decidí irme y no queriendo pasar por delante de ese cerdo, di la vuelta a la alberca entrando por una puerta lateral al hotel.
Ya en mi habitación, me desnudé y me metí a la regadera sin parar de pensar en esa pareja y en el extraño modo en que la mujer lo miraba:
«¡Parecía una perrita rogando el cariño de su dueño», dije escandalizada.
Aunque había leído 50 sombras de Grey, siempre lo había visto como literatura e increíblemente, esos dos me hicieron saber que ese tipo de relaciones enfermizas eran más comunes de lo que mi mente inexperta creía hasta entonces.
Continúe con mi baño, disfrutando el agua helada caer por mi cuerpo. Después de quince minutos disfrutando, salí a mi cuarto y comencé a buscar algo para salir a comer, hacia un día hermoso como para quedarme encerrada en mi cuarto así que busqué entre mi ropa algo para salir a comer.
Mientras me cambiaba miraba en el espejo toda mi anatomía, aunque soy una chica de estatura baja (154 cm) tengo una lindas piernas y un abdomen plano, a pesar de solo salir a correr por las tardes, mi piel es de color claro y resalta mi cabello rizado de color rojo y por ultimo mis pechos, que son un poco grandes resaltan muchas veces con la ropa que utilizo, además de mi estatura que también ayuda a que resalten.
Para salir a comer me recogí el cabello y me puse una camisola un poco holgada, unas mallas de color negro junto con un short corto por encima de ellos y para finalizar unas botas de color café.
« ¡Estoy esplendida! » me dije mirándome al espejo. Y salí directo a uno de los restaurantes de la ciudad. A pocas calles del hotel había uno agradable y decidí comer ahí, mientras esperaba a que me atendieran una chica se me acercó y me pidió permiso para sentarse junto conmigo. Cuando la miré, me quedé sorprendida. Era la chica que vi con aquel tipo asqueroso de la alberca.
Tartamudee un poco por la petición pero al final acepté que se sentara conmigo. 
 Hola, antes que nada quisiera disculparme por la actitud de mi jefe contigo esta mañana yo…
-No se preocupe, no le tome importancia – le dije interrumpiendo en eso llegó la camarera, que nos preguntó que queríamos tomar. -Una piña colada por favor – ordené-
La rubia ordenó lo mismo que yo pero al hacerlo noté que le tiró una mirada a la camarera y pensé que de seguro algo quiere con ella.
Seguimos hablando, pero no había mucho tema de conversación, sentía que ella quería hacerme su amiga, pero yo no se lo permitía, me incomodaba su presencia. De pronto se me quedó mirando y me dice:
-Sabes, tienes bonitos pechos.
Al oírla, me quedé con cara de “¡¡¡what!!!”.
-Eres muy hermosa, tienes un cabello fantástico y de color rojizo y tu piel parece muy suave.
En eso llego la camarera con las bebidas y agradecí que lo hiciera porque me estaba incomodando mucho. No espere a que me la sirviera y tomé mi bebida dando un gran trago.
Los próximos 3 minutos fueron de silencio y se me hicieron eternos, decidí que tenía que salir de ahí. Me puse de pie pero de forma inmediata me sentí muy mal y la vista se me empezó a oscurecer.
Cuando desperté estaba en un cuarto muy arreglado y sobre una cama muy cómoda, me dolía un poco la cabeza y no sabía dónde me encontraba. Durante unos instantes, traté de recordar cómo había llegado a ese lugar pero mi último recuerdo era en ese restaurant. Mi sorpresa no acabó ahí porque al fijarme en cómo iba vestida, me encontré que llevaba un uniforme de colegiala.
Os reconozco que me empecé a asustar y levantándome, busqué infructuosamente mi ropa mientras intentaba saber quién me había desnudado y vestido con ese disfraz. El convencimiento que me habían secuestrado iba creciendo en mi mente.
«Ha sido esa rubia», pensé y tratando de huir, fui hasta la puerta pero no se abrió. « ¡Estoy encerrada!», concluí muerta de miedo.
Durante una hora y a pesar que voz en grito llamé  a la causante de mi retención, nadie hizo acto de presencia. La soledad incrementó mi miedo y estaba ya francamente aterrorizada cuando se encendió una televisión que estaba colgada en la pared y empezó a mostrar diferentes partes de una finca. Sabiendo que mi futuro dependía de esa pantalla, me senté sobre el colchón y seguí atenta la evolución de la filmación.
En un momento dado, la imagen se mantuvo fija mostrando un elegante despacho. De improviso, el hombretón de la piscina entró a esa habitación y mientras se servía una copa, se dirigió a mí diciendo:
-Buenos días, jovencita. Antes de nada quiero presentarme, soy Alfonso Cisneros y estás en una de las fincas que poseo en Texas. Ayer cuando nos conocimos, tendrás que reconocer que te comportaste de un modo muy maleducado y por eso he decidido educarte.
Dando un sorbo a su bebida, esperó a que asimilara la noticia antes de proseguir diciendo:
-Considérate mi alumna porque dependiendo de tu evolución serás premiada o castigada. A partir de este momento, comienza tu educación y por eso te pido que abras el cajón que tienes a la derecha y enciendas el iPad que encontrarás en él.
Tan asustada estaba que no pude más que obedecer. Al encender  la tableta, apareció en ella el hombretón que sonriendo maléficamente, me pidió que con ella en la mano abriera la puerta. En esta ocasión no tuve problemas al girar el pomo y saliendo del cuarto donde había permanecido encerrada, observé que había un salón con amplias ventanas. Corriendo hacia ellas buscando averiguar que había en el exterior, observé con disgusto que alrededor de la casa se extendía una especie de desierto y que no había ningún signo de civilización.
-Tienes razón- dijo mi captor leyendo mis pensamientos- estás a veinte kilómetros de la primera carretera y a cincuenta del primer pueblo. Y por si fuera poco, verás que hay una verja que circunda la casa. Está ahí para protegerte porque fuera de ese límite, empieza mi parque zoológico particular. Lo creas o no, estás en medio de una reserva natural de cien mil hectáreas donde he recreado la fauna de la sabana africana. Si intentas huir, caerá en las garras de los leones o de las mandíbulas de alguna hiena.

Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:

-Todo y nada. Eres mi experimento. Tus necesidades estarán plenamente cubiertas pero para conseguirlas tendrás que pagar un precio.
-No entiendo- respondí con el sudor ya recorriendo mi frente.
-Ya lo entenderás. Ahora quiero que salgas al jardín para que te vayas familiarizando con tu hogar- contestó cerrando la comunicación.
Con mi moral por los suelos, salí fuera de la casa y allí me encontré con un maravilloso vergel al que no le faltaba nada. Parecía el sueño de cualquier humano pero no pude  disfrutar de su belleza al saber que era mi jaula, de oro pero mi jaula.
« ¡Maldito perturbado!», exclamé mentalmente temiendo que de exteriorizarlo, ese hombre me oyera y me castigara.
Mi desazón se incrementó al recorrer la verja y descubrir a lo lejos a una leona con sus cachorros bebiendo de un pequeño riachuelo que cruzaba esa zona. Al verificar que ese hijo de puta no me había mentido, comencé a tiritar de miedo al saber que de algún modo ese tipo quería poseerme tanto física como mentalmente. Actuando como una autómata recorrí el resto del jardín. Tras lo cual volví al interior de la mansión y mecánicamente fui grabando en mi cerebro las diferentes habitaciones sin atreverme a tocar nada.
«Ese loco ha pensado en todo», sentencié al verificar que exceptuando un teléfono y un ordenador, esa casa disponía de todas las comodidades.
Al cabo de media hora deambulando sin rumbo fijo, decidí encender la televisión del salón pero entonces el iPad comenzó a sonar y al mirarlo, apareció en la pantalla:
“Para ver la televisión, deberás quitarte el jersey y la corbata”.
« ¡Maldito cerdo!», protesté en silencio y aunque esas prendas realmente me sobraban, no quise complacerle y por eso preferí quedarme sin ver la jodida tele.
Lo peor no fue eso sino que confirmé de esa forma las palabras de mi secuestrador cuando me dijo que tendría que pagar un precio. Tratando de saber cuál era el costo que tendría que asumir para cubrir mis necesidades, fui a la cocina y al intentar abrir la nevera, en la tableta pude leer:
“Quítate la falda y mastúrbate”.
Ese mensaje me trastornó y con todos los vellos de mi cuerpo, fui probando cada uno de los aparatos, descubriendo que cada uno encerraba un mensaje y que estos cambiaban cada vez que repetía esa acción. Así la primera vez que quise abrir el grifo del agua fría, leí que debía tocarme un pecho mientras que a la siguiente vez, ese cabrón me pedía que me descalzara.
Hundida en la miseria al saber que ese malvado me tendría como rata de laboratorio y que gobernaría cada uno de mis pasos, no pude soportar la angustia y me tiré en la cama a llorar. Durante dos horas no hice otra cosa que berrear y arrepentirme de haber iniciado ese viaje hasta que habiendo agotado todas mis lágrimas, comprendí que aunque no me gustara y hasta que averiguara el modo de huir tendría que obedecer si no quería fallecer de inanición.
«Obedeceré para que se confíe y en cuanto pueda: ¡Le mataré!», me dije en silencio declarando abiertas las hostilidades contra ese malnacido.
Lo avanzado de la hora y el tiempo que llevaba sin comer, me hicieron volver a la cocina y  que fuera por comida el primer pago. Al intentar abrir nuevamente la nevera, pude leer el siguiente mensaje:
“Abre el primer cajón de la derecha y bébete uno de los frascos que encuentres. Aviso es un potente afrodisiaco”.
La certeza de que ese loco nunca exageraba y que por tanto con ese líquido quería forzar mi excitación, me hizo dudar pero asumiendo la inutilidad de mis esfuerzos y creyendo que al estar sola en ese lugar el estar bruta no sería para tanto, decidí obedecer y abriendo el puñetero cajón, me bebí el contenido de uno de los botes.
En un principio, solo sentí  su sabor excesivamente dulzón por lo que abriendo la nevera, me puse a revisar los estantes:
« ¡Hay de todo!», mascullé entre dientes y sacando una bandeja con lasaña, quise calentarla en el microondas.
“Enciende el equipo de música”, con disgustó leí al comprobar que no servía.
Al seguir sus instrucciones comenzó a sonar  una canción que conocía de Jane Birkin, su Je t´aime. Curiosamente me hizo gracia que ese capullo creyera que me iban a afectar los gemidos que esa cantante daba a lo largo de esa melodía y muerta de risa me puse a tatarearla mientras se calentaba mi comida. No me percaté del modo subliminal que esa canción me fue preparando y tranquilamente me puse a comer cuando de pronto empecé a sentir calor.

Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.

«Agua, un vaso de agua», suspiré ya con el rubor cubriendo mis mejillas.
Al intentar abrir el grifo y ver que estaba bloqueado, con angustia giré mi cabeza para leer la pantalla de la tableta:
“Abre el primer estante de la izquierda, saca el arnés y póntelo”.
Sin conocer realmente el significado del mensaje, fui a ver qué era lo que quería ese maldito. Al abrir la puerta de ese estante, descubrí entre sus baldas una especie de cinturón de castidad que llevaba adosado un pene.
-¡No pienso ponerme esa mierda!- grité a las paredes sabiendo que mis palabra serían escuchadas por mi captor. Sudando copiosamente pero decidida a no colocarme ese instrumento, me desabroché un par de botones de la camisa y usando un plato como abanicó, intenté refrescarme.
Desgraciadamente, el estimulante sexual que había tomado lentamente se iba apoderando de mi cuerpo y sufriendo lo indecible, noté como mi clítoris se empezaba a hinchar en mi entrepierna.
-No. ¡Por favor!- rogué al vacío mientras la calentura se incrementaba a tal grado que el mero roce de mis bragas contra ese botón ya erecto me producía espasmos de placer.  Sin dudarlo, me quité el tanga traidor  y liberada momentáneamente de esa tortura, recordé que había una piscina. En ella, creí encontrar la solución:
«Un capuzón es lo que necesito”, sentencié bastante segura que con eso podría apaciguar el incendio que en ese momento calcinaba mi cuerpo.
Desgraciadamente al intentar salir de la cocina,  la puerta se negó a abrirse y con un sonido, el iPad  me informó que tenía instrucciones. Desesperada, leí el mensaje:
“Para salir, ponte el arnés”.
-¡Maldito hijo de puta! ¡Te odio!- chillé mientras descargaba mi ira cogiendo una silla y estrellándola contra el suelo una y otra vez.
Histérica por el conjunto de sensaciones que se iba acumulando en mi entrepierna, intenté tirar la maldita puerta de un empujón pero solo conseguí hacerme daño.
-¡Nunca me lo pondré!- aullé derrotada al notar la calidez de mi flujo goteando por mis piernas.
Todo mi cuerpo me pedía lo liberara llevando mis dedos hasta mi sexo pero reuniendo la poca voluntad que me quedaba, continué luchando con todas mis fuerzas contra mi captor que seguía manteniéndose invisible pero que sabía que me miraba a través de las innumerables cámaras.
La certificación que ese maldito seguía atentamente la evolución de su experimento llegó a modo de ola de calor. Trabajando al cien por cien, el fan-coil del aire acondicionado escupía fuego.
-¡No me atormente más!- lloré tirada sobre el suelo de la cocina.
Un nuevo “vip” de la tableta me informó que mi secuestrador me mandaba un mensaje:
“Ponte el arnés. Si lo haces, funcionará toda la casa durante doce horas”.
-¡Hijo de puta!- grité al leerlo porque comprendí que lo quisiera o no, tenía que ponerme ese instrumento. Aun así, durante cinco minutos batallé contra la idea de sucumbir mientras mi cuerpo sufría el acoso de la sustancia que me había hecho beber.
Con mi camisa casi totalmente desabrochada, el sudor campeando por mi escote y mis pezones inflamados por el mismo ardor que sacudía mi sexo, me levanté y cogí el arnés. Tratando de averiguar cómo se colocaba leí su etiqueta y me eché a llorar:
“Aviso: una vez se cierre, este cinturón no podrá abrirse hasta el día siguiente”.
Mi pataleta debió de hacer gracia a mi captor porque se aminoró el calor que salía del fan-coil. Esa migaja de piedad me encolerizó porque no quería agradecerle nada a ese maldito y mirando a una de las cámaras, chillé mientras me ponía ese siniestro artilugio:
-¡Nunca me vencerás!
Para colocármelo, tuve que incrustar el pene que llevaba adosado en mi sexo y aunque no me costó que entrara gracias a lo lubricado que lo tenía, en mi interior me sentí violada y odié cada uno de los veinte centímetros que tenía de longitud. Con mi conducto atiborrado hasta límites impensables, cerré su hebilla sabiendo que no podría quitármela hasta que hubiesen pasado veinticuatro horas.
-¡Ya está maldito!- grité mientras me encaraba con mi oculto enemigo cuando de improviso ese enorme consolador empezó a vibrar y a moverse dentro de mi coño.
La intensidad con la que mi cuerpo recibió esas indeseadas caricias me dejó paralizada y ni siquiera había llegado a la puerta cuando pegando un berrido me corrí por primera vez.
«¡Aguanta!», me rogué a mi misma mientras gateaba rumbo a la cama en la que había despertado,«¡ No le des el gusto de ver tu orgasmo!”.
Lentamente y con mi cuerpo presa de un placer desconocido por mí, fui arrastrándome hasta esa habitación mientras me mordía los labios intentando que de mi garganta no saliera un ruido que confirmara a ese cabrón lo que realmente estaba sucediendo en mi cuerpo.
«¡Ya falta poco! », pensé al cruzar la puerta y ver que apenas un metro me separaba de las sábanas en las que pensaba ocultar mi gozo de ese sujeto.
Esos pocos palmos de distancia me parecieron una montaña insalvable porque a cada movimiento de cualquier parte de mi cuerpo, mi cerebro recibía una sacudida de placer que me hacía parar durante muchos segundos hasta que me relajaba.
Tras un buen rato e innumerables orgasmos, al fin conseguí escalar ese colchón y usando la manta como escudo ante sus miradas, mordí la almohada y liberando la tensión que se iba acumulando clímax tras clímax,  sucumbí de placer mientras mi mente lloraba de vergüenza e ignominia.
Los espasmos y orgasmos siguieron llenando todo mi cuerpo hasta que sin darme cuenta me quedé profundamente dormida. Durante toda la noche tuve sueños muy extraños, sueños donde yo me encontraba en situaciones sexuales y que las sentía de forma real, producto de los efectos de aquella bebida que tomé.
A la mañana siguiente el vibrador que aún seguía dentro de mi comenzó a vibrar con todo su poder y eso me despertó de mi letargo, aun con algo de sueño trataba de sacármelo pero era imposible. Me tomó algunos minutos poner mis pensamientos en orden y comprender de nuevo la situación en la que me encontraba.
Me senté en la cama sintiendo mi interior vibrar y miré a una de las cámaras que había en mi habitación.
– ¡Ya deja de torturarme! – le grité y casi de forma inmediata dejé de sentir las vibraciones en mi conchita.
Me puse de pie y lo primero que hice fue entrar al baño, como no quería que me espiara, tapé con una toalla la cámaras que había en las paredes y de forma inmediata me saqué el asqueroso uniforme de colegiala que tenía puesto desde ayer. Ya desnuda, lo único que tenía puesto era ese maldito arnés. Observé mis piernas cubiertas de mis juguitos secos de anoche y pude notar que mi sexo estaba muy rojo y sensible.
Comencé a llorar en silencio hasta que me quedé un poco más tranquila y me tomé una ducha.
Después de salir del baño me sentía mejor y con más fuerzas, me envolví en una toalla y salí al cuarto. En la cama había un conjunto y una nota que decía:
“ Para hoy, usa esto”.
Miré el conjunto y decidí probarlo.  No era nada del otro mundo, era un camisón azul un poco transparente que dejaba ver un poco el brasier blanco que venía, unos short cortos que realzaban mis piernas y unas botas cafés.
« Maldito pervertido, al menos esta vez no me veré como colegiala».
En eso sonó la Ipad dejando un mensaje:
“Dirígete al comedor para desayunar “.
Me dirigí hacia el comedor y al parecer todo estaba como ayer, solo y bien acomodado, incluso el desorden que dejé ayer en la cocina estaba acomodado.
«Hay alguien en la casa», comprendí mientras todos los vellos de mis brazos se erizaban.
En la mesa había servida una charola con algunos huevos, pan tostado, jugo y un poco de tocino, al solo verlo mi estómago comenzó a gruñir pero como a mi captor le hacía gracia, tenía que darle algo para poder comer. Mire la tableta:
“Para poder  disfrutar de tu desayuno sácate el brasier”.
« ¡Desgraciado! », maldije pero no me importo sacármelo, ya que mi blusa me cubría un poco, al instante que me lo saqué, la bandeja se abrió y pude por fin disfrutar de mi desayuno.
Una vez terminado, me puse de nuevo el brasier y revise la Ipad:
“ Si quieres deshacerte de mí regalito de anoche, dirígete hacia el sótano”.
 « Y ahora, ¿Qué pretende?», pensé con desánimo.
Tras lo cual y durante quince minutos busqué la puerta del sótano hasta que la encontré. Con una mezcla de miedo y desesperación,  bajé por las escaleras. Iba por el segundo escalón cuando a mi espalda, la puerta  se cerró de golpe dejándome completamente a oscuras.
“Continua bajando”, decía la IPad y así lo hice.
El corazón me latía muy fuerte y estaba en alerta contante, de pronto llegué a una mesa iluminada por una lámpara y encima de ella había una caja con una jeringa de vidrio.
“Bueno preciosa, esta es tu sorpresa”, leí en la pantalla, “si quieres salir de aquí inyéctate el contenido de esa jeringa”.
Me quedé estupefacta con su petición. Aunque sabía que era su peculiar rata de laboratorio, la idea de inyectarme otro químico me enervó y a oscuras grité:
– De ninguna manera me voy a inyectar algo que tú me pidas.
Un ruido me hizo mirar el iPad:
“Sabía que dirías eso, así que si no haces lo que te digo mis amigos se van a divertir contigo”.
Nada más terminar de leer esa amenaza,  dos luces se prendieron detrás de mí. Al girarme descubría que tras de unas rejas había dos tipos altos y descuidados, con pinta de locos, que para colmo de males empezaron a piropear mis pechos mientras en sus bocas babeaban lujuria.
Fue entonces cuando la reja que los contenían se empezó a abrir lentamente. Los sujetos al advertir que en pocos segundos podrían cruzarla, comenzaron a golpear los barrotes mientras chillaban dando gracias a mi secuestrador por el bombón que les regalaba.
Desesperada, sabiendo  que iban a violarme si no hacía algo, grité:
– ¡¡¡Esta bien, tu ganas!!!-  y sin pensarlo dos veces, me inyecté todo el contenido de la jeringa en mi pierna.
“Demasiado tarde preciosa”, escribió ese maldito antes de apretar el botón que abrió de golpe esa reja.
Los dos tipos salieron disparados hacia mí. Al verlo, comencé a correr por la oscuridad, recordando los pasos por los que había llegado ahí y mientras lo hacía, el consolador que se encontraba dentro de mi comenzó a vibrar muy fuerte ocasionando que mis piernas flaquearan. Sin mirar atrás, me puse de pie y seguí corriendo, Subí las escaleras, sintiendo los gemidos de mis persecutores muy cerca de mí cuando de pronto algo me toma de mi tobillo y me hace caer.
Afortunadamente el terror me repartir patadas al aire, algunas de las cuales debió de acertar porque sentí que dieron en algo blando y de inmediato me soltó. En eso la puerta detrás de mí se abrió y salí de ese infierno inmediatamente.
“Te has librado por poco”, leí, “esto te enseñara a obedecer a la primera. Recuerda que soy tu dueño y mientras sigas mis indicaciones, nada malo te pasara“.
Tirada en el suelo del hall, lloré mi desgracia durante más de una hora, hasta que ya con mis lagrímales secos, empecé a sentir una comezón en mis pechos. Asustada me quité el sujetador sin importarme que ese voyeur me viera para descubrir que se me habían hinchado y que mis pezones estaban extrañamente erectos:
-¡Cerdo!, ¿Qué me he inyectado?- chillé enfrentándome a uno de las cámaras.
“No te preocupes, no es peligroso. ¡Solo es un estimulador usado para la producción de leche!”. No me costó comprender cuál era la fantasía que ese fetichista quería ver cumplida porque el mismo me lo dijo al escribir: “Tu tarea esta mañana es ser mi vaca lechera, si quieres comer tendrás que ordeñarte y rellenar un vaso para que yo me lo beba”. Tras lo cual me envió una serie de instrucciones que harían más llevadera esa láctea función.
«¡Maldito degenerado!», pensé al leer que si no quería sufrir dolor debería masajearme tanto los pechos como mis areolas durante horas  y que además podía acelerar  mi producción lechera por medio del placer: «¡Quiere que me masturbe para él».
Tontamente, creí que la fama de buenas amas de cría que tenían las mujeres de mi familia me evitaría sentir los rigores de esa estimulación y por eso en vez de hacerle caso, me puse a leer un libro tirada cómodamente en el sofá del salón.
A la media hora, me di cuenta del error que había cometido al sentir una  dolorosa punzada en mis senos. Mi captor debió observar eufórico como me doblaba en el suelo presa de una agonía sin par. Sabiendo que ese sufrimiento se aminoraría amasando mis tetitas, me quité ese incómodo camisón y usando mis manos comencé a darme un masaje.
-¡Dios! ¡Como duele!- exclamé descompuesta al sentir como si unas agujas se estuvieran clavando en mis más que abultados pechos.
Durante largos minutos, sufrí los embates de mi estupidez hasta que mi sufrimiento físico fue menguando gracias a la acción de mis dedos pero por contrapartida, el psicológico  se vio incrementado al advertir que contra mi voluntad mi sexo se estaba encharcando.
-¡No quiero!- grité en cuanto sentí los primeros síntomas de un cruel orgasmo.
Incapaz de parar de masajear mis pechos y de estirar de mis pezones al conocer el destino que de dejar de hacerlo sufriría, la calentura se fue incrementando en mi entrepierna a pasos agigantados. Sabiendo que no tardaría en correrme, me puse a pensar que razones tendría mi secuestrador para torturarme de esa forma y entonces comprendí que en su perversa mente, era un objeto de estudio y que tanto el arnés como esa inyección cumplía un propósito:
« ¡Quiere lavarme el cerebro a través del sexo! Con el arnés me indujo un placer mecánico, con esta inyección me está obligando a buscarlo con mis manos… ¡Me está preparando para que me entregue a él!”.
Ese descubrimiento lejos de aminorar la excitación que ya nublaba mi entendimiento, la incrementó y gimiendo de vergüenza, llevé una de mis manos a mi entrepierna y escarbando entre los labios de mi vulva, busqué mi clítoris con ardor. Nada más posar una de mis yemas en ese botón, todas las neuronas de mi cerebro explosionaron y pegando un berrido, me corrí.
-¡Te detesto!- llegué a gritar antes que con renovada pasión mis manos reanudaran los pellizcos sobre los sensibles pezones de mis tetas y la dulce tortura sobre mi sexo. Pronto la leche empezó a emanar de mis pechos y mis manos se empaparon del líquido blanco que producía.
“Eso es preciosa, mastúrbate para mi” – escuché que desde unos altavoces me decía mi captor.
Todavía no me había repuesto de oír su voz cuando me ordenó:
-Ahora, sé una buena cría y llena el recipiente de vidrio que está en la mesa con esa rica leche que produces.
Humillada escuché sus órdenes mientras el placer de los orgasmos invadía mi cuerpo por completo. Luchando contra las sensaciones que asolaban mi cuerpo, tomé el camisón y cubrí mis pechos mientras trataba de ponerme de pie. Cuando lo logré un fuerte espasmo seguido de un orgasmo intenso me hizo caer de rodillas.
-Mmmm…. Aaaahhhh…. Uuuummmm…. –gemí sin reprimirme por primera  vez y desconociendo que esos ruidos eran el inicio de mi claudicación.
Gateando conseguí llegar al sofá y allí di rienda suelta a mi calentura mientras mi secuestrador me azuzaba a masturbarme mientras seguía ordeñando mis pechos.  Uniendo un orgasmo con el siguiente la lujuria me dominó y por eso no caí en que el tipo que me mantenía cautiva allí se había presentado ante mí cuando me hizo entrega de un vaso donde depositar mi leche.
-Dame de beber- ordenó con tono duro.
Abducida y sin voluntad, rellené ese envase al tiempo que todo mi cuerpo colapsaba por el placer hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, todo el cuerpo lo sentía entumecido y no sabía que había pasado conmigo. El terror me paralizó al descubrir frente a mí al tipo observándome. Durante un minuto, reuní los pocos arrestos que me quedaban para preguntar:
-¿Qué quiere de mí?

 

Mi grito hizo gracia a mi captor que con una cruel sonrisa en sus labios contestó al tiempo que acercándose, hundía sus dedos en mi melena:
-Jajajaja, excelente pregunta, princesa.  Lo quiero todo de ti- y soltando una carcajada prosiguió diciendo: -Muñequita, quiero tu odio, quiero tu miedo, tu desesperación, tu placer y tu cuerpo.
La excitación que leí en sus ojos me aterró y más cuando al descubrir una gota de leche brotando de uno de mis pezones, se acercó y la recogió entre sus dedos para acto seguido llevársela a la boca.
Al ver el modo que se relamía saboreando el producto de mis pechos, sollocé aterrada más que por el miedo que ese tipo me producía, por el latigazo de placer que experimenté entre mis piernas.
-¡No me haga nada!- rogué tapando mis pechos con mis manos.
El siniestro sujeto sonrió y disfrutando de mi angustia, se sentó junto a mí mientras me decía:
-Eso no lo decides tú. Aunque no lo aceptes todavía eres mía y te usaré cuando y como me venga en gana.
No había todavía asimilado sus palabras cuando haciendo realidad su amenaza, me atrajo hacía él y retirando mis manos, se puso a admirar mi cuerpo sin importarle la vergüenza y el asco que se reflejaban en mi cara.
-Tienes unas tetas excelentes- susurró en mi oreja mientras me tocaba los pechos y jugaba con mis pezones sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Fue entonces cuando agarró el camisón que todavía llevaba puesto y lo bajó por mis hombros, dejándome totalmente desnuda. Indefensa y consciente que estaba en su poder, dos lagrimones recorriendo mis mejillas fueron el acicate que ese perverso necesitaba para sacando la lengua, comenzar a lascivamente lamer mi cara mientras yo tenía que refrenar las ganas de vomitar.
Obviando mi sufrimiento, me puso encima de sus rodillas. Tras lo cual se dedicó a satisfacer sus necesidades magreando mi trasero y restregando su miembro contra mi vulva mientras su boca se deslizaba por mi cuello.
-Por favor, ¡No me viole!- sollocé sabiendo que nada que dijera le iba a convencer.
Mis palabras lejos de hacerle apiadarse de mí, incrementaron el morbo que sentía y pegando un gemido, se apoderó de uno de mis pezones con su boca. Al notar sus labios mamando de mis pechos, experimenté una vergüenza doble, porque a la angustia de esa caricia forzada se sumaba la desesperación de sentir  que mi sexo se encharcaba.
Ajeno a lo que ocurría entre mis piernas, me obligó a ponerme a cuatro patas sobre el sofá y mientras sus yemas iban recorriendo todos los puntos sensibles de mi cuerpo, se desabrochó su pantalón y sacando su pene, se puso a juguetear con su glande en mi clítoris. Al descubrir la humedad de mi vulva, soltó una carcajada y pegándome un azote, el muy cerdo me preguntó:
-¿Qué prefieres que use antes? ¿Tu coño o tu culo?
Sabiendo que inevitablemente ese sujeto iba a violarme, creí que era menos humillante que me follara a que me sodomizara y por eso, reteniendo las ganas que tenía de arañar su cara, contesté:
-Mi coño.
Malignamente, mi captor soltó una carcajada y aprovechando que en esa posición tenía mi culo en pompa, cambió de objetivo y poniendo su glande en mi ojete de un golpe, me clavó todos sus centímetros en mi interior.
-Maldito- grité al sentir mi esfínter desgarrado.
El dolor que experimenté con ese maromo destrozando mis entrañas fue brutal y por eso intenté zafarme tirándome sobre el sofá pero el cabrón agarrándome de las caderas lo impidió. Os juro  que nunca en mi vida había sentido una invasión tan masiva. Era tanto mi sufrimiento que me costaba hasta respirar.
-¡Me duele!- grité paralizada por el martirio al que estaba siendo sometida cada vez que sentía su pene estrellándose una y otra vez contra mi culo.
El instrumento con el que me acuchillaba era tan enorme que cada vez que me forzaba el ojete pensaba que no era posible tanto dolor. Chillando con todas mis fuerzas imploré que dejara de sodomizarme pero cuanto más me quejaba mayor era la violencia de su asalto. Con cada estocada me faltaba el aire y solo cuando lo sacaba, mis pulmones podían respirar. No sé las veces que rogué que  cesara mi castigo, de lo único que soy consciente es que ese indeseable siguió con su falo castigando mi maltrecho ojete hasta que pegando un aullido me informó que se corría.
Al hacerlo, me mordió el hombro mientras su miembro explotaba dentro de mi culo. El copioso semen que se desparramaba por mi interior al menos sirvió como lubricante y por eso recibí con gozo cada una de sus explosiones. El desalmado malinterpretó mi suspiro y penetrando por última vez mi esfínter, se dejó caer a un lado mientras me decía:
-Esto solo ha sido un aperitivo. En cuanto me reponga, ¡Me harás una mamada!
Conociendo de antemano que siempre cumplía sus amenazas, lloré en silencio mi desgracia…..
 
 
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