Cuando finalmente se marcharon, yo supe que había vivido una noche de experiencias difíciles de olvidar… Loana se llevó por el brazo doblado a Sofi, hermosamente enrojecido su culo… y su madre hizo lo propio con Eli… Volví a quedar sola en la habitación con el plug conectado a mi cola… y sin saber cómo concentrarme para retomar el trabajo… Las imágenes del día y de la noche se presentaban en mi cabeza una y otra vez… A pesar de todo logré finalmente dedicarme a lo mío y avancé muchísimo… el cansancio fue haciendo mella en mí y en algún momento me dormí durante un par de horas… Desperté sobresaltada, temerosa de ser descubierta y a sabiendas de que estaba perdiendo tiempo… Al llegar la madrugada, el trabajo estaba prácticamente reconstruido e incluso logré avanzar algo más…

             La primera visita matinal fue de la enfermera, quien vino a retirar el plug de mi cola y por primera vez en bastante tiempo tuve mi orificio libre de uso o elemento alguno… Repitió tratamiento sobre los tatuajes y las zonas castigadas de mi cuerpo…  Fue casi inevitable que en algún momento surgiera el tema de las chicas y el castigo de la noche anterior:

            “Eli y sus amiguitas se quedaron sin salida anoche” – dijo la enfermera mientras, como era habitual, trabajaba a mis espaldas.

             “Por suerte esta vez Loana supo la verdad” – apunté.

           La enfermera dejó escapar una risita:

          “Loana sabe bien quién es su hermana… perdé cuidado”

          “Pero… sin embargo… con lo que pasó con la notebook…” – empecé a objetar.

           “¿Y vos de verdad pensás que Loana le creyó a Eli?”

           El comentario realmente me descolocó.  Me quedé sin saber qué decir.

           “Si Loana entró en el juego de la hermana, es seguro que fue porque estaba probándote a vos…” – agregó.

           “Per… ¿perdón?” – mi confusión iba en aumento.

           “Claro… si hubieras objetado su decisión, no hubieras sido digna de permanecer acá… Podés estar segura que de haber sido así, ahora no estarías en esta casa… Cuando no cuestionaste nada y aceptaste lo que se venía, demostraste que sos capaz de agachar la cabeza y obedecer toda decisión de Loana…”

            Me quedé anonadada… ¿Sería realmente así o era pura especulación de la enfermera?  De cualquier forma, en caso de ser como ella decía, sentí un extraño orgullo de saber que había superado la prueba… Qué paradójica puede ser a veces la condición en que caemos los seres humanos… Lo que me humillaba era lo mismo que me enorgullecía…

         Luego llegó la visita más abominable: la aborrecible arpía que, de igual modo que lo hiciera en la mañana anterior, me expulsó fuera de la habitación para llevar a cabo la limpieza… Luego salió y me lavó, con la misma tosquedad y falta de delicadeza que ya había exhibido la mañana anterior… Parece increíble el acostumbramiento que una puede tener a situaciones en principio inverosímiles e inaceptables: estar a cuatro patas y siendo enjabonada y cepillada en mis tetas, mi sexo y mi cola seguía siendo, por supuesto, algo horriblemente humillante… pero a la vez creo que lo empezaba a sentir como una situación normal… Es decir, el rol que me tocaba seguía siendo indecente, pero sabía que no tenía derecho a ningún otro…

             Una vez que el aseo tanto de mi decadente humanidad como de mi habitación estuvieron listos, permanecí un rato a cuatro patas para secarme, aunque no había sol y eso me hizo sentir más frío todavía; luego volví a entrar y… una vez más me dediqué al trabajo… Para cuando Loana llegó, ya muy avanzada la mañana, pude mostrarle la labor realmente avanzada.  Por supuesto que no hubo felicitación ni palabra de aliento alguna de su parte, pero su solo silencio demostró que quedó medianamente conforme.  ¿Habría yo superado otra prueba?  Deseaba pensar que era así… Por lo pronto me ordenó que pusiese en el bolso todos los elementos necesarios y, una vez que hube cumplido con el requerimiento, me colocó la cadena al collar y me llevó fuera de la habitación, cruzando el parque en dirección a la zona de las piscinas… Una cosa me llamaba particularmente la atención: la ausencia de las dos sumisas revoloteando en torno a Loana y besando sus pies a cada paso… Recién entonces advertí que tampoco habían llegado con ella durante la noche cuando la diosa rubia se presentara en mi habitación y descubriera a su hermana utilizando mi teléfono… Era extraño realmente, pero por lo pronto su ausencia me produjo un doble alivio: no sólo me libraba de tener clavados sobre mí sus ojos celosos y rabiosos, sino que además me permitía estar más cerca de Loana y, de algún modo, ser su única sumisa en ese momento… No podía haber sensación más elevada y, una vez más, caíamos en la paradoja: era mi propia degradación lo que elevaba mi espíritu.

              El domingo, como dije, estaba nublado y no tan agradable como había estado el sábado, razón por la cual Loana se dirigió esta vez hacia la piscina cubierta, siempre llevándome detrás por la cadena.  Cuando llegamos, su amiga, la misma que había estado con ella durante la tarde del sábado, ya estaba instalada sobre una reposera.   No había, en cambio, rastro  de los tres muchachos ni, por cierto de las dos sumisas: volví a sentirme aliviada…  De acuerdo a lo que Loana me ordenó, me puse a trabajar con los libros y la notebook:

             “Hoy no vas a tener compañía” – me anunció la soberbia rubia.

             Yo no agregué ni objeté nada, por supuesto, pero quien intervino, terciando, fue la amiga:

            “¿Por dónde andan?” – inquirió.

            “Están castigadas – respondió Loana -.  Se portaron muy pero muy mal anoche… Pelearon entre sí”

             No pude evitar que una sonrisa involuntaria se dibujara en mi rostro… Así que eso era… Bien, todo indicaba que mi domingo sería mejor que el sábado ya que, para empezar, no tendría competencia molesta.  Quizás, fuera o no esa la intención de Loana, había llegado el momento de recoger los frutos de haber aceptado tanto castigo sin cuestionamiento y con total sumisión.  De todas formas, la ausencia de las sumisas me planteaba un problema extra: mi trabajo se vería redoblado al no poder contar con su ayuda… No importaba: bien valía la pérdida…

            Loana no se ubicó sobre una reposera esta vez sino que lo hizo sobre un sillón de mimbre que la realzaba aún más en su condición de diosa: el amplio respaldo sobresaliendo por encima de sus hombros producía la sensación de que estuviera sentada sobre un trono, por cierto el sitial de honor que le correspondía.  Trabajé con ahínco durante el mediodía y lo que quedaba de la tarde y pude servir a Loana sin interferencias molestas.  Interrumpí, por tanto, mi labor cada vez que hubo que encenderle un cigarrillo e inclusive, en un momento y bajo orden de ella, me coloqué a cuatro patas para hacer de apoyo a sus pies como si fuera yo una mesita, eso sin dejar de trabajar con la notebook.  La mala noticia del día, esperable por otra parte, fue la llegada de mi nauseabundo almuerzo; incluso Loana dio orden a la mujerona de la limpieza de que dejara el cuenco fuera del perímetro de la piscina cubierta por el hecho de que olía mal… así que debí salir al exterior para comerlo… Pero hubo, como contraparte, una buena noticia que me hizo emocionar y que, por cierto, no esperaba: poco después de mi almuerzo llegó la mucama trayendo unas prendas muy mínimas cuyo destino yo, por supuesto, desconocía.

           “Eso es tuyo” – me indicó Loana.

           Y, en efecto, casi me rodaron lágrimas por las mejillas al comprobar de qué se trataba: una tanga ínfima con transparencias por delante y con apenas un hilillo de tela por detrás, una falda extremadamente corta en un color rojo carmesí y un sostén en tul negro, también con transparencias.  Lo que me habían traído no era otra cosa que el atuendo que vestían las otras dos sumisas: ese mismo que yo, al llegar dos noches atrás, había visto como terriblemente patético y decadente; en sí, lo era, pero el hecho de que se me destinase a mí el mismo conjunto implicaba, según mi entendimiento, que yo, de algún modo, ya pasaba a formar “parte de la casa”… No me atrevería a decir “alguien más en la familia” porque eso sería osadísimo y, además, desubicado e irrespetuoso, pero sí podía empezar a sentirme como un mueble o como cualquier objeto que fuese propiedad de los Batista o, más específicamente, de mi inmaculada diosa rubia.  Quizás la enfermera tenía razón: era probable que yo hubiera pasado la “prueba” del viernes y sábado y ahora entraba en una nueva etapa; sólo me causaba una cierta aprehensión el saber que, siendo domingo, estaba viviendo, al menos de momento, lo que sería mi último día en casa de los Batista.  Eso, al menos, era lo que se imponía como lógico si se consideraba que Loana me había traído por el fin de semana y así lo había manifestado.  Sentía una fuerte tristeza y una extraña nostalgia por anticipado de saber que al otro día todo volvería a ser normal: que retornaría a mi vida de estudiante universitaria, de buena hija, etc.  Pero por otra parte, ¿volvería realmente algo a ser normal?  ¿Se podía pensar que todo podría ser como antes luego de la marca que dejarían sobre mí las experiencias de ese fin de semana?  Y hablo tanto de marcas en mi cuerpo como en mi espíritu…

          Me calcé el atuendo sin poder contener la excitación.  Una vez ataviada con él, Loana me hizo poner en pie para caminar un poco, me hizo inclinarme varias veces (supongo que para constatar que la cola quedaba perfectamente descubierta al hacerlo) y luego me ordenó volver a estar en cuatro patas para dar también un par de vueltas por el lugar… Pareció conforme, no porque lo manifestara sino por una especie de silencio aprobatorio que flotaba en el lugar cada vez que las cosas marchaban del modo en que ella quería que marchasen.

         Fue, lo que podría decirse, una tarde “tranquila”; las chiquillas adolescentes tampoco hicieron acto de presencia… ¿Seguirían bajo el castigo impuesto por la férrea mano de la señora Batista?  No hubo ninguna bofetada de Loana hacia mí y debo confesar, no sin cierta vergüenza, que… lo extrañé… Lo que sí volvió a darse fue que ella tuviera ganas de hacer pis y, una vez más, debí hacer de urinario, no sólo para ella… sino también para su amiga que, por primera vez, depositaba su tibio líquido en mi interior.

Hacia la tardecita el trabajo estuvo terminado.  Yo no podía salir no sólo de mi felicidad sino también de mi incredulidad por haber llegado tan a tiempo.  Cierto era que se había tratado de una empresa difícil ya desde el principio considerando los escuetos plazos que tenía,  pero más aún había pasado a serlo luego del catastrófico incidente ocurrido con la notebook en la tarde del sábado.  Presenté el trabajo a Loana; fue recorriéndolo con la vista mientras desplazaba el cursor y en sus labios se advertía, casi imperceptible, una sonrisa de satisfacción.  Al cabo de un rato asintió con la cabeza en señal de aprobación y yo, una vez más, estuve a punto de llorar de la emoción.

           “Bien, perrita – era la primera vez que escuchaba de sus labios alguna palabra aprobatoria -.  Lo hiciste bien… Voy a tener una buena nota mañana”

            No se podía creer lo que esa mujer lograba en mí… ¡Ella recibiría una buena calificación, no yo!  ¡Y yo lo sentía como si la calificación fuese a ser mía, no sólo por el hecho de que el trabajo era mayormente de mi autoría, sino también porque satisfacerla a ella era mi mayor logro posible… En ese momento pensé, no obstante, en mi propio trabajo y en mi nota…  ¿Qué iba a hacer?  Demás está decir que ya no tendría tiempo de presentarlo y ello me significaría no sólo la desaprobación en la entrega sino también en la materia, la cual debería recursar al cuatrimestre siguiente.  Loana, sin levantarse de su “silla – trono”, se inclinó ligeramente hacia mí y me tomó por el mentón:

             “Puede haber un premio para vos, ¿sabés?” – me dijo sonriendo.

             No puedo describir la excitación que sentí.  Todo mi cuerpo se aflojó.

              “Te gustaría eso, ¿verdad, perrita?” – me preguntó.

             Asentí con mi cabeza y tuve la imagen de que debía verme, precisamente, como un perrito sacudiendo su hocico con la lengua colgando y babeando por la alegría.

             Ella calzó el mosquetón de la cadena en mi collar y jaló de mí al tiempo que se ponía en pie y echaba a andar en dirección a la casa.  Anunció a su amiga un rápido regreso.  Una vez más crucé todo el parque besando sus pasos pero esta vez la novedad fue que Loana no me dejó fuera de la casa sino que incluso me jaló hacia el interior, transponiendo el vano de esa puerta que constituía para mí la entrada infranqueable de un recinto sagrado.  No anduve mucho por dentro de la casa a decir verdad, sólo unos metros, en los cuales cruzamos una amplia estancia cuya finalidad no llegué a determinar pero que estaba iluminada desde lo alto por amplios ventanales.  Cuando finalmente traspusimos una nueva puerta pude comprobar que estábamos en el cuarto de baño.  Lujoso cuarto de baño, por cierto, lleno de apliques dorados en los ornamentos y, muy particularmente en toalleros, perchas y grifería; me vinieron a la cabeza algunas imágenes del palacio de Versalles que recordaba haber visto en un documental que nos pasaron en la escuela secundaria.  La pregunta era: ¿qué hacíamos allí?  Loana, de hecho, me había usado como urinario cada vez que urgió y deseó hacerlo y, por lo tanto, no había necesidad de que estuviéramos allí, a menos que, claro… su necesidad fuera otra… Y en efecto así era: sensual como siempre, se bajó la bombacha y se sentó sobre la taza mientras yo permanecía de rodillas ante ella… Estaba haciendo lo que habitualmente llamamos “lo segundo”… Pero lo más impactante llegó cuando terminó: una vez que se incorporó, inclinó su cuerpo hacia delante mostrándome su cola y entonces llegó la orden más denigrante que yo hubiera recibido hasta el momento…

           “Limpiame bien la cola” – me ordenó.

            Dirigí un vistazo hacia el rollo de papel higiénico y estaba a punto de tomar un trozo para cumplir con lo que me era exigido cuando llegó una segunda orden que, de algún modo, especificó la anterior:

           “Con tu lengua” – dijo, en un tono absolutamente frío.

            Yo dije antes que no había recibido bofetadas en ese día pero, en cierta forma, esta nueva orden constituía una o, por lo menos, me golpeó como tal… ¿Era posible que estuviese ocurriendo eso?  ¿Que a mí, Luciana Verón, una chica que siempre había sido dignísima, autosuficiente y segura de sí misma, estuviese ahora arrodillada frente al ano de una mujer que le exigía asearlo con mi propia lengua?  Me sentí baja, terriblemente baja, pero no sólo por la orden recibida sino por lo excitante que la misma me resultaba… Volvemos a caer en la analogía con las bofetadas y las paradójicas sensaciones que me generaban..  Loana, unos instantes antes, había dicho que me iba a dar un premio… y resultaba que ése era mi premio… Tener el inmerecido honor de limpiarle el orificio anal con mi lengua… Una vez más la batalla en mi interior comenzaba a librarse… y una vez más mi dignidad la estaba perdiendo… porque la excitación que me provocaba la inminencia de lo que se venía era suficiente para dejar atrás cualquier reparo o prejuicio.  No lo pensé más entonces… Llevando hacia adelante mi rostro, saqué mi lengua afuera todo lo que pude y fui directo hacia el agujerito de la diosa perfecta… Para poder llevarla bien adentro tuve que ayudarme separando un poco las nalgas de ella con mis manos… Y allí estaba yo… lamiendo los restos de lo que Loana… había defecado… Me sentía caer… y decaer, pero a la vez me sentía maravillosamente bien, tanto que el desagradable gustito en mi boca fue quedando atrás ante el poder del goce que me producía saber que sus desechos estaban entrando en mí… Si tuviera que retener un momento en toda mi vida, creo que me quedo con ése… el momento en el cual yo supe más que nunca cuál era mi lugar en el mundo… y cuál era mi posición con respecto a Loana… La penetré con la lengua cuanto pude y el acto tuvo para mí un fuerte e indudable cariz sexual, exacerabado por el hecho de que me estaba siendo permitido… Una especie de profanación con autorización… No sé realmente qué tanto lo estaría gozando ella pero yo, créanme, estaba mojadísima…

         Una vez que el aseo hubo terminado y luego de que me encargara, muy imperativamente, que limpiara todo hasta no dejar vestigio alguno, me autorizó a lavar mi boca en el bidet… Lo  hice, pero… ¿saben una cosa?  No quería hacerlo…  Una vez limpia mi boca, se dirigió a mí en un tono sereno que revelaba su conformidad con el papel que yo había asumido.

         “Bien – dijo -.  Vamos a tener que imprimir mi trabajo… y luego… – hizo una pausa – ¿Te gustaría servirme esta noche?”

          ¡No puedo describir mi excitación!  Una vez más, estuve a punto de hacerme pis encima… Asentí con la cabeza y me volvió la imagen del perrito feliz… de haber tenido cola, la estaría moviendo frenéticamente.

          Así que, en efecto, esa noche Loana me llevó a su habitación… No puedo describir el estado de obnubilación en que habían caído mis sentidos… El sólo saber que estaba ante la cama de ella (lujosa, amplia y circular), ante sus cosas… Fue en el cuarto, justamente, donde imprimí el trabajo, preparé una carátula y lo dejé perfectamente presentable.  Loana, fiel a su estilo, dio el visto bueno con su silencio y no pronunció palabra alguna.  Al rato, me pidió que la asistiera para bañarse… Una vez más sin caber dentro de mí misma, la acompañé hasta el cuarto de baño, pero no era el mismo que el anterior sino otro, mucho más amplio y que parecía casi una sala de estar por sus dimensiones y comodidades, con tantos lujos que hacía parecer al otro como una letrina… Ella me ordenó que le quitase una por una las ropas y, para mí, eso fue lo mismo que estar teniendo sexo con ella: el sentir como sus prendas, con un efecto casi vaporoso, se iban desprendiendo de su maravillosa piel como si fueran una parte de la misma que se separaba por un momento.  Una vez  soberbia en su perfecta desnudez, se ubicó dentro de la bañadera y yo me puse a la tarea, con delicado esmero, de enjuagarla, enjabonarla y lavarla… Me dediqué a cada centímetro como si fuera consciente del carácter único del momento que me estaba tocando vivir; llegué a pensar incluso que quizás no se fuera a repetir nunca aunque, en mi más íntimo ser, quería pensar que no era así…  La sequé, le coloqué la ropa de cama y, siempre a cuatro patas y besando el suelo detrás de sus pasos, la acompañé nuevamente hasta la habitación.  Descorrí las sábanas para que entrase a su lecho y así lo hizo; al cubrirla daba la sensación de que las sábanas acariciasen su piel, que la besasen; ella provocaba que hasta los objetos inanimados pareciesen disfrutar y agradecer el goce de sentirla… Se quedó un rato tecleando con su celular; recién entonces recordé que no tenía a mano el mío, pero… ¿qué importaba?  Luego, control remoto en mano, se paseó por varios canales en el televisor del cuarto para, finalmente, vencida, entregarse al sueño… A  mí jamás me había sido ordenado retirarme del lugar ni tampoco se me había dicho en dónde debería dormir… pero me pareció que estaba más que claro que tenía que hacerlo en el piso… Antes de hacerlo, no obstante, permanecí un rato contemplándola, fascinados mis sentidos ante tan altanera y soberbia belleza descansando delante de mí… Honestamente no quería dormir; me hubiera gustado permanecer así toda la noche, extasiadas mi vista y mi mente con tal imagen… Pero el cansancio y el abatimiento que me aquejaban eran grandes, así que en determinado momento me arrebujé en el piso y me hice un ovillo… Me entregué al sueño mansa y sumisamente, tal como correspondía a mi condición… Me dormí con una sonrisa dibujada en el rostro e impresa en mi espíritu… Y fue, sin dudas, la mejor noche de mi vida…

            Al otro día (¡ay!) llegó el momento de dejar la finca de los Batista.  Loana me ordenó ir a mi habitación a buscar las cosas que quedasen y allí me topé con una última experiencia traumática que, de algún modo, vino a arruinar lo que hasta ese momento pintaba como un cierre perfecto para el fin de semana.  Me encontré, en efecto, con la mujerona que estaba dando los últimos toques a la limpieza de mi habitación; no pude evitar sobresaltarme.

             “Ah… parece que ya te dieron la ropita eh… – me dijo burlonamente – ¿Así que hoy ya te vas?”

            Asentí con mi cabeza, bastante nerviosa como cada vez que estaba frente a aquel demonio.

             “Te voy a extrañar, ¿sabés? – se mofó con evidente sarcasmo – Ojalá vuelvas pronto, queridita… pero… ¿sabés qué?…”

             Yo la miré con incomprensión y con las peores expectativas… Ella se dirigió a cerrar la puerta del lugar y un temblor me recorrió todo el cuerpo cuando quedé con ella en una habitación ahora cerrada…

            “Antes de irte vas a darme placer” – anunció sonriendo maléfica y desagradablemente…

             El espanto se apoderó de mí y el horror me contrajo el rostro mientras la bestial mujer avanzaba hacia mí a paso decidido bamboleando su cuerpo, fofo y deforme por donde se lo viese.  Ella se dio cuenta de eso en el momento de  detenerse frente a mí; permaneció un instante mirándome desde lo alto y yo, arrodillada, la veía inmensa…, monstruosa debería decir…

              “¿Qué te pasa? – me preguntó, burlona – ¿Te doy asco no, nenita bien?  Estoy algo harta de ver que aquí gozan todos menos yo… Claro, soy muy fea, ¿no es cierto?… Soy horripilante…  ¿Quién querría gozar conmigo o hacerme gozar?  Te tengo malas noticias, putita inmunda… porque vas a chuparme la concha hasta morir…”

              Juro que en ese momento quise que los ladrillos del piso se abriesen y me tragasen.  Se levantó la falda y se quitó un calzón enorme que arrojó a un costado.  Me empujó violentamente hacia atrás y me hizo caer de espaldas, golpeando mi cabeza contra el piso; el golpe me atontó un poco y, cuando intenté recuperarme, tuve la horrenda visión de sus partes íntimas, rugosas, fofas, transpiradas y malolientes acercándose hacia mi rostro.  Prácticamente se sentó sobre mi cara y quedé imposibilitada de respirar por largo rato, lo cual, debo confesar, me hizo temer por mi vida:

            “¡Vamos puta! – vociferaba -… No es tan linda esta conchita como esas tres que chupaste el sábado, ¿no?… Jajaja… Chupá, dale, usá tu lengua como sabés”

              No puedo describir al lector la pesadilla que estaba viviendo.  Me venían ganas de vomitar pero sabía que si lo hacía en ese contexto me asfixiaría… No tuve más remedio que sacar mi lengua afuera y comenzar a lamer su sexo para luego entrar en él… Créanme, aquella mujer no sólo lucía desagradable, sino que olía y sabía desagradable, además del mal aseo personal que resultaba evidente en ella…

               “Mmmmmmm…. Sí, perra… así, así… ¡Qué buena lengüita tenés! ¡Con razón hiciste acabar a esas tres borreguitas putas!  Mmmmm… qué bueno… así, así… Más vale que me hagas acabar porque te juro que te cago encima…”

             Si se podía imaginar algo más monstruoso que aquello a lo que estaba siendo sometida era precisamente el contenido de la amenaza que acababa de lanzar.  Fue tanto lo que me aterraron sus palabras que aceleré frenéticamente los movimientos de la lengua por más desagradable que fuera el lugar que visitaba con ella.  Los gritos de la mujer fueron aumentando en volumen y es literal lo que digo porque aquella bestia no conocía el gemido ni el jadeo sino que iba directamente al grito salvaje… bestial precisamente… Tuve la esperanza de que sus gritos fueran oídos desde la casa pero nada ocurrió… Yo necesitaba respirar ya y la única forma de hacerlo era que aquel monstruo llegase al orgasmo lo antes posible… En un momento profirió un último grito que pareció salir del interior de una caverna… y de inmediato tuve el sabor repulsivo de sus fluidos en mi boca… Ya estaba: lo había logrado… Ahora sólo me quedaba esperar que aquel adefesio sin forma se retirase de encima de mi cara… y sólo deseaba que eso ocurriese rápido porque yo ya no daba más…

             Lo hizo, por suerte… Y tragué aire desesperadamente…

              “Mmmmmm… qué bien que lo hacés… – dijo, perdida en un mar de goce como seguramente hacía rato que no sentía, si era que realmente aquella ignominia de mujer hubiese conocido alguna actividad sexual en su vida -.  La próxima vez que Loana te traiga por acá, le voy a pedir si no me permite tenerte en mi cuarto alguna noche… Te juro que la vamos a pasar muy bien, linda… Vas a ser una muy buena compañía para mí… Ahora vamos afuera que tengo que lavarte”

             Cada palabra que pronunciaba me llenaba de terror… Yo deseaba fervientemente que Loana fuera a requerirme en su finca lo antes posible, pero si aquella bruja tenía realmente la intención de solicitar lo que acababa de decir, habría que ver hasta qué punto eso no sería un problema… Otra vez las contradicciones, otra vez las paradojas… Ya me estaba acostumbrando… Me lavó afuera, estando yo en  cuatro patas, y me cepilló con el doble de fuerza que lo había hecho antes, como si se tratara de una despedida… y en buena medida lo era…  Al irse, me arrojó un beso de manera burlona y me prometió que volveríamos a vernos y que lo pasaríamos realmente bien.  Permanecí fuera de la habitación esperando a estar seca y, una vez que lo estuve, volví a ingresar… Junté mis cosas y me quedé aguardando a que Loana dispusiera sobre mí…

            La diosa rubia llegó finalmente… Otra vez estaba flanqueada a sus pies por los dos esperpentos deshumanizados… Aparentemente el tiempo de castigo ya había expirado…  Lo que sí noté era que ahora llevaban puestos sendos culotes de cuero muy semejantes al que me había sido colocado el sábado luego del incidente en la piscina; no era difícil suponer entonces que muy posiblemente ambas tuvieran también sendos consoladores en el culo del mismo modo que había ocurrido conmigo… Era la forma en la cual Loana hacía que sus sumisas tuvieran presentes sus errores y sus faltas…  Ella me volvió a colocar la cadena al collar y me llevó hacia la zona de las cocheras, precisamente hacia donde se hallaba el Volkswagen escarabajo en el cual yo había llegado la noche del viernes.  Abrió el baúl, me quitó la cadena y me hizo entrar allí: ¿qué esperaba yo después de todo? ¿Viajar en el habitáculo?  Impensable… Al momento de ingresar eché un vistazo en derredor como queriendo abarcar toda la finca aunque eso era imposible: lo que estaba haciendo en realidad era tratar de retener en mis retinas y en mi memoria el lugar en el cual yo había pasado el fin de semana que cambió mi vida… Abrigaba, por supuesto, la esperanza de regresar, pero estaba la posibilidad de que eso no ocurriese y, por lo tanto y con más razón, quería congelar en mi recuerdo aquel sitio increíble cuya ubicación geográfica desconocía…

         Me ubiqué en el interior haciéndome un ovillo y la tapa del baúl se cerró sobre mí… En ese momento me imaginé a mí misma durmiendo a los pies de la cama de Loana en su habitación y la sensación sólo pudo ser placentera… tanto que hubiera querido entregarme dócilmente al sueño… y soñar con ella… El auto arrancó… y los minutos fueron pasando; esta vez no me preocupaba la posibilidad de quedarme sin aire: yo ya sabía que Loana tenía todo bajo control y, además, yo respiraba ahora más tranquilamente que a la ida… El tema, sin embargo, fue cuando el auto finalmente se detuvo… o mejor dicho, unos instantes después de ello…

       La tapa del baúl se levantó y me encontré con la excelsa silueta de Loana recortada contra los rayos del sol matinal.  Se escuchaban voces y pasos en derredor…

        “Vamos… – me ordenó -.  Abajo”

         Prestamente obedecí la orden y fue entonces cuando tomé conciencia del lugar en que nos hallábamos… El auto estaba aparcado en el estacionamiento de la facultad… ¿Qué esperaba?  El hecho es que yo me encontraba ataviada patéticamente con un sostén transparente y una faldita que no cubría la cola en frente de los cientos de estudiantes, docentes y demás personal que estaban llegando al establecimiento… No necesito decir que todas las miradas se clavaron sobre mí…

          “Vamos para el baño” – me dijo Loana secamente.

           Echó a andar hacia la zona de los baños y yo sabía que debía hacerlo detrás, aun a pesar de los cientos de pares de ojos que me escrutaban absortos por la sorpresa o bien encontrando divertida la escena.  Dudé por un momento acerca de si debía hacerlo caminando normalmente o a cuatro patas: no estábamos ya en la finca… Pero rápidamente saqué la conclusión de que mi devoción a Loana era algo que debía estar más allá de un lugar físico en especial y, además, no podía arriesgarme a la ira de la rubia; en todo caso, si no me había pedido que marchara a cuatro patas, tampoco iba a estar en falta si lo hacía… Así que, muerta de vergüenza pero a la vez extrañamente orgullosa, marché a gatas tras Loana llevando mi bolso con las cosas… No era sólo el hecho de que todos me vieran andar en aquella forma; estaba también mi collar, mi “corte de cabello nuevo” y los tatuajes que denunciaban mi condición…

        Llegamos hasta el baño de damas.  Loana me hizo ponerme en pie y me obligó a quitarme la ropa; así lo hice y quedé desnuda y expuesta ante los ojos de todas las chicas que entraban y salían constantemente ya que no estábamos en ninguno de los reservados sino en la zona de los lavabos frente a los espejos.  Recién entonces recalé en un pequeño morral que Loana llevaba, el cual apoyó junto a uno de los lavatorios.  Cuando extrajo algo de su interior, reconocí un culote de cuero semejante al que me había sido colocado en la noche del sábado (tal vez inclusive el mismo) o a los que les viera puestos a las sumisas un rato antes, cuando nos fuéramos de la finca de los Batista.  Yo no entendí demasiado a qué iba el asunto porque interpretaba, hasta allí, que el culote era recibido cuando se había cometido una falta y la realidad era que en ese momento no había nada que Loana pudiera recriminarme en cuanto a mi comportamiento.  No sé si ella leyó mi pensamiento o si, simplemente, quiso explicármelo porque sí, pero lo hizo:

         “Mientras estés en la facultad es importante que te acuerdes de que sos un objeto de mi propiedad; por eso es que vas a llevar el recordatorio de tu condición”

A pesar de estar de espaldas a ella pude ver en el reflejo del espejo cómo extraía a continuación un pequeño pomo de un ungüento viscoso y semitransparente que untaba sobre su dedo mayor.  Sólo unos instantes después ingresaba con el dedo en mi orificio anal y entendí entonces que lo que había sacado del bolso era un lubricante.  Realizó el fino trabajo de dilatarme el agujero lo suficiente e ir incorporando dedos de tal forma de lograrlo; mi excitación, una vez más, subió al cielo al sentir los dedos de Loana entrando en mi cuerpo sin pedir permiso alguno…  A continuación vino lo que de algún modo preveía: extrajo del morral un consolador  y comenzó, al instante, el trabajo de irlo introduciendo en mi cola trazando círculos con la cabeza del mismo; todo ello, por supuesto, a la vista de las muchachas que seguían entrando o saliendo del baño de damas y a quienes yo podía ver en el espejo: mi humillación aumentaba a niveles indecibles conjuntamente con la excitación… Una vez el objeto estuvo instalado adentro en su totalidad,  Loana tomó el culote y fue uniendo las hebillas de tal modo de cerrarlo para, finalmente, hacer lo propio con los candados que pendían a ambos lados.

         “Al terminar la última clase de la tarde, buscame que te abro los candados… Y si en alguno de los recreos tenés necesidad de hacer pipí u otra cosa, venís y me pedís… ¿sí?”

          Yo asentí, por supuesto.  ¿Qué otra cosa podía hacer?  Otra vez mi cola estaba doliendo como si algo desde el interior pugnara por hacerla estallar, pero yo sabía bien cuál era mi lugar y que no debía presentar objeción alguna o, de lo contrario, quizás jamás volviera a pisar la finca de los Batista.  Por otra parte, bien era cierto que cumplía función de recordatorio: el objeto instalado en mi ano venía a recordarme precisamente y a cada instante, que yo también era un objeto… una propiedad de Loana Batista…

          Recién después de eso Loana me permitió vestirme y, por primera vez en varios días, volví a lucir como una estudiante normal, haciendo la salvedad nada desdeñable de que llevaba un collar de perro al cuello y que un tatuaje allí mismo denunciaba mi situación…  El resto del día trascurrió tranquilamente… Loana presentó su trabajo y yo, obviamente, no pude presentar el mío, lo cual significaba virtualmente mi desaprobación de la cursada… Atendí a Loana de rodillas en el parque cada vez que así lo requirió y encendí su cigarrillo cada vez que le dio por fumar… A veces utilizó mi espalda como reposo para sus pies, estando yo a cuatro patas tal como ocurriera la tarde anterior en la piscina cubierta, y otras veces me hacía poner rostro en el suelo para colocar uno de sus pies sobre mi nuca y mejilla… Se notaba a las claras que le gustaba exhibir a su criatura deshumanizada porque eso era, precisamente, una manera de exhibir su poder y sus logros: haberme convertido en esa decadencia que todos tenían ante sus ojos…

          En el aula magna tuve oportunidad de ver a Tamara: parecía hacer un siglo que no la veía.  Me miró a la distancia y yo miré para otro lado, ya que advertí un deje de recriminación en su mirada y no pudo menos que invadirme una profunda vergüenza por verme como me veía…  Se hizo larga la jornada y, en algún momento, debí solicitar permiso a Loana para ir al baño, justamente durante uno de los tantos recreos en los cuales los jóvenes salían a retozar al parque… Ella, sin levantarse de su asiento, me hizo seña de que me pusiese de pie y me acercase: una vez que lo hice, sin el más mínimo miramiento y ante de la vista de todo el mundo, echó abajo mi pantalón y soltó las llaves de los candados… Me preguntó si tenía ganas de orinar o de defecar y como era lo primero no necesitó extraer el pene artificial de adentro de mi orificio; una vez que me liberó del culote volvió a subir mi pantalón y me ordenó que fuera, todo ello bajo las miradas incrédulas, azoradas y, como siempre, divertidas de la estudiantina.  Me sentí casi como una niña pequeña a quien su madre le bajaba la bombachita para hacer pis, pero con una gran diferencia: una niña pequeña no conoce el pudor; en mi caso sí lo conocía, pero no me estaba permitido sentirlo…  Una vez que fui a hacer mi necesidad, regresé junto a ella y repitió el procedimiento pero en el orden inverso.

        Hacia el final de la jornada, cuando a media tarde finalizó la última de las clases, me quedé de rodillas sobre el pasillo del aula magna esperando su paso y por un momento me pregunté qué ocurriría si ella no se acordaba que debía quitarme tanto el culote como el objeto que tenía yo en mi interior: de hecho, se la veía salir de pura charla y muy entretenida con un par de muchachos… No me atreví a decir una palabra desde luego… y por suerte ella misma en un momento, casi sin mirarme, me hizo una seña con un dedo indicándome que la siguiese… Me llevó nuevamente al baño de damas y allí soltó los candados, me liberó del culote y extrajo el consolador de adentro de mi culo… Me obligó a limpiarlo en el lavabo antes de echarlo nuevamente en su morral y, a continuación, me exigió que me pusiese de rodillas para despedirla como era debido hasta el otro día… Apoyé las palmas de las manos en el piso y besé reverencialmente cada uno de sus pies, tras lo cual echó a andar hacia la puerta de salida mientras yo iba detrás besando el piso tras cada paso que daba… Cuando traspuso la puerta supe que hasta allí llegaba yo de momento… No podía seguirla, obviamente, porque ella iba a su casa y yo a la mía… Me quedé allí, bajo el marco de la puerta, viéndola alejarse. Una intensa tristeza se apoderó de mi alma por saber que no la volvería a ver hasta el otro día…

           Llegar a mi casa fue el acto que dio inicio a un mar de explicaciones.  Mis padres, obviamente, querían saber por qué llevaba el pelo cortado de esa manera…

          “Se usa, papá… está de moda… así, corto, desmechado, como desordenado… ¿no te fijaste?”

          No sé si mi explicación les convenció porque, de hecho, yo misma no me la hubiera tragado de haber estado en su lugar, pero puedo asegurarles que fue mucho más difícil explicarles que también lo del collar era una tendencia, una moda… Yo, poco antes de subir al colectivo para el viaje de regreso, había comprado un pequeño prendedor que ubiqué justo sobre la muesca del collar de tal modo que no fuera visible mi tatuaje… De hecho, tendría que pasar el tiempo en mi casa ocultando marcas y tatuajes… Es que en ese caso no sé si podría seguir inventando excusas…

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