Silvia se había puesto el despertador para despertarse antes que su ama. No quería comenzar el día con una azotaina.
Se acercó gateando a la cama y apartó lentamente las sábanas. Ivette estaba completamente desnuda. La visión de su cuerpo y el pensamiento de lo que iba a hacer hizo estremecer a Silvia (¿Durante cuanto tiempo tendré que hacer esto?).
Acercó su boca al coño de su ama y comenzó a lamer, lentamente, acariciando cada pliegue de su raja, saborenado, a su pesar, un sabor qe empezaba a agradarle. Los ligeros gemidos que emitía Ivette indicaban que comenzaba a despertarse, así que
aumentó el ritmo.
Mientras se tomaba su “desayuno” Silvia no podía dejar de pensar que le depararía el día. En las dos anteriores jornadas su vida había dado un vuelco, pero no estaba segura de estar descontenta con ello. Nunca había estado tan cachonda en su vida, y nunca había tenido unos orgasmos tan intensos. Se le venía a la mente la idea de que a lo mejor no era tan malo seguir así… (¿Que no sería tan malo? ¡Soy una esclava!).
Ivette interrumpió sus pensamientos sujetando su cabeza y corriendose sobre su boca. Como parece que era habitual, siguió lamiendo durante un rato hasta que Ivette pensó que era suficiente.
– Veo que te has adaptado a tu papel esclava. ¡Posición de inspección!
Silvia se levantó rapidamente y se colocó en la postura requerida. Ivette rodeó su cuerpo, observandola.
– Parece que las marcas de los azotes van desapareciendo… Espero que haya sido suficiente para que aprendas tu lugar, si no, no dudaré en volvertelos a hacer, y esta vez no serán sólo 15…
Ivette comenzó a toquetear con el plug anal de Silvia. Ésta soltó un quejido. Llevaba toda la noche con ello puesto y le dolía el culo.
– Espero que te hayas acostumbrado bien. Más tarde te pondrás uno más grande. Voy a dilatar ese ojete poco a poco. Dentro de un tiempo me pedirás tu misma que te dé por el culo… Vamos a la cocina, quiero desayunar algo.
Silvia caminó detrás de Ivette hasta llegar a la cocina. Cuando llegó, se puso automáticamente a hacer el desayuno.
– Hazme un café esclava, tu tomarás esta infusión nada más, quiero que hagas una dieta especial que yo supervisaré. – Dijo, tendiendole un sobrecito con las hierbas de la infusión.
Mientras la esclava preparaba el desayuno, Ivette sacó dos cuencos de perro. Uno lo lleno de agua, el otro lo dejó al lado. Una vez estuvo preparada la infusión, vertió el contenido en el cuenco que quedaba libre.
– Ese es tu lugar perra, hasta que te ordene lo contrario no volverás a usar las manos para comer. Lo harás de rodillas, como la perra que eres.
Silvia se resignó. Se arrodilló y se bebió la infusión como pudo. Ivette sonreía satisfecha. Se estaba acoplando a todas sus peticiones sin rechistar, además a partir de ahora, gracias a las drogas que iba a suministrar a la esclava a través de la infusión que acompañaría todas sus comidas sería más fácil. Esa droga, aumentaba las sensaciones de placer y haría más
fácil y llevadero el aprendizaje de su nuevo rol.
– Tienes la ropa preparada en el salón, esclava. Te quiero preparada en 10 minutos. – Dijo Ivette
– ¿V-Voy a salir mistress?
– Claro que vas a salir imbecil, ¿No te dije que seguirías yendo al gimnasio? Y ahora ¡corre! No quiero que me hagas esperar. ¡Ah! Te permitiré no llevar el plug anal. – Silvia respiró, aliviada. – En su lugar llevarás esto en el coño.
Ivette tendió a Silvia una cuerdecita con un par de bolas atadas. ¡Quería que llevase unas bolas chinas!. Nunca había usado unas, pero sabía cómo funcionaban… Con el movimiento del gimnasio estarían estimulándola en todo momento…
Silvia llegó al salón y vió la ropa que le tenía preparada. Se quedó paralizada. Eran unas mallas que casi casi parecían unas bragas de lo pequeñas que eran, un tanga de hilo y un top cortisimo… ¡Y no había sujetador! Con ese top se notaría perfectamente que no llevaba nada, ¡No podía salir así!
– Ehh… Mistress… No… No puedo salir con esto… Por favor…
– ¿Estás diciendo que no quieres obedecerme, perra? ¡Si no quieres salir con esto, saldrás sin nada! Tu eliges.
Silvia agachó la cabeza y comenzó a quitarse la escasa vestimenta que llevaba. Cuando extrajo el plug anal, sintió un vacío en su culo que la dejo una sensación extraña… Estaba aliviada de quitarselo, pero… No era tan desagradable…
Empezó a introducirse las bolas chinas una a una, sólo para darse cuenta de que le era sencillísimo, ¡Estaba empapada!
Cuando estuvo completamente vestida y se miró al espejo se asustó, ¡No podía salir así! Pero… sabía que no tenía otra opción…
– Perra, después llamaré al gimnasio y preguntaré por tí, como me digan que no has ido, lo lamentarás…
Y con esas, Silvia salió de casa camino del gimnasio.
Mientras Silvia estaba fuera, Ivette comenzó a repasar su plan. Todo estaba saliendo perfecto. Silvia estaba comiendo en la palma de su mano y los pocos conatos de rebeldía que había tenido los había cortado de raíz con los castigos físicos. Silvia no tenía ni idea, creía que había tenido mala suerte, que una serie de casualidades le habían ido en contra y se había generado esta situación. Nada más lejos. La esclavización de Silvia estaba prevista desde hace tiempo…
Ivette, en realidad, no era una asistenta. Era una “empleada” de una corporación que, entre muchas otras cosas se ocupaba de capturar y domar a esclavas y esclavos, ya fuese para uso propio de la organización, o por algún pedido expreso de sus socios o clientes. Sus métodos eran muy variados, desde chantaje, hipnosis, drogas, modificación del pensamiento hasta nanorobots, cirujías y otras prácticas algo más oscuras…
Peter había tenido “problemas” con esa corporación y comenzaron a ir detrás de él. Para salvar su culo, Peter les puso en bandeja de plata a su esposa… Llevaban varios meses planeandolo ya. Todo empezó cuando contrataron a Ian en la casa, un cuerpo irresistible para que la madura mujer cayese en la tentación. Ian también formaba parte de la corporación pero, a diferencia de Ivette, él era un esclavo. No le costó mucho hacer que Silvia mordiera el anzuelo, al poco tiempo se la estaba llevando a la cama. El paso que significaría el comienzo de la fase final para la captura de Silvia era la contratación de Ivette.
Desde entonces, la asistenta había medido sus jugadas perfectamente y además, Silvia se había mostrado más predispuesta de lo que esperaban. Esa zorra sería una esclava estupenda…
En el gimnasio, Silvia no podía soportarlo… Cuando entró en el gimnasio se dió cuenta de que las miradas de deseo y envidia que le dedicaban normalmente hombres y mujeres había cambiado… Ahora eran… otra cosa… Era desprecio y chanza. La gente pensaba que iba como una puta y ella no podía negarlo… También lo pensaba…
Las bolas chinas estaban haciendo su trabajo y simplemente con el camino hasta el gimnasio la tenían con una calentura extrema. Pensaba que el más ligero roce haría que se corriese allí enmedio. Se le ocurrió la idea de meterse al vestuario y dejar pasar el tiempo, en un par de horas volvería a casa e Ivette no se enteraría de nada, pero no sabía porqué, la idea de contrariarla la asustaba… Era imposible que se enterase pero, ¿Y si lo hacía? Lo pagaría caro…
Comenzó haciendo ejercicios de pecho. Tenía que coger dos abrazaderas y moverlas haciendo un arco hacia delante. No le pasaban desapercibidas las miradas de los hombres, sus pechos sin sujetador debían ser un reclamo espectacular para ellos. No le gustaban esas miradas, la hacían sentirse sucia… y caliente… No sabía porqué reaccionaba así, ¡Se odiaba a sí misma!
Esas miradas la hacían sentirse como la puta que parecía… A ella, que siempre le había gustado llevar las riendas en temas sexuales, le estaban pasando ideas nuevas por la cabeza. Se imaginaba forzada por aquellos hombres, indefensa, dominada. Y eso le gustaba. Estaba descubriendo nuevos pensamientos que nunca había tenido… y le gustaban. Se imaginaba de rodillas, en el suelo en… posición de ofrecimiento… mientras notaba como una polla durísima comenzaba a taladrarla. La follaba duro, no la daba tregua y cuando miraba a su dominante compañero era… ¡Ivette!
Abrió los ojos de golpe, ¡Todo el mundo la miraba! Se le había ido la cabeza, y entre la caentura de las bolas chinas y de la situación se había dejado llevar. Estaba sudando. Se levantó y se secó con la toalla. Se dirigió a la otra punta de la sala y fue a las máquinas de correr. Estaban algo apartadas, así que podría evitar las miradas de la gente.
Cuando empezó a correr algo la sobresaltó. El ritmo de la carrera ¡Hacía que las bolas chinas intensificasen su efecto! Dios… No iba a poder aguantar… ¡Estaba muy caliente! Se bajó de la maquina y se fué a mojarse la cara. Se miró al espejo y se vió a si misma roja como un
tomate. ¿Que iba a hacer? Le daba miedo irse pero no podía volver a salir ahí…
Cinco minutos después, Silvia se iba del gimnasio mirando al suelo, andando lo más rápido posible para irse de allí.
– Vaya vaya… – Dijo Ivette colgando el teléfono. – Así que esa pequeña zorra ha huido…
Inmediatamente, subió a la habitación a preparar el castigo de su esclava.
Cuando Silvia entró a casa, todas las luces estaban apagadas. Había estado escondida cerca de su casa antes de entrar para hacer tiempo y que no se notase que había evitado el gimnasio. Estaba convencida de que Ivette no se enteraría.
– ¿Hola? ¿Mistress? – Preguntó tímidamente Silvia.
Comenzó a avanzar lentamente. Cuando llegó a la cocina, vió a Ivette sentada a la mesa, esperandola.
– ¿Que haces con esa ropa, perra? ¿No te dije cual era la vestimenta que deberías llevar en casa? – Espetó Ivette
– P-Perdón Mistress, ahora mismo me cambio. – Dijo Silvia, que no había previsto aquello.
Subió directa a su cuarto y cuando llegó a la puerta se quedó helada. ¡Un completo arsenal de bondage estaba distribuido por toda la habitación! Había correas, latigos, fustas, dildos… ¡Incluso había argollas en el techo! Estaba asustadísima, ¿Como había llegado a esto?
Cuando fue a retroceder para salir de la habitación se encontró de bruces con Ivette, que inmediatamente le dió un bofetón que la tiró al suelo.
Antes de que Silvia pudiese reaccionar, Ivette ya le había puesto unas argollas en las manos y otras en los pies. Tirando de unas cuerdas, y a través de unas poleas, las argollas comenzaron a hacer que Silvia se incorporase, quedando sujeta en forma de x en medio de la habitación,
de espaldas a la puerta. Silvia vió que Ivette llevaba un cuchillo en la mano y comenzó a gritar. Otro bofetón la hizo callar.
Con el cuchillo, Ivette arrancó la ropa de Silvia, dejándola sólo con las bolas chinas.
– ¿Que tal en el gimnasio, esclava? No parece que la ropa esté muy sudada… ¿Has acabado tus ejercicios? – Preguntó Ivette, agarrando a Silvia de la cara.
– N-No, mistress. – Contestó la mujer, aterrorizada.
PLAFF.
– ¿Cómo te atreves a desobedecerme? ¿Creías que soy estúpida? ¿Que podrías engañarme?
– No, yo no..
– !Calla! – Ivette recogió el tanga de Silvia. Estaba empapado. Obligando a su esclava a abrir la boca se hizo tragar. Con él en la boca, introdujo un ballgag, asegurándolo con unas cintas en la parte de atrás de la cabeza.
– Mmmmm – Gimoteaba Silvia. Sus propios flujos le llenaban la boca.
– No quiero oir ni un ruido, zorra. Vas a recibir un castigo tal que no se te ocurrirá volver a desobedecerme.
Ivette había colocado cámaras alrededor de la habitación y comenzó a encenderlas. Cogió una cámara digital y comenzó a hacer fotos ella misma, desde todos los angulos. Fotografió al detalle cómo le iba extrayendo las bolas chinas una a una y como, poco a poco, comenzó a introducirle un nuevo plug anal, algo más grande que el anterior. Para acabar, colocó un antifaz a Silvia. No poder ver haría que sufriese psicológicamente al no saber lo que estaba haciendo la dominatrix.
Cogió una fusta y, rodeándo a su esclava, comenzó a repartir azotes por igual entre sus pechos y su culo. Silvia se agitaba y gritaba con cada golpe, pero la mordaza impedía que los gritos se escucharan.
Media hora de azotes después, el cuerpo de Silvia estaba lleno de marcas rojas y la esclava estaba derramando lagrimas. Ivette apartó la mordaza y preguntó:
– ¿Has tenido suficiente?
– Ss-si, mistress… Por favor… Más no… Haré lo que quieMPpfff. – Ivette introdujo de nuevo el tanga y la mordaza en la boca de Silvia.
– Todavía no hemos acabado con la sesión. Ahora voy a recolocarte.
Ivette comenzó a atar y desatar las cuerdas de Silvia, colocándola con el culo en pompa sobre la cama, con los brazos bajo el cuerpo y atados a las cuerdas de los tobillos. Estaba inmobilizada.
La dómina comenzó a jugar con el plug anal, provocando un pequeño atisbo de placer a la esclava después de la azotaina recibida.
El plug entraba y salía del culo de Silvia con facilidad. Su ojete rosado se adaptaba perfectamente al falo de plástico que la chica deslizaba suavemente dentro y fuera de él. Parece que a Silvia tampoco le desagradaba nada el tener su culo lleno, poco a poc empezó
a gemir, ignorando que hace escasos dos minutos había recibido una paliza con la fusta.
DING DONG
Silvia quedó paralizada, del susto, su ojete se cerró y atrapó el plug dentro de él, Ivette lo dejó dentro.
– ¡Parece que ya ha llegado el pedido que he realizado!. – Dijo Ivette con un tono alegre.
La chica salió de la habitación y dejó a Silvia sola, atada y con los ojos tapados. La señora de la casa estaba sufriendo, ¿Quién había venido? No podía ser Peter… No podía entrar nadie y verla así…
Oyó la puerta cerrarse y poco después Ivette entró en la habitación. La oyó dejar una caja en un lado.
– Ya que ayer hice limpieza en tu armario, te he comprado algo de vestuario. Más apropiado para tu nueva condición.
Silvia se tranquilizó un poco… Parece que el mensajero había dejado el paquete y se había ido… La mujer relajó el ojete, dejando a Ivette proseguir con su cometido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el placer que la consumía. Llevaba todo el día deseando
correrse… ¡Nunca había estado tan cachonda! ¡Estaba enferma!
– Como comprenderás, yo no he pagado nada de la compra. – Continuó Ivette. – Así que… tendrás que hacerte cargo del pago. – Extrajo el plug de un tirón. Un sonoro BLOP salió de su culo cuando se quedó vacío y su ojete abierto fue objeto de varias fotos más.
Unas manos grandes agarraron a Silvia de las nalgas, que después del castigo estaban demasiado sensibles. Soltó un grito, mitad por el dolor mitad por la sorpresa. ¿Quién era?
– Venga chico, es toda tuya. Espero que te sirva como pago.
Una enorme polla entró de golpe en el culo de Silvia. ¡Era enorme! ¡La iba a partir por la mitad! Lo que Silvia no sabía es que el dueño de esa polla era Ian. Ivette le había traido para seguir entrenando la sumisión de Silvia, además de su culo.
Ivette le quitó la mordaza a Silvia y se tumbó delante de ella, llevando su cabeza a su coño la obligó a comérselo, tarea en el que la esclava se afanó con ganas. Los gemidos comenzaban a llenar la habitación, Ivette estaba disfrutando del trabajo de su esclava
y Silvia de la sodomización del extraño mensajero.
Ivette levantó ligeramente el culo ofreciendo a su esclava el culo, en vez de el coño. Silvia dudó un segundo, al notar el diferente sabor, pero ahora mismo no estaba en condiciones de razonar. La lengua de la mujer jugueteaba con el agujerito de su ama e Ivette lo disfrutaba, estaba haciendo un buen trabajo con ella, sería un gran ejemplar de esclava.
– Ahora te voy a quitar las ataduras perra. – Dijo Ivette separandose de Silvia. – Pero te voy a dejar el antifaz. Si intentas quitartelo o hacer algo raro el castigo de antes te parecerá un juego de niños. ¿De acuerdo esclava?
– Si mistress. – Contestó Silvia, alterada por la tremenda sodomización que le estaban proporcionando.
Ian sacó la polla de golpe, dejando a Silvia con una sensación de vacío en su culo y se pusó a retirarle las ataduras.
– Ahora vas a tratar a nuestro amable repartidor con mucha amabilidad, ya sabes a que me refiero. Tienes que pagarle el servicio. Primero ponte de rodillas y abre la boca. Exclamó Ivette.
Silvia obedeció.
– Saca la lengua. – Ordenó la joven.
Ivette no perdió detalle con la cámara de la postura de Silvia y de cómo la enorme tranca negra de Ian se iba acercando a sus labios.
Al notarla, Silvia comenzó a lamer el glande, y poco a poco a juguetear con él dentro de su boca. Hizo caso omiso al sabor de la polla después de estar en su culo.
Ian puso una mano en la nuca de la esclava, guiándola en su labor. Poco a poco se la tragaba más adentro hasta que consiguió introducirla toda.
Las manos de Silvia se acercaban a su coño, ¡Estaba cachondísima!
– ¡Ni se te ocurra masturbarte esclava! Solo podrás correrte cuando yo te dé permiso.
A una señal de Ivette, Ian apartó la polla de la boca de Silvia, que quedó durante unos segundos en una graciosa posición, intentando mamar el aire. Ian se tumbó en la cama boca arriba.
Móntale esclava. – Dijo Ivette, guiándola sobre el jardinero.
Silvia, reconociendo el terreno con las manos, se sentó de golpe sobre la polla que tenía debajo, insertándosela de un golpe. ¡Necesitaba sentirse llena de polla!
Comenzó a cabalgar como una loca. Sacaba la polla casi hasta el final y volvía a metersela de golpe. A este paso no tardaría en correrse… Pero no debía…
Ivette estaba haciendo un book estupendo. Silvia lo estaba dando todo.
Cuando Ian estaba a punto de correrse levantó a la esclava y volviendola a poner de rodillas se vació sobre su cara y sus tetas. Silvia, con la boca abierta, recibía sin inmutarse toda la corrida del negro. Deseando correrse ella también. ¡Necesitaba correrse!
Estas serían las mejores fotos. Silvia con la boca abierta y la cara llena de semen.
– ¿Crees que has pagado la deuda esclava?
– Lo que usted considere, mistress. – Ivette se sintió complacida por la respuesta.
– Entonces hemos terminado. Vistete y date una ducha, tienes pinta de cerda con el semen por la cara.
– P-Pero… Mistress… Yo…
– ¿Que quieres zorra?
– N-Necesito correrme… Por favor… Mistress…
– ¿Quieres correrte? Tendrás que hacerlo tú misma. Metete esta polla por el culo hasta que te corras. – Dijo, tendiendole una enorme polla de plástico.
Silvia, al agarrarla se tendió inmediatamente sobre el suelo y se la insertó de golpe en el culo, iniciando una follada desesperada por correrse. No tardó mucho, con el calentón que tenía en seguida comenzó a gritar de placer, corriendose por primera vez gracias a su culo.
Silvia quedó tendida en el suelo.
– ¡Ni se te ocurra esclava! ¡Cada orgasmo que te sea permitido debe ser agradecido debidamente! Si no, supongo que no querrás seguir teniendolos…
Silvia, se levantó inmediatamente, temerosa de no volver a correrse en un tiempo por el enfado de su ama y se arrodilló a lamer las botas a su ama.
Ivette ordenó a Ian que se marchase. Unos minutos después ordenó a Silvia que era suficiente, apagó las cámaras y ordenó a su esclava darse una ducha y asearse. Cuando terminó, le introdujo el nuevo plug más grande que había preparado.
 
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