La hija de mi chófer

− Don Luis, quería pedirle un favor – me comentaba Ramón cuando íbamos camino del aeropuerto.

Ramón ha sido mi chófer durante estos últimos ocho años, muy fiel servidor, discreto y dispuesto a lo que se le mande. Un empleado ejemplar, como pocos, cercano a su jubilación. Es sin duda uno de mis mejores trabajadores y eso que tengo a mi cargo más de quinientas personas, pero pocas son de fiar y de la categoría servicial de este hombre.

− Dime Ramón. ¿En qué puedo ayudarte? – dije mientras yo releía un informe en el asiento de atrás.

− Verá, es sobre mi hija. – añadió mirándome por el espejo retrovisor.

− ¿Tu hija? ¿Le ocurre algo?

− No, no, es que no encuentra trabajo y… quiere estudiar y no puedo pagarle ni la matrícula.

− Ah, entiendo. Verás Ramón, yo no puedo aumentar mucho más tu sueldo, ya sabes cómo están las cosas…

− No, si no es por mí, es por si pudiera encontrarle algo a ella.

− Está la cosa jodida, ya lo sabes. Ahora mismo no tengo ningún puesto libre en la empresa…

− Lo sé y no quiero abusar de su amabilidad una vez más, le estoy muy agradecido por contratarme. Nunca tendré cómo pagarle.

− Bueno, me pagas con tu trabajo, Ramón y lo haces muy profesionalmente.

La verdad es que me daba pena ese hombre, porque había tenido muchas dificultades desde que se quedó en el paro, enviudó al mismo tiempo y estuvieron a punto de desahuciarle del piso donde viven. Ahí es donde me llegó aquel hombre con casi sesenta tacos, para que le contratara en algo. Le empleé como chófer y la verdad, acerté pues hace muy bien su trabajo.

− ¿Qué edad tiene tu hija, Ramón? – le pregunté.

− Se llama María. Tiene diecinueve años.

− Vale, ¿Y qué sabe hacer? ¿Qué estudios tiene?

− Pues ha terminado el bachiller.

− Vaya, es poco. ¿Tiene conocimientos de informática ó administrativos?

− ¡Qué va!… quiere hacer ¡Arte dramático! – dijo haciendo un gesto de desaprobación.

− Entiendo.

− Supongo que podría servirle de asistenta en su casa.

− ¿En mi casa? Pero yo ya tengo una señora que me viene de lunes a viernes.

− Ya, don Luis, yo había pensado de asistenta en su apartamento del centro.

Ramón era uno de mis pocos trabajadores que sabía de ese apartamento secreto en el centro, donde yo me llevaba los ligues. Siempre había sido muy discreto llevándome al pisito y eso que he acudido a él acompañado por muy distintas mujeres.

− Ramón, pero al apartamento voy muy poco, ya lo sabes. Casi no lo uso. – dije.

− Ya, comprendo. No pasa nada, no se preocupe, ya seguiremos buscando por ahí.

El hombre no insistió más, siempre tan respetuoso. A mí, en el fondo, me daba pena, la verdad, porque no se merecía tener tantos contratiempos. Era un hombre honesto, trabajador… que además había sabido ser siempre “una tumba” en las conversaciones de aquel coche con mis idas y venidas al apartamento. Incluso muchas veces me hizo de cómplice para ayudarme a engañar a mi mujer, sin que esta se percatase de nada. Me sentí en deuda con él.

− Verás Ramón, ahora me voy unos días de negocios y vuelvo el viernes. dile a tu hija que venga el sábado por la mañana, a ver qué podemos ofrecerle. – dije pensando los muchos favores que me había hecho aquel hombre.

− ¿En serio? Le estaré eternamente agradecido, don Luis. – respondió sonriente.

Después de mi viaje en una semana de locura conseguí ligarme a una de las asistentes al congreso en el que participé y con la que compartí algo más que conversación en mi discreto apartamento. Cuando amanecí el sábado, la ejecutiva cachonda y “felizmente casada” ya había “volado”. Me encontraba con un fuerte dolor de cabeza, gracias a unas buenas sesiones de sexo y alcohol que compartí con aquella fiera, de la que no recuerdo ni su nombre. Entonces me di cuenta de que el timbre de la puerta sonaba sin cesar. Joder, la cabeza me daba vueltas y me martilleaba aquel “ring-ring” incesante. ¿Quién coño podía ser a las diez de la mañana de un sábado? Como estaba desnudo, me puse el primer un pantalón de deporte que encontré tirado y salí dispuesto a despachar al pesado de turno.

Al abrir la puerta me quedé estupefacto. Una joven preciosa, de enormes ojos color avellana, con una dulce sonrisa apareció al otro lado. Era morena de piel y de cabello muy negro y largo, con unos grandes pendientes de aro en sus orejitas y un brillante piercing en su nariz. Vestía unos leggings negros, dibujando la preciosidad de sus muslos, una camiseta ajustada que le hacía un busto más grande de lo que debía ser y unos zapatos de tacón. ¡Estaba realmente buena!

− Hola, ¿don Luis? – preguntó la preciosa chavala.

− Sí, soy yo. ¿Quién eres?

− Soy María, la hija de Ramón.

− ¡Ostras!

− ¿Ocurre algo? – preguntó la preciosa chavala observando con detenimiento mi torso desnudo.

− No, no, es que no me acordaba y tampoco te imaginaba así…

− ¿Así como? – preguntó ella con inocencia y una mirada que me pareció traviesa.

− No, que no me imaginé que fueras tan guapa.

Lo dije con demasiada soltura, pero es que era la verdad. La niña en cuestión era un bomboncito, que además se había puesto sus mejores galas, con intención de agradar y ya lo creo que lo hizo, pues mi polla empezó a despertar levemente bajo mi pantalón de deporte.

− Gracias, don Luis – comentaba con cierto rubor encarnado en sus mejillas.

− Bueno, María pues encantado, pero llámame Luis y de tú, por favor. – le dije plantándole un par de besos, impregnándome al mismo tiempo de su olor y percibiendo la suavidad de sus mejillas.

− Igualmente, pero mi padre dijo que le tratara de usted y eso… yo prefiero.

− Bueno tu padre no quiso tutearme nunca, pero somos casi de la misma edad y eso es normal, pero tú, puedes… pero en fin, como prefieras.

− Si no le importa, de usted, gracias.

− Bueno, pasa María, siéntate y me cuentas.

La chica se sentó en el sofá y yo me puse en una butaca frente a ella, intentando que mi polla en semi erección no se notara demasiado. Aunque se me pasó por la cabeza taparme o ponerme algo de ropa, en el fondo me gustaba marcar musculitos a la chavala. Uno ya no es un crío precisamente, pero conservar este cuerpo con mis sesiones de gimnasio tienen como recompensa poderlo lucir con orgullo. Tengo el cuerpo de hombre maduro, pero muy cuidado.

Cuanto más la miraba más me daba cuenta de que la nena estaba especialmente buena, con aquellas mallas tan pegadas a sus muslos, unos bonitos tobillos que llevaban una pulserita, aquel top blanco tan ajustado… uf y esa cara de ángel.

− Me dijo mi padre que me podía dar trabajo. – intervino aquel bomboncito.

− Sí, ya le comenté que en la empresa no tengo nada.

− Sí, pero como asistenta, puedo limpiarle su apartamento. – decía ella abriendo los ojos muy expresiva y mirando a su alrededor.

− María, verás, es que yo este apartamento no lo uso mucho….

− Sí, ya me dijo mi padre.- añadió bajando su cabeza, momento que aproveché para ver su buena delantera marcada por el top. ¡Joder, estaba realmente buena!

− Mira, si quieres algún trabajillo pues, no sé te vienes un día a la semana y puedes limpiar algo, pero poco más. ¿Qué te parece?

− ¡Claro, lo que me diga! ¡Cualquier cosa! – respondió con una gran sonrisa.

Cuando dijo “Cualquier cosa” por mi mente pasaron imágenes retozando con la moza y mi polla dio un pequeño espasmo con aquella fantasía.

− ¿Te parecen bien 50 por cada día que vengas?

− ¡Sí! – respondió eufórica ya que se veía que no manejaba mucho dinero precisamente.

− Ya sé que con eso no te da para vivir, pero al menos tendrás algo y puedes buscarte otro trabajo.

− Sí, claro.

− Pues venga, te enseño el piso.

Con mi única indumentaria de pantalón de deporte, le estuve enseñando el apartamento e indicando a la chica las tareas que podría hacer.

− Bueno, hay bastante trabajo en esta casa – dijo con su siempre radiante sonrisa al llegar a la cocina y observar que estaba todo lleno de cacharros revueltos esparcidos por el fregadero y la encimera.

En ese momento recordé mi noche anterior con la ejecutiva con la estuve trasteando con juegos eróticos y comida en la misma sesión. Cuando llegamos al salón también había cosas por el suelo y algún vaso tirado por el pasillo. ¡Joder, qué desenfreno debimos pasar esa noche de la casi ni me acordaba!

− Verás María, es que anoche tuve una fiesta, pero normalmente no está todo tan revuelto. – dije a modo de disculpa.

− Ya. – dijo sonriendo cuando vio unas braguitas en mitad del suelo del baño.

No sé si me sonrojé, pero mi vista seguía admirando ese culo redondo y tan respingón con esos leggings ajustados. ¡Vaya polvazo tenía la nena!

− ¿Cuando quiere que empiece? – preguntó mirándome con sus grandes ojazos.

− Pues ahora mismo, si te parece – respondí admirando de nuevo el busto que calzaba la niña.

− Pero es que no me traje ropa para hoy, pensé que…

− No te preocupes, te busco un uniforme que tendré por ahí.

− ¿Uniforme? – preguntó sorprendida inclinando su cabeza.

− Bueno, me refiero a alguna cosa que te pueda dejar, ya me entiendes.

Ella se quedó recogiendo cosas por el suelo del salón y yo me fui en busca de alguna camiseta o algo que le pudiera servir para limpiar y poner orden en mi “pisito de soltero”. Entonces, al llegar a mi armario descubrí un uniforme de asistenta sexy que usé alguna vez con uno de mis ligues esporádicos. Me descojoné imaginando cómo le quedaría ese uniforme a la chavalita. Me dije a mí mismo que no podía ser, porque la prenda en cuestión era una batita negra de talla mínima y muy corta, con un pequeño delantal blanco, vamos la típica indumentaria de chacha porno. Tras reírme un buen rato para mis adentros y decirme a mí mismo lo cerdo que podía llegar a ser con esa sola idea, me presenté en el salón con la bata sexy. María miró la pequeña prenda y luego dirigió su mirada a mí, pensando en cómo era posible tener que vestir con semejante atuendo.

− ¿Me tengo que poner eso? – preguntó sosteniendo la escasa tela entre sus dedos.

− Bueno, es la que usaba mi otra asistenta – mentí con descaro como quien no quiere la cosa.

− ¿Y le vale?

− Sí, a ella le queda muy bien – dije riendo para mis adentros.

Ella dudó unos instantes, pero cuando saqué un billete de 50 para pagarle por adelantado, su cara cambió radicalmente.

− Bueno, esto es para ti. Si te parece, el lunes hacemos el contrato en la oficina para que vengas una vez a la semana. – dije desviando su atención al tema del vestido mientras que sus ojos no se apartaban del billete de 50

− Vale, ¿dónde puedo cambiarme?

− Pues si quieres en el cuarto de la plancha, yo me voy terminando de duchar.

− De acuerdo.

No podía creerme que María hubiese accedido a la primera de cambio con mi propuesta de ponerse semejante prenda tan pequeña y sexy. Pero al meterse en el cuarto a cambiarse, mi polla fue creciendo paulatinamente imaginando cómo podría quedarle. Mi idea era perversa y el hecho de poder ejercer ese poder sobre mi nueva empleada me ponía muy burro. Tuve que recolocarme la polla antes de regresar a la cocina.

Al no oír ruidos, lo primero que pensé es que la chica habría huido asustada. “¡Menudo cerdo!” -pensaría la pobre- y es que pensándolo bien, mi propuesta era del todo menos normal, así que era lógico que se hubiese largado pero al poner la oreja en la puerta del cuarto de plancha, oí que seguía trasteando dentro.

− ¿Todo bien, María? – le dije al otro lado de la puerta.

− Bueno… sí…, me está muy pequeño. No sé si me puedo poner eso.

− Ya, entiendo – dije riendo para mis adentros una vez más.

− Además ¿No hay zapatillas? – preguntó nerviosa.

− Pues no. No tengo otra cosa. Ese es el único uniforme que tengo. – dije mintiendo de nuevo, sabiendo que tendría que quedarse con los tacones, algo que ensalzaría más ese cuerpazo.

Cuando María abrió la puerta del cuartito casi me caigo de espaldas. Aquel pequeño vestidito negro le estaba más que pequeño y se mostraban sus curvas espectacularmente. Para empezar, la bata en cuestión era tan corta que se veía toda la largura de sus piernas, acentuadas con aquellos zapatos de tacón de plataforma, luego, al tener ese atuendo tan ceñido, su busto quedaba retenido, oprimido bajo la tela y rebosando ostensiblemente por la parte superior, al no llevar tirantes ni mangas. La cosa no podía ser más erótica y excitante.

− ¿Me queda bien? – preguntó tímidamente.

− De maravilla – respondí totalmente alucinado.

María notó en mis ojos la forma en cómo la observaba, que no era de estilismo precisamente, sino de pura lascivia por una jovencita buenorra y con un atuendo explosivo. Enrojeció algo más.

− No sí podré trabajar con él y que no se me vea todo – dijo apurada.

− Bueno por mí no te preocupes. Te daré dinero para que te compres algo para el próximo día – comenté para evitar arrepentimiento por su parte y que no continuase vestida de aquella forma tan divina.

− ¿En serio? Gracias don Luis. Me compraré uno más apropiado… y de mi talla. – respondió con aquella mágica sonrisa.

− Por mí puedes usar siempre ese. Te queda realmente bien.

La chiquilla algo cortada al principio, se puso a trabajar, recogiendo la cocina con su nuevo uniforme de asistenta sexy que le sentaba realmente como un guante. Yo entraba y salía trayendo vasos del salón para que los fuera metiendo en el lavavajillas o colocando en los armarios. Era la excusa perfecta para poder admirar a aquella dulce chavala que apenas cabía en semejante vestidito.

Cada vez que yo volvía a la cocina, le echaba un ojo a mi nuevo bomboncito servicial. Su escote mostraba un busto delicioso, por no hablar de sus muslazos que cuando se agachaba frente al lavavajillas dejaba a la vista el principio de su culo, en el que se ofrecía una buena porción de sus “cachetes” y eso hacía intuir que la braguita era un tanga. Madre mía, yo andaba loco viendo a aquella chica moviéndose en sus quehaceres, ciertamente avergonzada pero sin rechistar, al haber conseguido su primer empleo, aunque fuera un solo día a la semana. Permanecí junto a ella en la cocina, me senté en una silla y me quedé observándola, definitivamente, sin cortarme.

− No hace falta que me ayude, lo puedo hacer sola – dijo aparentemente incómoda con mi presencia.

− ¿Te molesta que esté aquí, contigo?

− No, no… lo digo porque es mi trabajo. – me comentó con su carita avergonzada y estirando el vestido en un afán imposible por cubrir toda aquella carne al descubierto.

− Por mí no te preocupes, además lo que veo es precioso. – le dije admirando su cuerpo.

− Gracias, pero es tan corto…

− Pues yo solo llevo un pantalón, espero que tampoco te moleste que vaya solo con él… – añadí para que se recreara de nuevo con mis pectorales y abdominales que cuido con mi ejercicio diario.

− No, para nada, don Luis, es su casa.

− Te lo agradezco, María, porque me gusta ir cómodo.

− Normal.

− A veces me gusta ir desnudo. – dije de pronto valorando su reacción y echando más picante al asunto.

La chica se quedó parada y volteando su cara imaginó lo que debía tener bajo mi pantalón de deporte que cada vez se marcaba más, pues tenía la polla en una lógica erección con la presencia de aquel ángel y su diminuto vestido.

− Tranquila, que estando tú, iré vestido, jeje. – le comenté para que se tranquilizara.

No respondió y siguió con sus tareas, aunque me pareció ver que sus pezones se marcaron aún más sobre la fina tela. Cuando María se dispuso a meter unos platos en el armario superior, me permitió ver el comienzo de sus nalgas de nuevo al estirarse. ¡Ufff! Era claro que llevaba tanga pues no alcancé a ver la tela de sus braguitas.

− Oye María, ¿tienes novio? – le pregunté de pronto sin dejar de observar esos preciosos muslos morenos.

− Sí, claro.

− Me imaginaba. Una chica tan guapa como tú, no podría estar sin pareja.

Noté de nuevo su rubor y cómo se volvió sin responderme. Me gustaba esa mezcla de timidez y las curvas de su endiablado cuerpo. Era la tentación más prohibida y deseada que he vivido en años. Mi perversidad era tal, que yo veía que la chica se movía de forma sensual haciendo los trabajos y es que era inevitable que no desprendiera calentura con aquella batita.

− Oye, María, ¿tomas mucho el sol? – le pregunté admirando aquellos portentosos muslos ensalzados con sus tacones y que tenían un tono moreno precioso, además de sus brazos y sus hombros.

− ¿Cómo? – dijo volviéndose apurada y viendo que el bulto de mi pantaloncito corto se notaba cada vez más.

− Sí, veo que estás muy morena.

− Ah, sí me encanta tomar el sol.

− Además no se te ven marcas en los hombros. ¿Haces topless? – añadí más que motivado.

− Sí, claro. – respondió con su apuro continuo.

− Tendrás a todos locos en la playa.

Otra vez su vergüenza y su silencio me indicaban que mis preguntas le ponían en evidencia, pero me fijé que sus pezones marcados y eso era indicativo de que no le incomodaba mi entrevista.

− Oye, no tienes por qué responder a cosas que te resulten íntimas, ¿eh? – dije entendiendo que me estaba pasando desde mi posición de jefe salido.

− No, no pasa nada.

− Te lo digo porque no quiero incomodarte, era solo por hablar de algo. Pero si soy demasiado directo o inoportuno, me lo dices.

− De verdad, no me importa. – añadió con su dulce sonrisa.

− ¿Y nudismo haces?

Mi asistenta no respondió en un principio y contestó sin volver su cabeza.

− Sí, de vez en cuando hago nudismo, cuando voy con mi novio, pero procuramos buscar sitios apartados.

− Ah, claro. Playas discretas.

− Sí, donde no haya mucha gente. Me da corte.

− Claro. Bueno, ya me dirás a qué playa vas.

− ¿Cómo? – preguntó girando su cabeza hacia mí con su carita de susto.

− Sí, digo para coincidir alguna vez. A mí me encanta hacer nudismo, pero yo no me escondo, me gusta ir libre.

− Bueno, yo no me escondo… – protestó la preciosa chica cuando la herí en su orgullo.

− Me dijiste que buscas sitios apartados.

− Sí, pero porque no me gusta ir a playas con mucha gente y eso.

− Y encontrarte con un conocido, jeje…

− Sí, eso sería un palo.

− Para mí sería un placer coincidir contigo. – añadí valiente.

Seguro que mis preguntas, cada vez más directas le inquietaban, pero sabía que a pesar de ello, a la chica le estaba gustando mi osadía.

− ¿Te puedo preguntar otra cosa, María? – pregunté totalmente serio.

− Sí, claro. – dijo con su sonrisa encandiladora.

− Es un poco… personal. – añadí.

− Ah, vale, pregunte.

− Si no quieres contestar, no tienes por qué hacerlo. ¿Tienes relaciones sexuales con tu novio? – disparé con toda la contundencia.

La chica se quedó callada y bajó su vista al suelo avergonzada, pues no debía esperarse que yo fuera tan directo.

− Dirás que estoy loco. – añadí.

− No, pero…

− No respondas si no quieres. Verás, no es por nada personal. Te pregunto esto, porque tengo una sobrina de tu edad y su madre, que es mi hermana, le ha preguntado a ella y dice que no, que no tiene relaciones con su novio, que todavía es muy joven, ya sabes… pero yo creo que mi sobrina miente y sí que lo hace, estoy seguro, porque a vuestra edad no desperdiciáis ninguna oportunidad. Nosotros éramos más cortos en mi época. – le solté aquella mentira colosal.

− Bueno, depende de cada uno, claro.

− Por supuesto. Y, ¿en tu caso?

− En mi caso, sí. – decía ella mirándome tímidamente a los ojos y luego observando de reojo mis abdominales marcados.

− Claro, ya decía yo que es normal. Mi hermana no quiere hacerme caso, pero yo le digo que las chicas de vuestra edad ya estáis más que puestas al día de todo, que folláis sin parar…. perdona la palabra.

− No, no pasa nada.

− ¿Tengo razón entonces?

− Pues, mi novio y yo lo hacemos desde hace tiempo. – añadió con rubor sin aguantar mi mirada.

− ¿Ves? claro, es lógico, estáis con las hormonas a tope. Pero mi hermana dice que mi sobrina no, que la chiquilla es muy inocente. Yo en cambio le digo, “tu niñita folla como una condenada y se la chupa a su novio cada dos por tres” ¿A que tengo razón, María?- dije de sopetón.

− Sí, bueno…

− ¿Sí o no?

− Sí, quiero decir que depende de cada persona.

− Ah claro, entiendo. Pero tú lo haces. Es normal, ¿Entonces?

− Supongo.

− Gracias por responder, oye y me alegra que hayamos cogido esta confianza. ¿no crees?

Mi desvergüenza iba aumentando por momentos, lo mismo que mi polla que se notaba cada vez más empalmada bajo mi pantalón. Me sentía poderoso y casi dueño de una situación del todo inesperada. Quizás mi posición de jefe no era la más ética pero, ¡qué coño! la chica estaba para mojar pan.

María siguió recogiendo la cocina y yo recreándome con la vista de ese endiablado cuerpo ceñido en la pequeña batita.

− Bueno, esto ya está. ¿Qué hago ahora? – me preguntó.

Yo pensaba para mis adentros que estaba dispuesto para que me hiciera de todo, pero entendí que no se refería a eso precisamente. Le comenté que podría plancharme un par de camisas. Entramos en el cuarto de plancha y le indiqué donde estaba todo. Al salir me di cuenta que toda su ropa estaba colgada detrás de la puerta. Vi sus leggings, su camiseta y ¡Su sostén!

Joder, me metí al baño a toda prisa y tras cerrar la puerta tuve que darle meneos a mi polla que ya estaba a tope. Me la vi grandiosa, pero el hecho de saber que esa chiquilla solo debía llevar un tanga bajo aquella bata me puso a cien. Mi masturbación iba en aumento imaginando a ese bellezón de diecinueve que me tenía loco Su cara dulce aparecía en mi visión, sus carnosos labios, el brillo de sus ojos… cuando de pronto algo enturbió mis pensamientos y era la llamada con los nudillos a la puerta del baño.

− ¡Don Luis! – era la voz de María al otro lado de la puerta.

− Sí, dime – respondí sin abrir.

− Ya terminé. ¿Qué más puedo hacer?

− Pues… puedes pasar el aspirador por el salón. – contesté con mi polla en la mano.

− Vale. – respondió su dulce voz al otro lado.

Pensé que era mejor dejar mi paja para otro momento, pues no quería perderme la oportunidad de observarla de nuevo. Me acerqué hasta el salón sentándome en el sofá y disfrutando absorto de aquel espectáculo, admirando cada resquicio de piel que se me iba mostrando por momentos. Cada vez que se agachaba, sus giros o la inclinación de su cuerpo, me parecían del todo sensuales y provocadores. En un momento en el que dobló su cuerpo para aspirar una esquina bajo un mueble, la vista de su parte posterior me enseñó mucho más de lo que hubiera podido soñar. El vestidito se subió dejando a la vista prácticamente la mitad de sus posaderas, confirmando que llevaba un pequeño tanga blanco, que tapaba el bultito de su sexo resaltado entre sus morenos muslos. Veía que ella se esforzaba en su trabajo pero le costaba, pues el vestido tan ajustado no le daba la operatividad deseada y estaba todo el tiempo recolocándoselo por abajo o por arriba, sabiendo además que yo estaba a escasos centímetros de su culo disfrutando de las vistas.

− Te veo incómoda María. – le dije.

− No, bueno, sí, es que esta batita es muy pequeña y casi no me deja moverme. Además, creo que se me está viendo todo.

− Bueno, por eso no te preocupes, mujer, lo que se ve es realmente hermoso.

− Ufff, es que estoy muerta de vergüenza, con usted ahí mirándome…

− ¿Te da vergüenza que te mire?

− Un poco.

− Ven, siéntate conmigo.

− ¿Cómo?

− Sí, ven, siéntate mujer – insistí dando unas palmadas en el sofá a mi lado.

− Pero… el aspirador…

− Déjalo para luego. Te voy a ofrecer un vermut que hago yo mismo, verás que rico.

− Pero yo no suelo beber por la mañana…

− Solo un poquito y lo pruebas, necesito una opinión crítica. Además así charlamos y te sentirás más cómoda.

La chica se sentó a mi lado y disfruté a poquísimos centímetros de mí, la extraordinaria belleza de ese cuerpo. La batita subió más todavía y la largura de sus perfectos muslos se hacía más más visible. Por un momento pasó por mi mente la imagen de su padre ¿Por qué hizo venir a esa chiquilla que era mitad ángel y mitad demonio a mi casa? Yo debería respetarla, es muy joven, mi empleada y la hija de mi chófer, pero ¿Qué otra cosa podía hacer si la tentación estaba ante mí?

− Prueba, prueba – le dije invitándole con un vaso casi lleno.

− ¡Uy, me ha echado mucho!

− Nada, este vermut es suave. – mentí una vez más.

Como me gustaban esos labios posándose en el vaso, verla tragar con el movimiento rítmico de su garganta y la sonrisa que ofrecía después.

− ¿Y bien? ¿Te gusta?

− Sí, está muy rico.

− ¿A qué te hace sentirte mejor?

− Sí, un poco.

− Genial. María yo quiero que te sientas como en casa. Quiero que seamos colegas más que jefe y empleada, además conozco a tu padre hace años…

− Sí. Él habla muy bien de usted.

− Gracias. Pues en cambio él nunca me habló de ti.

− Bueno, es mi padre y se siente siempre con su labor protectora.

− ¿Y la relación con tu novio? ¿Cómo la lleva él?

− Bueno, no le gusta, pero la respeta, claro.

− ¿Lleváis mucho tiempo juntos? – continué con mi interrogatorio.

− ¿Con mi novio? Sí, un par de años.

− ¿Y qué os gusta hacer?

− Bueno, pues salir, pasear, ir a la discoteca, a la playa… y eso.

− Y ¿Dónde practicáis sexo?

− ¿Perdón? – dijo con los ojos muy abiertos y sosteniendo temblorosa el vaso de vermut.

− Espero que no te importe. Estamos en familia…

− No, pero me da apuro.

− Mujer, con confianza, es por saber cosas de la juventud de hoy. Me intriga, nada más.

− Bueno, usted no es tan mayor.

− Gracias bonita, pero los tiempos cambian. En mi época solo podíamos en el coche, supongo que hoy tendréis más recursos.

− Bueno, nosotros también en el coche normalmente… – dijo dándole un buen trago a mi brebaje mágico que hacía que sus colores subieran consiguiendo el objetivo de que se fuera desinhibiendo.

− ¡Ay, el coche, cuantas veces lo habré hecho yo! Es algo incómodo ¿verdad?

− Bueno, sí, pero te acostumbras.

− Claro. pero en un sitio tan pequeño cuesta coger postura. Es divertido ¿verdad?

− Sí.

− Y morboso… con eso de que te puedan ver.

− Sí, también.

− Tú ¿te pones debajo de él?

− ¿Yo?… A veces sí, depende… – contestaba sin mirarme a los ojos.

− ¿Y te gusta encima?

− Sí.

− ¿Más o menos?

− Es que…

− Vamos, María, que solo es una curiosidad, de saber cómo se lo montan los jóvenes de hoy.

− Pues me gusta a mí más encima y a mi novio también.

− ¿Y que se la chupes?

− Sí, también – sentenció dando otro largo trago, intentando disimular su nerviosismo, algo que me daba más juego a mi lascivia.

− Y a ti también te chupará.

− Sí, claro… bueno, mejor voy a seguir aspirando – dijo ella incómoda con mis preguntas.

Al levantarse casi dio un traspié, pues el vermut es siempre muy mareante, sobre todo con el estómago vacío. La sostuve de su brazo y ella sonrió agradecida.

− Perdón, es que estoy algo mareada… – se disculpó.

A continuación cogió de nuevo la aspiradora y siguió con la tarea, mientras yo disfrutaba de nuevo de la visión de sus muslos, del comienzo de su culo y de cómo se metía la pequeña braguita entre sus glúteos. A pesar de que ella se sentía más cómoda tras la ingesta considerable de alcohol reparador, a la chica le costaba moverse con esa batita, porque era tan justa que casi le limitaba los movimientos si no quería que se le cayera de puesta.

− Es demasiado ajustada la bata, ¿no? – dije cuando ella se colocaba las tetas oprimidas bajo la tela.

− Sí – dijo ella dándose la vuelta y mirándome otra vez mi torso desnudo.

− ¿Por qué no te la quitas? – dije como si tal cosa.

La chica tardó en contestar, intentando comprender lo que acaba de proponerle.

− ¿Cómo dice, don Luis?

− Sí, mujer, si te oprime la batita para trabajar, pues puedes quitártela. .- añadí con naturalidad.

− Pero, ¿cómo voy a quitarme la bata?

− ¡Estarás mucho más cómoda, mujer! Así harás las labores sin impedimento.

− Pero no puedo… estando usted…

− ¿Por qué?

− Porque… es que… no llevo sostén.

− ¿Y te quedarás en “tetas”? – terminé yo.

− Pues sí. – respondió muy apurada.

− Por mí no hay ningún problema.

− Ya pero no me parece…

− A ver, María ¿No hacías top-less y nudismo en la playa?

− Sí, pero don Luis, como comprenderá, no es lo mismo, precisamente.

− Es exactamente igual, de hecho allí te ve mucha gente y aquí solo te veré yo.

− Pero me da mucho corte.

− Yo creía que eras una chica extrovertida, más echada para adelante.

− Sí, lo soy.

− Fíjate, que incluso había pensado en que podría contratarte dos días por semana en lugar de uno. Me gusta mucho cómo trabajas… – añadí riendo para mis adentros, pues sabía que ese aporte maligno traería sus frutos.

La cara de la chica era un poema, pero pasaba de ver mi torso desnudo, a sus pies y luego debía estar pensando en esa propuesta de más días de contrato.

− ¿Me va a hacer contrato de dos días a la semana por enseñarle las tetas? – preguntó sorprendida pero decidida.

− ¡No mujer! Simplemente me gusta cómo trabajas y el feeling que tenemos. Quiero tener una persona en casa en la que pueda confiar y parece que contigo eso se puede conseguir, ¿no?

− Claro, puede confiar en mí al cien por cien, don Luis.

− Perfecto entonces. Pues si tú confías en mí, adelante, pero solo si crees que soy de fiar, sin que te veas obligada a nada. Si no quieres, no lo hagas, yo te contrato por tu trabajo, no por tus tetas, que quede claro. – añadí con mis dotes de actor pero sabiendo de mi arte de convicción.

Tardó unos segundos en recapacitar, pero al final, mis últimas palabras dejaron huella. Se giró dándome la espalda y se fue desabotonando la batita, hasta dejarla caer en el suelo. Casi me da algo cuando me ofreció su espalda desnuda, la curvatura mágica de su cintura y sus caderas. Un bonito tatuaje con una brujita se veía en la parte baja de su espalda, casi en el rabillo. Además, la imagen de una pequeñísima braguita blanca, que era un tanga minúsculo metido entre sus dos glúteos perfectos, era demasiado. Un culo para enmarcar tenía la chavala. Giró su cabeza, sin enseñar nada más, esperando ver mi reacción, que debía ser de cara de bobo, lógicamente.

María siguió con el aspirador sin volverse, pero preferí no agobiarla y tener autocontrol. Sabía que más tarde o más temprano le vería ese par de tetas. Le di el tiempo necesario, pero además aproveché ver ese cuerpo casi desnudo de espaldas, tapado únicamente por una braguita tanga, que se colaba en aquel recóndito lugar y cada vez que se agachaba ofrecía ese bultito que no era otra cosa que su sexo apenas cubierto por el pequeño trozo de tela. Los tacones alzaban sus muslos y cuando se giraba ligeramente podía ver el comienzo de sus senos por los costados.

− ¿Ves que fácil, María? ¿A qué ahora estás mucho más cómoda? – le pregunté.

− Sí. Ahora puedo moverme, pero siento algo de vergüenza – respondió pero el sonido del aspirador apenas me dejó oír su voz con claridad.

− Puedes nada, ármate de valor y date la vuelta. Así estamos iguales, con el torso al desnudo – sugerí, aunque era más un deseo y una orden.

En ese momento María sacó fuerzas de no sé dónde y pulsó con su pie el botón apagando el aparato para volverse hacia mí tapando sus pechos con ambas manos. Si la cosa era erótica hasta entonces, esa pose en la que la chica ofrecía unos enormes pechos que apenas podían tapar sus manitas era todavía más increíble y mi polla palpitaba bajo el pantalón. Me encantaba imaginar sus pezones bajo sus manos, ver esa cintura estrecha, ese ombligo adornado con un piercing y ese tanga que era un pequeño triángulo blanco tapando su sexo y para colmo dejando marcada en la tela su rajita.

− ¡Madre mía! – dije sin poder evitar mi alucine.

La chica tenía la vista clavada en el suelo y tan solo levantaba la cabeza para ver mi bulto bajo el pantalón o disimuladamente a mis ojos, para cruzar mi vista que seguía hipnotizada en aquella hermosura de mujer.

− ¡Quítate las manos, María! – dije casi rogando.

La chica se mordió el labio, luego soltó un suspiro prolongado y dejó caer sus brazos.

− ¡Eres preciosa! – dije al ver por fin sus tetas en directo.

− Gracias. – respondió mirándome con aquellos preciosos ojos, sabedora de su gran hermosura

Sus pezones marrones, estaban erectos, y una aureola grande los rodeaba, para colmo cuando retiró sus manos, aquellos globos apenas bajaron unos centímetros de su posición anterior, con una caída mínima, algo increíble. Creo juro que nunca he visto un par de tetas tan perfectas como aquellas.

− ¡Qué vergüenza! – dijo ella con una sonrisa forzada.

− Ninguna deberías tener. Al contrario, ese cuerpo es para lucirlo y para dar envidia a todas las que no tengan la suerte de mostrar algo así.

− Es que nunca había hecho esto. – añadió apesadumbrada

− Pues yo tampoco había vista nada tan bonito. Me gustaría saber a qué playa vas… y ser tu admirador número uno.

− ¡Gracias, don Luis, qué exagerado! – respondió de nuevo con su tremendo enrojecimiento de sus mejillas.

− María, te lo juro, tienes unas tetas perfectas. Oye, ¿pero son naturales?

− Claro – respondió ella ofendida amasándolas instintivamente, algo que me encantó.

− ¿Puedo comprobarlo? – dije levantándome pero ella se retiró unos pasos atrás.

Me acerqué hasta quedar frente a ella y sabía de mis riesgos, pero quise continuar sin poder evitar la erección que marcaba mi pantalón.

− Vamos, déjame comprobar, solo un toque. – dije muy cerca de su cuerpo.

− No, don Luis, por favor.

− Entonces, creo que me has engañado y son operadas, por eso no quieres.

− ¡Son naturales, de verdad! – protestó ella con un mohín en su bello rostro.

− ¿Puedo, entonces? – pregunté moviendo mis manos como garras.

Ella miró al techo que era la afirmación a mis deseos. Acerqué ambas manos a sus respectivos pechos y comencé a acariciar esos dos preciosos y tersos globos que tenía la muchacha, sintiendo su tersura, su blandura y su extrema suavidad. Era una cosa increíble y me entretuve mucho más de lo prometido pero aquel tacto, además de natural era muy agradable. Dejé las caricias para empezar a amasar descaradamente aquellas tetazas tan firmes, hasta que ella se volvió azorada por mis toques y prosiguió con la tarea de aspirar la alfombra y esta vez sin taparse, solo vestida con un pequeñísimo tanga y sus zapatos de fino y largo tacón. El movimiento de sus tetas era increíble, dos enormes pechos que apenas tenían caída pese a su envergadura. No quise forzar más ningún movimiento pero me hubiera gustado seguir sobando aquellas preciosas domingas a placer.

− Bueno, ¿Qué hago ahora? – dijo ella poniéndose frente a mí y dejándose ve medio desnuda.

− ¿Puedes hacer mi cama?

− Sí, claro.

Tras sonreírme, ella avanzó hacia mi habitación y me quedé inmóvil, casi sin poder articular palabra o movimiento alguno, totalmente hipnotizado con los suyos en un vaivén increíble de caderas bajo su reducido tanga y unas domingas enormes que se balanceaban a cada paso. ¡Joder que pasada! Aun no me creía que hubiera podido convencerla. Una chavala tan bonita, tan joven, tan delgada, con esas tetazas y ¡estaba obedeciendo a todas mis peticiones!

María desapareció dentro de mi dormitorio medio desnuda y yo acudí tras ella, presto a observarla de cerca nuevamente para ver cómo hacía la cama, pero la polla me dolía de tanta tensión y decidí meterme en el baño para hacerme una paja ante esa visión tan cachonda.

− Voy a darme una ducha – le dije.

Me metí en el cuarto de baño y me desnudé, agarrando mi polla que ya soltaba las primeras gotitas de líquido pre seminal con una erección totalmente desbocada. Me miré en el espejo y vi mi cuerpo desnudo. Entonces dije a mi reflejo: “No serás capaz…” Tras un par de segundos de duda, me decidí a salir así del baño, completamente desnudo y mi polla a tope. Era arriesgado, pero a estas alturas tenía el convencimiento de que el vermut y las conversaciones habían hecho su efecto.

Abrí la puerta y la chica estaba justo enfrente retirando las sábanas de la cama. En cuanto me vio salir desnudo se quedó paralizada, con la boca abierta, con su vista clavada en mi polla completamente tiesa.

− Perdona, es que olvidé la toalla – comenté con naturalidad caminando hasta el armario de mi cuarto, muy cerca de ella y viendo que la chica no perdía ni un momento su vista de mi cuerpo desnudo, especialmente de mi polla dura balanceante a cada paso.

Reconozco que me gustó mucho verla así, totalmente flipada con mi descaro, pero es que me sentía pletórico y me encanta exhibirme.

− ¿No te importa que vaya desnudo, verdad? – le pregunté apuntándole con mi erecta polla, ofreciéndosela con descaro.

La chica no contestó y seguía inmóvil agachada en una esquina de mi cama, con la boca abierta, totalmente paralizada. Mis ojos no se apartaban de aquella estrecha cintura y esas enormes tetas, algo que reavivaba más mi grandiosa empalmada. Su mirada, en cambio, no se apartaba de mi tiesa verga.

− Es que me gusta ir cómodo, además como haces nudismo también estarás acostumbrada… por eso he salido así – comenté abriendo el armario y dejando que mirase mi espalda y mi culo.

Reconozco que no soy ningún crio, pero aun despierto esos instintos a las mujeres, aunque pocas veces lo había conseguido con una tan jovencita. Sentirme observado por esa preciosa chica me encantaba y yo me recreaba en el tiempo que hacía estar rebuscando una toalla, aunque mi idea era que ella se deleitase con mi desnudez. Me giré poniéndome muy cerca, frente a ella.

− ¿Todo bien? – le pregunté ante su inmovilidad mientras mi polla se movía de lado a lado muy cerca de su cuerpo.

− No, esto… sí, es que…

− ¿Qué ocurre? Estarás acostumbrada a ver hombres desnudos en la playa, ¿no? Parece que nunca has visto un tío en bolas – añadí con chulería moviendo mis caderas para que mi polla en ristre se balancease ante sus ojos.

− Sí, pero… – decía ella sin quitar la vista de mi miembro.

− Si quieres, desnúdate tú y así estamos a la par. – comenté lanzado sin cortarme ni un gramo con mi sonrisa lasciva.

− ¿Cómo? – contestó cubriendo instintivamente con sus antebrazos las enormes tetas que adornaban aquel precioso cuerpo como si de esa manera tapase algo que no hubiera visto ya.

− Vamos, mujer, ¿Vas a sentir vergüenza a estas alturas? Tú como si estuvieras en la playa.

− Don Luis…

− Entonces dudo que hagas nudismo – añadí con toda mi valentía y sin dejar de ofrecerle mi polla totalmente tiesa.

− Sí, que lo hago, pero aquí…

− ¿Y si te contratase tres veces por semana…? – solté interrumpiéndola.

La chica estuvo quieta durante unos segundos para decir con asombro:

− ¿Me haría un contrato de tres días por quedarme desnuda?

− No mujer, ya te dije antes. Es por cómo trabajas, lo otro es porque hemos conseguido empatizar desde el principio y llegar a tener buen rollo, aunque tengo que reconocer que sí que me gustaría mucho verte desnuda.

− ¿Lunes, miércoles y viernes? – añadió ella.

− ¿Perdona? – pregunté pues el sorprendido era yo.

− Es que me gustaría los sábados y domingos libres, para estar con mi novio.

María no solo iba cogiendo confianza, sino que le dio la vuelta a la tortilla y era ella la que se lanzaba a poner las condiciones. ¿Ya no era yo el que tenía el poder? De todos modos, la sola idea de verla desnuda me parecía algo impensable y maravilloso, por lo que no tuve que pensarlo mucho.

− Me parece justo, María.

− Luego no me engañará – intervino la chica con sus pulgares metidos en los costados de su pequeña braguita dispuesta a bajársela.

− ¡No, por Dios! Soy un hombre de palabra. Te contrato esos tres días, prometido. Confía en mí.

− ¡Ufff, no sé ni cómo me atrevo a hacer esto! – añadió con vergüenza.

− ¡Simplemente, hazlo!

En ese mismo instante, bajó la prenda lentamente, recreándose claramente en la acción, tal y como debía hacerlo delante de su novio. Yo me tuve que agarrar a una de las puertas del armario, pues aquella belleza desnudándose era demasiado para un mortal como yo. Al fin levantó un pie de su tacón y luego el otro para tirar la braguita sobre una silla y sin taparse quedarse parada observando mis movimientos y especialmente mi polla que empezaba a gotear. Ella sonrió al ver mi cara, sabedora de su extraordinario potencial, de su endiablado cuerpo y de su precioso coño.

− ¡Dios, María, eres increíble!

− Gracias – respondió ilusionada, muy segura de ser la atracción increíble de un cuerpo perfecto.

La chica lanzó la nueva sábana sobre mi cama y parecía más relajada, a pesar de estar completamente desnuda ante mí. Ella siguió con su tarea como si fuera la cosa más natural del mundo. El efecto del vermut era claro y la promesa de la ampliación de su contrato habían hecho el resto.

− Me voy a sentar – dije al tiempo que me agarraba a una silla para no caerme desmayado.

Una vez sentado, sin que mi miembro hubiera bajado un ápice, me quedé estupefacto viendo a aquel ángel en sus quehaceres con las almohadas, las sábanas, el edredón y todos los movimientos que hacía maravillosamente alrededor de mi cama. Unas veces su culo se quedaba ante mí, mostrando toda la hermosura de unos muslos torneados, morenos y sin marcas y entre ellos, aparecía una rajita depilada y aparentemente brillante. Ella, de vez en cuando, volvía su cara para observar mis reacciones y mirar de paso a mi polla que seguía pletórica. Sabía que me tenía loco y le gustaba provocarme y tenerme con aquella empalmada brutal.

Se me hizo corto todo el espectáculo de hacer la cama y no podía ni soñar que aquella preciosa joven lo hiciera desnuda.

− Bueno, esto ya está – dijo con sus manos sobre sus caderas frente a mí sin quitar la vista ni un momento de aquel palo que yo lucía orgulloso y que parecía crecer por momentos ante esa diosa desnuda.

− Bueno, te queda una hora. ¿Puedes limpiar el polvo del salón? – le comenté.

− Claro. ¿Sigo desnuda, verdad? – preguntó colocando su dedo sobre sus dientes a modo de inocente gatita.

− ¡Por favor! – respondí como un ruego.

María sonrió levemente y echando una última mirada a mi polla salió andando sensualmente hacia el salón. Allí cogió un plumero y empezó a pasar el polvo para deleite de mis ojos que disfrutaban de aquel cuerpo desnudo y sus provocadores movimientos.

− María, tú siéntete como en casa, recuerda. Yo haré como si tú no estuvieras. – le solté de pronto, aunque aquello era del todo increíble.

Mientras ella seguía limpiando el polvo, meneando de manera exhibicionista sus caderas, sus tetas y todo su precioso cuerpo, yo tuve que agarrarme el miembro para empezar a acariciarme subiendo y bajando la piel lentamente justo detrás de ella. No podía más. Ella se dio cuenta en una de sus ojeadas y se quedó con la boca abierta.

− ¿Te molesta que me toque? – dije mostrando mi capullo fuera de su capuchón sabiendo que ella le gustaba lo que veía.

− No… es que…

− Parece que no has visto nunca una polla. – dejé caer totalmente decidido sin dejar de acariciarme.

− Sí, pero…

− ¿Pero qué?

− Es que… es tan gorda. – afirmó mordiéndose su labio inferior.

Joder, eso me gustó. Es cierto que tengo una buena herramienta, de la que me siento orgulloso, tampoco es un obús, pero sé que tiene un tamaño más que decente, aunque posiblemente aumentado gracias a las maravillas que tenía delante. Pero el hecho de que ella me lo comentase, me hacía sentirme pletórico.

− ¿Más grande que la de tu novio? – le pregunté sin rodeos.

− ¡Sí! – contestó eufórica y luego se dio cuenta mirando a otro lado.

− No pasa nada. Pero el tamaño no importa. Todas hacen su función o eso dicen…

− Claro.

− Tu novio ¿folla bien?

La chica miró a otro lado y continuó limpiando, mostrándome ese trasero tan apetecible.

− No contestes si no quieres, era solo curiosidad.

− Sí, folla muy bien. – dijo al fin.

− Con ese cuerpazo tuyo seguro que le inspiras.

− Gracias.

− No, es la verdad. Debe ser una maravilla follar contigo. – dije ya totalmente desmelenado sabiendo que a esas alturas la muchacha no se iba a escandalizar.

− No sé. Eso tendría que decirlo él.

− ¿Queda satisfecho?

− Eso sí.

− Entonces está claro y no me extraña.

La chica se sentía mucho más relajada, inevitablemente más excitada y al tiempo notablemente halagada por ese descaro mío, añadido a la paja descarada que me hacía frente a ella. Tenía sus mejillas coloradas, sus pezones tiesos y su sexo brillante, algo que me confirmaba su enorme calentura… supongo que a la altura de la mía. La chica se giró para colocar las revistas de la mesita que estaba delante del sofá, ofreciéndome una caída de tetas brutal a apenas dos palmos de mí, viendo esos pezones enormes y en apariencia durísimos. Lo hacía con un exhibicionismo total y aproveché para abrir mis piernas y a pajearme con mayor velocidad, con total desvergüenza ante ella, mirando ese cuerpazo desnudo y deleitándome con cada curva.

− No te molesta, ¿verdad? – le pregunté en un instante soñando en tener mi polla metida en esas preciosas y perfectas protuberancias..

− Está es su casa, don Luis. – dijo como si tal cosa.

− También la tuya, recuérdalo.

María estaba muy cachonda, seguramente nerviosa y cortada por mis acciones, pero caliente, eso era evidente. Yo, al tiempo seguía cascándomela sin detenerme y de paso preguntarle:

− ¿Te gusta ver a un hombre masturbarse?

− Si.- respondió en un hipido que me pareció un gemido y clavando su vista en mi glande brillante…

− Es normal, a mí también me gusta ver a una mujer masturbarse. Tu también lo haces, ¿verdad? – le pregunté sin detener mi meneo y sin que sus ojos pudieran quitar la vista.

− No…

− ¿No?

− Bueno sí, pero no en público. – añadió para dejar claro que lo mío era del todo demente.

− Ven siéntate frente a mí y te masturbas conmigo.

− Pero yo… ¡don Luis!, ¡No puedo!

No dejé que protestase ni un segundo más, agarré su muñeca y la conduje hasta que quedó sentada en la pequeña mesita que estaba frente al sofá. Yo podría parecer un acosador, pero en el fondo, la chavala también podía haberse largado en cualquier momento, darme una bofetada incluso, sin embargo, ella deseaba estar allí, estaba claro. Se quedó quieta, mirándome sin saber qué hacer, pero sin quitar ojo de mi polla que seguía siendo mecida por mi mano. Estaba preciosa, con sus tetas tan firmes, su cintura estrecha, aquellas caderas prodigiosas sentadas sobre la mesita y sus muslos pegaditos y alzados gracias a sus tacones…

Se puso más colorada todavía pero me confirmó que le gustaban los pollones.

− María, tócate.

− Es que…

− ¿No lo hago yo delante de ti? Y te gusta verme, ¿no?

− Sí, pero…

Mis ojos se iban por esas curvas que deseaba acariciar, chupar, morder, lamer…

− ¿Te gusta o no? – le apremié.

− Sí, claro. – afirmó por fin, certificando su enorme calentura

− Pues a mí me gustaría verte como te haces un dedito, anda…

Ella solo meneo la cabeza negativamente pero sin dejar de acariciar sus muslos con la punta de los dedos. Estaba muy excitada, no había duda. Estábamos tan cerca que seguramente podríamos notar el calor que desprendíamos cada uno.

− ¡Mastúrbate, mujer! – era casi una orden más que un ruego.

− ¡No puedo don Luis! – respondió mirándome fijamente con un brillo especial en sus ojos.

− Vamos, lo estás deseando.

− No.

− Mira, hacemos una cosa, cada uno a lo suyo, yo me sigo masturbando y tú haces lo mismo. Como si no estuviéramos uno frente al otro. Cierras los ojos si quieres.

Yo seguía cascándomela sin dejar de admirar a esa preciosa chica que lentamente empezó a tocarse. Primero los pechos, pellizcándose los pezones y luego metiendo una mano entre sus muslos pero tímidamente.

− ¡Estás buenísima, María! – le dije envalentonado.

Noté que ese comentario le gustó cuando abrió ligeramente las piernas y tocarse con menos cortedad. Sus ojos seguían fijos en mi mano que seguía dándole a la zambomba a mi polla tiesa. Entonces ella echó la cabeza hacia atrás suspirando. ¡Estaba cachonda como una perra! Se abrió completamente de piernas, mientras sus dedos frotaban con energía su vulva y sus tetas bailaban al compás. ¡Cuánto me apetecía tocarla, chupar esas tetas, morder esos labios, follarme ese coño depilado y empapado!

Me levanté y me puse frente a ese cuerpo para ver aun más cerca como se masturbaba y como gozaba con cada una de sus caricias. Entonces ella abrió los ojos y me descubrió allí frente a su cuerpo tembloroso y excitado. Mi polla estaba a escasos centímetros de su cara. Cerró instintivamente sus muslos dejando su mano atrapada entre ellos.

− ¿Quieres seguir tú?

− ¿Cómo? – preguntó asustada.

− ¿Crees que vas a tener otra oportunidad de tocar una polla tan grande? – le pregunté moviendo mi pelvis para que mi verga se moviera desafiante.

− No, pero…

− Vamos, solo comprueba lo dura que es…

Yo estaba a tope y no esperé más, agarre su muñeca e hice que se levantara. Tenerla allí de pie frente a mí, a escasos centímetros, con aquel espectacular cuerpo era algo del todo soñado Sin soltar su mano la acerqué hasta que tocó mi miembro enhiesto. Su manita rodeó mi polla y tuve que cerrar los ojos del placer inusitado que me invadía al sentir a esa chica desnuda sosteniendo mi rabo tieso. Ella se mordió el labio inferior..

− ¡Mastúrbame! – le ordené.

Esta vez no había dudas, mi mirada se cruzó con la de mi empleada y sin más dilación, empezó un movimiento rítmico y lento de mi polla.

− ¿Qué tal?

− Es enorme.

− ¿Tanto te parece? – pregunté con cierta vanidad.

− Sí y está muy dura.

− Por tu culpa – dije al tiempo que comencé a acariciar sus tetas.

Esa sonrisa, era divina y no pude evitar sostener su mentón para plantarle un beso en esos tiernos labios. Mi lengua intentaba abrirse paso entre ellos, pero ella aun seguía con sus miedos. Mi mano derecha seguía amasando uno de sus enormes pechos y mi mano libre izquierda libre se lanzó entre sus piernas directamente en la diana, que no era otra cosa que su empapada rajita. ¡Estaba ardiendo!

− ¡No! – dijo separando su cara de la mía y agarrando fuertemente mi muñeca con la lejana intención de que sacara mi mano de allí.

− Vamos, preciosa. Déjame tocarte, así estamos iguales.

Lo cierto es que mi polla no la soltó y su otra mano fue aflojándose para permitir que mis dedos jugasen con aquel delicioso manjar que se escondía en su entrepierna. Logré meter un dedo, luego dos y jugué a meterlos y sacarlos, haciendo que suspirase, cerrando los ojos presa del placer. Aproveché el momento para devorar con mi boca fue su teta derecha y lamer el pezón. Aunque abrió los ojos asustada, esta vez no dijo nada y así continuamos tocando mutuamente nuestras partes más sensibles.

La mano de la chica se fue acelerando y no podía aguantar más aquella paja con aquella pequeña mano tan suave.

− Espera. – le dije separando su mano de mi polla que estaba más tiesa que un poste.

− ¿Qué ocurre, don Luis? – preguntó como si hubiera hecho algo malo.

− No, cariño, no pasa nada, pero ahora quiero que te la comas. – dije señalando ese palo duro.

− No, don Luis, eso no puedo hacerlo. No puedo chupársela.

− ¿Estás segura de no querer devorarte este caramelo? – le dije provocándola, sabiendo de su enorme excitación.

− Tengo novio… – afirmó de nuevo absurdamente.

− ¿Y la tiene como esta?

− No, pero…

− ¿Qué tal si firmamos por cuatro días a la semana? Serían 200 a la semana – le imploré sabiendo que eso me echaría el cable definitivo.

Una leve sonrisa apareció en su rostro, pues aquello no se le podía poner más a tiro, primero por hacer una mamada a un miembro evidentemente más grande que el de su novio y además consiguiendo unas mejores expectativas de empleo. ¿Quién se lo iba a decir a ella, media hora antes?

María se separó ligeramente de mí, observándome, intentando asimilar todo lo que estaba sucediendo y que a mí también me tenía completamente sorprendido. Admiré una vez más ese cuerpo completamente desnudo realzado con sus zapatos de fino tacón. Sostuve su mano y le ayudé a arrodillarse entre mis piernas.

− ¡Eres preciosa! – le dije acariciando sus tetas momentos antes de que quedara arrodillada a mis pies.

− Gracias, don Luis. Entonces ¿Cuatro días por semana?

− Sí

− Cuatro días, con viernes y fin de semana libre por 1000 y un mes de vacaciones – añadió ella muy decidida con su gran sonrisa apoyando sus tetas por encima de mis rodillas, agarrando con fuerza mi polla mientras apoyaba mi glande sobre su labio inferior. La muy puta sabía cómo hacer negocio.

− ¡Joder, de acuerdo María, pero chúpamela ya! – dije excitadísimo.

Creo que en ese momento le hubiera dado la luna, pero ella, a pesar de estar tan cachonda como yo, lo tenía todo mucho más controlado. Tras su nueva sonrisa, sin soltar mi daga por la base, empezó a lamer con su lengua mi glande del que salían gotitas. Las recogió y las saboreó gustosa.

− Solo una mamada, don Luis. – añadió, sosteniendo en sus dedos mi violáceo capullo.

− ¡Claro!

− Pero no vamos a follar. ¡Eso sí que no! – añadió sin vacilación.

− No, tranquila, haremos lo que tú quieras.

− No podrá metérmela. – añadió pasando toda la largura de mi polla por su cara.

− Lo que tú digas, preciosa. Yo tampoco me sentiría bien… tu padre… solo me la chupas y luego te como a ti ese coño. ¿Te parece?

Ella me miró con cara de duda con sus ojazos completamente abiertos.

− Sin follar, María, te lo prometo. Ese coño solo te lo perfora tu novio. ¿De acuerdo? – dije estirando la mano para rubricar el acuerdo.

La mamada me iba a salir cara, pero qué coño, una chica así no te la chupa todos los días. Al instante, tras agarrar firmemente mi miembro, me miró a los ojos, me lanzó una bonita sonrisa y se engulló mi polla en un visto y no visto.

− ¡Dios! – es lo único que pude decir al notar sus labios apretados contra mi miembro.

Sin duda a la niña le gustaba comer buenos rabos, pues con el mío se iba a saciar. A continuación se la sacó de la boca, jugó con sus labios en mi glande, chupó el frenillo y pasó su lengua por toda su largura. Era claro que no era la primera polla que devoraba. Después cruzó nuevamente su mirada con la mía para deslizar sus labios lentamente hasta una buena porción de carne, hasta que topó con su garganta y la sacó de nuevo, con sus ojos llenos de lágrimas.

− ¡Qué bien lo haces, preciosa!- le dije acariciando su pelo.

La chica se esmeró aún más, disfrutando de una mamada y yo no digamos, la cosa era realmente antológica, sabiendo que una chiquilla de diecinueve años, desnuda entre mis piernas, con un cuerpo de infarto y una boca increíble, me estaba comiendo la polla como pocas veces. Mira que han pasado mujeres por ese apartamento, de todas las edades, creencias y clases, pero nunca antes ninguna me la había chupado así, y eso que a priori podría ser la más inexperta, pues nada de eso, aquella lengua hacía maravillas, recorriendo toda la largura de mi miembro, jugando con mis huevos, los metía y sacaba de su boca, succionaba, lamía, mordía, engullía… como una auténtica diosa del porno.

− ¡No aguanto más! – dije desesperadamente agarrado a su pelo.

Ella me miró una vez más sin sacarla de su boca. De pronto, tragó más porción de carme, para introducir mi cimbel hasta casi sus tres cuartas partes. El primer impacto de mi corrida salió con fuerza hasta el fondo de su garganta. No retiró ni un centímetro su boca de mi verga, que no dejaba de lanzar inconmensurables cantidades de semen en su interior. Ni por lo más remoto pensé que iba a mantener mi polla dentro y aquello me excitó mucho más, haciendo que mis corridas fueran más enérgicas, más abundantes y mis jadeos convertidos casi en gritos.

Una vez terminé de descargar la chica sacó mi polla y me limpió del todo, dejándome resplandeciente aquel trozo de carne que decayó por momentos mientras ella se relamía y se metía con sus dedos en la boca algunos regueros que se habían escapado por la comisura de sus labios

− ¡Joder, cómo la chupas, nena! – dije una vez que recobré el aliento acariciando aquella carita que me sonreía.

− ¿Le ha gustado? – dijo ella, todavía tratándome de usted.

− ¿Qué si me ha gustado?, ¡Eres increíble! Nunca me habían hecho una mamada así. Te lo juro. Te has ganado con creces ese contrato de cuatro días por semana. Ahora siéntate tú que me voy a comer ese precioso coño.

La chica dudó unos instantes, pero yo se lo recordé levantando mi dedo índice.

− Es lo que acordamos…

María se levantó y ya sin ningún tipo de reparo se sentó en el sofá totalmente abierta de piernas al borde esperando mi ataque. Yo me agaché, aspirando profundamente el delicioso olor que emanaba de aquel coño empapado y le pegué una lengüetada, haciendo que mi nueva empleada explotase en un suspiro enorme. Luego lamí en los alrededores, sin atacar directamente la rajita, sino chupando sus ingles, lamiendo la cara interna de sus muslos, dando mordisquitos en su monte de venus, pero ella redirigía su coño para que mi boca lo atrapase. Estaba encendidísima. De pronto abrí mi boca y abarqué cuanto pude aquella rajita húmeda, para luego pasar mi lengua lentamente de arriba a abajo sin cesar.

− ¡Sí, qué delicia! – decía acariciando mi pelo.

− ¿Voy bien?

− ¡Sí, sí, sí, muy bien! – repetía arqueando su espalda y cerrando los ojos entre suspiros.

Sonaba gracioso que a esas alturas todavía siguiera tratándome de usted, por muy jefe suyo que fuera. Me enfrasqué en aquel coño, que además de atrayente, resultaba delicioso en su sabor, haciendo que ella soltase más más y fluidos que se mezclaban en mi lengua y mis encías… De pronto apretó sus muslos contra mi cara y unos vaivenes de su pelvis me indicaron que comenzaba el orgasmo. Me tiré de nuevo con la punta de la lengua a su clítoris y entonces se aferró a mi pelo con fuerza al tiempo que gritaba y jadeaba con sus ojos cerrados y sus muslos apretados contra mi cabeza. Se corrió con todas las ganas mientras yo seguía enfrascado en recibir aquellos deliciosos líquidos en mi boca. ¡Dios, no acababa de creerme que hubiera devorado aquel riquísimo chochito!

Una vez repuestos de aquella comida de coño espectacular, la chica se incorporó y me sonrió agradecida.

− Tienes un coño que sabe a gloria. – le dije.

− Gracias.

− ¡Follárselo debe ser increíble! – dije esperando su reacción.

Ella se puso en pie y me miró de arriba a abajo, para luego añadir muy seria.

− Quedamos que nada de follar.

− Lo sé María, pero no puedo resistirme a tu cuerpo y a ese coño.

− Por favor… don Luis. Recuerde… mi padre, además.

− Vale. – aquel último comentario fue el detonante para que yo no insistiera más.

Tras levantarse y limpiarse con un pañuelo de papel, se dirigió al cuarto de plancha para vestirse. Y yo fui tras ella, pues no podía dejar de observar aquel cuerpo maravilloso. Mientras se ponía la ropa, mi polla parecía querer despertar de nuevo y a ella no le pasó desapercibida esa acción, pues tras ver mi semi erección, me dedicó una de sus bonitas sonrisas

− Lo has hecho de maravilla, María.

− Sí, gracias por contratarme, don Luis. – dijo ella como si habláramos de la limpieza del apartamento, pero yo me refería, evidentemente, a otra cosa.

− ¡Claro, mujer!

− Entonces, ¿Cuando firmo el contrato? – añadió ella para asegurarse que no era todo fruto un engaño.

− Pues el lunes a primera hora lo tienes preparado. Te lo prometo.

− Gracias por todo, don Luis.

− Gracias a ti, María.

− Bien, iré a primera hora a firmar y luego vendré a terminar de limpiar.

− Vale. Toma la llave y vienes cuando quieras.

− ¿Me compro la bata entonces? – dijo ella sonriéndome con descaro.

− No, mejor trabajarás desnuda siempre. – añadí, viendo en su cara la victoria dibujada.

María terminó de vestirse y abandonó mi casa, dejándome enamorado y atraído aún más por ese cuerpo increíble que salía por la puerta.

− Hasta el lunes. – dijo despidiéndose con su gran sonrisa.

El resto del fin de semana lo pasé pensando en María, mi espectacular asistenta, con un cuerpo de infarto, pero que además había conseguido llevarme al paroxismo con una mamada colosal. Sé que no me comporté bien, que abusé de mi poder y de mi posición de jefe, de ser además el propio jefe de su padre, con una chavala que, por cierto, podría ser mi hija, sin embargo no pude resistirme a tanta provocación andante.

Llegué a casa, besé a mi mujer como de costumbre y no me sentí tan mal con ella, pues ya le había puesto los cuernos en multitud de ocasiones, como ella a mí, supongo, era algo que ambos sabíamos sin decírnoslo, sin embargo, lo que me fue angustiando por momentos era encontrarme con Ramón. En el fondo sentía que le había traicionado, que había abusado de su confianza y de mi poder sobre su hija. Cuando el lunes me metí con el coche con él, yo me disponía a darle alguna explicación, aunque no sabía qué contarle. Fue él el primero que habló, mostrándome lo feliz que se sentía:

− Don Luis, estoy muy agradecido porque haya contratado a María.

− Es un placer, Ramon – pensé para mis adentros, aunque el placer había sido de otro tipo.

− Es usted muy bueno, don Luis. – añadió el hombre.

Al decir eso, no pude evitar sentirme peor por ese hombre, que había depositado toda su confianza en mí, mientras yo me había aprovechado de la situación y descaradamente de su hija.

− Ella es una buena chica ¿verdad? – me comentó emprendiendo el trayecto hasta el trabajo y mirándome, como siempre, por el espejo retrovisor.

− Muy trabajadora. – intervine, aunque por dentro yo solo pensaba en lo cerdo que había sido y me arrepentía por momentos. No era capaz ni de sostener la mirada con aquel hombre.

− Sabía que le iba a gustar. – dijo con su gran sonrisa.

− Claro.

Ramón mantuvo la mirada clavada en la mía como si quisiera sacarme lo que llevaba dentro. Así permanecimos unos minutos, en silencio mirándonos de vez en cuando, hasta que de pronto me soltó:

− Y tiene un coño maravilloso, ¿verdad?

Casi me da algo cuando me comentó eso, no me creía que hubiera dicho tal cosa.

− ¿Cómo dices, Ramón? – pregunté alarmado.

− Sí, don Luis, entiendo que se sienta turbado, pero no es para menos.

− No te entiendo.

− No hace falta que disimule conmigo. La chavala tiene un coño divino, ¿A que si?

No daba crédito a las palabras de mi chófer, pero estaba claro que esa chiquilla aparentemente inocente a la que yo creía tener dominada, de la que yo pensaba haber abusado bajo mi poder de jefe, no era otra que una putilla que conseguía todo, incluso con su padre. Eso o definitivamente me estaba volviendo loco.

− Ramón, ¿estamos hablando de tu hija?

− Claro, don Luis.

− Ella y yo… Tú y ella… ¿quieres decir…?

− No se preocupe, don Luis, entiendo su confusión. A mí me pasó lo mismo al principio, pero ahora no puedo más que ser su corderito, por eso me pidió que le consiguiera un trabajo con usted.

− Pero…

− Mi nena folla bien, ¿no? Con ese coño consigue lo que quiere.- añadió el hombre como si hablara de cualquier otra mujer.

− ¡No, no, Ramón, no hemos follado! – respondí enérgicamente.

El hombre levantó las cejas y me observó incrédulo. Yo le insistí serio.

− Te lo juro, Ramón, no me he follado a tu hija.

− ¿En serio? Entonces ella tenía razón, que mamándosela ha conseguido el contrato.

− ¿Ella te lo ha contado?

− Claro, me lo cuenta todo. Me dijo que le hizo una mamada antológica de las suyas. La chupa bien la cabrona ¿eh? – me dijo orgulloso.

− ¡Joder Ramón! – le recriminé aturdido.

− Dígalo con confianza, don Luis. ¿No tiene la chica una boca divina que la chupa como nadie?

− Ya lo creo. Nunca me habían hecho nada igual.

− Pues le ha resultado más fácil de lo que yo creía.

− No te entiendo…

− Pues que pensé que usted no iba a darle ese contrato, así como así, aún no sé por qué no se la ha follado. En eso es la bomba, créame.

− No, por Dios, Ramón – dije yo intentando hacerme el ofendido, aunque creo que estaba haciendo el gilipollas.

− ¡Esta niña mía es una zorra de cuidado! – añadió sonriente.

− ¿Cómo?

− Sí, ya le dije que con ese coño consigue lo que quiere, de mí el primero, por eso pensé que había conseguido el empleo follando con usted.

− Pero ella me dijo que no… que solo su novio…

− ¡Pero qué pedazo de putilla está hecha! – afirmó el hombre riendo con ganas.

− Me dijo que no podía hacer eso conmigo.

− Pues le mintió.

− Pero Ramón tú sí…

− ¿Qué sí me la he follado? Pues sí, a menudo, ya le digo que consigue de mí lo que quiere. Esa boca y ese coño son de otro mundo. Se lo aseguro.

− ¡Estoy en shock, Ramón!

− No me extraña. Es para estarlo.

− Pero tú y ella… María me dijo que su coño era exclusividad de su novio.

− Bueno, pues le ha engañado clarísimamente. Ese coño y esa boca han conseguido de todo, incluso entrar en la universidad esa de arte dramático tan exclusiva.

− Entonces yo…Ramón… ella…

− No se preocupe. Supongo que quería asegurarse de que no fuera usted quien la engañase a ella y que lo del contrato iba realmente en serio.

− Naturalmente que va en serio, Ramón, la chica trabaja muy bien.

− Ya lo creo que sí y eso que no ha probado a follarse ese coño, no hay nada igual, se lo aseguro, jajaja.

Las palabras de mi chófer me desconcertaban del todo. No podía creer que esa chica hubiera follado para conseguirlo todo, era increíble, pero más de su propio padre.

− Pero Ramón, eres su padre. Estoy alucinando… – dije.

− Con más motivo. Eso no me deja alternativa. Reconozco que la primera vez estuve muy arrepentido, hasta que me ofreció de nuevo ese coñito y follármelo es lo mejor que le pueda suceder a uno. Así que no se sienta mal por eso. Ella consigue su objetivo y sabía que en su caso no iba a ser menos.

− Y yo que creía estar abusando de ella…

− Pues no. Ya ve que le encandilado desde el principio y no solo eso, sino que ha conseguido todo su objetivo. Su cuerpo y su labia los usa como arma y vaya cómo los usa. Además le gustan los maduritos y usted, según me dijo, está muy bueno.

− ¿Eso te dijo? – le pregunté más sorprendido.

− Sí, me lo dijo esta mañana. “Que tiene usted un polvazo”, palabras textuales – añadió el hombre.

− Joder, Ramón, es que no acabo de creerme lo que me cuentas. – añadí realmente aturdido.

− Va a tener que follársela, don Luis y comprobarlo de primera mano.

− Pero… ¿Ella querrá?

− Claro que sí. Ya le dije que usted le atrae, lo está deseando. Me lo dijo esta mañana, que no paraba de imaginarse esa enorme polla dentro de su coño.

− ¡Joder! – respondí notando como mi verga palpitaba bajo mi pantalón.

− La muy puta solo se ha asegurado lo del contrato, ya dije que es muy lista. Ya lo firmó esta mañana, por cierto.

− ¿Esta mañana? ¿Lo ha firmado? – repetía yo como un idiota sin casi poder reaccionar.

− Claro, esta mañana a primera hora. Y luego la llevé a su apartamento.

− ¿Ella está allí ahora?

Aquella chiquilla era una sorpresa tras otra y yo hablando con su padre como si tal cosa, pero eso no podía quedar así, mi polla estaba totalmente dura pensando en aquella asistenta tan ingeniosa y divina.

− Ramón, llévame al apartamento.

− Muy bien, señor. – añadió con una gran sonrisa y dando un giro para cambiar el rumbo que teníamos planeado.

− Tendrás que ir a buscar al hotel a los clientes con los que habíamos quedado ¿Me harás ese favor, Ramón?

− Claro, don Luis. Usted relájese y disfrute de ese coño. – añadió mi chófer con su amplia sonrisa.

No podía creerme que Ramón me llevase a follarme a su propia hija con tantos ánimos. Cuando llegamos a la altura de mi apartamento, salí disparado del coche recibiendo un pulgar levantado de mi empleado fiel.

Nada más llegar al piso y abrir la puerta me encontré a María desnuda delante de mí con sus brazos en jarras y una gran sonrisa. No daba crédito, la muy ladina me estaba esperando sonriente, con aquel preciosísimo cuerpo despelotado.

− Buenos días don Luis. Gracias por contratarme. – dijo la chica sonriente.

− Eres muy puta, ¿lo sabes?

− ¿Yo? – respondió con cara de inocente, pero sin poder borrar su sonrisa socarrona.

Casi sin tiempo a cerrar la puerta detrás de mí, mi nueva empleada se arrodilló a mis pies y me soltó el cinturón del pantalón sin dejar de mirarme.

− Me estabas esperando. – le dije.

− ¡Sí, claro! Tenemos que cerrar el contrato del todo.

− ¿Me vas a dejar follarte?

− Creo que se lo ha ganado usted, don Luis.

− Me engañaste, María. ¿No te fiabas de mí? – dije agarrando su barbilla y mirando a aquellos ojazos mientras ella seguía desabrochando mi bragueta.

− Lo siento, don Luis, pero no me fío de ningún hombre… no me fío ni de mi padre. – añadió guiñando un ojo.

Sin duda que la chica era de todo menos inocente e inexperta y era lógico que hubiera conseguido más de un objetivo con ese cuerpo, con su habilidad y sus dotes de actriz, además de su prodigiosa boca y el coño que, según palabras de su propio padre, hacía maravillas.

Mientras ella bajaba mis pantalones, yo me fui quitando la chaqueta, la corbata hasta quedar completamente desnudo y con una erección descomunal. Ella observó aquella largura frente a sus ojos.

− ¡Me encanta esa polla, don Luis!

− Es toda tuya. – respondí orgulloso acariciando su pómulo.

Empezó a masajearla lentamente con sus dedos, iba pasando de una a otra, para luego llenar la palma de su mano con una gran cantidad de saliva y empezar a pajearme.

− ¡María! – suspiré al sentir aquellos hábiles dedos.

Se limitó a sonreír sin dejar de masturbarme.

− ¿Quiere que se la chupe otra vez?

− ¡Sí! – respondí eufórico.

Metió mi polla entre sus tetas y aprisionándolas contra ella empezó a subirlas y bajarlas en una cubana divina. Luego apoyó el glande sobre su lengua y sin dejar de sonreír comenzó a darle lamidas a toda la largura de mi polla que estaba a punto de reventar. Sostuvo mi polla con sus dos manos y me sonrió una vez más. Después su lengua comenzó a jugar con mi frenillo mientras su mano deslizaba la piel de aquel tronco duro. Tras guiñarme un ojo, se metió toda mi verga en su boca, haciéndola desaparecer. Las piernas me temblaban de ver a aquella chiquilla tan habilidosa tragándose por entero mi polla. Tuve que detenerla porque si seguía con aquellas artes, me correría en pocos segundos.

− ¡Para María, por Dios!

− ¿No le gusta, don Luis? – dijo con cara de niña buena pegándose la largura de mi hombría contra su cara.

− ¡Lo que quiero es metértela en ese coño de una puta vez! – dije desesperado.

La chica se levantó sonriente y se pegó a mi cuerpo. Ambos desnudos nos abrazamos, nos acariciamos, apretando sendos culos y mordiendo nuestros labios, juntando nuestras lenguas….

− ¿Dónde quiere follarme? – dijo mordiéndose de forma sensual su labio inferior

− Donde tú quieras, preciosa.

− ¿Sobre la encimera le gusta? – preguntó mordiéndose la punta de la lengua.

La chica agarró mi falo y tiró de él en dirección a la cocina. Era todo un espectáculo ver aquel culo y esos andares delante de mí tirando de mi polla. Casi me da algo. Al llegar, María se sentó de un salto sobre la encimera abriendo completamente sus piernas. Volvió a tirar de mi polla hasta que chocó contra aquel coño empapado.

− ¡María! – dije amasando aquellas enormes tetas y mordiendo ligeramente sus pezones, de uno a otro, sin saber por cual decidirme.

Oírla gemir era demasiado, más aun cuando con la punta de sus dedos dirigía lentamente mi glande de arriba a abajo a lo largo de su rajita.

− ¡Dios, eres increíble! – repetía yo totalmente nervioso.

− ¿Va a follarme, don Luis?

− Claro que voy a hacerlo – dije apretando mi pelvis haciendo que mi capullo entrase ligeramente en aquella cálida cueva.

− Pero antes, quiero otra cosa. – intervino, empujando mi pecho y separándome de ella.

− Lo que me pidas. – dije nervioso.

− ¿Quiero ir a Roma?

− ¿Cómo?

− Sí, quiero ir con usted. Va a ir la semana que viene, ¿No?- dijo sin dejar de apretar su piernas contra mi cintura, haciendo que mi glande se aprisionase contra su vulva pero sin poder avanzar más.

− ¿A Roma?

− Sí, ¿Me llevará?

− Pero…

− Sí y seré su asistenta particular.

− ¿En mi hotel?

− Claro, cuando llegue de trabajar estaré dispuesta a lo que me pida. Y totalmente desnuda, claro.

Joder no podía creerme que esa chiquilla hiciese conmigo lo que quisiera, me había dejado a su merced totalmente, sin tiempo a reaccionar, ni a discutirlo. Tendría que llevarla conmigo, pero es que en ese momento solo pensaba en follármela. Yo ya no mandaba, sino que era un corderito frente a esa loba.

− Lo que tú quieras, preciosa, pero ahora… ¡Déjame metértela, por Dios!

María dejó de apretar con fuerza sus piernas liberando mi aprisionamiento lo que hizo que mi polla entrase lentamente en su coño, como el cuchillo en la mantequilla. Cuando quise darme cuenta estaba totalmente dentro de ella y un suspiro de ambos envolvió aquella cocina. Sus dedos apretaron mi culo y echó su cabeza hacia atrás, mientras mi boca se apoderó de su cuello para morderlo ligeramente. Aquella chica me tenía loco.

Saqué mi polla lentamente notando como aquel estrecho agujero se aferraba para no dejarla salir, algo que provocaba un placer inusitado en mí.

− ¡Dios! ¿Cómo haces eso, chiquilla?- alcancé a decir al notar aquella presión maravillosa sobre mi polla.

− ¿Le gusta? – dijo pasando su lengua sobre mis labios.

− ¡Joder, me encanta! – dije sintiendo como los músculos de esa vagina hacían maravillas alrededor de mi polla.

Entonces se aferró más fuerte a mi culo con sus manos y me apretó para que volviese a metérsela una vez más. Apreté mi pelvis con fuerza contra ese delicioso chochito que seguía estrecho tras dos o tres embestidas. No quería correrme, deseaba estar así eternamente, dentro del coño más delicioso y acogedor que nunca hubiera encontrado. Empecé a martillear sin dejar de ver su preciosa cara, oyendo sus gemidos, chillando en alguna ocasión cuando se la metía con fuerza.

Se podía decir que no me la follé, pues me estaba follando ella a mí. La chiquilla se movía de forma magistral, haciendo que mi cuerpo se tambalease. A continuación cerró los ojos cuando mi peso cayó sobre ella y se aferró aun más fuerte, apretando sus tobillos contra mis caderas, quería tener toda la presión de mi verga en su interior y yo mientras tanto veía las estrellas. Cerró los ojos y con su boca abierta empezó a emitir unos gemidos cada vez más intensos, hasta llegar al orgasmo. Yo seguía con mi polla metida disfrutando de la visión de su cara totalmente ida y desencajada, estaba preciosa y en ese momento sentí todo un estremecimiento por mi cuerpo. Abrió los ojos cuando empecé un mete y saca continuo viendo como mi polla salía hasta casi la punta y como se la volvía a enterrar chocando cuerpo contra cuerpo en un chop-chop que era música celestial. María mordió mis labios, sacó su lengua, chocando con la mía y morreándonos con total frenesí, hasta que en un momento dado ya no pude aguantar más y me corrí, haciendo que la chica volviese a gemir presa de un segundo orgasmo. Nunca había sentido nada igual y por su cara, creo que ella tampoco, seguí follándola incesantemente sin que mi miembro redujese su tamaño y sin dejar de regarla con mi semen en el interior de aquel coño estrecho, caliente y tan acogedor.

Cuando nos separamos, nos fundimos en un beso largo e intenso, en el que no hacía falta decir nada más, pero esa chiquilla había conseguido llevarme al paraíso, incluso quitarme un montón de años de encima, casi como si fuera la mujer que siempre hubiera estado esperando y nunca encontré. No podía perderla y estaba totalmente entregado a sus caprichos, peticiones y condiciones. Ya no era su jefe, sino que ella mandaba sobre mí y especialmente aquella boca divina y ese coño celestial.

Tras reponernos, la chica se metió en el baño para darse una ducha y yo aproveché para llamar a Ramón.

− Hola, Ramón. ¿Fuiste a buscar a los clientes?

− Sí, tranquilo, don Luis. Están desayunando todavía.

− Gracias.

− ¿Qué tal el coño de mi niña?

− Joder, Ramón, es increíble.

− ¿Tenía razón o no?

− Ya lo creo.

− Sabía que le iba a encantar y conseguirá de usted lo que quiera.

− Sí, de hecho ha conseguido sacarme un viaje a Roma para la semana que viene.

− ¡Qué hija de puta!

− ¡Pero Ramón…!

− Sí, su difunta madre era igual, don Luis. – respondió el hombre.

En ese instante apareció María envuelta en una toalla y siempre con su gran sonrisa de la que yo me sentía hipnotizado. Ella no debía saber con quien hablaba y me dijo.

− ¿Dónde me va a follar ahora, don Luis?

A continuación soltó la toalla ofreciéndome, una vez más, su increíble desnudez. Me quedé mudo y creo que con la boca abierta y mi polla en ristre de nuevo.

Fue la voz de Ramón la que me despertó de esa ensoñación y habló al otro lado del teléfono:

− Vamos, don Luis, échele otro buen polvo a esa zorrita. Yo me encargo de entretener a los clientes.

Colgué totalmente alucinado, primero por tener a esa increíble chica desnuda ante mí y segundo que fuese su padre el que me animase a volvérmela a follar, pero tenía razón mi chófer, con ese cuerpo y ese coño único en el mundo ¿Quién se podría resistir?… ¡Ni su padre, claro!

Juliaki

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR.

juliaki@ymail.com

2 comentarios en “Relato erótico: “La hija de mi chofer” (POR JULIAKI)”

  1. Me gustaría saber que le va a pedir cuando le de el culo, jejeje
    Excitante el relato con buen morbo, lo animo a seguir la serie de la asistente y ojala caiga de pronto un buen trio

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *