La luz de la luna atravesaba la ventana y se derramaba en su espalda. Se curvaba desde el hermoso trasero hasta su pelo rubio teñido. La columna vertebral interpretaba un hermoso baile en zigzag, mientras mi pene entraba y salía de su mojado y cálido coño. Mis manos, inquietas, acariciaban su trasero, dando azotes; y de ahí recorría sus muslos y caderas.

Cada milímetro de su piel se me antojaba de Diosa, cada gemido quedo de mi amante endulzaba mis oídos. El aroma a vainilla de Lorena se entremezclaba con el estándar de la habitación de un hotel de cuatro estrellas.

Pronto se irá a su hogar, pronto dejaré de saborearla. Pero mientras la penetro, mientras la acaricio, mientras es mía Lorena, absorbo cada segundo de su compañía, cada milímetro de su piel.

Lorena se sentó en la cama y me miró cómplice. Agarró mi polla y la engulló durante un rato. Me sentía pletórico, siempre con mucha confianza cuando yacía con Lorena. Su boca recorría mi polla con elegancia. Sus ojos miraban al infinito, centrada en dar placer, en saborear placer. El placer reventaba contra las paredes, contra los cuadros, contra el minibar vacío, contra las botellitas y nuestra ropa desparramada por el suelo, contra la ventana…..

Me coloqué detrás de ella, de lado, tumbados sobre la cama. Ella me miró de reojo, dándome ánimos, deseosa de ser penetrada otra vez. Agarré su muslo izquierdo por la zona interior. Me acomodé y agarré el pene hasta meter la cabeza en el coño. Ella confirmó que lo hice bien con un movimiento de culo, pegándolo a mi pelvis, acompañado de un gemidito de gata salvaje que quiere ser amaestrada. Mi mano izquierda se posó sobre uno de sus pechos. No demasiado grande, pero sí en su sitio, a pesar de sus treinta y ocho años. Bellos pechos, con amplia aureola rosada. Inicié el movimiento, ella lo acompañaba para facilitarme el poder entrar más. Desde esa postura no podía clavarla entera, pero con tres cuartas partes era suficiente para encontrar una buena follada. Mi capullo rozaba las húmedas células de la piel de su cuidado sexo. Sus movimientos facilitaban un mayor roce, otorgando al momento un placer genuíno e inigualable. Ella gemía despacio, y respiraba fuerte acompañando la follada, como un atleta acompaña su carrera respirando por la boca. Derramados sobre la cama me centré en aguantar la gloriosa embestida. Percibía su sudor, que se entremezclaba con su perfume, notaba su piel de gallina, sentía su complicidad. Por un momentos fuimos uno solo; esos momentos, en los que somos como un gigante hermafrodita que se da placer así mismo, son los que me hicieron engancharme a mi cuñada Lorena.

Temí correrme, así que cambié la posición.

Ahora Lorena estaba tumbada; sus piernas, elegantes y brillantes de luz de luna, se abrieron, invitándome a entrar, y se cerraron en torno a mi espalda justo al entrar.

“Dame fuerte hasta el final, cariño”.

No cesaba de darme ánimos, su lengua buscaba la mía en un guarro beso de bocas abiertas, sus suspiros y gemidos me acercaban a su cálido cielo. Me deje llevar por su dulzura, por el calor húmedo de la cueva donde entraba con fuerza y rapidez; sin retorno es el camino de su cama. Me dejé llevar por su lengua, por la forma de sus bellos pechos próximos.

Ví luces, un cosquilleo recorrió mi espalda. Tras un espasmo me detuve, notando como el semen incipiente comenzaba a recorrer mi polla. Me agarré al abismo de sus caderas y apretando una leve follada, derramé todo mi semen dentro de Lorena. Mi ritmo  se fue apagando, hasta acabar tumbado sobre ella.

Agradecida, me besó durante un largo rato. Luego se levantó y se vistió.

–        Son las diez y media de la noche, en casa me esperan desde hace más de media hora. ¿No te vistes?.

–        No, a mi no me espera nadie. Mi casa no es tan confortable como este hotel, y he bebido; no estoy en condiciones de conducir una hora. Me quedaré y así amortizo el hotel.

–        ¿Te has quedado satisfecho, amor?

–        Siempre me sabes a poco.

Se fue, no sin antes darme otro beso con lengua. El peligro de enamorarme de Lorena no era que estuviera casada; el peligro es que lo estaba con mi hermano.

Mi locura se reflejó en la copa que agitaba frente a la ventana. Me relajé tanto que imaginé cómo sería que mi hermano muriese. Su mujer y su confortable casa serían míos. Su dulce hija, Bea, sería mía. Sonreí al espejo, malicioso, y en mi reflejo pareció que los dientes estaban afilados como los del mismo diablo. Agité la cabeza, al volver a mirar era yo de nuevo. Levanté la copa a mi reflejo, y bebí todo su contenido de una sentada.

Me dije que podría estar toda la vida deseando algo, ¿tan incapaz era de actuar?. Un psicólogo me habría puesto en ese momento una camisa de fuerzas si hubiera tenido la oportunidad de analizar mi cerebro.

Perdonen vuestras mercedes que el inicio de este complejo y amplio relato lo inicie en el inicio de mi locura. Pues no quiero contar mi vida, solo mi ida al infierno; sin retorno, sin arrepentimientos.

Reuní el suficiente valor, Lorena no tendría por qué saberlo jamás. Solo consistía en deslizar mi vida ante la perspectiva del valor de conseguir un sueño. Tal vez la locura me apremiara y cegara; pero me daba igual, no pensaba en otorgar a mi mente el más mínimo rastro de lucidez. Igual luego Lorena no me acepta como pareja de por vida, igual yo la dejo por otra amante al cabo del tiempo; pues mi sino es el de ser infiel, el de follar a la mujer que no tengo. Por eso follaba con Lorena. Pero ciertamente la amaba, ciertamente imaginaba vivir con ella, formar una familia junto a ella y a su bella hija de diecisiete años.

El diablo acudió a mi rostro de nuevo. Formaría familia con Lorena, y luego con Bea. De nuevo la copa, de nuevo la lucidez. Sentía presencias en la habitación. Deseaba dejar de pensar. El sueño me abrazó.

Soñé que el diablo tiene cuerpo de mujer y que follaba conmigo durante siglos, viendo a través de una ventana de fuego, a cámara rápida, como la humanidad avanzaba.

Pedí vacaciones por el mes de diciembre. Por aquel entonces vivía solo, tres años después de dejar a mi anterior novia, la guapa, simpática y mal mamadora Ana. Vivía en mi pisito de sesenta metros cuadrados, moderno y bien decorado. El trabajo fijo en una oficina de arquitectura, compensaba la vida sedentaria con ocho horas de gimnasio semanal. Tenía libertad, un buen sueldo, estabilidad laboral y una mujer con la que consolarme. A veces la mente humana es extraña, porque iba a poner todo en peligro por poseer a esa mujer; sin saber siquiera si ella iba a corresponderme.

Se trataba de aparentar normalidad, mientras elaboraba el crimen perfecto.

Estuve una semana encerrado en mi apartamento, pensando cómo hacerlo. Rápidamente llegué a la conclusión de que iba a ser muy difícil; pues básicamente me dediqué a desechar posibilidades tal cual se me iban ocurriendo.

Deseché la opción de arma de fuego. Ya que se dejaba rastro, se adquiriese como se adquiriese. El único propósito era hacerlo de tal forma que jamás se sospechara de mí, y que nunca existiese el más mínimo rastro que llevase a nadie hacia a mí. Por muy bueno, experimentado y perspicaz que fuese el detective que analizara el caso.

Deseché arma blanca. No desearía tener una escena del crimen que limpiar; pues sería fácil tener un despiste y dejar huellas.

Deseché, igualmente el envenenamiento, pues su mujer sería la principal sospechosa. No quería ser pillado, pero tampoco era mi intención implicar a nadie. Se trataba de buscar el crimen perfecto, y ello conlleva que no haya culpables; o que, en el caso de que fuera evidente que lo hubiera, jamás fuese encontrado.

Llevaba una semana dándole vueltas y necesitaba salir, tomar algo, desconectar. Viernes noche, 21:50 horas. Descarté llamar a Lorena sobre la marcha, pues estaría con su querida familia. Y no tenía ganas de llamar a ningún amigo, pues mi mente estaría en otro sitio. Así que cené cualquier cosa, me puse la chaqueta y salí a tomar una copa a un pub cercano.

Pedí una copa de whisky escocés y me senté en un extremo de la barra. El local estaba casi vacío. Mi mente seguía trabajando en el plan, mientras agitaba la copa para mezclar el excelente caldo con el hielo. Necesitaba detener la maquinaria y evadirme de la locura.

Pedí otra copa, y una tercera. Había perdido la noción del tiempo. Una voz femenina me sacó del sueño en el que mi mente luchaba.

–        ¿Muchos motivos para beber solo?

Levanté la cabeza y ví a Carolina, una amiga, novia de un amigo. Le sonreí y miré alrededor, el local estaba lleno y no me había dado cuenta. Carolina me miraba sonriente, esperando respuesta. Su sonrisa empezaba a desaparecer cuando conseguí articular palabra.

–        Hola. Bueno, alguno hay pero te aburriría. ¿y tú por aquí?, ¿estás con Antón?.

Mi voz sonó somnolienta, afectada por el alcohol.

–        No. He cenado con una compañera de trabajo y hemos venido a tomar una copa.

Me hizo un gesto con la cabeza; tras de ella apareció una chica, que debería llevar ahí todo el tiempo pero que acababa de ver.

–        Hola. ¿Tu te llamas?

–        Inés.

–        Encantado.

Acabé la tercera copa y me dispuse a irme.

–        Que lo paséis bien, yo ya me voy

Carolina me sujetó.

–        Solo son las doce, tómate una copa con nosotras.

No tenía intención de resistirme. Tal vez me viniera bien participar de alguna charla superficial con ellas, así me evadía de lo que llevaba toda la semana consumiendo la mente.

Perdí completamente la noción del tiempo y de las copas. Hablamos mucho y no recuerdo de qué. Lo único que recuerdo es que Carolina cada vez estaba más guapa si cabe, con su melena morena ondulada, sus amplios pechos, su risa celestial. Inés cada vez era más rubia, cada vez más morbosa. Mi mente transformaba sus miradas en lascivas. Mi desorientación las situaba cada vez más pegadas a mí. Mis ojos volaron por el local, como un muerto que sale de su cuerpo y se observa desde arriba. Me observe junto a ellas. Jóvenes, una morena delgada, de mi estatura, muy guapa y con un cuerpazo para quitar el hipo. La otra rubia, baja y algo rellenita; pero guapa y apetecible. El local cada vez más vacío.

Carolina e Inés estaban pegadas a mí, una a cada lado. En el pub solo quedábamos nosotros, debería ser por la mañana. Llevaba toda la noche hablando con ellas y no recordaba nada. Inés me besó, sacó su lengua y la restregó por mi boca, le correspondí como pude. Desconozco si era el primer beso o ya llevábamos un rato así.Me dejé llevar por un largo morreo. Miré alterado a Carolina, ella sonreía cómplice. Entonces ella también me besó. Intenté eludirla por ser quien era, pero estaba clavado al taburete y ella se echó encima. Su beso me supo mejor, pues mis manos se posaron en sendas nalgas, prietas bajo un ceñido pantalón vaquero. Mi polla creció de cero a cien más rápido que un Ferrari. Algo dentro de mí me hizo alucinar, pues Carolina es mi amiga más atractiva.

Mientras me besaba, notaba una mano acariciando mi espalda, luego esa mano buscaba mi paquete y lo palpaba recorriendo toda mi erección; era Inés. Suspiré aliviado ante el tacto.  Respiré hondo. Estaba muy bebido. Carolina habló.

–        ¿Vives aquí cerca verdad?.

No sé si respondí. No recuerdo cómo nos fuimos, ni si pagué mis últimas copas. La siguiente imagen que recuerdo es estar follándome a Carolina por detrás, mientras ella comía el coño de su amiga Inés, la cual se abría de patas ante ella, recostada en la parte alta de mi cama. Los tres estábamos completamente desnudos.

Las dos chillaban muy agudas y compenetradas. Era como estar follándose a dos personajes de dibujos animados. Sentía como follaba lentamente, todo se movía a cámara lenta; pero ellas chillaban rápido, como si no perteneciesen a ese momento. Lo achaqué al efecto del mucho alcohol ingerido esa noche.

Desde la puerta de mi habitación se colaba la luz de la mañana. Ahora era Inés a quien penetraba, ella cabalgándome con brío. Con mucha fuerza y muy guarra. Ahora la velocidad se ajustaba al sonido. Yo me agarraba a sus nalgas, gruesas y duras, y empujaba como podía desde abajo. No sé de donde vino, pero de repente el coño de Carolina empezó a refregarse por mi cara. Subí la mirada y a penas pude verla en cuclillas sobre mí. Lo puso en mi boca, dejándome un mínimo espacio para respirar y lamer. Sabía a jabón y pis y estaba completamente depilado. Moví la lengua con desparpajo, arrastrándola de arriba abajo, abarcándolo entero. Mientras mis manos seguían agarradas a las nalgas de Inés y mi polla subía con fuerza en cada embestida. Solo se oían los gemidos de mis dos inesperadas amantes.

Daría lo que fuera por recordar más. Pero mi siguiente recuerdo fue cuando me desperté, completamente desnudo, cinco minutos pasados del mediodía. Con una resaca de caballo, gusto a coño en la boca y aroma de mujeres en las sábanas.

Encendí la cafetera y me di una ducha mientras se calentaba. No confiaba en que el agua fría ni el café me salvaran de la resaca, pero seguro que ayudarían. Al salir de la ducha tenía mucho frío. Conecté la calefacción. Puse un disco de música clásica y tomé el café a sorbos pequeños, mientras contemplaba la ciudad desde el décimo piso de mi coqueto apartamento.

Un mensaje de móvil me sacó del instantáneo y breve momento de relax que había conseguido. Era Carolina, me sobresalté y le di a leer:

“Besos de parte de Inés. Le has encantado. A mí más, espero que seas discreto. Por cierto, ya me contarás quien es Lorena y por qué quieres matar a su marido”.

Me sobresalté de sobremanera, tanto que derramé sobre la alfombra el poso del café. Mi mente arrancó sin previo aviso, provocándome un intenso dolor de cabeza….

Estaba claro que algo había largado durante la larga madrugada de conversación. Me tranquilicé que no asociara a Lorena con mi cuñada; eso me daba la posibilidad de defenderlo como una historia que me inventé para darles conversación. Carolina me conoce, soy buen chico, no se habrá creído esa locura. Una marea de intranquilidad inundó mi alma no obstante; no era un buen comienzo para un puñetero crimen perfecto. Tuve que calmar la tentación de llamarla para dar atropelladas explicaciones que no harían más que implicarme.

Decidí ser frío. Carolina e Ines tenían esa información, conforme, pero no la contarán a nadie; pues Carolina es la primera interesada en que no se sepa nada de lo que sucedió aquella noche. Decidí responderle de forma concisa y dejando lugar a la broma.

“¿Me ayudarás a matarlo?, luego si quieres matamos a tu novio, tú me gustas más que Lorena”.

Me sentí deprimido. Lo había echado todo a perder. Todo quedaría en una broma, una mentira exagerada para llevarme a dos chicas a la cama; no me quedaba más que hacer ese papel. Adiós a mi vida con Lorena y Bea.

De repente, como salida del infierno, mi mente tuvo una idea sencillamente brillante.

Estuve horas sopesándola, toda la noche sin dormir. Me sentía bien dándole mil vueltas a algo en concreto. Necesitaba dinero y ciertos contactos, que buscaría lejos de la ciudad. Lo primero era esperar a volver de las vacaciones y empezar a dar pasos seguros una vez tuviera rehecha mi vida cotidiana. Lo primero de todo era quedar con Carolina, para dejar en nada el episodio de la noche anterior. De la coherencia de mi actuación ante ella, dependía empezar bien el plan.

La céntrica cafetería ofrecía un espacio cálido y confortable, en contraposición con el frío de mediados de diciembre. Al lado de una ventana una pequeña mesa con dos sillas y té servido en pequeños vasos. Carolina estaba bellísima. Se había quitado la chaqueta, guantes y bufanda. Lucía un elegante y abultado escote de chaleco lila y vaqueros. Carolina es mujer de delantera portentosa, y a sus treinta y uno años la lucía mejor que nunca. Siempre mostraba pues podía, y lo hacía con elegancia y naturalidad; coqueta como la que no lo busca. Me invadió una oleada de arrepentimiento de haber estado tan bebido cuando la tuve desnuda, junto a su amiga Inés, sobre mi cama.

–        ¿Me puedes explicar qué pasó la otra noche?. No es que me sienta mal, sois guapas y atractivas….. Pero jamás hubiera imaginado que una cosa así pase en la vida real.

Carolina pareció pensarse la respuesta.

–        Inés lo dejó con su novio y al verte en la barra me dijo que eras guapo y atractivo. Es cortada, así que le ayudé.

–        ¿Le ayudaste llevándome a mi casa y poniéndomelo en la cara?

Rió, yo también reí.

–        Admito que tuve un desliz, los tres lo tuvimos.

–     Inés y yo no engañamos a nadie. Pero no te preocupes que no pienso perder a un amigo. Aunque debo reconocerte que podría engancharme fácilmente a ti.

Ahora parecía divertida

–        ¿No te gusta Inés?

–        Mucho más tú, pero es guapa y no tiene mal cuerpo del todo. Si me das su teléfono podría llamarle, pero no busco nada serio.

–        Bueno, ya no tendrás que meter más trolas para llamar la atención.

Por fin sacaba el tema. Miré por la ventana, fuera lucía el sol pero los viandantes apresuraban sus pasos, encerrados en tonelajes de ropa. Debíamos estar a cero grados.

Hablé como si nada.

–        Los tipos duros gustan a algunas mujeres.

Carolina carcajeó.

–        Eras de todo menos un tipo duro.

–        Da igual, os follé.

Se levantó.

–        Y todos contentos, ahora a callar. ¿Me invitas?, he de irme.

Me callé una grosería y la despedí con dos besos en las mejillas. Vi como se marchaba lentamente, marcando las caderas en cada paso. Chica guapa e inteligente esta Carolina. Lástima que esté enamorado de mi cuñada Lorena. Tuve un pequeño arrepentimiento de que mi plan le arruinase la vida, pero en toda decisión importante había víctimas inocentes. Y Carolina firmó su sentencia a sufrir en el mismo momento en que se acercó a mí, aquella noche, con su amiga Inés.

Continuará…

Un comentario sobre “Relato erótico: “La decadencia: 1. El despertar del Diablo” (POR CABALLEROCAPAGRIS)”

  1. Me ha parecido fantastico…
    mas la marera de relatarlo que el relato en si…
    El relato pinta muy bien…
    pero me ha fascinado la forma en que es relatado…
    me ha cautivado… he leido muchos
    y no me habia encontrado con uno relatado de esta manera magistral…

    Felicidades…

    Buen trabajo

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