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De nuevo su cuerpo desnudo está pegado al mío. Sus pechos laten contra el mío, pálidos, recorridos por finas venas azules. Sus pezones turgentes y cálidos atraen mi atención, los acaricio con suavidad. Brooke gime suavemente a mi oído, su aliento cálido en mi oreja me provoca, me excita, me estremece.

Me coloco encima de ella, mi polla roza su muslo, mi muslo roza su coño . Me muevo con lentitud mientras agarro uno de sus pechos y lo meto en mi boca, su pezón crece dentro de mi boca, mi polla crece dura entre sus piernas.

Ya no me contengo más y la penetro , mirándola a los ojos, estremecido de placer. Entro en ella con suavidad, disfrutando de cada centímetro mientras ella se agarra mí moviendo su pubis sedienta de sexo.

En ese momento un brazo musculoso me coge por el hombro y me aparta de ella. Yo intento revolverme pero veo a Nigel mostrando su polla gorda y bruñida ante los ojos extasiados de Brooke, una pequeña gota de liquido seminal escapa de la punta de la polla erecta y dura como una piedra.

Brooke abre las piernas hipnotizada por el gigantesco pollón y separa los labios de su coño invitando a Nigel a tomarla.

El hombre se lanza sobre ella y le mete la polla de un solo golpe. Brooke grita y se estruja los pechos satisfecha. Ante mis ojos, Nigel penetra en las entrañas de la joven como si fuese Atila. La gigantesca polla hace relieve en el liso vientre de Brooke cada vez que entra en su coño. Los movimientos cada vez son más violentos y salvajes y los gritos y los jadeos de Brooke son más fuertes hasta que se corre con un grito estrangulado. Nigel sigue follando aquel coño estremecido como una locomotora sin control. Pocos minutos después Brooke se ve asaltada por un nuevo orgasmo que paraliza hasta su respiración por un instante.

Nigel aun no está satisfecho y sacando su polla de la vagina de la joven se la mete en la boca y comienza a bombear de nuevo. Parece que la mandíbula de Brooke se va a desencajar pero increíblemente la polla de Nigel entra entera en su boca.

Dos gritos roncos indican a Brooke que Nigel está a punto de correrse pero no aparta la boca sino que agarra los huevos del hombre y los acaricia y masajea mientras eyacula en su boca chorro tras chorro de esperma caliente.

La leche rebosa de su boca y cae entre sus pechos. Finalmente, Nigel se retira con su miembro aun tieso y duro mientras Brooke me mira y juega con el semen que reposa entre sus pechos…

Me despieto con un grito y el cuerpo bañado en sudor. Hace tres semanas que se ha ido y sigo teniendo sueños con ella como protagonista. Unas veces son deliciosos, otras veces deliciosas pesadillas, pero siempre está ahí, presente.

Cada día decido firmemente olvidarme de ella y cada noche mi subconsciente me dice que por los cojones te vas a olvidar tú de ella. El caso es que estos últimos días mitad consciente, mitad inconscientemente he estado adelantando trabajo para que quede todo listo para primeros de junio.

Mantenemos el contacto aunque ella no vuelve a insistir, no sé si porque no quiere presionarme o porque está segura de que he caído en sus redes. No soy tan bueno en eso de la psicología femenina.

Finalmente me doy por vencido y reservo un vuelo a Los Angeles para mediados de junio.

Esperé tres días más antes de decírselo. De repente me entraron las dudas. ¿Y si ya se había olvidado de la invitación?¿Y si me quedo plantado en medio de Los Angeles como un pasmarote sin nada que hacer?

Al cuarto día me atreví y le envié un wasap con la noticia.

Tardó en responderme varias horas, supongo que para hacerme rabiar y cuando lo hizo una foto suya en ropa interior fue su única respuesta.

Hay que estar un poco loco para meterse en un vuelo de trece horas en clase turista. El aeropuerto de Heathrow estaba a tope y llegué a la puerta de embarque justo antes de que cerrasen el vuelo.

—No le gustan los aviones, ¿eh? —dijo el anciano que estaba sentado a mi lado con un acento americano que hasta yo reconocí— A mí me pasaba lo mismo al principio, pero después del segundo accidente terminas por acostumbrarte.

—¿Ha tenido más de un accidente? —respondí intentando evaluar el grado de Alzheimer del abuelete.

—No ponga esa cara de escéptico hombre, tengo casi noventa años pero la azotea me sigue funcionando perfectamente.—dijo el anciano señalándose la sien—Me llamo Calvin Atwood, soy de Amarillo Texas.

—Juan Olmos, de Santander, España ,encantado. —respondí dándole la mano al anciano mientras el avión comenzaba a carretear por la pista— ¿Y qué asuntos le llevan tan lejos de la soleada Texas?

—Vengo de visitar Normandía. Estuve destinado allí durante el desembarco con mi viejo Thunderbolt*. Ese trasto no era ninguna maravilla, los 190** nos daban mil vueltas pero a la hora de ametrallar trenes no había ningún cacharro mejor. No había nada más gratificante en aquella época que ver a esos hijoputas de cabezacuadradas saltar como conejos de sus camiones en cuanto oían el ruido de nuestros motores. —respondió el abuelete con una cara de psicópata que daba miedo.

—Debió ser muy duro. —dije yo dándole cuerda para combatir el tedio.

—La hostia de duro. Los putos cabezacuadradas se agarraban a cada palmo de terreno como garrapatas. A veces perdía la cuenta de las salidas que hacia al día. Pero las noches lo compensaban.

—¿Y eso?

—Raramente volábamos por la noche y cuando no lo hacíamos nos escapábamos del aeródromo a visitar la ciudad más cercana en busca de chochitos franceses.—dijo el hombre relamiéndose mientras recordaba— Sabes lo que era para un paleto del Texas meterse entre los muslos perfumados de una delicada francesita. La mezcla del aroma del perfume y el olor a sexo hacia de esos chochos la cosa más atractiva del mundo. Soñábamos cada día con liberar coños franceses.

—Éramos jóvenes y no sobraban las fuerzas, por el día peleábamos y por la noche follábamos, en fin como decía el título de la película, Camas blandas, Batallas duras. —continuó el anciano con aire soñador.

—No he visto esa peli. —dije yo.

—No te pierdes gran cosa, lo mejor es el título. Trata de un prostíbulo parisino durante la guerra. Nada que ver con la realidad.

—¿Le derribaron alguna vez? —pregunté yo cambiando de tema.

—Una vez un jodido 190 me dio en el motor sobre el Sena. Afortunadamente conseguí mantener el avión en el aire el tiempo suficiente para lanzarme en paracaídas sobre terreno aliado. También tuve dos aterrizajes forzosos, uno de ellos con un boquete en un ala en el que me cabía la cabeza. —respondió el anciano reproduciendo con las manos el tamaño del agujero— Así que ya sabe, volando conmigo no tiene nada que temer yo ya he cumplido mi cupo de huesos rotos.

El viaje fue largo y las turbulencias en las Rocosas casi lograron que me mease encima, pero al fin, catorce horas después, estaba en el aeropuerto de Los Angeles.

Al salir del avión una desagradable mujer de metro ochenta y más de cien kilos de peso me cacheó y registró mis pertenencias como si fuese un terrorista internacional, confiscándome una deliciosa botella de Rioja crianza del 2009 que me había dado un bodeguero para el que trabajaba.

Salí de la zona de aduanas cagándome en todo, pero mi enfado se esfumó automáticamente al ver a Brooke vestida con una minúscula faldita de vuelo, un top de color rosa y una gorra de chofer. Con las manos agitaba un cartel en el que ponía JUAN OLMOS en letras enormes mientras hacía globos con un chicle. Los hombres que estaban a su lado esperando por esposas e hijos no podían evitar echarle miradas lascivas.

Estaba a punto de llegar a su altura cuando el anciano veterano se me adelanto.

—Hola jovencita. ¿Sabes que eres la cosa más hermosa que estos ancianos ojos de ochenta y nueve años han visto en su vida? Si tuviese unos pocos años menos pondría ese culito en órbita, ya lo creo.

—Papa, ¿quieres dejar de molestar a la joven? —dijo una mujer de mediana edad acercándose al anciano y tirando de su brazo.

—No se preocupe —dijo Brooke guiñándome el ojo— No molesta.

—Ves como no molesto. ¿Qué tal si te invito a cenar esta noche, nena? Sé de un lugar donde ponen unos cangrejos al estilo cajún espectaculares. —dijo el veterano con su hija al lado muerta de vergüenza.

—Lo siento, es muy tentador, pero ya tengo plan para esta noche. —dijo Brooke señalándome.

—¡Maldita sea, eres un tipo con suerte. Debí abrir la puerta de emergencia y haberme deshecho de ti en medio del Atlántico. —dijo el anciano en tono socarrón— En fin, otra vez será princesa —dijo besándole la mano a la joven— Y tú, trata a esta belleza como se merece, que no me entere de que ese chochito pasa hambre.

—¡Vamos padre! —dijo la mujer abochornada—que haya dónde vayas siempre me tienes que montar el numerito…

Las dos figuras se fueron alejando entre la gente. La mujer seguía echándole la bronca al vejete muerta de vergüenza ante la mirada divertida de la gente. Yo, por mi parte, me olvide de ellos inmediatamente y me fundí en un largo abrazo con mi chofer, perdón chica, perdón amiga, perdón lo que fuera a estas alturas de la historia.

Con un ligero golpecito le retiré la gorra hacia atrás y me dediqué a disfrutar de esos ojos grandes, claros y expresivos antes de estampar un beso en sus labios. Solo por saborear a Brooke y tener sus brazos alrededor de mi cuello merecieron la pena cada una de las catorce horas de viaje.

—Hola, ¿Me has echado de menos? —me preguntó con aire de suficiencia.

—Psss —respondí yo buscando una inexistente mancha en mis uñas.

Brooke me puso morritos y yo acerqué mi boca a su oído soltando un “cada minuto” cargado de lujuria a la vez que acariciaba su espalda con la punta de mis dedos.

Brooke se dio la vuelta satisfecha y me guio hasta el aparcamiento de la terminal. En la plaza 2229 GA nos esperaba un Camaro SS descapotable nuevecito.

—¿Qué diablos has hecho con mi limusina, Bautista? —dije yo con una sonrisa al ver aquel torpedo negro e intimidante.

Siguiendo con la coña Brooke se caló de nuevo la gorra sobre los ojos y me abrió la puerta. Yo me senté y me puse el cinturón de seguridad mientras ella cerraba la puerta y arrancaba el coche. Salimos a la autopista y nos dirigimos al norte atravesando Santa Mónica en dirección a la costa. El tiempo era esplendido y el sol era una bola roja anaranjada que se iba escondiendo poco a poco en el horizonte. Me quité el jersey y disfruté de la brisa fresca que venía del mar mientras observaba las casas y las palmeras que flanqueaban la carretera.

Diez minutos después circulábamos por la carretera en dirección a Malibú. La vía rápida discurría encajonada entre las colinas y la costa proporcionando a los que circulaban por ella unas vistas espléndidas. Mire hacia el mar, la luz dorada de los últimos rayos del sol caía sobre el cabello de Brooke arrancándole brillos dorados y rojizos. Acerqué mi mano y acaricié el pelo suave y brillante. Brooke se giró hacia mí y sonrió.

Podía haber dicho muchas cosas, pero no soy un tipo muy hábil con las palabras, así que decidí no romper la magia del momento con alguna estupidez y dejar que mis manos y mis labios hiciesen el trabajo.

A medida que nos acercábamos a Malibú, la estrecha franja de playa empezó a poblarse de casas construidas sobre pilotes aprovechando todo el espacio disponible.

Malibú está situado en una lengua de tierra de forma triangular que se adentra en el mar mirando hacia la sur. Rodeada de acantilados y con unas playas de fina arena a los pies de estos, las casas situadas en primera línea de costa disfrutaban de unas vistas privilegiadas.

La casa de Brooke era un chalet moderno no muy grande, pero situado en la costa con acceso a la playa que estaba treinta metros más abajo y un pequeño jardín con piscina rodeándola.

Dejamos el coche en el garaje y Brooke me guio hasta una terraza con vistas al mar. Mientras yo observaba como la oscuridad se iba adueñando poco a poco del paisaje acodado en la balaustrada que daba al acantilado, desapareció un momento para volver con un par de copas de vino tinto.

—Vaya, veo que te has aficionado —dije mientras examinaba la copa y degustaba un vino Merlot con un toque de Cabernet Sauvignon— Es vino de aquí, ¿Verdad? Me encanta el sabor que tienen a frutos del bosque.

—Calla y bebe listillo —dijo acercándome la copa y brindando.

Los cristales entrechocaron con un sonido limpio y claro. Bebimos un trago y nos miramos durante un instante, de nuevo sus ojos me embrujaron. Acerqué mis labios a los suyos y la besé suavemente. El vino resultaba mucho más sabroso tomado de su boca.

Brooke me abrazó y se apretó contra mí devolviéndome el beso con urgencia. Al fin, juntos de nuevo…

—La carne está en el horno, aun tardara unos minutos —dijo ella empujándome contra una hamaca y sentándose encima mío…

*Cazabombardero americano de la segunda guerra mundial famoso por su resistencia y su aptitud para el ataque a objetivos terrestres.

**Focke Wulf 190 probablemente e mejor caza alemán de la segunda guerra mundial.

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