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Afortunadamente el día siguiente era sábado y no tenía que trabajar. No me apresuré suponiendo que Brooke estaría agotada por la aventura de la noche anterior y tome un café en la terraza mientras admiraba el sol brillando sobre la oscura superficie del lago. Eché un último vistazo al reloj y vistiéndome a toda prisa cogí el coche y me dirigí a la casa rural.

—Hola, Justina. —saludé a la vez que la mujer me abría la puerta— ¿Ya se ha levantado nuestra amiga?

—Acaba de hacerlo hace veinte minutos. Íbamos a desayunar. ¿Te apetece unirte a nosotros?

Lo más característico de la casa Justina era su familiaridad. Los huéspedes que se alojaban en ella eran tratados como uno más de la familia y Justina se comportaba como una abuela atenta y cariñosa. A Algunos les chocaba, a otros les divertía, pero a muy pocos les desagradaba. Yo lo achacaba a que solo habían tenido un hijo con el que nunca habían acabado de entenderse, que vivía en Australia y venía a visitarlos de pascuas a ramos.

Ayudé a la mujer a poner la mesa mientras ella hacía un desayuno pantagruélico. En pocos minutos la mesa estaba repleta de platos con huevos revueltos, tostadas de mantequilla casera con miel o mermelada, un poco de bollería y embutidos variados.

Pocos segundos después apareció Brooke con la cara fresca y el pelo revuelto.

—¡Hola Juan! —le saludó ella sorprendida y complacida de verme.

—Hola Brooke —respondí yo volviendo a usar mi apolillado inglés— ¿Has dormido bien?

—¡Buf! Hacía tiempo que no dormía tan bien. Ni un solo ruido a parte de los grillos en toda la noche y esta mañana me he levantado y al asomarme al balcón veo la luz del sol reflejada en las aguas del lago y las montañas nevadas al fondo… espectacular.

—La primera vez que vine aquí sentí exactamente lo mismo. Me enamoré del lugar y me instalé aquí. —dije yo recordando la primera vez que visité el lugar acompañado de Helena.

—Por cierto me acaban de llamar los de las empresa de alquiler. —dijo Brooke sentándose a la mesa y atacando los huevos revueltos con entusiasmo— Ya tienen el coche en ese pueblo… ¿Cómo se llamaba?¿Vaecila?

—Valdecilla. —le corregí yo— Estupendo, que esperen un rato mientras desayunamos y luego te llevo para que lo recojas.

No nos apresuramos y degustamos el delicioso desayuno tranquilamente. Brooke probó todo lo que Justina le ofreció y dejó especialmente limpio el plato de los embutidos. Durante todo el desayuno no paró de preguntar por los nombres de todo lo que comía o le llamaba la atención en el vetusto comedor. También se esforzó por aprender algunas frases en castellano y cuando fueron a por el coche se despidió de Justina con un “hasta luego” bastante decente.

Llegamos a Valdecilla en unos minutos dónde nos esperaban dos hombres con un coche y cara de pocos amigos. Imaginé que les había sacado de la cama para llevar un coche a un pueblo perdido en las montañas de Zamora un sábado por la mañana. Uno de ellos se adelantó y le ofreció las llaves a Brooke mientras yo examinaba el estado del automóvil. Tras unas pocas palabras de disculpa ambos hombres se subieron a otro coche y se alejaron del pueblo con un chirrido de ruedas como única expresión de disgusto.

—Bueno, al fin tienes un coche y parece que este tiene todo en orden. —le dije abriéndole la puerta del conductor —Si quieres te acompaño a recoger tus cosas y luego te guio hasta la entrada de la autovía. Solo tienes que seguir la A-52 durante tropecientos quilómetros hasta que encuentres los indicadores que pongan Sevilla, no tienes perdida.

—Gracias, has sido muy amable. Pero como no tengo prisa y me ha gustado tanto este lugar que creo que me voy a quedar unos días. Si no te molesta, me gustaría abusar un poco más de tu amabilidad y pedirte que me enseñes este sitio tan encantador. —dijo Brooke con una sonrisa capaz de derretir un glaciar.

La sonrisa y los ojos azules de la joven me subyugaron de tal manera que solo pude responder con un breve balbuceo y un asentimiento de cabeza.

Volvimos a la casa rural con mi cabeza hecha un revoltijo intentando interpretar aquella enigmática mirada y aquella taimada sonrisa. ¿Era solo un gesto coqueto para conseguir que hiciese de guía o era algo más? Era una mierda. Nunca había sido demasiado perceptivo para esas cosas. Entre el trabajo y la ruptura con Helena apenas había salido por ahí en los últimos meses y estaba bastante desentrenado. Mientras circulaba por la estrecha carretera no podía dejar de evocar la imagen de Brooke haciendo el gesto una y otra vez, intentando descifrar su significado con el mismo resultado que todos los que intentaban descifrar la sonrisa de la Mona Lisa.

Cuando llegamos a la casa rural, Justina nos estaba esperando a la puerta. La sonrisa de la mujer cuando le dije que Brooke estaba encantada con el lugar y que se quedaría unos cuantos días más no fue tan difícil de interpretar. A pesar de ser una buena mujer, no pudo evitar un chispazo de alegría y avaricia al contar con aquella joven americana unos cuantos días más derrochando dólares en su establecimiento.

Dejamos a la casera haciendo las cuentas de la lechera y nos dirigimos hacía el lago. El día era claro y luminoso pero un viento fresco proveniente de las montañas rizaba la superficie del agua y nos recordaba que estábamos solo en el principio de la primavera.

Brooke se acercó a la orilla y respiró el aire limpio y fresco con fruición. Contempló las aguas desde la orilla mientras se abrazaba el torso solo cubierto por un fino jersey de lana.

Yo observaba su figura y sus largas piernas envueltas en unos vaqueros ajustados. La tentación de acercarme y abrazarle por la espalda fue tremenda pero al final me quedé un par de metros tras ella esperando en un segundo plano, dejándole disfrutar del paisaje.

Tras unos segundos, me acerqué hasta ponerme a su lado y cogiendo una piedra plana la hice saltar sobre la superficie del lago. Eso pareció sacarle de su estado de contemplación y tras un corto suspiró sugirió caminar un rato.

Con un gesto de conformidad le indiqué un camino que recorría la orilla del lago para luego internarse por la ribera de un arroyo en dirección a la montaña.

Hombro con hombro, caminamos por la estrecha vereda al sol del mediodía mientras Brooke charlaba de cosas intrascendentes y comentaba todo lo que le llamaba la atención. Yo respondía a sus preguntas maravillado de lo mucho que había mejorado la fluidez de mi inglés tras unas pocas horas de charla con la joven.

El camino se hizo más estrecho y sombrío al empezar a bordear el arroyo. Sauces y abedules se amontonaban en la orilla buscando la humedad y se hacían cada vez más ralos hasta desaparecer a pocas decenas de metros de la corriente. Poco a poco la pendiente se hizo más fuerte y la conversación murió sustituida por la respiración agitada debido al esfuerzo.

Tras un poco más de un quilómetro de ascensión, dejamos el sombrío arroyo y guie a Brooke rodeando una enorme roca hasta un mirador.

Con los ojos aun entrecerrados por el cambio de luminosidad, nos apoyamos en la barandilla y observamos el lago que destellaba por efecto de la luz del sol trescientos metros más abajo.

—Es impresionante—dijo Brooke cuando se le hubo normalizado la respiración.

—Sí, impresionante —repliqué yo desviando la mirada hacia el rostro de la joven que miraba abstraída mientras el viento agitaba su brillante melena rubia.

Brooke sacó el móvil de su bolsillo e hizo unas cuantas fotos ignorante de que a su lado observaba cada uno de sus gestos.

—Todavía no me has dicho a que te dedicas tú. —dijo ella mientras deshacían el camino de vuelta a la casa rural.

—Soy enólogo. Lo siento pero no sé como se dice en inglés. —respondí sorprendido por la pregunta.

—¿Enolojo?

—Soy experto en la elaboración y el análisis del vino.

—¡Ah! un catador de vinos.

—No exactamente—le corregí yo.—Mi profesión engloba todo lo que rodea a la fabricación, asesoro a los bodegueros para ayudarlos a elaborar un vino de la máxima calidad posible. Saber catar los vinos es solo una de sus facetas.

—Ah entiendo. Parece un trabajo fascinante. Aunque confieso que casi no sé nada de vinos.

—¿Te apetece que te de una pequeña clase de iniciación? Podemos ir de tapas esta noche por Zamora y de paso te doy una pequeña lección.

—Mmm me parece estupendo. —dijo Brooke acercándose a la puerta de la casa.

—Entonces está hecho. Paso a recogerte a las siete y media. —dije echando un vistazo al reloj.

—Muy bien hasta luego entonces. —se despidió recompensándome con una espléndida sonrisa y desapareciendo en el interior de la casona.

Las nubes se arremolinaron con el correr de la tarde, amenazando con descargar una tormenta. Cuando pasé a recoger a Brooke, el cielo era de un color gris plúmbeo y el ambiente estaba cargado de ozono y estática pero no llegó a caer una sola gota de agua.

Brooke apareció con una blusa sencilla y unos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel. Completaba el conjunto con unos tacones vertiginosos y una gabardina gris. Al mirar su sonrisa me fije en su cara limpia y fresca con solo unos pequeños toques de maquillaje para realzar su belleza natural.

La saludé un poco envarado sin saber muy bien qué hacer y tras un momento de duda le di dos besos como haría con cualquier amiga. Una pequeña descarga de estática chasqueó al contactar con su mejilla haciéndonos dar un respingo. Tras abrirle la puerta y dejarla dentro del coche tomé el volante y nos pusimos en marcha.

Cuarenta minutos después estábamos en Zamora. Dejamos el coche en el parking y nos internamos en la zona de vinos, no sin antes dejar que Brooke echase un vistazo a la catedral. Tuvimos suerte y estaban dando misa con lo que pudimos colarnos y echar un vistazo por dentro. No pude evitar sonreír al ver la cara que puso al contarle que aquel edificio tenía casi novecientos años.

—Ya sé que a ti te parece normal —susurró un poco mosqueada— pero el edificio más antiguo que hay en mi país no llega a la mitad y dudo que cualquiera de ellos vaya a durar tanto.

Me disculpé y salimos de allí rumbo a mi bar de tapas favorito. El mesón La Catedral no era tan antiguo, aunque los vecinos decían que llevaba allí hacía más de trescientos años y las gruesas vigas de madera negras por el humo y el paso de los años así lo atestiguaban. El resto del local había sido renovado varias veces pero siempre con la intención de crear un lugar cómodo y acogedor. No había ni luces chillonas ni muebles de Ikea, todo era de sólida madera maciza y lo más importante, el vino era bueno y la comida aun mejor.

En cuanto entramos en el establecimiento, el aroma y la comida de los expositores nos hizo salivar a ambos. Me acerqué a la barra y saludé a Albino, el dueño del local. Como siempre, me correspondió con efusividad aunque esta vez sin apartar la vista de mi acompañante.

El local no estaba demasiado lleno aun, así que pudimos escoger una mesa tranquila. Le pedí a Albino un par copas de un vino joven y una tabla de embutidos ibéricos. En menos de un minuto el camarero nos trajo un par de copas de un vino del Bierzo y la tabla de embutidos.

—Adelante , estoy preparada para mi primera lección de cata. —dijo Brooke levantando la copa.

—Lo primero que tienes que saber es que la copa se coge por el tallo. Solo con eso en la mayoría de los sitios darás el pego.

—¿Así? —pregunto ella observando cómo cogía la copa y haciendo lo mismo— ¿Y por qué?

—Por varias razones, primero que no calientas el vino y segundo que te permite manejarla mejor para poder observar sus características al no dejar huellas en el cáliz. —respondí yo girando e inclinando la copa entre mis manos para demostrárselo.

—Entiendo, ¿Y ahora qué? —volvió a preguntar expectante.

—Bien, lo primero que se analiza es el color.

—¡Ah! Sí es lo que hace la gente cuando levanta la copa hacia la luz…

—Y lo hace mal—le interrumpí yo— El color se debe determinar inclinando la copa hacia adelante sobre una superficie blanca. Coge una servilleta.

Brooke siguió mis instrucciones obediente mientras con un gesto le pedía Albino que me trajese una copa de vino de la casa.

—A mi me parece rojo sin más.

—Hay un pequeño truco, no es muy fino, pero sirve para poder ver la diferencia. Coge una gota de tu vino y ponla sobre la servilleta.

Una pequeña gota color rojo cereza se extendió por el papel. A continuación puse una gota del vino de la casa para que pudiera compararla con el rojo más violáceo de este.

—Ya veo, parece mentira —dijo Brooke sorprendida.

La mujer escuchó con interés mi lección y permaneció abstraída mientras le enseñaba a observar los ribetes la intensidad y el aspecto.

—Ahora analizamos el aroma. —dije metiendo la nariz en la copa y aspirando los aromas que subían del vino. —luego agitamos la copa y volvemos a oler el vino…

Brooke se mostró bastante avispada y a pesar de no tener aromas para que pudiese comparar logro identificar algunos de los más fuertes sin dificultad. La parte que más le costó, como a todos los principiantes fue la vía retronasal. Brooke agito el vino en su boca y lo tragó con una risa traviesa sin lograr identificar ningún aroma nuevo.

—Por último se analiza el sabor—dije levantando la copa para dar un nuevo trago— volvemos a coger un trago y lo agitamos en la boca. En una cata deberíamos escupirlo si no queremos terminar bolingas perdidos, evidentemente. Analizamos si es dulce o ácido, si pica o tiene burbujas, si es áspero o te deja una sensación de sequedad en la boca y su grado de alcohol aproximado.

—¿La sensación de aspereza que te queda en la boca, es el cuerpo? —preguntó ella al terminar de catar el vino de la casa.

—No, eso es la astringencia, la mejor forma de evaluar el cuerpo es observar la persistencia de la sensación que te deja el vino al pasar por la garganta, mientras más tiempo persista mayor es el cuerpo…

La noche se paso en un plis mientras le enseñaba a Brooke los rudimentos de la cata del vino , probando vinos de distintas denominaciones para que pudiese diferenciar distintos sabores y aromas acompañados de sabrosas tapas.

Con el transcurso de la noche cambié el vino por la cerveza sin alcohol mientras ella seguía “comentando ” vinos y comiendo tapas fascinada.

A eso de las doce comenzó a sentirse satisfecha y no queriendo que el primer recuerdo que me llevase de ella fuese una borrachera , le sugerí volver a casa. Debí imaginar que tramaba algo cuando accedió sin oponer ninguna resistencia.

En el viaje de vuelta Brooke apoyó la cabeza en mi hombro y simuló dormitar mientras yo conducía lo más suavemente posible. Casi una hora después, cuando entrabamos en Valdecilla Brooke despertó y se estiró como una gata satisfecha.

Aprovechando un stop la joven se acercó y dándome un suave beso en los labios me preguntó:

—¿No vas a invitarme a tu casa?

La pregunta me pilló totalmente fuera de juego. En ningún momento había pensado que podía llegar más allá de ir una noche de tapas con aquella impresionante joven. Brooke aprovechó mi desconcierto y volvió a besarme. Esta vez no se conformó con rozar mis labios y se abrió paso con su lengua invadiendo mi boca con el dulce aroma del vino.

Tardé un instante más en reaccionar pero finalmente cogí a la joven por la nuca y le devolví el beso con ansia. Sin darnos respiro seguimos besándonos suavemente pero con intensidad hasta que un coche dándonos las luces nos devolvió a la realidad.

Arranqué y giré a la derecha alejándome de la casa rural. Quince minutos después estábamos en la entrada de mi casa. El chalet no era muy grande, pero instalado en la ladera que daba a la orilla norte del lago disfrutaba de unas vistas espectaculares. Yo no lo hubiese construido de aquella manera, pero era la ilusión de Helena y le dejé hacer, al final tuve que darle la razón y concluir que sus líneas bajas y modernas y su revestimiento de piedra y madera combinaban perfectamente con el paisaje circundante . Cuando se fue, me pareció increíble que lo hubiese dejado. Siempre pensé que aquella casa le importaba más que cualquier otra cosa en su vida.

Cuando Brooke salió del coche no pudo evitar un gesto de admiración. Le dejé curiosear un par de minutos y luego me acerqué a ella tímidamente. Mis manos contactaron con su cara. Acaricié sus mejillas con delicadeza y observé su cara con detenimiento antes de volver a besarla suavemennte.

No me apresuré. Dejé que los aromas y el sabor de la joven me impregnasen y colmasen todo mi cuerpo de sensaciones.

—De un color cereza apagado, —dije separándome y acariciando los labios de la joven —con ribete color tierra. En nariz despliega un intenso aroma floral con pinceladas de jazmín y madreselva… —continué acercando su nariz al cuello de Brooke y aspirando el dulce aroma que emanaba de su ser.

El cuerpo entero de la joven se estremeció cuando mis labios recorrieron su cuello y su mandíbula para terminar cerrándose de nuevo sobre su boca.

—En boca es dulce, sedosa y elegante, con un carácter fino que persiste largamente en el paladar…

Brooke me interrumpió volviendo a besarme de nuevo esta vez con ansia, no me sorprendí y la cogí en brazos introduciéndola en la casa y devolviendo el beso con entusiasmo.

Desde que lo había dejado con mi ex, no me había sentido con fuerzas para tener otra relación con una mujer, ni siquiera una fugaz. En ese momento sentí como toda esas necesidades largamente aplazadas volvían de golpe amenazando con paralizarme.

Mientras desnudaba a Brooke, recuerdos de mis noches con Helena me asaltaron. El cuerpo joven y esbelto de Brooke, tan parecido y tan distinto del de mi ex, me turbaba y a la vez me excitaba.

A pesar de mis intentos por ocultarlo, Brooke debió notar algo y con una sonrisa tranquilizadora tomo la iniciativa colgándose de mi cuello y besándome con intensidad. Su boca se desplazó por mi cuello y abriendo mi camisa, me besó y arañó el pecho a medida que bajaba hasta mi cintura.

Con manos expertas me soltó el cinturón y me desabotonó los pantalones dejando al descubierto mi pene erecto sobresaliendo parcialmente de mis calzoncillos.

Paralizado observé como con una sonrisa Brooke cogía mi polla entre sus manos acariciándola con suavidad.

Y ese fue el momento más embarazoso de la noche. Los largos meses sin haber tenido relación con una mujer me pasaron factura y me corrí en cuestión de segundos .

—Dios, lo siento… —dije avergonzado retirando con torpeza restos de mi semen del cuerpo desnudo de Brooke— He debido batir algún record.

—Tranquilo, no es la primera vez que me pasa. —dijo ella riendo— No te preocupes, conozco el remedio.

Antes de que pudiese reaccionar se introdujo mi pene en la boca y comenzó a chupármelo con fuerza. Cerré los ojos y me concentré en la avalancha de sensaciones que me asaltaron. Su boca y su lengua eran suaves, húmedas y cálidas. Mi miembro revivió casi instantáneamente mientras Brooke mordisqueaba mi miembro y recorría con su lengua las gruesas venas que se marcaban en su piel. Con un suspiro de placer ayudé a Brooke a incorporarse y la deposité sobre la cama.

La joven abrió sus piernas largas y delgadas dejándome a la vista su sexo . Lo tenía totalmente depilado . Me acerqué y lo rocé con suavidad con uno de mis dedos. Brooke gimió y movió sus pelvis instintivamente.

Introduje uno de mis dedos en su coño mientras acariciaba y besaba el interior de sus muslos tersos y calientes. Brooke gimió y tensó su cuerpo disfrutando de cada caricia. En pocos segundos tenía el sexo de la joven en mi boca. Tirando de su pubis con suavidad expuse el clítoris a las caricias de mi lengua sin dejar de penetrarla con los dedos de forma que no tardó en correrse.

—Yo tampoco he tardado demasiado —dijo ella gimiendo y estrujándose los pechos electrizada.

Yo apenas oí lo que decía saboreando los flujos que escapaban de su sexo. Una vez pasaron los últimos relámpagos de placer, aparté mi boca de su pubis y recorrí su cuerpo poco a poco. Mordisqueé sus caderas, introduje mi lengua juguetona en su ombligo y chupé sus pezones haciendo que se hincharan excitados. Cuando llegué a su cuello Brooke gemía de nuevo excitada y se abalanzó sobre mi comiéndome a besos.

Cuando me di cuenta ella estaba sobre mí restregándose anhelante contra mi polla. Incapaz de contenerme un segundo más guie mi polla a su interior.

Brooke dio un largo gemido y apoyando sus manos sobre mi pecho comenzó a mover sus caderas .

No sé que me excitaba más, si los movimientos cada vez más rápidos y apremiantes de sus caderas o la visión de la joven con sus pechos temblando excitados y su cara girada hacia al techo crispada por el placer.

Tras un par de minutos, me erguí y la abracé estrechamente mientras ella no paraba de moverse en mis brazos. No podía dejar de besarle y mordisquearle. Con suavidad la giré y me monte encima con mi polla aun en su interior.

Sujetando sus muñecas por encima de su cabeza la besé de nuevo. Brooke rodeó mi cintura con sus piernas mientras yo la penetraba. Nuestros cuerpos se juntaban y se separaban con un ruido húmedo, cada vez más rápido, hasta que el cuerpo de la joven se tensó y combó bajo mi cuerpo asaltado por el orgasmo.

Yo seguí follando aquel cuerpo hermoso, vibrante y resbaladizo por el sudor unos pocos minutos más hasta vaciarme totalmente en su interior. Jadeante me dejé caer sobre ella disfrutando de su contacto y de su calor. Satisfecho besé su cuello una vez más antes de darme cuenta de que la estaba aplastando y tumbarme a su lado. Besé una vez más su cuello sabía a sexo y a sal.

Hubiese fumado con gusto un cigarrillo, pero era algo que me había prometido dejar después de la separación, así que puse mis manos en la nuca y me quedé mirando al techo mientras Brooke se giraba para quedarse dormida sobre mi pecho agradeciendo que la oscuridad ocultara mi sonrisa de idiota.

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