Ding Dong.

Por fin. Seguramente sería el paquete que estaba esperando.

Elisa se dirigió rauda a atender al timbre y al abrir allí estaba el mensajero con el paquete.

“Menos mal” Pensó Elisa. “Ya creía que no iba a llegar nunca”

Firmó la orden de entrega, dio una pequeña propina al mensajero y fue al salón a dejar el paquete.

Llevaba toda la mañana nerviosa, esperando. Lo más raro es que no sabía muy bien por qué… El paquete ni siquiera era para ella…

Pero ya había llegado, ya podía estar tranquila y olvidar esa extraña tensión que tenía en la cabeza, dejó el paquete sobre la mesa y se dirigió al su habitación.

Tenia que estudiar, al día siguiente había un examen bastante importante en la facultad y no había conseguido concentrarse en todo el día. Pero ya está, el paquete había llegado.

Abrió el libro y comenzó a leer el temario. Cuando había leído tres páginas sacudió la cabeza, frustrada, ¡No le entraba nada! Volvió a empezar pero seguía sin enterarse de nada.

Se recostó sobre la silla a tomar aire, ¿Qué le estaba pasando? Quería aprobar ese examen…

“Lo que quieres es…”

Volvió a sacudir la cabeza, como intentando despejarse. Tenia que olvidarse de ese paquete de una vez si quería continuar con sus obligaciones.

Se puso de nuevo delante del libro, pero no se concentraba en las páginas, una y otra vez el paquete aparecía en su cabeza.

“¿Qué será?”

“¿Qué más te da? No es tuyo”

No se imaginaba que podía haber dentro.

Por la mañana, temprano, había llamado a su timbre la nueva vecina. No había hablado nunca con ella más allá de saludarla en el ascensor, pero tenía algo que producía en Elisa un enorme desasosiego “Son imaginaciones tuyas” Se decía, pero no podía evitarlo. A pesar de ello, cuando le pidió por favor si podía recoger el paquete puesto que no iba a estar en toda la mañana, no pudo negarse. “Hay que ser buena vecina, nunca sabes cuando serás tú la que necesite algo”.

Desde ese momento no podía sacarse de la cabeza. Pensaba que al recibirlo se calmaria, se olvidaría y podría seguir estudiando. Pero no era así.

Se hallaba de pie, en la puerta de salón. Y allí estaba. Un pequeño paquete, no muy grueso, envuelto en papel marrón. Se fijó en la etiqueta y se sorprendió al ver que venía su nombre y no el de su vecina.

“¿Es para mi?”

Pero, cuando volvió a mirar, se dio cuenta de que se había equivocado. Diana Querol, Ático B. Rezaba claramente en el destinatario.

La curiosidad la estaba matando, ¿Por qué la interesaba tanto? Ni siquiera la conocía… Aunque a lo mejor era eso… Quería conocerla mejor, ver que tipo de persona tenia viviendo en la puerta de enfrente…

Comenzó a romper el envoltorio. “¿Qué haces? ¡Para!” pero no paró. En ese momento no pensaba en que le diría a la vecina cuando le entregase su paquete abierto. Necesitaba ver el contenido.

Cuando lo abrió se quedó mirando, sin saber muy bien que pensar. Era un uniforme. Un uniforme de asistenta.

“¿Era para ella?” No creía que quisiese hacer las tareas de su propia casa vestida de asistenta… Seguramente quisiese contratar a una y hubiese comprado el uniforme antes.

Ya había satisfecho su curiosidad, iba a guardarlo pero en vez de eso se encontró sacándolo del paquete para verlo bien. Y eso la descuadró más todavía.

Era minúsculo. Más que un uniforme de asistenta parecía un disfraz sexy, de los que te pones para sorprender a tu pareja. No creía que nadie se pusiese eso para trabajar…

A su mente acudió la imagen de su vecina con el pequeño uniforme puesto. Nunca le habían atraído las mujeres, pero tuvo que reconocer que era una imagen extremadamente sexy. Las largas piernas enfundadas en las delicadas mediaz, el cabello moreno cayendo sobre los hombros desnudo, coronado con la pequeña cofia blanca, los pechos, mostrándose obscenamente ante quien tuviese el privilegio de mirar, aquellos ojos verdes, tan inevitablemente atrayentes…

“¿Qué me está pasando? Me estoy poniendo cachonda…” Dejó el uniforme tan doblado como pudo y volvió a su cuarto, a estudiar.

Pasaba las hojas una tras otra sin ver su contenido. “Joder, voy a suspender, ¿Por qué no me consigo concentrar?”

Una y otra vez la imagen de su vecina asaltaba su mente. Comenzó a frotar los muslos uno con otro, intentando calmar su calentura.

– ¡A la mierda! – Dijo en voz alta, apartando el libro.

Se fue a tumbar a su cama y llevó la mano a su sexo. Estaba chorreando. No era la primera vez que se masturbaba, ni mucho menos, pero nunca lo había hecho con tal ansiedad. Normalmente lo hacían para relajarse, olvidarse de las tensiones, ahora lo necesitaba. Su cuerpo le pedía un orgasmo a gritos así que se afanó en complacerle.

No podía sacarse a su vecina de la cabeza, la imaginaba completando el atuendo con unos altos zapatos de tacón, un plumero y una solicita sonrisa. Estaba tan caliente…

Pero la explosión llegó de otra manera. Estaba a punto de correrse y su mente la brindó una imagen que la hizo estallar de placer. Era ella. Ella misma vestida con el diminuto disfraz de asistenta. En ese momento convulsionó entre oleadas de placer, se le erizó la piel, las piernas le temblaban mientras sus dedos se hundían una y otra vez en su coño, haciéndola encadenar un orgasmo tras otro.

Se quedó tendida sobre la cama, sin aliento. Nunca había sentido algo semejante, ni siquiera en otras ocasiones en las que había tenido múltiples orgasmos. Decidió darse una ducha aun jadeante y caminando con dificultad, pensó que eso la relajaria pero, en lugar de eso, la calentó aun más. Notaba el agua tibia recorrer su cuerpo, sus pezones, todavía erizados, estaban tan sensibles que el simple roce de la esponja la hacia estremecer.

No podía quitarse de la cabeza aquel uniforme, el resto le daba igual. Salió de la ducha y, tras secarse, caminó desnuda hasta el salón. Allí estaba, tal como lo había dejado, parecía que la esperaba.

“No es tuyo, ¿Recuerdas? No deberías ponértelo”

“Solo será un momento, ya lo he sacado de la bolsa, no habrá diferencia si me lo pongo”

Su mente intentaba resistirse pero la decisión estaba tomada. Primero cogió las medias y empezó a deslizarlas por sus piernas. Siempre le había gustado el tacto de ese tipo de ropa, pero esta era incluso más agradable. Las medias llegaban hasta sus muslos y se ajustaban perfectamente. Entonces se fijó que todavía quedaba algo que no había sacado del paquete… Unas pequeñas bragas. Eran negras, casi transparentes menos por la parte de atrás, en la parte de atrás no tenían nada…

El morbo de imaginarse con ellas puestas era enorme, se veía vestida con el uniforme, arrodillada limpiando el suelo con una balleta mientras su culo en pompa era perfectamente accesible gracias a esa prenda.

“Oh, dios. ¿Qué me está pasando?”

Comenzó a ponerse el vestido, dejando las bragas para el final, le quedaba algo ajustado, pero le iba bien. Sus tetas asomaban en el escote dando la impresión de que cualquier movimiento las liberaría de su prisión. Se ajustó la cofia y se puso las braguitas, disfrutando del tacto de las mismas en su húmedo sexo.

“Falta algo…”

No sabía que era, pero sabía que tenía razón. Empezó a buscar en el envoltorio roto del paquete pero no había nada más. Comenzó a sentir una extraña sensación de desazón, como si el no encontrar ese “algo” su pusiese fracasar. Entonces se le ocurrió. Salio disparada hacia su cuarto, abrió el armario y extrajo unos preciosos zapatos de tacón de aguja, negros, a juego con el uniforme.

Nada más ponérselos sintió un agradable alivio. Ahora necesitaba verse. Se situó frente al espejo y se quedó sin habla, lucía espectacular.

El uniforme parecía ser más de su talla que de la de su vecina, aun estando ajustado. Su pelo castaño estaba perfectamente en marcado por la cofia, y sus rizos caían sensualmente sobre sus hombros desnudos. Sus pechos se mostraban obscenamente a cualquiera que se quisiese asomar a aquel balcón, y sus piernas…

La falta minúscula acababa un poco por encima del inicio de las medias, dando una imagen bastante sensual. Entonces se dio la vuelta. Su culo, perfectamente expuesto gracias a las braguitas, asomaba por debajo de la falda ante cualquier movimiento.

Llevó de nuevo la mano a su entrepierna, buscando aliviar una calentura que se estaba convirtiendo en un verdadero infierno pero, al igual que antes, notó que faltaba algo.

Rápidamente fue al servicio, y allí comenzó a desplegar un arsenal de productos de cosmética. Se empolvó la cara, se maquilló los ojos con sombra oscura y se pintó los labios de rojo pasión.

Volvió a mirarse, parecía una furcia, y eso la volvió loca.

Ahora sí, viéndose en el espejo comenzó a acariciarse con ansia. Una mano directa a su coño y la otra a sus tetas, que salieron con facilidad de su encierro. Pellizcaba sus pezones mientras sus dedos se empapaban de sus jugos. Se bajó las bravas hasta las rodillas, después debería lavarlas: Estaban empapadas. Pero eso ahora no la preocupaba, en un acto irracional, que nunca antes había hecho, ni siquiera se lo había planteado, llevó sus dedos a la boca, chupándolos como si fuesen el caramelo más delicioso. Notó por primera vez el sabor de sí misma, y no le desagradó en absoluto.

Repitió ese gesto varias veces, incluso el pintalabios llegó a correrse por su cara. Ahora si que tenia pinta de furcia.

“¿Te gusta verte así? Eres una puta” Se repetía una y otra vez.

Sus piernas comenzaron a temblar cuando sobrevino el primero de los orgasmos y se dejó caer al suelo. Allí, sin parar de masturbarse le asaltaron varios orgasmos más, hasta que quedo exhausta y jadeante.

“¿Y ahora que vas a hacer con el uniforme?”

——————-

Diana acababa de llegar al casa. Como todos los días, Missy y Bobby salieron a saludarla, alegres de su llegada. Permanecían todo el tiempo desnudos solamente con su collar de mascota al cuello y, cada uno, con su complemento: Bobby llevaba un aro que sujetaba sus huevos y su polla, y Missy un plug anal con una cola de animal sobresaliendo. Esta semana la cola era de conejita. Había decidido que cada uno tendría su función definida en casa, así que si ellos eran mascotas, serían mascotas, nada de hablar, nada de limpiar, nada de hacer cosas de humanos. Solamente jugaban, comían y follaban, entre ellos o con Diana. También había habilitado una sala para que pudiesen hacer ejercicio, quería que estuvieran en forma.

Esa decisión había hecho surgir un pequeño problema, ¿Quien iba a limpiar a partir de ahora? Pero rápidamente había encontrado una solución…

Entró en el salón y dejó caer en la mesa los papeles que le había dado Marcelo. En ellos se podían ver las fotos de una mujer rubia cogida desprevenida, comprando, paseando, tomando un café… Había estado observándola todo el día, preparándose para el asalto. Entonces sonó el timbre.

– Ya está aquí la solución a mi pequeño problema.

Y cuando abrió la puerta, allí estaba Elisa, enfundada en el diminuto traje de asistenta, con la cabeza gacha.

– B-Buenas tardes… – Balbuceó. – T-Traigo su paquete.

Diana la miró de arriba a abajo, excitada por la visión de la chica, y satisfecha por el resultado de sus planes.

– Pasa. – Dijo sin más.

Parecía que no le extrañaba el hecho de que hubiese dos personas desnudas en la casa, actuando como mascotas.

Diana se quedó mirando su precioso culo al aire mientras caminaba. Hasta se había puesto las bragas. Nunca había hecho algo como lo de hoy, y no estaba segura de sí funcionaría. Había reprogramado el cerebro de Elisa para que se fuese adaptando a sus deseos ante un disparador, el uniforme, que ni había llegado ni estaría Diana presente cuando pasara todo eso. Cada vez se asombraba más de las capacidades de sus poderes…

– ¿Qué haces aquí? – Preguntó la cazadora.

– Y-Yo… He abierto su paquete… Lo siento…

– Lo has abierto y te lo has puesto. ¿Qué voy a hacer ahora con el uniforme ya usado?

Elisa guardaba silencio, abochornada.

– Podemos hacer una cosa… ¿Qué tal si te lo quedas tú? – A Elisa se le iluminó la cara – Pero… Era un uniforme para mi nueva asistenta…

– Y-Yo puedo ser su nueva asistenta… – Susurró Elisa, comenzando a ponerse caliente por la idea.

– ¿Estás segura? En esta casa trabajarás de forma… peculiar.

– Sí. Estoy dispuesta a enmendar mi error.

A Diana le encantaba ese juego, hacía creer a sus víctimas que todas las decisiones las tomaban ellas, aunque realmente no tuviesen elección.

– Está bien, si tu ocupas el puesto de asistenta no buscaré más. Missy, trae el regalo de bienvenida de nuestra nueva amiga.

La chica salió de la sala, y Elisa no pudo evitar mirar la pequeña cola de conejo que sobresalía del culo de la chica. No se dio cuenta de que Diana se acercó por detrás y llevó la mano a la accesible entrepierna de la chica, acariciando su coño sin ningún reparo.

– Mmmhh – Gimió la asistenta.

Missy regresó con un objeto pequeño y negro que Elisa no alcanzó a ver. Diana la empujó ligeramente por los hombros, indicandola que se inclinase, se arrodilló tras ella y comenzó a lamer su sexo. Elisa iba a explotar de placer “¿Cuantas veces van ya hoy?” nunca había estado con una mujer, pero no le desagradaba. Sentía la delicada lengua recorriendo cada recoveco de su sexo, deteniéndose con atención en cada rincón de placer, incluso comenzó a hacer incursiones hacia su ojete.

Cada vez se detenía más tiempo en ese pequeño agujero, hasta que de pronto apartó la cara de allí. Elisa notó algo, primero una ligera presión, luego algo que intentaba abrirse paso, ¡intentaba abrirse paso en su culo!

“¿Qué hago? ¿Qué me está metiendo?”

“Cállate, ahora solo tienes que servir, nada más hacer lo que te pidan, sin objeción”

Notaba como aquel aparato forzaba las paredes de su recto, suave pero implacablemente. Ahora entendía por que la había estado lamiendo ahí, y lo agradeció internamente.

Un último empujón hizo que el plug entrara hasta el fondo, quedando sujeto por la propia presión que ejercía el culo de Elisa. Diana la propinó un sonoro azote.

– Ahora ya estás preparada para el trabajo. – Dijo. – Quiero que estés aquí todos los días nada más salir de la universidad, ya vestida. Y no te olvides de tu nuevo juguetito.

“¡La universidad! Al día siguiente tengo un examen y no he estudiado nada” Se acordó la chica. Pero realmente, en el fondo le daba igual. Ya había encontrado su sitio.

——————-

Cómo habían hablado, todos los días acudía después de la universidad a hacer su trabajo. Acabó por mudarse a casa de Diana, y ésta se apropió de su piso, tiraron un muro y unieron los dos, haciéndose una auténtica mansión.

Elisa no podía explicarse como continuaba aprobando, si no tenia ni tiempo ni ganas de estudiar. Poco sabia que Diana tenia mucho que ver en eso.

Por su parte, Diana, había conseguido varios objetivos, por un lado una preciosa asistenta que le hiciera las tareas de la casa y aportase más variedad a sus juegos con Missy y Bobby, y por otro, una universitaria que le serviría de anzuelo para conseguir más trabajadoras para el burdel, y nuevos clientes entre sus compañeros y profesores.

Ahora se centraría en el trabajo que le habían pedido. Esa rubia no se le iba a escapar.
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