Ding Dong.   

 

Llegaba tarde. Había quedado en llegar hacía una hora. A Alicia no le gustaba que nadie la hiciese esperar. Mandó rauda a la asistenta para que abriese la puerta e hiciera pasar a su instructora, esperaba que tuviese una buena excusa para llegar tarde.   

 

La asistenta entró a la sala de estar y, haciendo una ligera reverencia presentó a su acompañante.   

 

– La señorita Diana Querol ha llegado, señora.   

 

– Esta bien, Lissy, puedes retirarte.   

 

Lissy era una jovencita de color que habían contratado hacía poco tiempo. Se ocupaba de todas las tareas de la casa, limpiar, comprar, hacer la comida… No le pagaban mucho, pero le daban un techo donde dormir y eso le bastaba. Durante su jornada tenía que llevar un uniforme de criada francesa y, durante su tiempo libre, pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, lejos de cualquier represalia de su jefa.   

 

La asistenta obedeció, dejándolas a solas. No tenía ganas de ver como su señora echaba la bronca a aquella mujer. Cuando se enfadaba daba bastante miedo…   

 

Alicia observó detenidamente a la que iba a ser su profesora de tenis. Tenia una figura espectacular, definida seguramente gracias a su trabajo como entrenadora personal. El pelo negro estaba recogido en una coleta y unos preciosos y profundos ojos verdes llamaban la atención más que cualquier otra parte del cuerpo. Iba ataviada con un uniforme perfecto para el tenis, faldita plisada y cortita, un ligero top blanco, muñequeras y una banda para sujetarse el pelo. Llevaba una bolsa de deporte donde presumiblemente estaría la raqueta.   

 

– ¿Tiene alguna razón para justificar su tardanza? – La espetó sin miramientos.   

 

– Ninguna.   

 

Alicia no se esperaba una respuesta tan seca y directa. No intentaba excusarse y eso la desconcertó.   

 

– Entonces, ¿Esto va a ser la tónica general? ¿Piensa llegar así de tarde todos los días? Por que no pienso admitirlo.   

 

– ¿Quiere que la enseñe a jugar al tenis? ¿O prefiere estar toda la mañana de cháchara?   

 

“¿Cómo? ¿Cómo se atreve a hablarme así?” Pensaba Alicia. Estaba acostumbrada a quedar por encima de la gente, no iba a permitir que aquella mujer que acababa de conocer la insultase de aquella manera.   

 

Pero… Antes de pensar ninguna respuesta, estaba cogiendo los utensilios y dirigiéndose a la nueva pista de tenis que habían construido en el jardín de atrás.   

 

“Bueno, al final del día le dejaré las cosas claras” Se decía.   

 

– ¿Qué nivel diría que tiene? – Comentó Diana. – Podemos empezar con un peloteo suave, para ver como se desenvuelve.   

 

Alicia, aunque la pista fuese nueva, llevaba tiempo jugando al tenis y solo quería una entrenadora para pulir su técnica. Quería sorprender a aquella mujer tan engreída, que pensaría que no sabría ni darle a la pelota.   

 

– De acuerdo, a ver que tal me manejo. – Dijo con una falsa sonrisa.   

 

Saco con toda la fuerza que podía, y Diana restó con facilidad. Alicia devolvió la bola, comenzando una larga serie de idas y venidas.   

 

Alicia se estaba exasperando. Diana le estaba mandando bolas fáciles, todas de tal manera que pudiese devolverlas bien. Tenia todo el tiempo del mundo para pensar sus golpes, la hacia cruzar la pista de un lado a otro, la hacia subir a la red para intentar colarse alguna volea,  pero Diana siempre iba un paso por delante. Parecía que sabía exactamente lo que iba a hacer a continuación, como si leyese su mente.   

 

La última bola se le escapó a Alicia por puro agotamiento.   

 

– ¡Lissy! – Gritó.   

 

La asistenta acudió servil.   

 

– Traemos algo fresco de beber.   

 

– Veo que se maneja bien con la raqueta. – Comentó Diana mientras tomaban la bebida. – Ahora acabaremos con el peloteo y jugaremos un pequeño partido.   

 

Alicia la miraba con odio, ¡Ni siquiera había estado jugando en serio! ¿Cómo podía ser tan engreída? Era tan… tan… ¿guapa? Desechó esa idea de su mente, era una zorra, eso es lo que era. Volvieron a coger las raquetas y se colocaron en sus puestos. Alicia no tuvo ninguna opción, Diana era abrumadoramente superior. Además, estaba comenzando a fijarse en sus movimientos, en como la falda se levantaba levemente cada vez que hacía un cambio de dirección. En como sus pechos se bamboleaban al compás de sus carreras y sus giros.   

 

“¿Qué me esta pasando?” Se preguntaba.   

 

Lissy observaba desde el lateral de la pista como aquella mujer apalizaba a su señora y sentía una punzada de satisfacción en la humillación que la estaba dando.   

 

– ¡Basta! – Gritó entonces Alicia. – No puedo más, necesito un descanso.   

 

– Esta bien, ¿Por qué no nos sentamos y charlamos un poco?   

 

– Me parece bien. – Dijo la señora de la casa, señalando una pequeña mesita en el jardín.   

 

Alicia intentaba recuperar el aliento mientras Diana, en silencio, la observaba. Ese hecho la hacia sentirse incómoda, le daba la impresión de que aquellos ojos podían ver a través de ella… eran tan verdes… tan vívidos… No podía apartar la mirada de ellos. Su respiración, en vez de calmarse con el descanso, comenzó a acelerarse.   

 

– ¿Vive usted sola? – Preguntó Diana.   

 

– No, vivo con mi pareja.   

 

– Qué está, ¿trabajando? Debe tener un buen trabajo para mantener una casa como esta.   

 

– No… Esta… En el gimnasio… – ¿Qué le importaba a esa mujer? ¿Porque se lo contaba?   

 

– ¿Y como pueden mantener esto?   

 

Ya está. Acabaría la conversación ahora mismo, aquella mujer estaba metiéndose donde no la llamaban.   

 

– Mi ex marido. Me dejo una buena pensión.   

 

– Aaaaa pues vaya imbécil, ¿No? Pagando una casa para que su mujer se tire a otro.   

 

Alicia sonrió, pero una extraña sensación de odio le llegó desde su instructora, una sensación que le heló la sangre… Se sentía oprimida, los ojos de aquella mujer la escrutaban, notaba que penetraban en cada rincón de su mente. Se sentía expuesta, abierta como un libro ante ella. Estaba completamente paralizada, con la boca entreabierta, quería contestarla pero las palabras no acudían a su boca. 

 

– ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? – Preguntaba DIana. 

 

– S-Si, es sólo que… – ¿Qué? ¿Que iba a decirle? ¿Que la intimidaba? 

 

Alicia se sorprendió a si misma con la mirada fija en el pecho de la mujer. El sudor del ejercicio hacía que la camiseta se le pegara al cuerpo. Se le notaban los pezones a través de ella. Intentó apartar la mirada pero no podía, era hipnotizante ver como se transparentaban aquellas aureolas a través de la tela. No sabía que le pasaba. Es verdad que alguna vez había fantaseado con otra mujer, pero nunca había pasado de ser eso, una fantasía. Pero ahora, aquella mujer… 

 

Se estaba calentando. Comenzó a frotar sus muslos, intentando aplacar esa sensación, pero era inútil. Se levantó de golpe. 

 

– A-Ahora vuelvo. – Y sin más se dirigió al cuarto de baño a mojarse la cara. 

 

Entro apresuradamente y cerró la puerta. Abrió el grifo y se empapó la cara con el agua helada que caía de él.  

 

“¿Qué cojones me pasa? Parezco una quinceañera…” Pensaba. Pero seguía teniendo el cuerpo inflamado. Notaba como sus pezones endurecidos rozaban la tela del polo que llevaba. En su mente resonaban los eróticos gemidos que soltaba Diana cada vez que devolvía una pelota.  

 

Llevó una mano debajo de su falda y, efectivamente, notó la abundante humedad de su entrepierna. El roce de sus dedos la hizo estremecer, comenzó a frotarse lentamente. La imagen de su profesora de tenis venia a su cabeza una y otra vez, su cuerpo perfecto, sus preciosos ojos… ¿Qué le estaba pasando? No podía controlarse… Se reclino sobre el lavabo mientras se masturbaba, su cara estaba a centímetros del espejo que le devolvía la imagen de una cara desencajada de placer. Comenzó a jadear. Su mente se inundaba de pensamientos obscenos con Diana. Se veía de rodillas ante ella, apartando aquella minúscula faldita y descubriendo un hermoso pubis depilado. Notaba el aroma de su sexo y eso la excitaba más todavía, parecía que realmente lo tenia delante. Su masturbacion se tornó vigorosa y desenfrenada, no quería ni podía parar. En su mente, su lengua recorría el color de Diana de arriba a abajo, no dejaba un rincón sin explorar.  

 

– Señora, ¿Se encuentra bien?  

 

La voz de Lissy la sobresaltó.  

 

– ¡S-Sí! – Respondió azoradamente, dejando escapar un pequeño gallo debido a la excitacion. – E-Enseguida salgo.  

 

No estaba dispuesta a quedarse a medias pero, cuando volvió a su tarea, la imagen en su cabeza cambió. Ya no era Diana la destinataria de sus atenciones. Era Lissy. Estaba desnuda frente a ella, de espaldas y algo inclinada hacia delante. Con las manos se separaba las nalgas, dándola pleno acceso a su zona íntima. Alicia recorría su entrepierna con avidez, sin dejar un rincón sin lamer, desde su pequeño botoncito hasta su rosado agujero trasero. Extrañamente eso la excitaba un montón, cuando nunca antes le había atraído llevar su lengua a aquella zona del cuerpo. Lo más raro de todo es que era ella la que, de rodillas en el suelo, llevaba puesto el uniforme de asistenta…  

 

Esa última visión, la hizo llegar a un intenso orgasmo. Se quedó tendida sobre el lavabo unos instantes, cogiendo aire, se lavó la cara de nuevo, recompuso su ropa y salió del servicio, acalorada todavía.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Lissy la esperaba en la puerta del baño.  

 

– Sí. ¿No tienes otra cosa que hacer? – La reprendió, más por vergüenza que por otra razón. No podía ni mirarla a la cara, por que recordaba lo que había sucedido en su mente…  

 

Cuando salió al jardín, pudo ver como Sebas, su pareja, había llegado y estaba hablando con Diana.  

 

– Hola. – Saludó Alicia. – Qué pronto has llegado.  

 

Diana la miró fijamente, sonriendo, lo que hizo que Alicia se sonrojara y apartara la mirada.  

 

“Lo sabe” Pensó. “No se cómo pero sabe lo que acabo de hacer” Era imposible, pero tenia la extraña sensación de que era verdad.  

 

– Sí, he acabado pronto los ejercicios. Estaba presentándome a nuestra nueva instructora de tenis. Diana, ¿Verdad?  

 

– Correcto. – Contestó la mujer, con una agradable sonrisa.  

 

– ¿Por qué no se queda a comer y nos conocemos algo mejor? – Dijo el hombre.  

 

Alicia sintió una sensación extraña. Mezcla de celos y odio por un lado, y de alivio y deseo por otro. No aguantaba a esa mujer, pero era agradable tenerla cerca.  

 

– Oh no, no quiero molestar…  

 

– No es molestia mujer, a Lissy no le cuesta nada…  

 

Alicia se imaginó a si misma con el uniforme de la criada, haciendo la comida y volvió a excitarse.  

 

– Además, no llevo ropa apropiada…  

 

– No pasa nada, es una comida informal. Si quieres Alicia te enseña donde te puedes dar una ducha y así te quedarás como nueva.  

 

– Bueno, si insiste tanto… Me quedaré.  

 

– Estupendo, Alicia ¿La acompañas?  

 

Alicia salió de su ensimismamiento, y saco de su cabeza las escenas de Diana en la ducha que se habían generado en un momento.  

 

– S-Sí, por supuesto.  

 

La llevó al baño de su cuarto, y espero sentada en la cama, luchando por que el pensamiento de esa escultural mujer duchandose en su baño, frotándose desnuda no la obligase a masturbarse de nuevo.  

 

———– 

 

Diana estaba contenta. Disfrutaba de los chorros de agua caliente resbalando por su piel,  del aromático jabón que aplicaba suavemente por su cuerpo y, sobre todo, disfrutaba del trabajo que estaba haciendo con la zorra de su ex mujer. Desde que ocurrió el cambio, había aprendido a disfrutar de una buena ducha o de un buen baño, era tan relajante… La ayudaba a pensar. Y sus pensamientos estaban centrados en el devenir de los habitantes de aquella casa tras la comida.  

 

——– 

 

La vio salir envuelta en la pequeña toalla que la había prestado y se quedó sin habla.  

 

– No te importa, ¿Verdad? – Dijo Diana mientras se despojaba de la toalla.  

 

– N-No… – Pudo balbucear Alicia, observando con deseo la suave piel de su instructora.  

 

Diana se puso un diminuto tanga, unas mallas de ciclista negras y un top rosa. El pelo se lo dejó suelto, para que se secase mejor. Alicia todavía no había podido apartar la mirada de su cuerpo, estaba ensimismada en su belleza.  

 

– ¿Qué pasa? – Preguntó la entrenadora.  

 

Alicia no contestaba. Sus ojos estaban fijos en los pechos de Diana,  no se había puesto sujetador.  

 

– ¿Te gusta lo que ves? – Se acercó a ella. Acarició a la mujer lentamente, lo que hizo que se estremeciera. Le plantó un beso en la boca, metiendole la lengua de tal manera que Alicia no tardó en contestar con la suya. –  Tenemos que bajar a comer. – La recordó, separándose de ella. Metió los dedos debajo de su falda buscando su empapada rajita, después, se llevó éstos a su boca, saboreando el flujo de Alicia.  

 

– Ya te puedes duchar tú. – Le dijo a la señora de la casa.

 

Cuando acabó, fueron al comedor donde la mesa ya estaba preparada. Alicia iba con la mirada en el suelo, cachonda y avergonzada.  

 

Diana se sentó presidiendo la mesa.  

 

– Espero que te guste lo que ha preparado Lissy.  – Dijo Sebas.  

 

– Seguro que está para chuparse los dedos. – Replicó la mujer, mirando directamente a Alicia.  

 

Durante la comida, la señora de la casa se estremecía cada vez que Lissy pasaba por su lado. La fantasía que había tenido en el baño copaba su mente y la turbaba. Pasó toda la cena sonrojada y caliente, hecho que no pasó desapercibido a la asistenta.  

 

Mientras tanto, Sebas no paraba de tirarle los tejos a Diana.  

 

– ¿Trabajas muchas horas al día? Para mantener ese cuerpazo debes hacer mucho ejercicio.  

 

– Tengo varios clientes, pero suelen ser horarios variables.  

 

– Uff, que hambre tengo, hoy el gimnasio me ha dejado exhausto… – Dijo Sebas, mostrando descuidadamente sus bíceps. – Lissy, ¿Puedes traer otro plato de esto?  

 

– Enseguida. – Contestó la asistenta. Y salió directa a la cocina.  

 

Cuando iba a salir de la cocina, se encontró de sopetón con la señora de la casa tras ella y del susto se le cayeron los cubiertos.  

 

– Disculpa. – Dijo Alicia. – Yo sólo…  

 

– No se preocupe, ya lo recojo yo. – Lissy dejó el plato sobre la mesa y se agachó a recoger los cubiertos. Había visto como la miraba la señora y, no sabia por qué, pero le daba bastante morbo la situación. Estaba siendo un día un poco extraño, para empezar, su jefa nunca se había disculpado con ella por nada…  

 

Se agachó doblando su cuerpo, sin doblar las rodillas. Su uniforme era lo suficientemente corto para que en esa posición se viese el final de las medias y el inicio de su culo.  

 

Se sobresaltó cuando notó como una mano se posaba en sus nalgas, aunque no podía negar que lo estaba esperando.  

 

– ¿Qué cree que está haciendo? – Dijo, incorporándose y dando una sonora bofetada a su señora.  

 

– Yo… Yo…  

 

Alicia no se lo podía creer, ¿Qué le estaba pasando? Vio su culo allí, expuesto y no pudo resistirse…  

 

– ¿Cómo se atreve a tocarme el culo?  

 

Lissy estaba furiosa, no iba a permitir ese comportamiento. Su señora llevaba extraña todo el día, pero esto era la gota que colmaba el vaso. Algo en su cabeza, una vocecita desde muy adentro, le decía que tenia que cortar de raíz, que si no lo hacia así se volvería a repetir.  

 

– ¿No quiere contestar? Pues no senpreocupe que me encargaré de enseñarla modales.  

 

Diciendo esto agarró a Alicia del pelo sin miramientos y la arrastró hasta hacerla apoyar en la mesa de la cocina.  

 

– ¿Q-Qué haces? – Preguntó la señora, asustada.  

 

– Darla lo que merece.  

 

Y sin más, comenzó a azotar fuertemente el vuelo de su señora. Cada azote venia seguido de un pequeño grito por parte de esta.  

 

Lissy no se reconocía a si misma, siempre había sido comedida y respetuosa, y ahora estaba allí, azotando a su señora. Pero se lo merecía. Claro que se lo merecía.  

 

Alicia por su parte, independientemente del castigo recibido, se estaba poniendo cachonda. MUY cachonda. Cada golpe era un poco más excitante que el anterior.  

 

– Y ahora… – Continuó Lissy, deteniendo el castigo. – ¿Espera que me apache a recoger esto?  

 

– N-No… L-Lo recogeré yo…  

 

– Eso es… Las cosas van a cambiar aquí…  

 

La señora la miraba, atenta.  

 

– Hasta que no aprendas modales y mejores tu comportamiento, no volverás a ser la señora de la casa.  

 

Alicia bajó la cabeza, como aceptando las palabras de Lissy.  

 

– Y si no lo eres, no podrás ir vestida como tal. – De un tirón arrancó los botones de la blusa de Alicia, dejando a la vista el sujetador de encaje que se había puesto.  

 

– ¡Ah! – Gritó sorprendida, pero no hizo nada para evitarlo.  

 

– Vamos, quítate la ropa.  

 

Mientras obedecía, Lissy comenzó a quitarse la ropa también. Su ropa interior era bastante más discreta, blanca y de algodón.  

 

– Ponte esto. – Dijo, tendiendola el uniforme. – Sí os gusta que la criada vaya uniformada, tu no vas al ser menos.  

 

Alicia hizo lo que le mandaba. Cada vez más excitada comenzó a ponerse el uniforme de criada, no sin esfuerzo puesto que Lissy era más pequeña que ella. El resultado era un uniforme ajustadisimo que parecía que se iba a romper solo con la presión de las tetas, y que no cubría lo suficiente, ni por arriba ni por abajo.  

 

– Y ahora recoge esto y llevale el plato al señor de la casa.  

 

La mujer se agachó con cuidado, intentando que no se le viera más de lo necesario y recogió los cubiertos. Agarró el plato y salió de la cocina. Con Lissy detrás, en ropa interior.  

 

Sebas se quedó mirando a las mujeres que entraban en el comedor unos segundos pero, extrañamente no dio impresión de sorpresa ninde notar algo extraño, sino que recibió su plato, que devoró al instante, pidió otro más y siguió cortejando a Diana.  

 

– ¿Tantas flexiones puedes hacer? – Dijo esta, siguiendo el juego al hombre. – ¿Me lo puedes enseñar?  

 

Sebas, que no podía estar más henchido de orgullo, se echó al suelo. Las flexiones eran pan comido, hacia varias series al día pero, cuando fue a hacer la primera, un intenso dolor de estómago le abordó. Haciéndole caer al suelo.  

 

– ¿Estas bien? – Preguntó Diana, con falsa sorpresa.  

 

– S-Sí… No se que ha pasado…  

 

Lo intentó de nuevo con idéntico resultado, así que acabo desistiendo. Se levantó y se dispuso a comer el tercer plato que le habían servido.  

 

– Entonces, ¿Le parece bien dos horas al día de clases? ¿Por la mañana? – Dijo Diana, dirigiéndose a Lissy como sin fuera la verdadera señora se la casa.  

 

– Estupendo, así me despejare un poco y abriré el apetito. – Contesto ésta.  

 

A nadie parecía extrañarle la situación, incluso Alicia dudaba lo que estaba oyendo era correcto o no… Su mente estaba confusa.  

 

– P-Pero… – Balbuceo.  

 

“¡Haz que se calle!” Resonó la voz en la mente de Lissy. “Qué aprenda cual es su lugar”  

 

La chica se levantó y, agarrandola del pelo la obligó al inclinarse.  

 

– ¡Cállate! ¿Quien te dio permiso para hablar?  

 

De un rápido movimiento apartó la falda de la mujer y le bajó el tanga, obligadola a levantar las piernas para quitárselo. La agarró de pelo y se lo introdujo en la boca.  

 

– No se te ocurra escupirlo, así aprenderás a estar callada.  

 

Alicia quedó inmóvil, con su tanga en la boca, notando el sabor de su calentura. Sebas estaba observando en silencio, sin parar de comer. Diana por su parte sonreía.  

 

– Así es como se tiene que tratar al servicio. – Dijo. – Qué aprendan cual es su lugar.  

 

“Debe aprender su lugar.” Oía Lissy. “Debes demostrarle cual es su lugar.”  

 

La nueva criada de la casa se estaba calentando por momentos, no lo podía explicar, estaba vestida de criada, con sus bragas en la boca y sometiéndose a su verdadera criada “La señora de la casa” Resonaba en su mente. 

 

No se quitó el tanga de la boca hasta que terminó la comida, momento en que la nueva instructora de tenis se despidió hasta el día siguiente, a la misma hora. 

 

La tarde fue extraña en esa casa. Alicia hacia las tareas que le correspondían como sirvienta mientras Lissy disfrutaba de su nueva posición. Mientras tanto, Sebas no paraba de ir al picotear a la nevera una y otra vez. 

 

El hombre durmió en el sofá, mientra sque Lissy lo hizo en la habitación principal. Alicia, que ocupó el cuarto que pertenecía a la sirvienta, estuvo masturbandose más de la mitad de la noche, intentando aplacar el morbo que le daba la nueva situación. 

 

– Buenos días. – Saludó Diana al llegar al día. – ¿Comenzamos? 

 

– Por supuesto. – Dijo Lissy, ataviada con ropa deportiva. 

 

– ¿No has ido al gimnasio? – Preguntó la instructora a Sebas, que estaba tomando un opiparo desayuno. 

 

– Sí… Pero me resulta imposible hacer cualquier tipo de ejercicio… Debo estar enfermo… Tendré que ir al médico… 

 

Diana se dirigió sonriendo satisfecha al jardín trasero, donde se encontraba la pista de tenis. 

 

Estuvieron un par de horas jugando y,  mientras tanto, Alicia esperaba a un lado de la pista, solicita. 

 

– ¿Qué tal trabaja la nueva asistenta? – Preguntaba Diana. 

 

Lissy se quedó pensando, la verdad es que para no haberlo hecho nunca, Alicia había trabajado bien. 

 

“No” ¿No? 

 

“Era una vaga, no obedecía correctamente las órdenes” Ahora que lo pensaba… Es verdad… Tardaba demasiado en obedecer y lo hacía todo torpemente… 

 

– Es… Es algo vaga. – Contestó. – No obedece como debería. 

 

– Pero lleva poco tiempo, ¿No? Ya aprenderá… 

 

Era verdad, con el tiempo cogeria soltura. “No es excusa. Su comportamiento es inaceptable” ¿Inaceptable? “Debe cumplir su deber como sirvienta de forma perfecta” 

 

– No es excusa. – Replicó a Diana. – Una asistenta debe hacer sus tareas correctamente. Si no, debe ser… – “Castigada” – castigada. 

 

Alicia levantó la cabeza, asustada, ¿iban a castigarla? 

 

– ¿Y como la vas a castigar? Ayer la azotaste y le dio igual… 

 

Lissy no se dio cuenta de que Diana no la había visto azotar a Alicia, no pensó de que manera podía saber eso. En su mente solo aparecían imágenes de castigos que podría aplicar, y uno de ellos sobresalía ante todos los demás. 

 

– Voy a cambiar sus tareas. Si no sirve como asistenta le buscaré un trabajo para el que valga. 

 

Alicia miraba atentamente a su señora, ¿Qué trabajo tendría que hacer? Lissy se acercó al ella, se situó a escasos centímetros de su cara. 

 

– Sí no vales ni para limpiar baños… – “Solo sirve para eso. Es una inútil. Debe obedecer”. – Entonces serás un baño. 

 

– ¿C-Cómo? – Replicó Alicia. 

 

Pero Lissy no contestó. La agarro del pelo y la condujo hasta el servicio a la fuerza, obligandola a arrodillarse. 

 

Alicia no podía oponerse, algo en su cabeza le decía que tenia razón, que no sabía hacer un simple trabajo de asistenta, que debía ser castigada. 

 

“Debo cumplir con mi cometido” Resonaba en su mente. “Obedece a tu señora, acepta el castigo.” 

 

Lissy se bajó las bragas y se sentó sobre la cara de su sirvienta. Alicia miraba con ojos de terror a su señora, pero en el fondo no estaba esperando, sabia lo que vendría ahora y se esforzaria por cumplir. 

 

El amargo y caliente chorro de orín inundó su boca, desbordandose y cubriendo todo su cuerpo, era un sabor asqueroso pero tenia que tragarlo, tenía que hacer bien su trabajo. 

 

– ¡Limpiame! – Exigió Lissy cuando terminó. 

 

La lengua de Alicia recorrió cada recoveco del coñonde su señora. El sabor a orín se mezclaba con el de sus flujos: estaba cachonda. MUY cachonda. El sabor era exactamente igual a como lo recordaba de su fantasía. 

 

Cuando terminó Lissy se apartó, Alicia estaba empapada pero, extrañamente, estaba satisfecha. Le daba la sensación de que había encontrado su lugar en el mundo, que había andado perdida todo este tiempo sin saber lo que realmente deseaba. 

 

Cuando levantó la mirada allí estaba Diana, en la puerta, observándola con esos preciosos ojos verdes que tanto llamaban la atención. No supo decir por qué, pero veía que estaba satisfecha. Estaba bien. Eso significaba que estaba haciendo bien su trabajo. 

 

El resto del día se olvidaron de Alicia. Sólo acudían a ella para orinar y limpiarse. Sebas también pasó por allí y, aunque la escena le ponía cachondo, no consiguió ni siquiera una erección. 

 

– ¿Qué vas a hacer ahora? – Preguntó Diáfana Lissy, al final del día. 

 

– ¿Cómo? 

 

– Qué cómo te vas al mantener. Tendrás que pagar esta casa de alguna manera, y tendrás que pagar a tu sirvienta. 

 

-… 

 

– El haberte convertido en la señora de la casa ha hecho por lógica que pierdas tu trabajo de asistenta. 

 

En la mente de Lissy habían cosas que no encajaban, ¿Ahora era la señora de la casa? ¿De pleno derecho? No estaba a su nombre… No tenía por que tener problemas, si no pagaba, a quien buscarían era a Alicia… Pero, igualmente, veía el problema que Diana le presentaba y lo sentía auténtico. No. No podría mantener eso. 

 

– Lo primero será echar a la criada. 

 

– Correcto. – Contestó Diana. 

 

– Y después… ¿Buscar trabajo? 

 

– Exacto. ¿Qué sabes hacer? 

 

Lissy pensó. No sabía hacer nada más que limpiar “Pero ahora eres la señora de la casa, no puedes rebajarte” en sus recuerdos, comenzó a aparecer una imagen de ella trabajando de camarera, no sabía donde, no sabia cuando, pero allí estaba. 

 

– Puedo trabajar de camarera. 

 

– ¡Estupendo! Si quieres, conozco un sitio en el que buscan gente. 

 

– ¿En serio? ¡Muchas gracias! – Exclamó, cogiendo la tarjeta que le ofrecía Diana, entusiasmada. 

 

Pensando en su nuevo trabajo, se acercaron al servicio, nuevo hábitat de Alicia. 

 

– Recoge tus cosas y largate. – Dijo Lissy con desprecio. 

 

– ¿Qué? – Replicó la criada sorprendida. – ¿Me despides? 

 

– ¿Qué no entiendes de largate? – Y se dio la vuelta y la dejó allí, asustada y confusa. 

 

– ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a vivir? Ahora que había encontrado una formando vida que me completaba… 

 

Levantó los ojos y vio una tarjeta, Diana estaba ante ella, sonriente, teniendole la flamante tarjeta de un bar. 

 

– Diles que vas de mi parte. – Dijo sin más. Y la dejó sola, arrodillada ante su breve y feliz último puesto de trabajo. 

 

 

———-

 

Diana llegó a su casa satisfecha, todo había salido perfecto e, incluso, mejor de lo que esperaba. Había hundido la vida de Alicia, a partir de ahora trabajaría como váter portátil en el 7pk2, pasaría el resto de su vida bebiendo meados, limpiando pollas y culos con su lengua, ¡y había conseguido que le gustase! 

 

Se había vengado también del chulito que le había robado a su mujer: Sebas no podría volver a hacer ejercicio bajo pena de fuentes dolores en el estomago y, por si era poco para perder su escultural cuerpo, le había hecho adicto anla comida. No tardaría más que un par de meses en convertirse en una bola de grasa. 

 

Y de regalo, Lissy. Una belleza de ébano que ayudaría a Eva sirviendo mesas en el burdel. La pobre chica no tenia culpa de nada pero… Ahora Diana era una cazadora. 

 

Ahora Diana quería tomarse un tiempo para reflexionar, para pensar la estrategia que debía seguir para hacer que la idea de Tamiko se convirtiese en realidad. 

 

La cazadora estaba suelta, y todo el mundo podía convertirse en su presa… 

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