Se despertó despejada y descansada, salió de la cama de un salto y se situó frente al espejo. No se cansaba de observar su nuevo cuerpo.   

 

Se sentía viva, mejor de lo que había estado nunca. El recuerdo de sus últimos meses como Diego Lozano era ya un espejismo. También se sentía sexy. Mientras más observaba su cuerpo, más le gustaba.   

 

Fue al armario y comenzó a rebuscar entre la ropa. A diferencia del día anterior, en el que pensaba que nunca se pondría ciertas cosas de las que allí había, comenzó a rebuscar con entusiasmo entre las prendas. Se sentía bien consigo misma, estaba perdiendo las pocas reticencias que tenía a ser una mujer, no sabia si por el hecho de haber despertado sus poderes, de que la almohada le había sentado bien o por qué, pero el hecho es que se quería sentir guapa también.   

 

Comenzó a dejar un montón de modelitos sobre la cama y cuando estuvo satisfecha empezó a probarselos.   

 

Primero se puso un conjunto de braguita y sujetador azul con encaje negro y quedó muy satisfecha de la imagen que le devolvía el espejo. Siguió probando varios conjuntos de lencería. Como hombre le volvían loco y como mujer, además, le producía una sensación de satisfacción que le quedara tan bien. Se decidió por un tanguita negro con lacitos rojos y un sujetador a juego que levantaba y colocaba sus pechos. Acompañó el conjunto con unos pantaloncitos vaqueros y un top que mostraba su escote.   

 

Intentó hacerse una coleta pues no estaba muy acostumbrada al pelo largo pero, al no conseguirlo, lo dejó suelto y se dirigió a ver a su pequeña amiga…   

 

– ¡Buenos días! ¿Qué tal has dormido?   

 

Missy la miró y Diana pudo notar todo el odio que la profesaba.   

 

– Oh, vamos… ¿Estás enfadada conmigo? Si yo no te he hecho nada… todavía.   

 

Cogió una silla y la colocó frente a su presa. La miró fijamente a los ojos.   

 

– Vaya… Esos hombres fueron muy duros contigo, ¿Verdad? – Preguntó, escudriñando los recuerdos de los últimos meses. – No te preocupes pequeña. Conmigo lo vas a pasar muchísimo mejor.   

 

Intentó primeramente hacer desaparecer el sentimiento de odio hacia ella, pero se dió cuenta de que era más difícil que hacer que se callara.   

 

Para callarla, solo tuvo que despertar sentimientos que ya existían dentro de Missy, pues en el fondo era consciente de que no le servía de nada gritar y resistirse. Pero para eliminar el odio no tenía nada en lo que basarse, no sentía ni una pizca de aprecio por ella…   

 

Después de intentarlo casi una hora, desistió y se fue a desayunar. Un café la despejaría. Empezó a darle vueltas al asunto… ¿Cómo podría crear un pensamiento que no existía? No tenía ni idea… Es más, no tenía muy claro como hacia para modificar su mente… Parecía algo innato en ella. De repente se le ocurrió una idea. No sabia crear un pensamiento nuevo, pero a lo mejor podía redirigir sensaciones existentes.   

 

Se colocó de nuevo ante Missy y rebusca en sus sensaciones recientes. Pudo ver como cuando aquellos hombres la violaban, aunque no quisiera, alcanzaba cierto grado de excitacion, incluso alguna vez llegó a correrse.   

 

Aisló esa sensación y comenzó a potenciarla, asociandola a su presencia. Poco a poco, pudo ver como la mente de la ex-detective cambiaba en su percepción hacia ella, haciendo nacer los sentimientos que estaba buscando y ayudandola a enterrar el odio que sentía.   

 

Tardó la mañana y la tarde enteras, pero consiguió que Missy la apreciara realmente. Había eliminado todo pensamiento de huir o rebelarse de su cabeza y asociado una sensación de bienestar y placer al complacerla. Estaba creando una bonita mascota.   

 

Se había dado cuenta durante el proceso, que la mejor manera de modificar la mente de la chica era “plantando la semilla” del pensamiento que quería obtener y, poco a poco, hacer que la propia víctima lo desarrollase.   

 

Se sentía cansada pero satisfecha. Había avanzado mucho durante ese día y estaba empezando a comprender y dominar sus poderes, aunque todavía no era consciente del alcance que tenían estos. 

 

Se fué a la cama y Missy, complaciente, se durmió acurrucada a los pies de la cama. Diana estaba sorprendida, según había observado en la mente de Missy, los hombres que la tenían secuestrada habían estado obligándola a comportarse como una mascota y ella no lo soportaba… pero ahora… lo hacía con gusto, Diana veía en su mente que estaba satisfecha con su actitud. Había conseguido en un día lo que tres violentos hombres no habían logrado en meses. Sólo de pensar lo que haría con las dos zorras que le habían destrozado la vida… 

 

Se durmió entre esos pensamientos, con una sonrisa perversa en la boca. 

 

Al despertar, notó como Missy se desperezaba. Cuando la vió allí, desnuda e indefensa, se le ocurrió que sería lo próximo que haría. 

 

– ¡Missy! – La llamó.  

 

La perrita la miró expectante. Diana podía ver en sus ojos el deseo de acatar cualquier orden suya. Apartó las sábanas y separó las piernas, mostrándola el camino a la vez que bombardeaba su mente con las imagenes de lesbianismo que había vivido en su cautiverio. Notaba como el coño de Missy se humedecía mientras se lanzaba solícita a la entrepierna de su dueña. 

 

Diana estaba muy excitada, si con una masturbación acabó en una cadena de orgasmos mayor de la que había vivido jamás como hombre, ¿Qué pasaría con el sexo oral? Pronto lo descubriría, puesto que la ex-detective estaba apartando su tanga con cuidado. 

 

Notó el aliento de la chica cuando se acercó a su sexo, el ligero roce de sus labios con los pelitos que tenía (Su cuerpo estaba perfectamente depilado, salvo por una pequeña tirita de pelo en el coño) la hizo estremecer y, cuando su perra dió el primer lametón, soltó un sonoro gemido. 

 

Eso animó a Missy, que vió que a su dueña le gustaba como lo estaba haciendo, y se lanzó a lamer con fruicción el coño de Diana. Su lengua lo recorría de arriba a abajo, introduciendose en sus pliegues, deteniéndose en su clitoris, llevando al éxtasis a su pareja. 

 

Introdujo dos dedos de golpe para masturbarla y comenzó a follarla con ellos, acompasando sus movimientos a los de Diana que había comenzado a mover sus caderas, intentando acelerar el ritmo. 

 

Cuando estaba cercana al orgasmo, agarró a Missy de la cabeza y la enterró en su coño. La chica, casi sin poder respirar, comenzó a lamer aquél manjar hasta que llevó a su dueña al orgasmo. La cara se llenó de sus flujos pero no se detuvo, siguió lamiendo aquél húmedo coño para llevar a Diana a un orgasmo tras otro, hasta que la mujer quedó exhausta. 

 

No tuvo que decirle nada, Missy paró de lamer en cuanto Diana quiso que parase. 

 

– Veo que esto se te dá bastante bien. – Dijo la voz de Tamiko desde la puerta. 

 

Missy se sobresaltó y se echó a un lado, pero Diana no se molestó ni en taparse. 

 

– ¿Cuanto tiempo llevas ahí? 

 

– El suficiente. 

 

Diana se dejó caer en la cama y suspiró. 

 

– Esto… Esto es más de lo que me podría haber imaginado nunca… – Confesó. 

 

– ¿Ves por qué no te quise decir en qué consistía? Me habrías tildado de loca. 

 

– ¿Qué más da? Habrías podido obligarme a hacer lo que quisieras, ¿No es verdad? 

 

– Tecnicamente si, pero preferí hacerlo así. 

 

– Entonces… No… ¿No tocaste nada de nada? 

 

– Bueno, tuve que eliminar ciertas… barreras. 

 

– ¿Barreras? 

 

– Si, una pequeña ayuda para evitar que el cambio fuese traumático. Simplemente te predispuse para que aceptaras tu nuevo cuerpo y tu nueva vida. No es fácil que un hombre se acostumbre de un día para otro a ser una mujer, son demasiados cambios. ¿Te arrepientes de algo? 

 

– … No. 

 

– Pues no hay mas que hablar. 

 

Tamiko se acercó a la cama y observó a Missy, acurrucada en un lado de la cama. 

 

– Has progresado muy rápido, no pensaba que hubieses sometido a esta mujer tan rápido… ¿Te ha resultado difícil? 

 

– Realmente no… la primera tarde no conseguí nada, sólo dolores de cabeza, pero en momento en el que… desperté, todo fué rodado. Realmente no se cómo lo hago… 

 

– Es natural, es algo innato en tí ahora. Es como respirar, sabes que puedes hacerlo, pero no eres realmente consciente de mover los pulmones para ellos. 

 

– Entonces… ¿Estoy preparada? ¿Cuando comenzaré a cazar? 

 

– No tan rápido. Has aprendido a usar tus poderes, pero todavía falta algo por hacer. 

 

– ¿El qué? 

 

– Todavía no eres una contigo misma. Hay algo que te falta hacer. 

 

Diana miró a Tamiko a los ojos y, aunque no era capaz de leer su mente, supo perfectamente a que se refería. 

 

– Pero… No se si podré. 

 

– Claro que podrás. Tu determinación es enorme y no debes poner ningún prejuicio en el camino. Ahora eres una mujer 100%, no debe darte reparo. Debes aprender a usar todas tus armas en tu favor. 

 

Diana comprendió a qué se había referido Tamiko al decir que había tenido que eliminar ciertas barreras… 

 

– Me alegra ver todo lo que has avanzado. – Concluyó la asiática. – Te vuelvo a dejar a tu aire. Volveré de nuevo pasado mañana y veremos los progresos que has hecho. 

 

– De acuerdo. – Contestó Diana, decidida a hacer lo que tuviera que hacer. – No te decepcionaré. 

 

——— 

 

Diana estaba preparada, llevaba toda la mañana concienciandose, pensando en los pros y los contras de lo que iba a hacer.  

 

Por un lado, sentía que debía tener alguna reticencia, pues hasta hace poco había sido un hombre, pero realmente no sentía ningún tipo de rechazo por esa razón… Supuso que sería cosa de Tamiko…  

 

Por otro lado, ahora era una mujer y seguiría siéndolo por el resto de su vida. No le atraían especialmente los hombres, pero no le desagradaban tampoco. Había disfrutado tanto de la masturbacion como de la experiencia que había tenido con Missy y, el pensar si estar con un hombre seria mejor o peor le incitaba curiosidad.  

 

Pero el hecho que decantaba la balanza era el de convertirse en cazadora. Si no hacia esto no conseguiría su venganza, así que el resto de valoraciones era innecesario. Teniendo eso en cuenta, se preparó a conciencia.  

 

Iba a salir de casa por primera vez desde el cambio y quería estar espectacular pues, aun sabiendo que con sus poderes podía lograr su cometido, interiormente, el hecho de seducir y sentirse deseada le daba bastante morbo, así que sacó del armario un vestido gris, ajustado y con la espalda al aire. La falda le llegaba a medio muslo. Se puso un diminuto tanga y un sujetador de encaje, unas medias que acababan justo por encima de la falda y se dispuso a maquillarse… Y ahí vió el fallo que tenía su plan…  

 

¡No tenía ni idea! No se había maquillado nunca ni sabia nada sobre el tema… Entonces se le ocurrió una idea.  

 

– ¡Missy! – Llamó. – ¿Tu sabrías maquillarme?  

 

Pudo ver en su mente como la sola idea de ayudarla hizo feliz a la mujer que, asintiendo con la cabeza sonrió ampliamente. Comenzó a ponerle potingues en la cara y, mientras acababa, Diana pensó que tendría que aprender a hacer muchas cosas para adaptarse a su nuevo cuerpo…  

 

El siguiente problema vino con los tacones… Se había imaginado el atuendo con unos tacones altísimos que realzasen su trasero, pero evidentemente no sabia andar con ellos. Solucionó la papeleta cambiándose el vestido por uno rojo, con la falda algo más larga pero con una raja lateral casi hasta la cadera, y poniéndose unas botas altas con un pequeño tacón. Esa altura si era capaz de manejarla.  

 

Y allí se encontraba, bajando en el ascensor al garaje a buscar el coche que le había facilitado la corporación. Y cuando lo vio se quedó muda. Un precioso Audi R8 estaba aparcado en su plaza. ¿Cómo era posible? O la corporación era muy poderosa, o tenían las expectativas muy altas con respecto a ella… o las dos cosas…  

 

Cogió el coche y se dirigió al centro de la ciudad. Dejó el coche aparcado y se camino hacia una discoteca que conocía. Era bastante exclusiva, pero no creía tener problemas con eso. Mientras andaba, se cruzó con un grupo de chicos haciendo botellón que se quedaron mirándola y, entonces, sufrió un fuerte mareo que la hizo caer al suelo.  

 

Todo se había vuelto confuso. ¿Qué estaba pasando? Un montón de imágenes daban vueltas en su cabeza, escuchaba voces y sentimientos confusos. Podía ver como los chicos se habían acercado a ayudarla, pero mientras más venían peor se encontraba.  

 

“No puedo” Pensó. “Son demasiadas mentes”  

 

– D-Dejadme… – Susurró. – Por favor, dejadme sola.  

 

Los chicos debían pensar que estaba borracha o drogada o algo.  

 

– Yo no quiero líos. – Escucho decir a uno.  

 

– ¿Y la vamos a dejar aquí? – Dijo otro.  

 

– Yo me largo.  

 

El miedo a que viniese la policía y les pillara haciendo botellón fue más fuerte que el deseo de ayudar, así que se fueron de allí. Todos menos uno.  

 

– ¿S-Se encuentra bien?  

 

Diana le miró. Mientras los demás se alejaban, ella fue notándose más despejada. Comenzaba a separar la mente del chico del resto, que cada vez notaba de forma más débil.  

 

– Sí… Gracias…  

 

La mujer notaba el deseo que producía en el hombre y como, desde esa posición, miraba disimuladamente el nacimiento de sus pechos.  

 

Diana sonrió. Había encontrado a su presa…  

 

Le miro y vió que era bastante atractivo. Moreno, pelo corto, estaba bastante fuerte. Comenzó a sentir un comezón en la entrepierna.  

 

“¿Será posible que me este calentando con un hombre?” Pensó.  

 

El tacto de sus manos, notar sus fuertes brazos levantandola. Se dió cuenta de la fragilidad de su cuerpo femenino, ahora no tenía la musculatura de antaño.  

 

Cuando la levantó, quedó frente a él,  era más alto que ella. Diana podía ver el deseo en sus ojos.  

 

– Aaauh. – Exclamó la mujer, agarrándose el tobillo.  

 

– ¿Se ha hecho daño? – Preguntó solicito el chico.  

 

– Un poco. – Mintió Diana. – Pero creo que podré andar.  

 

Hizo el amago de dar un paso y se dejó caer sobre el cuerpo de su víctima.  

 

– Creo que no podrá caminar con ese pie.  

 

– Oh…  

 

– ¿Quiere que la acompañe a algún lado?  

 

– Tengo el coche un poco más allá… Y por favor, tuteame. – Al decir eso miro a los ojos del chico, sintiendo la vergüenza y la calentura que le producía la situación.  

 

– P-Por supuesto… Eh…  

 

– Diana.  

 

– Por supuesto Diana. Yo soy Héctor.  

 

– Encantada Héctor. Y… Muchas gracias. – Diana acompañó la frase con una sutil caricia en el brazo del hombre.  

 

Podía notar en él las sensaciones que antes le eran habituales, veía como la deseaba, la desnudaba con la mirada y no era para menos con el cuerpazo que tenía. Comenzó a acrecentar en él esos pensamientos y notaba como el bulto de su entrepierna crecía.  

 

Comenzaron a andar y ella se apoyaba sobre el cuerpo del chico, haciéndose la desvalida. Estaba descubriendo lo que en su otra vida había vivido muchas veces, que una chica con un cuerpo bonito puede conseguir muchas cosas solo con proponerselo.  

 

– Aquí es. – Dijo cuando llegaron al coche.  

 

Pudo notar perfectamente el asombro de Héctor cuando vió el cochazo que tenía. “Además de estar buenísima, rica” Pensaba.  

 

– Muchas gracias. – Continuó Diana. – No se como agradecertelo…  

 

Era divertidisimo ver como por la cabeza de chico se pasaban decenas de formas con las que podría agradecérselo, y en casi todas ellas Diana acababa de rodillas ante él.  

 

– ¿Quieres que te acerque a algún lado? – Preguntó la mujer, sabiendo perfectamente la respuesta de Héctor.  

 

– ¿Eh? S-Sí… Mis amigos están…  

 

– Móntate. – Le cortó. El chico se montó en el coche casi sin pensarlo.  

 

Diana arrancó el coche y se puso en camino.  

 

– P-Por ahí no es… – Dijo Héctor.  

 

La mujer veía como múltiples ideas pasaban por la mente del chico. Unas buenas, otras no tanto. Notaba como le intimidaba en cierta medida. Estaba muy buena y encima tenía dinero, lo que hacía pensar a Héctor que estaba fuera de su nivel. No tuvo más que reforzar esos pensamientos para conseguir lo que quería. Bombardeó su cerebro con imágenes de dominación femenina y resaltó su superioridad ante la de él. Poco a poco veía como sus pensamientos se amoldaban a su gusto.  

 

– ¿Estás nervioso? – Le preguntó.  

 

– U-Un poco…  

 

– No te preocupes. – Le calmó. – No voy a hacerte nada malo.  

 

Sin saber por qué, esas palabras eliminaron de la mente de Héctor todas sus preocupaciones y el chico se relajó. Observaba de reojo el cuerpo de Diana, sus muslos habían quedado al aire al sentarse, dejando a la vista el inicio de las medias.  

 

– ¿Te gusta lo que ves? – Preguntó la mujer.  

 

Héctor inmediatamente bajo la mirada. 

 

– No te cortes… Es bueno que te guste… ¿Por qué no me demuestras cuanto te gusta?  

 

Sin saber por qué razón, como un autómata, el chico se desabrochó la bragueta y se sacó la polla, que quedó apuntando al techo del coche mostrando la excitacion de Héctor. “¿Qué cojones estoy haciendo?” Se preguntaba el chico. “¡Guárdate la polla! ¡No la cagues!” Se decía, pero su cuerpo no obedecía.  

 

– Vaya… Que descarado… – Comentó Diana, avergonzando al chico. Los colores subían a sus mejillas. – ¿Qué pretendes hacer con eso?  

 

– Y-Yo… – Intentó excusarse. Pero, mientras hablaba, su mano se dirigió a su miembro y comenzó a masturbarse. ¿Por qué no podía parar? ¿Se estaba volviendo loco?  

 

Diana miraba con atención la polla de Héctor, era bastante grande, más que la suya cuando era Diego. La situación era excitante, nunca había pensado que llegaría a desear lo que estaba a punto de pasar, pero después de todos los cambios que habían ocurrido, tampoco le sorprendía.  

 

– L-Lo siento… – Balbuceaba el chico. – N-No se que me pasa…  

 

– ¿No lo sabes? ¿Nunca te has tocado la colita o que? – Héctor bajó la mirada. – Te estás haciendo una paja delante de una desconocida… ¿Tan cachondo te pongo?  

 

– Sí… – Contestó Héctor, que no podía evitar decir la verdad. ¿Qué le estaba pasando?  

 

Diana llegó a un descampado y aparcó. Su acompañante seguía meneandosela, con la cabeza gacha por la vergüenza. Nunca había estado en una situación así, aquella mujer le excitaba tanto como le turbaba. Notaba como si le atravesase con la mirada, como si cada rincón de su mente estuviese abierto a ella. Estaba cerca de llegar al orgasmo, no podía parar y aunque pudiese, ¿Quería?  

 

Estaba deseando tener sexo con aquella diosa, pero se sentía tan inferior a ella que pensaba que la única opción que tenía era hacerse una paja. Entonces notó como ella se inclinaba sobre él y, con un ligero roce, acariciaba sus pelotas con dos dedos. Estaba a punto de correrse cuando ella se acercó a su oído.  

 

– No puedes correrte. – Susurró.  

 

Era imposible, estaba a punto de reventar, las caricias de la mujer eran tremendamente excitante pero, por extraño que pareciese, no acababa. Habría jurado que no podía aguantar más, pero…  

 

– Sal del coche. – Ordenó Diana.  

 

Obedeció inmediatamente. Se sentía como un niño pequeño que no podía desobedecer a un adulto.  

 

La mujer le llevó a la parte delantera del coche.  

 

– Desnúdate.  

 

El tono sosegado y seductor con el que hablaba era imposible de eludir por Héctor, y sus ojos… aquellos ojos eran irresistibles… En unos segundos la ropa del chico estaba tirada en el suelo y su mano volvía a agarrar su miembro. ¿Cómo no se había corrido ya? Estaba a punto de explotar…  

 

Diana miraba con deseo la polla de aquél joven… La verdad es que le sorprendía su falta de recelo… Pero antes de nada, quería jugar algo más con él.  

 

– ¿Tienes novia? – Preguntó, aun sabiendo perfectamente la respuesta.  

 

– No.  

 

– ¿Por qué? Un chico apuesto como tú lo hará con facilidad…  

 

El chico se sonrojo ante el halago.  

 

– Por que…  

 

– Vamos, no tengas miedo de hablar conmigo.  

 

Héctor notaba que era inútil mentir, que de alguna manera no podía ocultarle nada a aquella mujer.  

 

– Por que sois todas unas zorras… – Sentenció. – Me hicieron suficiente daño como para atarme a una mujer…  

 

– Así que es eso… ¿Te parezco una zorra, Héctor?  

 

– N-No… – No estaba mintiendo.  

 

– Entonces… ¿Qué te parezco?  

 

– Una… Una diosa.  

 

El chico seguía masturbandose frenéticamente, son poder correrse. Diana sonreía satisfecha.  

 

– Una diosa, ¿Eh? ¿Te parece que tengo un cuerpo de diosa?  

 

Comenzó a quitarse el vestido mientras hablaba, mostrando la preciosa y diminuta lencería que llevaba. Héctor observaba boquiabierto el espectáculo que estaba presenciando, aquella espectacular mujer se estaba desnudado delante suyo, ¡Y no podía dejar de masturbarse!  

 

Diana se acercó a Héctor y comenzó a acariciarle el pecho, descendiendo hasta agarrar su rabo, sustituyendo a su mano. Se agachó ante la polla del chico y comenzó a masturbarle.  

 

Podía sentir como tenia la polla durisima, a punto de reventar,  notaba en su mano las venas hinchadas, la sentía palpitar. Había bloqueado en la mente de Héctor la posibilidad de correrse, al menos hasta haber quedado plenamente satisfecha, no quería que el juego se acabase antes de tiempo.  

 

Acercó sus labios al glande del chico. Notaba el olor característico de la polla y eso la excitaba. Cuando lo rozó con su lengua, Héctor dejó escapar un gemido de placer. Eso calentó todavía más a Diana que, a parte de su calentura, podía sentir en su cuerpo todas las sensaciones del chico, así que sin pensárselo dos veces se introdujo aquella tremenda verla en la boca.  

 

“No es nada desagradable” Pensó Diana. “Es incluso excitante” 

 

El vaivén de su cabeza cada vez era más profundo, a medida que se iba acostumbrando al tamaño del aparato. Un par de veces intentó introducirselo entero, pero de momento era demasiado para ella…  

 

Con una mano acariciaba los huevos del chico, notando lo hinchados que estaban.  

 

– ¿Quieres correrte? – Preguntó, sacándose la polla de la boca.  

 

– ¡S-Sí!  

 

– Esta bien… Pero antes tienes que hacer que me corra yo… Arrodillate. – Ordenó.  

 

Héctor se dejó caer y Diana se levantó y, poniéndose de espaldas al chico, comenzó a quitarse el tanga que llevaba sin doblar las piernas, dejandole una preciosa vista de su culo y su coño. Se separó las nalgas con las manos, dejando su rajita abierta y expuesta ante la cara de su presa. Podía notar el fuerte y erotico aroma de su sexo a través de la mente de Héctor.  

 

Suspiró cuando notó el roce de la lengua recorriendo su sexo.  La técnica difería bastante de la de Missy que era más delicada,  más suave. El chico era algo más rudo, más basto, pero aún así, la estaba volviendo loca. 

 

Se corrió en su boca entre sonoros gemidos y se apartó de él, ordenandole que se tumbara en el suelo. Se despojó del sujetador y, colocándose a horcajadas, fue introduciéndose lentamente aquella barra de carne en su coño. 

 

La sensación era indescriptible. Se sentía llena por dentro, abierta en dos por esa polla que avanzaba inexorable a su interior, pero a la vez, era consciente de todas las sensaciones de Héctor. Notaba como su rabo se deslizaba dentro de su húmedo coño hasta que se lo introdujo completamente. 

 

Se quedó inmóvil unos segundos, asimilando la marea de sensaciones que estaba viviendo y, poco a poco comenzó a realizar un ligero movimiento de vaivén. 

 

La polla entraba y salia de su sexo mientras aumentaba el ritmo. Apoyó sus manos en el pecho del chico, dándole una perfecta visión de sus tetas botando ante él. En unos minutos, estaba botando como una loca sobre la polla que la penetraba. En el descampado solo se oían los gemidos de la pareja y el ruido que producían los dos cuerpos al chocar. 

 

Héctor estaba gozando como nunca en su vida, ¡Era una auténtica diosa! Y aún así, seguía sin poder correrse… 

 

Diana tuvo varios orgasmos mientras cabalgata al muchacho y, a sabiendas de que no le había permitido correrse todavía, pensó que era el momento de darle su premio a aquel chico. 

 

¿Cómo lo haría? 

 

No sabia muy bien si podía quedarse embarazada, así que descarto el coño. El culo no tenía intención de estrenarlo todavía, así que eso le dejaba una opción. 

 

Hizo que el chico volviera a levantarse y, arrodillados ante él, volvió a meterse aquella tranca en la boca. Pudo notar el sabor de su sexo, pero no le desagradaba en absoluto. 

 

– ¡Correte! –  Le ordenó. Y en unos segundos una marea de semen llenó su boca y su garganta. 

 

Mientras eyaculaba, Diana vivió como si fuese él la intensidad de su orgasmo, haciendo que se corriera nuevamente. 

 

 

 

“Vivir el sexo por partida doble es maravilloso” Pensó, entre los estertores de su orgasmo. 

 

Se notaba que el chico había estado aguantando debido a la gran cantidad que eyaculó. Diana no fue capaz de mantenerlo todo en su boca escupiendo parte al suelo. Mientras se tragaba lo que había quedado en su boca, notó como si su cuerpo se inflamaba de vitalidad, se sentía mejor que nunca. De nuevo sintió su mente clara y despejada, como la había sentido en su primera masturbacion. 

 

Se apartó del chico y se incorporó. 

 

– Vamos, vístete. – Le dijo. 

 

Héctor, boquiabierto y extasiado todavía, acabó la orden, viendo como aquella mujer que parecía una diosa hacia lo propio. 

 

Se montaron en el coche y no cruzaron palabra. Diana le llevó a donde estaban sus amigos y, para despedirse, le enseñó el tanga que no se había puesto y se lo metió en uno de los bolsillos. 

 

– Para que te acuerdes de esta noche. – Dijo dándole un beso húmedo en la boca. 

 

– ¿N-Nos volveremos a ver? – Balbuceó Héctor. 

 

– Todo llegará… 

 

El chico salió del coche y al verle, sus amigos se acercaron para ver donde había estado. Diana se asustó, no quería volver a perder la cabeza como antes, con tanta mente revoloteando en su cabeza, pero esta vez fue distinto… Todo estaba claro, podía distinguir perfectamente una mente de otra, todos los sentimientos, todos los recuerdos eran completamente independientes unos de otros… Entonces comenzó a atar cabos sobre la naturaleza de sus poderes… 

 

Eliminó todo recuerdo de ella de la mente de los chicos, excepto de Héctor, aunque no le permitió hablar de ello, arrancó el coche y se dirigió a su apartamento, satisfecha de como se estaban desarrollando las cosas.

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