JANE I


Al salir del tren ni siquiera el intenso sol ecuatorial que caía  de plano sobre la chapa de zinc  que cubría el techo de la estación de Kampala, le obligó a cambiar su sonrisa de satisfacción. Lo había conseguido. En el momento en que se enteró de que su padre y su prometido iban de safari a Uganda comenzó una operación de acoso con el objetivo de acompañarles.

 Jane era la hija única del Conde de Lansing, pelirroja menuda y de tez pálida, a primera vista parecía la típica damisela  frágil y sensible pero la pérdida de su madre a temprana edad le había convertido en una mujer atrevida e independiente. Su padre  le había proporcionado una educación esmerada, pero incapaz de negarle nada,  también le había permitido dar clases de equitación, tiro, esgrima e incluso una exótica arte marcial que le enseñaba un viejo criado chino.  Primero lo pidió educadamente, más tarde lo suplicó y ante la severa negativa de ambos tuvo que recurrir al chantaje; Cuando una semana antes de partir les amenazó con romper el compromiso con Patrick, conscientes de que Jane nunca desafiaba  en vano, tuvieron que rendirse e incluirla en el peligroso viaje.

La noche en que   embarcaron rumbo a Suez, Patrick hizo un último intento de disuadirla. Con su ropa de viaje echa a medida, su fino bigote y sus ojos grises muertos de preocupación por ella, estuvo a punto de convencerla de que se quedara, pero el deseo de correr una última aventura antes de casarse y sentar la cabeza fue más fuerte y se mantuvo firme. Con un “no me pasará nada” y un largo beso a hurtadillas zanjó el asunto y se dirigió a la pasarela del paquebote con paso  firme y sin mirar atrás.

-¡Que calor más terrible! –dijo Mili, su doncella, mientras abría la sombrilla blanca de encaje sobre la cabeza de Jane.

-Vamos Mili no seas quejica, -replicó Jane con su ojos verdes brillando de emoción –ésta va a ser una aventura que no olvidaremos en nuestra vida.

Jane se giró y admiró la multitud de gente de color que se agolpaba a las puertas de los vagones de tercera clase cargados con todo tipo de mercancías desde cabras vivas hasta  tejidos y cuentas de colores. Sus ropas eran sencillas pero de colores vivos y casi todos llevaban anillos brazaletes y pendientes  extravagantes de cualquier material. Su padre la sacó del trance fascinado en el que estaba suspendida y con un ligero tirón le guio fuera de la estación.

A la puerta del desvencijado edificio les esperaba la calesa de Lord Farquar, su anfitrión, un viejo amigo, compañero de su padre en el ejército que tenía una finca a pocas millas de Kampala. Jane y su padre se sentaron a un lado y Patrick en el otro mientras Mili iba sentanda en el pescante cotorreando sin parar con el adusto cochero negro. Estaban al final de la estación seca, el mejor momento para cazar en la sabana ya que los animales se reunían cerca de las fuentes de agua y era más fácil localizarlos. La hierba estaba agostada y el calor hacia que el aire caliente subiese creando torbellinos de polvo y espejismos. Los únicos animales que logró ver fueron una pareja de chacales y un pequeño grupo de gacelas de Thompson que intentaban extraer un poco de comida de aquella desierta extensión.

Nunca se cansaba de mirarla, sabía perfectamente que Jane, debido a su fama de díscola e independiente no había tenido muchos pretendientes, pero cuando descubrió que su interés era correspondido se sintió el hombre más afortunado del mundo. Su piel pálida y suave, su pelo rojo y espeso, suavemente rizado y su figura atlética aunque no carente de curvas a pesar de su baja estatura le volvían loco. Cada vez que podían se escabullían de la vigilante mirada de su futuro suegro para robarse un beso y tenía que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no arrancarle la ropa y hacerla el amor salvajemente. El calor intenso del mediodía le había provocado un intenso rubor en las mejillas que la hacía aún más adorable a sus ojos.

-Vamos Patrick, no seas necio, tienes un paisaje espectacular a tu alrededor y te dedicas a mírame embobado como si no hubiese nada más en el mundo.

-Querida, no hay nada en este mundo que pueda superarte en belleza. –replicó Patrick satisfecho al ver cómo se intensificaba el rubor de Jane en sus mejillas.

-Afortunadamente pronto estaremos entre fieras salvajes y me quitaras el ojo de encima o morirás arañado, mascado, vapuleado, pisoteado… -dijo ella maliciosamente.

-Tan serena y apaciguadora como siempre hija –dijo su padre intentando cortar la conversación. –no sabes lo que me costó convencerle para que viniese de cacería, así que deja de amedrentarlo. Aquí los únicos que van a morir son las fieras que nos aguardan ahí fuera.

La Mansión de Lord Farquar era pequeña pero no le faltaba ninguna comodidad. Incluso tenía un amplio jardín y un laberinto hecho con arbustos locales que no tenía nada que envidiar a cualquier otro de Europa, si no te acercabas al follaje erizado de unas espinas largas y muy agudas.

Lord Farquar les recibió a la puerta de su hogar. Tenía la misma edad de su padre,  pero el rigor de la vida en los trópicos había pasado factura, se le veía demasiado delgado y su cara estaba amarillenta y  surcada de arrugas. A pesar de todo se mostró  encantado de recibirles y estrecho efusivamente la mano de los dos hombres.

-¡Querido amigo! No te imaginas las ganas que tenía de verte. –dijo lord Farquar. –cuando respondiste positivamente a mi invitación me  hiciste un hombre feliz. Pero pasad, por favor  ahí fuera no se puede aguantar ni dos minutos. Tenéis que contarme todas las noticias de Londres. Los periódicos llegan aquí sin demasiada regularidad, las ultimas noticias que tengo son de hace más de dos meses.

-¡Oh! Me temo Henry, que vivo semirretirado en el campo, apenas voy por la capital si no es por asuntos de negocios y de política me temo que estoy igual de mal informado que tú.

-¿Y quién es esta bella dama que os acompaña? –pregunto interesado el hombre a la vez que besaba la mano de Jane.

-Es mi hija Jane, lamento no haberte avisado de su llegada, pero fue una incorporación de última hora y me temo que no tuvimos tiempo de avisarte.

-Tonterías Avery, hay sitio de sobra en la casa, le diré al  mayordomo que prepare otra habitación más mientras tomáis un refrigerio, el viaje ha debido ser agotador.

-Si te soy sincero –dijo su padre – hacía tiempo que no tenía uno tan malo, tuvimos temporal en el Atlántico, las olas en Gibraltar eran del tamaño de montañas y en Eritrea tuvimos que rechazar un ataque de piratas. Y finalmente el viaje desde Mombasa en tren fue lento, caluroso y apretado. Afortunadamente  hicimos casi todo el trayecto  de noche y dormimos una buena parte del viaje.

Mientras su padre y su anfitrión seguían charlando y poniéndose a l día Jane y Patrick les siguieron haciendo manitas al interior de la casa. El hogar de Lord Farquar era una incongruente mezcla de recargados muebles victorianos traídos de Europa a precio de oro, armas indígenas y trofeos de caza. El ambiente en el interior era oscuro y fresco  y  en el centro del comedor una mesa les esperaba con emparedados, leche fresca, frutas y verduras exóticas.

Hasta que no probó el primer bocado no se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. Henry les sirvió vino a los hombres y limonada para Jane sin dejar de hablar nada más que para picar algún que otro minúsculo bocado.

Una vez terminaron, el mayordomo indio de Lord Farquar se presentó para avisarles de que las habitaciones estaban listas. Lord Farquar les dejó tomar posesión de sus habitaciones y refrescarse un poco antes de la cena, cosa que los tres agradecieron. La habitación de Jane no era muy grande pero estaba lujosamente amueblada, la cama era enorme, de madera de nogal y tenía un recargado dosel del que colgaba la imprescindible mosquitera. Un pesado armario, un espejo de cuerpo entero, un sencillo tocador y una butaca de bambú  completaban el mobiliario. Jane se tumbó vestida sobre la cama e inmediatamente se quedó dormida.

Un suave toque a la puerta le despertó indicándole que era la hora de cenar. Apresuradamente se refrescó un poco la cara y las manos con el agua que había en el tocador y se cambió el sencillo vestido de viaje por un vestido de noche color vainilla más apropiado para la ocasión.

Lord Farquar había invitado a varios vecinos, así que lo que Jane creyó que iba a ser una cena más o menos informal, se convirtió en un banquete con más de cuarenta invitados. Todos se mostraron encantados de tener alguien nuevo con quien charlar, las mujeres se mostraron especialmente interesadas en el vestido de Jane y en las novedades que venían de París.

Durante la cena se sentaron al lado de los Swarkopf un joven y simpático  matrimonio alemán que había comprado una propiedad al este de allí. Comieron cebra, pintada, mijo y tortas de maíz y bebieron vino francés de la bodega de Lord Farquar. Cuando terminaron se dirigieron al salón y al ritmo de un cuarteto de nativos que evidentemente hacían lo que podían se pusieron a bailar.

Jane procuró no impacientarse demasiado y atendió todas las invitaciones a pesar de que era con Patrick con la única persona con la que quería bailar. Cuando por fin lograron bailar juntos lo abrazó y colocando su cabeza sobre el amplio pecho de Patrick se dejó llevar por la música con un suspiro de satisfacción.

-¡Oh Dios! –Susurró Jane –estaba deseando abrazarte.  Esto de estar a tres metros de ti y no poder ni tocarte es una tortura.

-Tranquila, dentro de tres meses podrás hacerlo todo lo que quieras… y más que eso –respondió él con una sonrisa pícara.

Cuando levantaron la cabeza se dieron cuenta de que la música había terminado y todo el mundo les estaba mirando divertidos. Antes de que la situación se volviese incómoda Max Swarpkof levanto la copa y brindo por los novios desencadenando el júbilo general.

-Bueno señores, –dijo Henry sustituyendo a la pareja como centro de atención –siento mucho tener que interrumpir esta maravillosa velada pero la temporada de las lluvias se nos echa encima y me temo que nuestros invitados necesitan descansar si queremos salir de caza mañana mismo. ¡Un último brindis por los novios!

El calor de la noche ecuatorial y la excitación que le había producido la cercanía de Patrick en el baile no le dejaban dormir. Llevaba más de una hora dando vueltas bajo la mosquitera, insomne, pensando en su futuro con Patrick. Se incorporó  y encendió la lámpara de petróleo que tenía en la mesita. Su rostro se reflejó en el espejo captando su atención. Se levantó y se miró de cuerpo entero. El fino tejido del camisón le permitía atisbar sus pechos del tamaño de pomelos, su figura delgada y sus caderas rotundas. Estaba un poco preocupada, no sabía mucho de los hombres, Patrick había sido su primer y único novio. – ¿Y si no le gusto? –pensó Jane dándose la vuelta sin dejar de mirarse al espejo. Con un gesto de disgusto se arremango un poco el bajo del camisón dejando a la vista sus piernas firmes y atléticas y su culito, blanco y respingón.

En ese momento  la mujer del otro lado del espejo le devolvió una mirada decidida. Esa misma noche iba a empezar el safari.

Cogió su ligera bata de seda a juego con el camisón y descalza salió en total silencio de la habitación. El primer problema era que no sabía cuál era la habitación de su trofeo, así que tendría que explorar la zona.

El pasillo estaba oscuro y silencioso. Jane se movía como una gata tratando de no hacer ningún ruido, cada vez que una de las viejas tablas del suelo crujía se le cortaba la respiración y el corazón amenazaba con escapársele del pecho. En esa ala había otras tres habitaciones. La del fondo, con una gigantesca y recargada puerta de doble hoja la desechó inmediatamente, tenía que ser la de Lord Farquar. No le hizo falta acercarse mucho a la siguiente puerta de la derecha para identificar los sonidos que provenían de ella como los rugidos de un león particularmente grande o más seguramente los ronquidos de su padre. Siguió a la siguiente habitación y al no oír nada abrió la puerta con mucho cuidado para descubrir… que estaba totalmente vacía. Deshizo sus pasos y se dirigió a la izquierda, un crujido particularmente fuerte la obligó a paralizarse y a aguzar el oído, tras unos segundos de silencio continuó su avance hasta llegar a otra puerta, pegó el oído a la madera y le pareció escuchar algo aunque no estaba segura. La abrió ligeramente y el inconfundible aroma del tabaco egipcio de Patrick la invadió trasladándole unas pocas horas en el tiempo, a los brazos de su novio durante el baile de esa misma noche.

Excitada por el triunfo, se quitó la bata y a la luz de la luna que se colaba por la ventana abierta de par en par se acercó en camisón a la cama donde yacía ajeno a su presencia su futuro esposo. Jane apartó la mosquitera y subiéndose a la cama dónde Patrick yacía semidesnudo rozó sus labios. Patrick abrió los ojos ligeramente en la penumbra simulando estar dormido:

-Mili, ahora no…

-¿Qué demonios? -Dijo Jane  separándose sobresaltada.

-Has picado –dijo Patrick divertido –Estaba despierto leyendo cuando te he oído zascandilear por el pasillo, he apagado la luz y he esperado al acecho.

-¿Cómo sabías que era yo?

-Nadie es capaz de moverse con esa gracia y en casi total silencio, no había ninguna duda. Además nadie aparte de ti tenía motivo para moverse a hurtadillas por la casa.

-Salvo Mili…

-Muy graciosa, el caso es que la astuta cazadora ha sido sorprendida por su presa. –dijo Patrick besando sus labios suavemente.

-Mierda –dijo Jane contrariada –espero ser un poco mejor con los búfalos, si no estoy arreglada.

-¿Por qué has venido? –Le preguntó Patrick –a estas horas deberías estar durmiendo.

-No puedo, estoy nerviosa.

-¿Por el safari?

-Y por otras cosas. Por ti, por la boda.

-¿Has cambiado de opinión con respecto a nuestro enlace? –Preguntó Patrick temeroso.

-No, no es eso. Te amo, pero he leído libros, ya sabes, de ese tipo, a escondidas en casa de mi padre y sé que los hombres le dais mucha importancia a la belleza de una mujer…

-No sólo a eso –le interrumpió Patrick.

-Lo sé,  pero no puedo esperar a la boda para saber si te gusta mi cuerpo –dijo ella quitándose el camisón con un rápido movimiento.

Patrick se quedó helado mirando el cuerpo perfecto de Jane brillando a la luz de la luna como si fuera alabastro. Por unos segundos no supo que hacer aparte de abrir la boca extasiado admirando los pechos firmes con los pezones rosados y erectos por la excitación, su abdomen plano y su pubis rojo como la boca de un volcán en erupción.

-¿No dices nada? –dijo ella malinterpretando la estupefacción de Patrick.

-Eres la mujer más preciosa que he visto en mi vida. ¿Cómo voy a ser capaz de no volverme loco hasta el día de la boda con esta imagen grabada a fuego en mi retina, repitiéndose hora tras hora? Mi amor, esto es muy cruel.

-No tienes por qué esperar hasta la boda –dijo Jane apremiada por el hormigueo y las humedades que comenzaban a invadir su ingle.

-No debemos…

-Vamos Patrick, tienes casi treinta años, estoy segura de que no soy la primera mujer con la que yaces, aunque si espero ser la última así que, supongo que sabrás que hay formas de hacerme el amor sin que yo pierda mi virtud. –dijo ella besándole apasionadamente.

Patrick se rindió y respondió al beso abrazando su espalda desnuda. Estaba caliente y ligeramente sudorosa, Jane se movió y se sentó sobre los muslos de Patrick exhalando un ligero gemido.  Patrick movió sus manos espalda abajo y tanteó su culo como había hecho otras veces solo que esta vez sin cuatro capas de tejido por el medio. Lo estrujó con fuerza y aprovechó para acercar un poco más el cuerpo de Jane hacia él hasta que el pubis de Jane estuvo encima de sus calzoncillos groseramente abultados por su erección.

Jane deshizo su beso  y se irguió excitada dejando sus pechos a la altura de la cara de su novio. Patrick cogió uno de ellos con una mano y acariciándolo con suavidad se lo llevo a la boca. Jane sintió un placer nunca experimentado cuando Patrick comenzó a darle lametones y sonoros chupetones a sus pechos. Mientras, ella frotaba su sexo con fuerza contra el bulto que sobresalía en los calzoncillos de Patrick.

Pasaron unos momentos y Jane se apartó jadeando. Armándose de valor se agachó sobre la entrepierna de Patrick dispuesta a hacer lo que había visto en las láminas de aquel libro escrito en sánscrito que su padre había traído de la India.

Al apartar el calzoncillo no pudo evitar comparar el pene de Patrick con el de las ilustraciones. Parecía igual de grande pero tenía un poco de piel suelta rodeando el extremo y estaba ligeramente curvado hacia arriba. Una gruesa vena palpitaba en la parte superior.

Jane lo cogió y se lo metió en la boca imitando a la muchacha del libro. Se la intentó meter entera  pero se atragantó y tosió. Patrick suspirando de placer la cogió por la melena y le indicó como hacerlo para que ella estuviese cómoda y el disfrutase más.

En pocos instantes Jane ya sabía lo que le gustaba y subía y bajaba por aquella estaca húmeda y caliente, lamiendo y mordisqueando,  arrancando a Patrick roncos gemidos de placer.

Dándose un respiro, Patrick apartó a Jane y la tumbó boca arriba abriéndole las piernas. Jane esperaba expectante con su coño aún virgen las caricias de Patrick. Patrick no se dirigió directamente hacia él sino que se dedicó a besar y mordisquear sus piernas y el interior de sus muslos volviéndola loca de deseo.

Cuando finalmente le envolvió el sexo con la boca, los labios y la lengua experta de Patrick no necesitaron las indicaciones de la joven y la obligaron a doblar su cuerpo con el placer. En ese momento Patrick se giró y poniendo las piernas a ambos lados de la joven dejó su polla a la altura de los labios de Jane sin dejar de explorar su sexo con manos y boca.

Jane cogió el pene con sus manos, lo metió en su boca y comenzó a chupársela. La sensación de tener su coño en la boca de Patrick y la polla de él en su boca empujando y entrando hasta su garganta fue más de lo que pudo resistir y se corrió con un fuerte gemido que afortunadamente quedó enmascarado por las risas de las hienas.

Una vez recuperada salió de debajo de Patrick y  siguió chupando su miembro   hasta que este se corrió soltando varios gruesos chorreones de semen sobre los pechos de Jane.

-¿Te he gustado? –preguntó Jane aún estremecida por el orgasmo mientras jugaba con el esperma que  bañaba sus pechos.

-Sí mucho. Te amo Jane. –dijo él limpiando el pecho de Jane delicadamente con una camisa sucia.

Afortunadamente un primer rayo de sol cayó sobre ellos y despertó a Jane con el tiempo justo  de escurrirse a su habitación sin llamar la atención de nadie.

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