Capítulo 29. Amor griego.

La tempestad se hizo eterna, pero finalmente terminó y el barco pudo abandonar al mediodía el refugio de la ensenada para dirigirse a la costa este del islote. Tardaron menos de veinte minutos. Todos estaban ansiosos y expectantes. Todos podían sentir lo cerca que estaban de su objetivo y no podían contener su nerviosismo. El yate ancló a unos cien metros de la costa y bajaron un par de Zodiacs. En la primera iba Arabela, Hércules y los doctores Prados y Kovacs y en la otra iba un equipo de apoyo con trajes de buceo por si fuese necesario sumergirse.

El tubo de lava estaba oculto tras un pequeño laberinto de escollos que lo ocultaba de miradas curiosas. Era de unas dimensiones discretas y estaba inundado en sus tres cuartas partes de forma que apenas un metro de la boca sobresalía del nivel del agua de la marea baja. Conscientes de que tenían poco tiempo hasta que el canal se inundara de nuevo, se internaron en el tubo. Hércules tuvo que agacharse para no tocar con el duro basalto que forraba el pasadizo. Las dos lanchas avanzaban lentamente con los focos iluminando hacia adelante, previniendo la aparición de obstáculos.

—Justo como decía Crotón en su poema. —dijo Bela al acabarse el tubo de lava y penetrar en una espaciosa caverna.

La cueva era de enormes dimensiones Tenía unos veinte metros de alto y un diámetro de al menos cien. La luz penetraba en diversas grietas que se podían ver en el techo. Hércules no tenía ni puñetera idea de cómo se podía haber formado aquella cámara en una isla volcánica. No era un especialista en la materia, pero dudaba que ningún geólogo en todo el mundo tuviese alguna teoría que pudiese explicar la formación de aquel majestuoso lugar.

Las lanchas atracaron en el único lugar que no estaba inundado y Arabela fue la primera en poner el pie en el suelo pedregoso. Observó con aire emocionado la inmensa laguna de agua salada que dominaba la casi total extensión de la cueva. Solo el lugar donde estaban, una faja de terreno desigual de cincuenta metros de largo por menos de veinte de ancho emergía de las quietas aguas. Se acercó a la pared de la cueva y acarició el duro basalto casi con sensualidad preguntándole dónde escondía su secreto.

Sin pararse más tiempo prepararon los trajes de buceo mientras Hércules observaba el muro de basalto con atención. En sus cincuenta metros de longitud era casi perfectamente liso salvo una pequeña ranura de un par de centímetros que había en el extremo oeste. Iba a observarla con detenimiento cuando Arabela le llamó para que se pusiese el equipo y se sumergiese con ella.

El agua era de un tono verdoso y era sorprendentemente cálida. Debía haber manantiales termales en el fondo. La profundidad era de apenas unos quince metros y el fondo estaba formado por enormes bloques de basalto cubiertos por una fina capa de limo y detritus. Bancos de pequeños pececillos evolucionaban a su alrededor y se acercaban a los haces de las linternas, provocando extraños reflejos con sus vivos colores. Hércules se acercó a Arabela y rozó su pierna con uno de sus dedos. La mujer se estremeció, pero por señas le dijo que se dejase de tonterías y siguiese explorando el lugar.

Tras poco más de dos horas el nivel de oxígeno estaba bajando y se vieron obligados a volver a la orilla. Otra pareja les sustituyó internándose en las verdosas aguas.

Hércules se sentó en la orilla dando la espalda a la ranura. Estaba seguro de que aquella rendija era la clave para descubrir la caja, pero no estaba seguro de querer decírselo a Arabela. Estaba en un dilema; dejar que Arabela la descubriese o dejar que buscase inútilmente y arriesgarse a que cualquier imbécil la descubriese por casualidad.

Durante media hora estuvo debatiéndose, pero al final llegó a la conclusión de que su misión era recuperar la caja de Pandora no impedir que Arabela la encontrara. Sabía perfectamente que ninguna de aquellas personas podía impedir que se apoderase de la caja por las buenas o por las malas.

Se levantó del suelo dejando a Arabela haciendo ejercicios respiratorios, preparándose para las siguiente inmersión y fingió observar atentamente la pared aunque sabía perfectamente a dónde se dirigía.

—¡Eh! Mirad esto. —exclamó Hércules acercándose a la ranura.

En un instante todos se habían olvidado de los buceadores y estaban observando la estrecha ranura en la lisa pared de basalto.

—Una caverna con una laguna… ¿Dónde he leído algo parecido? —se preguntó el Doctor Kovacs con sorna.

En ese momento a todos les vino a la mente la imagen de Caronte atravesando con su barca las almas perdidas en la laguna Estigia.

—¡Una moneda! —gritó Arabela llevada por el entusiasmo— La moneda que permitía a las almas llegar a los dominios de Hades. ¡Es como la maquina dispensadora de Herón en el templo de Zeus!

Alguien le dejó una moneda de un euro a Arabela que respiró hondo y la dejó caer en la ranura. Escucharon con expectación el ruido que producían una serie de mecanismos moviendose durante unos segundos, aunque al final se oyó un golpe sordo y a continuación no paso nada.

—¿Qué demonios? —exclamó Bela contrariada.

—Quizás sea la moneda equivocada. —se aventuró a decir Hércules.

—Cojonudo. —dijo el Doctor Kovacs— ¿Alguien tiene un óbolo a mano?

Tímidamente, entre el contrariado grupo, Pili una de las becarias encargadas del equipo de submarinismo, se adelantó mostrando un llavero.

Todos se quedaron un instante petrificados mirando la antigua moneda colgando de una fina cadenilla de plata.

—La compre hace años en un viaje de Erasmus. —dijo la jovencita alargamdo a Hércules el llavero.

Hércules lo cogió con delicadeza y golpeándolo con un cuchillo, cortó la endeble cadenilla. Le dio los restos del llavero a Pili y la moneda a Arabela. El óbolo desapareció en la ranura y esta vez los golpes terminaron en el inconfundible ruido de una cadena y del agua corriendo en una especie de torrente.

Inmediatamente el nivel de la laguna empezó a bajar, a la vez que subía un muro de piedra que contenía el agua procedente del tubo de lava y emergía un estrecho pasadizo que llevaba a un promontorio de la pared opuesta. Arabela se internó en el pasadizo seguida por Hércules mientras los buzos se quitaban las máscaras y se dirigían a la orilla con el agua por las rodillas.

Cuando llegaron al promontorio no se entretuvieron mucho. Arabela parecía saber lo que tenía que hacer y no se demoró mucho. En pocos segundos había abierto una estrecha puerta que daba una pequeña cámara apenas iluminada por los débiles haces de las linternas.

En una peana había una pequeña caja de terracota finamente decorada con motivos florales. En medio de los flashes del Doctor Kovacs que no paraba de hacer fotografías de la cámara y la caja, Arabela se acercó y la cogió entre sus manos, con Hércules a su lado preparado para arrebatársela si amenazaba con abrirla. No ocurrió así. La mujer la metió en un contenedor especialmente diseñado antes de volver a salir por el estrecho pasadizo.

Al cerrarse la puerta de la pequeña cámara, el muro que contenía el mar fue bajando de nuevo dejando que el nivel de la laguna volviese a aumentar poco a poco, permitiendo al trió llegar a la orilla justo antes de que el pasadizo quedase bajo el nivel de las aguas.

Arabela puso la caja sobre la mesita de su camarote y los dos la observaron. Era pequeña y aparentemente no tenía ningún cierre. Los relieves era pequeños y coloridos, de una delicada factura. Arabela acarició la tapa con suavidad.

—No puedo esperar para abrirla. Debería hacerlo ahora mismo.

—No. —replicó Hércules posando una mano sobre la de la mujer— Es tu momento de triunfo. Todo el mundo debe ser testigo.

Arabela apartó su mirada de la caja y sus ojos verdes se fijaron en Hércules. El calor y la suavidad de sus manos se expandieron por su cuerpo provocando una placentera sensación. Hércules notó la excitación de la mujer y lo aprovechó para desviar su atención de la caja.

La besó y cogiéndola en brazos se la llevó a la habitación. Arabela se dejó llevar y apoyó su cabeza en el pecho del hombre, escuchando su corazón latir fuerte y apresurado por la pasión.

La depositó sobre la cama y se tumbó sobre ella. La mujer soltó un corto suspiro. Le encantaba estar bajo él, dejarse dominar por su envergadura y sentir el peso de su cuerpo. Hércules volvió a besarla. Sus lenguas se entrelazaron y lucharon, intercambiaron saliva y se separaron para coger aire y volver al ataque una y otra vez. Tras lo que le pareció una eternidad sus labios se separaron y él tiró de su camisón hacia abajo mientras besaba su cuello y sus hombros.

Apartando su cabello enterró la cara entre sus pechos y los lamió y los besó con avaricia. Los pezones de Arabela se hincharon y él los envolvió con su boca chupándolos con fuerza, haciendo que se retorciera de placer.

Bela gimió al sentir la lengua de su joven amante recorrer sus costillas y su vientre, juguetear con los pelos que cubrían su pubis y acabar acariciando los labios de su vulva.

Los labios se hincharon y se abrieron ante sus ojos, la pálida piel de la zona se puso rosada haciendo que su sexo semejase aun más a una delicada flor. Acercó de nuevo sus labios y rozó su clítoris con la delicadeza con la que una abeja libaría el néctar de una flor.

Arabela soltó un gemido y todo su cuerpo se crispó. Estaba tan excitada que cualquier roce era una deliciosa tortura. Abrió las piernas e intentó apretar a Hércules contra ella, pero él no la dejó y siguió torturándola. Recorriendo su sexo de arriba abajo mordisqueando el interior de sus muslos y obligándola a suplicar.

Finalmente cuando ella creyó que iba a reventar de deseo se lanzó sobre ella chupando y lamiendo con intensidad, golpeando su clítoris con violencia y penetrando apresuradamente en su encharcado sexo con sus dedos. Cuando notó que estaba a punto de correrse retiró los dedos y dando la vuelta a Arabela y poniéndole el culo en pompa, comenzó a tocar suavemente la abertura de su ano con la punta de la lengua. La millonaria jamás había dejado que nadie hurgara en su puerta trasera, pero la excitación y la confianza que tenía en su joven amante hicieron que se dejase someter si una protesta.

Hércules empapó dos de sus dedos en los abundantes flujos de la mujer para luego introducirlos en su ano.

—No seas brusco por favor nunca…

—Así que eres virgen. —le interrumpió Hércules penetrando más profundamente con sus dedos y abriéndolos para ensanchar un poco más la abertura.

Arabela soltó un quedo quejido, pero le dejó hacer a Hércules que siguió moviendo con suavidad sus dedos a la vez que con la mano libre la masturbaba. El esfínter se fue relajando poco a poco hasta que creyó que ya era suficiente. Retirando los dedos se escupió la polla y apretando con suavidad se la fue introduciendo poco a poco hasta tenerla totalmente enterrada en su culo.

Arabela soltó un prolongado quejido al notar como la polla penetraba arrasadora en sus entrañas. Mordió las sábanas para ahogar un nuevo grito de dolor y respiró superficialmente varias veces hasta que las caricias de Hércules suavizaron el escozor.

No sabía muy bien cómo, pero aquel joven adivinó cuando el dolor se había convertido en una leve incomodidad y comenzó a moverse con suavidad, sin apresurarse, dejando que fuese ella la que se acariciase el sexo con sus manos temblorosas.

Hércules se inclinó y le besó y le lamió la espalda antes de agarrarla por las caderas y aumentar el ritmo de sus empujones. Él gemía roncamente mientras ella soltaba cortos quejidos que trataba de ahogar para no atraer al resto de la tripulación a su camarote.

Tras un par de minutos la mujer comenzó a sentir como el placer se iba imponiendo poco a poco y los quejidos daban paso a gemidos de placer.

Hércules estaba disfrutando de verdad de aquel culo estrecho y cálido y empujaba con brío procurando que la mujer también disfrutase. Sus manos se desplazaron por la espalda de Arabela cubierta de sudor como el de una poderosa yegua alazana. Soltando un grito de triunfo se agarró a su melena en llamas y la penetró con todas sus fuerzas mientras ella retorcía las sabanas con sus manos y gemía ardiendo de placer.

Arabela se metió los dedos en el coño y se masturbó con violencia hasta que un fortísimo orgasmo la asaltó con una fuerza que paralizó hasta su respiración. Hércules siguió empujando unos segundos más antes de sacar la polla del culo de la mujer y correrse sobre su espalda. Gruesos chorros de su leche se mezclaron con su sudor cubriendo la espalda de la mujer mientras caía derrumbada gimiendo débilmente.

Con la polla aun palpitante Hércules acaricio el culo de la mujer, irritado, pero satisfecho y se tumbó a su lado, dejando que sintiese como su polla se iba encogiendo poco a poco.

Arabela se volvió y le miró, en sus ojos verdes como esmeraldas se podía adivinar el sometimiento y la adoración.

Hércules se sintió un traidor. Podía ver cómo aquella mujer se abría por primera vez sin reservas a un hombre y ese hombre la traicionaría acabando con su confianza en el sexo masculino para siempre. Estuvo a punto de contarle la verdad y pedirle que le entregase la caja, pero se jugaba demasiado. No tenía ninguna duda acerca de la naturaleza de la caja y lo que esta podía desencadenar. No tenía elección ¿O sí?

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

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alexblame@gmx.es

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