Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.

Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.

Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.

Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.

Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!

El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.

Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.

-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.

Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.

Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.

Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.

Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.

Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.

-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.

-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.

-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.

-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.

-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.

Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.

Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.

-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.

Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.

-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.

Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.

-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.

-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.

María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.

-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.

-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.

-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.

-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.

-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.

-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.

Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.

-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.

-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.

-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.

-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?

-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.

-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.

-¿Mariano? – le preguntó Jorge.

-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.

-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.

Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.

-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.

-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.

-Sí, no es nada. Es que…

-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.

-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.

María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.

-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.

-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.

María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.

Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.

Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.

-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.

-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.

-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.

-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.

Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.

Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.

Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.

-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.

-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…

-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.

-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…

-Lo sé, lo sé.

Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.

-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…

-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.

-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.

-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.

-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?

-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…

-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.

Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.

-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.

Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.

Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.

La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.

A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.

María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.

Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.

A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.

El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.

Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.

A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.

Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.

Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.

Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.

Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.

Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.

Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.

Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.

Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.

Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.

-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.

-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.

-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.

-Sí, te entiendo. Eres un cielo.

María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.

Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.

-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.

-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.

-¿En serio?

-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.

Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.

Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.

-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.

-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.

-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.

-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.

Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.

-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.

-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.

-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.

-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!

-Gracias – sonrió.

-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.

-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.

Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.

–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.

-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.

Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.

Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.

-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.

-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.

-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.

Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.

-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.

Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.

-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.

-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.

Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.

-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.

-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.

-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.

Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.

El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.

-¿Nos metemos? – propuso Jorge.

-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.

-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.

-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.

Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.

-¿No te metes? – se interesó Ramón.

-Es que no sé si me atrevo…

La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.

Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.

-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.

-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.

María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.

Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.

A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.

-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.

-No estoy de humor – le cortó secamente María.

-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.

-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.

En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.

-Iñaki, tengo un problema.

-¿Qué te pasa? – se preocupó.

Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?

-Me estoy meando – le soltó María a su novio.

-¿Y?

-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.

-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.

-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.

-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.

-No… – le puso cara de pena.

-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.

-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.

Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.

Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.

Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.

Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.

-¿Queréis algo para beber?

-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.

-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.

-No.

-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.

-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.

La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.

Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.

Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.

Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.

-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.

-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.

-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.

-Descuida – sonrió Inés.

Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.

-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.

-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.

Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.

Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.

-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.

-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.

María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.

-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.

Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.

María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.

-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.

-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.

María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.

Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.

-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.

-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.

María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.

-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.

-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.

-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.

-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.

-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.

-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.

-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…

Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.

El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.

-No tenemos papel.

-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.

María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.

Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.

-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.

-¡Sí, hombre! – se quejó ella.

-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.

Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.

-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.

Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.

-Yo no tengo sueño – se quejó María.

-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.

-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.

Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.

-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.

De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.

Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.

-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.

El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.

-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.

María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.

-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.

-Está bien – accedió divertida por aquella disección.

María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.

Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.

-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.

-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.

Entre risas, María siguió la broma:

-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.

Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.

-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.

-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?

-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.

Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.

Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.

-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.

A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.

El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.

Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.

María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.

-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.

-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?

-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.

Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.

Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.

Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.

Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.

Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.

Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.

María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.

Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.

María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.

Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.

Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.

-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.

Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.

El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.

Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.

-¿María?

La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.

-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.

Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.

-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.

Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.

Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.

-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.

-¿Perdona? – se hizo el despistado.

-¿Anoche la drogaste? – él se rió.

-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.

-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?

-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.

-¿Y fue todo bien? – se preocupó.

-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.

-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.

-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.

Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.

A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.

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