Domingo. 28 de Noviembre del 2010.
Acabo de encender el ordenador de mi cuarto y, obedeciendo al impulso, he decidido plasmar en mi diario los sucesos de la noche pasada.
Todavía no me lo creo. Aún alucino. Si alguien me lo cuenta, le llamo mentiroso, o me río en su cara.
Escribo esto, no porque necesite pruebas documentales para demostrar qué pasó, pues las tengo mucho mejores, aunque luego volveré a eso.
Escribo como lo hago siempre, para plasmar mis pensamientos, mis sensaciones, mis experiencias… escribo… porque me gusta hacerlo.
Menuda mierda de prólogo. Espero que nadie lo lea. Pero, ¿quién coño lo va a leer, si esto sólo existe en mi ordenador? No creo que ningún hacker a lo Lisbeth Salander se interese en colarse en mi PC para leer sobre mis experiencias sexuales.
Es mucho mejor la versión en película…
Madre mía, qué facilidad tengo para divagar. Para alguien que sueña con ser algún día un periodista (o escritor), es un auténtico problema. Pero paso de corregir el texto. Estoy escribiendo tal y como lo siento. Para mí.
Pero bueno, centrémonos. Pongamos orden. Por el principio.
Mi nombre es Aaron. Nombre judío. No sé por qué coño me llamaron así, mi familia es católica. Supongo que a mi madre le gustó. Lo digo porque tiene mal gusto para todo, así que seguro que lo escogió ella.
Pero, ¿qué demonios estoy haciendo? ¿Para qué me presento? Si esto es mi diario. Ya sé quién soy.
Me tomo una pausa para reflexionar…
………………………..
Ha pasado una hora desde que dejé de escribir. He bajado a desayunar y me he encontrado con mi hermana Angie en el pasillo. Se ha quedado paralizada al verme. Por primera vez en años no ha encontrado ningún insulto o pulla que lanzarme y se ha refugiado en su dormitorio.
Supongo que sus amigas siguen durmiendo allí dentro. No me extraña. Anoche trasnocharon bastante, je, je.
Pero el tropezar con Angie me ha hecho comprender una cosa: me estaba mintiendo a mí mismo.
No escribo esto porque me guste. Lo hago porque deseo contar mi historia. Que otros la conozcan. Que me envidien como nunca antes me ha envidiado nadie. Quiero que conozcan mi vivencia.
Está decidido. Lo escribiré todo y lo subiré a alguna página de Internet. Para que la gente se entere….
Me he follado a mi hermana…
Y a sus amigas…
Y pienso seguir haciéndolo…
FIESTA DE PIJAMAS:
Me llamo Aaron. Los apellidos podéis inventároslos si queréis.
Para que esta historia tenga sentido es preciso hablaros un poco de mí… y de mi hermana.
Su nombre es Ángeles, aunque todo el mundo la llama Angie, hasta los profesores del instituto. Si alguien (normalmente yo) quiere cabrearla, basta con llamarla Ángeles, con lo que se agarra un mosqueo de mil pares de pelotas.
No sé qué coño se cree. Tiene el seso medio sorbido por toda la mierda de películas americanas truñacos que se traga. Le alucinan todas esas peliculillas de Hollywood para descerebrados, tipo “A por todas” y lo peor es que se cree que son verdad.
En el instituto tiene formada su pequeña pandilla de niñatas “cool” que se pavonean por los pasillos luciendo palmito. Tratan de imitar siempre lo que ven en esas pelis, ya sabéis, sólo se mezclan con gente “guay”, desprecian a los “cerebritos” y a las chicas que simplemente se comportan como lo que son: adolescentes.
Son tan gilipollas que llegaron incluso a pedirle al jefe de estudios presupuesto para montar un equipo de animadoras, o mejor dicho, de “cheerleaders”. Menos mal que el señor Franco (jodido el nombrecito) les dijo que el colegio a duras penas tenía dinero para comprar borradores, así que… desde entonces me cae mejor el tipo ese.
Hay que joderse, pedir pasta a un instituto en la España de la LOGSE. Hay que ser imbécil.
Eso sí, lo que tienen a su favor y el motivo principal de que se salgan siempre con la suya es bastante obvio… Están buenísimas.
Angie tiene 18 años, es rubia (de bote, pero teñida con buen gusto) y de ojos azules. Mide 1,70, 57kg y medidas 92, 60, 90. ¿Qué cómo lo sé con tanta exactitud? Porque hace tiempo que averigüé la clave de su ordenador y allí tiene un seguimiento de su peso y su masa corporal, con un plan de gimnasia detallado. Hay que reconocer que la tía se cuida.
Mis padres están muy orgullosos de ella, aunque sus notas no sean precisamente brillantes, pero no es muy alocado aventurar que, en esta perra vida, estando tan buena como está, le va a bastar y a sobrar para labrarse una buena carrera. No sé… quizás se folle a algún futbolista y luego saldrá por la tele contándolo. Sería muy propio de ella.
Sus mejores amigas son Maddie (Magdalena), Liz (Isabel) y Lluvia (sí, ésta se llama así, no es coña). Para resumir, podemos describirlas respectivamente como morena tetona, pelirroja tetona (operada) y rubia más plana en vías de operarse (aún no cuenta con el consentimiento paterno).
Angie es, sin duda, la líder del grupo y las otras la siguen como perrillos falderos. Van a todas partes juntas, hasta a cagar (suponiendo que estas niñas tan cool caguen, por supuesto, que a lo mejor no lo hacen).
En los círculos no guays del instituto, son conocidas como “El Clan de las Putas”, el “Círculo de las Guarras”, o “Ese montón de zorras que siempre van juntas”, según a quien le preguntes.
Y lo mejor es que esta fama parece ser bastante merecida. Según se dice, entre las cuatro se habían pasado por la piedra a prácticamente todos los machos alfa del instituto y de los alrededores y puede que a algún profesor. La verdad, hasta ayer creía que eran exageraciones. Ahora tengo mis dudas.
Yo, por mi parte, me mantengo en un discreto segundo plano. Paso olímpicamente de ella en el instituto, cosa que le parece genial, pues en todos los años que llevamos compartiendo centro, no me ha dirigido la palabra ni una sola vez.
Tanto como ella como yo preferimos que no se sepa que estamos emparentados, por razones bastante similares: los dos nos avergonzamos de quien nos ha tocado por hermano.
Esta relación la extendemos incluso al hogar… Nunca nos hemos llevado bien. De pequeños eran frecuentes las peleas, los descabezamientos de Barbies y las dobles fracturas de piernas de los Action Man. Y de mayores la cosa no mejoró.
Apenas nos hablamos, como no sea para meternos el uno con el otro o dejarnos en evidencia delante de nuestros padres. Cualquiera de los dos renunciaría con gusto a su paga semanal con tal de pillar al otro en un buen marrón que contarle a papá y mamá.
Por lo demás, soy en casi todo la antítesis de mi hermana. Tengo 15 tacos, soy bueno en los estudios, negado para los deportes y con las tías no me como un colín. No sé, no me considero feo, pero la verdad es que se me da fatal hablar con las chicas, me atranco y nunca sé qué decir.
He analizado en profundidad este fenómeno y he notado que tan sólo me sucede con las chicas a las que encuentro atractivas (aunque sea poco). Cuando hablo con los cardos borriqueros no me pasa, e incluso tengo bastante fama de ser simpático entre las chicas menos agraciadas de mi clase.
Con todo esto he llegado a la interesante conclusión de que soy un salido (cosa típica en alguien de mi edad) y cuando una chica me alborota las hormonas, me bloqueo. Seguro que muchos tíos saben de lo que estoy hablando, al menos mis amigos están bastante familiarizados con la situación.
Vaya, que nos pasamos la vida pensando en mujeres y basta el más mínimo revoloteo de una falda o el más ligero bamboleo de una teta dentro de una blusa para que nuestros sentidos se pongan alerta, la sangre se agolpe latiendo en nuestras sienes y ya no seamos capaces de nada más.
Y dicen que las mujeres son el sexo débil. Qué coño seré yo entonces…
Así que imagínense la situación. Un adolescente en plena efervescencia sexual, sin más alivio que el que le procuran sus dos amigas (la derecha y la izquierda, me refiero) compartiendo techo con una auténtica bomba sexual con la que se lleva a matar.
Diciendo esto quiero que comprendan que yo no miro ya a Angie como a mi hermana, sino como a una tía buena con la que convivo, sin que me unan a ella especiales sentimientos fraternales y sí unos intensos deseos de joderla (fastidiarla, quiero decir, aunque pensándolo bien, también me refiero al plano sexual).
Pues eso, que, como se habrán imaginado, en casa yo hacía todo lo posible por espiar disimuladamente a mi hermanita con objeto de obtener material para mis entretenimientos solitarios.
Lo malo del caso era que, en casa, mi hermana daba una imagen casi angelical frente a mis padres. He leído otros relatos de incesto en los que la chica se pasea por la casa ligera de ropa, la puerta del baño se queda entreabierta… no, no. En casa, Angie es un modelo de virtudes, la muy hipócrita.
Pero su hermanito es un salido muy inteligente… y con recursos.
Hace ya más de un año que comenzó mi “Operación Espionaje a la Zorra”, con un doble objetivo:

Obtener material incriminatorio frente a mis padres.
Obtener material para cascármela.

Lo típico, vaya.
La particular vida de mi familia me facilitó bastante el trabajo.
Vivimos en un chalet en una barriada acomodada de la ciudad, entre gente bien. Es una casita bastante confortable de dos plantas, estando los dormitorios en la superior. Arriba de todo hay una buhardilla, que hace unos años logré que mis padres consintieran en convertir en mi cuarto, donde puedo aislarme un poco de mi idílica familia.
Lo que era antes mi cuarto, que quedaba entre el de mis padres y el de mi hermana, se reformó, construyendo para cada dormitorio amplios vestidores (uno para mis padres y otro para Angie) y en el espacio que sobró, mi padre se hizo un pequeño estudio (es ingeniero técnico).
Es decir, que el dormitorio de mi hermana posee un armario vestidor bastante grande, con un montón de estantes a los lados y al fondo, colgadores para las prendas. Las puertas son de camarote de barco, es decir con celosías horizontales y en la parte superior, tiene una pequeña ventanita para la ventilación.
Esta descripción tan detallada tendrá su razón de ser más adelante.
Pues eso, como decía, la vida en mi casa era un tanto particular, mi padre se pasaba el día en el trabajo y mi madre, tres cuatros de lo mismo. Regentaba una boutique en el centro, de cierto éxito y clientela exclusiva. Ni que decir tiene que mi hermana pasaba por la tienda bastante a menudo, para pillarse ropa de marca a precio de saldo, mientras que yo, tenía que aguantar los reproches de mamá cuando me veía vestido con unos vaqueros viejos y mi camiseta de Linkin Park.
Y mi hermana tampoco pasaba mucho rato en casa, pues sus amigas no eran del barrio, así que prefería quedarse por las tardes a “estudiar” en casa de una amiga, o iba al gimnasio, o salía de compras… lo que fuera con tal de no quedarse encerrada “con el enano éste” como me llamaba cuando era especialmente cariñosa.
Retomando la “Operación Espionaje”, la verdad es que los inicios fueron bastante desoladores.
Al principio, bastante acojonado, me limité a hacer subrepticias fotos con el móvil del trasero de mi hermana cuando estaba de espaldas, disimulados vistazos por el canalillo de su blusa cuando se inclinaba estando yo cerca, o escondidísimas búsquedas entre la ropa sucia para poder echarle el guante a algún tanguita usado.
En todo este periodo no obtuve demasiado material, lo mejor fue una foto de mi hermana en bikini mientras tomaba el sol en la piscina que hay tras la casa y un vídeo corto de móvil enfocando sus piernas un día que la pillé subiendo por las escaleras vistiendo una minifalda tableada en el que casi, casi, llega a vérsele la ropa interior.
Una mierda vaya.
Pero, a medida que fui cogiendo experiencia en el campo del voyeurismo, mi aplomo aumentó considerablemente, aventurándome a emprender planes cada vez más sofisticados y arriesgados, pero con resultados mucho más satisfactorios.
Lo primero que hice fue hacerme con la clave de su ordenador. Esto no fue demasiado difícil. Bastó con un registro superficial de los cajones de su escritorio, aprovechando una de esas tardes en las que estaba solo en casa.
La encontré escrita en una agenda que guardaba por allí, con los teléfonos (según pude observar) de más de 50 tíos. Y no sólo obtuve esa clave, pues la muy estúpida había apuntado también la de su cuenta de correo, las de un par de redes sociales y un código de 4 dígitos que tiempo después averigüé era la clave de su tarjeta de crédito. Toma ya. No se le fueran a olvidar. Cágate lorito. Menuda gilipollas.
Con esa clave en mi poder, no tardé ni un minuto en meterme en su PC. Sabiendo que tenía toda la tarde por delante sin interferencias, pues Angie andaba de compras, me dediqué a explorar a fondo su disco duro, con el corazón latiéndome con fuerza ante la perspectiva de encontrar alguna foto “jugosa”.
Mi gozo en un pozo.
Por desgracia, lo único interesante que encontré fue una carpeta de fotos en las que aparecían Angie y sus amigas en bikini durante un viajecito a la costa que se habían pegado el verano anterior. En ellas salían también algunos chicos, pero ninguna era ni siquiera mínimamente incorrecta.
Yo esperaba hallar fotos de mi hermanita en bolas y follando con algunos de sus innumerables rolletes, pero nada de nada. A ver si iba a resultar que su fama de zorra era inmerecida.
En su correo, tuve un poco más de suerte. En la carpeta de mensajes enviados encontré numerosos mails subidos de tono que mi hermana había intercambiado con un buen número de varones, aunque la verdad, no me servían de mucho, pues no había fotos de ella.
En cambio, sí encontré varias carpetas en su correo, cada una con el nombre de un chico, que contenían mails en los que los tíos le enviaban a Angie fotos en pelotas. Fue un asco tener que mirar todas aquellas fotos de un montón de maromos exhibiendo erecciones frente a la cámara, pero claro, tenía que examinarlas para ver si mi hermanita aparecía en alguna.
Nada de nada.
Aquello no me servía de mucho, aunque las fotos y los mails al menos me confirmaron que mi hermana era en verdad una guarra. Y de las buenas. Eso sí, más lista de lo que yo esperaba, pues no guardaba nada comprometedor en su ordenador; los mails no me servían ni para chivarme a mis padres, pues de seguro a ellos les parecería mucho peor la violación de la intimidad de mi hermana que yo acababa de cometer que el que ella intercambiara correos un tanto subidos de tono con chicos o guardara fotos de tíos en pelotas.
Coño, si querían ver fotos porno, mejor que miraran en mi PC. Allí sí que iban a encontrar toneladas de información.
Pero bueno, la tarde no fue del todo infructuosa, pues me dio acceso a su agenda de actividades (la chica gustaba de programar su tiempo y lo guardaba en el ordenador) y a su correo.
Ya se me ocurriría algo.
Unos días después, aprovechando otra tarde de soledad en casa, regresé al cuarto de Angie, estudiando su configuración del dormitorio para ver si había modo de obtener alguna imagen jugosa.
Mi idea era, obviamente, hacer como el resto de salidos de Internet y esconder mi cámara de vídeo (digital, pequeñita y de muy buena resolución) en algún sitio de la habitación, desde donde pudiera obtener buenos planos y el riesgo de que la descubrieran fuera mínimo.
Mi deseo era ocultarla en el baño del dormitorio, para poder grabar a Angie mientras se bañaba, pero era imposible, pues la cámara, aunque pequeña, hubiera destacado un montón. Si hubiera habido un modo de entrar para colocarla y volver para recuperarla rápidamente sin que Angie me pillara, quizás me hubiera arriesgado, pero aquel baño era sólo para ella, con lo que la cosa no pintaba bien.
En el dormitorio había más posibilidades. Estuve efectuando pruebas de grabación en diferentes escondites, bajo la cama, entre un montón de peluches que ella jamás tocaba, en la estantería donde se amontonaban libros que tocaba todavía menos… pero ninguno me satisfacía, pues bastaría un vistazo atento para descubrir la cámara, con lo que me vería obligado a pedir asilo político en Hungría.
Entonces me fijé en el armario vestidor. Al principio, no veía buenas posibilidades, pues, aunque el sitio era muy seguro, con aquellas estanterías abarrotadas de prendas, sólo podría grabar algo si ella tenía la puerta abierta.
Sin embargo, al examinarlo por dentro, me fijé en la abertura de ventilación de la parte superior de la puerta. Quedaba casi a la misma altura del último estante de todos, que estaba tan alto que, para llegar al mismo, había que usar una pequeña escalera portátil de 3 peldaños que había dentro del armario. Además, en el estante superior Angie guardaba la ropa que usaba menos, ya fuera porque no le gustaba o porque estaba fuera de temporada.
Emocionado, me subí a la banqueta y coloqué la cámara, haciendo nuevas pruebas hasta que encontré un ángulo de grabación perfecto a través de la ventanita. Tras comprobar el material grabado, vi que, en esa posición, la cámara podía filmar prácticamente toda la habitación, quedando en ángulo muerto tan sólo la entrada del cuarto (a la derecha del armario) y la cabecera de la cama (a la izquierda).
Tras pensármelo un rato (había que armarse de valor) me decidí. Coloqué de nuevo la cámara, camuflándola con un montón de jerseys que había en el estante, con cuidado de no obstruir el objetivo. Como medida de seguridad, usé un trozo de esparadrapo para tapar el piloto de encendido, no fuera a ser que pudiera verse desde el cuarto. Programé la cámara para que se activara al detectar movimiento frente al objetivo (benditos japoneses y sus ideas) y en periodo de grabación, puse el máximo (6 horas).
Acojonadísimo, regresé a mi cuarto, donde me puse a jugar al Grand Theft Auto durante toda la tarde, tratando de borrar de mi mente el pánico que sentía de que me pillaran, con una buena dosis de violencia gratuita.
Por fin, llegó la noche y mi familia regresó. Durante la cena, me mostré más taciturno de lo normal, tanto que mis padres me preguntaron si me encontraba bien, con lo que usé la socorrida excusa del dolor de barriga para no tener que comer mucho, pudiendo escaparme pronto a mi cuarto.
Un rato después, escuché cómo mi hermana subía las escaleras en dirección a su cuarto. Yo, sudaba como un cerdo, con los huevos por corbata, acojonado por lo que me iban a hacer si Angie descubría la camarita.
¿Cómo se me había ocurrido aquella locura? ¡Me iba a pillar! ¡Me la iba a cortar en rodajas! ¡Y lo peor era que con razón!
Sin embargo, el tiempo fue pasando y los gritos de mi hermana acusándome de pervertido no llegaban. Poco a poco el pánico de que me pillaran fue siendo sustituido por el nerviosismo de tener éxito.
¿Me habría salido bien? ¿La grabaría en bolas? ¿Se habría activado la maldita cámara?
Ni que decir tiene que me pasé la noche en vela, pensando continuamente en si mi plan habría funcionado o no. Estaba excitado y asustado al mismo tiempo y no podía quitarme de la cabeza lo que había hecho. Mi estado de ánimo fluctuaba entre el miedo y la excitación, lo que no me dejaba dormir. Ni siquiera las dos pajas que me casqué con el número mensual de Hustler sirvieron para relajarme, pues no paraba de pensar que quizás las imágenes que había obtenido de Angie serían mejores que las de la revista.
Por la mañana, me levanté demacrado por la noche sin dormir. Estaba deseando encontrar un hueco para escabullirme en el cuarto de Angie y recuperar la cámara, pero, por desgracia, aquella mañana la niña estaba perezosa, así que tardó en levantarse y bajó a desayunar después que yo. Apesadumbrado, tuve que marcharme al insti sin poder eliminar las pruebas de mi delito. Huelga decir que las clases se me hicieron eternas.
Sin embargo, por la tarde la fortuna me sonrió y Angie no apareció por casa. Como un rayo, me colé en su cuarto y recuperé la cámara, cuidando de dejarlo todo tal y como estaba. Regresé a mi habitación, conecté la cámara a un enchufe (la batería se había descargado por completo) y descargué toda la información al disco duro de mi PC. Tardó un huevo, pues era un fichero de casi 8GB, que era el tamaño de la tarjeta de memoria de la cámara.
Cuando acabó, hice una pausa para respirar hondo antes de ejecutar el archivo, mientras mentalmente recitaba plegarias al dios de los pervertidos para que aquella grabación tuviera contenidos “interesantes”.
Lo puse en marcha y en la pantalla de mi ordenador apareció mi hermana encendiendo la luz de su cuarto (“bien por la tecnología japonesa”). Complacido, comprobé que el encuadre era muy bueno y la calidad del vídeo no estaba mal. Ahora sólo quedaba que hubiera “espectáculo”.
Emocionado, porque la visión del dormitorio era perfecta, me acomodé en la silla dispuesto a cascarme una paja a la salud de mi hermanita. Me bajé los pantalones hasta los tobillos y continué viendo el vídeo.
Durante un rato, no pasaba nada interesante, sólo se veía a mi hermana trajinando por el cuarto, pero aún eso, me resultaba excitante, supongo que por la sensación de prohibido de todo aquello. Hubo un instante en el que casi se me paró el corazón, cuando Angie abrió el armario para buscar no sé qué, porque, obviamente, el interior del vestidor era uno de los ángulos muertos de la cámara.
Por fin, mi hermana pareció decidirse a darse una ducha y comenzó a despojarse de la ropa. ¡Cojonudo! ¡De puta madre! Lo había logrado. Pronto me encontré pelándome la polla a toda velocidad mientras veía a mi odiadísima Angie en ropa interior, paseándose por el cuarto.
Madre mía, qué culazo tenía. Y vaya tetas. Llevaba un tanguita blanco, a juego con el sostén, que se hundía profundamente entre sus dos rotundos cachetes. Un par de veces que se agachó de espaldas a la cámara, bastaron para que tuviera que apresurarme a coger kleenex de la caja que tenía preparada.
Por desgracia, no se desnudó por completo, sino que penetró en su cuarto de baño y, aunque dejó la puerta entreabierta, la cámara no captaba nada del interior. Fastidiado, adelanté la grabación hasta el momento en que volvió a salir.
Estaba buenísima. Una toalla envolvía su cuerpecito serrano, mientras mantenía su cabello recogido con otra toalla. Yo esperaba que, de un momento a otro, se quitara el maldito trapo para ponerse el pijama, pero la cosa no fue del todo así.
Angie se sentó frente a su tocador, donde tenía un gran espejo, quedando de espaldas a la cámara. Se libró de la toalla de la cabeza y comenzó a cepillarse el pelo mojado. Aquello era un poco aburrido, pues les juro que estuvo casi 40 minutos de grabación dale que te dale al cepillo.
Volví a usar la marcha rápida, adelantando el vídeo hasta otro momento más interesante. Justo entonces noté que en la imagen se apreciaba cómo el movimiento del cepillado hacía que la toalla que envolvía su cuerpo se aflojara. Angie, se paraba de vez en cuando para colocarla bien, hasta, que por fin, ¡Gloria a Dios en las alturas!, se cansó de sujetarla y permitió que se desprendiera, dejando su espalda al aire.
Pero claro, a mí no me interesaba su espalda, sino lo que tenía al otro lado del cuerpo. Ralenticé la marcha del vídeo, casi fotograma a fotograma, hasta que pude encontrar algunas imágenes en las que su “pechonalidad” era visible gracias al reflejo del espejo. Otra pajita a su salud.
Pero aún me aguardaba un espectáculo mejor. Cuando acabó de cepillarse, se puso de pié, aún con las domingas al aire y se desperezó de frente a la cámara, casi como si estuviera posando, lo que me permitió tener una visión perfecta de su delantera. Pa mear y no echar gota. Qué buena estaba la hija de la grandísima…
Lo único decepcionante era que se había puesto bragas limpias dentro del baño, con lo que me perdí el panorama de la zona sur.
Después, nada más. Se veía a Angie cogiendo su pijama y poniéndoselo y poco después metiéndose en la cama, donde el ángulo de la cámara me permitía verla tan sólo de cintura para abajo. Vio un rato la tele y por fin, apagó la luz.
En el resto del vídeo (poco rato más) se ve tan sólo oscuridad, hasta que la cámara se apagó sola al no detectar más movimiento. No grabó nada por la mañana, cuando Angie se levantó, sin duda porque la batería se había acabado.
Bueno, para ser la primera vez que me atrevía con un plan tan arriesgado, los resultados no habían estado nada mal. Aunque podrían ser mejores.
Durante meses, escondí la cámara en el cuarto de mi hermana al menos dos veces por semana. Pronto tuve abundante material videográfico, que posteriormente editaba, eliminando las partes en las que no se veía nada interesante.
Así, obtuve vídeos de mi hermana en pelotas (sí, sí, desnudo integral), de Angie haciendo gimnasia en maillot (cómo le botaban las tetas) e incluso uno (que guardé como un tesoro) en el que mi hermanita se masturbaba tumbada en la cama mientras veía una peliculita subida de tono en su DVD. Ese vídeo me puso a mil y eso que sólo se la veía de cintura para abajo con la mano metida dentro del pantalón del pijama.
Más de cien pajas me casqué con aquel vídeo, mientras daba las gracias porque se hubiera olvidado de apagar la luz.
Conforme pasaba el tiempo, mi aplomo y valentía al rodar estos vídeos crecía. Ya no pasaba tanto miedo mientras la cámara estaba escondida, pues, gracias a los vídeos, pude aprender las pautas de comportamiento de Angie y me di cuenta de que nunca tocaba el estante superior, menos cuando había cambio de temporada, con lo que el riesgo de que me pillaran era mínimo.
Ya no tenía la necesidad de espiarla por la casa, con lo que nuestros roces se redujeron al mínimo, cosa que ambos agradecimos. Me bastaba y me sobraba con su versión televisiva, pues a la chica de la pantalla no tenía que aguantarla. Así, felices los dos, pues ella no tenía que soportar mi presencia y yo podía disfrutar de sus curvas…
Hasta hace una semana.
El fin de semana pasado, mis padres anunciaron durante la cena que, la noche del sábado siguiente iban a salir a cenar con unos amigos y que no se fiaban de dejarnos a los dos solos en casa.
El problema era, claro, que Angie y yo no nos llevábamos muy bien, así que dejarnos a los dos solos esa noche era… arriesgado.
Lo normal era que mi hermana aprovechara la noche de sábado para salir por ahí, pero, por alguna razón, dijo que quería invitar a unas amigas a pasar la noche en casa, que querían celebrar una “fiesta de pijamas” (muy norteamericanas ellas) y que esa noche, sin padres, sería óptima. No había duda en cuanto a la identidad de las amigas a las que iba a invitar, lo que me emocionó bastante.
Mientras decía esto, me miraba a mí, sabedora de que yo podía ser un serio obstáculo para sus planes y en otra ocasión podría haberlo sido, pero con mi operación de espionaje y varias tías metidas en su dormitorio… seguro que ya saben lo que estaba maquinando mi cerebro…
Lo solucioné todo con rapidez, diciendo que no había problema, que esa noche me iba a quedar en casa de Marcos jugando a la consola (no era cierto, pero bastaba con que se lo pidiera a mi amigo para tener plan), pues no me apetecía nada quedarme en casa.
Mi madre le dio a Angie permiso para su fiestecita, recordándole, eso sí, dos normas fundamentales: que se quedaran en el dormitorio sin poner toda la casa patas arriba y que nada de chicos.
La primera de las normas era perfecta para mis planes, pero la segunda me gustaba menos, pues me hubiese encantado un buen vídeo de mi hermanita montándoselo con algún ligue en su cuarto. Qué se le iba a hacer…
El resto de la semana se me hizo eterno, esperando el momento en que podría grabar no a uno, sino a cuatro pivones metiditos en una habitación. Con suerte, esperaba poder contemplar partes de la anatomía de alguna de las otras, para aumentar mi colección, y además, esta vez tenía que prestar especial atención al audio porque: ¿qué iban a hacer cuatro chicas en una fiesta de pijamas sino hablar de tíos?… Iluso de mí.
Por fin, llegó el tan ansiado sábado. Fue más arriesgado que en otras ocasiones instalar la cámara pues, aunque Angie había salido a comprar comida, mis padres sí que andaban por allí.
Afortunadamente, logré colocarla sin muchos apuros. El fallo de mi plan era que, si la encendía en ese momento, en cuanto Angie regresara de sus compras se iba a poner en marcha, grabándola a solas en su cuarto hasta que se agotase la batería.
No me quedó más remedio pues, que dejarla instalada pero apagada, con intención de colarme al primer descuido en su cuarto para encenderla antes de largarme a casa de Marcos.
Terrible error.
Las horas de la tarde pasaron lentamente, jugando de nuevo al ordenador. Angie regresó de comprar y espiándola desde la puerta entreabierta de mi buhardilla, pude ver cómo metía subrepticiamente en su cuarto un par de bolsas del súper, llenas sin duda de botellas de alcohol: mejor para mí.
Por fin, a eso de las ocho y media, mis padres se marcharon. Bajé a despedirlos y a soportar los consejos de mi madre de que me portara bien en casa de Marcos. Tenía cojones la cosa, la zorra de mi hermana tenía el cuarto lleno de priva y era a mí al que le decían que fuera bueno.
Regresé a mi cuarto, esquivando las miradas de mi hermana que me preguntaban por qué coño no me largaba ya.
Yo estaba deseando hacerlo, pero necesitaba un hueco para colarme en el dormitorio y encender la cámara.
Nervioso, bajé al salón a ver un rato la tele, menuda mierda ponen los sábados por cierto, mientras mi hermana trasteaba en su cuarto. A eso de las nueve, llamaron al timbre. Mi oportunidad.

¡Angie! – grité – ¡Están llamando!

Pude escuchar los pies descalzos de mi hermana moviéndose por la planta de arriba y bajando por las escaleras. Al pasar junto al salón, no dejó pasar la oportunidad de zaherirme.

¡No vayas a mover los cojones, niñato! – me espetó con exquisitez – ¡No abras la puerta!
Perdona – respondí sonriente – Creía que no querías que tus amiguitas guays me vieran.
En eso tienes razón – respondió.
Mira, Angie, no quiero discutir. Aunque es un poco temprano, me largo ya, no tengo ganas de encontrarme con tu banda. Salgo por la puerta del garaje, no vaya a ser que me vean y se caguen del susto.
Sí, anda, vete ya con tu noviecito a haceros pajas el uno al otro – sentenció ella.

Cualquier otro día no hubiera dejado pasar tamaña ofensa, pero esa tarde… tenía prisa.
En cuanto mi hermanita se perdió por el pasillo, subí como un rayo las escaleras entrando en su cuarto como un ciclón. Abrí el armario, subiéndome de un salto en la escalerilla para alcanzar el estante superior. Encendí la cámara, me aseguré de que estuviera en la posición correcta y… la sangre se me heló en las venas.
Yo esperaba que mi hermana se entretuviera unos segundos abajo con la amiga que fuera, pero no había sido así y habían subido directas al cuarto. Acojonado, hice lo único que podía hacer: cerré la puerta del armario, quedando atrapado en su interior.
Me asomé por la celosía, comprobando que desde dentro podía ver perfectamente, aunque no podían verme desde fuera. Eso no me tranquilizó en absoluto, pues como les diera por abrir la puerta… era hombre muerto.
Medio desquiciado, miré a mi alrededor por si era posible esconderse entre las ropas, aprovechando la luz proveniente del cuarto que se filtraba por la celosía de la puerta y por el ventanuco de arriba. No estaba seguro, pero quizás fuera posible esconderse entre los colgadores del fondo, siempre y cuando no fueran a coger algo de allí.
Con el corazón en un puño, me asomé de nuevo. Pude así ver cómo entraban en la habitación mi hermana y Lluvia, la rubia de tetas tamaño normal. Las dos venían charlando y riendo.

….¿Entonces has pillado? – preguntaba mi hermana.
Sí, tía. Sebas ha sido muy amable y me ha pasado un poco.
Je, je, no me extraña, con todas las cositas que le haces.
¡Qué va tía! Se lo he insinuado, a ver si me bajaba el precio, pero nada. Al menos me lo pasa a precio de costo y no se gana nada – dijo Lluvia.
De puta madre. A ver, entonces serán, las bebidas, lo del Sebas y las pizzas ¿no?
Sí, creo que sí.
Cuando lleguen estas dos hacemos cuentas.

En ese momento, el timbre volvió a sonar. Me puse tenso. Era mi última oportunidad. Si bajaban las dos, saldría escopeteado de allí y me escondería en mi cuarto. Ya me las ingeniaría para salir de allí.

¡Ah! – dijo mi hermana – Aquí están. Vamos a abrir.
Ve tú. Yo voy a ponerme cómoda. Y pedid ya las pizzas, que tengo hambre.

Mi gozo en un pozo. Angie salió del cuarto, dejando allí a su amiga, con lo que la posibilidad de huida quedaba descartada. Sentía las pelotas tan pequeñas como canicas, pero, por muy pequeñas que fueran… me las iban a cortar.
Desesperado, cerré los ojos rezando a todos los dioses, pidiendo ayuda para salir con bien de aquel marronazo. Cuando los abrí de nuevo, vi a Lluvia trasteando por la habitación. De pronto, pegó un auténtico berrido que me hizo dar un bote dentro del armario.

¿Dónde están las botellas?

La respuesta de mi hermana llegó más apagada desde el piso inferior.

¡En el armario! ¡En dos bolsas en el primer estante!

El corazón se me paró. No me cagué en los pantalones de milagro. Afortunadamente, los pasos que se acercaban me hicieron reaccionar.
Rápidamente, me zambullí entre los colgadores del fondo del armario y me oculté entre las toneladas de ropa de mi hermana, quedándome quieto como una estatua y rezando de nuevo con renovado fervor.
Por suerte, Lluvia fue directamente a por lo que buscaba. Abrió sólo una de las puertas del armario y cogió las bolsas que, inexplicablemente, yo no había visto, cerrando de nuevo tras de si. Supongo que el monumental acojone que sentía me había impedido notar qué había a mi alrededor, pues si no, hubiera visto las bolsa con las botellas de alcohol sin problemas. Aunque, pensándolo mejor, era preferible no haberlas visto, pues entonces el pánico hubiera sido insoportable.
Permanecí escondido un par de minutos, hasta que mi corazón volvió a latir y recuperé la respiración. Podía oír a Lluvia moverse por el cuarto y poco a poco, junté el valor suficiente para regresar junto a la celosía a ver qué estaba haciendo.
Asomándome, vi que la chica había ordenado las botellas encima del escritorio de mi hermana, como si fuese un mueble bar. Además, había aprovechado para cambiarse de ropa, poniéndose un pantaloncito y una camiseta corta, que le llegaba por encima del ombligo, sin duda su atuendo para dormir.

¡Mierda! – pensé – Me he perdido verla cambiándose.

Sí, sí, podía estar muy aterrado por la situación, pero mi libido adolescente seguía bien despierta.
En ese momento, la chica forcejeaba con el bolsillo del pantalón que se había quitado, tratando de sacar algo de dentro. Por fin lo logró y depositó el objeto en la mesa, junto a las bebidas: un paquetito envuelto en papel transparente, cuyo contenido era bien obvio: una piedra de chocolate.

¡Claro, coño! ¡De eso hablaban antes! – pensé – De pillar chocolate para hacerse unos porros.

El hecho de que no me diera cuenta antes de qué hablaban las chicas debe haceros comprender, queridos lectores, hasta qué punto estaba nervioso y alterado. Seguro que todos vosotros comprendisteis de que hablaban Lluvia y mi hermana en un segundo, ¿verdad? Es que estáis todos hechos unos sinvergüenzas…
Bueno, aquello me devolvió un poco el ánimo. Si me descubrían, quizás podría esgrimir una débil defensa ante mis padres contándoles que Angie fumaba porros, y así no hundirme solo, aunque claro, para que me creyeran la cámara debía registrar bien el momento en cuestión.
Mentalmente, comencé a imaginar una elaborada historia que contar a mis padres acerca de que me había escondido allí para reunir pruebas de la perfidia y la falsedad de mi hermana y no para espiarla….
Mis pensamientos fueron interrumpidos por la irrupción de mi hermana y sus otras amigas en el dormitorio.

¡Hola guarra! – saludó alegremente Liz a Lluvia.
Hola chicas – respondió la aludida con menos entusiasmo.
Veo que ya te has cambiado – dijo Angie – ¡Y has ordenado las botellas! ¡Qué apañadita!
Me aburría – dijo Lluvia – Habéis tardado mucho en subir.
Es que hemos pedido las pizzas y también hemos subido esto – intervino Maddie.

La chica llevaba una nevera portátil, de esas de playa, de la que asomaban botellas de refresco, mientras Liz cargaba con un par de bolsas. Mi hermana, por su parte, llevaba en equilibrio un puñado de platos y vasos de tubo.

Os lo advierto… La que rompa un plato me la cargo. ¡Y la que manche algo lo va a limpiar con el coño!

Vaya con mi hermanita. Qué educada.
A sus amigas no pareció importarles la fineza de mi hermana, pues todas rieron mientras colocaban el resto de las cosas en la mesa.

Quiero una copa – dijo Liz.
¿Ahora? ¿Antes de cenar? Tía, espera un poco – dijo Lluvia.
¡Pues entonces un porro! ¡Para abrir el apetito! – dijo sentándose frente al escritorio.

Ni corta ni perezosa, la pelirroja sacó un paquetito de papel de fumar, tabaco y un mechero y, desenvolviendo la piedra de chocolate, comenzó a realizar el ritual de fabricación del bastoncillo incandescente de fumar… hachís. (Seguro que ninguno sabéis cómo se hace).

Pues yo voy a cambiarme – dijo Maddie.

El corazón se me puso a mil por hora ante la posibilidad de ver un poco de carne, pero, por desgracia, la chica se metió en el baño para ponerse el pijama.

¡Qué mojigata es la tía! – exclamó Liz mientras acercaba el mechero encendido al trocito de chocolate que sostenía en la palma de su mano.
No es eso – intervino Lluvia – es sólo que sabe cuánto te gustan las tetas y no se fía mucho de ti.
¡Pues las tuyas no me gustan demasiado! – contestó con viveza Liz.
¡Anda y que te den guarra! – respondió riendo Lluvia.

Y las tres se descojonaron de risa. No entiendo a las mujeres.
Un par de minutos después, se abrió la puerta del baño y salió Maddie vestida con un pijama de hombre (chaqueta de botones y pantalón) y el pelo recogido en una coleta. Estaba muy sexy con su formidable par de aldabas apretando contra la pechera del pijama.

A ver – dijo – que pase la siguiente.
¿La siguiente de qué? ¡A mí no me importa que se me vean las tetas! – exclamó Liz.
Viva la madre que te parió – pensé.

Pegándome bien contra la puerta para no perderme detalle, vi cómo Liz se levantaba y dejaba el porro ya terminado encima de la mesa. Sin perder un segundo, se sacó el jersey por la cabeza, dejando al aire sus espléndidas tetazas aprisionadas por un escueto sujetador. Los ojos se me salían de las órbitas, creo que incluso se me colaron entre las rendijas de la celosía.

Cómo te gusta exhibirte – dijo mi hermana riendo.
¿Y qué pasa? ¿Acaso tengo algo que esconder? – respondió Liz agarrándose las tetas y levantándolas.
Anda, vístete – intervino Lluvia.
¿No te gustan mis tetas?
Bueno, no es que sean tuyas exactamente – respondió Lluvia, jocosa.
¡Envidia cochina es lo que tienes!

Mientras decía esto, Liz, bendita sea, se despojó del sujetador y lo arrojó al suelo junto al jersey, dejando al aire sus dos espléndidas mamas, fruto de la generosidad de la naturaleza y de las expertas manos de un cirujano… fifty – fifty.
Madre mía qué dos tetas, es verdad eso de que tiran más que dos carretas. Aquello era mucho mejor que todos los vídeos que había grabado a lo largo de los meses… me empalmé en menos de un segundo… ya sabéis… la magia del directo.
Y el espectáculo siguió, de dos patadas, se libró de las sandalias que llevaba y se bajó los pantalones, dejando al aire sus carnosos muslos. Dejó el pantalón a un lado y se agachó (de espaldas a mí) para rebuscar en una de las bolsas que había traído antes, lo que me ofreció una visión excelente de su culazo, vestido tan sólo por un diminuto tanga negro que se perdía entre sus redondeadas nalgas. Y yo allí, palote perdido.
Enseguida se incorporó, sacando de la bolsa un camisón. Se lo puso, lo que me molestó durante un segundo, justo lo que tardé en percibir que la prenda era bastante transparente y que se le veía todo.

¡Aquí tienen a Liz! ¡La increíble guarra del instituto San Lorenzo en todo su esplendor! – anunció Angie.

Mientras mi hermana se burlaba, Liz hizo una graciosa reverencia sujetándose el borde de su corto camisón mientras todas reían.

Bueno, ahora me cambio yo – las interrumpió Angie, abriendo uno de los cajones de su cómoda y sacando su pijama.
No, espera – la detuvo Maddie – Una ha de estar vestida para abrirle al de las pizzas.
¡De eso me encargo yo! – exclamó Liz que ya se había encendido el porro.
¡Y serás capaz! – dijo Lluvia – ¿Vas a abrirle así?
¡Coño, pues claro! ¡Y así nos ahorramos la propina!
No me lo creo – continuó Lluvia.
Hija, parece que no la conozcas – intervino Angie.
¡Eso! ¡Parece que no me conozcas! – concluyó Liz, haciéndolas reír de nuevo.

Mi hermana, por desgracia, también fue pudorosa y se cambió en el baño, mientras las otras tres charlaban de tonterías y se pasaban el porro. Pronto salió mi hermana, vestida de manera similar a Lluvia, con pantaloncito y una camiseta un poco más larga.

¡Eh, tías! ¡Dejadme un poco! – exclamó mi hermana regresando a la habitación.

Maddie le pasó el canuto y mi hermana le echó una buena calada. Aquello me encantó, pues era bastante probable que la cámara lo hubiera grabado con bastante claridad. Eso estaba bien, pruebas incriminatorias.
Justo en ese momento, sonó el timbre.

¡El de las pizzas! – exclamó Liz, saliendo disparada del cuarto.
¡Vamos a verlo! – dijo una de las otras mientras salían.
Yo paso de ir a verla hacer la zorra, tía – dijo Maddie jorobándolo todo – Ya la veo haciéndolo todos los días.

Y se sentó en la cama con el porro.
¡Mierda! Así se esfumaba mi última oportunidad de escapar. La muy hija de puta. Como me pillaran, si lograba sobrevivir, iba a hacerle alguna putada. Por cabrona.
Las demás regresaron un par de minutos después, muertas de risa, llevando un par de pizzas familiares. El olorcillo llegó hasta mí y mis tripas crujieron, recordándome que no había cenado. Mierda y más mierda.

¡Tía! ¡Te lo has perdido! – dijo Angie – ¡No veas la cara que ha puesto!
Me lo imagino – repuso Maddie tranquilamente.
Se ha quedado estupefacto cuando ésta le ha abierto. Se ha quedado mirándole las tetas medio agilipollado.
Y no sólo eso – dijo Liz con orgullo – Se ha equivocado al darme el cambio. Diez euritos que nos ahorramos.
¡De puta madre! – exclamó mi hermana mientras Lluvia asentía vigorosamente.

Maddie en cambio, parecía participar poco en el jolgorio y seguía fumando.

Tía, ¿qué te pasa? – preguntó Angie extrañada – Estás muy callada.
Nada – respondió la morena.
Lo que le pasa es sencillo – intervino Liz con una sonrisilla maliciosa – A ésta le gusta Víctor, y Víctor trabaja en lo de las pizzas. Y tenía miedo de que fuera Víctor el que viniera y disfrutara del “espectáculo”.
¡Calla, guarra! – le espetó Maddie.
Tranquila, hija – contestó Liz alzando las manos – Que no ha venido Víctor. Era un capullo con gafas y cara de pajillero.
¡Y seguro que esta noche va a tener buen material para pelársela! – intervino Lluvia.

Esta vez rieron las cuatro.
Sin cortarse un pelo, las chicas se sentaron en el suelo. Lluvia, tras agotar el porro, sirvió refrescos para todas y se pusieron a comer.
La conversación fue sobre el repartidor y su cara, así que no les aburriré con los detalles, pero hubo algo que me inquietó un poco.

… Tía, para haber tenido una cámara y haberlo grabado – decía Liz – Tendríamos que haber cogido los móviles.
O mejor – dijo Angie – El capullo de mi hermano tiene una cámara. Podríamos haberla buscado en su cuarto y tenerlo grabado en alta definición.

Joder. Yo ni sabía que ella supiera que tenía cámara. Tendría que tener cuidado con las tarjetas de memoria, no le fuera a dar por cogerla un día. Eso si no me pillaban. Y me mataban.
Siguieron charla que te charla un buen rato. Hicieron cuentas para repartir los gastos de la fiestecita y recogieron los restos de la cena. Se prepararon entonces unos cubatas y repuestos para los petardos que ya se habían fumado y volvieron a despatarrarse en el suelo para seguir con la conversación. Entonces todo se puso más interesante.

Oídme, ¿por qué no jugamos a algo? – exclamó de pronto Liz.
Sí, claro – se burló mi hermana – Espera que busque mis barbies y la casita de muñecas.
No, estúpida – continuó la pelirroja – Pensaba en algo como “atrevimiento o verdad”.
¿A qué?
Ya sabes, hacemos girar una botella y a la que apunte, tiene que decir si quiere contestarnos una pregunta o hacer una prueba. Cuando lo haya hecho, bebe un chupito y hace girar la botella y entonces es ella quien le hace la pregunta o la prueba a la que le toque.
¿Y si apunta a ella misma? – intervino Maddie.
Pues tira otra vez, gilipollas.
Vale, entiendo el juego – concedió Angie – Pero el chupito, ¿para qué es?
¡Para ponernos pedo, tonta del culo! – exclamó Liz entre risas.

Tardaron un par de minutos en ponerse de acuerdo, mientras yo las espiaba muy interesado desde el armario. Se sentaron en círculo y cogieron una botella de refresco vacía, pues las de cristal aún tenían licor dentro. La cosa prometía.
Liz fue la encargada de hacer girar la botella la primera vez, pero al pesar poco y darle demasiada fuerza, salió volando y aterrizó fuerza del círculo de chicas.

Qué brutica eres – dijo Maddie mientras se estiraba para recuperar la botella – Déjame a mí.

La tetona morena hizo girar la botella con más tino, y ésta quedó apuntando hacia Liz.

Vale – exclamó la susodicha sin turbarse lo más mínimo – Escojo verdad.
Qué raro – dijo Lluvia – Pensaba que ibas a elegir atrevimiento.
Hay mucha noche – respondió Liz con una sonrisilla pícara en el rostro.
Venga, pregunto yo – dijo mi hermana sin que nadie protestara – ¿te enrollaste o no con Luis el sábado por la noche?

Liz sólo dudó un instante antes de responder:

Sí. Me enrollé con él en la disco. Y luego estuvimos en su coche.
Vamos, que te lo follaste – intervino Maddie.
Eso son dos preguntas.
¡Serás puta! – exclamó Lluvia – ¡Me dijiste que no había pasado nada! ¡Sabes que ese tío me mola!
Ya, bueno y a mí también. Al que madruga, Dios le ayuda. Hay que estar más al loro, tía.
No sé ni de qué me extraño – dijo Lluvia con resignación – Bueno, por lo menos has sido sincera.
Claro, para jugar a esto hay que hacerlo bien.

Tras decir esto, Liz se echó al coleto un chupito de tequila que mi hermana le había servido e hizo girar la botella. Durante un rato, siguieron con el juego, escogiendo siempre verdad. Las preguntas al principio eran picaronas pero sin pasarse, hasta que el alcohol fue haciéndoles desinhibirse y la cosa fue subiendo de temperatura.
Entonces, tras hacer Liz bailar la botella, ésta quedó apuntando a mi hermana. Yo me apreté todavía más contra la puerta del armario para no perderme detalle.

Vale – dijo Liz – ¿Atrevimiento o verdad?
Verdad – respondió Angie.
¿Son verdad los rumores que corren sobre Toni?
¿Qué rumores? – se hizo la tonta mi hermana, aunque hasta yo había escuchado hablar de ese tío en el instituto.
¿Qué rumores van a ser? Que si es verdad que la tiene como el Nacho Vidal.

Mi hermana esbozó una sonrisilla maliciosa antes de responder.

No, no es cierto – pausa dramática – La tiene todavía más grande.
¡No puede ser! ¡Imposible! ¡Te estás quedando conmigo! – aullaron las otras tres zorras con expresiones de espanto en sus rostros.
Os lo juro. Que lo que os cuento no salga de aquí, tías, pero la verdad es que nunca me acosté con él. No me atrevía. Pensaba que con semejante trozo me iba a partir en dos, así que sólo se la chupaba y le hacía pajas y cubanas. Me daba miedo.
Y por eso cortaste con él – intervino Maddie sabiamente.
Pues sí. Fue muy duro. Me ponía cachonda perdida, pero no me atrevía a meterme todo aquello. Siempre andábamos haciendo el 69, pero nada más. Fue jodido para los dos, pero era demasiado. Me dio hasta pena cuando le dejé.
¿Pena? – exclamó Liz – ¡Tú eres gilipollas! ¡Asustarse por una polla como un brazo! ¡Ahora mismo lo llamo y que venga para acá, que verás tú como yo no me acojono!
No seas idiota – dijo Angie – Que no sé cuando volverán mis padres y me han dicho que de tíos nada.
¡Pues me voy yo a buscarlo! – continuó Liz – ¡Una polla de caballo! ¡Y yo aquí con estas tres!

Todas rieron porque entendían que Liz estaba (en un 80%) de broma.

Bueno, ahora tiro yo – dijo mi hermana tras beberse su chupito.
Ese porro, que rule – dijo Lluvia mientras la botella giraba.
¡Otra vez yo! – exclamó Liz – ¡Puta botella! ¡Verdad!
¿Es verdad o no que Luisma te dio por el culo en el servicio del instituto?
¿Y tú cómo sabes eso? – chilló Liz con expresión de espanto.
Me lo dijo Toni. Por lo visto Luisma lo fue contando en clase de gimnasia.
¡La puta que lo parió! ¡El lunes le voy a cortar los huevos!
¿Me tomo eso como un sí?
¡NO! – aulló Liz – ¡Es mentira!
¿En serio?
Que sí, tía, que sí. Me enrollé con él en el baño, pero nada más. Es un cerdo y se pasó un huevo, así que le mandé a tomar por culo y me largué.
¿De verdad?
¡Te lo juro! ¿Por qué iba a mentiros?
Digo – dijo Maddie riendo – Eso es verdad. Con la de veces que nos ha contado cómo la han enculado Ricardo o Paco. A estas alturas no le va a dar vergüenza.
Tú te callas, zorra – respondió Liz un poco enfadada – Como si a ti no te hubiesen dado por ahí.
Pues te estás colando, rica – sentenció Maddie – Mi culito es sagrado.
¡Y lo reservas para el matrimonio! – rió Lluvia.
¡Mujer, algo virgen tendrá que tener para casarse por la iglesia!
¡Pues yo lo único virgen que tengo es el monedero! ¡Os juro que ningún tío la ha metido dentro todavía!
¡Tiempo al tiempo! – chilló mi hermana.

Y las cuatro se revolcaron de risa por el suelo. Os juro que no las entendía, se estaban diciendo de todo, poniéndose de vuelta y media las unas a las otras y allí estaban a partir un piñón. Supongo que el alcohol y el hachís relajaban el ambiente, pero aquello me parecía una pasada. Ni en mis más locas expectativas pensé que fueran a hablar de esas cosas. Y la noche sólo empezaba.
Liz echó otro trago, una caladita y giró la botella, que esta vez apuntó a Maddie.

Je, je, ya eres mía – sonrió Liz.
Verdad – respondió Maddie.
Recatada señorita, ¿podría usted contarnos cómo logró aprobar biología el año pasado?
Venga tía, si tú ya los sabes – respondió Maddie mientras yo escuchaba con gran interés.
Sí, yo sí, pero a estas dos no se lo contaste ¿verdad?
¡Sí, sí, yo quiero saberlo! – exclamó mi hermana.

Con resignación, Maddie murmuró una respuesta inaudible.

¡Más alto! –chilló Liz – ¡Que no se oye!

Respirando hondo, Maddie dio una respuesta más sonora.

Se la chupé al señor García en el departamento de Ciencias ¿vale?

Las otras tres se descojonaron de la risa, mientras Maddie, muy colorada, se enfadaba un poco.

¡Vaya, como si vosotras no lo hubieseis hecho! ¿Cómo aprobaste tú historia? – dijo señalando a mi hermana – ¿Y tú gimnasia?
¡Ah, no! – exclamó Liz – Al de gimnasia del año pasado me lo tiré porque me gustaba, no para aprobar.
¡Pero te aprobó!
Recompensas adicionales – respondió Liz encogiéndose de hombros.

Siguieron jugando un rato, emborrachándose cada vez más y haciéndose preguntas sobre a quien se la habían chupado o con quien y dónde se habían acostado. Yo estaba alucinado (y excitado como es obvio), pues, aunque sabía que eran unas zorras de cuidado, no había logrado imaginar hasta que punto lo eran.
La rutina continuó, hasta que, por fin, Lluvia le echó valor y fue la primera en escoger atrevimiento en vez de verdad. La cosa subía un peldaño en interés.

Bueno – dijo Maddie que era quien tenía que formular la prueba – Tú siempre has dicho que no eres rubia de bote ¿verdad?
Sí – respondió Lluvia.
Pues demuéstralo.

La rubia la miró extrañada unos segundos antes de comprender. Miró entonces a su amiga con expresión de enfado, pero no podía hacer nada, pues las otras dos reían y aplaudían mientras cantaban:

Que lo demuestre, que lo demuestre…

Resignada, Lluvia se puso en pié en medio del círculo y lentamente, se bajó los pantaloncitos hasta medio muslo. Mi corazón golpeaba con tanta fuerza que tenía miedo de que las chicas lo oyeran, mientras mis ojos, clavados en la chica semidesnuda, estaban a punto de taladrar la puerta de mi escondite.
Para que todas pudieran apreciarlo bien, Lluvia dio un par de lentas vueltas sobre sí misma, exhibiendo su desnudo chochito ante sus amigas y ante mí.

Vale – dijo mi hermana rompiendo el encanto – Aunque tiene poco vello, puede apreciarse que su color es claro. Prueba superada.
¡A ver, a ver! – exclamó Liz acercándose a Lluvia.

Ésta, un poco tontamente, la verdad, se volvió hacia Liz para enseñarle el coño, circunstancia que ésta aprovechó para hundir su cara entre los muslos de su amiga y frotarla allí.

¡Ay! ¡Puta! – aulló la rubia dando un salto para alejarse de su amiga.
¡Perdona tía, es que soy un poco miope!

Mientras las otras dos lloraban de la risa, Lluvia volvió a subirse el pantalón y, tras hacerlo, le enseñó a Liz el dedo corazón de su mano derecha, en un gesto internacionalmente conocido que significa “que te vaya bien”.
Volvió a sentarse e hizo girar la botella, que apuntó directamente a Magdalena. A esas alturas las cuatro estaban colocadas, así que no se cortaron un pelo a la hora de ponerse las pruebas.

Vaya, vaya – sonrió Lluvia – Supongo que escoges atrevimiento ¿verdad?
Pues claro – respondió Maddie echándole un trago a su copa – Tú dispara.
Tienes que coger esta botella – dijo mientras ponía la botella de refresco de pié en el suelo – con el coño. Y tienes que llevarla hasta la otra punta de la habitación.

Me quedé de piedra. Pensé que la chica se iba a negar y a mandar a la mierda a su amiga. Nada más lejos de la realidad.

¿Qué te crees? ¿Que no voy a atreverme? ¿Que no soy capaz?
Sé que eres capaz – respondió Lluvia – Cosas mucho peores te has metido ahí dentro. Pero en cuanto a lo de atreverte…

Con una severa expresión de enfado, Maddie procedió a quitarse el pantalón del pijama y las bragas, que arrojó a un lado. Desnuda de cintura para abajo, se agachó a por la botella para cogerla, pero Lluvia se lo impidió.

No, no, sin usar las manos.

Encogiéndose de hombros, Maddie se situó sobre la botella que estaba de pié en el suelo. Poco a poco, fue bajando las caderas, aproximando su coño al cuello de la botella. Yo no podía creer lo que veía, pero las otras no parecían muy extrañadas.
Al intentar clavarse la botella en el coño, Maddie la empujó con la entrepierna, provocando que se tambaleara. Presurosa, su amiguita Liz se acercó a ayudarla, sujetando la botella por la base para mantenerla firme.

De nada rica – dijo Liz con una risilla.
Vete al carajo – respondió Maddie, aunque continuó agachándose.

Por fin, el cuello de la botella se deslizó en la vagina de la chica, que no puso cara de dolor precisamente. Apretando los muslos, se incorporó un poco y andando como los patos, avanzó hasta la otra punta del cuarto con la botella clavada en su intimidad, mientras sus amigas aplaudían y daban vítores.
Cuando lo hubo logrado, Maddie abrió las piernas, dejando caer la botella y, graciosamente, hizo una reverencia mientras canturreaba:

¡Tacháaaannnn!

Yo lo observaba todo flipadísimo desde mi escondite y desde luego, cachondísimo a la vez. Las otras continuaron con sus aplausos mientras Maddie recogía la botella y regresaba a su puesto en el círculo de zorras, sin molestarse en volver a vestirse.
Hizo girar la botella y de nuevo le tocó a Lluvia.

¿Otra vez? – se quejó la chica.
Te aguantas – respondió Maddie impertérrita – Ahora te vas a cagar.

Tras meditar unos instantes, Maddie le dio la orden a su amiga.

Sin tocarla con las manos (como yo antes) tienes que lograr que nuestra querida amiga Liz tenga un orgasmo.
¡ESO! – gritó Liz entusiasmada – ¡Te quiero nena!

Se levantó de un salto y le posó un sonoro beso a Maddie en la mejilla. Ni corta ni perezosa, se subió el camisón, se quitó las bragas y se despatarró en el suelo, ofreciéndonos a todos una espléndida panorámica de lo que escondía entre sus muslos.

Me parece que prefiero verdad – dijo entonces Lluvia.
¡Y una polla verdad! – aulló Liz – ¡A estas alturas las verdades han quedado en el pasado! ¡Que estoy caliente como una mona y no me voy a quedar ahora sin correrme!
Vale, vale – concedió Lluvia riendo – Tranquilidad en las masas…
¡Y sin usar las manos! – continuó la zorra despatarrada – ¡Me lo tienes que comer bien comido!
Eso no te lo crees ni tú – respondió Lluvia riendo.

Tras decir eso se volvió hacia mi hermana con expresión suplicante.

Tía, ¿me lo prestas por favor? – le dijo – Con eso no tendré que tocarla con las manos.

Mi hermana la miró unos instantes y respondió:

Bueno. Está en el cajón de arriba de la cómoda.

Al decir esto supe perfectamente a qué se referían, pues en mis exploraciones en el cuarto de mi hermana, sus cajones habían sido perfectamente revisados, con lo que me había topado con el artilugio en cuestión. Para los lectores que aún no hayan imaginado de qué hablaban las chicas, les daré las pistas de que era un instrumento de goma, a pilas, con forma de torpedo y de unos 18 ó 20 centímetros de longitud.
Riendo, Lluvia revisó el cajón y extrajo el consolador rosa de mi hermana de su interior. Agitándolo en el aire se fue acercando a Liz, a la que no parecía importarle mucho el cambio de planes, siempre y cuando a ella le proporcionaran el orgasmo que le habían prometido.
Lluvia se arrodilló entre las piernas de su amiga, tapándome un poco el ángulo de visión. Yo estaba pegado como una lapa a la puerta del armario, enloquecido por la calentura y con los ojos llorosos, pues no les permitía ni siquiera parpadear.
Pude ver entonces cómo Lluvia extendía sobre el consolador una crema de un bote que supongo también había cogido del cajón. Cuando lo dejó bien lubricado, lo dirigió al coño de la pelirroja.

¡AAAHHHHH! – gimió Liz cuando su amiga invadió su intimidad con el juguete.
¿Te gusta, guarra? – le susurraba su amiga- ¿Te gusta meterte cosas en el coño?

Lluvia comenzó a mover su mano entre los muslos de Liz, metiendo y sacando suavemente el consolador en el chocho de la chica. Pude percibir entonces, en medio de las risas y grititos de las otras, un ligero zumbido mecánico que me hizo comprender que el vibrador estaba en marcha.

¡Así, así, por ahí! – jadeaba Liz – ¡Muy bien, sigue! ¡SIGUE!
¿Le doy más caña?
¡SI! ¡PONLO AL MÁXIMO!

Obediente, Lluvia activó el control del cacharrito y el zumbido subió de volumen, así como los gritos y gemidos de su víctima.
Como quiera que aquel tratamiento le parecía poco a Lluvia, la muy puta se inclinó, hundiendo su rostro entre los muslos de Liz y, aunque con eso me tapó por completo la visión, no me costaba mucho imaginar dónde se hallaba posada su boca en ese instante.

¡ASÍ, CÓMEMELO PUTA! ¡MÉTELO MÁS ADENTRO! – aullaba Liz enloquecida.

Aunque no quería perderme un detalle del espectáculo, mis ojos viajaron un segundo por la habitación, queriendo ver la reacción de mi hermanita ante aquel show. Lo que vi hizo que me pusiera todavía más cachondo, pues mi dulce Angie tenía una manita hundida entre sus muslos, dentro del pantaloncito, y se estaba masturbando con una extraordinaria expresión de zorra en la cara, mordiéndose el labio inferior y todo. Y lo mejor era que Maddie hacía tres cuartos de lo mismo, aunque en su caso se apreciaba mejor, pues seguía desnuda de cintura para abajo.
Y justo entonces se desató la hecatombe.

TAN, TAN, TAN….. TANTAN… TATÁN… TAN, TAN, TAN… TANTAN…..

Los primeros acordes de “Smoke on the water” de Deep Purple atronaron en la habitación. Las cuatro chicas se quedaron congeladas en medio de sus lésbicos jueguecitos, con tales expresiones de espanto en sus caras que la escena habría sido increíblemente cómica de no significar mi sentencia de muerte.
Yo aún tardé unos instantes en reaccionar, en comprender que lo que sonaba era la melodía de mi móvil.
Como un rayo, forcejeé con el bolsillo de mi pantalón, para extraer el vociferante aparatito que iba a costarme la vida. Cuando lo tuve en las manos colgué la llamada, teniendo el tiempo justo de ver el nombre de Marcos en la pantalla.
Qué gilipollas había sido. Cómo no había pensado en que Marcos se preocuparía al ver que yo no llegaba a su casa. Y pensar que habría bastado con poner el móvil en silencio…Y pensar que mi mejor amigo iba a tener que cargar con mi muerte…
El armario se abrió de golpe y cuatro pares de incrédulos ojos se clavaron en mí. Me sentía sin fuerzas y lo único que esperaba era que fuera todo rápido. Casi empezaba a ver desfilar los sucesos de mi vida ante mí, cuando mi hermana, aullando, se precipitó dentro del armario y agarrándome del pelo, me sacó de un tirón, arrojándome al suelo de su dormitorio.

¡HIJO DE PUTAAAA! – chillaba Angie medio enloquecida.

Mientras gritaba como loca, Angie no dejaba de darme guantazos; me tenía enganchado por la camiseta con la izquierda, para evitar que escapara, mientras la derecha se abatía sobre mi cabeza una y otra vez como un martillo neumático.
Cuando empezó a dolerle la mano (soy de cabeza dura) empezó a propinarme puntapiés, mientras yo trataba de protegerme como podía. Cuando el chaparrón comenzaba a escampar, se oyó la voz de Liz gritando:

¡Y encima está empalmado! ¡Mirad el bulto en el pantalón!
¡UAAAAAHHHHH! – argumentaba Angie.

La tormenta de golpes se reanudó con nuevos bríos.
Yo no atinaba ni a defenderme, consciente de que, por una vez, Angie tenía toda la razón en aquella historia. Curiosamente, mi cerebro se mantuvo despejado, pensando pesimistamente en el futuro tan negro que se abría ante mí.

Bueno – pensaba yo – si éstas no me matan y se deshacen del cadáver, se lo van a contar a papá y a mamá y entonces serán ellos los que me maten. Aunque tal vez no les importe mucho quedarse con un solo hijo…

Por fin, Angie fue serenándose, y la avalancha de golpes disminuyendo, ayudada por Lluvia, que muy amablemente, había intentado tranquilizar a su amiga, que resoplaba como un toro bravo.
Maddie, que había vuelto a ponerse el pijama completo, se acuclilló junto a mí y me miró con expresión mitad asco, mitad pena.

Pero, ¿se puede saber qué cojones hacías ahí dentro? – me preguntó con voz dura.
Na… nada – balbuceé.
¿Nada? – gritó mi hermana mientras me propinaba otro par de buenos coscorrones.
¿Y tú que crees que hacía? – intervino Liz – ¡El muy capullo nos espiaba mientras se la machacaba!
¡Yo no me la machacaba! – acerté a responder.
¡Tú te callas! – gritó mi hermana cascándome otra vez.
Venga, tías, no creo que se la estuviera meneando. Lleva el pantalón abrochado y ahí dentro no huele a nada raro – dijo Maddie señalando al armario.

Joder con la Sherlock Holmes. Qué observadora. La verdad es que le agradecí bastante sus palabras. Estoy seguro de que me ahorró un par de buenas hostias.

¿Y bien? – insistió Lluvia – ¿Qué hacías entonces ahí escondido?

De perdidos al río. Mi única escapatoria era reconocer la culpa e inventarme una buena trola.

Es que… – balbuceé – Maddie me gusta mucho. Y cuando me enteré de que venía esta noche… No sé en qué pensaba.

Simulé que me echaba a llorar escondiendo el rostro entre las manos, tratando de parecer compungido (cosa no muy difícil).

Ya, y de camino nos hiciste un par de buenas fotos con el móvil – me espetó Liz.

Madre mía, qué acojone. Aquella línea de investigación no me convenía para nada, así que, simplemente, lo negué todo, como el Julián Muñoz.

¡Yo no he hecho ninguna foto! – grité desafiante.
¡Ya, y yo me lo creo! – respondió mi hermana.

Angie sostenía en las manos mi móvil, que se me había caído cuando me sacó dulcemente del armario. Mientras me hablaba, manipulaba el teléfono accediendo a todas las carpetas de vídeos e imágenes, mientras yo daba gracias a Dios mentalmente no sólo porque no se me hubiera ocurrido usar el móvil para grabar la fiesta de las chicas, sino también por haberlo vaciado un par de días antes de vídeos porno y fotos subiditas de tono.
Cuando hubo comprobado que, efectivamente, no las había grabado con el móvil, mi hermana lo arrojó a un lado con un gruñido. Se escuchó un “crac” audible cuando el teléfono dio con la pared, aunque a mí ni se me pasó por la imaginación protestar. Mejor no echar más leña al fuego.

¿Y ahora qué hacemos con este capullo? – preguntó Liz poniéndome los huevos por corbata.
Pues llamamos a mis padres. Y que vengan a por él. Y que lo manden a un internado – respondió mi hermana con los ojos en llamas.
Pero, ¿y si se chiva de lo que estábamos haciendo? Tías, os recuerdo que ha escuchado todo lo del juego – dijo Lluvia.
¿Y te crees que mis padres le van a creer? ¿A él? Sí, seguro, cuando les contemos lo que ha hecho no volverán a creer nada de lo que les diga en la vida. ¡Qué fácil me lo has puesto, capullo!

Entonces jugué una última baza.

Os juro que jamás les contaré nada de lo de esta noche ni a papá ni a mamá – dije.
Ya, eso sí me lo creo – dijo Angie con sarcasmo.
No, en serio. No les hablaré de la droga ni del alcohol, ni de nada de eso.
Estupendo – retrucó mi hermana – Y a cambio nosotras no contamos nada de lo que has hecho, ¿verdad?
No, contadlo, si queréis. Me lo merezco. No quiero nada a cambio. Sólo…
Sólo, ¿qué, niñato de mierda?
Sólo, que no quiero que Maddie se meta en un lío.

Ahí estaba, mi última carta. Una mano perdida de antemano, pero intuía que mi única y remota posibilidad de salir con vida de aquello era obtener un aliado en el grupo. Y Maddie era la que había demostrado un poquito de piedad conmigo.
La miré y, con sorpresa, percibí que mis palabras la habían perturbado levemente. Me miraba fijamente, como sopesando la sinceridad de mis palabras. En ese instante pensé que los hombres debían haberse portado muy mal con aquella chica para que una mierda de excusa inventada como aquella lograra conmoverla.
Y lo mejor fue que no la conmoví sólo a ella. Las otras tres se quedaron calladas un segundo, mirándome. Por desgracia, mi hermana rompió el encanto.

Tranquilo, capullo. Que el único que aquí está en un lío eres tú.

Pasado el incómodo silencio, las cuatro volvieron a ponerse en marcha haciendo planes.

Vale – decía mi hermana ejerciendo de capitana – Metemos las botellas de priva en las bolsas y las escondemos en el asiento de tu moto, junto con el chocolate. Yo voy a por el ambientador, para quitar el pestazo de humo de aquí y llamo a mis padres para que vengan a por éste.

Me di cuenta entonces de que Liz me miraba fijamente.

¿Y por qué vamos a hacer todo eso? – dijo de repente.
¿Cómo? – dijo mi hermana, poco acostumbrada a que la interrumpieran.
Que para qué tanto lío. Yo propongo que sigamos con la fiestecita y cuando tus padres vuelvan, entregamos al capullín a las autoridades.
Sí claro, y le damos un buen show aquí al amigo. No, si se lo merece el muchacho. Si quieres, seguimos por donde lo dejamos con el consolador y al menos que él pase un buen rato – intervino Lluvia.
Pues si te apetece, por mí no hay problema – respondió Liz con descaro – Pero yo había pensado más bien en que, en vez de hacernos putadas entre nosotras… se las hagamos todas a éste.

Las otras tres callaron un segundo, mirándose dubitativas entre ellas.

¿A qué te refieres exactamente? – dijo Maddie.
No sé… algo como esto.

Mientras decía esas palabras, Liz se acercó contoneándose hacia mí, que seguía sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. La chica se detuvo frente a mi rostro y me dio la espalda, quedando su formidable culo embutido en su sexy camisón a escasos centímetros de mi nariz.
Entonces la muy puta se tiró un pedo de los buenos.

¡PRRRRRRTZ! – exclamó el culo de la pelirroja.
¡Zas! ¡En toda la boca! – gritó su dueña.

La hija de la gran puta. De acuerdo que merecía que me castigasen por lo que había hecho, pero aquello era humillante.
Mientras, me llevaba las manos a la boca y a la nariz para evitar el tremendo pestazo (la nena comería gloria, pero sin duda que cagaba mierda), la banda de zorras se descojonaba a mi costa, tiradas por el suelo, contemplando cómo mis ojos llorosos suplicaban piedad.

¡Tía, qué bueno! – aullaba mi hermana sujetándose un costado – ¡Me ha entrado flato de tanto reír!
Maldita puta – pensaba yo sin atreverme a decir esta boca es mía.
¿Lo veis? ¿Lo veis? – insistía Liz – Mi plan es mucho mejor. Se las vamos a hacer pagar todas juntas.
¿Y qué propones? – preguntó Maddie, la más calmada.
¡Esto!

Mientras hablaba, Liz había rebuscado entre sus bolsas, sacando de ellas un objeto metálico. Al principio no supe lo que era, pero cuando lo dejó colgando de uno de sus dedos comprendí que la muy puta se había traído unas esposas a la fiesta de pijamas.

¿Adónde ibas con eso? – preguntó Angie entre risas.
Era para animar la fiestecita – respondió Liz acercándose hacia mí – ¡Agarradle chicas!

De pronto, me encontré con cuatro pares de manos inmovilizándome con fuerza. Sabía que era inútil luchar, pero, aún así, no pude evitar forcejear un poco, asustado por lo que podían hacerme aquellas locas si quedaba a su merced.
Entre las cuatro lograron ponerme las manos a la espalda y me esposaron al radiador del dormitorio. Cuando estuve bien atado, se apartaron de mí para contemplar su obra. Yo aún luché unos instantes tratando de librarme de las esposas, aunque pronto comprendí que no servía de nada.
Allí me quedé, a merced de las chicas, sentado en el suelo, con las manos a la espalda, sin escapatoria posible. Indefenso.

Te vas a cagar – sentenció Angie, haciendo que un escalofrío me recorriera la columna.

Apartándose de mí, Liz se sirvió una copa, que consistía en dos cubitos de hielo, tres cuartos de vaso llenos de vodka y un chorreoncito de refresco de naranja. Yo estaba alucinando de pensar que la tía iba a meterse semejante dosis de alcohol entre pecho y espalda, cuando comprendí que no era esa precisamente su intención.

Ahora te vas a beber esto enterito – susurró – Así te pondrás a tono.

Yo me debatí de nuevo mientras las chicas me sujetaban la cabeza. Cerré la boca con fuerza, pero una mano me tapó la nariz, obligándome a abrirla para respirar. Aprovechando esto, Liz me obligó echarle un trago al contenido del vaso, pero yo logré zafarme un segundo y escupir buena parte al suelo.

¡Plas! – el guantazo que me atizó Angie resonó en la sala.
¡Angie! – intervino entonces Maddie – Tampoco te pases. Una cosa es que nos divirtamos un rato a su costa y otra darle una paliza. Ya le cascaste lo suficiente antes.
¿Y a ti qué más te da? – se le enfrentó mi hermana.
Y además – continuó Maddie – No podemos hacerle beber todo eso. Si se emborracha y vuelven tus padres ¿cómo lo explicamos?
Es verdad – concedió Angie – No podríamos justificar el alcohol. Mejor no se lo des, Liz.

Agradecido por el respiro, dirigí una mirada de simpatía a Maddie, pero ella la evitó dándome la espalda.

¿Y qué hacemos con este vaso de vodka? No vamos a tirarlo – dijo Liz.
Pues repártelo, estúpida – respondió Lluvia, riendo.

Así lo hicieron, repartiendo el alcohol entre unos vasos con hielo y rellenando con refresco.

¿Y entonces qué hacemos? – dijo Lluvia mirándome.
Nada que le deje marcas visibles – dijo Angie – Nada que no podamos explicar a mis padres.

Tras decir esto se acuclilló a mi lado y me dijo muy seria:

O sea que, si quiero, puedo calzarte un par de buenas hostias, porque sin duda papá y mamá comprenderán que te parta la cara después de haberte pillado espiándome en el armario.
No te espiaba a ti – mentí, un poco enfadado – Sino a Maddie.
Tranquilo, cuando papá y mamá se enteren de que te pillamos con la polla en la mano, pajeándote en mi armario, olisqueando mi ropa, importará muy poco a quien estuvieras espiando.
¡Pero yo no he hecho nada de eso! – grité.
¿Y a quién le importa? – retrucó ella incorporándose.

La madre que la parió. Me tenía agarrado por las pelotas a lo bestia. No, si en el fondo me lo merecía, pero el saber que ella iba a salirse con la suya hacía que me hirviera la sangre. Nuevamente, forcejeé con las esposas, haciéndome daño en las muñecas, mientras miraba con furia a mi hermanita.
Entonces, Lluvia, que había estado rebuscando en el escritorio de mi hermana, intervino en la conversación.

Agarradlo por las patas, que tengo una idea.

Las otras tres obedecieron, mientras Lluvia se acercaba a mí con algo en la mano. Durante un instante, el pánico me embargó al pensar que había cogido el consolador, pero sólo se trataba de un rotulador.

¿No habéis visto la peli esa de “Los hombres que curraban a las mujeres”?
¡Sí! – exclamó Maddie, que al parecer comprendía lo que la rubia iba a hacer.

Me sujetaron con fuerza las piernas y tiraron de ellas al máximo, para que mi cuerpo quedara un poco estirado. Lluvia se inclinó junto a mí y me subió la camiseta, estirándola por encima de mi cabeza y dejándole enganchada allí. Entonces comenzó a pintarrajearme la barriga mientras las otras se descojonaban.

¡Ahora yo, ahora yo! – exclamó Liz tras unos segundos.

En poco tiempo (aunque a mí se me hizo eterno), el rotulador pasó por las manos de las otras tres golfas, sin que yo pudiera ver qué estaban dibujando. Por fin, terminaron y me liberaron las piernas. Liz me quitó la camiseta de la cabeza, pero la mantuvo enrollada para que yo pudiera contemplar su obra sobre mi piel.

¿Qué habéis puesto? – gemí – Del revés no puedo leerlo bien.
Pues mira – dijo mi hermana – Aquí pone “Enano mirón de mierda”, aquí “Pervertido pajillero”, ésta otra pone “Picha palo maricón”, ésta otra…
Vale, vale, me hago una idea…
Y da gracias a que no te lo hemos tatuado como en la peli.
Sí, os estoy muy agradecido.
Aunque, eso sí – dijo Angie – Hemos usado rotulador impelable, para que no se borre.
Se dice “indeleble”, estúpida – no pude resistirme a decir.
¿Y qué más da? “Picha palo maricón”…

Tocado y hundido.
Las tías siguieron bebiendo y fumando, mientras decidían qué nueva putada iban a hacerme.

¿A ninguna le apetece tirarse un pedo? – oí que decía Liz.
Mira que eres guarra – respondió una de las otras.
Yo voto por cruzarle la cara – dijo mi hermana.
Oye, espera, tengo una idea. Vamos a sonsacarle información y así lo convertimos en nuestro esclavo para siempre – dijo Liz.
¿Y cómo lo hacemos?
¡Tortura! ¡Mantenedle las piernas separadas!

Los huevos por corbata.
Mientras las otras obedecían sus órdenes, Liz se situó entre mis piernas, descalzando su pié derecho. Entonces me dijo:

A ver, mierdecilla, ahora vas a contestar a todo lo que te preguntemos ¿de acuerdo?

No supe qué decir.

Porque… si no lo haces… te va a doler un poquito.

Pensé que la muy zorra iba a patearme en las pelotas, pero no lo hizo. En cambio apoyó su pie desnudo en mi bragueta y comenzó a apretar, como si fuese el pedal de un coche. Durante un segundo casi me gustó, hasta que la muy puta empezó a hacer fuerza de verdad en mis partes y comencé a ver chispitas de colores.

¡Vale, vale, lo que quieras! – exclamé, logrando que la presión se relajara un poco.
Está bien – dijo Liz – Cuéntame lo que has visto en el armario y qué hacías ahí.

Decidí mantener mi versión del enamoramiento con Maddie. Obviamente, admití que había visto y escuchado todo lo que habían dicho y hecho. Para qué negarlo.
Pero entonces sucedió una cosa, mientras hablaba y hablaba, la presión del pié de Liz se había relajado bastante, hasta el punto de que no me molestaba en absoluto, más bien… me gustaba.
Sin duda, el hecho de estar en plena pubertad hizo que mis hormonas se alborotaran por el contacto femenino, y claro, aquello empezó a endurecerse.
Yo empecé a sudar copiosamente, acojonado, pues en cuanto Liz lo notara, se lo iba a decir a las demás y Dios sabía lo que me iban a hacer.
Nervioso, alcé la mirada hacia el rostro de la chica, y, para mi sorpresa, pude ver que ella me guiñaba un ojo pícaramente, mientras frotaba con suavidad su pié contra mi incipiente erección.

¿Y juras que no te la estabas meneando? – exclamó de pronto Liz.

Mientras decía esto, simuló volver a pisarme con fuerza inclinado el cuerpo hacia mí, pero en realidad no lo hizo, sino que siguió frotando mi duro pene con el pié.

Mirad cómo suda – reía mi hermana – Parece un cerdo. ¡Písale más, Liz!

Era verdad. Los goterones de sudor corrían por mi cara, pero no era precisamente porque estuviera sintiendo dolor.

Lo… lo juro – balbuceé fingiendo que la presión del pié me estaba matando.
Vale. ¿Y qué podíamos preguntarte ahora?
¿Fuiste tú el que me robó el tanga negro con mis iniciales bordadas? – dijo de pronto mi hermana.
¿Qué? – exclamé estupefacto, pues no sabía de qué cojones hablaba.
¡No te hagas el imbécil, niñato! ¡Aparta, Liz, deja que le pise yo!
Tía, perdona – intervino Maddie, salvadora – Me parece que estás confundida. Creo que tu tanga se lo llevó Lucas. De hecho a mí también me quitó uno. Los colecciona. Él dice que se asegura de que lleven un poco de vello de su dueña. Lo llama “Cortar Cabelleras”.
¿CÓMO? ¿EL LUCAS? ¡SERÁ HIJO DE LA GRAN PUTA!

Y empezó una retahíla de insultos e improperios contra el tal Lucas que me convencieron de que la próxima cabellera cortada iba a ser la suya.
Sus dos amigas trataron de calmarla, básicamente dándole más de fumar y de beber. Angie estaba cada vez más pedo y Liz cada vez más cachonda, a juzgar por cómo apretaba su pié contra mi erección. Os juro que podía notar cómo sus dedos dibujaban el contorno de mi falo por encima del pantalón.
Derrotada por el alcohol, Angie parecía estar a punto de caer redonda al suelo.

Será mejor que la llevéis al baño a que eche la papa. Si no, estará colocada perdida cuando vengan sus padres – dijo Liz sin dejar de sobarme.
Vaaaaale – dijo Lluvia con resignación. Esta vez me toca a mí, que la última vez ella me ayudó.

Decidida, se acercó a su borracha amiga y, sosteniéndola, la condujo al baño cerrando la puerta. Entonces, Maddie, que se había sentado en la cama, intervino.

¿Se puede saber qué coño estás haciendo? – le dijo a Liz – Me he callado para no liarla delante de Angie, pero ¿es que estás haciéndole una paja?

Vaya, y yo que creía que estábamos siendo muy discretos.

Tú te has callado porque, como yo, has visto el bulto en el pantalón de este capullín y quieres ver qué hay debajo. Además, a ti siempre se te hace el chichi agua cuando un tío te hace cumplidos y por eso llevas un rato defendiéndole.
¡Vete a la mierda, puta! – exclamó Maddie enfadada – ¡Tú lo que estás es cachonda perdida porque antes no te corriste con Lluvia en el jueguecito y en cuanto hueles una polla ya no piensas en nada más!
No te lo niego – concedió Liz – Y no te miento si te digo que llevo un buen rato verificando que este mierda tiene un buen paquete y que no me voy a quedar con las ganas de comprobar si es verdad.

Y, si lo sucedido hasta ese momento les parece increíble, lo que pasó a continuación fue ya surrealista.
Liz se arrodilló entre mis piernas y forcejeó con la hebilla de mi cinturón. Ni que decir tiene que esta vez no me resistí en absoluto, deseando saber qué iba a hacer aquella zorra a continuación.
Con la experiencia de haberlo hecho más de mil veces, Liz no tardó ni un segundo en bajarme los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, dejando al aire mi rezumante y excitadísimo falo.

¡Coño! – exclamó Liz admirada – ¡Pues era verdad! ¡Menudo trozo guardabas en los calzones, capullín! ¡No está nada pero que nada mal!

Creía que iba a estallar de orgullo. Que aquella golfa me felicitara por mi polla era como que Stephen Hawking te pusiera matrícula en un trabajo de física. El no va más.
Sentía cómo mi corazón latía en mi polla, estaba débil, desmadejado, pues todo mi organismo se concentraba en bombear sangre a esa zona de conflicto. Cuando Liz estiró la mano y ciñó con sus dedos mi ardiente nabo, vi estrellitas de colores en mis ojos, como cuando Han Solo activaba la hipervelocidad en el Halcón Milenario.

Nada, pero nada mal – repitió Liz pajeándome un par de veces.
¿Pero estás loca? – intervino Maddie estropeando el momento – ¡Como salga Angie te va a matar!
Angie tiene un colocón de mil pares de pelotas – respondió Liz sin dejar de pajearme – Y yo llevo un calentón del mismo tamaño, así que, si me disculpas…

No podía creérmelo. Tras ponerse en pié, Liz se subió el camisón y se bajó el tanga, arrojándolo a un lado. Se colocó a horcajadas frente a mí y volvió a subirse el camisón, dejando su frecuentada rajita frente a mis ojos, que estaban a punto de salirse de sus órbitas.

¿Te gusta? – se burló de mí.

Yo asentí vigorosamente.

Apuesto a que es el primero que ves en tu puta vida, pajillero de mierda.

No respondí y seguí con los ojos clavados en su entrepierna.

¿Te gusta o no? – insistió.
Me gusta mucho – atiné a balbucear.
Pues si te gusta… ¡cómetelo!

Tras decir esto, Liz echó las caderas hacia delante, pegando su coño a mi boca. Yo, que aún no comprendía cómo habíamos llegado a aquello, pero feliz de haberlo hecho, le di mentalmente las gracias a Marcos por su llamada y hundí mi lengua en su raja, estirando el cuello al máximo para comerme todo lo que allí había.

¡Ah, sí, justo ahí! – gemía Liz.

Yo no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo, sólo había visto hacer aquello en las pelis porno, pero compensaba con entusiasmo la falta de experiencia. Chupé a conciencia todo lo que pude, hundiendo la lengua hasta el fondo de aquel coño. Me hubiera gustado poder agarrarla, pero seguía esposado, con el metal hundiéndose cruelmente en mis muñecas, aunque me importaba un carajo.

Vale, vale, amiguito – jadeó Liz apartándose de mí – Ahora veremos de qué estás hecho.

Yo tenía el rostro lleno de babas y de jugos vaginales, pero me daba igual. Sólo quería más de aquella mujer, no había sido suficiente.

Por favor… – gimoteé.
¿Quieres más? – me torturaba Liz enseñándome lo que había bajo su camisón.
¡SI!
¡Vaaaale!

De un tirón, se sacó el camisón por la cabeza, quedando como Dios la trajo al mundo. Estaba tremenda, con su cabellera pelirroja suelta sobre los hombros y aquel monumental par de aldabas apuntando al techo, mitad obra de la naturaleza mitad del cirujano, quien, sin duda, había hecho un trabajo magnífico.

Te gustan ¿eh? – dijo Liz agarrándose cada teta con una mano y haciéndolas bailar.

No respondí, mi cara de sátiro era respuesta suficiente.

Pues a mí me gusta eso que tienes ahí. Y voy a probarlo.

Madre mía. El momento que siempre había soñado. Allí y ahora. Bendito Marcos.
Liz se arrodilló con una pierna a cada lado de mis muslos. Yo no movía ni un músculo, temeroso de que el mínimo movimiento la perturbase y la tía cambiara de opinión.
Con mano de experta, Liz agarró mi instrumento y lo colocó a la entrada de su gruta y una vez bien apuntada, simplemente se dejó caer.

¡AAAAAAHHHHHHH! – gemimos los dos al unísono.

Madre mía. Menuda sensación. Yo creía que hacerme pajas era bueno, pero no se acercaba ni de lejos a aquello. Sentir cómo su interior recibía ansiosamente mi pene, cómo su cuerpo se adaptaba al intruso, acogiéndolo, dándole calor. Notaba cómo la humedad del coño de Liz me mojaba el regazo, mientras la chica se tomaba un respiro para acostumbrarse al torpedo que había penetrado en su intimidad.
Lentamente, Liz comenzó un cadencioso baile con sus caderas, sacando y metiendo suavemente mi pene de su funda. Poco a poco, fue incrementando el ritmo, y en unos instantes estaba ya botando desenfrenada sobre mi nabo, follándose con él a velocidad de vértigo.
Para no perder el equilibrio, se agarró con ambas manos a mi cuello, momento que yo aproveché para tratar de echarme hacia delante y besarla.

¡Plas! – resonó la bofetada que me dio.
¡De besos nada, cabrón! ¡Sólo quiero tu polla!

Y venga a botar, empalándose una y otra vez.
Como quiera que la verdad es que me importaba una mierda besarla o no (sólo lo había hecho porque pensaba que era lo normal en estos casos), volví a reclinarme en la pared, dejándola hacer. Poco más hubiera podido intentar de todos modos, pues seguía esposado.
Aquello era la leche, sentir cómo su coño engullía mi polla una y otra vez, me lo estaba pasando bomba. Diez minutos antes creía que iban a matarme y a esconder el cadáver (es broma, pero no demasiado) y ahora estaba follándome a aquel pivón, que no es que tuviera demasiado mérito el hacerlo, pero para mí era dar un paso de gigante. Lo único malo es que no podía sobar el cuerpazo de la chica, y era muy angustioso tenerlo allí, encima de mí y no poder palparlo ni siquiera un poquito.

¡Ostia, ostia, ostia! ¡ME CORRO! – aullaba Liz.

Sentí cómo el coño de la chica se encharcaba. Su cuerpo se tensó enormemente, estrujando mi polla en su interior. Sus caderas sufrieron varios espasmos, como calambres y, finalmente, la chica se derrumbó sobre mí, enterrando su rostro en mi cuello.
Y yo, increíblemente, no había llegado al orgasmo. No entendía cómo, pero no me había corrido. Siempre había escuchado que, la primera vez de un tío, lo normal es que se fuera como un corcho de champagne, ya saben, un par de meneos y taponazo que te crió. Pero no, yo había aguantado como un campeón.

¿Ya está? – acerté a gimotear.

Liz se incorporó un poco, mirándome con ojos vidriosos.

¿Que si ya está? ¡Plas! – otra torta.

Por lo visto, entonces se abrió la puerta del baño, aunque yo no lo oí, pues en mis oídos solamente retumbaban los latidos de mi polla.

¡¿SE PUEDE SABER QUÉ COJONES PASA AQUÍ?!

Alcé la vista alarmado, esperando encontrarme con Angie hecha una furia, pero se trataba de Lluvia, que volvía al cuarto.

Pues nada – intervino Maddie – Que esta puta ha pensado que estaría bien tirarse al hermano de Angie.
Madre mía – dijo Lluvia llevándose las manos a la cabeza – Da gracias a que Angie se ha quedado frita en el baño. Iba a pediros ayuda para acostarla, pero creo que es mejor que la dejemos ahí.

Liz, torpemente, descabalgó de mí, dejando libre de nuevo mi polla. Pude notar cómo los ojos de Lluvia se clavaban en mi erección, sorprendida por lo que estaba viendo. Me gustó…

Tía, ha sido la leche – dijo Liz con voz apagada – Estaba cachonda perdida por lo de antes, pero aún así…
¿Qué? – dijo Lluvia con interés.
Este capullo ha logrado que me corriera, pero él no lo ha hecho.
¡Venga ya! – se admiró Lluvia.
Te lo juro. Míralo, sigue como el mástil de la bandera.

Tres pares de ojos femeninos se clavaron en mi masculinidad, que palpitaba esperando que la fiesta no hubiera acabado.

Esto no va a quedar así – dijo Liz incorporándose – Ningún niñato va a ir por ahí diciendo que no logré que se corriera.
¡Bah! – intervino Maddie desde la cama – Es sólo que te habías quedado a punto con el consolador. Y además, en cuanto ves una polla, ya te vas por las patas abajo, así que…
Vale, vale, lo que tú quieras, pero yo acabo de llevarme un pollazo de campeonato y en breves instantes me voy a llevar otro. Y tú ahí, sentadita en la cama viéndolo todo.

Maddie dio un bufido y murmuró algo así como “puta”, aunque no se le entendió. De todas formas a mí me daba igual lo que dijera, yo sólo tenía oídos para Liz, que hablaba de suministrarse otro pollazo. Y para eso necesitaba la ayuda del nene…

Quieta parada colega – la detuvo Lluvia – Ahora me toca a mí.
¿Qué? – exclamó Liz con incredulidad.
Yo también me quedé caliente con nuestro jueguecito de antes. Y tú ya has tenido tu turno.
¿Y Angie?
Angie no se despierta ni con un cañonazo. Y yo voy a darle gusto al cuerpo.

Para mi sorpresa, en vez de acercarse a mí como yo deseaba, fue hasta donde estaban sus cosas, donde rebuscó un poco. Tardó sólo un segundo en encontrar lo que estaba buscando, tras lo que se aproximó hacia mí, abriendo el sobrecito que había encontrado: un condón.

Aunque yo tomo precauciones. No soy como ésta – dijo señalando a Liz.

Con habilidad, me agarró la polla y, tras hacer un comentario jocoso sobre su dureza y temperatura, procedió a colocarme con habilidad el preservativo.
Era la primera vez que me probaba una prenda de esas, así que me miré fijamente el nabo, para ver si me quedaba bien.
Una vez me lo hubo puesto, la chica aprovechó para quitarse el pantaloncito, aunque, por desgracia, no se quitó la camiseta, por lo que no me ofreció el espectáculo de su delantera, no sé si porque se avergonzaba de no tener tanto volumen como sus amigas o porque simplemente no quería brindarme nada de espectáculo y sólo quería usarme como objeto sexual.

Vale, colega – dijo Lluvia colocándose en la misma postura que su amiga minutos antes – Veamos cómo te portas.
Por favor – le supliqué – ¿Por qué no me sueltas?
Eso te gustaría ¿eh? – se burló – Pues de eso nada, capullín. Porque si te suelto… ¿cómo podría hacer esto?

Tras decir esas palabras, la muy puta me agarró de los pezones y me los retorció con ganas. Yo solté un aullido y me contorsioné por el dolor, levantando súbitamente el culo del suelo. Al hacerlo, mi polla se clavó hasta el fondo en el coño de Lluvia, haciendo que su dueña aullara de placer.

¡AIOH SILVER! – gritó, simulando estar en un rodeo.

Aquel pedazo de guarra empezó entonces a cabalgarme a lo bestia. Yo no era ningún experto, pero estaba visto que, en materia de sexo, le iba lo mismo que a su amiga Liz. Bien duro.
La técnica sin embargo era un poco distinta. Liz me pareció más habilidosa, pues sus caderas bailaban sobre mí mientras me cabalgaba, provocando un sinfín de sensaciones distintas que me hicieron disfrutar enormemente. Lluvia, en cambio, se limitaba a usarme como un objeto, llegando incluso a utilizar mis orejas como agarre para darse impulso, mientras botaba sobre mi polla.
Yo había tenido unos minutos para recuperarme y además, el tacto del condón impedía sentir aquel coño con tanta intensidad como el de Liz, por lo que aguanté aquel envite notablemente bien. La tía seguía bota que te bota como loca, aullando y gimiendo de placer, pero yo no disfrutaba del polvo tanto como del anterior. Además, las esposas se me clavaban cada vez más debido a los bruscos empellones, por lo que las muñecas me dolían de verdad.

¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡JODER, QUÉ DURA ESTÁ! ¡DIOS, ME VOY A CORRER, ME VOY A CORRER! – gemía la chica cabalgándome con ganas.

Con todo, no vayan a pensar que no me estaba gustando aquello, la verdad es que era la caña, así que poco a poco, fui aproximándome a mi propio orgasmo. Estaba cada vez más a tono, sintiendo cómo el coño de la rubia me apretaba cada vez más.
Lluvia se echó entonces para atrás, apoyando las manos en el suelo, con lo que no podía dar aquellos tremendos botes sobre mi nabo, sino que tuvo que empezar a aplicar más técnica, más movimiento de caderas. Aquello me gustaba más, pues la nueva postura aumentaba el rozamiento.
Entonces, Liz, que había estado contemplando la escena, se puso en acción. Arrodillándose junto a su amiga, comenzó a comerle la boca con desenfreno. Deslizó una de sus manos bajo la camiseta de Lluvia y empezó a sobar y a juguetear con las tetas de la chica.
Lluvia, deseosa de corresponder a las caricias de su amiga, despegó una mano del suelo y la llevó a la entrepierna de la pelirroja, y empezó a frotar y a acariciar lo que allí se ocultaba. A juzgar por los gemidos que escapaban de la boca de Liz, sin duda Lluvia sabía muy bien lo que hacía.
Justo entonces, el coño de Lluvia se inundó (muy apropiado, ¿verdad?) y la chica se corrió como una burra. Para sentirme con más intensidad, quitó los pies del suelo, quedando todo su peso apoyado en mi regazo, con lo que mi polla se hundió hasta el fondo. Pequeños estertores de placer agitaban sus caderas, mientras tenues gemiditos escapaban de su garganta.
Pero yo no me había corrido.

No está nada mal, ¿verdad? – le preguntó Liz a su amiga.

Ella se limitó a negar con la cabeza, sin articular palabra.

La verdad es que ha sido toda una sorpresa el que a este cabrito se le dé tan bien el tema.

Ahora Lluvia asintió con la cabeza.

¿Has logrado que se corra?

Nueva negativa silenciosa.

¡No puede ser! ¡No me lo creo! – exclamó Liz – ¡Es imposible que entre las dos no hayamos conseguido que este capullo acabe! ¡Aparta de ahí!

Agarrando a su exhausta amiga por los sobacos, Liz tiró de ella, apartándola de mí. Se oyó un sonoro “PLOP” cuando mi nabo se desenfundó de su cálida vagina y mi amiguito surgió orgulloso, con su vestidito de látex puesto, duro como una roca, mirando al techo.

Te juro que no me lo creo – dijo Liz admirada – Esto no puede quedar así.

Se arrodilló a mi lado, dispuesta a lograr que me corriera aunque fuera lo último que hiciera en su vida. Su orgullo de grandísima zorra estaba en juego.
La verdad es que yo estaba a punto de llegar al orgasmo, no entendía cómo era posible que hubiera aguantado tanto. Quizás las tres pajas que me había hecho por la mañana, excitado por mi plan de espionaje, habían contribuido a aumentar mi resistencia, no lo sé, pero lo cierto era que, si Liz lo intentaba, no iba a llevarle ni cinco segundos el lograr que me corriera.
Pero a esas alturas, convertido yo ya en todo un experto en sexo, no era eso lo que yo quería. A ver, en aquel cuarto no había sólo dos coños, sino tres… Me faltaba uno…
Alcé mi mirada hacia Maddie y clavé mis ojos en los suyos. Traté de conmoverla, esgrimiendo una expresión de hastío, dando lástima. Quería que creyera que era con ella con quien yo quería hacer aquello, no con Liz, que pensara que la deseaba a ella y sólo a ella…
Mentira todo, claro, pero la verdad es que quería tirármela también.
Y funcionó.
Maddie, toda ruborizada y con los ojos vidriosos, mezcla de excitación y de colocón etílico, se levantó de la cama, decidida a no quedarse sin su ración de carne.

Déjame a mí Liz – dijo poniendo una mano en el hombro de su amiga, que ya se disponía a aplicarme su tratamiento.
¿Cómo? – respondió la pelirroja.
Que me toca a mí.
¿En serio? ¿No decías que yo era una puta por hacer esto? ¿Una guarra?
Vale, vale, lo que tú quieras… Tenías razón. Pero ahora estoy muy cachonda y es mi turno…

Liz la miró fijamente unos segundos. Temí que fueran a pelearse por mi polla y se estropeara todo (aunque por otra parte hubiera sido muy excitante ver a dos tías luchar por hacérselo conmigo), pero, finalmente, Liz decidió que su amiga tenía razón y le dejó el terreno libre.

Pero luego me toca a mí de nuevo ¿eh? – dijo haciendo que se me pusieran tiesos los pelillos de la nuca.
Por mí vale – respondió Maddie, mirándome a los ojos.

Percibí la oportunidad, gracias a mi instinto y la aproveché.

Maddie, por favor – gimoteé – Suéltame. Quiero poder tocarte.

Ella cerró los ojos y asintió. De puta madre.

Liz, ¿dónde están las llaves? – preguntó.
¿Vas a soltarle?
Sí.
Como quieras. No creo que a estas alturas esté pensando en escaparse, ¿verdad, cabroncete? – me preguntó.

Preferí no contestar y seguir con la mirada fija en Maddie, no fuera a ser que una respuesta entusiasta estropeara la imagen de tonto enamorado que pretendía dar.
Liz se incorporó y rebuscó entre sus cosas, hasta localizar una llavecita dentro de su monedero. Tras entregársela a Maddie, se agachó para recoger del suelo el consolador, que había quedado olvidado.

Ven, Lluvia, que vamos a entretenernos mientras estos dos se divierten.

Joder, qué tía, no perdía el tiempo.
Maddie se inclinó sobre mí, para soltarme las esposas. Yo aproveché para oler profundamente su cabello, procurando que ella se diera cuenta, para reforzar la imagen de cordero enamorado.

Hueles muy bien – susurré cuando se apartó de mí tras haberme liberado.

La sonrisilla tímida que esbozó Maddie me demostró que el piropo le había gustado.

Madre mía, tus muñecas – exclamó entonces la chica, horrorizada – Las tienes en carne viva.

Miré mis manos y comprobé que era cierto. La fricción salvaje contra el metal me había provocado rozaduras y arañazos en las muñecas, que estaban enrojecidas. Bueno, era un precio muy pequeño a pagar por todo aquello.

Me da igual – dije – Si así puedo estar contigo…

Maddie volvió a sonreír.
Muy despacio, se sentó de nuevo en la cama y comenzó a desabrochar los botones de su pijama, pero no se lo quitó. Podía ver su torso desnudo, su vientre y parte de sus pechos, pero no sus pezones, pues quedaban tapados por el pijama.
Ver a esa preciosa chica vestida con aquel pijama de hombre es una de las cosas más sexys que he visto en mi vida.
Con torpeza, pues estaba un poco entumecido, me puse de pié. Mi excitadísima polla, enfundada en el condón, bamboleó arriba y abajo, hasta quedar apuntando hacia Maddie, como una brújula hacia el norte, mientras la chica no le quitaba los ojos de encima.
Traté de acercarme a ella, pero mi pantalón y calzoncillos, aún enrollados en mis tobillos, hacían que caminase como un pato, con la polla cimbreando de un lado a otro, lo que hizo que Maddie se riera de mí. Tenía una risa muy musical.
De sendas patadas, me libré de los zapatos y de los pantalones y después me quité la camiseta, quedando en pelota picada, con el nabo como un hierro al rojo. Mi excitación no había decrecido ni un ápice, con lo que seguía al borde mismo del corridón.
Maddie dio unas leves palmaditas en el colchón, indicándome que me sentara a su lado. Lentamente, fingiendo timidez, me aproximé hacia ella y me senté. Ella me miró unos segundos, antes de inclinarse hacia mí y besarme suavemente en los labios. Dios, qué bien olía aquella chica.
Con torpeza, la besé tiernamente, logrando que ella percibiese mi inexperiencia, así que fue su lengua la que se abrió camino entre mis labios, buscando la mía.
Entonces, su mano agarró la mía tratando de llevarla hasta sus pechos, pero, por desgracia, rozó la parte herida de mis muñecas, con lo que un ramalazo de dolor recorrió mi brazo, haciéndome apartarlo de ella.

¡Ay! – me quejé.
Perdona, Aaron – dijo compungida – No me acordaba de que estabas herido.

Fue la primera vez desde que las conozco (no sólo en aquella noche) que una de las amigas de mi hermana me llamaba por mi nombre. Me encantó.

No te preocupes – le dije – No ha sido nada.

Y volví a besarla.
Esta vez fue mi mano solita la que buscó la exquisita redondez de sus senos. Comencé a acariciarlos torpemente, sobando aquellas soberbias cumbres, sintiendo la extrema dureza de sus pezones deslizándose entre mis dedos. Procuré acariciarla con delicadeza, aunque mi instinto me empujaba a enterrar la cara entre aquellos magníficos melones y a hacer diabluras con ellos.

Madre mía – pensaba mi obnubilado cerebro – ¿lo estaré haciendo bien?

Maddie gemía quedamente contra mis labios, mientras nuestras bocas se devoraban mutuamente, así que supuse que no lo hacía del todo mal.
Deseoso de explorar nuevos terrenos, mi mano fue bajando lentamente por su torso, hasta perderse en el interior del pantalón del pijama y plantarse justo entre las piernas de la chica.
Ella se estremeció ante mi contacto, apretando con fuerza los muslos, atrapando mi mano entre ellos. Me dolió un poco cuando sus piernas rozaron las heridas de mis muñecas, pero me dio exactamente igual.
Con torpeza, mis dedos fueron abriéndose camino en su intimidad, encontrándome con que su coño estaba realmente encharcado. Siempre había leído lo de que las mujeres se mojaban ahí abajo cuando se excitaban, pero aún así, aquello me sorprendió. Y pensar que Maddie estaba así de cachonda gracias a mí…
Justo entonces, la chica empezó a tomar parte un poco más activa en nuestro intercambio de impresiones y, sin dejar de besarme, llevó su mano hasta mi ardiente herramienta, apretándola levemente. Y sucedió lo inevitable.
Yo estaba más que a punto desde hacía un buen rato y bastó el simple contacto de la mano de aquella hermosa chica para que mi orgasmo llegase por fin.
La besé con fuerza mientras mis caderas se levantaban de la cama, con mi polla vomitando el contenido de mis huevos en el interior del condón.
Maddie se apartó de mis labios, mirándome sorprendida, mientras mi pene llenaba el preservativo de semen.
Pensé que iba a pensar mal de mí por haber aguantado tan poco (el orgullo masculino, ya saben), así que le di una buena excusa. Acercándome a ella, le susurré en el oído.

¿Lo ves? Con las otras dos no me he corrido, pero ha bastado con que me tocaras tú…

Ella me sonrió cálidamente.

Vaya, así que lo has logrado – oí que decía Liz.

Ambos levantamos la vista hacia la otra chica y nos encontramos con un espectáculo que, al menos a mí, me dejó de piedra.
Las otras dos chicas habían empezado a entretenerse mientras nos enrollábamos Maddie y yo, y habían decidido hacerlo a lo grande. Habían estirado uno de los sacos de dormir que habían traído en el suelo y, tumbadas encima, estaba aplicadas en practicar un lésbico 69.
Liz, que estaba encima, mantenía además el consolador bien clavado en el coño de su amiga y, ahora que no estaba concentrado en otra cosa, podía oír perfectamente el zumbido de su motorcillo puesto al máximo.
Lluvia, por otra parte, seguía concentrada en comerle el coño a la pelirroja, sin que, al parecer, le importara nada más de lo que sucedía a su alrededor. Agradecida, Liz retomó su tarea y volvió a hundir el rostro entre los muslos de su amiga, dejándonos a nosotros con lo nuestro.

Madre mía, vaya dos – dije admirado.
Sí – me respondió mi compañera – Son amantes desde hace muchos años. Les da igual carne que pescado.
¿Y a ti? – pregunté interesado.
¿Yo? – dijo Maddie con un extraño brillo en los ojos – ¿Te parece bien preguntarle eso a una chica?

Metedura de pata. Temí que Maddie se hubiera molestado por aquello. Aunque, mirándolo fríamente, creo que sólo trataba de tomarme el pelo.

Perdona – me disculpé – No quería ofenderte.
Eres bastante mono – me dijo ella riendo.
Y tú eres preciosa – retruqué con gran acierto.
Vaya, gracias – contestó ruborizada.
Es la verdad.
¿Y crees que tu amiguito se despertará pronto? – preguntó tratando de cambiar de tema.
¿Contigo al lado? Dale cinco segundos.

Y era verdad. Aunque acababa de tener una corrida bestial, me sentía en plena forma y notaba en la polla el familiar cosquilleo que indicaba que iba a comenzar a levantar la cabeza de nuevo.
Pero Maddie no estaba dispuesta a esperar. Sensualmente, se deslizó de la cama hasta quedar arrodillada entre mis muslos. Yo, sabiendo lo que iba a hacer, pero sin acabar de creerme el tener tanta suerte, no me atreví ni a mover un músculo, no fuera a cambiar de idea.
La chica, muy dulce y amable y todo lo que queramos, pero tremendamente experta en aquellas lides, no se hizo de rogar e, inclinándose sobre mí, me agarró la polla con la mano y me arrancó el condón, arrojándolo a un lado. Mirándome a los ojos, acercó la boca a mi miembro y comenzó a lamerlo, eliminando los restos de semen que quedaban en él.
En cuanto sentí aquellos carnosos labios cerrándose alrededor de mi polla, ésta empezó a crecer a un ritmo vertiginoso. Bastaron unos segundos de lametones y chupetones para que se pusiese como una viga de hormigón. Aún así, Maddie no dejó de chupármela, decidida a hacerme feliz, sin duda sabedora de que era la primera vez en la vida que me aplicaban ese tratamiento.
Yo cerré los ojos, sintiendo cómo sus labios engullían una y otra vez mi hombría, mientras sus habilidosas manos jugueteaban con mis bolas.
Enseguida noté que, de seguir así, iba a acabar en un minuto, y no podía permitirlo, pues estaba deseando tirarme a aquella moza. Algunos de ustedes, queridos lectores, pensarán que soy imbécil por esto, pero lo cierto es que sentía cierta conexión con Maddie, pues era la única que había mostrado cierta empatía conmigo. Quería que ella disfrutara.
Con desgana, agarré su cabeza, impidiendo que siguiera con la mamada. Con dulzura, la atraje hacia mí, incorporándola, y la besé con deseo, hundiéndole mi lengua hasta el fondo. Ella me devolvió el beso con pasión, empujándome hasta hacerme quedar tumbado en el colchón, con ella echada sobre mí. Mi pene era una dura barra atrapada entre nuestros cuerpos y ella, notándolo, comenzó a frotar su cadera contra él, con lo que el peligro de una prematura descarga retornó.
Como pude, salí de debajo de ella y le susurré:

Ahora me toca a mí.

Mi experiencia practicando sexo oral se reducía a minutos antes, cuando Liz prácticamente se metió mi cabeza entera por el coño, pero lo cierto es que me había gustado bastante y deseaba aprender más.
Muy excitado, forcejeé con los pantalones del pijama de Maddie, hasta que logré arrancárselo y dejarla desnuda de cintura para abajo sobre el colchón.
Percibiendo el olor a hembra caliente en el aire, me deslicé sobre la cama hasta quedar situado entre los muslos de Maddie, quien, comprendiendo mis intenciones, se abrió de piernas al máximo, ofreciéndome el tributo de su vagina completamente abierta.
Antes, durante el numerito de la botella, había podido echarle un vistazo a la entrepierna de la chica, pero ahora podía contemplarla con todo lujo de detalles.
Lo llevaba afeitadito por los lados, pero se había dejado un buen mechón de pelo negrísimo en la parte superior. Los labios se veían hinchados y palpitantes, brillantes por la extrema humedad que allí había. Además, vi que Maddie tenía un diminuto lunar justo al lado de su rajita.

Tienes un lunar aquí – le dije mientras lo rozaba con la yema de un dedo.
¡Ummmm! – siseó Maddie – Síiiiiii…Ya lo sé…
Sí, supongo que conoces tu cuerpo.
Deja de hablar y cómemelo de una vez.
Vale – concedí – Pero tendrás que guiarme, pues no he hecho esto antes.
Como quieras – susurró ella retorciéndose de expectación.

Lentamente, posé mis labios en la vagina de la chica, haciendo que su cuerpo se estremeciera de placer. Había visto hacer aquello cientos de veces en las pelis porno, pero no creía que aquella forma salvaje de practicar sexo oral que se mostraba en las películas fuera lo que de verdad le gustaba a Maddie.
Con cuidado, fui deslizando la lengua por la rajita de la chica, deleitándome con su sabor. La humedad rezumaba por todas partes y yo procuraba chuparlo todo. Inspirado, hundí mi lengua en su interior, logrando que su cuerpo se tensara como un arco, demostrándome que no estaba haciéndolo nada mal.

¡Así, así! – gemía Maddie – ¡Justo ahí! ¡Méteme los dedos!

Obediente, llevé también las manos al coño de la muchacha, palpando y acariciando aquella hirviente gruta, con torpeza, pero con ganas de complacerla.
Por fin, mis dedos se apropiaron de su clítoris, que encontré duro y orgulloso en la parte de arriba, notando cómo la humedad hacía que se adhirieran a él, provocando nuevos estertores de placer en la chica.

¡Ah! – gimoteaba ella – ¡Humedécelos un poco! ¡AH!

Comprendiendo a qué se refería, me chupé los dedos ensalivándolos abundantemente. Por si acaso, también los mojé con la propia humedad de la chica, antes de volver a juguetear con su clítoris.

¡Sí! ¡Así! – siseaba ella – ¡Por ahí!
¿Te gusta? – le pregunté mientras por fin me decidía a clavarle un par de dedos hasta el fondo.
¡ME ENCANTA! – aulló ella mientras sentía cómo los dos intrusos invadían su intimidad.
¡Coño! – pensé – Pues no se me da nada mal este invento.

Exultante, redoblé mis esfuerzos orales sobre la chica, pajeándola dulcemente con mis dedos mientras mis labios y mi lengua se ocupaban del área clitoriana. En pocos instantes, logré que Maddie se corriera como loca.
Sus muslos apretaron con fuerza mi cabeza, logrando que mis orejas se pusieran coloradas. Su coño se encharcó, llenándose de exquisitos flujos y humedades. Sin embargo, ella no gritó ni aulló como habían hecho las otras dos antes.
Extrañado, aparté la boca de su coño y levanté la cabeza, encontrándome con que Maddie se había tapado la cabeza con la almohada, ahogando así los gritos que le provocaba el orgasmo.
Súbitamente, comprendí el por qué. Si Liz se enteraba de que se había corrido, ella perdería el turno de estar conmigo. No estoy seguro de si era por eso, pero creo que sí.
Sonriendo (y henchido de orgullo) decidí que no iba a darle cuartel a la chica, así que, sin esperar a que los últimos temblores del orgasmo abandonaran su cuerpo, me coloqué de rodillas entre sus muslos y, agarrándome la polla, comencé a situarla en la entrada de su coño, cosa bastante fácil, pues ella seguía despatarrada, con su rajita bien abierta.
Cuando notó mis maniobras, Maddie arrojó la almohada a un lado y trató de detenerme, pero claro, para pararme a esas alturas estaba yo.
Con toda la experiencia que me daban mis dos anteriores polvos, se la clavé a Maddie de un tirón, enterrándola hasta el fondo en su palpitante coño, aún tembloroso debido a su reciente orgasmo.

¡OH, DIOS! – aulló Maddie – ¡ME LA HAS METIDO HASTA EL FONDO!
Claro, nena – susurré en su oído recostándome sobre ella – ¿No es eso lo que querías?

Por toda respuesta, Maddie agarró mi rostro con las manos y me besó con furia, atrayéndome hacia sí. Noté cómo sus piernas abrazaban mis caderas, apretando mi trasero, ofreciéndose por completo a mí, estrechándome contra su ser, sintiéndome.
Era la primera vez que era yo el encargado de bombear durante una sesión de sexo, pero mi instinto me servía bien, así que, lentamente, comencé el mete y saca en el coño de la chica. Sus piernas anudadas a mi alrededor no me dejaban mucha libertad de movimiento, aunque sí la suficiente para comenzar a follármela cada vez con mayor frenesí.

¡UM! ¡AH! ¡SÍ! ¡ASÍ! – gemía Maddie apartándose por un instante de mis labios – ¡Espera, por ahí no! ¡Ah, ahora, sigue, sigue! ¡FÓLLAME!

Y claro, yo obedecía.
Zumba que te zumba, seguí follándomela sin piedad, horadando aquel exquisito coño hasta el fondo, logrando que se estremeciera hasta la última fibra de su ser. No sé si porque me gustaba de verdad o si porque era la mejor de todas, pero lo cierto es que aquel polvo con Maddie estaba siendo más placentero que los anteriores.
Seguimos dale que te pego durante un rato, amoldándonos al ritmo del otro, disfrutando mutuamente del sexo sin pensar en nada más. Maddie liberó mis caderas, quitando sus piernas de mi cintura, volviendo a abrirse de piernas al máximo, ofreciéndose a mí.
Yo, con mayor libertad de movimientos, apoyé las manos en el colchón, levantando mi torso cuanto pude, liberando a Maddie de mi peso y redoblé mis esfuerzos en el martilleo de su coño.
Inspirado, como en las pelis porno que veía, me arrodillé en la cama sin sacársela y la atraje hacia mí tirando de sus caderas y, sosteniéndola, continué propinándole pollazos en el coño. Ella volvió a correrse, aullando, esta vez sí, como una loca, pero ninguna de las otras se atrevió a interrumpirnos.
Notando aproximarse mi propio orgasmo, la hice cambiar de postura una vez más, y agarré una de sus piernas por la pantorrilla, levantándola en el aire, mientras ella quedaba tumbada de costado en el colchón. Ante cada embestida, sus enormes pechos bamboleaban, mientras su dueña gemía y resoplaba con cada empellón.
Logré que Maddie llegara una vez más, enterrando la cara en el colchón para ahogar los gritos y gemidos de placer que yo le estaba procurando. Noté que mis propios testículos iban a entrar en erupción y así se lo hice saber a Maddie, con lo que rompí el encanto de la situación.

¡ME CORRO! – aullé – ¡ME CORRO, NENA!
¡NO! ¡NO LO HAGAS! – me gritó ella – ¡QUE NO LLEVAS PUESTO EL CONDÓN!

Yo no entendía de qué cojones me estaba hablando, así que seguí dándole culetazos, martilleándole el coño, pero ella se retorció como una víbora y, para mi decepción, se libró de mí de una patada, obligándome a desenfundarle el miembro de su interior.
Con movimientos de experta, Maddie agarró mi polla segundos antes de que ésta comenzara a disparar su carga. Con habilidad, apuntó mi pistola hacia la chaquetilla de su propio pijama, que se había quitado y me hizo descargar toda mi leche sobre su ropa, aunque, mentalmente, yo deseaba haberle pegado unos cuantos lechazos en la cara y en las tetas a la morenaza.
Por fin, me dejé caer en el colchón, bastante cansado, tratando de recuperar el resuello. Ella tiró su pijama empapado de semen al suelo y se derrumbó a mi lado, con la respiración entrecortada y las mejillas encendidas. Ver cómo sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración hizo que me surgiera la vena traviesa, así que llevé una mano a sus tetazas y empecé a sobarlas.
Ella se dejó hacer, y en pocos segundos mis labios estuvieron prendidos de uno de sus pezones, mientras Maddie me acariciaba el cabello, gimiendo de placer ante mis caricias.
Entonces sentí cómo una mano se apropiaba de mi, en esos momentos, mustia masculinidad y apretaba un poquito más de lo debido.

¡Ah, no amiguito! – escuché que decía Liz – Vuelve a tocarme a mí.
¡Vete a la mierda! – rugió Maddie – ¿No ves que estamos en plena faena?
Ya, como yo antes, pero ahora vuelve a tocarme.

Levanté la vista y vi cómo Liz estaba de pié, inclinada sobre la cama y me tenía, literalmente, agarrado por los huevos. Lluvia, jadeante y con el rostro enrojecido, estaba un poco por detrás, sin perderse detalle.
No sabía muy bien por qué, pero lo cierto era que lo que me apetecía más era seguir con Maddie, pero intuía que yo allí no tenía ni voz ni voto.

Así que, venga, levanta de ahí que me toca a mí – siguió Liz sin soltarme la polla.

Maddie puso cara de resignación, comprendiendo que, en aquel demencial juego, Liz llevaba razón, pero yo no quería separarme de ella.
Como pude, me incorporé y quedé sentado en la cama.

Chicas – dije en voz baja – No sé si voy a tener fuerzas para otra sesión completa.

Mentira podrida. En mi vida me había sentido mejor.

¿En serio? – dijo Liz – Porque esto de aquí comienza a endurecerse.
No, si me refiero a una sesión “completa”, con las tres otra vez.
Pues lo siento, ahora me toca a mí.
Venga, Liz – insistí – No me refiero a que no te toque a ti, sino a que en vez de hacerlo una por una, lo hagamos todos a la vez.
Sí claro, muy listo – dijo Liz riendo – Tú lo que quieres es montártelo con tres tías a la vez.
¡Coño! – exclamé – ¿Y qué cojones es lo que estoy haciendo? ¡Ya me lo estoy montando con tres tías a la vez! Es sólo que digo que, si lo hacemos todos juntos, y viendo que tú y Lluvia os lo pasáis muy bien solitas, podremos disfrutar todos, porque si no, aunque pueda hacerlo contigo, no voy a poder luego con ellas.

Madre mía, menudo montón de tonterías. Pero no se me ocurría otra cosa para poder seguir en la cama con Maddie.

Venga, tía – intervino Lluvia – Que Maddie no va a querer jugar conmigo como haces tú y me voy a tener que quedar mucho rato mirando…

Mientras decía esto, Lluvia se deslizó tras la espalda de Liz y empezó a sobarle las tetas desde atrás. Liz, ni corta ni perezosa, echó la cabeza para atrás y le pegó un morreo de campeonato a su amiga, lo que logró que mi polla volviera a empalmarse en su mano.
Maddie, que había comprendido mis intenciones, me agarró el rostro y me besó, empujándome hasta volver a tumbarme sobre el colchón. Enseguida noté cómo los cuerpos de las otras dos se subían también a la cama y pronto sentí como Liz y Lluvia comenzaban a chuparme y a besarme por todos lados.
Maddie, deseosa de contribuir a mi placer, abandonó mis labios y comenzó a besarme y a lamerme el cuello y el pecho, y pronto su lengua estuvo jugueteando con mis pezones.
Aquello era increíble. Tumbado en la cama y con tres hembras en celo devorando mi cuerpo. Noté como una mano se apoderaba de mi polla, acariciándola y magreándola. Segundos después, una segunda mano se unió a la primera y enseguida una tercera. Las tres chicas me estaban sobando el falo a la vez, sin dejar de chuparme y lamerme ni un instante.
Yo apenas podía hacer nada dada mi posición, pero aún así me apañé para toquetear y acariciar todo lo que pude de los soberbios cuerpos de aquellas tres vampiresas.
Y entonces llegó el acabose. Liz, descendió con sus lametones por mi estómago y comenzó a juguetear con su lengua en mi nabo. Las otras dos, pícaramente, decidieron hacer lo mismo, así que se deslizaron hasta los pies de la cama y pronto tuve tres lenguas chupando mi enardecido cipote.
Dios, ver a aquellas tres hembras comiéndome la polla es una imagen que tendré grabada a fuego en la mente hasta que me muera. Hubiera dado lo que fuera porque me alcanzaran el móvil para poder haber grabado aquella escena desde aquella perspectiva. Tres tías mamándomela mientras me miraban a los ojos. Lo máximo.
Por fin, Maddie se cansó de juguetear y subió para volver a besarme. Como quien no quiere la cosa, pasó una pierna por encima de mí y se sentó en mi estómago, tapándome la visión de las otras dos que seguían chupa que te chupa.
Echó el culo para atrás, tratando de apartar a las otras dos para volver a clavarse en mi hombría, pero claro, Liz no iba a consentirlo.

¡De eso nada, guapa! – exclamó dejando de chupármela – Ahora me toca a mí.
¡Plas! – resonó en el cuarto el azote que le propinó a Maddie en el culo.
¡Ay! ¡Guarra! – se quejó Maddie riendo – Que sólo estaba bromeando.
Sí, sí, lo que tú quieras, pero ahora esa polla es para mí.

Y para demostrar sus palabras, Liz me agarró con fuerza de la polla y tiró hacia sí, obligándome a incorporarme y a descabalgar a Maddie de mi pecho.

Ven para acá, capullín – me espetó – Ven con mamaíta.

Coño, para qué iba yo a resistirme. Liz se tumbó boca arriba en la cama, y tirando de mi nabo me hizo situarme entre sus piernas, en la misma postura que minutos antes con Maddie. No hizo falta que yo hiciera nada, pues fue ella la que colocó mi polla justo a la entrada de su vagina.
Sabiendo que a la chica le gustaba el tratamiento rudo, no esperé ni un segundo más y le pequé un pollazo que casi logro que los ojos se le salieran de las órbitas.

¡CABRÓOOOOOON! – aulló la chica – ¡QUE ME LO VAS A PARTIR!

Me importaba un huevo. Como un émbolo, comencé a martillearle el coño sin piedad. En pocos segundos, gruesos goterones de sudor me caían por la frente, debido al soberano esfuerzo que suponía, perforar aquel coño a sesenta pollazos por minuto; mi culo parecía una ametralladora, mientras la chica, desmadejada entre mis brazos, sólo atinaba a gritar y a insultarme.

¡HIJO DE PUTA! ¡MÁS! ¡DAME MÁS! ¡RÓMPEME EL COÑO!

Por desgracia, aquello era demasiado esfuerzo, así que no pude seguir y me derrumbé sobre la chica, con la polla bien enterrada en su interior. Curiosamente, ella no se quejó, sino que me abrazó con fuerza y después, me besó.

Me he corrido por lo menos cuatro veces – me susurró al oído.

Aquello me sorprendió, pues yo, totalmente enloquecido, no me había dado cuenta.

¡Pues entonces me toca! – exclamó Lluvia.
¡No, por favor! – gimió Liz – Sólo una vez más…
¡Y una polla! – contestó su amiga.
¡Pues eso! – dijo Liz estrechándome contra su pecho.

Pero Lluvia no estaba dispuesta a dejar pasar su turno y tirando de mí, me apartó del cuerpo exánime de Liz. Mi polla cimbreó orgullosa, en busca de su siguiente víctima, pues a ella le daba igual una que otra.
Miré a Maddie, que me contemplaba con una expresión de lujuria tal que hizo que un escalofrío me recorriera la columna. La chica contemplaba la escena sentada en el colchón, con la espalda apoyada en la pared, mientras se masturbaba lánguidamente con una mano, mientras con la otra se acariciaba los senos.

Lluvia, por favooooooor – gemía Liz.
Espera, que tengo una idea.

Colocándose a cuatro patas sobre su amiga, Lluvia volvió a adoptar la posición del 69. Comprendiendo lo que pretendía, me situé de rodillas a su popa, de forma que la cabeza de Liz quedaba entre mis muslos. La chica iba a tener un primer plano de mi polla clavándose en el coño de su amiga.

Sabes lo que tienes que hacer, ¿no? – me dijo Lluvia.
¡Coño! Esto no es física nuclear precisamente.

Agarrándome la polla, traté de situarla a la entrada del coño de Lluvia. Sin embargo, mi inexperiencia hacía que no fuera capaz de penetrarla desde aquella posición, por lo que, cada vez que lo intentaba, mi pene resbalaba por su vagina sin lograr entrar.
Por fortuna, Liz, en una posición inmejorable, decidió actuar de mamporrera y, agarrándome el cimbrel, lo colocó en la posición adecuada, con lo que simplemente tuve que empujar para hundir mi espada en el coño de la chica.

¡AAAAAHH! ¡POR FIN! – gimió la rubia.

Sin pensárselo dos veces, y para agradecerle su ayuda, Lluvia hundió el rostro entre los muslos de Liz, empezando a comerle el coño. Yo, sin perder un segundo, me agarré a sus caderas y empecé a follarla, marcando un ritmo pausado pero intenso, procurando clavarla al máximo en cada empellón.
Pronto estábamos disfrutando de un polvo muy rico, llenando la habitación de gemidos, chupetones y grititos de placer, que se vieron intensificados cuando Liz comenzó a comerle el coño a su amiga desde abajo.
Aprovechando su postura, la muy zorra no sólo le practicaba sexo oral a su amiga, sino que también me lamía la polla y los huevos cada vez que la desenfundaba.
Aquello era la hostia, pero yo estaba deseando volver a follarme a Maddie. No sé por qué, pero mientras estaba disfrutando de aquel impresionante trío, sólo podía pensar en lograr que la rubia se corriera para que volviera a tocarle el turno a la morena.
Mientras follaba, tenía los ojos clavados en Maddie, que se mordía los labios tratando de ahogar los gemidos que le provocaba la paja que se estaba haciendo.
Entonces, súbitamente, Maddie se puso en marcha e, incorporándose, gateó sobre el colchón hasta quedar junto a mí, apoderándose su boca de la mía.

Usa esto – me susurró.

Vi entonces que Maddie me había entregado el consolador de mi hermana y me sonreía pícaramente. Yo aún tardé unos segundos en comprender lo que me pedía.
Sorprendido, apunté con el consolador a la grupa de Lluvia, mientras interrogaba a Maddie con la mirada, queriendo asegurarme de haberla comprendido bien.
Ella asintió, sonriendo, e hizo un gesto con la mano indicándome que lo clavara de una vez.
Más seguro (y un poco alucinado) comencé a juguetear con el consolador en el ano de Lluvia, lo que hizo que la chica diera un respingo de sorpresa.

¡Ah! ¡Ah! – siseaba ella con cada culetazo – ¿Se puede saber qué coño haces? ¡Aparta eso de ahí!

Yo volví a mirar a Maddie y ella simplemente asintió con la cabeza. Entonces Liz, que lo veía todo perfectamente desde abajo, exclamó disipando todas mis dudas:

¡Sí! ¡Clávaselo! ¡En el ojete! ¡Méteselo por el culo!

Y le hice caso.

¡UUAAAAAAAAH! ¡CABRÓOOOOOON! ¡NOOOOOOOOO! – aullaba la chica doblemente penetrada.

Y eso que fui delicado y lo metí despacito (aunque sin pausa).
El cuerpo de la chica se colapsó por completo. Su coño apretó sobre mi verga con fuerza, a lo que se unió la sorprendente sensación de notar el consolador clavado en su culo apretarse contra mi polla enterrada en su coño. Faltó un pelo para que me corriera, pero, sin embargo, fue ella la que alcanzó un devastador orgasmo.

¡ME CORRO! ¡ME CORRO, NIÑATO DE MIERDA! ¡MI CULOOOOO!

Derrotada, Lluvia se derrumbó sobe el cuerpo de su amiga, atrapándola debajo. Mi polla, que se salió de su coño, cimbreó pesarosa, pues le habían impedido alcanzar el clímax; pero no importaba, allí quedaban coños que follar.
Con rapidez, me acerqué a Maddie, que me esperaba con el deseo brillando en la mirada. Nos fundimos en un tórrido beso, y mis manos se apropiaron con lujuria de su cuerpo. Sus pechos, sus muslos, su culo, su coño, todo su ser fue sobado y acariciado por mis ávida manos, con firmeza pero sin brusquedad.
Poco a poco, fui reclinándola en la cama, sin dejar de besarla, y logré que se situara boca abajo, con intención de repetir la postura que había usado con Lluvia. Ella, con su gran experiencia, entendió mis intenciones, así que colocó una almohada bajo su vientre, para que su grupa quedara bien en pompa.
Me situé detrás de ella y, al verla en esa postura, una libidinosa idea fue formándose en mi mente. Repitiendo lo que había visto mil veces en las pelis porno, escupí un poco de saliva en mi mano y me ensalivé bien la polla. Después repetí el proceso con el ano de la chica, deseando probar otra cosa nueva.
Pero ella no estaba por la labor.

¡No! ¡Aaron! – exclamó al notar mis tejemanejes – ¡Eso no!

Se volvió hacia mí asustada, tapándose el culo con una mano. Era bastante cómico.

¿Por qué no? – insistí yo.
Nunca lo he hecho por ahí. No me gusta eso.

Recordé entonces la conversación que había tenido con Liz durante el juego y recordé que ella era virgen por el culo.

Perdona, Maddie. No lo sabía. No quisiera hacerte daño por nada del mundo. Ha sido sólo… la excitación del momento.
Tranquilo – respondió sonriéndome – No pasa nada.

Volvimos a colocarnos en posición. Gracias a la almohada que levantaba su popa me fue más fácil colocar la polla en el lugar adecuado. En cuanto estuve, la penetré lentamente, sintiendo como cada centímetro invadía aquella húmeda oscuridad.

¡AAAAAAAAAHH! – gimió dulcemente Maddie mientras mi émbolo se enterraba hasta el fondo en su cuerpo.

Dulcemente, comencé a follarme a aquella chica. Mi mente divagaba por todas las cosas que habían sucedido aquella noche y comprendí que había empezado a sentir algo por Maddie. No me malinterpreten, no es que me hubiera enamorado ni nada de eso, era sólo que había descubierto una chica dulce y amable detrás de la fachada de zorra intratable que siempre daba. Las otras dos eran tal y como se mostraban, más putas que las gallinas, pero intuía que Maddie era así por influencia de sus amigas.
Empecé incluso a fantasear en comenzar a salir con ella. ¿Estaría ella dispuesta a enfrentarse a sus amigas? ¿A todos los cachas del colegio, acostumbrados a trajinársela siempre que querían?
Con todas estas ideas en mente fui relajando mi cuerpo, lo que me permitió alargar un buen rato aquel delicioso polvazo. Maddie se retorcía de placer ante mis empellones, disfrutando cada segundo de mi delicado tratamiento, corriéndose lánguidamente, apretando y ciñendo mi polla con fuerza, disfrutando como nunca antes.

¡Dios mío! – susurraba – ¡Eres el mejor amante que he tenido en mi vida! ¡Por favor, más, máaaaaaaas!

Madre mía, aquello era la ostia. Sintiendo que mi propio orgasmo se acercaba, aceleré un poco el ritmo de mis caderas, buscando concluir con una buena corrida aquella faena de dos orejas y rabo que acababa de realizar. Miré a mi alrededor, viendo que las otras dos se habían quedado dormidas a nuestro lado, una con los pies para arriba y la otra al revés, lo que me hizo sonreír. Miré el resto del cuarto, lleno de ropas tiradas, de botellas y restos de pizza, con un penetrante olor a sudor y a sexo…. Y entonces se me paró el corazón.
Angie estaba de pié, apoyada en el marco de la puerta del baño, mirándome con los ojos llameantes. Durante un segundo, pensé que se iba a arrojar sobre mí y me iba a dar otra paliza, pero entonces me di cuenta de que tenía una mano hundida en el pantaloncito del pijama y comprendí que se había estado masturbando mientras su hermanito se trajinaba a sus amigas en su propia cama. A saber cuánto rato llevaba mirándonos.
No sabía qué hacer ni qué decir, consciente de que un nuevo cataclismo se cernía sobre mi cabeza. Ella me miraba sin parpadear, echando fuego por los ojos, pero ¿ese fuego era de ira o de lujuria? Ese súbito pensamiento penetró en mi mente, cambiándolo todo.
Como un autómata, volví a bombear el coño de Maddie con mi polla, lentamente, subiendo poco a poco el ritmo. Angie, por su parte, continuó masturbándose sin despegar la mirada de mí, con la mente obnubilada por la excitación.
El simple hecho de ver así a mi hermana hizo que la cabeza se me nublara por la calentura y sin poder aguantar más, sentí que mi orgasmo llegaba, devastador.
Con un último resto de cordura, le indiqué a Maddie que me corría y se la saqué del coño.
Entonces ella hizo algo muy extraño; se volvió y se tumbó frente a mí agarrándose las tetas con las manos.

Vamos – me dijo – Puedes correrte encima de mí.

E incluso abrió la boca, dispuesta a recibir mi semen donde yo quisiera. Os juro que me dio un poco de pena.

Magdalena – le susurré – Es cierto que he deseado muchas veces correrme encima de una chica. Pero no deseo hacértelo a ti. No quiero humillarte.

Lo que hice fue volverme hacia las otras dos, que se habían quedado fritas y me di un par de sacudidas en la polla, logrando que mi corrida impactara en las dos bellas durmientes.
Con una risita, Maddie se situó a mi espalda y me dio un beso en la mejilla. Agarrando ella misma mi polla, se encargó de dirigir los lechazos sobre los cuerpos de sus dos amigas, a las que pusimos perdidas de semen de la cabeza a los pies.

Es excitante correrte encima de una tía, ¿verdad? Sé que a los tíos os gusta.
La mitad de excitante que estar simplemente a tu lado.

Ella volvió a besarme.
Un rato después estaba tumbado en la cama, bien apretado con las tres chicas. Maddie dormía recostada en mi pecho y las otras dos no habían movido ni un músculo. Gracias a Dios que la cama de mi hermana era de las grandes que si no…
Yo contemplaba el techo, repasando mentalmente los acontecimientos de aquella noche y en cómo iba a afrontar los futuros.
Mi hermana había desaparecido en el interior del baño y por los tenues gemidos que se escuchaban en la ahora silenciosa habitación, no había muchas dudas de lo que estaba haciendo allí dentro.
Una súbita serenidad se apoderó de mi mente. Sabía que Angie seguía siendo un problema, pues mi deseo ahora era salir en serio con Maddie y la fuerte personalidad de mi hermana iba a ser un serio obstáculo. Así que decidí agarrar el toro por los cuernos… o a la vaca por las tetas, si así lo prefieren.
Con cuidado sumo, me deslicé por el colchón, librándome del dulce peso de Maddie sobre mi pecho. Muy despacio, abandoné la cama y me puse en pié en la habitación, estirando los músculos para desentumecerlos.
Noté que mi polla estaba de nuevo en pié de guerra. No me extrañaba, teniendo en cuenta lo que me proponía a hacer a continuación.
Sin hacer ni un ruido, me dirigí al baño y abrí la puerta lentamente, mirando al interior.
Mi hermana estaba sentada en la tapa del inodoro, desnuda, mientras se pajeaba con furia. Tenía agarrado uno de sus pechos con una mano y tiraba de él hacia arriba, acercando el pezón a sus labios, para poder chuparlo. Qué buena estaba la hija de puta.
Concentrada en lo que hacía, no escuchó cómo yo abría la puerta y penetraba lentamente en el baño. Muy despacio, caminé hacia ella hasta quedar de pié delante del water, de forma que mi enhiesto nabo quedaba justo delante de sus cerrados ojos.
Súbitamente, Angie abrió los ojos alarmada y se encontró de bruces con mi excitada hombría que la contemplaba babeando. Durante un segundo, vi en su mirada cómo la lujuria luchaba contra el sentido común, hasta que, finalmente, se levantó de golpe e intentó emprenderla a porrazos conmigo.
Yo, que ya me lo esperaba, fui rápido como una serpiente y logré inmovilizarla por las muñecas. Excitado, atraje su cuerpo hacia mí, apretando mi duro nabo contra su muslo, frotándolo para que ella percibiera bien mi erección.
Ella se resistía, pero yo era más fuerte, así que la mantuve pegada a mí. Con rudeza, busqué sus labios con los míos y la besé. Durante un instante, pareció devolverme el beso, pero finalmente se debatió para apartar su rostro del mío.

¡HIJO DE PUTA! ¡SUÉLTAME! – me gritó – ¡SE LO VOY A CONTAR TODO A MAMÁ!
Sí, cuéntaselo – siseé – Me da lo mismo… Yo sólo sé que esta noche me he follado a tres miembros de tu pandillita… ¡Y QUE AHORA ME VOY A FOLLAR A LA CUARTA!

Angie se quedó paralizada un segundo, antes de volver a forcejear, tratando de librarse de mi presa.
Loco de deseo, dejé de pelear con ella y traté de sobarla por todas partes. Mis manos se apropiaron de los deliciosos senos fraternos, que fueron magreados con fruición. Mis labios la besaron por todas partes, mientras ella trataba de apartarme y escapar de mí.
Harto de todo aquello, pues sabía que la muy zorra lo estaba deseando, volví a besarla con rabia, hundiéndole la lengua hasta la tráquea. La empujé con el cuerpo hasta obligarla a sentarse de nuevo en el inodoro; llevé entonces una mano hasta su entrepierna y, sin pensármelo dos veces, hundí dos dedos bien adentro de su coño, comenzando a masturbarla con ganas.
Ella, sorprendida por la súbita intrusión, apretó los muslos con fuerza, atrapando mi mano en medio. Agarró mi muñeca y tiró de ella, tratando de sacarla de allí, pero lo hizo sin fuerza, sin auténtica convicción.
Yo notaba cómo su resistencia iba menguando, cómo la excitación iba ganando terreno a su aversión hacia mí. Angie había contemplado cómo había conseguido satisfacer a sus exigentes amigas y ahora quería lo mismo para sí, aunque no lo admitiría ni en el potro de tortura. Su coño era un charco en el que chapoteaban mis dedos, que parecían estar en el interior de un horno, ardiente y húmedo.
Decidido a subir un peldaño más en aquel in crescendo de lujuria, me arrodillé delante de ella y le separé los muslos con las manos con firmeza, dejando su indefensa raja a mi entera disposición. Ella, sabedora de mis intenciones, aún simuló resistirse levemente, pero en realidad estaba deseando que yo iniciara mi faena.

¡Déjame, hijo de puta! ¡Déjame salir! – gimoteaba.
¿Estás segura? – respondí yo antes de hundir la cara entre sus muslos.

Su coño era delicioso. Ardiente como un volcán en erupción, húmedo y palpitante, el simple contacto de mi lengua hizo que su cuerpo se estremeciera de placer. Sentí cómo sus dedos se engarfiaban en mis cabellos, acariciándome y estrechándome contra sí, mientras se abría cada vez más de piernas, para brindarme fácil acceso a su intimidad.
Yo, con mi plan en mente, continué comiéndoselo con gusto, mientras notaba cómo sus jugos resbalaban por mi cuello y me manchaban el torso. Estaba cachonda perdida, olvidado ya todo intento de resistencia, Angie se me ofrecía por completo, dedicada en cuerpo y mente a recibir placer.
Sentí cómo su cuerpo se aproximaba al paroxismo del orgasmo, el volumen de sus gemidos subía, sus manos me revolvían el cabello con más ganas, sus pies se retorcían en el frío suelo del baño.
Y entonces me detuve, poniéndome en pié.

Pero, ¿qué haces? ¿Por qué te paras? – me dijo con incredulidad.
¿No querías que parara? Pensaba que prácticamente estaba violándote, así que he recuperado un poco de sentido común y he logrado detenerme – le respondí.
Pero…
Lo siento, Angie. Yo estaba dispuesto a hacerlo contigo si tú también lo deseabas, sin importarme que fueras mi hermana ni nada, pero si tú no quieres…
¿Qué? – balbuceó ella, sin entender ni una palabra de lo que yo decía.
Pues nada, que te dejo en paz.
¡No!
¿En serio? ¿Quieres que continúe? Pues no tienes más que pedírmelo – continué.
¿Cómo? – dijo ella, incrédula.
Que me lo pidas. Dime: “Aaron, quiero que me folles ahora mismo. Quiero tu polla clavada en mi coño. Estoy loca de deseo después de ver cómo te follabas a mis amigas y quiero que me hagas lo mismo”.

Qué hijo de puta que soy. Es verdad. Durante un segundo, pareció que estaba a punto de claudicar, pero pronto vi el brillo del orgullo en su mirada, ese brillo que yo conocía tan bien.

Vete a la mierda – me espetó.
Vale – respondí, saliendo del baño.

No quiero ni contaros el esfuerzo que me supuso salir de allí. Me hubiera bastado con cerrar la boca y dedicarme a follármela para lograr vengarme de Angie por años de humillaciones y putadas. Pero no, no me bastaba, mi victoria tenía que ser completa.
Tratando de tranquilizarme, de bajar mi nivel de excitación, me concentré en el plan que había trazado.

Ánimo, Aaron – me dije – Ya la tienes en el bote. Aguanta unos minutos más y habrás vencido para siempre.

Vi entonces algo que me iba a ser muy útil encima del escritorio de mi hermana: un cenicero con un porro a medio fumar. En mi vida había probado yo el hachís, pero pensé que iba a servir para serenarme. Cogí el porro y un mechero, sentándome en la silla que había frente al escritorio. Lo encendí, dándole unas caladas, como había visto hacer a las chicas. Me hizo toser bastante, pero la verdad es que también me relajó.
Esperé un par de minutos, fumando un poco de aquello. Recorrí el cuarto con la mirada y constaté que las chicas seguían dormidas en la cama. Bueno, Lluvia se había movido, pues se había colocado en la misma dirección que las otras y ahora dormía abrazada a Liz. Sonreí pensando en el futuro que me esperaba si sabía jugar mis cartas.
Justo en ese instante, se abrió la puerta del baño y, muy lentamente, mi hermana penetró en la habitación. No iba desnuda, pues se había puesto su albornoz de baño, aunque yo sabía que debajo no llevaba absolutamente nada.

¿Quieres que me vaya a mi cuarto? – le dije dando otra calada.

Ella no respondió.

Te he esperado para ver qué decidías – continué – Si quieres, llamamos a mamá al móvil y le cuentas todo lo que ha pasado esta noche. Eso sí, tú le explicas por qué están tus amigas desnudas en tu cama, con esa sonrisa de satisfacción en el rostro.

Angie me miró unos segundos en silencio. Por fin, se abrió lentamente el albornoz, mostrándome su exquisito cuerpo desnudo. Yo sonreí, consciente de que había vencido, de que un futuro de color de rosa se abría ante mí.

Aaron, quiero que me folles ahora mismo. Quiero tu polla clavada en mi coño. Estoy loca de deseo después de ver cómo te follabas a mis amigas y quiero que me hagas lo mismo – me dijo.
Pues ahora quiero algo más – le respondí.
¿Qué? – dijo ella, confusa.
Quiero que me la chupes – le dije abriendo bien mis piernas y mostrándole mi formidable erección.

Esperaba un último intento de resistencia por su parte, un último coletazo de orgullo… pero no. Angie se había rendido por completo a su deseo. Sin decir nada más se arrodilló frente a mí y con habilidad, engulló mi polla de un solo golpe… hasta el fondo.
Joder, casi me corro de la impresión. Sentía cómo su garganta ceñía mi polla, cómo su caliente saliva la mojaba, cómo sus labios se apretaban contra mi ingle. Lentamente, fue sacándola de su boca, apretando sus labios contra el tronco, recorriéndolo centímetro a centímetro. Cuando la sacó por completo, su lengua serpenteó en el glande, jugando con la punta de mi capullo, mientras una de sus manos hacía malabares con mis pelotas.
Angie sabía muy bien lo que hacía y en un par de minutos me tenía ya en punto de ebullición. Pensé en hacer como en las pelis y correrme en su boca y en su cara, pero qué coño, lo que de verdad me apetecía era clavarla bien clavada.
Mostrando una gran fuerza de voluntad, aparté a Angie de mi sobrexcitado miembro, aunque ella se resistió un poco, pues no quería quedarse sin su juguete. Agarrándola por las manos, tiré de ella bruscamente, obligándola a ponerse en pié. De un empellón, la hice retroceder, hasta que su espalda quedó apoyada en la pared. Sus ojos se clavaron en los míos y pude ver el fuego de su orgulloso carácter brillando en su interior.
Con rudeza, mis labios se apoderaron de los suyos, besándola con fuerza, recorriendo con mi lengua toda su boca. Pero la suya esta vez no permaneció ociosa y me devolvió el beso con furia, mordiéndome el labio inferior con saña.
No aguantando más, la apreté todavía más contra la pared y agarré uno de sus muslos, levantándolo hasta dejarlo junto a mi cadera, donde lo mantuve sujeto. De esta forma, su coño quedaba bien abierto, con un pié en el suelo y el otro en alto.
No tuve que molestarme en apuntar bien mi polla en su coño, pues fue ella misma la que agarró mi ardiente instrumento y lo colocó en posición. De un empujón, se la clavé hasta los huevos, percibiendo cómo su cuerpo se rendía ante el palpitante invasor.
La pierna que ella mantenía en alto, pronto rodeó mi cintura, apretando mi trasero contra ella, obligándome a penetrarla al máximo. Cada vez más cachondo, comencé a bombear en su esplendoroso coño, hundiendo mi polla en su interior con violentos empujones que la dejaban sin resuello en cada ocasión.
Sus manos se engarfiaron en mi pelo y tiraron de él, obligándome a echar la cabeza hacia atrás. De esta forma, nuestros ojos se miraban fijamente, contemplando cada uno su propio reflejo en la mirada del otro. Menudo polvazo.

¡MÁS! ¡DAME MÁS! – gemía mi hermana – ¡FÓLLAME, CABRÓN, FÓLLAME!

Súbitamente, Angie levantó el pié que tenía en el suelo, anudándolo también a mi cadera, de esta forma yo sostenía todo su peso apretándola contra la pared, pero ni eso me detuvo, y seguí horadándola sin piedad.
Ambos gemíamos de placer, follándonos el uno al otro, olvidándonos por completo de que éramos hermanos, de que nos odiábamos mutuamente. Por fin, Angie alcanzó el orgasmo, abrazándose a mí con fuerza, besándome en el cuello con fiereza, dejándome un recuerdo suyo en forma de chupetón.
Llegó un momento en que ya no pude más, el peso de Angie me vencía, así que, sacando fuerzas de flaqueza, la levanté a pulso, con mi polla enterrada en sus entrañas y la trasladé hasta el escritorio, donde hice que se sentara.
Deslicé las manos por detrás de ella y, de un barrido, arrojé al suelo todo lo que había en la mesa, obligándola a tumbarse encima. Por fortuna, las chicas habían quitado las botellas un rato antes, mientras me tenían esposado, porque si no, las hubiera destrozado todas contra el suelo.
Liberado por fin del peso de Angie, la agarré con firmeza de las caderas e hice que levantara un poco el culo, para tener mejor acceso para mis culetazos. A cada empellón que yo le propinaba, los pies de Angie bamboleaban en el aire, como si estuviera montada en algún tipo de loco columpio.

¡JODER! ¡SÍ! ¡MÁS DURO! ¡MÉTEMELA HASTA EL FONDO! – gimoteaba mi hermanita.

Yo ya no podía más, mis huevos estaban a punto de estallar. Por un loco instante, pensé en correrme en su coño, pero el sentido común se impuso. Imaginaos el marrón si dejo preñada a mi propia hermana. Estaba a punto de correrme, pero Angie se me adelantó.

¡ME CORRO! ¡ME CORRO OTRA VEZ! ¡DIOS, SÍ! ¡FÓLLAME CABRÓN!

Sí, sí, tú insúltame todo lo que puedas, porque, a partir de hoy, se te acaba el chollo.
Con este pensamiento en la mente, alcancé el clímax. Se la desenfundé a Angie del coño y la dejé apoyada en su vientre, donde descargué toda mi carga. Ya no quedaba suficiente leche en mis pelotas para producir una corrida espectacular, pero hubo la suficiente para propinarle un par de buenos impactos en las tetas y en la barriga.
Ella, medio atontada por el placer, se frotó mi lefa por el cuerpo, como si fuera crema solar, mientras la recorrían los últimos estertores del orgasmo.
Agotado, me dejé caer al suelo, donde me tumbé, tratando de recuperar el aliento. Miré hacia la cama y vi cómo una de las chicas cerraba bruscamente los ojos. Era lógico, con el follón que habíamos organizado, que las chicas se despertaran. Y claro, habían fingido seguir dormidas al encontrarse con su adorada jefa cabalgando a lomos de la polla de su hermanito.
Angie seguía medio aturdida, tumbada sobre el escritorio, con las piernas colgando y el cuerpo empapado de sudor y semen. Yo estaba físicamente agotado, pero mi mente estaba exultante, pues la cosa no podía haber salido mejor.
En cuanto recuperé un poco de fuerza, me levanté del suelo y recogí toda mi ropa, que estaba esparcida por la habitación, y mi móvil, medio destrozado junto a la pared. Me acerqué al escritorio y con una pizca de rudeza, estrujé una de las tetas de mi hermana, espabilándola.

Supongo que esto no se lo contarás a mamá, ¿verdad? – le dije.

Pude ver una chispa del antiguo odio que ella sentía hacia mí bailando en sus ojos mientras abandonaba su cuarto.
Derrengado, me aseé un poco y subí a mi cuarto, acostándome. He dormido toda la noche de un tirón. Ni me enteré de a qué hora volvieron mis padres.
Como dije al principio, tras ducharme, bajé a desayunar, tropezándome con Angie, que me miró con mal disimulado odio, sin decir palabra.

Tranquila, nena – pensé.

Inventé una excusa para mi madre. Que había discutido con Marcos y había vuelto de noche a casa; por eso estaba en mi cuarto al amanecer.

No te preocupes mamá, si la casa de Marcos está aquí al lado. No pasa nada por venir solo de madrugada.
No, mamá, no le he hecho nada a Angie. No sé por qué está tan rara.
Tranquila, mamá, que no la molestaré a ella ni a sus amigas.

En cuanto las he oído bajar a desayunar, me he quitado de en medio, volviendo a mi cuarto. Me he cruzado con ellas en la escalera. Ninguna ha dicho nada; sólo Liz me ha dado un cachete en el culo cuando he pasado a su lado. Maddie no se ha atrevido ni a mirarme, colorada como un tomate. No importa.
Aprovechando que están todas abajo, he recuperado la cámara. Batería agotada. Le he rogado al dios de los pervertidos que haya salido todo bien. Porque, si se ha grabado todo correctamente….
Chantajearé a Angie y a sus amigas. Sexo, drogas, alcohol, abusos a un menor… Sólo tengo que montar y editar el vídeo adecuadamente… y serán mías.
…………………………………………………………………..
Mientras escribía esto, he volcado el vídeo en el PC y lo he visualizado. Ha salido de puta madre. Dios, estoy deseando ver la cara que pondrá Angie cuando vea la parte en que me la chupa sin que yo haga nada. Se le van a caer las bragas. Eso, si permito que vuelva a utilizarlas.
No sé, quizás libre a Maddie de la esclavitud y la convierta en mi novia. Si ella quiere… Haré que se convierta en la jefa de este grupito de zorras; mientras esté conmigo, las otras tendrán que obedecer todo lo que ella diga… Siempre que ella haga lo mismo conmigo.
Luego llamaré a Marcos. Para darle las gracias por su llamada.
FIN
TALIBOS
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ernestalibos@hotmail.com
 
 

Un comentario sobre “Relato erótico: “Fiesta de Pijamas” (POR TALIBOS)”

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