¡La biblia está equivocada!
Lo digo porque cuando los antiguos israelitas plasmaron el exilio del paraíso, no se atrevieron a contar la realidad. Estoy convencido que la tentación en la que cayó Adán no fue en la tan manida manzana sino otra cosa.
¿Y por qué lo digo?
Seamos serios, ¿Creéis que por un jodido fruto, nuestro ancestro iba a perder las comodidades de Edén? 
Yo, al menos, ¡No me lo trago!
Pensadlo, según las escrituras, nuestros antepasados iban desnudos por la vida sin preocuparse de nada porque todo les era concedido. Entonces, ¿Cuál fue la verdadera razón por la que cayeron en desgracia? Para mí está claro:
“EL CULO DE EVA”
Un buen día, nuestro querido Adán se fijó en el trasero de su compañera. Obsesionado con esas dos nalgas, no pudo dejar de pensar en cómo sería meterle su pene por ese agujero vedado y la zorrita de Eva se percató que dándoselo se haría con el poder total.
Luego si estoy en lo correcto:
-La manzana es ese oscuro objeto de deseo que desde entonces nos trae jodido.
-la serpiente no es otra cosa que la polla del pobre tipo.
Y la más clara demostración de que fue así y que se sigue repitiendo desde entonces hasta nuestros días fue lo que me ocurrió con el cojonudo trasero de Helena, mi compañera de trabajo.
 
 
Hasta que la conocí, mi vida era perfecta. Estaba casado con una buena mujer, tenía un trabajo estupendo e incluso mi cuenta corriente tenía una salud envidiable. Pero el Diablo, Satán, Lucifer o como cojones queráis nombrarlo, tuvo a bien mandarme a esa morena a joderlo todo.
Todavía recuerdo el día que estando yo tranquilamente sentado en la oficina, llegó mi jefe acompañado de esa preciosidad.
-Alberto, te presento a tu nueva compañera. Quiero que la pongas al día de los asuntos y mientras aprende, será tu asistente.
Cómo llevaba más de un año pidiendo que contrataran a alguien para el departamento, recibí con gusto la nueva incorporación sin saber que ese  engendro del demonio iba a entrar en mi vida asolándola. Al verla con esa cara de no haber roto jamás un plato, no pude anticipar que se iría adueñando de mi existencia y que al cabo de tres meses, esa zorra haría conmigo lo que le viniera en gana.
De todas formas seria mentir si no reconociera que desde el inicio me fijé en que esa chavala tenía un culo maravilloso. El ceñido pantalón que lucía esa mañana, no solo no escondía la perfección de sus nalgas sino que la magnificaba.  Si de por sí, esa mujer tenía un par de buenas pechugas, donde realmente residía su  atractivo era en ese duro, grande y sabroso trasero que tan bien movía al caminar. Y no tardaría en comprobar que esa hembra lo usaba para conseguir lo que le apeteciera en cada momento.
La desgracia fue que desde el puñetero momento en que posó sus ojos en mí, decidió hacerme suyo. Todo lo que os voy a contar a continuación no es mas que la historia de cómo me subyugó y los vanos intentos que realicé para evitarlo.  Al igual que Adán no pudo hacer nada contra Eva, yo ya estaba condenado aún antes de conocerla.
Siguiendo el transcurrir de mi odisea, al irse mi superior y quedarme a solas con mi teórica asistente, la muy puta lo primero que me dijo fue explicarme lo contenta que estaba con que yo fuera su jefe. Según ella, le habían hablado de que junto a mí aprendería enseguida porque no solo era un estupendo profesor, sino que todo el mundo suponía que en la organización tenían previsto promocionarme.
Sus palabras no eran mas que un preconcebido piropo con el objetivo de calentarme la oreja y de esa forma, me predispusiera a favor de ella. Lo cierto y no me cuesta reconocerlo es que cumplió su objetivo. Creyendo en su buena fe, ya me vi como responsable del departamento, teniéndola a ella como mi lugarteniente.
El resto de la historia fue totalmente previsible. Durante las primeras semanas, Helena tanteó sus opciones. Sin darme cuenta, yo mismo cavé mi tumba al abrirme de par en par a esa  guarra y no guardarme ningún secreto. Y cuando digo ninguno es ninguno. Sin ver la telaraña que iba tejiendo a mi alrededor,  le expliqué como hacer mi trabajo, cómo me escaqueaba cuando lo necesitaba e incluso que trapos sucios tenía de mis superiores e incluso las fantasías sexuales de mi juventud.
Para explicarnos cómo Helena consiguió sonsacar todo de mí, basta con que os cuente  lo que ocurrió un viernes cualquiera  al salir de trabajar. Esa día mi esposa estaba en Asturias con su madre y sabiéndolo de antemano, cuando ya nos íbamos, me preguntó si no me apetecía tomarme una cerveza con ella.

Juro que aunque esa mujer me atraía, nunca había tenido la menor intención de enrollarme con ella y por eso sin meditar en  donde me metía, acepté y fui con ella a un bar cercano al trabajo. Todavía recuerdo que esa noche, Helena estaba preciosa. Vestida con una blusa blanca con uno ribetes en azul, el prominente escote que lucía no me dejó pensar antes de contestar sus preguntas. Cumpliendo a raja tabla con un guión previamente elaborado, esa morena llevó nuestra conversación hacía temas personales y en un momento dado, mientras yo estaba embelesado con el canalillo de su pecho, me preguntó:

-Cuando conociste a tu mujer, ¿Qué fue lo que más te gustó de ella?
Comportándome como un verdadero cretino, respondí sinceramente:
-Su culo. Mi señora tenía y tiene un trasero digno de museo.
Mi respuesta la satisfizo y poniéndose de pie, sonriendo, me soltó:
-¿Tan bonito como el mío?
Sin ser capaz de dejar de admirar esa maravilla, no supe que contestar. Mi falta de respuesta se debió más a la impresión del modo en que me lo estaba luciendo que a otra cosa pero ella insistiendo, dijo muerta de risa:
-No creo que tenga un culo más duro que el mío.
Sin saber que decir, me quedé de piedra al observar a esa morena acariciándose el trasero y excitado y cortado por igual, mascullé:
-No sé cómo lo tienes pero te aseguro que el de Marisa es estupendo.

Soltando una carcajada, me respondió:
-¿Y te deja usarlo? O solo puedes mirarlo.
 Avergonzado, le reconocí que mi mujer era muy tradicional y que nunca la había tomado por ahí. Fue entonces cuando sin importarle que hubiera gente mirándonos, llevó una de mis manos hasta sus nalgas y comportándose como una puta, me espetó:
-Tócalo. No solo lo tengo estupendo sino que me gusta usarlo.
Como comprenderéis, no pude evitar magrear  esa maravilla y olvidándome de que era mi asistente, intenté desdramatizar el momento, reconociéndole que era casi perfecto.
-¿Casi perfecto?- preguntó extrañada al oírme mientras mis manos seguían posadas en su trasero.
En plan de broma, respondí:
-Para ser perfecto, tendría que estar desnudo.
Entornando los ojos, soltó una risotada y desprendiéndose de mi caricia, me soltó:
-Eso se puede arreglar.
Aterrorizado al saber que si continuaba con ese juego, iba a cometer una estupidez, me disculpé con ella, diciéndola que tenía prisa y llamando al camarero, pedí la cuenta. Hoy, reconozco que huí con la cola entre las piernas pero ese día creí que era lo único que podía hacer. Lo cierto es que a Helena no le molestó mi  retirada y cuando nos despedíamos, me dio un beso en los labios diciendo:
-Hoy te dejo que te vayas pero te aviso: ¡Me ponen muchísimo los hombres casados!
Al llegar a casa y aprovechando de que estaba solo, no pude evitar dar rienda suelta a mi calentura y  pensando en ella, me masturbé. Aunque sabía  que esa mujer no me convenía, dejé que mi mente volara y soñé que  esa noche la hacía mía.  Preludiando mi destino, me imaginé que salía del baño de mi habitación envuelta en una toalla.
Como si fuera real, observé que su pelo negro aun mojado le confería un aspecto gatuno, era una pantera a punto de alimentarse. En mi sueño, Helena era una cazadora y yo su presa.
-Fóllame- me exigió como si fuera mi obligación
Y sin esperar mi respuesta, sus manos me desnudaron con rapidez. Mi asistente más que quitarme la ropa, me la arrancó y de un empujón me tumbó en la cama. En mi mente, estuve a punto de negarme, pero entonces dejó caer la tela que la envolvía dejándome ver el cuerpo más impresionante que me hubiese podido siquiera imaginar.
Todos mis recelos desaparecieron cuando muerta de risa, me dio uno de sus pechos y me obligó a chupárselo. Ella era una diosa y yo solo un pobre mortal. Sin voluntad alguna, me entretuve recorriendo con la lengua el borde de su pezón mientras ella se acomodaba encima de mí. Sin ningún tipo de prolegómeno, la Helena de mi sueño se introdujo mi miembro en su cueva. La sequedad de su sexo provocó que sintiera cada uno de sus pliegues como una tortura, que fuera como si dentro de ella miles de pequeños dientes me rasgaran todo mi pene. Comportándose como una estricta ama, no le importó mis gritos  y como quien se mete un consolador, empezó a montarme sin freno.
Los músculos internos de su vagina apretaban y soltaban mi polla sin parar. Cómo si me estuviera ordeñando y como si lo único que buscara era recoger mi simiente, no dio ninguna importancia a lo que yo pensara. Su cabalgar se incrementó de improviso y viendo que mi pene se deslizaba con mayor facilidad, su excitación se me contagió y cambiando de postura apoye su espalda contra la cama, abriéndole las piernas para facilitar mis acometidas.
Por su respiración entrecortada supe que se le acercaba el clímax, el olor a hembra me llegaba por todos lados, cuando me envolvió la humedad de su venida. Gritó como poseída, al sentir como su cuerpo explotaba, y arañándome me dio permiso para que yo también terminara. Su orden desencadenó que mi cuerpo derramara dentro de ella en breves pero intensas sacudidas de placer toda la frustración de la noche, y cayendo sobre ella me corrí.
Mi imaginación tampoco me dio descanso y no había terminado de correrme cuando ya tenía mi pene en su boca, buscando el reanimarlo. Mi ídilica asistente lo consiguió sin esfuerzo y poniéndose a cuatro patas, me exigió que volviera a introducírselo en su vagina. La mujer de mis sueños al sentir que la cabeza de mi glande chocaba en esa posición con la pared de su vagina, me incitó a penetrarla con violencia. Como su más fiel sumiso, me agarré de sus pechos usándolos como soporte y desbocado, seguí con mi misión.
Ya nada me podía parar, aún en mi imaginación, yo no era más que su objeto deseoso de placer y mientras ella conseguía múltiples orgasmos, en mi mente lloraba por tamaña humillación. En un momento dado y tratando de retomar el control de esa pesadilla, quise sacarla y que Helena me la chupara pero se negó y pegándome un grito, me ordenó correrme dentro de ella.
Por segunda vez mi cuerpo regó las sábanas tras lo cual, agotado y avergonzado, me quedé dormido.
Helena inicia su acoso.
A partir de ese día, no cejó en su propósito. Aprovechando cualquier circunstancia, restregaba su culo contra mi cuerpo por mucho que le pedía que no lo hiciera. Parecía como si mi rechazo en vez de retraerla la estimulara y obviando cualquier recato, buscó el calentarme a todas horas.
Aunque no os lo creáis, ¡Estaba indefenso! No podía acercarme a mi jefe y decirle que esa preciosidad me estaba acosando. Lo primero es que dudo que me creyera y de hacerlo hubiera dudado de mi propia sexualidad. Por eso tuve que sufrir en silencio sus ataques mientras poco a poco esa zorra iba asolando mis reparos.
Para que os hagáis una idea de lo insoportable que era la situación solo contaros un detalle. Aprovechando que trabajábamos uno frente al otro en un despacho, una mañana estaba enfrascado terminando un informe cuando de pronto escuché un ruido bajo mi mesa. Al mirar que pasaba me encontré con Helena sonriendo arrodillada en la alfombra. Estaba a punto de preguntarle que se le había perdido cuando la mala suerte hizo que en ese preciso instante, llegara nuestro jefe. Don Alberto, ajeno a lo que estaba ocurriendo bajo mi despacho, se sentó en una silla y sacando un dossier, me pidió que le aclarara algunos puntos.
Acojonado porque me resultaría imposible el explicar los motivos por los que  mi asistente se hallaba allí si la descubría, me callé esa circunstancia y temblando, empecé a responder sus preguntas. La muy hija de puta sabiendo que si decía algo sería despedido, aprovechó el momento para bajarme la bragueta.
Mi pene reaccionó a sus caricias y ella viendo mi respuesta instintiva, la usó para metiendo su cara entre mis piernas, besar mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Sus maniobras consiguieron que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto.
No me cuesta reconocer que estaba acojonado y mas cuando aprovechando mi indefensión, esa zorra se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo fue una tortura porque sin poder hacer nada para remediarlo,   disfruté de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión antes  que la humedad de su boca lo envolviera. Increíblemente, esa cría no cejó hasta que desapareció en su interior. Con mi pene completamente introducido en su garganta y  usó su boca como si de su sexo se tratara y en silencio,  empezó a sacársela y metérsela mientras yo seguía contestando a nuestro jefe.
No sé si fue el morbo de tener a ese capullo en frente o la maestría que demostró al hacerme la mamada, pero no tardé en sentir que me iba a correr sin remedio. El mal rato se prolongó durante varios minutos y coincidiendo con la partida de Don Alberto, me  derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Helena, sabiendo que me había forzado, se esmeró para que no me quejara y no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara, con su lengua limpió todos los restos de mi excitación. Tras lo cual, salió de debajo y acomodándose el vestido, me dijo:
-Espero que te haya gustado porque a mí, ¡Me ha encantado!
Indignado y con mi orgullo por los suelos al haber sido un mero pelele de su lujuria, salí del despacho rumbo al baño. Ya encerrado en ese indigno cubículo, aterrorizado pensé en lo cerca que había estado mi despido y ya más tranquilo, volví con el firme propósito de encararme con esa arpía.
El problema fue que cuando cerrando la puerta para evitar visitas indiscretas y antes de poderle echar la bronca, Helena sonriendo me pasó su móvil diciendo:
-Antes de decir nada, ¡Mira que he grabado!
Casi me caigo al suelo al ver en su teléfono la grabación de la mamada y justo cuando estaba más acojonado, esa zorra me informó de lo que me esperaba diciendo:
-Como verás te tengo en mis manos, pero no te preocupes mientras me sigas dando mi dos raciones diarias de leche, esto quedará entre nosotros,
Os juro que mi mundo se hundió en ese instante porque aunque no se me veía la cara, no tenía ninguna duda de que mi mujer reconocería como míos, tanto el pantalón  como la verga que esa mujer se comía en la película y tratando de parecer sosegado, pregunté:
-¿Dos diarias?
-Sí, cariño. Pienso ordeñarte mañana y tarde.
Ni que decir tiene que cuatro horas después, Helena cumplió su amenaza y sumergiéndose bajo la mesa, volvió a hacerme otra mamada.
Helena se muestra como una hembra insaciable.
Durante dos semanas, esa mujer se conformó con las dos felaciones diarias y cuando ya hasta veía normal que al llegar a la oficina, lo primero que hiciera fuera devorar mi miembro, me soltó:
-Llama a tu mujer y dile que esta noche llegaras tarde a casa.
Sin saber que se proponía, pregunté el motivo.
-He decidido instituir el follajueves. A partir de hoy, todos los jueves iremos a mi casa.
Asustado, intenté hacerla entrar en razón pero ella no dando su brazo a torcer, me amenazó diciendo:
-No creo que a Marisa le guste recibir nuestro video.
Como un autómata, cogí el teléfono y llamé a mi parienta. Inventándome una excusa le conté que teníamos que presentar un informe y que esa noche no llegaría a cenar. Mientras hacía tan funesta llamada, mi asistente sonreía. Nada más colgar y valiéndose de que estábamos solos, se desabrochó la camisa y pellizcándose un pezón, me dijo muerta de risa:
-¡No te arrepentirás! Soy una amante discreta y mientras me des lo que te pido, nadie tiene porque enterarse.
Con el sudor recorriendo mi frente, recordé que lo mismo me había dicho el día en que me obligó a recibir su primera mamada y sabiendo que tenía que buscar una salida, entre dientes, la llamé zorra. Helena soltó una carcajada al ori mi insulto y pasando su pie desnudo por mi entrepierna, respondió:
-No te quejes. Tu Marisa te tendrá seis días a la semana mientras que yo ¡Solo uno!
La cara de viciosa que puso mientras me lo decía, incomprensiblemente me excitó y por eso durante todo el día no pude parar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. No tardé en descubrirlo porque esa tarde, nada más dar las siete, salí de la oficina con mi asistente.
Al llegar a su casa, pagué el taxi y con ella colgada de mi brazo, nos metimos en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, Helena iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de su apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, me pidió:
-¡Follame!
Contagiado de su lujuria, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Mi  compañera de trabajo chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos. Os podréis imaginar lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me exigía que siguiera follándola. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡No pares!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta su cama.
La muy zorra sonrió al verse lanzada sobre las sábanas y sin darle tiempo a reaccionar, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina. Helena, lejos de quejarse, recibió con gozo mi trato diciendo:
-¡Fóllame a lo bestia!
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No ha sido tan desagradable” pensé creyendo que estaba saciada.
La morena no tardó en sacarme de mi error, al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfómana” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar.
Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Helena, usando mi pene como si fuera una espada, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus areolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo.
Ella al sentir la ruda caricia de mis manos, me gritó:
-¡Dame más fuerte!
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de tomar por primera vez el control, le solté:
-¡Grita lo que quieras! ¡esta noche haré uso de tu culo!
Al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Me encanta sentir que me lo rompen!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Quiero más!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que continuara. Su petición abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Deseando lastimarla y que de esa manera se olvidara de mí, forcé su esfínter con largas y profundas estocadas. Mi asistente se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la morena se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“¡No me lo puedo creer” pensé al saber que con mucho menos mi mujer se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo defraudarla, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Zorra! ¡Mueve tu puto culo!
Por primera vez en su vida, Helena oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi pene forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Ni pienses que voy a parar ahora!

Que le echase en cara no ser lo suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Córrete!- me rogó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi  frustración en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado. Helena al sentir junto a ella,  se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me soltó:
-¡Cómo engañas! ¡Va a resultar que eres buen amante!- y levantándose de la cama, salió de la habitación.
No llevaba ni dos minutos fuera del cuarto, cuando la vi volver con dos copas en su mano. Al preguntarle el motivo, la muy guarra me contestó:
-Tenemos mucho que planear.
Sin tenerlas todas conmigo, pregunté el qué. La muchacha muerta de risa, respondió:
-Si crees que te voy a dejarte escapar, ¡Vas jodido!- y poniendo cara de buena, me preguntó: -Marisa, tu mujer, ¿Es bisexual?
-No- respondí indignado.
-¡Pues lo será!
 

2 comentarios en “Relato erótico: “El culo de mi compañera de trabajo fue mi manzana” (POR GOLFO)”

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