Belén llegó a casa después de salir de trabajar y, al igual que los últimos días, se la encontró hecha una pocilga.

(Puto Miguel, por más que se lo digo no me hace ni puto caso…)

Entró en el salón y vio un montón de ropa sucia en un lado del sofá, una caja de pizza a medio acabar en la mesa, varias latas de cerveza…

– ¡Miguel! – Gritó, llamándole – ¡Miguel! ¿Qué es este puto desorden?

No hubo respuesta.

(¡Encima no está en casa!)

No era la primera vez que Belén se encontraba con una situación así desde que Miguel vivía con ella, y por más que le echaba la bronca él pasaba y seguía igual.

– ¿Por qué coño tengo que aguantar esto? – Se dijo a sí misma – El karma me debe una bien gorda…

Y tanto. Belén, que de buena parecía tonta, había aceptado que Miguel viviera en su casa por hacerle un favor a su amiga Raquel, y sólo por eso no le había puesto de patitas en la calle.

Raquel era amiga de Belén desde pequeñita, tanto que casi no recordaba su vida sin ella al lado, y Miguel… Miguel era el hermano mayor de Raquel. Belén no le aguantaba, siempre le había caído mal, era un muchacho arrogante y machista, pero cuando su amiga le pidió si por favor podía acoger a su hermano durante un tiempo en su casa no pudo ni supo negarse.

La joven se había ido a vivir a la capital para estudiar en la universidad y, al acabar la carrera había encontrado un trabajo allí, alejada de su familia, pero era feliz, tenía independencia, trabajaba de lo suyo y realmente no vivía tan lejos como para no ver a su familia una o dos veces al mes.

Y hacía unos meses Raquel le dijo que su hermano tenía que ir a su misma ciudad para hacer un máster, que el alojamiento era muy caro, que no encontraba trabajo… Vamos, que se lo pidió sin pedírselo. Belén ofreció su casa con la boca pequeña, total, sólo sería un año y, aunque Miguel fuese un imbécil, estábamos hablando de Raquel… ¿Cómo no le iba a hacer ese favor?

En principio Miguel iba a aportar un dinero cada mes, aunque no habían acordado cantidad fija, iba a encargarse de su parte de la casa, según sus propias palabras: Ni siquiera vas a notar que estoy aquí.

(¡Ja!)

Belén estaba viendo la ropa del sofá, le estaba dando asco, también había ropa interior sucia ¿Qué tipo de cerdo deja la ropa interior sucia en el salón?

(Pues el tipo de cerdo que tienes metido en la habitación de invitados…)

Y al principio realmente la cosa iba bien, mejor de lo que Belén esperaba. El chico casi no salía de su cuarto, le pagaba puntual a primeros de mes, recogía sus cosas… Pero poco a poco se fue acomodando.

A veces se dejaba la mesa sin recoger, otras dejaba los platos en el fregadero, se le olvidaba barrer cuando le tocaba, no hacía los baños… También el dinero que aportaba comenzó a llegar tarde y mal, cada vez daba menos dinero y siempre andaba con evasivas. Belén en principio se lo tomó como despistes y, como ella no podía ver su casa desordenada, lo recogía ella misma. Siempre se lo decía a Miguel después, y éste siempre ponía excusas y se disculpaba “Lo siento, llevaba prisa” “Tenía una entrevista e iba tarde” “Se me olvidó completamente” “No volverá a pasar”

Pero siempre volvía a pasar, y cada vez con más frecuencia. Había pensado muchas veces en largarle de allí, hablar con Raquel y decirle que lo sentía mucho pero que no aguantaba más, que su hermano era un desastre y no se podía convivir con él, pero siempre se echaba atrás. Vamos, ya quedan sólo unos meses – se decía – por unos meses más no voy a dejar colgada a Raquel…

Y vuelta a empezar.

Había veces que Miguel incluso había llegado a invitar a sus amigos a ver el fútbol, y esos días parecía que la casa había sufrido un desastre natural, latas de cerveza, cajas de comida, papeles de chocolatinas, la cocina hecha un asco, el baño (por Dios, que asco le daba eso) lleno de meadas (¿Es que no pueden levantar la puta tapa? ¿Tanto esfuerzo les supone?).

Y siempre le echaba la bronca, le gritaba, le amenazaba con echarle. Miguel hacía amago de enmienda y Belén creía ver la luz al final del túnel, pero siempre volvía por sus fueros.

Entró a la cocina casi tapándose los ojos y casi se le cae el alma a los pies, ¿Cómo puede tener la cocina tan sucia? ¡Pero si no cocina nunca!

No se lo explicaba, ¡es que lo tenía que hacer a posta!

Hasta aquí llegó el agua, no iba a permitirle torearla más, se negaba a recogerlo.

Fue a su habitación a darse una ducha y a cambiarse de ropa, se iba a cenar fuera, la cocina estaba echa un asco y se negaba a recogerla por él.

(¿A quién quieres engañar? A él le da igual vivir entre la mierda, en cambio tú…)

Cuando entró a su cuarto vio una pequeña caja sobre la cama, la tapa tenía las letras XC serigrafiadas.

– ¿Qué es esto?

La cogió, parecía la caja de un collar y, al abrirla, comprobó que así era.

Dentro de la caja había una ligera gargantilla de metal, con una B de diamantes en el centro. La acarició despacio, estaba muy fría y perfectamente pulida. Después cerró la tapa y la lanzó sobre la cama de nuevo.

(Si crees que por regalarme una baratija te voy a perdonar este desastre vas listo, Miguel)

Se quitó la ropa y se metió bajo el agua tibia, lo que le sirvió para aclararse y despejarse un poco, y salió de la ducha bastante más relajada y se secó el pelo y el cuerpo.

Se vistió con ropa cómoda, unos vaqueros viejos, una camiseta de su grupo favorito y una sudadera amplia. Le gustaba vestir así y, aunque para su trabajo tenía que plegarse a las exigencias de la empresa y vestir más formal, en su tiempo libre siempre elegía un estilo casual.

Se puso las zapatillas y se miró en el espejo, se había recogido el pelo rojizo en un moño para que no la molestase, y esa ropa no realzaba su figura pero, realmente, ella nunca había sido muy coqueta. En su armario había poca ropa “elegante” o “sexy”, ¿para qué? Ella estaba a gusto consigo misma.

No tenía un cuerpo voluptuoso ni llamativo, seguramente no sería el tipo de chica a la que entrases en un pub, pero a Belén le daba igual. Cogió su bolso y salió de la habitación.

(¿Qué demonios? Ya que se ha gastado algo de dinero, voy a aprovecharlo, aunque no le voy a perdonar un céntimo del alquiler, ni se va a librar de la bronca por ello)

Volvió a su cama y cogió la gargantilla, pensando que le cantaría las cuarenta a Miguel con ella puesta, para que viera que a ella no se la compraba con regalos. La sacó de la caja y la miró bien bajo la luz, ¿los diamantes serán de verdad?

(¿Cómo van a ser de verdad? Si está pelado…)

Mientras pensaba en ello, jugueteaba con la gargantilla entre sus manos, toqueteando el cierre.

(¿La habrá robado? No creo… ¿No? En todo caso, eso no es mi problema)

Se la ajustó al cuello y enganchó el cierre.

Volvió a mirarse al espejo.

(La verdad es que no pega mucho con mi estilo, ya que me lleva viendo unos meses podría haberse fijado en lo que me gusta y lo que no…)

Y salió de casa en busca de un lugar para cenar.

———————————————

Llegó a casa mucho más relajada y tranquila, había ido a cenar a un japonés que estaba a unas manzanas de su casa y le encantaba, estaba todo buenísimo y el personal era amable y atento, pero el cabreo volvió en cuanto vio de nuevo el estado de la casa.

– ¡Miguel! Joder, ¿No ha vuelto aún? ¡Miguel! – Fue hacia su habitación y aporreó la puerta – ¡Me cago en…!

Fue hacia la cocina comenzó a recoger los cacharros entre maldiciones.

– Siempre igual, y yo como una imbécil recogiéndolo todo detrás de él, ¿Pero cómo voy a vivir entre toda esta mierda?

Dejó la cocina recogida, tiró la basura que había en el salón y metió toda la ropa sucia de su compañero en una bolsa.

(¿Cómo puedo estar tocando esto? Puajj)

Fue hacia la habitación de Miguel y entró dispuesta a lanzar allí la bolsa, cerrar la puerta y olvidarse, pero cuando abrió la puerta se quedó paralizada.

El desastre que había en su habitación era incluso mayor que el que había dejado en el resto de la casa, Cómo puede alguien vivir entre la inmundicia de aquella manera?

La cama sin hacer, todo el suelo lleno de ropa sucia y papeles de comida, latas… Dejó caer la bolsa a un lado y entró, con una curiosidad enfermiza.

La habitación olía a humanidad concentrada, a sudor, a hombre y a…

Había un olor que le resultaba familiar pero no lo reconocía, era un olor pegajoso y dulzón. Al acercarse al escritorio tocó el ratón del ordenador de Miguel y la pantalla se encendió. En pantalla había un video de una exuberante mujer devorando una enorme polla con avidez, los gemidos y gritos inundaron la habitación desde los altavoces.

(¿Pero, qué…?)

La mujer parecía neumática, unas enormes tetas operadas, unos labios carnosos y también obra de quirófano, el pelo rubio platino, las largas uñas pintadas de rosa al igual que los labios, la cara maquillada como una puta, y tan sólo con unos altísimos tacones también rosas.

(Parece una Barbie depravada…)

En la pantalla, la mujer le prestaba atención a un hombre que se veía, pasó de chupar la polla a montarse encima y comenzar a cabalgar. Los movimientos exagerados hacían que las enormes tetas botasen cual balones de baloncesto.

Apoyó la mano en el escritorio y tocó algo húmedo y viscoso.

– ¡Ahhhhhhh! – gritó con asco.

Apartó rápidamente la mano del clínex que había tocado y se fijó que había multitud de ellos en la mesa, en el suelo, en la papelera…

– ¡Joder! ¡Sabía que era un cerdo! ¡Pero esto…!

Ahora sabía de donde salía ese olor.

Salió de la habitación y se fue directa a lavarse.

Mientras se ponía el pijama se dispuso a quitarse el collar, nunca dormía con collares o joyas puestas, llevó las manos a su cuello y, de la misma manera, desistió de lo que estaba haciendo y se metió a la cama.

(Se va a enterar, no voy a estar siendo su chacha, y encima gratis, ¿Y cómo tiene su habitación? ¡Qué asco!)

Se durmió entre esos pensamientos y mientras dormía tuvo un extraño sueño. No veía nada, sólo niebla, una niebla espesa e impenetrable, pero en vez de blanca era… rosa, una bruma rosa chicle que olía a algodón de azúcar. Intentaba apartarla, avanzar, ver algo, pero era totalmente imposible.

Se despertó y salió de la cama con una energía impropia a esas horas de la mañana, se sentía bien.

(Es viernes, ¿se necesita más razón para estar contenta?

Se aseó y comenzó a vestirse, dispuesta a afrontar el último día de trabajo de la semana, pero cuando se puso el sujetador le dio la impresión de que le apretaba demasiado.

(No me digas que ha encogido…)

Se miró al espejo y observó cómo sus tetas parecían estar prisioneras en la tela del sujetador, luchando por salir. Se lo quitó de nuevo y se miró al espejo, sus pechos…

(¿Han… han crecido?)

Tenía que estar alucinando, a lo mejor la cena en el japonés le había sentado mal, ¿Cómo iban a haber crecido de repente? Las sujetó entre sus manos, sopesándolas, y entonces se fijó en que las bragas blancas que llevaba, también parecían algo más ajustadas que el día anterior.

No se veía más gorda, simplemente parecía que tenía más… volumen.

(A lo mejor estoy reteniendo líquidos…)

Y sin más comenzó a vestirse con la ropa del trabajo.

Con esas prendas le ocurría lo mismo, la zona del pecho y el culo estaba más ajustada, mientras que en los muslos, cintura y tripa parecía que le quedaba algo holgada.

Se empezó a preocupar y pidió cita para el médico.

(¿Hasta el jueves no hay? Espero que no sea nada grave…)

Antes de salir de la habitación se miró al espejo por última vez.

(La verdad es que… no me veo mal)

Llevaba un conjunto de chaqueta y falda azul marino, una blusa blanca y unos zapatos de tacón bajo, se lo ajustó con las manos a la cintura para eliminar la holgura del atuendo.

(Parece que estoy más delgada, al menos de cintura, por que…)

Estaba mirándose el escote, que normalmente llevaba abotonado hasta el cuello, y ahora parecía que los ojales de los botones iban a saltar por los aires. Se desabrochó dos de ellos y se sonrojó darse cuenta de que se veía el nacimiento de sus pechos.

Al liberar los botones de la camisa, dejó a la vista la gargantilla.

(Creía que me la había quitado anoche…)

Llevó la mano a la brillante B que llevaba al cuello.

(Me queda mejor que con la ropa que llevaba ayer)

Y con un último vistazo salió de la habitación y de la casa.

Suponía que Miguel ya estaría en casa, pero desechó la idea de enfrentarse a él a esas horas, porque lo único que conseguiría sería llegar tarde al trabajo.

Durante todo el día se extrañó de lo atentos y simpáticos que estaban hoy sus compañeros.

(¿Será por ser viernes?)

A lo largo de la mañana se acercaban a hacerle algún comentario amigable, a preguntarle qué tal llevaba la mañana, e incluso varios se ofrecieron a invitarla al desayuno, lo cual aceptó agradecida. Al acabar la jornada, Marcos, uno de sus compañeros, le ofreció tomar algo después del trabajo.

– No, gracias – contestó, halagada -. A lo mejor en otra ocasión.

– Déjame al menos que te acerque a casa.

– No hace falta, si no vivo tan lejos.

– No me supone molestia, si me pilla de camino.

– Está bien… Muchas gracias.

Cuando llegaron al coche, el chico le abrió la puerta y la ayudó a entrar. Fue sólo un instante, pero Belén notó como su mano se detuvo brevemente en su culo.

(¿Qué coño…?)

Se dio la vuelta para replicar, pero ya había cerrado la puerta y estaba yendo al asiento del conductor.

(…)

(Habrá sido un despiste, no le des importancia…)

Pero durante el resto del camino estuvo algo tensa.

Estuvieron conversando de cosas banales, pero a Belén no le pasó desapercibido que, hábilmente, su compañero había dirigido la conversación para enterarse si tenía pareja.

(¿Me está tirando los tejos?)

Se quitó la idea de la cabeza, nunca nadie había intentado ligar con ella de aquella manera, así que asumió que eran imaginaciones suyas.

Mientras conducía, el chico rozó un par de veces el muslo de Belén, al usar la palanca de cambios.

– ¡Oh, disculpa! – Dijo la primera vez.

Pero en la segunda no se molestó en disculparse.

Llegaron al destino y la joven se bajó del coche.

– Muchas gracias, ya te invitaré a un café para devolverte el favor.

– ¿Y qué hay de una copa? Podemos quedar este finde.

El comentario sorprendió a Belén, que no estaba acostumbrada a esas cosas.

– Ehhh… Yo no…

– Vamos, lo pasaremos bien. Mañana te llamo y nos vemos.

– E-está bien… – Aceptó, sonriendo tímidamente.

(¿Por qué estás aceptando? Si no te gusta salir por la noche…)

– Perfecto, pues mañana hablamos.

Le dio dos besos, situando la mano peligrosamente abajo de la cintura, y se marchó, dejando a Belén algo confundida por lo que acababa de pasar.

Se sentía bien, física, mental y anímicamente, realmente estaba teniendo un buen día, hasta…

Abrió la puerta de su casa, y se lo encontró todo igual de desordenado que el día anterior.

(¿Cómo es posible? ¡Si sólo han pasado unas horas! No hay tiempo material para hacer esto…)

– ¡Joder, Miguel! – gritó.

– ¿Qué pasa? – Una voz llegó desde el salón.

Belén, al escucharle, avanzó como una furia hacia donde estaba.

Miguel estaba tirado en el sofá viendo la tele, en calzoncillos y camiseta. En la mano tenía una botellín de cerveza medio vacío.

(¡Agggggghh! ¡Encima tengo que verle en calzoncillos por la casa!)

– ¿Cómo puedes ser tan cerdo? ¿Es que no eres capaz de mantener un mínimo de orden?

– Pero si no está tan desordenado… Solamente son unas cosillas que he sacado ahora, iba a recogerlo después.

– ¿Después? ¡Siempre después! ¿Cuándo ibas a recoger lo de ayer? ¿Después?

Miguel dio un trago al botellín, apurando su contenido.

– Vamos, vamos, no te sulfures – (¿Que no me sulfure? ¿Qué dice este imbécil?) -, no me gusta discutir con el gaznate seco, ¿Por qué no me traes una cerveza y después hablamos tranquilamente?

– ¿Una cerveza? ¡¿Quieres que te traiga una cerveza?! ¡No soy tu chacha! – Belén iba alzando la voz mientras se alejaba del salón para ir a la cocina – ¡Si quieres que alguien te traiga una cerveza te bajas al bar!

Entró en el salón gritando todavía, mientras le tendía la cerveza a Miguel.

– Gracias, ¿Ves cómo así está mejor? Ahora podremos hablar como personas normales.

(¿Q-qué acaba de pasar?)

El hombre le dio un trago a la cerveza y se levantó del sofá. Su panza prominente asomaba por debajo de la camiseta llena de lamparones, su pelo, o mejor dicho, lo poco que le quedaba, caía grasiento sobre su frente.

Belén le miraba sin ocultar la cara de asco.

Miguel apartó una silla de la mesa indicando a Belén con la mano que se sentara. A la chica no le pasó desapercibido el descarado vistazo que ese cerdo le pegó a su escote mientras lo hacía. A continuación se sentó él.

– No podemos seguir así – dijo Belén -, tenemos que poner unas normas en casa y cumplirlas.

La enorme bronca que se había imaginado en su cabeza se había convertido en un “tenemos que poner unas normas y cumplirlas”.

– Estoy de acuerdo – dijo Miguel enseguida.

– ¿Qué? – Belén estaba sorprendida, sabía que siempre se acaba plegando a sus exigencias, aunque sólo fuera la fachada, pero siempre luchaba un poco al principio y se intentaba justificar.

– Que estoy de acuerdo, la verdad es que no son comportamientos normales para alguien que comparte piso, es normal que haya que rendir cuentas cuando se hacen las cosas mal.

– Vaya… no… no me esperaba una respuesta así, yo…

– Así que espero que sea la última vez que se te ocurre entrar en mi cuarto invadiendo mi intimidad.

(¡¿Qué?!)

La cara de tonta que se le puso a Belén debió ser antológica.

(¿Qué dice éste imbécil?)

– ¡Estábamos hablando de la cochiquera que habías dejado en…! – Empezó a replicar Belén.

– ¡Me da igual de lo que estabas hablando tú! – La cortó el hombre – No pienso tolerar que entres en mi cuarto y andes husmeando por ahí, ¿Te gustaría que yo hiciese lo mismo?

– No, no, yo… ¡Claro que no!

– ¿Y entonces quién te crees tu para hacerlo?

– Yo… Nadie, nadie, lo siento, no debería haber… yo sólo…

(¡No lo siento! ¡Joder! ¡No tengo que disculparme por nada!)

– Lo siento, lo siento, yo sólo… – Miguel repetía sus palabras poniendo una vocecita de chica -. El daño ya está hecho, ¡Me tienes aquí viviendo en una pocilga y encima violas mi intimidad!

(¿Viviendo en una pocilga? ¿Dice que YO le tengo viviendo en una pocilga?)

Belén se sentía abrumada por el ímpetu de Miguel y, aunque ese último reproche hacía que le hirviese la sangre, no pudo ni supo replicar a ello.

– L-lo siento, de verdad, no es culpa mía… – las palabras salían a trompicones de la boca de la joven.

(¿Otra vez? ¿Por qué digo eso? ¡No! ¡No lo siento!)

– ¡Y más disculpas! – Belén se sobresaltó ante los aspavientos del hombre – Te disculpas con palabras pero, ¿Vas a hacer algo para compensarme?

– ¿Algo? N-no entiendo…

– ¡Ven!

Miguel se levantó y cogió a Belén del brazo, llevándola a su habitación. Estaba, al igual que ayer, llena de ropa sucia, basura y clínex pringosos.

La pantalla del ordenador estaba encendida, mostrando otro vídeo distinto pero de similares características, otra chica hinchada de silicona y llena de purpurina y rosa complacía a un hombre con sus enormes pechos.

– Lo menos que puedes hacer es limpiar mi habitación, antes de seguir con el resto de la casa – exigió Miguel, completamente convencido de que aquello era lo justo.

– ¿L-limpiar tu habitación? – Preguntó confundida Belén.

– Es lo mínimo que puedes hacer, si tanta curiosidad tenías por ver mi habitación, ahora podrás verla con total libertad mientras la recoges.

– Yo… – Balbuceó Belén.

(¡No soy tu chacha! ¡Díselo! ¡NO! ¡SOY! ¡TU! ¡CHACHA!)

– ¿Tú qué? ¿Te estoy pidiendo algo descabellado?

– No, no, es que…

(¿Por qué no soy capaz de contestarle lo que pienso?)

– Es una forma de disculparte tan buena como cualquier otra, ¿Verdad? Y además, a mí me parece bastante justa, puedes empezar con la cama y la ropa.

(¿Justa?)

– E-Está bien, lo haré…

(¿Qué acabo de decir? Esto no puede estar pasando)

Comenzó a recoger la ropa y a hacer la cama de Miguel, luchando consigo misma.

(No ¡No! ¡Suelta eso joder! ¿Por qué estoy cogiendo su ropa sucia? Dios, ¡sus calzoncillos no!)

– Con cuidado, por favor, que esos son mis calzoncillos de la suerte – dijo Miguel, con recochineo.

– ¡Ah! Claro – respondió la chica, mientras doblaba cuidadosamente los calzoncillos de la suerte de Miguel.

(¡Aaaaggggg! Esto no puede estar pasando, ¿qué me está ocurriendo? ¿Por qué no reacciono?)

En poco tiempo había acabado de doblar la ropa de su compañero de piso.

– Estupendo, Belén, la verdad es que se te da bien esto.

– ¿Recoger tu puta habitación? – gritó la mujer – ¿Es eso lo que dices que se me da bien?.

(¡Si! ¡Por fin!)

– No sé cómo estás haciendo esto, pero quiero que pares – dijo Belén.

– ¿Que pare con qué?

– ¡Con esto! ¿Cómo has hecho para que limpie tu habitación? ¡Tienes que estar haciendo algo raro!

– ¿Algo raro? Creo que no te estoy forzando a hacer nada, simplemente te lo he pedido educadamente como compensación por tu desagravio.

– ¡Y una mierda!

– Vamos, vamos, tranquilízate, estás algo acalorada, aunque no me extraña, ese traje tiene que dar calor, ¿No estarías más cómoda sin él?

– ¿Eh? Pues… Si… Es… es verdad que hace algo de calor aquí… jiji

(¡!)

(¿Y esa risita de tonta?)

Sus manos comenzaron a desabrochar la chaqueta.

(¡No! ¡No! ¡No! ¡Eso sí que no!)

Hizo acopio de toda su fuerza para detenerse pero no consiguió nada más que enredarse unos segundos más con los botones.

(¡Otra vez! ¡No puedo controlar mi cuerpo!)

Tras la chaqueta fueron los zapatos y la falda, y a continuación la blusa.

(Esto no puede estar pasando, no, no, ¡No! Tiene que ser una pesadilla…)

– Vaya… Que ropa interior tan… – comenzó a decir Miguel – sosa… – Belén llevaba un sujetador y bragas a juego, blancos y de algodón. Ni eran sexys ni pretendían serlo, aunque desde esa mañana le quedaban algo ajustados.

– ¡Vete a la mierda! – Grito Belén, llena de rabia. Tenía los ojos llorosos y los puños apretados, ¿Por qué no se iba de allí? Quería correr y dejar a aquél imbécil atrás, pero por alguna razón no podía.

– Ya te has puesto cómoda, ¿por qué no sigues recogiendo lo que queda?

(¿Lo que queda? Quiere que recoja los clínex llenos de…)

– Ni soñarlo – dijo Belén -, me da igual lo que hagas, no voy a…

Dejó la frase en el aire al ver que su cuerpo volvía a reaccionar por su cuenta, arrodillándose en el suelo para recoger los clínex que allí había.

(Quiero morirme… ¿Qué he hecho para merecer esto?)

Miguel se situó tras ella mirándola recoger, y a Belén no se le escapó que desde allí tenía una visión perfecta de su culo en pompa. Sabiendo que era incapaz de dejar de hacer la tarea que estaba llevando a cabo, puso todo su empeño en, al menos, cambiar de postura para no exponerse de aquella manera pero, en lugar de eso, lo único que hizo fue menear ligeramente su culo de un lado a otro y reírse de una manera que se le clavó en lo más hondo de su dignidad.

– Jijiji.

(¡Esa risita de descerebrada otra vez!)

No podía aguantarlo, estaba cogiendo con las manos los pañuelos llenos de la corrida seca de Miguel, y encima le estaba mostrando su culo de una manera totalmente obscena, era una situación horrible y totalmente *excitante* humillante y que la hacía sentir como una *zorra* mierda.

Recogió el último pañuelo y se incorporó pero, antes de ponerse de pie, se encontró con la pantalla del ordenador justo ante sus ojos. No pudo evitar detener su mirada en la mujer que, arrodillada, degustaba una enorme polla como la que disfruta de un polo helado.

Notó como Miguel se situaba a su lado, y sintió un irrefrenable impulso de girarse hacia él. No era la misma sensación que había tenido cuando su cuerpo había actuado por su cuenta, esto era distinto, era como si algo la llamase poderosamente y tuviese la imperiosa necesidad de girarse.

Y se giró.

Su cara quedó a escasos centímetros de la enorme tienda de campaña que había en los calzoncillos de Miguel. Belén se quedó sin habla, con los labios entreabiertos y la mirada fija en la erección de su compañero.

(¿Q-qué estoy haciendo? ¿Por qué no dejo de mirar?)

*chúpala*

Escuchó dentro de su cabeza.

(¿C-cómo? ¡No! No voy a…)

Sus ojos seguían fijos en el mismo lugar, su respiración se filtraba por sus labios entreabiertos, resecándoselos. Los recorrió con su lengua lentamente con su lengua para humedecerlos.

– ¿Te gusta lo que ves? – Preguntó Miguel.

– ¿E-eh? ¡N-no! Yo sólo…

– El video, digo – matizó el hombre, con una ladina sonrisa en sus labios.

(¿Que si me gusta el… video?)

Belén sacudió la cabeza para apartar la vista de la entrepierna de Miguel y se fijó de nuevo en la pantalla. La actriz estaba lamiendo las pelotas de su amante mientras masturbaba enérgicamente la polla que se erguía ante ella.

– No… a mi no… – las palabras salían lentamente y pesadamente de su boca, parecía que tuviera la boca llena de espesa y pegajosa brea -, no me… no me gusta… jijiji.

(No me gusta… o…)

*te encanta*

(o… me…)

*te encanta*)

(encanta…)

– …encanta… – dijo suavemente, con un hilo de voz.

Podía notar como su corazón galopaba en su pecho, notó la mano de Miguel que le acariciaba la cabeza suavemente y, al volverse, vio que se había bajado los calzoncillos y se pajeaba a escasa distancia de su cara.

– A mí me encantan estos videos – decía el hombre, pajeándose con una mano y acariciando la cabeza de Belén con la otra -, esas mujeres super operadas, dóciles y lascivas, ¿Sabes lo que es una bimbo?

– ¿Una… Bimbo?

– Exacto, una bimbo. Es una mujer exuberante y voluptuosa, sexual y femenina, y tonta, sobre todo una bimbo es muy tonta, ¿No crees que es maravilloso?

(¿Maravilloso? No… eso es… horrib…)

*excitante*

(¿Excitante?… No… no era eso lo que yo…)

*caliente*

(No es caliente… ser tonta no es…)

*maravilloso*

(¿Es maravilloso?)

*estupendo*

*excitante*

*caliente*

*maravilloso*

Las palabras golpeaban la mente de Belén, que tenía la mirada ausente.

– ¿No te gustaría ser como ella?

– No… yo no soy… tonta…

– ¿Y qué hay de malo en ser tonta? Te olvidarías de todas tus preocupaciones, solamente tendrías que preocuparte de disfrutar.

– ¿Disfrutar?

– Si, mírala, mira como disfruta esa perra.

*eres una perra*

(No, yo no soy eso… no quiero ser una… perra…)

– ¿Ves que esté preocupada? – continuó el hombre – ¿Tiene pinta de estar preocupada? Se ha dejado llevar por el deseo y es feliz, ¿Tú no quieres ser feliz?

– Yo ya soy…

(Soy feliz)

*no eres feliz*

(¿Soy feliz?)

– Haz como ella déjate llevar, sal del corsé que ha dominado tu vida, libérate y disfruta.

Miguel giró levemente la cara de Belén para enfrentarla a su polla, que seguía masturbando con calma. Belén centró su vista en el glande rosado y brillante que tenía ante ella, con cada respiración podía aspirar el fuerte aroma que desprendía.

(Esto… No… ¡No!… ¿Qué está pasando?)

*chúpala*

(No, no voy a hacer eso… M-me voy a ir, me voy a levantar y me voy a ir de esta locura)

*no te vas a levantar, no te vas a ir*

*chúpala*

La voz en su cabeza la taladraba, la escuchaba como si se la dijeran a través de un ejército de altavoces, rebotaba en cada rincón de su cabeza y se repetía en un eco interminable.

*quieres ser una perra*

(No, no quiero ser una…)

*quieres ser una bimbo*

(¿Quiero ser una… bimbo?)

*chúpala*

Belén desvió un segundo la vista hacia la pantalla de ordenador en la que la “bimbo” seguía disfrutando de su polo helado. Observó sus carnosos labios pintados de un chillón rosa chicle y cómo se deslizaban sobre la enorme polla que la mujer estaba chupando y sintió algo de desazón al pensar que sus labios no se parecían en nada a los de la actriz.

*chúpala*

(Yo… no… tengo que…)

Volvió su cabeza hacia la polla de Miguel y se la metió en la boca sin dudarlo. Miguel apartó su mano para dejar espacio a Belén, que captó la intención del hombre y comenzó a tragar cada vez más profundo.

*chúpala*

(no…)

*eso es*

(no puedo…)

*déjate llevar*

(tengo que…)

*deseas esto*

(no… yo no… no deseo…)

*has nacido para esto, tu cuerpo, tu mente… es tu objetivo en la vida*

(Mi… ¿Objetivo?)

*si, tu objetivo es chupar pollas*

(¿Chupar…? ¿Pollas?)

*eso es, déjate llevar por el deseo, disfruta*

(…Si…)

(¿Me dejo… llevar…?)

Belén entonces notó que la mano de Miguel la agarraba de la nuca, obligándola a engullir su polla hasta el gollete. El hombre comenzó a gritar cual cerdo y borbotones de lefa comenzaron a llenar la garganta de la chica, que no podía hacer nada más que aguantar tratando de no ahogarse.

– ¡Siiiiii! ¡Ufff! – gritaba Miguel – ¡Vaya puta estás hecha!

Soltó la cabeza de Belén, que cayó hacia atrás tosiendo y escupiendo la corrida que no había sido capaz de tragar. La polla flácida y aún chorreante de Miguel se bamboleaba ante la cara de la chica y, al darse cuenta de lo que acababa de pasar, comenzó a tener arcadas.

– ¡¿Qué he hecho?! – gritó, asustada – ¡¿Qué me has hecho hacer?!

La mujer seguía tosiendo mientras se levantaba.

– ¡Eh! ¡Eh! ¡Que yo no te he obligado a nada!

Belén le lanzó una mirada asesina, pero en el fondo estaba asustada y confundida por lo que acababa de pasar, era verdad que él no la había obligado a nada, pero también sabía que ella no había sido dueña de sus actos, y no dudaba que aquél cerdo tenía algo que ver.

Miguel le acercó la mano para ayudarla a levantarse.

– ¡No me toques!

– ¡Vaya humos! Cualquiera diría que no me acabas de comer la polla y tragarte mi corrida, ¿Es así como tratas a todos tus ligues? No me extraña que estés sola…

– ¡Tú no eres mi ligue! ¡Y… No…! – Belén le apartó a un lado de un manotazo – ¡Déjame!

Tras decir eso salió escopetada de la habitación y se encerró en la suya, escuchando cómo Miguel le decía, entre risas, que aún no había acabado de limpiar la habitación.

Se metió en la ducha, asqueada de sí misma, y se lavó la boca con jabón. Ese cerdo no debía de lavarse muy a menudo, porque su polla sabía a meado y a ranciedad. Estuvo a punto de vomitar en la ducha.

Cuando salió se miró al espejo, preguntándose a sí misma qué le estaba pasando. Sus ojos recorrieron inevitablemente su cuerpo.

(¿Esto es una pesadilla?)

Había cambiado.

Realmente había cambiado.

Los cambios que había apreciado por la mañana le parecían ahora más enconados. Le daba la impresión de que su pecho había crecido varias tallas, así como su culo, que se había vuelto más voluptuoso y firme. Su cintura en cambio se había estrechado y tenía el vientre casi plano.

Salió del baño y entonces se detuvo, pensativa, y volvió a entrar en él para mirarse de nuevo.

Llevaba puesto el collar.

(¡El collar!)

Lo había olvidado por completo hasta ese momento, incluso al desvestirse para ducharse lo había obviado. Sus ojos se demoraron admirando la brillante B que adornaba su cuello, parecía que refulgía por sí sola. Llevó su mano al cuello con intención de quitárselo, pero la mano se quedó allí, acariciando la suave superficie de la gargantilla, disfrutando de su especial tacto.

Belén miraba su reflejo en el espejo con la mirada perdida, centrada en la brillante B que atraía toda su atención. Respiraba lentamente a través de sus labios entreabiertos.

*mírate*

La mujer echó una rápida mirada a su cuerpo. No parecía ella, ahora era más… más…

*sexy*

(¿Sexy?)

*siempre has querido esto, siempre has querido ser sexy y deseada*

(¿Siempre? Eso no es…)

*quieres que los hombres se giren al pasar, que te devoren con los ojos*

(Yo no… no me hace falta que los hombres…)

*claro que sí, hombres y mujeres, da igual, quieres ser deseada, que te miren y se fijen en tu cuerpo*

(En mi… ¿Cuerpo? Pero… nunca se han fijado en mi cuerpo, no tengo un cuerpo deseable…)

*ahora sí*

(¿Ahora?)

*mira tus labios, tus tetas, tu culo*

Belén iba pasando la mano por cada parte de su cuerpo que la voz enumeraba.

*tu cuerpo está creado para el placer y el deseo*

La mujer se había detenido admirando su culo, redondo y terso, sin una gota de celulitis.

*mira tú coño*

Belén obedeció. Su coño estaba depilado por completo.

(¿Cuándo he…?)

*está mojado*

*estás cachonda*

La chica llevó los dedos a su coño.

(Estoy… cachonda… Si… Estoy…)

*eso es… acarícialo… déjate llevar por el placer*

Belén comenzó a masturbarse, dejándose llevar por esa voz que tan convincente parecía.

*mírate*

Abrió los ojos y contempló su reflejo.

*admira a la puta que tienes frente a ti*

(No… yo no soy una… puta)

*claro que lo eres*

*eres tan puta que le has chupado la polla a Miguel y te has tragado su corrida*

(¡No! Él me ha obligado, él…)

*él, ¿qué? él no ha hecho nada, no te ha obligado a nada, solamente te has dejado llevar por lo que realmente deseas*

(¿Lo que realmente deseo?)

*quieres ser una puta, una zorra*

(No…)

*una bimbo*

(Una… ¿Bimbo?)

*quieres dejar de pensar, de preocuparte*

(Una… Bimbo…)

*no ser más que un juguete sexual*

(Bimbo…)

*eso es*

Belén se miraba en el espejo y se masturbaba furiosamente y con su mano libre había comenzado a manosear sus tetas. Estaba cerca del orgasmo.

*di lo que eres*

(Soy… soy una bimbo…)

*¡grítalo!*

– ¡Soy una bimbo! ¡Soy una puta!

Un violento orgasmo golpeó a Belén, que cayó de rodillas al suelo aferrándose al lavabo, mientras jadeaba y seguía frotándose el coño. Otro más, y otro. La mujer temblaba de placer mientras lidiaba con las olas de éxtasis que la recorrían.

Pasados unos minutos todo estaba en silencio. Ya no había voz en su cabeza y sus jadeos se habían terminado, solamente algún estertor de los orgasmos que había tenido hacían que Belén se agitara, y entonces comenzó a sollozar.

– ¿Qué me está pasando? – Se preguntó entre lágrimas.

Estaba agotada, tanto mental como físicamente, así que se metió a duras penas en la cama.

Nuevamente una bruma rosa se adueñó de sus sueños, se encontraba sola y desnuda y cuando intentaba pedir ayuda no salían de su boca más que estúpidas risitas.

Despertó de manera suave en la mañana, con la luz del Sol que entraba a través de la ventana, se estiró mientras se desperezaba, dejando caer la sábana que la cubría. Estaba totalmente desnuda.

No le dio mucha importancia, a pesar de que nunca había dormido así, y salió de la cama.

Pasó ante el espejo sin detenerse, se dirigió al baño y, después de vaciar la vejiga, comenzó a buscar qué ponerse. Cogió la sudadera amplia y los pantalones de chándal que solía llevar para estar en casa y, después de evaluarlos durante unos instantes, los echó a un lado. Se encontraba bien, muy bien, y no le apetecía ponerse esa ropa vieja y amplia que no le favorecía nada.

Comenzó a buscar en su armario, y sólo encontró unas mallas y un top que usaba para ir al gimnasio.

(Tengo que comprar algo de ropa, todo esto está muy viejo)

Buscó también en el cajón de la ropa interior, pero todo lo que había era soso y aburrido. Fue apartando a un lado de la habitación todas las prendas que a su entender eran, “sosas y aburridas” y al poco tiempo había un pequeño montoncito de bragas y sujetadores. Sólo quedaba un tanga gastado que también usaba para el gimnasio y un culote de encaje negro que se le notaría debajo de las mallas.

Miró decepcionada y decidió ponerse el tanga. No consiguió encontrar ningún sujetador que le gustase pero no le importó, porque el top le entraba a duras penas incluso sin él.

Una vez vestida se contempló en el espejo, la ropa era ajustada, pero no recordaba que lo fuese tanto… Sus tetas pugnaban por salir disparadas de su escote, y la tela de su culo estaba tan estirada que se trasparentaba totalmente el tanga que llevaba.

(Un poco ajustado, pero para hoy me servirá)

No pareció reparar en que sus labios, sus tetas y su culo habían crecido desde el día anterior. Tampoco reparó en que sus labios estaban pintados de rosa, aunque ella no se había maquillado.

Se recogió el pelo en una coleta alta y salió del cuarto. Cuando llegó a la cocina para desayunar, allí estaba Miguel.

– Buenos días – saludó algo tirante la mujer.

– Buenos días – respondió Miguel – ¿Hoy estás más calmada?

– ¿Más calmada? jiji ¿Por qué dices eso?

– ¡Ah! Por nada…

Miguel observó como Belén se preparaba el café, no quitaba ojo del estupendo culo de su compañera de piso, que danzaba de un lado a otro de la cocina. Tampoco perdió detalle de cómo las tetas sin sujetador de Belén se bamboleaban con cada movimiento que realizaba.

Belén se tomó el café con calma, relajada, al igual que llevaba el resto de la mañana. Miguel la observaba en silencio desde el otro lado de la mesa.

Un destello de lucidez atravesó de repente la mirada de Belén.

– ¡TÚ! – grito de repente la mujer, abriendo mucho los ojos y poniendo cara de enfado. Estaba señalando a Miguel – ¡Hijo de puta!

De repente había recordado todo lo sucedido el día anterior, tanto la mamada que le hizo a Miguel como lo ocurrido después en su cuarto de baño.

– ¿Qué? – preguntó el hombre, aunque no parecía muy sorprendido.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo después de lo que me hiciste ayer?

Belén le lanzó la taza de café, que se rompió contra la pared de la cocina.

– ¡Para! ¡Para! ¿Qué te hice ayer?

– ¡Cabrón! – gritaba Belén, fuera de sí – ¡Todo esto es cosa tuya! ¿Qué me has hecho?

– ¡Para de decir eso! – contestó Miguel, esquivando un sobado que le había lanzado la chica – ¡Yo no te hice nada! Fuiste tu quién me chupó la polla, ¿recuerdas?

– No, yo no fui… ¡me obligaste!

– ¿Que yo te obligué? Si eres una zorra que vas chupando pollas por ahí no es mi problema, no me hagas parecer culpable.

Las palabras de Miguel atravesaron la cabeza de Belén como un arpón.

(¿Yo? Una… ¿Una zorra?)

*eres una zorra*

*amas chupar pollas*

– No soy una zorra… yo…

– Y si no lo eres, ¿por qué te comportas como una?

– Yo no me comporto como una zorra…

– ¿Ah no? ¿Y por qué meneabas ayer tu culo delante mía de la manera que lo estabas haciendo? ¿No estabas provocándome?

– Yo no quería… no podía controlarme…

Miguel la miró con cara de incredulidad.

– ¿No podías controlarte? ¿No podías evitar bambolear tu culo delante de mi cara? ¿No pudiste evitar meterte mi polla en la boca? ¿Y eso no es comportarse como una zorra?

– Eh… S-si… Digo… ¡No! Es decir si, ¡pero no era yo misma!

– ¿Qué tontería es esa?

– ¡Tú! – Belén le señalaba con el dedo – ¡Tú me has hecho algo! ¡Todo esto está pasando desde que me puse el estúpido collar que dejaste en mi cuarto!

Miguel dejó escapar una sórdida sonrisa.

– ¿No te gusta el regalo que te hice? Sólo quería tener un detalle contigo.

– ¿Entonces admites que esto es cosa tuya?

– ¿”Esto”, qué?

– ¡Esto! – Belén se irguió y separó los brazos, para mostrar los cambios que había sufrido su cuerpo – Me has convertido en una… una…

*puta*

– ¿En una qué? ¿En qué crees que te he convertido?

– … – Belén no quiso contestar a la pregunta, no quería decirle a Miguel lo que quería escuchar – ¿Qué es este collar? ¿Qué me está haciendo?

– Es sólo un amuleto que te ayuda a desinhibirte y dar rienda suelta a tus deseos más profundos, que libera tu mente del yugo de tu moral.

– ¡¿Crees que mis deseos más profundos eran chuparte la polla?! – gritó Belén, desesperada.

– A mí no me mires, el collar sólo es un vehículo, pero tú subconsciente es el conductor.

– Quítamelo.

– No puedo.

– ¡¿Qué?!

– Que no puedo. Tú te lo has puesto y tú te lo tienes que quitar.

– ¡Pero no puedo! – Belén intentó quitárselo de nuevo, y nuevamente sus manos no la obedecieron. El collar se quedó dónde estaba – ¿Voy a quedarme así toda la vida? ¿Como una… una…?

– ¿Como una qué?

Belén le miró con rabia, quería escucharlo de sus labios y no iba a parar hasta conseguirlo.

– ¡Como una… puta! – un escalofrío recorrió su espalda y sus pezones se erizaron. Esperó con toda su alma que Miguel no se diera cuenta de ese detalle – ¿Estás contento? ¿Es eso en lo que me quieres convertir?

– Ya te he dicho que yo no quiero nada, el collar sólo responde a tu mente y a tus deseos.

– ¡Y una mierda! Yo nunca he querido esto… – Belén se dejó caer en la silla, abatida.

– ¿Seguro?

Miguel se quedó mirando a la mujer, que le devolvió una mirada dubitativa y temerosa.

(¿Lo he deseado alguna vez? No… yo nunca…)

*siempre has querido ser deseada*

(No, eso no es verdad)

*claro que sí, siempre las has envidiado, siempre has querido ser como ellas*

(¿Cómo quién?)

*como las mujeres que hacen que los hombres se den al vuelta al pasar, las que arrancan silbidos y piropos*

(Eso no es verdad, nunca me ha gustado ese comportamiento)

*siempre lo has reprobado, porque tu estúpida moral te ha dicho que lo hagas, pero en el fondo las envidias, deseas ser como ellas*

Belén pensó en cómo se sintió el día anterior en su trabajo, como los compañeros la prestaban la atención que nunca le habían dado y lo bien que la habían hecho sentir.

*quieres ser como ellas, quieres destacar, quieres atraer las miradas, quieres que te deseen*

¡Incluso había ligado! Marcos había insistido en llevarla a casa y quedar con ella hoy.

(Pero… yo… yo nunca he buscado eso…)

*porque no creías en ti, no tenías suficiente autoestima, tenías miedo al rechazo*

(¿Miedo al rechazo?)

*a ser desplazada, a ser ninguneada, pero ya no*

(No… ya…)

*mírate, eres el sueño de todos los hombres*

Belén notó las manos de su compañero posarse sobre sus hombros, estaba ensimismada en sus pensamientos y no había notado que se había colocado tras ella.

– ¿No notas la sensación de libertad que produce el dejarse llevar? – Miguel comenzó a frotar los hombros de la mujer, suave pero firmemente – ¿No tienes ganas de dejar de estar encorsetada? ¿De dejar de preocuparte por el qué dirán?

(No… no me toques… no quiero que me toques…)

Belén dejó escapar un suspiro y arqueó ligeramente la espalda.

– ¿No quieres saber cómo sería ser tu misma? Sin muros, sin problemas, sin esconderse de nada ni de nadie, sin miedo, sin ataduras… – continuaba el hombre.

(Yo… yo ya soy yo misma… no quiero…)

*mentira*

(No…)

*deja de engañarte*

– …Déjate llevar… – susurró Miguel a su oído.

*déjate llevar*

(¿Dejarme… llevar…?)

Las manos de Miguel descendieron por los brazos de la mujer y su lengua se jugueteó con su oído. Belén contrajo el cuello y cerró los ojos, soltando un nuevo suspiro. Sus labios rosados quedaron entreabiertos.

Las manos del hombre rápidamente pasaron de los brazos a las tetas de Belén, comenzando a acariciar sus pezones.

– jijiji – dejó escapar la pelirroja al notar el contacto.

(No… suelta, suéltame… déjame…)

*déjate llevar*

Miguel buscó la boca de su compañera y le plantó un profundo y húmedo beso, que fue rápidamente correspondido por la mujer. Las manos del hombre agarraban, apretaban y sobaban las enormes tetas de Belén, que no tardaron en quedar liberadas del apretado top que las retenía.

Belén se levantó de la silla y se puso frente a Miguel, mientras continuaba besándole. El hombre continuó con una mano en sus tetas mientras que la otra viajó rápidamente al culo de la mujer.

*mira cómo te desean ahora, mira lo que provocas en los hombres*

(¿Es… Esto es por mí? ¿Me desea?)

Belén notaba la dura erección que estaba provocando en su compañero.

*claro que te desea, y tú le deseas a él*

(No… a Miguel no…)

*sí, a Miguel y a cualquiera. Deseas que te posean, que te hagan vibrar, deseas abandonarte al placer de la lujuria*

(Placer… Lujuria…)

Miguel dio la vuelta a Belén y la lanzó sobre la mesa, de un tirón bajó las mallas que llevaba y dio un fuerte azote en su culo.

– ¡Ah! – gritó Belén, más de sorpresa que de dolor.

La mujer quedó el culo en pompa y las tetas bamboleándose sobre el desayuno a medio terminar.

– ¿Quieres que te folle? – preguntó Miguel.

(No, no quiero…)

*si quieres*

(Nnnnn)

*quieres que te folle, necesitas que te folle*

– Sssssí – susurró la mujer.

*necesitas sentir su polla*

– ¿Qué has dicho?

– Si… ¡Sí!

*quieres polla, necesitas polla*

Miguel acarició el coño de Belén, que estaba completamente empapado y echó a un lado el tanga.

– ¿Sí, qué?

*necesitas que te folle*

– ¡Sí! ¡Quiero que me folles! ¡Métemela! ¡Por favor!

Miguel no se lo pensó dos veces, ya tenía la polla en la mano y rápidamente la dirigió al coño de Belén, que recibió la fuerte embestida del hombre con un sonoro y anhelante gemido.

– ¡Ahhhh! ¡Ahhh! – gemía.

*eres una puta, siempre has querido ser una puta, una zorra*

Belén apartó de un manotazo los restos del desayuno y apoyó su pecho sobre la mesa, las piernas le temblaban.

– ¿Te gusta mi polla, puta?

– ¡Aaaahhh! Siii, siiii, jijiji, ¡Dame más! ¡La necesito!

Miguel aceleró sus embestidas y comenzó a azotar el culo de Belén.

– Vamos, ¡córrete para mí! – Dijo el hombre – ¡Demuéstrame la zorra que eres y córrete con la polla que siempre has despreciado! ¡No eres más que una sucia puta!

*eres una sucia puta*

*te encanta que te follen*

*te encanta ser una zorra*

*sólo sirves para ser follada*

El bombardeo de pensamientos fué la guinda que completó el clímax de la mujer, que comenzó a estremecerse y a gritar mientras su cuerpo era recorrido por un intenso orgasmo.

– ¡Aaaahhh! ¡Joooooodeeeeeer!

Miguel notaba cómo el coño de Belén se contraía sobre su polla, notaba las pulsaciones que le producía el orgasmo y sintió cómo sus pelotas iban a reventar también. Agarró a Belén del pelo y la obligó a arrodillarse ante él, descargando toda su corrida sobre la cara y las tetas de la mujer, que no hizo nada para evitarlo.

– Siempre he sabido que en el fondo eras una zorra, que lo que te hacía falta era una buena polla – Belén tenía la mirada perdida, todavía estaba sumida en los coletazos de su orgasmo – ¡La que parece que no lo sabía eras tú! ¡Y menos que la polla que te quitaría la tontería iba a ser la mía! – Se regodeó el hombre, mientras frotaba su polla semi-flácida en la cara de Belén, para limpiar los restos de su corrida.

Belén se quedó tirada en el suelo con una vaga sonrisa en la cara, mientras Miguel salía de la cocina riéndose. Tardó unos minutos en recuperar la compostura, se levantó, se colocó el tanga, se subió las mallas y se fue a dar una ducha.

Ni siquiera se miró al espejo, si lo hubiera hecho, habría visto al otro lado a la mujer que siempre había creído despreciar.

Hasta ahora.

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