EL CLUB 10

Si alguna vez se había sentido preocupado por aquella situación, no se comparaba con ese momento. A veces, Eliseo imaginaba a la policía tocar su puerta y llevárselo directo al juez civil. Entendió entonces lo lejos que había llegado y lo mucho que se había arriesgado. Además de eso, las cosas habían empeorado.

Ahora Blanca no le dirigía la palabra. Y de Santino y Sarah, ni hablar. Ella lo había tranquilizado por teléfono, pero no había sido clara, esperaba que a Santino se le enfriara la cabeza y pudieran hablar ambos. Pero si no, Santino saltaría de inmediato y lo denunciaría. Era todo un embrollo, y Eliseo se había metido en él. Había pasado de convertir su paraíso terrenal en un infierno.

– Creo que Blanca sólo está molesta – dijo Pilar, sacándose su verga de la boca – por el hecho de que hayas invitado a alguien más. Una vez ella y yo platicamos sobre eso, y prometimos que nadie más lo sabría. Ella creyó que todo esto sería sólo entre nosotros, como un secreto.

Eliseo le acarició el rostro. Pilar era ahora lo único que tenía. Le sorprendió escuchar aquello de ella. Parecía como si, en silencio, la chiquilla fuera la única en comprender lo que estaba sucediendo. Acarició suavemente sus mejillas antes de que ella regresara a engullir su glande.

Habían comido juntos, con sus padres, sin que se atrevieran a decir nada. El padre de las chicas intentó animarlos, pero encontró inútil cualquier intento. Rendidos, regresaron a la oficina, preguntándose sin duda qué estaba sucediendo entre sus hijos.

Blanca se dirigió directamente a su cuarto, sin que Eliseo se atreviera a detenerla. No sabía cómo pedirle disculpas por lo sucedido, y ella no parecía estar dispuesta a escuchar nada de él. Estresado, Eliseo se dirigió a la cocina, donde Pilar lavaba los trastes. Se colocó tras ella, abrazándola mientras su entrepierna se acurrucaba sobre el suave culo de la chiquilla.

Pilar adivinó la desnudez en la que se hallaba Eliseo, pero no se atrevió a decir nada y tampoco intentó zafarse. Tranquilamente terminó de lavar los trastes, y apenas terminó, las manos de Eliseo la invitaron a arrodillarse ante él.

Sin la menor duda, ella obedeció. Y recibió en su boca la endurecida verga que su hermanastro le ofrecía. Minutos después, Eliseo tomó asiento en una silla del comedor de la cocina. Llevaban más de diez minutos así, en lo que parecía más un masaje relajante que una mamada. Eliseo sonrío, adivinando que la chica deseaba hacerlo sentir mejor a su manera. Acarició su cabello, antes de empujar su cabeza hacía atrás. Fue cuando comenzaron a hablar de Blanca.

– Quizás tengas razón – dijo Eliseo – Pero es probable que ella no quiera volver a…participar – aún no sabía cómo expresar el hecho de que se follaba a sus propias hermanastras

Minutos después, la hizo ponerse de pie. Y la colocó recargada de sus hombros sobre un taburete alto de la barra de la cocina. De esa manera, se colocó de cuclillas tras ella. Sus manos alzaron su falda escolar sobre su espalda, revelando las bragas rosadas de algodón que cubrían su precioso culo. No tardó en deslizar sus bragas hacia abajo, dejando su trasero desnudo ante él. Eliseo llevó de inmediato su boca hacia la chica, y sus labios chocaron cálidamente sobre las blandas carnes de sus glúteos.

Continuó así largo rato, como si aquel suculento trasero fuera lo único comestible en el mundo. Entonces, enloquecido de deseo, sus manos apretujaron las nalgas, y ayudaron que aquel canal oscuro se abriese para que la boca de Eliseo pudiera deslizarse hacia el canal que se formaba entre ambos glúteos. Pilar sólo pudo cerrar los ojos, ante la extraña sensación que la lengua de su hermanastro provocaba en su esfínter. Era la primera vez que sentía algo así, y deseaba salir huyendo.

Pero no se atrevió. Lo que menos deseaba en aquel momento era disgustar más a Eliseo. Dejó que aquella lengua explorara aquella zona, sintió los lengüeteos desesperados con los que su hermano atacaba la zona de su ano. De pronto, un respiró apareció cuando la boca del muchacho se instaló en su coño. Entonces comenzó a suspirar de placer, sintiendo como su coño se iba humedeciendo más y más conforme la excitación aumentaba su intensidad. A esa altura, ya extrañaba la lengua de Eliseo en el ojo de su culo.

Y entonces la boca de Eliseo regresó a su esfínter. La fuerte lengua del muchacho lograba por momentos deslizarse entre su apretado ojete, que cedía ante la desesperada fuerza del muchacho. Poco a poco, las molestias de Pilar fueron disipándose, y un curioso placer la hacía preguntarse qué era aquella sensación que Eliseo provocaba con su boca. Con el tiempo, comenzó a pensar que la lengua de su hermanastro no estaba siendo lo suficientemente larga. Aquello le empezaba a parecer excitante.

Una pausa interrumpió aquello y, expectante, Pilar aguardo hasta que reconoció el glande de su hermanastro abriéndose paso a través de la entrada de su coño. En segundos, la verga endurecida de Eliseo se encontró dentro de su hermanastra, y Pilar acomodó sus piernas para hacer aquello más cómodo. Los vaivenes de Eliseo comenzaron, y Pilar comenzó a disfrutar entre jadeos los movimientos de su hermanastro. El muchacho lo hacía extrañamente lento, dándole la oportunidad a su hermanastra de sentir cada pliegue y vena dibujados a lo largo del tronco de su falo.

– Te quiero – dijo Eliseo, de una manera tan extraña que Pilar no lo hubiese creído de no ser porque lo repitió – Te quiero mucho.

Pilar no supo qué decir, apenas y se atrevió a girar el cuello, para recibir un beso de Eliseo. Con sus labios unidos, y la verga de su hermanastro dentro de sí, la chiquilla sintió detenerse el tiempo. Entonces sintió el dedo de Eliseo introducirse en su ano; fue tan repentino que esta sólo se percató del hecho hasta que las yema del dedo invasor acariciaba las paredes internas de su culo. El segundo dedo fue más doloroso, pero no hizo nada para detenerlo, porque el tener la verga de Eliseo clavada en su concha ya representaba demasiado.

Sin dejar a un lado sus lentas embestidas, Eliseo comenzó un mete y saca de ambos dedos sobre el culo de su hermanastra. Los había lubricado con sus propios jugos vaginales, pero no se había atrevido a ir más adentro, pues el dolor se dibujó de inmediato en el rostro de la confundida chica.

Sacó sus dedos y después su verga, y dirigió a Pilar a la sala. La sentó sobre el sofá y regresó a la cocina.

– Ve quitándote la ropa – le ordenó, al tiempo que desaparecía hacia la cocina.

La chica obedeció, y un par de minutos después, Eliseo regresó con varios utensilios de cocina y la botella de aceite de oliva. La chica imaginó lo que sucedía, pero no quiso hacer preguntas.

Eliseo dejó las cosas sobre la mesita central de la sala y se acercó a ella, que lo esperaba completamente desnuda sobre el sofá.

– Ponte así – dijo, alzándole las piernas, que la chica después tuvo que abrazar, de tal manera que la zona de su coño y su ano quedaban completamente expuestas.

Su hermana le había rasurado hacía varios días el coño, por lo que su entrepierna estaba salpicada de puntitos oscuros que revelaban el nuevo vello en crecimiento. Su coño manaba los jugos de su excitación, y su ano brillaba por la reciente invasión.

– ¿Qué harás? – preguntó reservadamente Pilar, como si tuviera alguna importancia.

– Romperte el culo – soltó Eliseo, con una serenidad extraña – Pero debo prepararte.

– ¡Ah! – dijo la chica, como si sólo hubiese preguntado la hora.

Eliseo colocó aceite en un pequeño plato de vajilla, de esa manera embadurnó con facilidad la parte posterior de una cuchara. Con el liso mango de la cuchara listo, Eliseo la apuntó a la entrada del ano de la chica.

Entró con relativa facilidad, y no fue hasta que a la punta chocó con las primeras paredes del interior de su ano, a mitad del mango, que la chica desdibujó su rostro para dar paso a una verdadera expresión de dolor. Pero lo soportó, y no tenía otra opción pues Eliseo no detuvo su avance hasta que el mango por completo no se hallo dentro de su culo.

El muchacho inició un lentísimo mete y saca, desde la punta hasta la cuchara completa. La chica soportaba el dolor con fuertes respiraciones, pero al menos Eliseo tenía el suficiente cuidado de no dañarla. La confundida mente de Pilar no distinguía ya la diferencia entre el dolor y el placer.

A continuación, Eliseo dejó sobre la mesa la cuchara, y tomó una espátula. Esta tenía un mango más largo, grueso y curvo de acero inoxidable. Sumergió el mango en el aceite y volvió a dirigirse al sofá, donde el palpitante esfínter de su hermanastra lo esperaba.

Los labios de Pilar se abrieron, soportando silenciosamente el dolor provocado por el abrirse paso de aquel objeto. Era un objeto frío y grueso que le provocó una sensación distinta. Se preguntaba a esas alturas cómo sería entonces recibir la verga de Eliseo.

– ¿Qué hacen? – preguntó, sin inmutarse siquiera de la completa desnudez en la que se hallaban.

No habían escuchado los pasos de Blanca, que se acercaba silenciosamente a la sala. Parecía haber despertado de una siesta; vestía unos pantalones de pijama azul marino con puntos blancos y una sencilla blusa de tirantes blanca que dejaba ver un sostén violeta debajo.

Si Eliseo se sobresaltó por ello, no lo demostró. Alzó la vista sólo para tranquilizar con su actitud serena a la nerviosa mirada de Pilar. Que miraba hacia abajo, evitando a toda costa la mirada de su hermana mayor.

Blanca llegó y recargó sus hombros sobre el respaldo del sofá. Miró lo que Eliseo estaba haciendo, pero ni siquiera se inmutó.

– ¿Qué parece? – preguntó Eliseo, con unas absurdas ganas de discutir.

Blanca se lamió los labios, estaba claro que no quería discutir. Se acercó y se agachó de cuclillas a un lado de Eliseo. Llevó su mano y la colocó sobre la de su hermanastro, que sostenía la espátula.

– ¿Puedo?

Eliseo no supo que decir. Su hermanastra le estaba ofreciendo ayuda para dilatarle el culo a su propia hermana. Pero era una lucha de imperturbabilidad, y Eliseo soltó la espátula como si la estuviese usando para cocinar.

Blanca sacó ligeramente el mango de la espátula, como si evaluara hasta qué grado el culo de su hermana podía soportarlo a aquellas alturas. Pasada aquella indagación, comenzó un mete y saca. Pero lo hizo con demasiada rapidez, a tal grado que Eliseo pensó si debía intervenir por el bien del pobre culo de Pilar, cuyos gemidos ya eran bastante claros. Pero no intervino, en vez de ello, vio cómo Pilar dirigía una mirada de ruego a su hermana mayor que, mirándola fijamente, no paraba la intensidad de sus manos.

Cuando los gemidos de Pilar se estaban convirtiendo en verdaderos gritos, Blanca se detuvo. Pilar suspiró aliviada, su pobre esfínter estaba enrojecido, y su hermana ni siquiera sacó la espátula, sino que la dejó clavada dentro de Pilar, que la sostenía con los agotados músculos de su recto.

– Eliseo – dijo Blanca, sin voltear a verlo

Eliseo ni siquiera estaba seguro de haberla escuchado, por la bajo de su voz.

– ¿Qué? – se atrevió a decir

– No estamos peleados – dijo Blanca, un poco más claro – No somos pareja, no tenemos que actuar como tal.

Eliseo no supo cómo interpretar aquello. Parecía que Blanca no hablaba más que para sí misma.

– Ok – dijo él

Blanca apretó los labios y volvió a tomar la plancha de la espátula; el rostro de Pilar se enrojeció aún más.

Aunque no decía nada; la verga de Eliseo se había endurecido hasta el límite. La escena que se desarrollaba frente a él era tan morbosa que se sorprendió de si mismo al haber logrado mantener de aquella manera la calma. Sus pantalones estaban a punto de estallar, mirando cómo Blanca masturbaba el ano de su hermanita, pero su rostro apenas y mostraba rastros de perturbación.

Blanca se mantuvo metiendo y sacando el mango de la espátula. A veces giraba hacía la mesita, para empapar un poco de aceite el objeto antes de volverlo a insertar en el culo de su hermana. Al menos estaba funcionando, cada vez el esfínter de Pilar se resistía menos a la penetración y en su mirada el dolor iba desapareciendo para dar paso al confuso placer que le comenzaba a provocar.

Entonces Blanca se detuvo y soltó de nuevo la espátula, dejándola otra vez insertada hasta el fondo del culo de Pilar. Eliseo nunca había tenido una pareja con la que durara más de algunos meses, por lo que no alcanzaba a comprender el extraño y sinsentido comportamiento que podía llegar a tener una mujer. Por eso no entendió porque Blanca se enderezó para deslizar sus pantalones y sus bragas a nivel del suelo, antes de acomodar sus rodillas y ofrecerle su culo completamente abierto.

– Bueno – murmuró, tratando de conservar la calma en su voz nerviosa – Si no quieres hablarme no me hables, pero quiero que me hagas lo que le ibas a hacer a Pilar.

Eliseo no supo qué contestar. El ojete de Blanca era de un tono más oscuro que el rosado claro de Pilar. Aunque no parecía haber sido penetrado nunca, al menos daba la sensación de ser menos apretado que el pobre esfínter de la más chica. De alguna manera Blanca logró mover sus músculos para hacer palpitar la entrada de su ano, en una clara invitación para su hermanastro.

Di un paso y después otro, quedando justo por encima del trasero de Blanca, que había regresado a su trabajo con la espátula y el recto de Pilar. Comprendió que Blanca no requeriría un trabajo previo de dilatación. Tomó la botella y con cuidado dejó caer un solo hilillo de aceite sobre la parte superior de sus nalgas, que se canalizó de inmediato hacia su arrugado ojete.

Dejó caer otro hilillo sobre su glande descubierto, y masturbó ligeramente su tronco para embadurnarlo brevemente. Cuando estuvo listo, dobló sus rodillas lo necesario para que la punta de su verga chocara con el esfínter de su hermanastra. Era la primera vez que penetraría a una mujer por el culo, y era también la primera vez que un pene penetraría el virgen ojete de Blanca.

Dejó irse, pero el apretado anillo de la chica le recordó que aquello sería distinto a lo acostumbrado. Fue incapaz de avanzar ni siquiera un centímetro entre los apretados músculos anales. Suspiró, comprendiendo que aquello no iba a ser fácil. Sostuvo las caderas de Blanca, para ejercer contra fuerza en el momento de penetrarla.

Volvió a intentarlo, y esta vez el glande pudo deslizarse hacía su culo. Sintió un dolor por la fuerza con la que Blanca abrazaba la sensible cabeza de su verga, pero lo soportó y siguió avanzando. La lubricación del aceite ayudó mucho una vez que se halló dentro, y era cuestión de tener cuidado de no lastimar a su hermanastra dentro de su interior.

– ¡Ahhh! – se quejó Blanca, cuando Eliseo decidió penetrarla completamente

Pilar se mordía los labios, porque Blanca había perdido las fuerzas de su mano y había clavado dolorosamente la espátula en su culo.

Eliseo permaneció unos segundos inmóvil, parecía querer memorizar para la posteridad la textura y calidez del interior de Blanca. Sólo después comenzó a sacar y a meter en lentos deslizamientos su verga.

– ¡Uhhhhhh! – tembló Blanca, en los primeros movimientos.

Pero el muchacho no se detuvo, parecía buscar el ritmo perfecto para provocar el ano de su hermanastra.

Con el tiempo Eliseo había logrado normalizar los mete y saca con los que arremetía contra el culo de su hermanastra. Blanca había acomodado sus caderas para facilitarle la tarea, mientras externaba el placer que Eliseo le proporcionaba a través de la espátula con la que estimulaba al ano de su hermana.

A veces Blanca alzaba la vista para mirar a Pilar, y esta sólo le compartía una expresión de confidencialidad. Pero la hermana mayor no buscaba eso, e intensificaba los movimientos de sus brazos hasta que provocaba que la boca de la chiquilla se abriera en forma de O del placer provocado. Entonces Blanca sonreía satisfecha, antes de regresar a sus gemidos provocados por las penetraciones de su hermanastro.

Los movimientos de Eliseo fueron intensificándose, y de igual manera, los de Blanca. La cabeza de Blanca comenzó a perturbarse por aquel extraño goce, y a veces buscaba cualquier cosa con la cual distraerse; era entonces cuando su boca descendía para posarse sobre el coño de su hermanita y besar sus labios, y lamer su entre pierna sin dejar de penetrarla una y otra vez con la espátula. Llevó su lengua hacía arriba, y estimuló durante buen rato el diminuto clítoris que se escondía entre los labios superiores de Pilar. La excitada mirada de Pilar era suficiente para que Blanca quedara satisfecha.

Pero tuvo que detenerse, porque entonces las arremetidas de Eliseo aumentaron su velocidad y Blanca ya no fue capaz de otra cosa más que de seguir moviendo torpemente la mano con la que estimulaba el culo de su hermana y de gemir intensamente de Placer. Sus gritos comenzaron a invadir toda la sala, y Eliseo se preguntó si alguien de fuera podría escucharlos. Él mismo se sentía tan extasiado que sus respiraciones eran sonoros jadeos.

Pilar también debió inspirarse en los gemidos de su hermana, y comenzó a atreverse a gimotear cada vez más alto. En verdad había tratado de reprimir sus enloquecidos quejidos de placer, pero ahora que Blanca gritaba descontroladamente se atrevió a unirse al coro. Esto provocó que su hermana mayor aumentara la velocidad de su mano, lo que hizo más intensos los gemidos de Pilar.

– ¡Cabrón! – gritó Blanca, cuando sintió una fuerte embestida de Eliseo

– Joder – era lo que decía Eliseo – Joder, puta.

Aquello provocó que Blanca comenzara a convertirse en una guarrilla, y ordenó a los músculos de su culo a apretar aún más el duro tronco de Eliseo.

– ¡Qué perra eres! – acusó el muchacho, que sabía perfectamente lo que Blanca pretendía.

Por toda respuesta, Blanca continuó apretando su ano y Eliseo siguió aumentando el rigor de sus embestidas. En una lucha de placer que estremecía a ambos por igual.

De pronto los gritos de Pilar aumentaron repentinamente su intensidad; Blanca pudo sentir como el esfínter de su hermanita parecía aflojarse, y unas extrañas convulsiones aparecieron en su coño y en su culo. Blanca sonrió, su mente, dominada por el placer comenzó a soltar improperios inimaginables hacia su hermanita.

– Te estás corriendo – dijo, con la voz entrecortada por las embestidas de Eliseo – Te estás corriendo, puta zorra. – repitió, mientras aumentaba sádicamente los movimientos de su mano.

Pilar abrazó con fuerza sus rodillas, tratando de soportar el terrible placer que recorría su cuerpo.

– Córrete, puta. ¡Córrete! – se unió Eliseo, quien miraba asombrado cómo el coño de Pilar comenzaba a escupir extraños fluidos

Aquella situación era tan morbosa y trastornada que los tres estaban irreconocibles.

– ¡Perra! ¡Perra! – continuaba Blanca, al tiempo que sus manos iban perdiendo fuerza pues ahora su cuerpo comenzaba a traicionarla. Soltó la espátula y colocó su mano sobre el suelo.

Sintió entonces lo que Pilar estaba sufriendo, porque de pronto sintió perder sus fuerzas y su cabeza se desplomó sobre el mojado coño de Pilar. Parecía como si fuese a desmayarse, pero en realidad se estaba corriendo.

Eliseo se percató de ello, por que sintió cómo el recto de Blanca vibraba alrededor de su verga. Justo a tiempo, porque él también tenía unas ganas tremendas de correrse. Desde la espalda hasta las nalgas, la piel de Blanca se estremeció, y de pronto Eliseo se sorprendió al sentir como una ligera brisa liquida salpicaba sus testículos. Bajó la vista y vio cómo una especie de fluido escapaba en pequeños borbotones del coño de su hermanastra.

Aquello fue más suficiente para Eliseo, quien entonces tomó a la chica fuertemente de la cintura, la penetró hasta el fondo y se detuvo para comenzar a manar su leche en su interior. Nunca antes había sentido tanto placer al eyacular, pues el estrecho culo de Blanca parecía extender el placer.

– ¡Mierda! – expresó Blanca, que seguía recostada en la entrepierna de una Pilar que miraba hacía el techo agotada, como si estuviese en pleno viaje provocado por algún hongo alucinógeno – Joder, que bien – agregó, mientras sentía el cálido fluir con que la leche de Eliseo rellenaba su culo.

Pilar dejó caer sus piernas al suelo, agotada, pero sin hacer que su hermana tuviera que alzar su cabeza sobre su coño.

Eliseo también se desplomó sobre el culo de Blanca, sin sacar su falo de su culo.

Recostada sobre Pilar, Blanca comenzó a reír extrañamente. Eliseo y Pilar se miraron extrañados, pero una sonrisa escapo de sus labios y pronto unieron sus enloquecidas risas a la mayor de las hermanas. Era como si estuviesen firmando un acuerdo de complicidad, como si aquel momento estuviera destinado a convertirse en un secreto que sólo ellos tres compartirían.

Entonces el teléfono de la sala comenzó a sonar. Todos voltearon al mismo tiempo, con una extraña sensación de nervios.

– Pásamelo – le ordenó a Pilar, que obedeció tan rápido que ni siquiera se sacó la espátula del culo al ponerse de pie.

Parecía un tierno patito, con la lámina de la espátula a modo de una graciosa colita. La chica respondió rápidamente.

– ¿Bueno?

– ¿Blanca?

– No, soy Pilar.

– Hola, ¿está Eliseo? Soy Sarah, la herma…

– Sí – le interrumpió la chiquilla – Te lo paso.

Se acercó a Eliseo y le entregó el teléfono.

– ¿Bueno?

– ¿Eliseo?

– Sarah, dime.

– He estado platicando con Santino, ya le hice entender las cosas.

Eliseo no entendió a qué se refería exactamente con eso. Se incorporó.

– ¿Cómo es eso? – dijo, al tiempo que sacaba su verga casi flácida del culo de Blanca.

Una pausa apareció, y a Eliseo le pareció escuchar la voz de Santino en el fondo, diciéndole algo así como “que lo sepa de una vez”.

– Él y yo también hicimos, lo que tú haces con Blanca y Pilar – dijo al fin Sarah, como si aquello fuera una revelación prohibida.

Santino sonrió, ¿por qué a todos les costaba trabajo decir aquellas cosas como son? Vio cómo una gota de semen se escapaba del ano de Blanca en el momento en que esta se incorporaba para sentarse al lado de Pilar, quien ya tenía la espátula en sus manos.

– Entiendo – dijo, tratando de no sonar sorprendido – No sé…

– Creo que deberíamos reunirnos – continuó Sarah, como si sólo tuviera el valor de decirlo una sola vez – Todos, nosotros y ustedes.

– ¿Para qué?

Sarah suspiró.

– Imagínatelo.

Eliseo se lo imaginó. Acordaron el fin de semana, en casa de los padres de los gemelos, quienes estarían fuera sábado y domingo.

Cuando Eliseo colgó, las expectantes miradas de sus hermanastras lo esperaban, curiosas.

– ¿Qué te dijo? – preguntó Blanca.

Eliseo las miró, buscando la manera de explicar las cosas.

– Quieren que nos veamos; iremos este fin de semana a la casa de sus papás.

CONTINUARÁ…

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