Amo a Sandra, o al menos eso creía cuando comenzó todo.

A ella la había conocido en unas clases de refuerzo para el ingreso en la universidad en la que nos postulamos. Desde que la vi, abandoné al par de amigos con el que habíamos acordado ingresar para sentarme junto a ella y sus amigas. Una bella muchacha de tez blanca y un look conservador, sin maquillajes pero a la vez sin dejar de perder su encanto. Parecía como si ella no quisiera sobresalir de las mil y unas putas que pululan en la universidad. Supongo que eso fue lo que me llamó la atención de ella.
Cuando me la había acercado, Sandra pensaba que yo no tenía ningún conocido en el lugar y, tras ver mis apuntes de las clases de Lengua Castellana, se apiadó de mí y con una sonrisa aceptó que me sentara en su grupo. Mis amigos me perdonaron, por cierto.
Nunca insistí tanto con una muchacha y, válgame, literalmente la seguí a todas partes; la cafetería de la uni, centros comerciales e incluso íbamos en el mismo bus pese a que el que ella tomaba no me dejaba ni cerca de mi hogar. Hasta que por fin el destino se compadeció de mí; Sandra entendió todas mis indirectas y en una tarde de verano en el patio de su casa, a tan sólo dos días de los exámenes, dejamos a un lado el montón de apuntes apilados en la mesa y nos besamos como unos malditos posesos… si la madre de ella estuviera allí, seguramente habría corrido a separarnos. La mujer era de las celosas y desconfiadas, nunca la soporté de todos modos. Y creo que tampoco la soportó el marido, que vivía separado de ella y en la ciudad lindante.
La cosa siguió de parabienes cuando, cuatro días después de haber rendido los exámenes, supimos que habíamos ingresado. Tres años después de aquel victorioso momento, aún seguíamos juntos. Sí, algunas peleíllas hubieron, algunos momentos en que uno no quería ver al otro, nuevas amigas o amigos que nos encelaban… supongo que todo ello era normal.
Pero nada de esos problemas se compararon con lo que iba a venir. Estábamos en la sala de su casa al mediodía, viendo el televisor con un par de horas antes de las clases pues yo tenía como costumbre visitarla antes de salir ambos para la uni. Sandra estaba reposando su cabeza contra mi hombro y viendo plácidamente la película. Su hermana Dulce había entrado a la sala y como siempre nos saludó tímidamente, con sus cuadernos pegados contra sus pechos aún niños y su cabeza gacha como si aún tuviera vergüenza de mí. La nena de dieciséis vivía con el padre, pero como éste tuvo un imprevisto viaje al exterior, no le quedó otra que venir a la casa de la odiosa madre. La saludé con una risa, es que la timidez de la chiquilla me parecía muy graciosa.
Minutos más tarde se había vuelto a aparecer por la sala y venía con unos pantaloncillos bastante pequeños y una remerilla rosada y ajustada, pasó frente a nosotros pues había dejado un par de cuadernos sobre el televisor. Cuando la tuve frente a mí, caí en la cuenta; no pensé que la nena pudiera haber crecido tanto en tan poco tiempo, las piernas largas y la cintura asomándose tras el pantaloncillo… los senos aún niños y el rostro casi angelical… ¿para qué mentir? Me excitó… yo estaba enfermo por mirar a la hermanita de esa manera, lo sé.
No podía creer cuánto había crecido de un momento para otro, tenía fija mi vista en su generoso trasero hasta que ella giró su vista hacia nosotros y se percató que yo la estaba comiendo con los ojos. Se puso roja, bajó la cabeza con una fina sonrisa y volvió a su cuarto. Tragué saliva, menos mal Sandra no se percató de lo acontecido. Pero yo aún tenía varios problemas metidos en la cabeza como para andar calentándome por una chiquilla como ella. Esa misma tarde volví a entrar en mi mundillo de deudas y exámenes pendientes…
Ese momento de “pensamientos impuros” quedó en el olvido hasta que Sandra me había invitado nuevamente a su casa pues se le antojaba ver un devedé romántico. Nunca me gustaron de ese tipo… pero bueno, como que ya me estaba acostumbrando a Julia Roberts y sus sopocientas películas sensibleras. Compramos un par de cervezas y nos sentamos en el sofá. Al rato Sandra empezó a sentirse fatal, fue al baño y tras regresar me contó que el alcohol le había caído bastante mal. La acompañé hasta su habitación y le dije que yo me volvería para mi casa pero que la llamaría enseguida para saber cómo seguía. Cuando bajé hacia la sala, me di cuenta que la nena estaba sentada en el sofá, observando el televisor y con la latilla de cerveza en una mano, no la estaba bebiendo, sólo estaba observando. Y los malditos “pensamientos impuros” volvieron a mí al verla con tan poca ropa. Fue allí cuando comenzó todo;
– Mira nada más – dije en plan bromista – ¿que no eres aún menor de edad como para andar bebiendo?

– No, no… no estaba bebiendo… – dijo ella mientras rápidamente devolvía la lata en la mesa.

– ¿Qué estás haciendo tan tarde por la sala, nena?
– Nada, nada… es que no puedo dormir. La bicha de mi compañera me envió un mensaje al celular sobre algo…
– ¿Algo?
– Nada que te interese. – dijo cruzando sus brazos.
– Anda, cuéntame. Puedes confiar en mí.- respondí dibujando una sonrisa mientras me sentaba a su lado en el sofá. Rápidamente puse ambos pies sobre la mesa frente a mí y descansé mis manos tras mi nuca; – Anda, nena, que seguro no es para tanto.
– ¿Cómo? No voy a confiarte nada.
– Ah, bueno, ¿y a quién le vas a contar lo que te sucede? ¿A la rabiosa de tu hermana, a la monja de tu madre, o al encantador de tu cuñado?
– ¿Encantador? – rió despacio.
– ¡Va!, que yo soy muy encantador.- y ella volvió a regalarme su risa tan encantadora. Luego de contarme el problema por el cual no podía dormir – nada de otro mundo- nos pusimos a ver el devedé que había alquilado. La nena resultó ser divertida durante todo el transcurrir del filme, pero en un momento erótico de la película – un beso con lengua al más estilo Hollywood entre la Robert y un no sé quién – la noté como curiosa, así que decidí codearle;
– Oye… ¿y tú ya te pusiste a besar a algún chico? – Su inmediata respuesta fue un tremendo golpe a mi brazo, ella volvió a sonreír, respondiéndome que “eso no se pregunta”.
– Va, nena, pero qué mojigata te pones… cuenta, cuenta. – le volví a codear a expensas de un nuevo golpe.

– Ya me han besado. – susurró sentándose más recta y con aire de orgullosa.
– Ah, menos mal, nena.
– Dulce, soy Dulce y no una nena.
– Está bien, Dulce. Pero cuando me refiero a un beso, me refiero al chapoteo que se está dando la Julia ahí en la tele… ¿ves? Un beso con lengua… no hablo de piquitos con chiquilines.
– Con lengua aún no me han besado… ¿por? ¿Acaso tú me vas a mostrar cómo? – y Dulce rió tanto que mi ego cayó al suelo.
– ¡Qué va!, si tu hermana nunca se ha quejado.
– ¿Mi hermana? Ah, la que ahora está vomitando…
– Está vomitando porque le cayó mal la bebida, ¿eh? Que no soy tan malo besando, nena… digo, Dulce.
– ¿Y vas a demostrarme? – dijo bromeando, yo simplemente le seguí el juego y me acerqué para besarla. Pensé que ella retrocedería su cabeza y volvería a pegarme entre risas, pero la muchacha unió violentamente sus labios a los míos. Fue más un golpe de bocas que un beso. Al instante retiré mi rostro del suyo y la miré atónito:
– Esto… ¿He? Digo…
– ¿Así besas? Pues esos “chiquilines” con quienes estuve, besaron mucho mejor. – rió nuevamente ella. Y otra vez mi ego quedó maltrecho, así que sin mediar palabras tomé su mentón, levanté su rostro y pegué mis labios a los de ella para enterrar mi lengua en lo más profundo de su húmeda boquita. ¿Para qué mentir? Me excité a lo bestia y mis manos rápidamente bajaron por las curvas de su cuerpo. Coincidentemente Julia Robert pasaba por la misma situación en la televisión. Pero al rato fue Dulce quien se apartó de nuestro breve morreo.
– Uh… nena, lo siento… es que las bebidas. Lo siento, Dulce. – dije con el corazón a mil por hora y mi sexo creciendo y demandando las generosas carnes de mi cuñadita. Lastimosamente para mi sexo, la nena quedó muy confundida y sin decirme nada más, ni dedicarme una mirada al menos, subió corriendo a su habitación. Pensé que mi mundo se caía. Me retiré del hogar de ellas y esa noche no pude dormir, pensando que al día siguiente Sandra y su madre me demandarían por haber tocado a la nena o algo por el estilo. Muy para mi suerte, Dulce no contó absolutamente nada ya que cuando fui al mediodía para recoger a Sandra en el coche, la misma salió de su hogar para saludarme.
– Hola. – dijo ella parándose en la vereda, frente a mi puerta, mirándome aunque ya sin su acostumbrada timidez.
– ¿Te he dicho cuánto lo siento, nena? De veras, creo que anoche…
– Lo de anoche me gustó – dijo con su cara levemente roja y cabizbaja.
– ¿Te gustó? ¿Y no se lo vas a contar a alguien?
– No, no pienso decirle ni a la rabiosa de mi hermana ni a la monja de mi madre. – respondió guiñándome el ojo.
– Ahí viene tu hermana, mejor vuelves para tu casa.
– ¿Vendrás hoy?
– Yo… este, sí, sí… vendré hoy.
– ¡Ah, pero mírense ustedes, parece que ya se llevan muy bien! – chilló Sandra ni bien nos vio. – Ya pensaba que tú no lo soportabas, Mari. ¿Y de qué estaban hablando?
– De la película que vimos ayer – respondió Dulce mientras yo estaba blanco y hecho un saco de mierda -… ya sabes, con la Julia Roberts.
– ¿Te gustó? Bueno, hoy veremos otra por si quieres acompañarnos…
– ¡Sí, no hay problema! – sonrió la jovencita.

Genial, mi puto mundo se estaba convirtiendo en el nudo de una película hollywodense. Esa tarde en la uni fue peor, mis amigos preguntaron qué diablos me pasaba pues me veían como si estuviera dopado, es que yo aún no estaba como para confesar que me había echado un morreo ardiente con mi cuñada de dieciséis. Terminada las clases fui con Sandra al Club de Devedé para buscar algo que ver. Ella se decidió nuevamente por uno romántico y cargado de escenas de sensualidad… yo, a sabiendas de lo que podría suceder si su hermanita nos acompañaba, le rogué alquilar alguna película de terror y sin erotismo. Sandra terminó pensando que yo estaba bromeando…

Pero al llegar a su hogar nos percatamos que Dulce no estaba. La madre tampoco, aunque ésta porque siempre trabajaba hasta tarde. Al rato sonó el teléfono de la sala. Sandra atendió y volvió junto a mí para decirme;
– Era Dulce, está en la casa de su amiga Sofía y no tiene cómo volver.
– Entiendo, ¿quieres que la busque?
– ¿No te enojarás? Según Mari, los padres de Sofía no están y por eso no tiene cómo regresar. Yo debo quedarme, si mamá se entera de que dejamos la casa abandonada nos mata.
– No hay problema, corazón… dame la dirección de la casa y ya vuelvo.
Tras darme un croquis, salí afuera para tomar el coche. Al avanzar una mísera cuadra vi a Dulce levantándome la mano en la calle. Perplejo y aturdido, estacioné en la vereda hacia ella, estaba vestida con una faldita que mostraba sus piernas de campeonato así como una remerilla del que apenas se insinuaban sus senos. “Diosa” pensé al verla;
– ¿Nena? ¿No estabas en la casa de tu compañerita?
– No – dijo mordiéndose los labios – llamé a casa por el celular. ¿Puedo subir?
– Claro que sí… retrocederemos una cuadra y ya estarás en casa.
– No vamos a volver a casa – respondió ni bien se subió en el asiento del acompañante. – Sandra sabe que la casa de Sofía queda a quince minutos de aquí… con la ida y vuelta, eso nos da media hora para nosotros, ¿no?
Madre Santa de todos los Cielos que la parió; la nena era lista y sabía lo que quería. Y ni qué decir, media hora era para mí más que suficiente. A lo sumo necesitaría sólo unos quince para terminar de hacerle las guarradas que me imaginaba… No más, ¿para qué mentir? Ni siquiera lo pensé dos veces, cuando los “pensamientos impuros” empezaron a joder, simplemente aceleré el coche y lo estacioné en la vereda de una plaza.
La invité cortésmente al asiento trasero y una vez allí la vi muy nerviosa, así que decidí tomarle del mentón y levantar su rostro;
– A ver, Dulce, te veo miedosa… ¿no eras tú la que planeo todo?
– Sí… ¿pero estacionarse en una plaza? ¿Y si viene alguna patrullera?
– ¿Patrullera? Ostras… tienes razón, podemos ser descubiertos…
– Eso da morbo, ¿verdad? – sonrió ella- Nos pueden descubrir.
– Hmm… está prohibido hacerlo aquí, niña… es un “tabú”… – si esa palabra no agregaba morbo, pues no sé qué más podría hacerlo. La besé con lengua incluida por un buen momento hasta que mi mano más rebelde se dirigió hacia su entrepierna, recogió su faldita por su torso y apartó la braga para manosear sus carnosos labios.
– Esto… ¿eres virgen, princesa?
– ¡No! ¡No lo soy!
– Ah, uno de los “chiquilines”, ¿verdad?
– Pues sí. – se volvió a reír.
– Bien, bien, una culpa menos que cargar.
– ¿Qué dijiste?
– Nada, nada… ven. – volví a besarla mientras mis dedos apartaban su fina mata de vellos para recorrer su rajita en búsqueda de su agujero. Mi dedo corazón empezó a ingresar y salir lentamente, la nena empezó a profesar unas cuantas groserías para luego aumentar la violencia de nuestro beso. Al introducir un segundo dedo en tan estrecho agujerito, ella empezó a mover su cintura adelante y atrás de manera endemoniada… ni qué decir cuando el tercer dedo entraba y se mojaba de sus jugos, la chiquilla empezó a arañar mi espalda mientras me rogaba entre gritos que siga y siga.
Ya no daba más, me retiré el jean y me puse el condón que tenía guardado en la guantera. A la muchacha la tomé por su cintura; “Siéntate sobre mí” – le susurré antes de clavar otro beso. Ella se posicionó torpemente encima de mí pero al fin y al cabo el glande logró reposar entre sus labios, a puerta de su húmeda entrada. Lentamente ella fue bajando y engullendo mi sexo, inclinó su rostro y mordió mi cuello para acallarse el dolor que le ocasionó la penetración.
Yo por mi parte luchaba por chuparme ese par de pezones pequeños y rosados que tenía, ladeaba mi cabeza para alcanzarlos y lamerlos mientras su cuerpo saltaba sobre mi sexo a un ritmo lento. Dulce gemía despacio pero empezó a chillar lastimeramente conforme yo aumentaba la velocidad de mi sexo.
– ¡Me haces daño! – sollozó mientras sus manitos reposaban sobre mis hombros.
– ¡Lo siento, princesa! – la tomé de su cintura y la ayudé a salirse. Su capullo estaba rojizo e hinchado, la nena lloraba en mis hombros, le pregunté varias veces por qué gimoteaba mientras la acicalaba el pelo, pero no me respondía. Y fue cuando me percaté de que sus ojos estaban clavados en mi sexo;
– ¿Tú… tú te llegaste? – me preguntó mientras se secaba las lágrimas.
– No, ¿quieres ayudarme? – le sonreí mientras mis manos tomaron de su rostro, lentamente bajé su cara hasta lo mío.
Sentir su boquita intentando acaparar el glande, las finas punzadas de su lengua y su mano subiendo y bajando por el largor de mi sexo fue una explosión de éxtasis… la nena chupaba como las diosas.
Con mis manos guié su rostro para que saboree mejor… tras esa felación caída del cielo, no tardé en depositar todo lo mío en su boca. Irónicamente Dulce salió del auto para escupir todo…
Tras vestirnos no tardamos en volver a su hogar. Sandra nos recibió alegre y sin levantar la más mínima sospecha. Aquella noche terminamos viendo la película, con mi novia durmiendo en mi hombro derecho y la nena en el otro. Qué lejos estaba Sandra de saber que la boca de su hermanita olía a mi semen y que su tierno sexo había quedado algo irritado “gracias” a mí.
Tras casi un mes de lo acontecido, sólo pude estar una vez más con la nena. Fue cuando Sandra comenzó una pasantía en un banco y yo fui a “visitar” a Dulce en su hogar. Comí sus carnosos labios vaginales y busqué su agujerito con mi lengua en su propia habitación, la niña se corrió en mi boca. Me encantó… ¿para qué mentir?
Unos días después Dulce tuvo que volver a la ciudad lindante para vivir con su padre nuevamente, pues ya había vuelto del exterior. Nunca más me topé con ella, a no ser alguna que otra fiesta familiar a las que me invitaban. Cuando el padre cumplió años, fuimos a su ciudad para visitarlo y allí la volví a ver; seguía igual de nena y prometí visitarla con su hermana el día de su cumpleaños diecinueve. Desde luego a ella le gustó la idea y quedó emocionada.
Pero aún hoy, cuando yo y Sandra nos ponemos a ver algún devedé romántico con la Julia Roberts como protagonista y teniendo algún beso, no puedo evitar recordarla. Pienso en ella y la breve pero caliente aventura que tuvimos, cercana al más estilo hollywodense. Y simplemente espero que ella también esté pensando en “su encantador cuñado”… ¿para qué mentir?
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Un comentario sobre “Relato erótico: Dulce cuñadita mía (POR VIERI32)”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *