HISTORIAS (2ª parte):
 

A veces parece mentira cómo los problemas se solucionan por si solos. Estaba preocupada por cómo justificar ante Mario mi ausencia la semana siguiente para el cumpleaños de Jesús (porque estaba segura de que esa noche volvería tarde a casa) cuando él, mientras desayunábamos el martes por la mañana, me anunció que le habían cambiado los destinos y que al final tendría que marcharse el sábado, teniendo que pegarse por lo menos una semana en ruta.

En ese preciso instante afloró mi lado más hipócrita, pues mientras me lamentaba en voz alta por tenerle otra vez lejos tanto tiempo, por dentro me sentía contenta y aliviada. Un problema menos.
Tras acabar de desayunar me vestí a toda prisa, pues Gloria debía estar a punto de llegar. Precisa como un reloj, en cuanto estuve lista pegaron al timbre, con lo que sólo tuve que detenerme un segundo para despedirme de Mario antes de reunirme con mi alumna.
Supongo que Mario estaba un poco extrañado porque me dedicara ahora a llevar a mi vecina al instituto, pero si era así no comentó nada.
Gloria me saludó con su sonrisilla maliciosa mientras trataba de echar un vistazo dentro de mi piso, intentando atisbar a Mario. Me daba igual.
Interiormente, esa mañana me sentía muy inquieta y nerviosa. Mientras me vestía, le había estado dando vueltas al coco para determinar la causa de mi nerviosismo, hasta que llegué a la simple conclusión de que todo se debía a que, el día anterior, no había recibido las atenciones de mi Amo.
Sentí incluso un ramalazo de celos al recordar que Jesús había pasado la noche con Kimiko, la dulce japonesa que había conocido por la tarde.
Y lo que era peor, como los martes no tenía clase con el grupo de Novoa, era muy probable que ese día también trascurriera sin que mi Amo viniera a ocuparse de mí. Menuda mierda.
Pero, como he dicho al principio, a veces los problemas se solucionan solos.
Gloria y yo llamamos al ascensor y entramos en cuanto las puertas se abrieron. Usé la llave para dirigirnos al sótano a por mi coche, pero, tras ponerse en marcha, el ascensor se detuvo en la planta sexta, pues algún vecino lo había llamado también.
Las puertas se abrieron y una sonrisa maquiavélica se dibujó en mi rostro cuando comprobé que el vecino que subía al ascensor era el quinceañero al que Jesús le regaló el espectáculo de mis tetas y mi coño unos días atrás.
Inmediatamente, mi cerebro recordó las instrucciones de mi Amo para cuando volviera a encontrarme con el chico. Sabía que no era preciso actuar en ese momento, pues Jesús me había ordenado hacerle un regalito cuando estuviésemos a solas y no era el caso, pero mi calenturienta mente imaginó que, si montaba un pequeño numerito, Gloria se lo contaría sin falta a Jesús durante sus clases, con lo que era posible que el Amo se animara a hacerme una visita.
–         ¡Hola, Héctor! – saludó Gloria a nuestro vecino, sin imaginarse los pensamientos que poblaban mi mente.
Héctor (que así se llamaba el chico, aunque yo lo ignoraba hasta hacía 5 segundos) se había quedado petrificado al verme, con un pie dentro del ascensor y el otro fuera.
Gloria, extrañada por su actitud, me miró tratando de averiguar qué pasaba, encontrándose con la sonrisa lobuna de mi rostro.
–         Vamos, Hector, pasa – dije suavemente mientras agarraba al chico de la pechera y le atraía lentamente al interior del ascensor – Que no tenemos todo el día.
Gloria me miraba con expresión divertida, mientras las piezas comenzaban a encajar en su cabeza. Imaginando por dónde iban los tiros, la chica no dijo nada y me dejó a mi aire.
–         Eres un poquito maleducado, Héctor – continué con el mismo tono suave – Ni siquiera nos has dado los buenos días.
–         Bu… buenos días – balbuceó el joven, reaccionando por fin.
–         Así me gusta, que seas amable – continué, mientras mi dedo jugueteaba en su camiseta – Porque, si eres amable, la gente tiende a comportarse de igual modo contigo…
El pobre chico no sabía qué decir, mientras Gloria nos observaba sonriente a ambos.
–         Por cierto, ¿te gustó el regalito del otro día? – pregunté.
Héctor asintió tan vigorosamente con la cabeza que me hizo reír.
–         ¿Y no te gustaría que te hiciera otro?
–         Cla… claro – respondió el chico con un brillo de ilusión en los ojos.
–         Pues sólo tienes que pedirlo con amabilidad – respondí.
–         ¿Có… cómo?
–         Que me lo pidas y a lo mejor te llevas una sorpresa…
Héctor me contempló en silencio un par de segundos, sopesando si lo que le había dicho era verdad. El chico, alucinado, no podía creerse lo que le estaba pasando y no atinaba a decir ni pío.
En ese instante, el ascensor llegó hasta el parking, adonde se había dirigido directamente, pues Héctor se había olvidado de pulsar el botón de la planta baja cuando se encontró con nosotras en el ascensor.
Las puertas empezaron a abrirse y yo, encogiéndome de hombros, tensé un poquito más la cuerda.
–         Bueno, pues si no quieres nada… – dije haciendo ademán de salir.
–         ¡No! – exclamó el chico reaccionando por fin.
–         ¿Qué pasa? ¿Quieres algo? – pregunté juguetona.
–         ¡SI!
–         ¿El qué, si puede saberse?
–         Tus tetas… – susurró en voz muy baja.
–         ¿Cómo? – dije haciéndome la sorda – No te entiendo…
–         ¡TUS TETAS! ¡ENSÉÑAMELAS, POR FAVOR! – aulló el muchacho, reuniendo por fin el valor suficiente.
–         ¿Y no prefieres tocarlas? – concluí yo.

Mientras decía esto último, así a Héctor de una de sus muñecas y arrastré su mano hasta mis senos. Inmediatamente, el chico se apoderó de mi teta izquierda y empezó a estrujarla por encima de la ropa.

 
 

Aunque yo no le había dicho nada, Héctor se apoderó de mi otra teta con su mano libre y enseguida me encontré con la cara del mocoso frotándose contra mis pechos mientras éstos eran pellizcados  y acariciados con fuerza y muy poca habilidad.

El chico, con el ardor de la juventud, me había empujado hacia atrás hasta que quedé atrapada entre él y la pared del ascensor. Un poco preocupada, pues sabía que me iba a costar librarme de aquel cachorro en celo, le hice un gesto a Gloria para que cerrara las puertas del ascensor, no fuera a ser que algún vecino viniera por el sótano.
Gloria, entendiéndome perfectamente, pulsó el botón y mantuvo el de detención apretado, para que nadie pudiera llamar el ascensor, mientras a duras penas aguantaba la risa por lo que estaba sucediendo.
Yo, como podía, defendía mis prietas carnes de las insidiosas manos del macaco, que había empezado a sobar ciertas partes para las que no tenía permiso.
–         Héctor, ya basta – siseé, tratando de librarme sin éxito de su acoso.
 Cuando me quise dar cuenta, noté cómo el chico apretaba su durísima entrepierna contra mi muslo, lo que me proporcionó una escapatoria.
Sabedora, a juzgar por la torpeza de sus caricias, que la experiencia del muchacho con mujeres debía de ser nula hasta la fecha, me aproveché de ello para incrementar su excitación, simplemente frotando enérgicamente mi muslo contra su erección.
Logré mi objetivo en menos de cinco segundos.
–         ¡AAAAAAHHHHH! – gimió el chaval mientras aflojaba su presa.
Aprovechando que las juveniles fuerzas estaban concentradas en un punto muy concreto de su anatomía, conseguí librarme por fin del lujurioso abrazo.
Héctor, supongo que un poco mareado, cayó sentado de culo en el suelo del ascensor, con una reveladora mancha extendiéndose por la entrepierna de sus pantalones, lo que mostraba muy a las claras lo que había sucedido en el interior de sus calzoncillos.
–         Héctor – le reconvine con tono severo – Que sepas que siendo tan violento no vas a conseguir nada de las mujeres.
Aunque interiormente pensaba que, a lo mejor no le iba tan mal, a tenor de mis más recientes experiencias.
–         Lo… lo siento – balbuceó él.
–         Por esta vez te perdono – dije deseando largarme de allí de una vez – Pero, si quieres que sigamos con estos jueguecitos tendrás que cumplir dos condiciones:
–         ¿Cuáles? – exclamó el chico, ilusionado por la perspectiva de que aquel no hubiera sido nuestro último encuentro.
–         La primera… no debes hablarle a nadie de esto, ¿está claro?
–         Clarísimo.
–         Y la segunda, es que debes obedecerme en todo lo que te diga. Yo no te he dado permiso para que me metieras mano, ni para frotarme la polla contra la pierna. Parecías un puto perro en celo – dije un tanto enfadada.
–         Lo siento – respondió él bajando la mirada, avergonzado.
Lo encontré monísimo.
–         Y ahora vete a tu casa y cámbiate de pantalones – le dije sonriendo.
Gloria y yo abandonamos el ascensor, conmigo componiendo mi ropa lo mejor posible mientras la joven se carcajeaba a mi costa durante todo el trayecto hasta el coche. No paró hasta varios minutos después, cuando, ya montadas en el auto, nos dirigíamos hacia el instituto.
–         ¿Y cómo se te ha ocurrido semejante cosa? – dijo limpiándose los llorosos ojos con un pañuelo.
–         ¿Tú qué crees? – repliqué un poco mosqueada – Órdenes de Jesús.
–         Comprendo.
Durante el resto del trayecto le conté nuestro encuentro con el vecino días atrás, cuando Jesús vino a mi piso.
–         A Jesús va a encantarle todo esto cuando se lo cuente – me dijo Gloria cuando acabé de narrarle la anécdota – Seguro que se ríe un montón.
Ahí estaba. Sonreí mentalmente al ver que Gloria iba a hacer precisamente lo que yo quería: contárselo a Jesús en clase. Aunque eso sí, yo esperaba que no se riera precisamente…
Cuando llegamos al insti (con la hora justa, pues el incidente con Héctor nos había retrasado) nos despedimos y nos dirigimos cada una a su clase. Al haber actualizado las actas el lunes por la mañana, ya podía dar las notas de los exámenes de recuperación, así que las clases matutinas las dediqué a repasar los ejercicios del examen y a dar las calificaciones.
Como sólo hubo unos pocos alumnos disconformes con su nota, no fue preciso organizar una hora de revisión de examen, sino que pudimos hacerlo directamente en horario lectivo: mejor para mí, menos horas extra.
La mañana fue agotadora, pero eso sí, pasó volando. Fue tan intensa, que apenas tuve tiempo de pensar en si mi plan para atraer a Jesús habría tenido éxito o no. Aunque, interiormente, mi cuerpo estaba en llamas.
Cuando sonó el timbre que marcaba el final de la jornada escolar mi corazón se puso a latir descontrolado. ¿Habría funcionado? ¿Lograrían las palabras de Gloria despertar el deseo en mi Amo? ¿Vendría a saciarlo con mi cuerpo?
Haciéndome la remolona, tardé una eternidad en recoger mis papeles, tratando de retrasar el momento de abandonar el centro, rezando para que mi Amo se dignara en venir a buscarme. La tentación de ir yo en su busca era irresistible y sólo me detenía el saber que a él no le gustaría que fuera a suplicarle que me follara: lo que le gustaba era disponer de mí cuando a ÉL le apetecía.
Y por fortuna le apeteció.
Noté su presencia antes incluso de verle. El corazón se me iba a salir por la boca. Temblorosa, alcé la mirada y tropecé con su sonrisa socarrona que me contemplaba desde la puerta del aula, ignorando por completo al resto de alumnos que pasaban a su lado para irse a sus casas.
Ruborizada, aparté la vista y seguí recogiendo los papeles, mientras interiormente daba gritos de júbilo al saber que pronto estaría llena con la polla de mi Amo. El coño me ardía intensamente y pude percibir cómo mis jugos hervían en su interior.
 

Con una fuerza de voluntad inmensa, conseguí mantener la mirada fija en el pupitre, intentando en vano que Jesús no percibiera lo intensamente que le deseaba.

Por fin, cuando los últimos alumnos abandonaban la clase, Jesús se puso en marcha y caminó hacia mí. Yo seguía con la vista clavada en el pupitre, pero pude sentir perfectamente sus firmes pasos acercándose, inconfundibles a pesar de que el instituto literalmente bullía de actividad.
–         Me han contado que hoy te has portado muy bien, putilla – me dijo estremeciendo hasta la última fibra de mi ser.
–         Gra… gracias Amo – balbuceé como si la quinceañera en celo fuese esta vez yo.
–         Y eso merece una recompensa…
¡Olé mi coño! ¡Lo había conseguido! ¡Menuda manipuladora estaba hecha!
El corazón me latía desaforado, expectante por ver lo que mi Amo iba a hacer conmigo.
–         Cierra la puerta – siseó.
Como una centella, corrí hacia la puerta del aula y la cerré de un portazo, importándome un comino si alguien se daba cuenta de que me había encerrado en el aula con un alumno.
Loca de deseo, me abalancé hacia Jesús y traté de besarle, pero él, con rudeza, me apartó de un empellón, provocando que mi espalda chocara con la pizarra.
Sin decir palabra, se acercó a mí y, de un tirón, me subió el jersey hasta el cuello dejando mis domingas al aire. Con fuerza y lujuria, hundió el rostro entre ellas y comenzó a amasarlas y estrujarlas en un remedo del comportamiento de Héctor en el ascensor, sólo que, sus caricias sí que me enardecían y excitaban.
Cuando quise darme cuenta, las copas de mi sujetador habían sido bajadas, con lo que mis senos desnudos eran chupados y manoseados a placer.
–         ¿Era así cómo te sobaba las tetas, puta? – siseaba Jesús – ¿Era así?
–         No, Amo… no hay comparación….
Loca de deseo, mis manos se hundieron en los cabellos de Jesús y se deslizaron entre su pelo, acariciándole y estrechándole contra mí para sentirle con mayor intensidad. Excitada a más no poder, deslicé una mano hacia abajo y agarré firmemente su durísima erección por encima del pantalón, sintiendo una inmensa felicidad al saber que aquello estaba así de duro por mí.
Con un gruñido, Jesús apretó su pelvis todavía más contra mí, permitiendo que mi inquieta mano abriera su cremallera y sacara al aire al espléndido prisionero. Sintiendo su intenso calor en mi palma, lo pajeé con fuerza, provocando que el amoratado glande surgiera orgulloso.
Pero ambos queríamos otra cosa, por lo que, cuando Jesús apartó mi mano de su polla, no me resistí.
Con cierta violencia, Jesús me subió la falda hasta la cintura, donde la dejó enrollada. Durante unos instantes, apretó su dureza contra mi entrepierna, provocando que mi vagina chorreara de deseo.
Sin perder tiempo en más preliminares y sin molestarse siquiera en bajarme las bragas, Jesús apartó el tanguita a un lado, lo suficiente para dejar expuesta mi empapada intimidad.
Con un gesto seco y hábil, Jesús me la clavó de un tirón llegándome hasta las entrañas. Obnubilada por el placer que me inundó, a duras penas acerté a morderme el puño apretado, en un intento de ahogar los gritos que pugnaban por escapar de mi garganta.
Agarrándome por los muslos, Jesús levantó mi cuerpo en vilo y comenzó a follarme contra la pizarra. Al no tener los pies apoyados contra el suelo, estos colgaban inertes a los lados de Jesús, agitándose violentamente al ritmo que marcaba su follada.
El éxtasis inundó mi cuerpo, obligándome a enterrar el rostro contra el cuello de mi Amo, para evitar que mis aullidos de placer atrajeran a toda la gente del colegio.
Convertido de nuevo en una máquina de percutir, Jesús siguió dándome pollazos en el coño, estrellándome una y otra vez contra la pizarra, amenazando con derribar toda la pared e invadir el aula vecina.
Jesús siguió martilleándome varios minutos, sin desfallecer ni flaquear a pesar de mantener mi cuerpo levantado a pulso. Yo lloraba de placer contra su cuello, feliz porque mi Amo estuviera allí conmigo. Feliz porque hiciera con mi cuerpo lo que le apetecía.
Cuando Jesús se corrió, estrujó mi cuerpo con tanta fuerza contra la pizarra que pensé que iba a aplastarme. Su semen inundó mi interior con fuerza, llenando mi vagina por completo, deslizándose por mi interior hasta mis entrañas.
Una vez satisfecho, Jesús dejó mis pies de nuevo en el suelo y se retiró de mi interior. Al hacerlo, un grueso pegote de semen brotó de mi coño y se estrelló en el suelo, entre mis pies.
–         Límpiamela – me ordenó.
Obediente, me arrodillé ante él y procedí a chupar su falo con deleite, eliminando todo rastro de semen y de mis propios flujos. Cuando estuvo satisfecho, el mismo Jesús apartó su verga de mis hambrientos labios y se la guardó en el pantalón, aunque yo con gusto hubiera seguido chupando para devolverle su vigor y obtener así una nueva racioncita de nabo.
–         Deberías ir a lavarte – me dijo con voz suave – Te has puesto perdida de tiza.
Al mirar la pizarra, comprendí a qué se refería. Como el encerado estaba lleno de tiza por estar todavía escrita la resolución de los problemas del examen de recuperación, me había manchado la espalda (es lo que tiene que te follen contra una pizarra) y como mi jersey era oscuro, la verdad es que cantaba un montón.
–         Iré al servicio – dije poniéndome las bragas bien y desenrollándome la falda.
–         Yo me marcho ya – dijo Jesús.
–         ¿Te vas? ¿Quieres que te lleve a algún sitio? – le dije casi suplicándole.
–          No, no te preocupes – dijo él para mi desilusión – Tengo cosas que hacer.
Jesús debió leer la pena en mi rostro, pues añadió:
–         Te has portado muy bien, perrita. Estoy muy satisfecho contigo.
Feliz y sonriente, salí del aula tras mi Amo y nos separamos, dirigiendo mis pasos al aseo más próximo.
Mientras me adecentaba, pude percibir que el nerviosismo matutino había desaparecido por completo, pero aquello, lejos de tranquilizarme, se convirtió en una nueva fuente de inquietud, pues si bastaba un solo día sin la polla de Jesús para ponerme en ese estado, Dios sabía lo que sería capaz de hacer cuando pasaran varios días si estar sin él.
Y es que no podía hacerme ilusiones al respecto. Jesús tenía nada menos que siete coños a su entera disposición y por mucho que quisiera, lo normal era que pasaran varios días entre cada visita del Amo.
En ese momento, Jesús pasaba mucho tiempo conmigo pues yo era la nueva del grupo, pero, en cuanto pasara la novedad…
Con tan inquietantes pensamientos en mente terminé de asearme y de arreglar mi jersey. Por desgracia, no había podido eliminar todos los restos de tiza, pero poco más podía hacer sin una lavadora.
Resignada, salí del baño y fui a tropezarme casi de bruces con quien menos me esperaba: Mario.
–         ¿Qué haces aquí? – exclamé asustada.
–         He venido a recogerte – respondió él dándome un casto besito – ¿Acaso no puede un hombre venir a recoger a su novia al trabajo?
Una vez repuesta de la sorpresa (y comprendiendo que él no me había visto con Jesús) fui capaz de esbozar una genuina sonrisa y le devolví el beso con bastante entusiasmo. La verdad era que, ya que no iba a poder estar con el Amo, la compañía de Mario podía distraerme y hacerme pensar en otra cosa.
Cogidos del brazo, salimos del centro y subimos a mi coche, pues Mario había venido en taxi. Me explicó que me había localizado gracias a que había tropezado con Jesús y su novia Gloria (pude notar cómo se le iluminaba la cara al hablar de la chica al muy cabroncete) y que le habían dicho que me había despistado en clase y había apoyado la espalda en la pizarra, con lo que probablemente podría encontrarme en los servicios.
–         Si me llego a dar un poco más de prisa, te hubiera pillado en el baño y te habrías enterado – me dijo Mario juguetón, besándome en la mejilla mientras conducía.
–         Si te llegas a dar un poco más de prisa, me hubieras pillado en el aula y te habrías enterado tú – pensé sonriéndole.
Fuimos a comer a un restaurante cercano que a ambos nos gustaba bastante. Charlamos y charlamos durante horas, y la verdad es que, aunque lo pasé muy bien con él, me sentí un poco triste, pues pude constatar que ya no sentía por él lo mismo que antes. Qué se le iba a hacer.
Pasamos la tarde juntos, como una parejita de enamorados, paseando por el parque y haciendo planes. Me sentí una completa hipócrita, pues sabía que, si Jesús me lo pedía, abandonaría a aquel hombre encantador sin dudarlo un segundo, por muchos planes de futuro que hiciéramos juntos.
–         Me ha encantado que vengas a recogerme al trabajo – dije dándole un tierno besito.
–         Me alegro. Creo que te lo debía, pues esta mañana pusiste muy mala cara cuando te dije que me marcho el sábado.
Si tú supieras….
……………………………………………………..
El miércoles, las clases transcurrieron muy aburridas. Como el martes no había tenido clase con el grupo de Novoa, me tocó ese día dar las notas y corregir el examen en su clase, por lo que la mañana también fue agotadora.
Ese miércoles, Jesús tenía otros planes que no me incluían, por lo que no me hizo el menor caso. Sin embargo, tras acabar las clases, Gloria, que también se había quedado compuesta y sin novio, me pidió que la alargara a su casa, a lo que accedí con gusto.
Una vez en el coche, mientras nos dirigíamos a nuestro bloque, Gloria me dio nuevas instrucciones de parte el Amo.
–         Edurne – me dijo atrayendo mi atención por el tono serio que empleó – Mañana, a las seis de la tarde, debes recoger a Jesús en su casa.
Mi cuerpo se puso automáticamente en tensión.
–         De acuerdo – asentí deseando que ya fuera jueves.
–         Tengo que felicitarte – dijo la chica.
–         ¿Por qué? – respondí extrañada.
–         Mañana vas a ser marcada como miembro del grupo del Amo.
–         ¡Oh! – exclamé con el corazón a punto de salírseme por la boca.
–         Y eso quiere decir que conocerás a Yoshi…
–         Madre…
Un par de horas después, tras haber almorzado en casa con Mario, le daba vueltas sin parar a la cabeza en la soledad de mi despacho.
Por fin había llegado el día. Por fin sería un miembro de pleno derecho del harén de Jesús. Por fin podría demostrar que… era suya.
Sin embargo, lo poco que había oído del hermano de Kimiko me inquietaba. Estaba segura de Jesús no se lo pensaría ni un segundo en obligarme a hacer cualquier cosa con el tal Yoshi, en especial si eran tan buenos amigos como parecía.
Y si una guarra como Gloria no había sido capaz de manejar el instrumento de Yoshi… ¿qué podría hacer yo?
Aunque, en el fondo, sentía una inmensa curiosidad por averiguar qué era lo que el tatuador japonés escondía entre las piernas. Y yo decía que la guarra era Gloria…
Entonces se me ocurrió una idea.
Acelerada, rebusqué entre mis cosas la tarjeta que Kimiko me había dado días atrás. La encontré en mi maletín, revuelta con otros papeles.
Un poco nerviosa, aunque no había motivo para ello, llamé a la linda japonesita, que se mostró educadamente encantada de quedar conmigo esa misma tarde para tomar un café.
La conversación con Kimiko me recordó que aún no había contribuido al regalo del Amo, por lo que, tras colgarle el teléfono, encendí el ordenador e hice la transferencia de 2000€ al número de cuenta que me habían dado. Poco me habían durado los 1000€ que saqué de la sesión con el director.

No me importaba.

Tras arreglarme un poco, me despedí de Mario, que estaba medio adormilado en el sofá y salí de casa, cogiendo el coche para ir al restaurante de Kimiko.

No tuve ni que aparcar, pues ella me había dicho de ir a una cafetería que conocía, así que sólo paré el coche unos segundos junto a la acera e hice sonar el claxon.
La esclava número 5, vestida con camisa y falda larga, me saludó sonriente desde la puerta de su restaurante y se reunió conmigo en el interior de mi coche.
Siguiendo sus instrucciones, conduje unos cinco minutos por las calles de la ciudad, y, en cuanto ella me lo dijo, busqué aparcamiento (nueva contribución a la asociación de parquímetros anónimos… bueno, no tan anónimos, que estos cabrones están bien identificados).
En el coche sólo habíamos charlado de trivialidades, pero, una vez sentadas en un reservado de la elegante cafetería, con sendas tazas de humeante café delante, no tardamos mucho en meternos en materia.
–         ¿Y bien? – me dijo la chica mirándome por encima de su taza – ¿Qué es lo que quieres preguntarme?
–         ¡Vaya! – exclamé un poco sorprendida – Eres muy directa.
–         Influencia del tiempo que llevo conviviendo con españoles – respondió ella sonriendo.
Dudé unos segundos antes de continuar.
–         Primero de todo – dije – Quería disculparme por lo del otro día.
–         ¿Por qué? ¿Por la charlita con Gloria-san?
–         Sí. Estuvo muy grosera. Me sentí muy incómoda con aquello.
–         Pero no fue culpa tuya. No tienes por qué pedir disculpas.
–         Lo sé, pero aún así… quiero hacerlo.
Kimiko se quedó callada unos instantes, mirándome fijamente, como decidiendo la opinión que iba a formarse sobre mí.
–         De acuerdo – dijo – Acepto tus disculpas, aunque insisto en que no son necesarias.
–         Bueno, pero así me siento mejor.
–         Está bien entonces – concluyó ella sonriéndome.
Amabas aprovechamos el momentáneo silencio para dar un sorbo al delicioso café.
–         Y, si no es muy indiscreto preguntar – dije – ¿Por qué os lleváis tan mal las dos?
–         ¿Gloria-san no te dijo nada? – repuso ella extrañada.
–         Bueno… me contó algo relacionado con tu hermano… – contesté evasiva.
Kimiko, un poco cohibida, tardó unos segundos en responder.
–         ¿Qué te dijo?
–         Que te aprovechaste de tener más rango que ella y le ordenaste acostarse con tu hermano.
Como ella no decía nada, continué yo.
–         Y… por lo visto, tu hermano tiene un gran… – dije titubeante – Bueno ya sabes…
Kimiko asintió en silencio.
–         Y que, al obligarla a hacerlo con él, se había hecho daño y lo había pasado muy mal.
Nuevo silencio.
–         ¿Y bien? – dije sin poder esperar más – ¿Es verdad?
La japonesa volvió a sorber lentamente su café antes de continuar.
–         Es verdad – asintió.
–         ¡Vaya! – dije si saber muy bien cómo tomármelo.
–         Lo único erróneo fue que, cuando pasó, el Amo no había instaurado aún los rangos. Fue a raíz de aquello que se le ocurrió asignarnos un número, para evitar nuevos problemas entre nosotras.
–         Comprendo.
Kimiko me contempló en silencio unos segundos.
–         ¿Te gustaría conocer mi historia? – me dijo.
–         Claro. Y si quieres, yo puedo contarte la mía.
–         ¡Oh! Eso no es necesario – dijo ella.
–         Ya te la han contado, ¿no? – dije sonriendo.
–         Por supuesto. En este grupo la información es importante. Es necesario calibrar a las demás mujeres, para conocerlas y saber si una va a poder congeniar o no con las otras.
–         ¿Y qué opinas de mí? – pregunté – ¿Crees que podremos ser amigas?
–         Si te juzgara tan sólo por lo que he escuchado de ti… sería complicado. Eres demasiado… valiente.
–         ¿Valiente? – exclamé extrañada – ¿Yo?
–         Quiero decir que eres muy… cómo decís en España… – dijo Kimiko buscando la expresión deseada – Echada para delante. Has cumplido con todo lo que te ha pedido el Amo sin dudar ni una vez. Las demás, sobre todo al principio, nos hemos negado a hacer ciertas cosas. Pero tú…
–         Vamos, que en definitiva pensáis que soy una guarra – dije un tanto picada.
–         ¡Oh, no! – exclamó ella poniéndose muy colorada – ¡Cómo vamos a pensar eso de ti! Olvidas que todas estamos en el mismo barco. ¡Todas hemos hecho cosas semejantes! Sólo que a algunas… les ha costado un poco más.
–         Comprendo – asentí, aunque seguía un poco molesta.
–         Sin embargo – continuó ella – Por lo poco que te conozco y lo que hemos hablado la una con la otra… creo que podemos ser muy buenas amigas.
–         Vaya – sonreí – Te lo agradezco.
–         Y quiero que sepas que en nuestra relación no influirá para nada el que tú sí te lleves bien con Gloria-san. Nuestros problemas son cosa nuestra.
–         Ah, vale. Me alegro, porque he de reconocer que, quitando el rato que pasamos contigo, me he sentido bastante cómoda en compañía de Gloria.
–         Sí, es que cuando quiere puede ser encantadora.
Nos quedamos calladas de nuevo un segundo, decidiendo si aquella incipiente amistad iba a ir a más o no.
–         ¿Y bien? – dije por fin – ¿Me cuentas tu historia?
–         Encantada. Pero no es un relato para contar bebiendo café. Necesito algo más fuerte.
Con discreción, Kimiko atrajo la atención del camarero y le pidió un whisky con hielo. Yo, no tan lanzada en cuestiones espirituosas, pedí un cocktail de los que venían en la carta.
LA HISTORIA DE KIMIKO:
–         Todo empezó cuando yo tenía quince años y era una simple alumna de instituto en Osaka. Vivíamos los dos con nuestros padres, que regentaban un restaurante tradicional, donde aprendimos el oficio.
–         ¡Si eras sólo una niña! – exclamé.
–         Tranquila, te cuento mi historia desde el principio. Quiero que me conozcas un poco mejor.
–         Ah, perdona.
–         Pues bien, en esos tiempos yo estaba enamorada de Makoto, el mejor amigo de Yoshi-chan.
–         Tu hermano.
–         Exacto. Aunque me daba muchísima vergüenza, mi hermano, sabedor de lo que sentía por Makoto, nos organizó una cita a los dos.
–         Mira qué bien – asentí.
–         No he pasado más vergüenza en mi vida, te lo juro, y es que, en esos tiempos, apenas había tenido contacto con chicos, pues mi colegio era femenino y sólo había hablado con Makoto unas cuantas veces en mi casa.
–         Y claro, con semejante preciosidad queriendo salir con él, el tal Makoto estaría más feliz que una perdiz – dije sin pensar.
–         ¡Oh, no! Yo también fui su primera cita, así que él estaba tan nervioso como yo.
–         Ah, vale.
–         Bien, la relación fructificó y pronto nos hicimos novios. Tras un par de meses saliendo, perdimos la virginidad juntos y fuimos pareja estable.
–         ¿Y a tu hermano le parecía bien?
–         Estaba contentísimo. Yoshi siempre ha cuidado de mí y sólo quería (y quiere) que yo sea feliz.
–         Me alegro – dije sin mucho sentido, un poco achispada por el cocktail.
–         Pero, poco a poco, Makoto fue descubriendo una hasta entonces desconocida afición por… el bondage.
–         Entonces fue él y no Jesús quien te introdujo en ese tipo de prácticas.
–         Exacto. Comenzó poco a poco… Vendándome los ojos mientras hacíamos el amor… atándome a la cabecera de la cama….
–         Bueno, ese tipo de cosas también las he hecho yo con algún chico – dije tratando de empatizar con ella.
–         Sí, bueno – siguió ella ruborizada – Pero la cosa fue poco a poco pasando a mayores… Makoto empezó a alquilar vídeos y revistas sobre el tema, e insistía en que probáramos aquellas cosas que le atraían.
–         ¿Y tú no decías nada?
–         ¿Yo?… – dijo ella haciendo una pausa dramática – Cuando me quise dar cuenta disfrutaba con aquello tanto o más que él.
–         ¡Oh!
–         En aquel entonces, no lo hubiera admitido ni en el potro de tortura, pero empecé a desear cada vez con más ganas los encuentros con Makoto. Me excitaba pensando en qué sería lo que me haría a continuación.
–         Comprendo – dije bebiendo de mi copa.

–         Me hacía ir al instituto sin ropa interior, o con un consolador metido en… ya

 

sabes. Aprendió a realizar todo tipo de nudos (en estas prácticas hay infinidad de ellos) y nuestras sesiones de sexo se convirtieron en algo cada vez más degradante… y cada vez más placentero.

–         Madre mía – asentí apurando mi copa.
Kimiko hizo un gesto al camarero y pidió otra ronda.
–         Pero entonces, todo mi  mundo se vino abajo.
–         ¿Por? – indagué atrapada por el relato.
–         Yoshi y Makoto, que ya habían dejado el instituto, empezaron a frecuentar compañías… peligrosas.
–         ¡No fastidies!
–         ¿Has oído hablar de la yakuza?
–         Claro.
–         Pues los muy idiotas empezaron a hacer recados para una banda de poca monta en Osaka. Pensaron que podrían convertirse en gangsters o yo qué sé.
–         Madre mía.
–         Pero, como la banda con la que se juntaban era de poca importancia… Ya sabes. El pez grande se come al pequeño.
–         ¿Tuvieron problemas con otra banda?
–         Exacto – corroboró ella, deteniendo su relato un instante para que nos sirvieran las copas.
Tras dar las gracias al camarero, Kimiko siguió con su historia.
–         Makoto apareció muerto en un descampado. Yoshi estaba desesperado. Pensaba que también iban a ir a por él, así que se mantenía oculto en casa.
–         ¿Y tú?
–         ¿Yo? Imagínate. Estaba destrozada. Había perdido al hombre que amaba. Lloré tanto que no sé ni cuantos días estuve encerrada en mi cuarto. Me quería morir.
–         Por Dios – asentí comprendiendo por qué Kimiko había dicho que su historia precisaba de alcohol para ser contada.
–         Si salí adelante fue gracias a Yoshi, que estuvo a mi lado. Se sentía responsable por la muerte de Makoto, pues había sido él el primero en juntarse con los yakuza.
–         Comprendo.
–         Pero yo no podía permitir que a él le pasara nada. Había perdido a mi novio. Perder también a mi hermano hubiera sido el final.
–         No digas eso.
–         Es la verdad. Por fortuna, mis padres nos apoyaron mucho. Aunque no aprobaban las actividades de Yoshi, vieron la oportunidad de alejarle de ese mundillo, así que nos enviaron a ambos a Kobe, a casa de unos familiares.
–         ¿A los dos?
–         Sí. Yo no quería separarme de Yoshi y, sin Makoto, era mejor no permanecer en Osaka, pues todo me recordaba a él.
–         Claro, es verdad – asentí.
–         En Kobe nos fue muy bien durante varios años. Yoshi entró como ayudante en el taller de mi tío, que era dibujante. Pero pronto se instaló por su cuenta, montando un taller de tatuaje.
Un escalofrío recorrió mi espalda al acordarme de la cita del día siguiente.
–         Yo, por mi parte, acabé el instituto y entré en la facultad de empresariales, donde me gradué. En ese periodo, una vez superado lo de Makoto, tuve varios novios, pero ninguno me hizo sentir lo que él.
–         ¿No les gustaba el bondage?
–         Probé con todos ellos, pero era yo la que les iniciaba en esas cosas y no todos respondían bien. Ninguno logró hacerme sentir ni la décima parte que Makoto.
–         Tal y como dices “todos” da la sensación de que fueron unos cuantos.
–         Y es verdad. Durante la carrera debí de salir con 20 0 30 tíos. Con todos probé a que me ataran y todos fueron una decepción.
–         ¿30? – exclamé incrédula.
–         Imagínate la fama que me gané. ¿Cómo has dicho antes? ¡Ah, sí, fama de guarra! – dijo ella riendo un poco, creo que por influencia del alcohol.
–         No te ofendas – dije riendo – Pero la fama no era del todo inmerecida.
–         ¡Sí que es verdad! – rió ella alzando su copa – ¡Campai!
Yo respondí alzando la mía.
–         Pero entonces todo volvió a complicarse. Un día entró en el taller de mi hermano un viejo conocido suyo de Osaka. Un yakuza de la banda que había asesinado a Makoto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Yoshi no estaba seguro de si el tipo había venido en su busca o no, pues solamente le había estado preguntando sobre los tatuajes y eso, pero preferimos no correr riesgos.
–         Lógico.
–         Yo tenía muchas ganas de viajar y como teníamos familia en España, nos decidimos a emigrar para montar un negocio. Y juntando nuestros ahorros con el dinero de mis primos de aquí, abrimos el restaurante. Y nos va muy bien.
–         Ya lo creo. Servís el mejor sushi que he probado nunca. Y la fama del local…
–         Gracias, me halaga que te gustara nuestra comida.
–         No es un halago. Es la verdad.
Kimiko me sonrió.
–         Bien, Al poco tiempo, Yoshi abrió su propio negocio, y se labró una buena reputación como tatuador.
–         Y haciendo piercings….
–         Correcto. Yo, por mi parte, tuve algunas relaciones con españoles, pero me pasó lo mismo que con los japoneses… tus compatriotas pueden ser amantes muy ardientes, pero no era eso lo que yo necesitaba.
–         Entiendo.
–         Así que me sentía infeliz y frustrada. Y aunque nunca le dije nada a Yoshi…. Él lo sabía.
La japonesa dio un trago largo a su bebida, como armándose de valor para lo que me iba a contar.
–         Te suplico que no me juzgues con demasiada dureza por lo que te voy a contar.
–         Tranquila. De todas formas, ya sabes las cosas que he hecho yo, así que ¿cómo iba a juzgarte por nada?
–         Te lo agradezco.
Nuevo trago al whisky.
–         Un día al regresar a casa, Yoshi me estaba esperando en mi cuarto.
Me puse tensa. Intuía lo que podía venir a continuación.
–         Yo entré al dormitorio, sin esperar que él estuviera allí dentro.
–         No me jodas – pensé para mí.
–         Cuando entré, se abalanzó sobre mí y, de un empujón me derribó sobre la cama.
Yo la escuchaba con los ojos como platos.
–         Cuando me di cuenta de que era Yoshi, pensé que se trataba de una broma, así que le di un coscorrón… pero él no bromeaba.
  • Onee-chan – me dijo – Sé que desde la muerte de Makoto te has sentido desgraciada. Como aquello pasó por culpa mía, haré lo que sea necesario para que seas feliz.
–         Cuando me quise dar cuenta, Yoshi-chan había sacado una cuerda y se acercaba a mí.
–         Madre mía.
–         Haciéndome volver de espaldas, me ató con la cuerda por encima de la ropa, usando una técnica sencilla, pero que yo no sabía que él conociera. Cuando acabó, me dejó allí atada sobre el colchón.
–         ¿Y tú que hiciste?
–         Una vez repuesta de la sorpresa y tras forcejear un buen rato, me di cuenta de que me sentía excitada, así que me relajé y me estuve quieta, esperando a que Yoshi volviera para soltarme.
–         ¿Te gustó?
–         Un poco sí – admitió ella – Cuando por fin volvió, me confesó que Makoto le había contado el tipo de relaciones que manteníamos y que sabía que, si había salido con tantos hombres, era para intentar encontrar a alguien que pudiera darme lo mismo que su amigo.
–         ¿Y tú que dijiste?
–         Nada. Seguía atada y sin acabar de creerme lo que pasaba.
–         Lógico.
–         Se ofreció a atarme siempre que lo necesitara, pero que, obviamente, no podíamos tener sexo, pues éramos hermanos.
–         Menos mal, qué considerado – pensé irónicamente.
–         Yo le dije que estaba loco y que me soltara de una vez, cosa que él hizo.
–         ¿Y qué pasó?
–         Durante días, no era capaz ni de mirarle a la cara. Pero, poco a poco…
–         Aceptaste que querías que se repitiera.
–         Exacto – asintió la bella japonesa – Me resistí cuanto pude, pero no tenía más remedio que admitir que aquella torpe sesión con Yoshi me había dado más placer que todo el sexo que había mantenido en los últimos años.
–         Y aceptaste lo que te proponía.
–         No sólo acepté. Lo busqué.
–         ¿A qué te refieres?
–         Hice lo mismo que él me había hecho. Le esperé en su dormitorio, pero esta vez…
–         ¿El qué?
–         Iba desnuda, con una sencilla bata sobre mi piel.
–         ¿Y decías que yo era la echada para delante? – exclamé.
–         Yoshi ni siquiera se sorprendió cuando me encontró en su cuarto. Ni tampoco de que estuviera desnuda, pues sabía que, como más se disfruta, es sintiendo las ligaduras sobre la piel.
–         Vaya, vaya – dije mirando sonriente a la chica.
–         Sin decir palabra, me ató con otro tipo de nudos sacados de un libro y me dejó allí, encima de su cama.

–         ¿Y disfrutaste?

–         Como hacía mucho tiempo. Cuando Yoshi volvió a soltarme mis jugos habían empapado sus sábanas. Pero él no dijo nada y simplemente me desató.

–         Sigue, sigue – la apremié.
–         Durante un tiempo seguimos así, pero, poco a poco, nuestra relación fue haciéndose más… íntima.
–         Es normal.
–         Empecé a percibir que Yoshi se excitaba cada vez más mientras me ataba, cosa bastante fácil de percibir, debido al enorme bulto que se formaba en su pantalón.
Bulto que yo iba a conocer el día siguiente, sin duda.
–         Y claro, cada vez más presa de la lujuria, empecé a desear ver el secreto que ocultaba la bragueta de onii-chan.
–         ¿Y lo descubriste?
–         No me hizo falta insistir mucho. Una tarde, una vez estuve atada sobre su cama, le pedí que se masturbara delante de mí.
–         ¡Joder!
–         No se lo pensó ni un segundo. Acercó una silla al colchón donde yo reposaba y sacó el miembro más formidable que había visto en mi vida. Y había visto unos cuantos…
–         ¿Có… cómo es de grande? – balbuceé.
–         Más de30 centímetros.
–         ¡Jesús, María y José! – exclamé.
–         Yoshi-chan se masturbó delante de mí hasta que alcanzó un formidable orgasmo. Yo por mi parte, también me corrí, tanto por sentir el tacto de la cuerda sobre mi piel como por el espectáculo que me ofrecía mi hermano.
Kimiko volvió a darse un lingotazo, animándose a seguir.
–         Seguimos así un tiempo más. Llegué incluso a masturbarle yo misma en un par de ocasiones y él también me lo hizo a mí mientras estaba atada. Nuestra relación era cada vez más perversa.
–         Me tienes sin palabras.
–         Pero entonces, por fortuna, apareció Jesús-sama.
–         ¿Y cómo fue?
–         Había coincidido con Yoshi unas cuantas veces en bares de por ahí. Ambos eran bastante populares entra las chicas, uno por ser guapo y el otro… ya sabes.
No me extrañaba nada que el tal Yoshi ligara todo lo que quisiera una vez el rumor del tamaño de su atributo hubiera empezado a circular. Seguro que tenía a decenas de chicas deseosas de verificar si las informaciones eran ciertas o no.
–         Pues eso. Se hicieron amigos. Creo que incluso tuvieron un par de fiestecitas juntos y el Amo le habló a mi hermano de las tres chicas que ya tenía a su disposición.
–         Esther, Gloria y Rocío – asentí.
–         Precisamente. Entonces Yoshi, que se sentía muy culpable por la relación que mantenía conmigo, pues sabía cómo iba a acabar, pensó que quizás Jesús sería capaz de darme lo que yo necesitaba, así que le habló de mí.
–         ¿Le ofreció a Jesús a su propia hermana?
–         Onii-chan sabía que Jesús-san iba a tratarme bien. Además, ¿no era mejor que aquellas cosas las hiciera con otro chico? Porque, si seguíamos por el camino que íbamos, terminaríamos acostándonos con total seguridad.
–         Bueno, eso tiene lógica – concedí – Un poco retorcida, pero lógica al fin y al cabo.
–         Jesús se mostró interesadísimo en los temas del bondage. Por lo visto, aunque había atado algunas veces a sus chicas, no había practicado en serio el tema, así que la posibilidad de iniciarse le atrajo mucho.
–         No me extraña – dije irónica.
–         Yoshi le dio todos sus libros, revistas y algunas explicaciones; por lo visto, el Amo puso mucho interés en aprender. Finalmente, Yoshi se armó de valor y me habló de Jesús.
–         ¿Y cómo te lo tomaste?
–         Me enojé muchísimo. Le grité que estaba loco, que cómo se le ocurría contarle mi secreto a un desconocido. Que cómo era capaz de entregar a su hermana a un tipo que podía ser un psicópata o algo peor.
–         ¿Y cómo te convenció?
–         Se puso muy serio y me dijo que me quería muchísimo y que si seguíamos en el plan que estábamos acabaríamos por acostarnos y eso era algo que él quería evitar. No supe qué contestarle, pues sabía que tenía razón.
–         Entiendo – asentí.
–         Aún pasaron varios días hasta que di mi brazo a torcer. Supongo que en mi decisión influyó que desde la discusión, Yoshi me había estado evitando y no habíamos tenido ninguna de nuestras “sesiones”, con lo que mi cuerpo empezaba a pedirme un poco de marcha.
–         ¿Y aceptaste?
–         Primero tuve una larga charla con mi hermano. Me aseguró que Jesús-sama era un buen chico, que le conocía desde hacía tiempo y que intuía que él sí sería capaz de darme lo que necesitaba.
–         Vaya si era verdad – afirmé.
–         Y tanto. Además, me dijo que si me iba a quedar más tranquila, él estaría cerca cuando me reuniera con Jesús-sama y si en algún momento yo quería dejarlo, no tenía más que llamarle.
–         Y fijasteis una cita para hacértelo con Jesús.
–         Yoshi se ofreció a presentármelo primero, tomando un café o algo así – dijo Kimiko alzando su copa – Pero yo no quería conocerle. Internamente había decidido aceptar, pero no quería conocer al chico ni entablar ningún tipo de relación con él. Para mí se trataría simplemente de atender una necesidad de mi cuerpo. Quería que fuera sólo sexo y nada más.
–         Menuda pifia, ¿no? – dije sonriente.
–         Digo. Acabamos concertando una cita con Jesús-sama para la tarde siguiente, en casa de mi hermano. Yo estaba nerviosísima y… cómo se dice…
–         Acojonada – concluí yo.
–         ¡Eso! Tenía mucho miedo por lo que iba a pasar pero, cuando llegué a casa de Yoshi y me presentó a Jesús-sama… me quedé alucinada.
–         ¿Por qué?
–         ¿Tú qué crees? Me había armado de valor para tener una sesión bondage con un desconocido y cuando le conocía ¡resultó ser un crío!
–         ¡Ah, claro! – asentí.
–         Entonces el Amo tenía 17 recién cumplidos y, aunque parecía mayor de lo que era en realidad, no me esperaba para nada a alguien tan joven.
–         O sea, que hace un año que estás con Jesús.
–         Falta poco, sí – asintió ella.
–         ¿Y qué pasó?
–         No sé muy bien por qué, pero, al verle, sentí algo que me hizo estremecer. No sé cómo definirlo, magnetismo, sensualidad, fuego en la mirada…. no sé, pero decidí no protestar y ver qué pasaba.
–         Te entiendo – asentí, sabiendo exactamente a qué se refería.
–         Y cuando habló… su voz, su tono firme y seguro… me hicieron estremecer. Y ya no tuve dudas.
  • Encantado de conocerte Kimiko – me dijo estrechando mi mano – Tu hermano me había dicho que eras muy hermosa. Pero sus palabras no hacen en absoluto justicia a tu belleza.
  • Gracias – contesté enrojeciendo como una colegiala.

–         Seguimos charlando un rato, avergonzada y profundamente halagada por los continuos piropos que Jesús-sama me dirigía. Mi hermano apenas participó en la conversación, supongo que percibiendo que la cosa iba por buen camino y no deseando inmiscuirse. Cuando me quise dar cuenta, Yoshi se fue al cuarto de al lado, dejándonos solos, aunque sin marcharse del piso, cumpliendo su promesa de no dejarme indefensa.

–         Y a esas alturas estarías deseando pasar al dormitorio.
–         He de reconocer que sí. Me alegraba de haber aceptado la idea de Yoshi, pues intuía que detrás de aquel jovencito había mucho más de lo que parecía. Y, con suerte, quizás pudiera encontrar lo que estaba buscando.
–         Y así fue – dije echando un trago de mi cocktail.
–         En efecto. Al rato, pasamos al dormitorio y una vez dentro… todo cambió.
–         ¿Cómo?
–         Hasta ese instante, mi idea había sido que aquello fuera parecido a una transacción comercial. Yo necesitaba algo y aquel chico podía dármelo. A cambio yo le daría experiencia y conocimiento en esos temas. Limpio y fácil. Pero en cuanto se cerró la puerta del dormitorio…
–         Cuenta, cuenta – dije acercando mi silla a la de Kimiko.
–         Jesús-sama se hizo cargo de la situación. En un instante, dejó de ser el chico amable y educado que alababa mi belleza y se convirtió… en el Amo.
Entendía perfectamente a qué se refería la japonesa con esas palabras. Yo había experimentado lo mismo.
  • Quiero que entiendas cómo es la situación – me dijo con tono severo – Una vez estás conmigo exijo que obedezcas en todo lo que te digaEstoy aquí para aprender todo lo que pueda de una materia sexual que no conozco y que me interesa y pienso que eres la adecuada para enseñarme, por lo que toleraré que me corrijas en aquello que haga mal. Pero, aparte de eso, espero que hagas todo lo que yo te mande… y que lo hagas de manera satisfactoria.
  • Pe… pero – balbuceé atónita.
  • No te he dado permiso para hablar – sentenció haciéndome callar de golpe – Ahora mismo eres mi sumisa y has de hacer lo que te diga. Si no te parece bien, dímelo ahora y me marcho.
–         Estuve a punto de mandarle al cuerno en ese momento. Por fortuna no lo hice – dijo Kimiko.
  • Bien – dijo él tras esperar mi respuesta unos segundos – De todas formas, no pienses que estás aquí atrapada sin escapatoria, puedes largarte cuando quieras. A mí me excita dominar a una mujer, pero eso no quiere decir que vaya a maltratarla. Si en algún momento quieres que paremos, sólo tendrás que decir la palabra clave, por ejemplo “miércoles” y lo dejamos y punto.
–         ¿Palabra clave? – pregunté a Kimiko interrumpiéndola.
–         Sí – dijo ella – Es algo común en las prácticas BDSM. Verás, hay ocasiones en las que los practicantes de este tipo de actividades se “sumergen” mucho en sus papeles de dominante o dominado. Es muy posible que la “víctima” grite o suplique al otro que se detenga, pero eso puede ser debido simplemente a que está interpretando su papel, para que el otro se excite.
–         ¡Ah, claro! – asentí – Por eso se pone una palabra clave que esté totalmente fuera de contexto, para que se sepa cuando quiere acabar de verdad con lo que se esté haciendo.
–         Lo has pillado – dijo la japonesa – Como me pareció bien y un poco más tranquila por ello, acepté las condiciones que Jesús-sama me imponía.
  • Bien, entonces desnúdate. Quiero ver tu cuerpo – me ordenó en tono perentorio – ¡Ah! y durante esta sesión quiero que me llames sensei, significa maestro ¿verdad?
  • Sí, así es… sensei – asentí mientras empezaba desvestirme.
  • Buena chica – dijo él esbozando una sonrisa lobuna.
–         Mientras me desnudaba, muerta de vergüenza, miles de pensamientos cruzaban por mi mente como un torbellino. ¿En qué me había metido? ¿Quién era aquel chico? Y sobre todo, ¿por qué me excitaba tanto?
  • ¿Quién te ha dicho que te tapes con las manos? – exclamó con severidad el Amo al ver que me tapaba el pubis y los senos con los brazos – ¡Apártalos!
–         Como te dije antes, había estado con muchísimos hombres desde la muerte de Makoto. Pero aquel chico conseguía hacerme sentir nerviosa y excitada como ningún otro antes usando tan sólo su voz. Sin poder evitarlo, obedecí su orden y dejé caer mis brazos a los lados, quedando totalmente desnuda frente a él.
  • Eres muy hermosa – volvió a decir, estremeciéndome – Bellísima.
–         Mientras decía esto, comenzó a acariciar mi cuerpo con una mano, deslizándola delicadamente por mi piel; deteniéndose en mis pechos, pellizcó levemente mis pezones, verificando su dureza. Sin decir nada, siguió hacia abajo hasta que sus dedos se introdujeron entre mis labios vaginales, acariciándolos un instante. Cuando me quise dar cuenta, sus dedos se habían introducido suavemente en mi interior, masturbándome con dulzura.
  • Vaya, vaya – dijo con voz suave – Veo que estás hecha toda una putilla. Mira cómo te abres de piernas para que te toque el coño.
–         Era verdad, Edurne. No me había dado ni cuenta. Inconscientemente, había separado mis muslos para permitirle llegar a mi interior. Mi cabeza aún estaba sopesando si decir la palabra clave, pero mi cuerpo respondía a sus caricias sin que yo pudiera evitarlo. Cuando retiró sus dedos de mi vagina, estuve a punto de suplicarle que siguiera acariciándome.
  • Quítame la camisa – me ordenó.
  • Sí, sensei – asentí.

–         Temblorosa, hice lo que me pedía, mientras sentía el calor abrasador de su mirada deslizándose por mi piel. Sentía arder todo mi cuerpo, la cabeza me daba vueltas, cada vez más entregada a lo que aquel chico pudiera darme. La visión de su torso desnudo me enardeció más todavía. Sin poder evitarlo, deslicé las yemas de mis dedos por su pecho, regalándome con la dureza de sus músculos. Él simplemente sonreía.

–         Sí – afirmé – A mí también me sorprendió lo musculado que está la primera vez que le vi desnudo. La verdad es que no lo aparenta.
–         Al Amo le gusta disimular. Goza con la reacción de las mujeres cuando descubren lo bien cuidado que está su cuerpo.
–         Es cierto.
  • Arrodíllate frente a mí – me ordenó.
–         Y yo lo hice inmediatamente, pensando que iba a pedirme que le practicara una felación, pero no era así.
  • Tócate – me dijo sentándose en la cama de mi hermano – Quiero ver cómo te acaricias.
–         Muerta de vergüenza, pero con fuego en las entrañas, comencé a deslizar mis manos sobre mi cuerpo. Empecé a masturbarme lentamente, recorriendo mi vagina con los dedos como me gusta hacerlo, pero el placer que sentía con mis caricias no se acercaba ni de lejos al que experimentaba por tener sus ojos clavados en mí. Estaba hechizada.
–         Yo también he sentido eso – la animé – No sé cómo lo hace.
–         Es innato. No podemos evitarlo – dijo Kimiko – Tras mirar cómo me masturbaba un par de minutos, el Amo se levantó del colchón y se quitó los zapatos. Con paso firme, se dirigió hacia una bolsa de deporte que había en un rincón y sacó unas cuerdas… Empezaba el show.
  • En los libros que he leído decía que este tipo de cuerdas es el apropiado para estos juegos, ¿es así? – me dijo enseñándome una de las sogas.
  • Sí, son muy adecuadas – asentí examinado la fibra.
  • No te he dicho que dejes de masturbarte.
–         No sabes el tremendo escalofrío que me recorrió, Edurne. Su tono era tranquilo y pausado, sin alterarse, pero lo cierto es que se me pusieron los vellos de punta y continué acariciándome. Deseando complacerle.
  • Lo siento, sensei – dije compungida.
  • Por esta vez te perdono – respondió para mi alivio.
–         Por fin, se cansó de mirar cómo me acariciaba y me ayudó a levantarme, agarrándome suavemente por las axilas. Yo no peso mucho, pero aún así me sorprendió la facilidad con que me levantaba del suelo y me depositaba sobre el colchón.
  • Mira, quiero atarte de esta forma – me dijo enseñándome una fotografía de una revista.
  • Es un poco complicada – respondí yo – Pero creo que podemos hacerlo.
–         Me situé boca abajo sobre el colchón y el empezó a atarme siguiendo mis instrucciones. Yo era bastante ducha en ese tipo de explicaciones, no olvides que había iniciado en esos temas a varios de mis amantes, en un intento de encontrar un sustituto a Makoto.
–         Vaya, que sabías explicarte – dije.
–         Eso es. Enseguida me encontré con los antebrazos atados uno encima del otro a mi espalda, de forma que mi torso quedaba erguido. Después, procedió a describir complicados nudos sobre mi cuerpo, formando una malla de cuerda sobre mi piel. Se le daba muy bien y apenas necesitaba que yo le guiara. Para finalizar, deslizó la cuerda en sentido vertical, desde los hombros hacia abajo y la introdujo sin muchos miramientos entre mis labios vaginales y mis nalgas.
–         Parecerías un regalo de navidad – bromeé.
–         Y tanto. Estaba excitadísima. Sentir las firmes ligaduras sobre mi piel me enervaba, notar cómo la cuerda se clavaba en mi vagina, entre mis nalgas, me provocaba un placer indescriptible, pero sobre todo, el estar sometida a un hombre seguro de sí mismo, que sabía lo que quería de mí y no se detendría para conseguirlo… me volvía loca de lujuria.
–         Jo, chica – dije – Me están entrando ganas de probar esos jueguecitos a mí también.
–         Tranquila, querida; antes o después los probarás.
Ese comentario me inquietó un poco.
–         Jesús-sama me hizo incorporarme, quedando de pie frente a él. Mi cuerpo estaba recorrido por una red de cuerdas, que se clavaban en mi piel de forma muy placentera, mientras mi vagina se empapaba cada vez más, con la cuerda bien enterrada entre los labios.
  • Estás muy sexy – dijo el Amo caminando a mi alrededor y acariciando suavemente las ligaduras. Eres muy bella…
–         Entonces, inesperadamente, aprovechó que estaba detrás de mí para darme un empujón que me hizo caer de bruces sobre la cama. Como tenía los brazos atados a la espalda, no pude hacer nada para amortiguar la caída, por lo que caí sobre el colchón rebotando encima. No me hice daño, pero el corazón me latía tan fuerte por el susto que parecía ir a salírseme por la boca.
  • De todas formas, creo que a esta postura le falta algo… – dijo el Amo.
–         Entonces me agarró por los tobillos y dobló mis rodillas hacia atrás, forzándolas, de forma que mis pies quedaron apoyados contra mis brazos atados. Usando otra cuerda, ató mis tobillos a mis brazos, procurando mantener mis muslos bien abiertos, de forma que quedé totalmente atada e indefensa.
–         Veamos si lo entiendo – dije – Estabas boca abajo en el colchón con las manos y los pies atados a la espalda… Parecerías una gamba.
Kimiko, sorprendida por el comentario (y un poco achispada por el alcohol), empezó a reírse de forma descontrolada, espurreando el trago de whisky que acababa de tomar.
Avergonzada, se tapó la boca con la mano, sin parar de reírse, mientras yo me unía inevitablemente a sus carcajadas.
–         Muy… muy bueno – dijo ella con los ojos llorosos por la risa – Nunca se me hubiera ocurrido algo así.
–         Perdona – dije riendo a mi vez – No pretendía burlarme. Es que me pareció gracioso y no pude evitar el chiste.
–         Nada, nada, no te preocupes. Ha sido muy bueno. Aunque ya me contarás cuando seas tú la que esté en esa postura – dijo ella mirándome con un brillo divertido en los ojos.
–         Sí, veremos si sigo riéndome entonces – asentí.
Tras secarnos un poco las lágrimas y una vez calmadas, Kimiko siguió con su historia.
–         Como decía, estaba totalmente indefensa, sujeta de manera que no podía mover ni un músculo.
–         ¿No tenías miedo?
–         Sí, claro. Pero también estaba caliente a más no poder. Y justo entonces…
–         ¿Qué pasó?
–         Jesús-sama hizo algo que me sorprendió bastante. Nunca lo había hecho antes.
–         ¿El qué?
–         Se puso de pie y agarró las cuerdas por el punto donde estaban atadas las piernas y los brazos. Agarró el nudo, como si fuera un asa, y me levantó del colchón con un solo brazo, como si mi cuerpo fuera una maleta.
–         ¿En serio? – dije bastante sorprendida.
–         Te lo juro. Me alzó en volandas con una facilidad increíble y comenzó a pasearse por el cuarto llevándome suspendida, como si de verdad fuera su equipaje.
–         ¡Joder!
–         Al hacer eso, las cuerdas se me clavaron muchísimo en la piel, pero no me importaba, pues el placer que empecé a sentir al ser utilizada de esa forma hizo que casi me desmayara.
–         Madre mía – dije admirada.
–         De vez en cuando, Jesús-sama daba un brusco tirón, agitando mi cuerpo, incrustando las cuerdas en mi piel, en mi vagina, en mi pecho… Cuando me quise dar cuenta, un incontrolable orgasmo azotó todo mi ser, haciéndome temblar y estremecerme. Experimenté incluso pequeños espasmos en la vagina, que provocaban que mis labios se frotaran aún más contra la cuerda, incrementando el placer… Fue la primera vez que me pasó algo semejante.
–         Tienes unos gustos muy particulares – le dije un poco alucinada.
–         Ya me contarás cuando lo pruebes.
Quizás tenía razón. Un par de semanas atrás yo ni siquiera habría soñado con hacer algunas de las cosas que había acabado practicando con Jesús. Y sospechaba que, si había acabado disfrutando de ellas, era por el hecho de hacerlas con Jesús, así que el bondage podía ser simplemente una más.
–         Jesús-sama, al notar que había llegado al clímax, volvió a depositarme sobre el colchón, dejándome allí medio desmayada. Al poco, percibí cómo se movía por la habitación, preparando algo más.
–         ¿Qué estaba haciendo?
–         Como pude, me las apañé para alzar la cabeza y mirar en busca del Amo. Éste estaba subido a una silla y estaba colgando del techo una especie de trapecio.
–         ¿De dónde lo colgó?
–         Mi hermano practicaba (y practica) artes marciales, así que suele colgar en su cuarto un saco de arena para entrenar. Por eso tiene soportes instalados en el techo de su dormitorio.
–         ¿Y para qué era el trapecio?
–         ¡Ah! Ese invento sí lo había usado yo antes. Sirve para suspender a una persona… ya sabes, para colgarla del techo.
–         ¡Ah, comprendo! –asentí, imaginándome más o menos cómo sería aquello.
–         Cuando estuvo bien firme, el Amo se bajó de la silla y vino a por mí. Alzándome con la misma facilidad de antes, me llevó hasta las cuerdas que colgaban de la polea del trapecio y las enganchó a mis ligaduras.
–         ¿Y te colgó de una cuerda?
–         No de una. De tres.
–         ¿Tres? – pregunté extrañada.
–         Claro. Una la enganchó en las ligaduras que pasaban por debajo de mis axilas, más o menos en medio de los hombros. Y las otras dos, una en cada muslo.
–         ¿Para qué tantas? – dije sin comprender.
–         Porque así se estabiliza el cuerpo, y quedas colgada horizontalmente, con el torso paralelo al suelo. De esta forma, el Amo podía disponer de mi cuerpo a su antojo, sin que éste bamboleara ni cabeceara arriba y abajo.
–         Entiendo – dije haciéndome una imagen mental del cuadro.
–         Cuando estuve suspendida, el Amo empujó mi cuerpo haciéndome girar en el aire. Me mareé un poco.
–         No me extraña.
–         De pronto, noté cómo su mano me agarraba por un hombro y detenía el giro. Miré hacia delante y me encontré de bruces con la poderosa erección del Amo, pues se había desnudado mientras yo daba vueltas.
–         Ahora viene lo bueno – pensé.
–         Sin mediar palabra, el Amo apretó su duro pene contra mis labios y yo, sin dudar, los separé recibiéndolo en mi interior. Su dureza inundó mi boca por completo, la metió hasta el fondo, hasta que mi rostro quedó apretado contra su ingle. El embriagador aroma del Amo inundó mis fosas nasales, enardeciendo mis sentidos. Podía sentir cómo el extremo de su miembro se apretaba contra mi campanilla, provocándome arcadas, que yo me esforzaba por sofocar para no importunar al Amo. Jesús-sama no se movió, no deslizó si miembro entre mis labios, limitándose a mantenerlo enterrado en mi garganta unos instantes.
–         Joder – siseé.
–         Una vez satisfecho, se retiró de mi boca lentamente, provocando que la saliva escapara de mis labios y cayera al suelo.
  • Buena putita – me dijo acariciándome el rostro.
–         Te lo juro, Edurne, a esas alturas, mi único deseo era complacerle en todo lo que quisiera. El simple hecho de que me alabara bastaba para enardecerme aún más.
–         Te entiendo.
–         El Amo volvió a la bolsa de deporte y extrajo un objeto de ella. Lo acercó a mis ojos para que verificara de qué se trataba.
–         ¿Qué era?
–         Un consolador eléctrico. Era muy finito, compuesto de pequeñas bolitas de un par de centímetros de diámetro y, al pulsar el interruptor, éstas se movían en todas direcciones, de forma que se agitaba como una serpiente.
–         Y claro – dije yo imaginándome el resto – Un consolador tan fino no está pensado para la vagina precisamente.
–         No – Asintió Kimiko enrojeciendo de nuevo.
–         A buenas horas te pones colorada, cariño – pensé sin decir palabra.
–         El Amo se situó tras de mí y yo traté de relajar el cuerpo sabiendo lo que venía a continuación. Con delicadeza, untó el aparatejo con un bote de vaselina que había sacado también de la bolsa y, cuando estuvo bien lubricado, apartó un poco la cuerda que había entre mis nalgas, colocó la punta en la entrada de mi ano y lo deslizó suavemente en el interior de mi culo.
–         Hasta el fondo – dije yo alzando mi copa a modo de saludo.
–         Hasta el fondo – corroboró la japonesa con una sonrisa – Sin perder un instante, el Amo encendió el aparato que empezó a agitarse y a vibrar en el interior de mi recto. Aunque lo esperaba, no pude evitar que mi cuerpo se contorsionara por culpa del intruso, haciendo que forcejeara con mis ligaduras que se incrustaban todavía más en mi piel.
–         ¿Y no te la metió? – pregunté indiscreta.
–         Por supuesto que sí. Tras dejar que aquella cosa me estimulara el ano un par de minutos, el Amo se situó entre mis piernas y entonces escuché el clic característico de una navaja.
–         Conozco ese sonido – dije rememorando mi primer encuentro con Jesús.
–         Como la cuerda en mi vagina estaba tan clavada entre mis labios, si el Amo se hubiera limitado a apartarla a un lado para poder penetrarme se habría hecho daño en el pene por el rozamiento, así que simplemente cortó con mucho cuidado esa cuerda, dejando mi entrepierna a su merced.
–         ¿No pasaste miedo cuando te acercó una navaja a tus partes?
–         Ni me di cuenta de que lo hacía. Olvidas que tenía un inquieto visitante dándome placer en el recto. Yo sólo oí el clic y después noté cómo la cuerda se aflojaba – dijo ella. Nada más.
–         ¡Ah, claro! – asentí.
–         Agarrándome por los muslos, el Amo se situó entre mis piernas y, con habilidad, deslizó su enhiesto falo en mi interior, provocando que mi cuerpo se estremeciera en un nuevo orgasmo.
–         No me extraña.
–         Sentir mis dos orificios invadidos simultáneamente era más de lo que podía soportar. El deleite que sentía era tal, que me puse a aullar de puro placer. Después supe que Yoshi, alarmado por mis gritos, se asomó subrepticiamente a la habitación, encontrándose con que Jesús me follaba el coño como loco, separando y atrayendo mi cuerpo hacia así, sin moverse en absoluto.
–         No te entiendo – dije extrañada.
–         Quiero decir que él no bombeaba en mi interior, no movía su pelvis contra mí, sino que, aprovechando que yo estaba suspendida de la cuerda, empujaba mi cuerpo adelante y atrás, empalándome una y otra vez en su erección.
–         Increíble – susurré.
Cada vez me apetecía más una pequeña sesión de aquellas prácticas.
–         Entonces, el Amo comenzó a hablarme, a preguntarme cosas extrañas, con lo que conseguía que la cabeza me diera más vueltas. Me sentía como transportada a otro planeta, como si mi mente no estuviera allí, sólo mi cuerpo y… el placer.
–         ¿Qué te preguntaba?
–         ¡Oh! Muchas cosas. Que cómo me llamaba, que cuantos años tenía, que a qué me dedicaba…
–         ¿Y a qué venía eso?
–         Era un truco. Un truco para reafirmar su dominio sobre mí. Para obligarme a aceptar que ya era completamente suya.
–         No te entiendo.
–         Verás, en medio de la batería de preguntas aparentemente inocuas, deslizó la única que en verdad tenía importancia.
–         ¿Cuál era? – pregunté interesadísima.
  • ¿Qué día es hoy? – me preguntó el Amo sin dejar de follarme.
  • ¿Hoy? Creo que mi… miércoles, sensei – respondí sin pensar.
  • ¿Miércoles? – dijo él deteniéndose inmediatamente – De acuerdo. Si quieres paramos.
 

–         Y me dejó, Edurne. Me la sacó de dentro y se apartó de mi cuerpo. Me quedé balanceándome en el aire, oscilando colgada de las cuerdas con un sentimiento de incredulidad infinita. Mi cuerpo, mi alma protestaron por el súbito abandono. No podía pensar en nada más, sólo quería que siguiera follándome, no me importaba nada…

  • No, sensei, por favor – le supliqué casi llorando – No se detenga. Por favor.
  • ¿Cómo que no? – me dijo él mirándome sonriente – Has dicho la palabra clave. Y yo me he detenido. Por nada del mundo querría hacer nada que tú no desees.
  • Por favor… por favor sensei – era lo único que era capaz de decir.
–         Entonces, él se acercó y se agachó frente a mi rostro, mirándome fijamente a los ojos.
  • A ver, acláramelo – me dijo – ¿Qué es lo que quieres?
  • Siga follándome – respondí sin dudar – Por favor, no se detenga…
  • ¿Quieres esto? – me dijo agarrándome por el pelo y haciendo que mirara su enhiesto pene.
  • Hai… – asentí suplicante.
  • Pues pídemela, querida… Y será tuya…
  • Su polla, sensei… – siseé con la mirada perdida – Quiero que siga follándome con su polla… No puedo más….
–         Sonriendo en su triunfo, el Amo volvió a situarse detrás de mí y volvió a empalarme en su hombría. Si antes me había follado con dureza, ahora fue simplemente demencial. Comenzó a penetrarme una y otra vez a tal velocidad y con tanta fuerza, que el placer provocó que pusiera los ojos en blanco y la saliva comenzara a chorrear de mis labios nuevamente, formando un charquito en el suelo.
–         Esta historia es alucinante – susurré sintiendo el intenso calor entre mis muslos.
–         No pude más, me corrí no sé cuantas veces. Estaba mareada, mi mente divagaba, no me había sentido jamás así. En cierto momento me desmayé, pero eso al Amo le daba igual, pues siguió martilleándome una y otra vez sin importarle nada.
–         Sí, a mí me ha pasado eso un par de veces. Cuando usa mi cuerpo, no se preocupa de nada más. Me siento como si fuera un simple objeto que él usa para su propio placer.
–         Eso es. Y eso me excita todavía más – dijo Kimiko.
–         A mí me pasa igual.
Ambas sonreímos.
–         Cuando me desperté – continuó la chica – Estaba en la cama de mi hermano, desnuda entre las sábanas, descansando tranquilamente.
–         ¿Cuánto tiempo había pasado?
–         Aunque no te lo creas, era ya de noche, así que debí de dormir algunas horas.
–         No me extraña. Estarías agotada.
–         Y tanto. Tambaleándome, abrí el armario de mi hermano para mirarme en el espejo. Todo mi cuerpo estaba marcado por la silueta de las ataduras, que parecían grabadas a fuego sobre mi piel. Sonreí al verme, completamente satisfecha por primera vez en muchos años.
–         Tía, eres increíble – sentencié.
–         Noté entonces que el culo me dolía un poco, así que creo (pues nunca me he atrevido a preguntárselo) que Jesús-sama usó mi trasero a placer mientras estaba desmayada.
–         Sí, tengo entendido que el sexo anal le atrae mucho – dije un poco mosqueada.
–         ¡Ah, es cierto! – dijo ella sonriendo – Tú aún no has sido iniciada en esas prácticas por el Amo. Tranquila, pronto lo serás.
–         Lo sé – dije estremeciéndome.
–         Agotada, me puse una camiseta de mi hermano y salí del cuarto. Para mi sorpresa, Jesús-sama seguía allí, tomando una copa en el salón mientras charlaba amigablemente con Yoshi-chan.
  • ¡Ah, la Bella Durmiente ha despertado! – me saludó al verme entrar.
  • ¿Cómo estás? – me preguntó Yoshi con gesto preocupado.
  • Bien – respondí mirando al Amo – Todavía cansada pero bien.
  • ¿Lo ves? Te lo dije. Jesús era lo que necesitabas – dijo mi hermano mirándome sonriente.
–         No me preguntes por qué – dijo Kimiko – Pero aquellas palabras de mi hermano me irritaron profundamente. Era como si me dijera: “¿Lo ves putilla? Lo único que te hacía falta era un buen pollazo”. Me enfurruñé un poco.
–         No era para tanto – intervine.
–         Es cierto. Pero aún así me sentó mal.
–         ¿Y qué pasó?
–         Nada más. Seguimos charlando un rato, pero, como era obvio que yo estaba un poco molesta, Jesús-sama no prolongó mucho más su estancia y, aunque yo deseaba que se quedara, no dije nada.
  • Bien, Kimiko, me marcho ya – dijo el Amo – Gracias por todo lo que me has enseñado. Me será muy útil. Lo he pasado maravillosamente bien.
  • Gra… gracias – balbuceé avergonzadísima – Yo también he disfrutado mucho.
  • Bueno, Yoshi, nos vemos otro día. Kimiko… ha sido un placer conocerte – me dijo despidiéndose con un beso en mi mejilla.
–         Me quedé hecha polvo cuando se marchó. Deseaba que se quedara, no para tener más sexo (estaba completamente agotada) sino para averiguar más de él, conocerle mejor… por primera vez en mi vida, deseé que mi hermano no estuviera allí conmigo.
–         Es normal – asentí.
–         Mi hermano trató de sonsacarme un poco, pero yo me mostré extrañamente reticente a contarle nada. Me confesó entonces que había estado espiando un rato cuando escuchó mis gritos y aquello me cabreó todavía más. Le grité que cómo se atrevía a espiarme, que era un voyeur asqueroso.
–         Tía, te pasaste un montón. Si él estaba allí era porque tú se lo habías pedido – la amonesté.
–         Por supuesto, ya lo sé. Pero no era por eso por lo que estaba enfadada. Era plenamente consciente de que mi plan, de que aquella cita fuera simplemente sexo y nada más, se había ido al garete. Me sentía esclava de aquel muchacho y sabía que no podría escapar de él… y le echaba la culpa a Yoshi.
–         Menuda locura.
–         Es que fue una tarde de locos. No me pidas que aquello tuviera sentido, pero me sentía así.
–         Supongo que hay que vivirlo para entenderlo – asentí filosóficamente.
–         Precisamente. Bueno, aunque enfadada, estaba demasiado agotada para irme a casa, así que me quedé a dormir en el cuarto que tengo en el piso de Yoshi. Al día siguiente me desperté casi a la hora de comer, cuando mi hermano volvió del trabajo. Estaba mucho más calmada, así que le pedí disculpas a Yoshi-chan, pero aún así, me resistí a admitir delante de él que estaba deseando encontrarme de nuevo con Jesús-sama.
–         Sí, te entiendo. Yo también soy muy testaruda – dije sonriendo.
–         ¿Ves? Otra cosa que tenemos en común – dijo la japonesa sonriéndome – Pues bien, durante días no di mi brazo a torcer, negándome a pedirle a Yoshi que me concertara otra cita. Ni siquiera aludí en ningún momento a Jesús-sama, aunque, cuando mi hermano mencionaba su nombre, escuchaba atentísima y con el corazón desbocado cualquier retazo de información sobre él.
–         Dura de mollera, ¿eh?
–         El orgullo es uno de los principales rasgos de mi familia – sentenció Kimiko – Sin embargo, Yoshi no se dejaba engañar, así que aprovechaba cualquier excusa para hablarme de su amigo.
–         Te conoce bien.
–         Imagínate. Y fue entonces cuando me contó algo que me hizo cambiar de opinión.
–         ¿El qué?
–         Me habló de las otras esclavas de Jesús-sama. Onii-chan ya me había hablado un poco de ellas, pero yo ignoraba hasta qué punto era profunda su relación con ellas. Pensaba que eran un poco como las chicas que perseguían a mi hermano, “amigas con derecho a roce” como decís aquí, pero no imaginaba hasta qué punto estaban sometidas a los deseos del Amo.
–         Es normal.
–         Lo que pasó es que Yoshi-chan me contó que le había sugerido a su amigo la posibilidad de marcar a sus esclavas con un piercing, para que quedara demostrada su total dependencia y sumisión hacia él y que a Jesús-sama le había encantado la idea.
–         ¿Fue cosa de tu hermano lo de los piercing? – pregunté sorprendida.
–         A medias. Jesús le había consultado acerca de unos colgantes (por si no lo sabías, el colgante que llevas al cuello es obra de un artesano taiwanés) y Yoshi le había dicho que sería mejor un piercing. Entre los dos, diseñaron el sistema del colgante para las aprendices y el piercing para las esclavas, que Jesús-sama empezaría a usar a partir de entonces, pues a esas alturas el Amo ya tenía en mente ampliar un tanto su rebaño.
–         Vaya con tu hermanito – dije riendo.
–         Y para empezar, sus tres primeras mujeres iban a ser marcadas por mi hermano. Yoshi-chan se mostraba muy ilusionado por conocer a las mujeres de su amigo, puede que sintiera incluso un poco de envidia.
–         ¿Y tú?
–         ¿Yo?… – dijo Kimiko haciendo una breve pausa – Decidí inmediatamente que lo que deseaba era unirme a ese grupo. Durante días, no pude pensar en nada más.
–         ¿Y qué hiciste?
–         El día que me enteré que Yoshi iba a marcar a una de las mujeres… Me presenté en su estudio.
–         ¡Al ataque! – exclamé riendo.
–         ¡Banzai! – rió Kimiko también – Pues bien, la tarde que aparecí por allí fue precisamente el día en que le tocaba a Gloria.
–         ¡Oh! – exclamé barruntándome lo que venía a continuación.

–         No me corté un pelo. Me armé de valor y entré a la trastienda, donde mi hermano hace los tatuajes y los piercings. Allí estaban los tres, onii-chan preparando los instrumentos para la perforación, Gloria, echada en la camilla y por supuesto… el Amo, que me miraba como si mi presencia allí fuera lo más normal del mundo.

  • ¿Quién es esta? – exclamó Gloria sorprendida por mi intrusión.
–         Su intuición la servía bien, pues inmediatamente había detectado a una rival.
  • ¡Ah, perdona, Gloria! – respondió mi hermano bastante azorado – Es mi hermana. Voy a ver qué quiere.
  • Quiero hablar con Jesús – dije con serenidad.
–         Él esbozó su característica sonrisa y me miró.
  • Déjala, Yoshi – intervino el Amo – No molesta en absoluto.
  • Pero… pero ¿vas a dejar que mire mientras me hacen el piercing? – exclamó Gloria con tono irritado.
  • ¡Tú te callas! – sentenció el Amo en tono enfadado – ¡O haces lo que te digo o ya puedes largarte a tu casa! ¿Está claro?
–         Gloria se quedó paralizada y atónita, callándose de inmediato. Eso sí, me echó una mirada que si se pudiese asesinar con los ojos…
–         Y ese fue el comienzo de vuestra hermosa amistad – sentencié.
–         Exacto. Ya empezamos atravesadas. Y además, durante el tiempo que estuvimos en aquel cuarto, la atención de Jesús-sama era toda para mí, sin interesarse lo más mínimo por Gloria, lo que la mortificó todavía más.
–         Ya veo.
–         Y no sólo eso, yo lo notaba y me sentí… triunfante. Era feliz de que Jesús-sama me prestara atención a mí en vez de a aquella zorrita.
–         Vamos, que era mutuo – dije.
–         Nunca dije que no lo fuera – dijo Kimiko con filosofía – Bueno, Yoshi hizo que Gloria se desnudara de cintura para arriba y pude notar que, desde luego, a mi onii-chan sí que le interesaba mucho aquella chica. Los ojos se le salían de las órbitas mientras miraba sus senos desnudos. Ella se dio cuenta y coqueta como es, comenzó a flirtear descaradamente con mi hermano, allí, alegremente, con las tetas al aire. Lo que no percibió la muy idiota fue que Jesús-sama también se daba cuenta… y no le gustaba.
–         Uf. Ya veo por donde vas – dije.
–         Yo, por mi parte, la odié un poco, pues sus pechos eran mucho mayores que los míos. Ya habrás notado que casi no tengo… – dijo la japonesa con cierto tono de amargura.
  • ¿Y bien, Kimiko? – me preguntó por fin el Amo – Aunque me alegra muchísimo volver a verte, no me creo que hayas pasado por aquí por casualidad, así que dime… ¿Para qué has venido?
–         Tardé sólo un segundo en responder.
  • Quiero uno de esos – dije señalando al corazoncito que Yoshi sostenía entre sus dedos.
–         La sonrisa del Amo se ensanchó mucho más.
  • ¡Eso hay que ganárselo, furcia! – exclamó Gloria sin poderlo evitar.
  • ¡TE HE DICHO QUE TE CALLES! – gritó el Amo volviéndose bruscamente hacia Gloria.
–         Ella reaccionó como si la hubiera abofeteado. Se quedó mirando a Jesús con lágrimas en los ojos. Entonces vio la sonrisa de suficiencia que había en mi rostro (lo siento, no la pude evitar) y sus lágrimas fueron sustituidas por llamas de genuino odio.
–         A eso le llamo yo empezar con mal pie.
–         Desde luego que sí. Bueno, yo, muy feliz por mi triunfo, seguí charlando con el Amo, que me regaló mi precioso colgante y me expuso las líneas generales de cómo sería nuestra relación.
–         Sí, ya conozco ese discurso – aseveré.
–         Mientras, onii-chan, que no había dicho ni mu durante toda la escena, estaba practicándole el piercing a Gloria en el pezón. Cuando estuvo listo, ella me miró con insolencia, como diciéndome: “yo tengo esto y tú no”, pero mis ojos le respondieron: “pero pronto tendré uno igual”.
–         Vaya par – dije sacudiendo la cabeza.
–         Amor a primera vista. Y entonces la cosa empeoró.
–         ¿Cómo?
  • Muy bien, zorrita – dijo el Amo examinando el trabajo de onii-chan – Te queda muy bien.
  • Gracias Amo – respondió Gloria sonriéndole.
  • Aunque te has portado francamente mal. Estoy muy decepcionado – dijo él, borrando su sonrisa de un plumazo – Te has ganado un buen castigo.
  • ¡Por favor, Amo, no! – dijo ella a punto de llorar – ¡Perdóneme! Es que esta…
  • ¡ES QUE ÉSTA QUÉ! – aulló el Amo – ¿VAS A SEGUIR REPLICÁNDOME?
  • No, Amo, perdón – dijo Gloria ya llorando.
  • Bien. Pues vamos a castigarte. Ya no eres una aprendiz, ya eres mi esclava. Y eso supone unas obligaciones…
  • Lo sé Amo – dijo la chica sin atreverse a mirarle a la cara.
  • Además, es una buena oportunidad para que Kimiko vea donde se mete y decida si será capaz de hacerlo o no.
–         A mí me daba igual, pues yo no pensaba desobedecer al Amo jamás. Sólo quería estar con él y pasar tardes tan alucinantes como la que ya habíamos pasado. Estaba segura de que jamás me ganaría un castigo.
  • Vamos, ponte en posición encima del sillón – ordenó el Amo.
–         Toda llorosa, Gloria se colocó a cuatro patas sobre el sillón, subiéndose la falda y bajándose el tanga. A Yoshi-chan, los ojos se le salían de las órbitas por ver el firme trasero de la zorrilla y su delicado coñito. Sin poder evitarlo, eché una disimulada mirada a la entrepierna de mi hermano, comprobando que el monstruo estaba bien despierto.
  • Bien. Empieza a contar – dijo Jesús mientras le propinaba un sonoro azote a las nalgas de la jovencita.
  • U… no – lloró ella.
–         La cuenta llegó hasta diez. Me dolía de ver lo colorado que se le había puesto el culo a la pobre, pero en el fondo… estaba muy excitada.
  • Bien – dijo Jesús sama tras el décimo golpe – Esto ha sido por faltarme al respeto a mí. Ahora recibirás el castigo por insultar a mi amigo y a su hermana.
  • Perdona, Jesús – intervino mi hermano – Yo no me he sentido insultado. No ha dicho nada que…
  • Yoshi, su actitud es suficiente insulto. Merece ser castigada. Y como vosotros habéis sido los ofendidos, seréis los encargados de aplicar el castigo.
–         La perspectiva de poder poner sus manos en aquel culito (aunque fuera a palos) hizo que mi hermano dejara de protestar. Gloria, derrotada, lloraba en silencio, con el culo rojo como un tomate.
  • Adelante, Kimiko, tú has sido la más ofendida, así que te corresponde darle 20 azotes.
  • Sí, sensei – asentí.
–         Y se los di, Edurne, no dudé ni un segundo. Tras darle cuatro o cinco, El Amo me detuvo y me ordenó dárselos más fuerte, que lo que estaba haciendo Gloria ni lo notaba. Su tono me hizo comprender que, si no le obedecía, pronto me encontraría yo encima de ese sillón con el culo en pompa y las bragas bajadas, así que hice caso.
–         Pobre Gloria – dije sin poderlo evitar.
–         Sí, pobrecilla – dijo Kimiko sorprendiéndome – Cuando terminé, tenía el culo rojo a más no poder. Dolía de mirarlo.
–         ¿Y luego la azotó tu hermano? – pregunté.
–         No. Se me ocurrió una idea. Cuando Yoshi se disponía a golpearla, me dirigí al Amo.
  • Sensei, perdone – dije tímidamente.
  • Dime, Kimiko.
  • A estas alturas, la chica tiene el trasero tan enrojecido que ni se va a enterar de los azotes.
  • No voy a perdonarla – dijo él malinterpretando mi intención.
  • No, si no digo que la perdone, pero… podría castigarla de otra forma.
  • Habla – dijo él interesado.
  • No he podido evitar darme cuenta de que onii-chan está muy excitado por la situación y seguro que preferiría otro tipo de… castigo.
–         La sonrisa que se dibujó en el rostro de Jesús-sama me hizo estremecer. Noté perfectamente que estaba muy mojada. Todo aquello me tenía caliente a más no poder.
–         Y entonces tu hermano se la folló con su enorme verga – sentencié.
–         ¡Oh, no! Eso fue más tarde… – dijo ella.
–         ¿Entonces qué pasó?
  • Gloria, tienes la oportunidad de librarte de los últimos 20 azotes. ¿Quieres hacerlo?
  • ¡Sí, Amo, por favor! – exclamó ella con el rostro empapado de lágrimas.
  • Bien, arrodíllate frente a mi amigo y pídele que te castigue de otra forma.
–         Y ella lo hizo. Renqueante y con muestras de dolor en su rostro a cada paso que daba, Gloria se las apañó para bajarse del sillón y ponerse de rodillas frente a mi hermano, que la miraba alucinado.
  • Por favor, señor Yoshi – susurró ella – Le suplico que me perdone los 20 azotes que me merezco y sustituya el castigo por otra cosa…
  • ¿Y qué vas a hacer cambio? – preguntó el Amo sonriente.
  • Lo que el señor Yoshi me pida – dijo ella llorando.
  • ¿Y bien? Yoshi, amigo, decide tú lo que quieras que haga; aunque, si lo prefieres, estás en tu derecho de azotarla.
  • No, no… no es necesario – dijo él, cohibido – Pensaré en otra cosa…
–         Aunque estaba bien clarito lo que le apetecía – dijo Kimiko sonriendo levemente.
  • ¿Po… podría practicarme una felación? – preguntó onii-chan dubitativo.
  • ¿Y bien, putilla? ¿Se la chuparás a mi amigo Yoshi?
  • Por supuesto Amo – dijo ella sumisa – Será un honor chupar el miembro del amigo de mi Amo para pedirle perdón por mi comportamiento.
  • Bien, pues hazlo. Y como castigo tendrás que tragártelo todo sin desperdiciar una gota. Es lo menos que puedes hacer por Yoshi después de cómo te has portado.
  • Claro, Amo – dijo ella más tranquila ahora que se encontraba en el terreno que mejor dominaba.
–         Pero ahí Gloria cometió un error de cálculo. No esperaba para nada el tamaño de la serpiente que había entre las piernas de mi hermano. Aunque el bulto era considerable, como Yoshi-chan llevaba vaqueros estos disimulaban bastante. Con dificultad, Gloria consiguió desabrochar los pantalones de Yoshi y bajárselos hasta los tobillos. Cuando levantó la cabeza y se encontró frente a frente con la cabeza de la anaconda, se quedó con la boca abierta y los ojos como platos. Es una de las pocas veces que la he visto callada desde entonces. Creo que estaba tan alucinada, que hasta se le olvidó el dolor que sentía en el trasero, pues se echó hacia atrás estando de rodillas, quedando sentada sobre sus pies.
–         ¿Tan grande es? – pregunté inquieta por si al día siguiente era yo la que se enfrentaba al monstruo.
–         Cualquier cosa que te diga se queda corta. Tendrás que verla para creerme.
No me apetecía demasiado, la verdad.
–         Como Gloria no reaccionaba, Jesús-sama la apremió.
  • ¿Y bien? ¿A qué esperas? ¿Es que quieres más azotes?
–         Poniéndose en marcha por fin, Gloria acercó sus manos a la monumental erección y la agarró con fuerza. Sus dos manos se aferraron a la barra de carne, pero aún así, quedaba un buen trozo libre por cada extremo. Lentamente, como si estuviese limpiando el cañón de un lanzamisiles, Gloria empezó a pajear a dos manos el pistolón de onii-chan, arrancándole los primeros gruñidos de placer.
  • ¿Qué coño haces? – exclamó el Amo – ¡Tienes que chupársela!
–         Sacando fuerzas de flaqueza, la pequeña Gloria acercó su boquita a la punta del espolón y empezó a lamerlo con la lengua. Poco a poco, la muy guarrilla fue animándose, incrementando el ritmo de sus manos sobre el falo y el de su lengua sobre el glande. Cuando lo tuvo bien ensalivado, se atrevió por fin a introducirse la punta en la boca, comenzando a mover la cabeza adelante y atrás, chupando alegremente un buen trozo de rabo.
–         Madre del amor hermoso – pensé alucinada.
–         Pero, para el Amo, aquello no era suficiente.
  • ¡Vamos, puta, tú puedes hacerlo mejor! ¡Demuéstrale a mi amigo la suerte que tengo por disponer de una chupa pollas como tú!
–         Mientras decía esto, el Amo puso su mano en la cabeza de Gloria y empujó con fuerza, obligándola a meterse hasta la garganta un buen pedazo de rabo. Gloria aguantaba como podía, dando arcadas, con las lágrimas resbalándole por las mejillas, medio asfixiada por el volumen del chorizo que acababa de tragar.
  • Y tú – dijo el Amo volviéndose hacia mí – ¡Mastúrbame!
–         Yo reaccioné con rapidez, con el corazón latiéndome ante mi primera orden como aprendiz de esclava. Ni corta ni perezosa me aproximé al lujurioso trío y extraje el enhiesto pene del Amo de su encierro, comenzando a menearlo lo mejor que supe. Yoshi, tenía los ojos en blanco, disfrutando a tope de la mamada, mucho más intensa y profunda que las que estaba acostumbrado a recibir y el Amo también disfrutaba con mi tratamiento, lo que me llenaba de felicidad.
Me sentí increíblemente excitada. Sin casi darme cuenta, apreté mis muslos bajo la mesa del café y los froté uno contra el otro, tratando de calmar mi ardor.
–         El Amo empujaba y tiraba del pelo de Gloria, obligándola a hundir en su garganta la polla de mi hermano una y otra vez. El pobre Yoshi-chan, bajo aquel tratamiento, no pudo aguantar más y se corrió como una bestia. La infeliz Gloria recibió aquel tremendo lechazo directamente en lo más profundo de su boca y, sin poder evitarlo, forcejeó tratando de escapar de la presa del Amo, simplemente afanándose por respirar. El Amo, a punto de correrse también, la dejó libre, con lo que la chica logró sacarse el enorme trozo de entre los labios y, boqueando, llevó de nuevo el aire a sus pulmones. Jadeando, la desgraciada muchacha expulsó gruesos pegotes de semen directamente al suelo, mientras daba arcadas de forma incontrolada.
–         Seguro que eso no le gustó a Jesús – dije.
–         Desde luego que no. El Amo con un  simple gesto me indicó que apuntara su polla contra la medio asfixiada chica y se corrió abundantemente. Yo, comprendiendo sus deseos, apunté para que los lechazos impregnaran bien su piel, concentrándome sobre todo en su rostro y sus tetas, donde se agitaba orgulloso el brillante piercing.
–         Menudo bukkake – dije.
–         Mi hermano, resoplando, se había dejado caer en el sillón, contemplando excitado a la hermosa chica embadurnada de semen. Su mirada me hizo comprender que daría cualquier cosa por poseerla, cuestión de la que tomé debida nota.
–         Ay, ay, ay… – dije imaginándome lo que pasaría después.
–         Pero, como has dicho, Jesús estaba enfadado.
  • ¿Pero qué has hecho, puta’ ¡TE DIJE QUE TE LO TRAGARAS TODO!  Si no me obedeces, me dejas en mal lugar delante de mi amigo. Y lo que es peor, la nueva aprendiz pensará que no es necesario obedecerme en todo, pues saltarse alguna orden no trae consecuencias. ¡Y ESO NO LO VOY A PERMITIR!
  • Perdón, Amo – sollozó Gloria – No he podido con tanta…
  • ¡QUE TE CALLES! – aulló Jesús-sama asustándome un poco.
  • Jesús, tío – intervino mi hermano – No pasa nada. He comprobado que tus chicas obedecen hasta la más pequeña de tus órdenes. No pasa nada si la pobre no ha podido con todo mi semen. Te juro que ha sido la mejor mamada de mi vida. Es la primera vez que una mujer logra meterse un trozo tan grande en la boca. Normalmente se limitan a pajearme y a chuparme la punta, pero ella ha estado magnífica.
  • ¿Has oído, putilla? ¡Da gracias a que mi amigo ha intercedido en tu favor! ¡Porque estaba dispuesto a arrancarte ese maldito corazón y a mandarte a tu puta casa!
  • Gra… gracias, señor Yoshi – acertó a balbucear la joven.
  • ¡Bien! Me gusta que seas agradecida. Pero no te creas que te vas a librar de un castigo.
–         El alma se le calló a los pies a la pobre niña. Hiciera lo que hiciera, sólo conseguía empeorarlo todo.
  • Por favor, Amo, no me castigue más… le prometo que no le enfadaré nunca más, haré todo lo que me pida…
  • No sigas, Gloria, que me enfadaré más. Me has dejado en ridículo delante de mi amigo y de Kimiko y eso no lo voy a consentir. Es necesario que comprendan que eres mía y que cumplirás con todo lo que yo te ordene. Por eso quiero que hagas una demostración de obediencia.
  • ¡Claro, Amo! ¡Lo que digas! – exclamó ella viendo la luz al final del túnel.
  • La pequeña Kimiko tiene un restaurante de sushi – continuó Jesús-sama – Pues bien, durante las dos próximas semanas, todos los días, al salir de clase, te presentarás en ese restaurante y trabajarás para Kimiko. La obedecerás absolutamente en todo, sea lo que sea lo que te pida. Y si ella me cuenta de que la has desobedecido en algo, no te molestes en volver a buscarme.
  • ¡Sí, Amo, lo que tú digas! – dijo ella, aunque pude captar cómo me dirigía una disimulada mirada de odio.
  • Durante esas dos semanas estarás a prueba y no te acercarás a mí para nada. No follarás con nadie ni te masturbarás, a no ser que Kimiko te ordene otra cosa. Si cumples el castigo, te perdonaré y todo estará bien entre nosotros, pero si no… ya puedes olvidarte de mí.
  • Amo, por favor… no me aleje de usted.
  • No lo hago yo… – respondió Jesús-sama impertérrito – Lo has hecho tú misma…

–         Tras decir esto. Me agarró de la mano y me sacó del local de mi hermano. Me llevó a su piso, donde me presentó a Esther. Después nos metimos en el cuarto, sacó unas cuerdas del armario y me pasé el resto de la tarde aullando de placer

 

.

–         Lo conseguiste – concluí.
–         Sí. Lo conseguí.
–         ¿Y Gloria?
–         Mi hermano me contó que la ayudó a lavarse y a vestirse. Después la llevó a su casa, entregándole una de las tarjetas del restaurante, para que supiera donde presentarse al día siguiente. Me dijo que se la veía muy triste y abatida.
–         No me extraña.
–         Es cierto. Pero, si he de ser sincera, a mí no me importó mucho, pues mi vida estaba demasiado llena del Amo en ese momento. No podía pensar en otra cosa.
–         Pero hay algo que me extraña – intervine – Cada una de vosotras me habla de un Jesús distinto. No sé, no imaginaba que pudiera ser tan… despiadado.
–         Y es que hoy por hoy no es así – dijo Kimiko – Verás, después averigüé que por esas fechas había tenido un montón de problemas con sus tres esclavas. Esther, al parecer, no encajaba bien con Gloria y habían tenido más de una pelea. Además, tampoco congeniaba mucho con Rocío, creo que a causa de su pasado, por lo que la martirizaba y le hacía la vida imposible. Gloria, creo que compadeciéndose un poco de Rocío, la defendía, enfrentándose abiertamente con Esther, por lo que las peleas entre ellas eran habituales y Jesús-sama se pasaba el día castigándolas, empezando a estar un poco harto de ellas.
–         No me extraña que Gloria se compadeciera de Rocío. Participó en su iniciación y fue bastante dura.
–         Sí que lo fue, conozco la historia. El Amo llegó incluso a decirme que había considerado la posibilidad de expulsar a Gloria del grupo y a no hacerla esclava, porque claro, Esther es su madrastra y no podía echarla a ella, así que Gloria era el eslabón más débil. Estaba cansado de problemas.
–         ¿Y qué esperaba? Si mantener una relación convencional ya es un cúmulo de problemas. Imagínate cómo será mantener una relación como la nuestra con tres mujeres a la vez.
–         Imagínate como será tenerla con siete – dijo Kimiko mirándome por encima del borde de su vaso.
–         Y entonces instauró lo de los rangos… – concluí.
–         Casi. Aún faltaba un incidente más – dijo ella.
–         Lo de Gloria con Yoshi.
–         Precisamente.
Aunque ya me sentía suficientemente achispada, tenía la boca seca así que pedí otra ronda más.
–         Las dos semanas de Gloria en mi restaurante fueron larguísimas. Al principio me mostré un poco dubitativa, pidiéndole cosa sencillas, que ayudara con las mesas, que recibiera a los clientes… cosas así. Pero el Amo no se mostraba satisfecho con eso y me empujaba a exigirle más, para comprobar los límites de su sumisión.
–         ¿Y cómo se enteraba?
–         Nos veíamos casi todos los días, para “practicar” ya sabes y me pedía informes. Y si no nos veíamos, me llamaba por teléfono.
–         Así que empezaste a pedirle más a Gloria.
–         Exacto. Todas las tareas desagradables iban para ella, limpiar los retretes (qué guarros sois los españoles por cierto), sacar la basura, fregar las ollas… Y ella lo hacía todo sin rechistar, aunque nunca logré borrar de su cara el desafío y el desprecio, lo que me irritaba profundamente.
–         ¿Y tu hermano? – pregunté sabiendo por donde iban los tiros de la historia.
–         Estaba todo el tiempo en el restaurante. Ni siquiera en los periodos en que estuvo echándome una mano con el local pasó allí tanto rato. Estaba fascinado con Gloria y deseando sin duda llevársela a la cama, lo que me ponía todavía más celosa y enfadada con ella.
–         Ya veo.
–         Cuando llegó el último día de obediencia de Gloria, ella llegó al local con una sonrisa de oreja a oreja, pavoneándose orgullosa por haber logrado quedar encima de mí. Y yo decidí borrar esa sonrisa.
–         Ya sé cómo lo hiciste.
–         Precisamente. En los dos o tres últimos días había estado sugestionando a mi hermano, incitándole a que se lo montara con ella, hablándole de lo buena que estaba y de lo mucho que había disfrutado cuando se lo chupó. Fue muy sencillo entonarle. Como acercar una cerilla a un bidón de gasolina.
–         Ya lo supongo.
–         Esa tarde, después del servicio de medio día, envié a mis empleados a casa con la tarde libre, cerrando el local al público. Cuando Gloria se dio cuenta, intuyó que algo iba a pasar y por primera vez vi miedo en su mirada. Me gustó mucho.
–         Eres diabólica – siseé fascinada.
–         Es verdad. Cuando todos se hubieron marchado, la llamé a mi despacho. Cuando entró, se encontró conmigo sentada a mi mesa, sonriendo. Mi hermano, por su parte, la esperaba sentado en el sofá, completamente desnudo y con el mástil apuntando al techo. Gloria inmediatamente supo lo que iba a pasarle y se asustó mucho.
  • No – dijo con voz temblorosa – Cualquier cosa menos eso.
  • No hay problema – dije con firmeza – Márchate.
–         Mientras le decía eso cogí mi móvil, que estaba sobre la mesa y me puse a buscar el número del Amo.
  • ¡No lo hagas! Por favor – me suplicó una vez más.
  • Gloria, esta es la última orden que te doy. Cúmplela y tu castigo habrá terminado. O no lo hagas y tendrás que despedirte del Amo para siempre. Tú eliges.
  • Por favor, no lo digas – imploró.
  • Fóllate a mi hermano – sentencié.
–         Resignada, Gloria aún tardó unos instantes en claudicar. Finalmente, su orgullo venció y no queriendo ser vencida por mí, decidió obedecer hasta el final. Lentamente, se desnudó por completo, sin vergüenza, como demostrándome que nada de lo que yo hiciera podría apartarla del Amo. He de reconocer que admiré su valor, porque el simple hecho de mirar la formidable barra de carne que la esperaba bastaba para estremecerse.
–         Y se acostó con él.
–         Digo que sí. Yoshi se tumbó boca arriba en el sofá y ella se arrodilló junto a él. Supongo que con la intención de lubricar aquello un poco, Gloria la chupó y lamió por todas partes, ensalivándola a conciencia. Mi hermano gemía y jadeaba, disfrutando como un loco, cada vez más cachondo y deseoso de follarla.
–         No me extraña.
–         Por fin, Gloria dejo de lamer y se incorporó, decidida a acabar con aquello cuanto antes mejor. Como pudo, se situó a horcajadas sobre mi hermano y, lentamente, fue empalándose en su verga. A medida que aquella cosa la penetraba, la expresión de la muchacha iba cambiando, poniendo una cara de asombro que resultaba casi cómica.
–         Sí, un hartón de reír sin duda – dije para mí.
–         Con un buen trozo incrustado en la vagina, pero aún con un gran pedazo fuera, Gloria comenzó a cabalgar sobre mi hermano, apoyando sus manos en el pecho de él para impedir quedar ensartada por completo. Obviamente, intentaba deslizar la verga en su interior con mucho cuidado, moviéndose muy despacio.
–         Normal.
–         Yoshi-chan, muy excitado, llevó sus manos a los pechos de la chica y empezó a acariciarlos dulcemente. Ella agradeció el gesto con una sonrisa, pero siguió muy concentrada en moverse despacito sobre la verga. Cada vez que bajaba sobre ella, un rictus de dolor se dibujaba en su cara, pero hay que reconocer que, hasta ese momento, la chica se defendía bastante bien.
–         ¿Y qué pasó?
–         El problema fue que mi hermano, excitado hasta el límite, quería más, así que empezó a subir a su vez su pelvis, de forma que, cuando ella bajaba, se metía una porción cada vez mayor de rabo. Y claro, aquello le hacía daño.
  • No, no, por favor – suplicaba la chica – Déjame a mí.
–         Pero Yoshi estaba empezando a perder el control y no aguantó mucho rato.
–         ¿Qué hizo?
–         De repente, Yoshi se incorporó y abrazó a Gloria, pegando la cara a sus pechos, chupándolos y lamiéndolos. Ella intentaba no romper el ritmo, seguir metiéndose aquella cosota lentamente, manteniendo el control. Pero onii-chan quería otra cosa.
–         ¿Y?
–         Cuando quise darme cuenta, onii-chan se puso en pie, llevando a Gloria empalada en su hombría. Era incluso gracioso ver cómo se mantenía en pie con una chica empotrada en su entrepierna, mientras ella se aferraba como podía a su cuello para evitar clavarse hasta el fondo.
–         Madre mía.
–         Con un gesto brusco, Yoshi-chan la tumbó en el sofá boca arriba, con él encima y esta vez fue él quien se encargó de marcar el ritmo de la follada.
–         Pobrecilla. Cómo la dejaría.
–         Ni te lo imaginas. Ya completamente fuera de control, Yoshi-chan empezó a bombearla con fuerza. Tras cada empellón, podía ver cómo su polla penetraba cada vez más profundamente, Gloria, con la boca desencajada, aullaba de dolor y placer. Parecía decir algo, pero no se le entendía absolutamente nada.
  • ¡¡UUUAAAAAAHAHHAAAAA! ¡MI COLMPO!¡DIOOOSSSSS! ¡NOOOOO!
  • ¡Sí, guarra, sí! ¡Tómala toda! – aullaba mi hermano mientras seguía insultándola, alternando el castellano con el japonés.
–         Ahora sí que estaba preocupada. Yo sabía (porque él me lo había dicho) que eran muy pocas las mujeres que eran capaces de recibir todo su trozo en su interior y que, además, tenía que follarse a esas pocas elegidas muy lentamente. Sin embargo, con Gloria mi hermano perdió completamente el control y se la folló a lo bestia. Por fortuna, no tardó mucho en correrse, con lo que pronto se la sacó y se pajeó la monstruosa verga hasta dejar el desmadejado cuerpo de Gloria pringado de semen.
–         ¿Y Gloria?
–         Inconsciente. Se desmayó al poco de ser penetrada. No se movía en absoluto, parecía muerta.
–         ¡No me jodas!
–         Yoshi, que parecía haber recuperado la razón, se preocupó por ella y trató de despertarla, pero no consiguió nada. Bastante asustados, intentamos reanimarla, pero Gloria seguía desmayada en el sofá.
–         Por Dios.
–         Como no despertaba, nos asustamos y llamamos a nuestro primo Eichi, que es médico y acupuntor. Mientras éste venía al restaurante, aprovechamos para asear un poco el cuerpo de Gloria. Vi entonces que sangraba un poco por la vagina, lo que me asustó muchísimo.
–         ¡Por Dios! – repetí.

–         Mi primo la reconoció y logró que recuperara el sentido. La llevamos a su clínica y la ingresamos allí. Mi primo y un compañero la reconocieron, diagnosticando un agotamiento extremo y desgarros vaginales de diversa consideración. Por fortuna, no era nada tan grave como parecía, pero aún así, Gloria se pasó un par de días ingresada.

–         ¿Y qué dijo Jesús? – pregunté.
–         No sabes el miedo que pasé cuando se lo dije. En mi mente sólo estaba la imagen del culo de Gloria enrojecido por los azotes. Sin embargo, el Amo no me hizo nada.
–         ¿Nada?
  • Si es eso lo que le has ordenado, ha hecho lo correcto obedeciéndote – me dijo – Yo no te marqué límites a lo que podías pedirle. Eso sí, mañana es posible que seas tú la que tenga que obedecer a Gloria, así que atente a las consecuencias.
–         Esa noche me hinché de llorar en mi cama. La que había perdido el control había sido yo y no Yoshi. Me sentí muy mal. Quería visitar a Gloria en el hospital, pero no me atrevía, pues sabía que ella no querría verme.
–         No es de extrañar – dije.
–         Pero al día siguiente recibí una llamada de Jesús, ordenándome acudir a la habitación de Gloria en la clínica. Muy asustada, obedecí, encontrándome con que nos había reunido allí a todas.
–         ¿Para qué?
–         Ese día instauró el sistema de rangos. Nos dijo que había estado meditándolo y que le parecía la solución para los problemas entre nosotras. Estaba harto de discusiones, peleas y puñaladas traperas. A partir de ese momento, todas tendríamos que pensarnos mucho qué le hacíamos a las otras, pues era muy posible que, al cambiar los rangos, las víctimas se convirtieran en agresoras, así que, lo que más nos convenía, era llevarnos bien. Y esa es mi historia.
Me quedé callada unos minutos, jugando con la sombrillita de mi cocktail, tratando de digerir la increíble crónica que acababa de escuchar. Por fin, me armé de valor y le hablé a Kimiko.
–         No te ofendas, Kimiko. Pero, tras escucharte, he de concluir que la culpa de la enemistad con Gloria es completamente tuya.
–         Nunca dije lo contrario – dijo ella sencillamente – Me descontrolé por completo y me pasé muchísimo de la raya.
–         ¿Y ella no se vengó?
–         Claro que lo hizo. Aunque he de reconocer que nunca me ha hecho nada tan grave como lo de Yoshi. Y no por falta de ganas…
–         ¿Cómo es eso? – pregunté.
–         Verás, Gloria tiene el defecto de que no sabe mantener la boca cerrada y eso molesta mucho al Amo. Por eso su rango es el que fluctúa más a menudo. Es capaz de obedecer las órdenes más peregrinas de Jesús-sama sin vacilar, con lo que sube muchos puestos, pero luego lo estropea hablando en el momento menos apropiado. Por eso no me hace putadas muy gordas, porque yo podría vengarme.
–         Extraño status quo – dije.
–         Sí, así es. Pero funciona. Los enfrentamientos entre nosotras acabaron aquella tarde en la clínica. Ha habido tiranteces, claro, pero ahora todo va mucho mejor. Y por supuesto, también ayudó la llegada de Natalia y Yolanda, que son un encanto. Y tú también caes simpática a todas…
Seguimos charlando un buen rato, siendo incapaz de decidir si aquella japonesita me caía bien o mal. Me parecía increíble que hubiera tratado así a Gloria sin conocerla apenas, pero no tenía más remedio que preguntarme si yo habría hecho algo distinto de haber estado en su lugar. Si hubiera disputado con otra chica por la atención de Jesús… quizás no.
–         Bueno – dijo entonces Kimiko – Ahora que ya nos conocemos un poco mejor voy a ser directa. ¿Para qué me has citado esta tarde?
–         Quería hacerte algunas preguntas, aunque ya me has contestado a algunas de ellas.
–         Ah, ¿si? ¿A cuales?
–         Quería que me hablaras de Yoshi. Mañana voy a acudir con el Amo a que me haga el tatuaje.
–         Y estás inquieta por si Jesús-sama decide pagar los servicios de Yoshi-chan en especie ¿verdad? – dijo ella adivinando con exactitud mis inquietudes.
–         Exacto. Y la verdad es que tu relato no ha contribuido a tranquilizarme precisamente.
–         No tienes por qué preocuparte – me dijo – Simplemente obedece al Amo en todo lo que te diga, no le enfades y no pasará absolutamente nada. Además, aunque le enfades, te aseguro que no te ordenará que te acuestes con mi hermano. Ese castigo fue idea mía.
–         ¡Ah, vale! – respondí un poco más serena.
–         ¿Y nada más?
–         Bueno… también quería preguntarte sobre la fiesta de cumpleaños.
–         Si es por el regalo… No te sientas obligada a contribuir. Puedes comprarle cualquier cosa. Lo que el Amo quiere de nosotras no son regalos precisamente.
–         No, no es eso. Esta tarde he ingresado 2000€ para contribuir. Es sólo que me siento… como si no fuera bastante. Me parece un poco impersonal. Y me preguntaba si alguna de vosotras pensaba en hacer algo más por él. Siento que soy la última en llegar y que tengo que hacer más que las otras para estar a vuestra altura…
Kimiko me contempló en silencio unos instantes, calibrando mis palabras.
–         Me dices que quieres hacerle un regalo especial al Amo…
–         Exacto. Vosotras le conocéis mejor. ¿Qué le gustaría?
–         Mira, hay algo que me encantaría ofrecerle al Amo, pero no puedo, pues en la fiesta sólo podemos estar nosotras y el Amo y yo he de encargarme de preparar la cena y servirla, pero, si tú estás dispuesta…
–         Dime, dime – dije muy interesada.
–         ¿Has escuchado el término nyotaimori?
–         En mi vida.
–         Pues escucha esto, que podría interesarte.
Y me interesó…
Continuará.
                                                                                                       TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:

Ernestalibos@hotmail.com

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