Diario de George Geldof – 5

Con buen viento y mar tranquila, a mis casi 16 años, partimos Stephen, su mujer Janice y su hija Hannah, de 18 años.

Durante el viaje, hablamos mucho. Eran una familia muy amigable y cariñosa. Nada más conocerlos, Janice me indicó que debería llamarla Janice, a su hija Hannah y que al mayor, todos le llamaban Mayor, incluso la familia. El era un hombre rígido y disciplinado. El clásico ejemplo de militar.

Normalmente, ellas y yo hablábamos en cubierta de múltiples cosas y el Mayor se entretenía con el capitán del barco. (Creo que después de este viaje se dedicó a otra cosa). Hubo alguna vez, que, en las conversaciones que manteníamos, Janice soltó la clásica pregunta:

-¿Y qué, dejas alguna novia en Inglaterra?

Yo pensé en Desireé, y dudé, pero al fin la mande a la mierda mentalmente y respondí.

-No, Janice, no dejo a nadie.

-No pareces muy convencido. Quizá te enamores de Hannah y no eches de menos a nadie allí. ¿Te parece bonita Hannah?

-Claro que si, mucho, al igual que tú. El Mayor tiene mucha suerte al tener dos mujeres tan hermosas como vosotras.

-El Mayor no sabe lo que tiene. –Dijo como protesta, y cambió la conversación.

Cuando llegamos a la India, todavía nos esperaba un largo viaje en carreta y caballos hasta el fuerte, pero aguantamos todo, calor, bichos, mala comida, salidas rápidas tras las matas del camino para evacuar lo que nuestras tripas no podían mantener sujeto. Etc.

Una vez instalados, disponíamos de una gran casa junto al fuerte, con criados, por supuesto, y casi tantas habitaciones como en casa de mis padres.

Yo empecé como soldado en uno de los batallones, donde puse todo mi interés. La zona no era precisamente pacífica, y todos los días había escaramuzas con los ladrones, rebeldes propios y rebeldes vecinos. Mi manejo de las armas, mi prudencia y mis ideas, me llevaron a ser pronto teniente de lanceros. El teniente más joven de la India. Pero antes…

En la casa vivía una mujer hindú, de unos veinticinco años, llamada Akuti que estuvo casada desde los doce años, con un hombre que había fallecido. En la zona se practicaba el rito Sari que consistía en que la esposa era arrojada al fuego de la pira del marido, la familia lo intentó pero ella se negó, huyó y fue rescatada por el antiguo Mayor, que la llevó a su casa y la tuvo de criada. Nunca había querido a ese hombre, parece ser que muy mayor ya cuando se casaron y no estaba dispuesta a perder una vida que no había vivido.

No podía salir de la casa, porque si la encontraba por la calle algún pariente fuera de su familia o de la de su marido, la matarían. Lo único que había sacado de ese matrimonio era que su marido le había permitido aprender, e incluso le había enseñado algunas cosas él mismo, tal que así, además de una gran cultura, hablaba varios idiomas y algunos dialectos del país.

Cuando me contaron la historia, le pedí que me enseñase la lengua del país, y los dialectos de los habitantes de la zona que defendíamos. Accedió gustosa y dos días a la semana nos reuníamos en mi habitación durante una hora para enseñarme el idioma y costumbres.

Cuando no tenía servicio ni tenía que estar en el cuartel, permanecía en la vivienda, ya que nunca me había gustado beber, y allí era lo único que se podía hacer. Eso o ir de vista al mercado. Cosa que me pedían Janice y Hannah frecuentemente para que las acompañase y protegiese. El Mayor lo veía bien, porque así le podía informar si alguien se les acercaba, ya que, según me enteré, había pedido el traslado a la india porque su mujer había tenido o querido tener un lío con alguien, por lo que decidió poner tierra de por medio.

El Mayor acostumbraba a darme dinero y me decía:

-Toma, que tú sueldo es bajo. Lleva a mi mujer y a mi hija de compras y cómprate algo tú también. Cuando volváis, me cuentas lo que habéis hecho y con quien habéis estado. –Con eso se ganaba tener un informador para evitar los posibles engaños de su mujer.

Uno de los días de mercado, pasamos ante un puesto donde un ermitaño o algo así, esquelético a más no poder, permanecía con las piernas separadas y entre ellas una enorme piedra colgada de su polla, cuya punta estaba por debajo de su rodilla. Preguntamos al acompañante que nos traducía, qué hacía ese hombre y nos dijo:

-Ser hombre santo. Venir a la ciudad por comida para seguir en su soledad, allá en la montaña. La piedra es para hacer penitencia por encontrarse fuera de su solitaria cueva.

Janice dijo:

-¡Vaya cosa que tiene! –y mirándome a mi- ¿A ti te gustaría tener algo parecido? ¿O quizá lo tienes ya?

-No, que va, qué más quisiera yo. A mi solamente me llega a media pierna.

-¡No me digas! –soltó con gran énfasis.

-Pues te digo.

-¡Eso habrá que verlo!

-Cuando quieras. –Le dije, no era del todo verdad, pero total, ya estaba curado de espanto. Si le parecía pequeña, me daba igual.

La verdad es que no tardó mucho en comprobarlo.

Cuando volvimos, el mayor me tomó por el brazo y me hizo un aparte:

-¿Qué tal muchacho? ¿Cómo ha ido el mercado?

-Muy bien mayor, parece que las señoras han disfrutado con sus compras y los regateos en los tenderetes.

-¿Y se ha encontrado con alguien conocido?

-¡Qué va, mayor, si al verme con el uniforme de soldado, no se acercaban ni los ladrones!

-Muy bien, hijo mío, y ¿qué vas ha hacer?

-Ahora, después de cenar, me daré un baño y me relajaré un buen rato, luego me iré a la cama, leeré un rato y a dormir, ya sabe, Mayor, que no me gusta beber ni salir de noche.

-Eso está muy bien, hijo, yo me iré al club de oficiales y cenaré allí. Vendré un poco tarde. Y si no te importa, te dejo al cargo de la casa.

-Gracias Mayor, lo acepto gustoso. No creo que se produzcan incidencias, pero si hay alguna, le avisaré.

-Te dejo entonces que tomes tu baño. Hasta mañana, que yo volveré tarde seguramente.

Dejé de preocuparme por ello, fui a mi dormitorio, me desnudé, tomé un albornoz y me fui al baño. Éste era una habitación en la que había una piscina de unos cinco metros de larga por unos dos de ancha, con distintos niveles de profundidad, que se oscilaban entre el metro y los diez centímetros de altura de agua. Me metí en el agua tan refrescante y me dispuse a realizar una de las tareas que me resultaban más gratificantes desde que había salido de Inglaterra.

En ello estaba, con mi polla en totalmente erecta y a reventar por no haberla podido calmar durante el día, recorriéndola con mi mano con distintos cambios de ritmo, cuando se abrió la puerta, que estaba a mi espalda y apareció Janice que vino directa hacia mí.

Cuando me di cuenta, la tenía a mí lado diciendo:

-¡Madre mía! ¡Tenías razón! ¡Vaya aparato que gastas para la edad que tienes!

-Si, ya lo se, es demasiado pequeño. Ya me lo han dicho varias veces.

-¿Pequeño eso? ¡Pues con el que lo has comparado tiene que ser monstruoso! ¡Tendrás que presentármelo! ¡Jamás había visto algo tan grande y gordo!

Yo me quedé totalmente desorientado. Siempre había pensado que la tenía pequeña, desde que, de niño, la comparaba con la de mi padre y hermano. Nunca pensé que crecería a la vez que yo. No obstante, enseguida me olvidé del tema, al fin y al cabo, nunca había tenido problemas por ello y lo único que me molestaba es que me dijesen que era pequeña porque me parecía más infantil.

-¿Me dejas probarla?

-¡Tu misma, sírvete al tu gusto!

Se quitó el saris, vestimenta que había adoptado desde que llegó allí por su comodidad, ya que simplemente es una tela que rodea el cuerpo y cae por el hombro, quedando totalmente desnuda.

Pude observarla mientras entraba en el agua. Se conservaba bien a sus treinta y cinco, treinta y seis años. Tetas grandes todavía bastante altas, coño peludo y negro, culo respingón con algunos gramos de más, buenas y largas piernas, un poco de tripa que en nada la afeaba. En fin, una mujer muy apetitosa.

Se arrodilló a mi lado, en el agua y tomó mi polla que sobresalía porque estábamos en la parte menos profunda, comenzó a lamerla desde la base a la punta, entreteniéndose en darle rápidos lengüetazos en el borde del glande. Después de tres o cuatro recorridos, se la metió en la boca.

Sabía tragar pollas. Se la metía toda entera, presionando con la lengua, lo que la hacía parecer más estrecha. Yo ya estaba casi a punto con mis manipulaciones anteriores, así que se lo hice saber:

-Me voy a correr. Ya casi estaba apunto cuando has veniiiidoooo. –Ella había acelerado la mamada al escucharme y no me había podido contener, descargando todo en su garganta, que no fue desperdiciado.

-¡Y además muy rico!

Como siempre y sobre todo después un tiempo de abstinencia, la erección bajó muy poco. La tomó con su mano y empezó a pajearme.

Arrodillada a cuatro patas como estaba, sus tetas se encontraban colgando, con los pezones sumergidos bajo el agua. Alargué mi mano y comencé un frotamiento circular con la palma sobre la punta de sus pezones, que ya estaban duros y grandes.

Enseguida terminó de ponérseme totalmente dura y ella, sin más dilación, se levantó, puso una pierna a cada lado mío y la punta a la entrada de su coño y comenzó a bajar despacio, con paradas y pequeños empujones, mientras soltaba pequeños quejidos:

-¡AAAAAHHHHH!

-¡OOOOOHHHHH!

-¡UUUUUFFFFFFF!

Y repetía, hasta que consiguió que le entrase entera.

-¡Madre mía! ¡Me siento como de parto! ¡Creo que voy a reventar con eso dentro!

Yo disfrutaba de la presión que ejercía sobre mi polla. Se arrodilló con una pierna a cada lado y mi polla dentro, y comenzó un movimiento metiéndosela y sacándosela, pero no de abajo arriba, sino de delante atrás, con lo que mi polla rozaba su clítoris, y al doblarla me generaba una tremenda presión.

Ella debía estar también muy excitada, porque no tardó ni un minuto en anunciar su corrida:

-¡OOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHH! ¡ME CORROOOO! ¡ME ESTOY CORRIENDO COMO NUNCAAAAAAA! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Pero no se detuvo, siguió moviéndose, cambiando de ritmo y dirección, lo que me estaba volviendo loco de placer. Aún tuvo tres orgasmos más, hasta que le anuncié que estaba a punto otra vez, por lo que ella, se salió, y se la metió en la boca para recibir todo lo que tenía para darle.

Después de dejarme totalmente limpia la polla, se estiró en el agua hacia la parte más profunda, siguiéndola al momento. Nos besamos, acaricié sus pechos, chupé sus pezones, estuvimos un rato jugueteando en el agua, tocándonos por todas partes. Poco a poco volvimos a estar preparados para una nueva sesión.

La senté en el borde de la piscina, en la parte profunda, donde si me encontraba arrodillado, mi boca caía justo en su coño. La abrí bien de piernas y comencé a comérselo, poniendo todo mi mejor saber hacer.

Recorría con mi lengua su coño de arriba abajo y viceversa. Cuando empezó a gemir, le metí primero un dedo y luego dos. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y ella se tumbó en el suelo. Seguí con mi tratamiento mientras ella ya no emitía gemidos, sino auténticos gritos.

Al momento, apareció Hannah terminándose de quitar la última prenda y, colocando una rodilla a cada lado de la cabeza de su madre, apretó el coño contra su boca, con lo que los gritos de la madre, se cambiaron por los gemidos de la hija:

-¡MMMMMM! ¡Qué gusto! Llevo un rato viéndoos y ya estaba harta de masturbarme. ¡MMMMM! ¿Me dejáis participar en los juegos?

Nadie respondió, ya que cada uno estaba a lo suyo.

Al poco rato, Janice, la madre, empezó a agitar el culo, en señal de que se estaba corriendo, por lo que centré mis caricias bucales en su clítoris y aceleré mis dedos dentro.

La hija, que si que debía estar muy caliente, se corrió siguiendo los estertores de su madre y cayendo sobre ella.

Yo me retiré y ellas entraron en el agua. Nos sentamos y me preguntaron:

-¿Te ha gustado la escena?

-Por supuesto. Esas cosas siempre me encantan.

Y me contaron que en Inglaterra compartían los amantes y cuando no los tenían, se consolaban mutuamente.

-Y por qué le engañas. ¿No le quieres?

Janice comentó que el Mayor no la tenía bien atendida.

-Nuestras relaciones son un desastre. Su pene es pequeño, no me ayuda a excitarme ni practica ningún juego previo, directamente se sube encima, intenta meter su pene y se corre casi antes de hacerlo. Luego me pregunta: ¿ha estado muy bien, verdad?, yo le respondo: Si cariño. Se da media vuelta y se duerme. ¿Comprendes el porqué?

-Si claro. ¿Y lo vuestro?

-Un día encontré a Hannah con un muchacho y los coaccioné para que me incluyeran en sus actos. Aceptaron y fue una auténtica orgía. Mi hija y yo hablamos de lo mucho que nos había gustado y decidimos repetirlo siempre que pudiésemos. Como el hablar y recordarlo, nos había puesto calientes, nos dedicamos atenciones mutuamente y decidimos pedírnoslo cada vez que tuviésemos ganas. Y desde entonces …

Como se había hecho tarde y el Mayor debía estar a punto de llegar, nos fuimos cada uno a nuestra habitación. Yo me entretuve leyendo tanto mis notas sobre costumbres e idioma como libros de técnicas militares que sacaba del cuartel.


Cuando llegó el mayor, todavía estaba despierto, y al ver luz, entró en mi habitación. Iba bastante bebido, pero aún tenía la suficiente lucidez para preguntarme con voz pastosa:

-¡Buenazzz nooochees, George. Debelías estar domido ya!.

-Buenas noches Mayor, si, voy a acostarme ya, se me ha pasado el tiempo volando mientras leía.

-¿Ha venido alguien mientras yo estaba fuera?

-No, Mayor, he estado con su mujer y su hija hasta que, hace un rato, nos hemos retirado a nuestras habitaciones y no ha venido nadie.

El, satisfecho, me dio unas monedas y dijo dando media vuelta y saliendo.

-Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Al día siguiente, después de la marcha del Mayor, me fui a bañar, recibiendo la visita de la madre y de la hija, casi sin darme tiempo a sentarme.

Se ubicaron una a cada lado y empezaron a acariciar mi cuerpo, una por cada lado, lamían mis tetillas, se alternaban en sobarme la polla y las besaba alternativamente.

También yo besaba su cuello, lóbulos y bajaba hasta sus pezones, en unos juegos que nos proporcionaban risas y suspiros.

En un momento dado, con mi polla a reventar, dijo Hannah

-¿Mamá, me concedes ser la primera, ya que ayer fue toda para ti?

-Por supuesto, hija, adelante.

Y sin más, se puso a caballo sobre mí, dándome la espalda y se la fue metiendo poco a poco.

-¡UUUFFFFF! Tenías razón, mamá, te llena toda. ¡MMMMMMMM!

Empezó a moverse adelante y atrás, lo que me provocaba una fuerte fricción de su coño con mi polla, que me subía la temperatura a pasos agigantados.

Mientras tanto, su madre se puso de pie, colocó una pierna a cada lado y el coño en mi boca.

Comencé a chupar y lamer, mientras con una mano acariciaba su culo y metía mi dedo en el ano y con la otra acariciaba el coño de la hija. Después de dos orgasmos casi seguidos de la hija, se separó para ser sustituida por la madre en un intercambio de papeles.

No se oía otra cosa que gemidos y suspiros.

-¡MMMMMM! Qué gusto. ¡Cómo me llena!

-¡AAAAAAAAAAAA! Sigue, sigue. ¡Cómeme todo!

-¡… SLUP,SSLLLFFFF!

-¡MMMMM! Me corrooooo.

Cuando noté que mi orgasmo se aproximaba, anuncié:

-¡MMMMMM! Me voy a correr.

Janice en un movimiento increíble avanzó hasta sacarse la polla del coño totalmente y en un movimiento de retroceso, se la encajó en el culo, en un movimiento visto-no visto, siguiendo con sus movimientos.

No tardé mucho en correrme, llenándole el culo con una buena descarga. Aún seguimos un buen rato intercambiando entre una y otra hasta que obtuve mi segundo orgasmo y ellas habían perdido la cuenta de los que llevaban.

Cuando dimos por terminada la sesión, nos retiramos a descansar a nuestras habitaciones. Yo estuve leyendo y, como el día anterior, pasó el Mayor, que, después de algunas vueltas, hizo la pregunta:

-¿Ha estado alguien con mi mujer o mi hija?

-No Mayor, solamente he estado yo hasta que se han ido a dormir.

Me dio otra vez monedas y repitió las frases del día anterior.

-Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Unos días después, estando recibiendo mis clases de idiomas, dialectos y costumbres, notaba a Akuti, la sirvienta y profesora, como huidiza y nerviosa. Le temblaban las manos y, a veces, parecía que me iba a decir algo, pero se arrepentía.

Al final, le dije:

-¿Qué te pasa Akuti? Estás nerviosa, y como deseosa de contarme algo.

Me dijo:

-Perdona sahib, quiero decirte algo, pero no encuentro la forma. Además, podría no gustarte y enfadarte conmigo y castigarme.

-No temas Akuti, dime lo que sea, que no me voy a enfadar, y mucho menos castigarte.

-Verás sahib. Estos días he visto lo que hacías con las amas y he sentido un calor en mi cuerpo que no había sentido nunca. Me he sentido deseosa de que me hicieses a mi lo mismo para saber qué se siente y el porqué de tantos gemidos y gritos de placer.

-¿Nos has estado espiando?

-No, sahib. Las amas dejaban la puerta abierta y yo he mirado por una rendija.

-No creo sahib, no lo sé.

-Pero.. ¿Tú no eres viuda? ¿No estuviste casada?

-Si sahib, a los 13 años, mis padres me vendieron a mi marido por un cerdo y seis cabras. Mi marido era un hombre muy mayor ya, y me quería más para que le diese calor que para que actuase de esposa. Yo carecía de experiencia, nadie me explicó nada, yo no sabía qué hacer.

Hizo una pequeña pausa y siguió:

-Lo más parecido a lo que he visto, era que me obligaba a chupar su pene, flácido como un cordel y pequeño, a veces durante horas, aguantando su mal olor y sabor hasta que se dormía. Alguna vez, emitía un corto gemido y echaba en mi boca un líquido blancuzco, de mal sabor también, entonces, mi labor había acabado y podía acostarme a su lado.

Otra pausa

-Jamás se preocupó por mí. Los momentos en los que me prestaba más atención, era cuando me pegaba porque, según decía, había hecho algo mal. Cosa que nunca sabía el porqué, ya que tampoco me daba más explicaciones.

Pausa

-Cuando falleció, sentí una alegría inmensa, hubo tres días de luto y durante ellos, los familiares me obligaron a estar velándolo, alimentándome solo con agua. Cuando lo llevaron a la pira, yo pensaba que quedaría liberada, pero tras encenderla y arder un buen fuego, los familiares me cogieron con intención de echarme a la pira. Me revelé y sacando fuerzas de no se donde, conseguí soltarme y salir corriendo, perseguida por ellos, hasta que choqué con el antiguo sahib mayor, quien me protegió y trajo aquí.

– ……

-Cuando terminó, nos quedamos un momento en silencio. Ella me miraba con miedo, mientras asimilaba lo que me había contado.

-Entonces…..-dije al fin- ¿Todavía eres virgen? ¿Nadie ha penetrado en tu sexo?

-No sahib, nadie me ha tocado ahí, ni en ningún otro lado, excepto lo que hacía con mi marido.

Estábamos sentados en un banco, arrimado a una mesa. Se encontraba a mi lado. Moví mi mano hacia ella, que entendiendo mal mi gesto, se apartó un poco, pero se mantuvo en el sitio, esperando mi golpe. Yo la tomé del hombro y la atraje hacia mí, con la otra mano, acaricié su mejilla, la tomé de la barbilla y deposité un suave y casto beso en sus labios.

Seguí acariciando y besándola, avanzando cada vez más, hasta meter mi lengua en su boca y jugar con la suya, que pronto aprendió a manejar. Nos pusimos de pie, la abracé contra mi cuerpo y seguí con su nariz, sus ojos, su frente, su cara su cuello.

Tenía los ojos brillantes, cuando un criado llamó a la puerta porque me esperaban en otro sitio, ya que había pasado el tiempo habitual que dedicábamos al estudio.

-Esto es solamente el principio –le dije- cuando vuelva seguiremos lo que hemos empezado.

Desgraciadamente, la llamada era porque íbamos ha realizar una expedición de castigo a los rebeldes de más al norte, según nos informaron, y tardamos una semana en volver.

Todavía no tengo muy claro para quién era el castigo de la expedición. Salimos del fuerte más de 400 hombres y regresamos unos 350. Creo que eliminamos unos 10 insurgentes, y la mayoría de los que volvimos tuvieron que permanecer en cama más de un mes.

Los oficiales eran jóvenes que ingresaron en el ejército la mayoría directamente con ese cargo, gracias al dinero de sus familias. Procedían de los miembros más descarriados de esas familias, que los metían en el ejército para que aprendiesen disciplina.

Con estas razones, carecían de interés por conocer el espíritu militar, eran violentos y bebedores, maltrataban tanto a soldados ingleses como nativos y, generalmente, no eran apreciados por sus hombres

Los oficiales solamente querían destacar sobre los demás, con el fin de obtener méritos para ascender y acceder a otros fuertes más importantes o a la propia Inglaterra. Nos obligaban a caminatas agotadoras sin sentido. Nos llevaban por sitios que hasta el manual para tontos decía que debían ser evitados, lo que aprovechaban lo rebeldes para atacarnos. Presentábamos batalla en situaciones totalmente adversas a nosotros.

Si no hubiese sido por nuestra mayor disciplina y armamento, no habríamos vuelto ninguno.

En mi pelotón, en la primera escaramuza, caímos en una encerrona, junto al resto de nuestra compañía. En el primer momento, murió el cabo que nos dirigía. Al no haber nadie dispuesto a hacerse cargo, opté por ser yo quien lo hiciese, organizando a los hombres y a los de otros dos pelotones que estábamos juntos, para realizar un ataque, ocultándonos en el terreno, sobre el enemigo, en el que, siguiendo mis instrucciones, caímos gritando como posesos y disparando a todo lo que se movía. No hubo buena puntería, pero los insurrectos que tenían bloqueada a la compañía, pensando que los atacantes éramos más, salieron huyendo a toda marcha.

Fui felicitado por mis superiores y, ante la escasez de mandos, y personal preparado, y habiendo demostrado mis dotes de mando y organización, así como mi rápida respuesta ante el peligro, fui nombrado sargento de la primera compañía.

Uno de los días en el que la compañía acampó para reponerse, recibí la orden de elegir a seis hombres e incorporarme a una patrulla junto a otros doce, dos cabos y un teniente, con la misión de recorrer la zona buscando rebeldes y proteger e informar a la compañía.

En nuestro patrullar, entramos en un poblado de chozas, habitado por viejos, mujeres y niños. Era ya las últimas horas de la tarde y nuestro teniente decidió pasar la noche allí para estar más o menos cubiertos.

A mi me pareció sospechoso que no hubiese hombres y mujeres jóvenes, que, entre otras cosas, pudiesen ser las madres de los niños, y así se lo hice saber al teniente, el cual se rió de mis temores diciendo que habrían huido al vernos.

Por la noche, no me costó convencer al teniente de que mis hombres hiciesen la primera guardia, por lo que los mandé camuflarse alrededor del poblado y que no hiciesen el menor ruido, haciéndoles partícipes de mis temores. Las órdenes eran no hacer nada si veían acercarse a alguien mientras no viesen intención de atacar o disparar. Si intentaban entrar en el poblado, que los dejasen pasar y comenzasen a disparar para pillarlos entre dos fuegos y si solamente quedaban a la espera, no hiciesen nada hasta que yo disparase.

Yo elegí un árbol cuyas ramas me proporcionaban un cierto acomodo, teniendo a mi derecha el poblado y a mi izquierda la selva.

Así pude observar cómo el teniente tomaba a una de las mujeres más jóvenes de entre las que había y se metía en una de las chozas. Tras esto, el resto de los hombres prepararon su fiesta.

Colocaron a las cinco mujeres más viejas y desdentadas, desnudas y arrodilladas, en un círculo mirando hacia fuera. Amontonaron paja y hierba seca de los animales junto al círculo y tumbaron sobre ella a las otras cuatro mujeres previamente desnudadas.

Se desnudaron todos y comenzaron su juego. Sortearon un orden entre ellos y los cabos y los dos primeros se pusieron a follar a las mujeres más jóvenes, mientras los otros se colocaban delante de las viejas y les iban follando la boca. El resto hacía fila esperando.

El último, a ritmo de paso marcial, decía:

-Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, ¡Cambio!

Y todos se movían una posición para follarle la boca a la siguiente.

Cuando alguno se corría, salía del círculo y se colocaba en la fila. Cuando los que se follaban a las más jóvenes se corría, también volvía a la fila, mientras que el siguiente del círculo pasaba a follarla y uno de la fila ocupaba su lugar.

Así estuvieron mucho rato, porque conforme se iban corriendo, aguantaban más en la siguiente ronda.

En esto estaban, cuando escuché ligeros ruidos y vi desde mi posición, cómo se acercaban los rebeldes ocultos por la maleza.

Debían de haber rodeado el poblado y no debían de ser muchos, porque quedaron ocultos esperando, probablemente a que los hombres se durmiesen.

Empecé a pensar que podían ser un peligro para todos y que, si lanzaban un ataque rápido sobre los compañeros, tenían todas las de ganar, por lo que, a la luz de la luna llena, localicé a los que estaban a mi alcance, que eran tres e hice tres rápidos disparos que acabaron con sus vidas.

Al momento, se oyó una descarga cerrada de mis hombres, como puestos de acuerdo para disparar, seguida de disparos sueltos, indicando que habían localizado más rebeldes.

Los del poblado, tomaron las armas que habían dejado junto a sus uniformes en el suelo y desnudos como estaban corrieron a protegerse donde pudieron.

Al mismo tiempo, los rebeldes, que habían quedado sorprendidos, reaccionaron al grito de su jefe y entraron en el poblado disparando y vociferando. Por suerte, los habíamos mermado lo suficiente para que, cogidos entre los vigilantes y los folladores, fuesen barridos en un momento.

Cuando el teniente salió de la choza, ya había terminado todo. Hubo que convencerle que perseguir a los tres o cuatro que habían escapado por la selva era un suicidio de los que fuesen a perseguirlos porque los conocedores del terreno eran ellos y un hombre bien escondido podía cargarse a toda una compañía.

Ya nadie durmió esa noche ni se reanudó la fiesta, entre otras cosas porque dos de las viejas y una de las jóvenes habían muerto por el fuego cruzado y porque ya nadie tenía ganas de divertirse pensando en lo cerca que habían estado de la muerte.

Al día siguiente nos reunimos con el resto de la compañía, nuestro oficial dio su informe y los soldados comentaron lo ocurrido, corriendo la historia por todo el campamento y llegando a oidos del comandante en jefe, al que la versión que había dado el teniente era muy distinta, atribuyéndose todo el mérito.

Fui llamado ante él para que le informase de lo sucedido, tomó sus notas y me despidió.

Durante los días siguientes, fuimos cayendo en las emboscadas más tontas, algunas de libro, muriendo muchos hombres de las otras compañías. De la nuestra no murió nadie más, porque el teniente bajo cuyo mando estaba yo, que era un compendio de tonto, vago e inútil confió en mis consejos y buscábamos la forma de causar los mayores daños con el menor esfuerzo en materiales y hombres. Éstos, al ver la nueva forma de actuar, empezaron a confiar plenamente en mí y obedecían las órdenes con prontitud y efectividad.

Todo eso hizo que al volver, la primera compañía fuese nombrada y premiada con honores, lo que empezó a crear resquemores entre las demás compañías y oficiales.

Después de 7 largos días volví a la casa, en el día y hora de mi clase, encontrando, al entrar en mi habitación, a Akuti sentada en su sitio habitual del banco, de espaldas a mi, sin volverse al entrar yo.

Cuando me acerqué, temblaba. Besé su cuello, levanté su pelo y besé su nuca, acaricié sus mejillas desde detrás y comprobé que lloraba. Le dije

-Akuti, no sabes cuanto te he echado de menos. Quiero seguir con lo que dejamos pendiente al marcharme. ¿Todavía lo deseas?

Ella asintió con la cabeza. Tomé su mano y le dije:

-Necesito tomar un baño. ¿Me acompañas?

Se puso en pie y salimos hacia el baño. Por el camino nos cruzamos con el Mayor, el cual me felicitó y me invitó a celebrarlo con él en el club de oficiales. Rehusé alegando que tenía otros planes, el, viendo que llevaba a Akuti de la mano y los albornoces, sonrió y dijo:

-Disfrutad, que os lo habéis ganado.

Una vez en la piscina, nos desnudamos mutuamente entre besos y caricias y nos metimos en el agua. Ella fue lavando mi cuerpo y yo seguí acariciando el suyo, cuando no podía aguantar más mi erección, la senté en el borde de la piscina y le estuve comiendo el coño despacio. Mi intención era lubricarla y excitarla lo suficiente para que no le molestase mi entrada y la pérdida de su virginidad.

Después de llevarla un par de veces al borde del orgasmo y cuando tenía próxima la tercera, me levanté y puse mi polla a la entrada de su coño, punteando y sacando mientras rozaba con la punta su clítoris, para volver a bajar y meter un poco más.

-¡AAAAAAAAAHHHHHH! Cómo me gusta. Jamás había sentido esto. Métemela toda ya, quiero sentirla dentro.- decía ella

-Espera, aún falta un poco, disfruta de esto. ¿Te gusta mucho?

-¡SSSIIIIIIIII!.

-¿Quieres que siga?

-¡SSIIIIIIII! No pares.

-¿Sientes como te entra?

-¡OOOOOHHHHH! ¡SSSIIIIIIII! Métela ya.

Con estas y otras frases, fui metiéndola, hasta que encontré una mayor resistencia al alcanzar el himen. Detuve el avance y metí mi mano entre nuestros cuerpos para alcanzar su clítoris, y empecé a acariciarlo, al tiempo, empecé a entrar y salir, recorriendo el territorio conquistado.

Cuando sentí que se iba a correr, empuje hasta dentro, acelerando el masaje del clítoris, lo que la hizo estallar en un tremendo orgasmo, que empezó abrazándome y terminó sujetándola yo entre caricias y besos.

Cuando se repuso me dijo:

-¡Gracias sahib, no sabía que podía ser tan hermoso!

-De nada Akuti, te lo merecías después de lo que has pasado.

-Ahora debo ser yo la que te de placer a ti. Te lo daré con mi boca, porque se que te gusta.

-No Akuti, se que no te gusta por tu mala experiencia.

-Pero las amas te lo hacían y no parecía disgustarles.

-Prueba entonces, y si no te gusta, te retiras.

Ahora fui yo quien se sentó en el borde y ella la que se metió entre mis piernas para empezar a lamer y chupar como había visto a sus amas.

Tragaba todo lo que podía, y la sacaba hasta lamer los bordes del glande. También hacía algo que no logré descubrir, que imagino sería lo que le gustaba a su marido, pero que me daba un gran placer, hasta el punto que pronto le indiqué que estaba listo para correrme. Ella ni paró ni disminuyó el ritmo, lo que provocó que mi abundante corrida contenida entrase directamente a su boca y garganta.

Cuando terminé, procedió a dejármela limpia y se puso a mi lado.

-¡Me ha gustado mucho! ¡Ha sido muy excitante! Tu polla no tiene mal sabor, al contrario y tu semen sabe a gloria.

Seguimos besándonos un buen rato más, luego nos fuimos a mi habitación donde continuamos nuestra fiesta particular. Volví a comerle el coño, estuve dilatando su ano, tuvo tres orgasmos más. No quise penetrarla para no causar dolor. Ella volvió a mamarla y quedé totalmente satisfecho.

Al día siguiente, yo volví con la madre y la hija. Al poco de empezar, vi que ella estaba mirando. La llamé y vino mirando al suelo, avergonzada. Le pedí que se desnudase y participase de nuestros juegos. Janice y Hannah ya sabían lo nuestro y no se opusieron. Ellas la ayudaron a entrar en el agua y fueron las primeras en ponerse a excitarla. Recorrieron todo su cuerpo, hasta que terminaron comiéndole una el coño y otra el culo, a la vez que se lo dilataba.

Yo alternaba clavando mi polla un rato en el coño de la madre y otro en el de la hija, hasta que ambas alcanzaron su orgasmo. Después, coloqué a Akuti en el borde de la piscina, tumbada boca arriba pero con los pies dentro del agua, que puse sobre mis hombros, apunté la polla a su ano, ya bien dilatado y fui empujando poco a poco. Mientras, Janice colocada sobre ella, le comía el coño y la hija a su madre.

Estuve bombeando un rato, mientras ella gemía como loca disfrutando tanto de la comida de coño como de la enculada. No sé cuantos orgasmos tuvo esa noche, pero se que fueron muchos. Al fina, me corrí en su culo y, como siempre, después de un rato de charla, nos fuimos a la cama, solo que esta vez, Akuti vino conmigo a pasar la noche.

Cuando el Mayor vino a dar vuelta y preguntar, le dije:

-No ha venido nadie, Mayor, hemos estado los cuatro juntos pasando un rato entretenido y nos hemos ido a acostar a la vez. Por cierto, Mayor, como verá Akuti se encuentra conmigo y quiero seguir con ella, me he enamorado y quiero compartir el resto de mi vida con ella. ¿Tiene algún inconveniente?

-No hijo, al contrario, estoy muy contento de que tengáis esa relación. Tenéis mi beneplácito. Ahora me voy a dormir, mañana hablamos y me contáis mas cosas sobre vosotros.

La historia continuó durante meses, pero con Akuti incluida en nuestros juegos. Fueron los meses más felices de mi vida. Hubo varias expediciones de castigo, tan desastrosas como la primera. En una de ellas, el teniente de mi compañía no supo cubrirse bien y fue muerto a tiros, lo que supuso que yo ascendiera y ocupase su puesto, siendo felicitado por mis actos de valor e inteligencia, incrementando así el odio de los demás. El resto de tenientes, no me hablaban ni incluían en sus reuniones, pero tampoco me importaba mucho

Viviendo en ese peligro constante y teniendo presente que podría morir en cualquier momento, quise dejar un descendiente en el mundo si me pasaba algo. Lo hable con Akuti y acepto contenta el quedarse embarazada, nos pusimos a ello y al mes ya me anunció que iba a ser padre.

La colmé de besos y abrazos de la alegría desde ese momento solamente vivía para mimarla.

Dos semanas después de cumplir yo los 18 años, hubo un ataque nocturno a la casa del Mayor, por un grupo desconocido de rebeldes que al parecer buscaba mi muerte, pero la fortuna hizo que en ese momento estuviese levantado, y pude repeler el ataque en parte. Y digo en parte, porque los disparos alcanzaron a Akuti, embarazada de 7 meses y a mi futuro hijo, matando a ambos.

Quedé totalmente desolado. Pensé en morir con ella porque la vida no tenía sentido para mi. Tras el funeral, salí yo solo de expedición buscando huellas de los autores, recorrí los poblados rebeldes y localicé sus campamentos, ya que, por sus ropas, pensamos que era obra de ellos, me acercaba a escondidas, capturaba uno o varios y los torturaba hasta matarlos, pero nadie sabía nada. Maté a más de doscientos, sin conseguir resultados.

Después de casi seis meses, cuando ya desesperado volvía a casa, me encontré con un rebelde anciano, casi ciego, con fusil al hombro. Cuando lo vi, le disparé a las piernas y quedó tumbado en el suelo. Al acercarme, me di cuenta de que no me veía, sin embargo, enseguida supo quien era:

-Tú eres el que está matando a los míos, verdad. Puedes matarme ya, hace tiempo que estoy preparado.

Sus palabras su actitud me impresionaron, por lo que le pregunté lo mismo que a todos, pero sin violencia.

-¿Qué sabes tu del atentado a la casa del mayor?

-Poca cosa. Se que fueron unos maleantes de la ciudad, pagados con dinero de algunos de los oficiales del fuerte.

-Sabes algún nombre.

-El que dirigía el grupo se llama Malik, los otros no lo se.

-¿Y los nombres de los oficiales?

-Esos los desconozco, busca a Malik y pregúntale a él.

Insistí para que repitiese y me dijese más, pero no cambió ni una sílaba.

Lo dejé con vida y volví a casa, el Mayor, su familia y mis hombres me recibieron con gran alegría, pero yo solamente sentía odio. Me encerré en mi habitación varios días para calmarme y pensar.

Janice y Hanna venían a menudo a visitarme y hablar conmigo para darme consuelo, hasta que al fin tomé una decisión.

No dejé de cumplir con mi obligación, presentando un informe por escrito de todos los poblados y campamentos rebeldes que había encontrado, así cómo sus ubicaciones.

Gracias a eso, las siguientes incursiones dieron mejores resultados.

Gracias por vuestras valoraciones y comentarios. Sugerencias en privado a: amorboso arroba hotmail punto com

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