Diario de George Geldof – 10

Y al final, seis meses después de dejar el ejército, llegué a la plantación.

Bueno, eso era un decir. La plantación estaba arrasada. Tom había muerto en la guerra, Yulia tuvo que enfrentarse a unos desertores que invadieron su casa, la violaron y le dieron tal paliza para que les dijese donde estaban las joyas y el dinero (que se habían utilizado para financiar la guerra) que había quedado trastornada y muerto también meses más tarde.

Sara huyó con Richard cuando la plantación fue atacada por los desertores y se encontraban en paradero desconocido.

Durante mi regreso, había oído hablar las minas de oro de las montañas del norte. Había mucha gente que había encontrado oro y se había hecho rica. Mi idea era ir allí con Sara y Richard, a probar fortuna.

Estuve varios meses preguntando y buscándolos, mientras ayudaba a los hijos de Tom a hacerse con la plantación. Cuando ya empezaba a funcionar, decidí marcharme. Di indicaciones de donde iba por si Sara y Richard aparecían y recogí el oro que tenía bien guardado y enterrado desde antes de la guerra. Después volví al norte.

Me dirigía a las montañas, avanzando siempre hacia el noroeste. Unas veces cabalgaba solo, otras me unía a caravanas que llevaban mi dirección. Conocí nuevas gentes, nuevas historias y nuevas vivencias. Mientras viajaba con una caravana, solía dedicarme a la caza, para suministrar carne a los viajeros, a cambio, ellos compartían conmigo las legumbres y pan.

Yendo con una de estas caravanas, alcanzando las primeras estribaciones montañosas y estando de caza, entré en un valle muy grande y con mucho pasto, por el que circulaba un riachuelo, cuyas aguas se encontraban tibias. Las laderas tenían suaves pendientes, hasta una determinada altura, donde aparecían cortadas a pico en unos tajos de gran altura. Pensé que era un lugar recogido para guardar ganado. Lo que más me extrañó fue el que las aguas del río estuviesen calientes. Seguí cazando y volví a la caravana.

Un poco más adelante nos teníamos que enfrentar a las montañas, y dado lo avanzado de la temporada, corríamos el riesgo de no poder cruzar antes de las primeras nieves, lo que nos bloquearía en medio del paso, y, habiendo hecho recuento de provisiones, tampoco teníamos las suficientes para aguantar hasta el deshielo. Además de que no podríamos aguantar el frío.

El guía de la caravana, propuso (obligó más bien) volver al pueblo anterior, que estaba a dos días de camino y pasar allí el invierno.

Mientras volvíamos, se me ocurrió que si hubiese un sitio más cercano donde las caravanas pudiesen acampar para pasar el tiempo en que la nieve bloquea los pasos de la montaña o reponer provisiones antes de cruzar, podrían ahorrar mucho tiempote su ya penoso viaje. Según me comentaron, era un paso muy transitado por su relativa facilidad.

Al llegar al pueblo y dado que tenía telégrafo, hice averiguaciones para comprar los derechos sobre el valle y la tierra de alrededor, unos 700 acres, que gracias a mis contactos del ejército, ahora en el gobierno, me salieron casi regalados.

Compré varios cientos de reses de la raza hereford, buena para carne, herramientas, madera, grano, legumbre, en fin, de todo lo que pudiese necesitar para hacer una casa, un almacén, un establo y poder suministrar alimentos a las caravanas.

Contraté a gente para que me ayudase a montar todo y en un par de meses tenía mi casa construida junto al farallón de entrada, cerca del riachuelo y un almacén al lado.

La casa la mandé hacer con piedra de los alrededores y argamasa, al estilo inglés, con el interior recubierto de tablas de madera. Eso la hacía sólida ante las nevadas copiosas que dejan varios metros de nieve, que nunca cayeron y aislada de la temperatura exterior.

La estructura era rectangular. El interior lo distribuí en dos habitaciones a cada lado, una para mí y las demás para alquilar a quienes deseasen una buena cama, dejando en el centro un espacio enorme con cocina, y mesa para comer por lo menos diez personas. Una estufa grande se encargaría de calentar la casa. Todo esto me costó la mayor parte de mis ahorros, pero lo di por bien empleado.

Pasé mi primer invierno adaptándome a la nueva situación. No pasó nadie por allí. Cuando empezó la primavera, algunas de las reses parieron y me tuvieron ocupado unos cuantos días.

Ya mediada la primavera, empecé a salir de caza para llenar mi despensa, y de paso, localizar a las caravanas para informarles del servicio que tenían a su disposición en mi casa. Varias de las que volvían del oeste pasaron por allí para reponer provisiones. La noticia corrió, y pronto tenía caravanas en mi puerta cada una o dos semanas. Las habitaciones se mostraron insuficientes ante la demanda, por lo que levanté un nuevo barracón, con dos grandes habitaciones, una para hombres y otra para mujeres, que llené con literas del ejército. También puse otra más pequeña con cama grande para matrimonios que quisiesen algo de intimidad.

Mientras acampaban en mi casa, si la compraban, sacrificaba alguna res y podían comer carne fresca. El resto se ahumaba o salaba y se lo llevaban para el viaje. Cuando llegó el invierno siguiente, ya había repuesto varias veces mi almacén, y con las ganancias iba recuperado mis ahorros gastados con rapidez.

Repuse también reses, doblando su cantidad y me dispuse a pasar el invierno, esta vez con una caravana acampada en mi casa.

¿Qué como llevaba mi soledad? En las caravanas, casi siempre había alguna mujer que no deseaba dormir con las otras mujeres, ni en el suelo, ni en la carreta. Una vez al mes, las putas del pueblo más cercano, subían a los campamentos mineros y paraban en mi casa. Solían ser tres, todas se iban contentas y… no me cobraban. Bien es verdad de que también les reponía provisiones.

Uno de los días que salía a cazar, me llamó la atención unos disparos que se oían a lo lejos. Dirigí mi caballo hacia allí y pronto divisé en el cielo unos buitres dando vueltas a algo, que cuando me acerqué más, era una carreta volcada, y una mujer con un rifle que disparaba a los buitres que se acercaban, sin mucha puntería.

Cinco disparos míos dejaron limpia la zona y pude acercarme con tranquilidad.

-No tenga miedo, señora, no le haré ningún daño.

Me encontré con una mujer joven, de 22-24 años, delgada, aunque sus vestidos no dejaban apreciar bien su figura. Un sombrero descolocado enmarcaba una cara vulgar.

-Ayúdeme por favor.

-¿Qué le ha ocurrido?

Entre lágrimas me dijo:

-Nos dirigíamos a cruzar las montañas, cuando vimos que nos faltaban provisiones, pues nos habían vendido algunas en mal estado y las tuvimos que tirar. Mi marido decidió desviarnos de la ruta para acercarnos a un pueblo, que calculaba a un día de distancia, donde podríamos comprar más provisiones para cruzar. Estuvimos dos días esperando ver el pueblo en cualquier momento. Sin provisiones. Solamente a base de agua. Hace tres días veníamos arreando a las mulas para que fuesen más deprisa, cuando, al pillar una piedra, se rompió el eje de la carreta y tuvimos que parar para repararlo. Ya había quitado la rueda y dejado la carreta sobre un apoyo de rocas, cuando, estando debajo, el apoyo de rocas se resquebrajó, le cayó la carreta encima del pecho y lo mató. Levo aquí los tres días sin saber que hacer, espantando a los buitres, para que no se lo coman.

Efectivamente, el olor era insoportable. El cadáver, con la estancia al sol, había empezado a descomponerse con rapidez.

Cubriéndome la cara con el pañuelo, volví a levantar la carreta, apoyándola sobre rocas sólidas, no calizas cómo había hecho el muerto. Saqué el cadáver, lo envolvimos en una manta con la ayuda de la mujer, cavé un hoyo y lo enterramos, después coloqué el eje reparado, monté la rueda y dejé la carreta lista para marchar.

-Bueno, ya está listo.- dije montando sobre mi caballo.- La verdad es que se habían desviado de la ruta. Pasaron por las proximidades del pueblo, pero no lo vieron. Hubiesen podido seguir y seguir sin encontrar nada, a no ser que se cruzasen con alguien que les llevase a otro pueblo o terminar en territorio indio.

-¡Dios mío! ¿Y que hacemos ahora?

-Si toma esa dirección, teniendo siempre al frente aquella montaña que se ve al fondo, -dije señalando el lugar- llegará al pueblo al que se dirigía con su marido. Allí podrá adquirir provisiones e ir al lugar que desee.

-Pero yo no se que hacer. Nunca he viajado sola. ¿Podríamos ir con usted?

-No. Mi vida y el lugar donde vivo, no están preparados para mujeres. Es mejor que siga su camino. Encontrará a alguien que le ayude a volver con su familia.

-Seré su esposa, limpiaré, coseré, haré la comida y todo lo que me pida. Soy incapaz de llegar a ningún lado.

-No es imposible.

-Dígame que quiere que haga y lo haré. Estoy dispuesta a hacer todo lo que me pida, pero llévenos con usted.

-Es mejor que vaya al pueblo. Yo no puedo ayudarla.

Di la vuelta a mi caballo, dispuesto a marcharme.

-¡Espere!

Ella se movió deprisa hasta la parte posterior de la carreta y volvió al momento con una chiquilla de unos seis o siete años.

-Por favor señor. Llévese por lo menos a mi hija. Yo no creo que sobreviva a esto, pero ella no merece morir. Le queda mucha vida por delante.

La chiquilla me impresionó. Se la veía débil. Pero fue mas fuerte la idea que vino a mi mente: Sara y mi hijo Richard, perdidos no sabía donde. En ese momento, decidí ayudarlas, con la esperanza de que alguien, en otro lugar, hiciese lo mismo por Sara y mi hijo.

-¿Cuánto hace que no coméis?

-Son cinco días ya. Hemos entretenido el hambre masticando unas pocas alubias secas que nos quedaban. Pero hace dos días que se acabaron.

Después de pensarlo un momento, cogí de mi montura uno de los conejos que había cazado y se lo di a la madre, le pedí que lo limpiase para asarlo y que esperasen mientras recogía leña. Encendí un fuego y asamos el conejo. La niña acercaba la mano para ver si podía llevarse algo a la boca, siendo reprendida por su madre. Ambas se las veía salivando solo con verlo.

Como llevaba un poco de tasajo (carne ahumada) les di un trozo a cada una, para que pudiesen esperar a que el conejo estuviese listo.

Cuando lo estuvo, comieron con apetito, incluyéndome a mí, quedando solamente los huesos y con poco que obtener de ellos.

Nos pusimos en marcha nada más terminar. La mujer a las riendas del carromato y yo delante con mi caballo guiando por zonas transitables para el carro.

Era de noche cuando tres horas después llegamos a mi casa. Las mandé entrar y yo llevé los caballos al establo, les di agua y pienso y fui también a la casa.

Cuando entré, ella estaba de pie frente a la puerta, sujetando por los hombros a su hija.

-Supongo que todavía tendréis hambre. En ese caldero tengo alubias guisadas con carne, que, aunque imagino que no será lo que más deseáis ahora, es lo único que tengo en este momento. Enciende fuego y caliéntalas, luego poneos comer.

Di media vuelta y me marché a comprobar las reses, el almacén y todo lo que hacía habitualmente.

A mi regreso, estaban de pie junto a la mesa, había puesto tres platos con sus cubiertos y una fuente en medio con las alubias. Dejé todo en el suelo y les dije

-¿Por qué no estáis comiendo?

-Le estábamos esperando.

-Entonces no perdamos más tiempo.

Me senté a la mesa y ellas hicieron lo mismo. Comimos en silencio. De vez en cuando, la madre ayudaba a la hija con la comida. Cuando terminaron, les dije que repitiesen hasta terminar todo, y no se lo hicieron repetir. En verdad que tenían mucha hambre.

Cuando terminaron, recogieron la mesa y la limpiaron les señalé las habitaciones frente a la mía y les dije que se las repartieran, mientras yo me iba a mi habitación a dormir.

La oí acostar a la niña, y luego moverse por la habitación colocando los cacharros de cocinar, sillas, etc. Luego dejó de oírse ruido.

Ya estaba casi dormido cuando golpearon mi puerta.

-Pasa

Entró ella con una camisa de dormir blanca de algodón, de las que llevan un agujero delante y un quinqué encendido en la mano.

-¿Que necesitas?

-Señor, he visto que vive solo. Yo no se cómo agradecerle lo que ha hecho por nosotras. No tenemos casi para pagarle. Solo puedo ofrecerle mi cuerpo. –Dijo al tiempo que se sonrojaba. -Si lo desea, puede satisfacerse conmigo.

-Gracias, pero no es así como lo deseo. Ve a tu habitación y descansa.

-Verá. Cuando he entrado en la habitación y he cerrado la puerta, me he sentido sola y triste. ¿Me deja dormir con usted esta noche?

Aparté a un lado la ropa para hacerle sitio, mostrándole que estaba totalmente desnudo y volviendo ella a ponerse más roja si cabe.

Bajó la luz del quinqué hasta apagarlo, se metió en la cama de espaldas a mí. Yo la cubrí con la ropa. Ella se puso boca arriba, sin decir nada, quizá esperando que yo actuase. Pero yo me limité a buscar la mejor postura y dormirme casi de inmediato.

Al día siguiente me despertaron los ruidos de la cocina. Me levanté, desnudo como estaba, coincidiendo con la mirada de ella a través de la puerta abierta, que apartó no con suficiente rapidez. Me vestí y fui junto a ella.

-Déjame que te ayude con el desayuno. –Le dije.

-No se preocupe. Yo me encargo de ello. Es lo menos que puedo hacer.

Me dijo, amable pero con una cierta sequedad, lo que con mi experiencia, sabía que significaba: “Idiota. Anoche estuve esperando que hicieses algo y te pusiste a dormir, dejándome con las ganas”.

Yo salí a atender a los animales y regresé a desayunar.

La mesa estaba puesta. Había un mantel que no tenía yo, servilletas, y bandejas de huevos revueltos y bacón. También unas piezas de fruta que había conseguido un par de días atrás. Como la noche anterior, ambas estaban de pie esperándome.

-MMM, esto parece el desayuno de un rey. –Dije.-Estáis dejando que se enfríe. Venga, a desayunar.

Nos sentamos y desayunamos. Dejé la mayor parte para ellas, porque necesitaban reponer energías.

No hablamos, fuera de “Quieres más, Pauline”, “Dame agua, mamá”, “Pásame el bacón”, “Quiere más huevos, señor”, etc.

Al terminar, fue a ponerse de pie para recoger, cuando la tomé de la mano y le dije:

-Siéntate. Tengo que hablar contigo.

-Sí, señor, lo que usted quiera. Usted dirá.

-En primer lugar, yo me llamo George. ¿Cuál es vuestro nombre?

-Yo soy Melinda, y mi hija se llama Pauline.

-Bien, Melinda, ¿Iba en serio lo de quedarte conmigo que dijiste ayer cuando os dejaba?

-Si, señor. También lo he meditado esta noche y puedo decirle que iba en serio.

-¿Incluso el dejar que haga contigo lo que quiera?

-Incluso eso. Solo le pido que sea benévolo con nosotras y le serviré mientras viva.

-Te ofrezco dos soluciones:

Primera: Te quedas haciendo las tareas de casa y me ayudas en lo que sepas, y os marcháis con la primera caravana que vaya en una dirección que os convenga.

O

Segunda: Os quedáis aquí en condición de esclava. Con derecho sobre ti para castigarte, follarte o cederte a quien quiera.

-Nací en una familia de 10 hermanos. Yo soy la tercera. En mi casa escaseaba todo. Mi padre se bebía el poco dinero que ganaba e incluso a veces, el que mi madre ganaba cosiendo y haciendo trabajos para la gente del pueblo. Tenía 16 años cuando me casaron con el primer hombre que pasó por allí, para tener una boca menos que alimentar, como me dijeron para convencerme.

-No se leer ni escribir.-Continuó-Y no tengo más experiencia del mundo que el viaje que empezamos el mismo día de la boda y que nos ha llevado de pueblo en pueblo, parando solamente en los que mi marido encontraba trabajo. Enseguida quedé embarazada de Pauline, y no he aprendido otra cosa que a guisar, a limpiar y a recibir palizas. Primero de mi padre y luego de mi marido. No sabría desenvolverme sola por ahí, y no puedo volver a casa de mis padres. Mucho menos teniendo que hacerme cargo de una niña.

-Prefiero la segunda opción. No puede ser peor que lo que he vivido hasta ahora.

Guardé silencio un rato y le dije:

-Bien, serás mi esclava, al menos mientras estés aquí. Es algo que hace tiempo que no tenía, y cada vez me apetece más.

-Durante el día harás las faenas de casa y me ayudarás con los animales y el almacén. No te negarás nunca a lo que te pida, te guste o no. Te alquilaré a los viajeros si me apetece y te usaré cuando me venga en gana, al igual que podré usar a otras mujeres. No tienes derecho a nada, y menos de exclusividad conmigo.

-Por mi parte –Continué -Aquí estaréis protegidas y alimentadas. Por las noches os enseñaré a leer y escribir, sobre todo a tu hija, que cuando cumpla los 15 años podrá elegir entre marcharse, en cuyo caso le buscaríamos un lugar donde ir y le daré una buena dote, o quedarse como esclava también.

-Su oferta es muy generosa. La acepto sin condiciones.

-Bien, te iré dando instrucciones sobre la marcha. Hazte cargo de la casa. Yo no volveré hasta medio día.

Y me fui a buscar frutas y caza para secar y ahumar.

A mi vuelta, la comida estaba en la mesa, y madre e hija estaban dando los últimos retoques una cortina que había puesto en la ventana, y que luego se completaba con otras en el resto de la casa. Observé que había algunos muebles nuevos, que no había visto, pues en ningún momento revisé la carreta. Los estuve mirando y revisando un momento, hasta que se acercó y me dijo:

-Si pudiese ayudarme a traer un armario que queda en la carreta, podría poner el resto de la ropa de casa y las nuestras.

-Si, esa es una cosa que te quiero decir. Quiero que te prepares un vestido que sea rápido de quitar o levantar, que puede ser un tubo de tela sujeto en los hombros por dos cintas, rápidas de desanudar. No llevarás nada debajo, a no ser que sea necesario. Siempre me servirás primero a mí y permanecerás a mi lado hasta que termine. A la niña puedes atenderla antes, después o a la vez que a mí.

-Pero…

-Sin protestas. ¿Recuerdas? Ahora vamos a por ese armario.

No me costó nada pasarlo a la casa, máxime, vacío como estaba

Comimos con apetito y he de reconocer que era buena cocinera. Al terminar le dije a la niña que fuese a ver el rancho, y que no volviese hasta que la llamásemos, porque su mamá y yo teníamos que hablar de cosas de mayores. Le dije que no tocase nada ni abriese las puertas cerradas y la niña, asintiendo, salió corriendo de la casa. No hizo más que salir cuando le dije a la madre:

-Melinda, desnúdate.

Ella que estaba recogiendo la mesa, dejó todo y comenzó a desnudarse con gran vergüenza.

Su vestido y ropa interior eran viejos, pero estaban muy limpios. Cuando terminó, cruzó una mano sobre sus pechos y otra en su coño, bajando la cabeza, roja de vergüenza.

-Pon las manos a los costados.

Pude observarla con tranquilidad. Delgada, quizá un poco más de lo deseable, unos pechos medianos y redondos, aréolas pequeñas y pezones grandes. Su coño quedaba oculto por una gran mata de pelo y cuando la hice ponerse de espaldas, pude comprobar que tenía un culo redondo y respingón.

-Ven, acércate a mi lado.-Yo seguía sentado en la silla.

Se puso junto a mí.

La senté sobre mis piernas y acaricié su espalda, bajando hasta llegar a su culo, luego pasé a sus pechos, uno tras otro, pasando la palma de mi mano por sus pezones, que se pusieron erectos de inmediato. Bajé por su escasa tripa, pasando de largo de su coño, para acariciar sus muslos. Tuvo intención de cerrar las piernas cuando mi mano se acercó a su coño, pero una fuerte palmada en su culo la hizo desistir.

Cuando mi mano recorrió su intimidad subiendo y bajando suavemente, abrió poco a poco más las piernas, mientras su respiración se aceleraba.

Metí un dedo y lo encontré ya mojado.

-¿Disfrutas con lo que te hago? –Dije sin parar de rozarla

-Si, señor.

-A partir de ahora, me llamarás amo, y terminarás tus frases con “si amo” o “no amo”. ¿Lo has entendido?

-Si, amo.

Le di una palmada en el culo y le dije: ponte la camisa de dormir y sigue con lo que estabas.

Con un gemido de insatisfacción, se levantó, buscó la camisa de dormir y siguió recogiendo, mientras yo atendía las faenas de fuera.

Se hizo de noche y, hasta que estuvo lista, me entretuve preparando unas hojas de papel con las letras, para, después de la cena, empezar a enseñarles a la madre y la hija a identificarlas.

Cuando nos cansamos, mandé a Melinda que acostase a Pauline y volviese, diciéndome al volver que se había quedado dormida nada más acostarse.

Aparté la silla de la mesa y le dije:

-Ven, arrodíllate entre mis piernas.

Cuando lo hizo:

-Sácame la polla y hazme una buena mamada.

Se quedó parada y empezó llorar.

-¿Qué te pasa ahora?

-No lo he hecho nunca, y me da mucho asco.

Le di un empujón a su cabeza tirándola al suelo, mientras me levantaba gritando:

-SERÁ POSIBLE. ¿ES QUE NO PUEDO ENCONTRAR A NADIE NORMAL?

Y me fui a la cama directamente.

La niña se despertó y llamó a su madre, que fue a atenderla.

Cuando se durmió, vino a mi cuarto y se acostó conmigo, yo ya estaba dormido.

Me despertaron unas excitantes manipulaciones sobre mi polla. Me estaba masturbando y algo más.

Encendí el quinqué y me miró avergonzada, me dijo:

-Lo siento amo, intentaré hacerlo lo mejor que sepa.

-Desnúdate del todo y sigue.

Se desnudó y siguió pajeándome, mientras le daba pequeños toque en la punta con la lengua.

-¿Dónde has aprendido a pajear tan bien?

-Con mi marido. Cuando bebía mucho no se le ponía dura y tenía que hacer esto para que se le pusiese. Si no lo conseguía, me pegaba. Puedes pegarme también, si lo deseas, amo.

-No, pero ve metiéndote la punta en la boca y ve insistiendo hasta que te entre toda.

Me hizo caso y fue metiéndosela y volviendo a sacarla poco a poco, intentando meterla un poco más cada vez.

Cuando le dieron arcadas, le dije que no siguiera, y que empezase a recorrerla de arriba abajo, y a lamerla y acariciarla con la lengua.

Estaba arrodillada a mi costado, con sus tetas colgando, cosa que aproveché para acariciarlas y sobarlas a gusto. Con estas manipulaciones, poco me costó llegar a decirle:

-Me voy a correr. No te apartes ni pierdas una gota, si no quieres que te de tu primera paliza en esta casa. Trágatelo todo.

Y diciendo esto, solté mi corrida en su boca, cuyo primer lechazo la hizo toser y salir algo por la nariz, tragando el resto. Inmediatamente, se levantó con arcadas, pero la cogí del brazo, le di una bofetada y le hice dejármela bien limpia.

Tras esto le dije:

-Te has portado bien. Vamos a dormir.

Mi intención era mantenerla cada vez más deseosa, para el momento en el que quisiera follarla.

Cuando me desperté por la mañana, ella todavía dormía. Me entretuve mirándola a la luz del amanecer. Efectivamente, no era una mujer guapa, pero tenía algo que atraía. Fui destapándola poco a poco para ver sus pechos, sus piernas y su coño, mientras me iba empalmando por momentos. Ella abrió entonces los ojos, y su primera reacción fue taparse, al sentirse totalmente desnuda, pero abortó el movimiento cuando la miré con cara seria.

-Vamos a ver si recuerdas las enseñanzas de anoche. Vuelve a chuparla hasta que me corra.

-Si, amo.- Y se puso a ello. Esta vez lamía y se la metía hasta darle arcadas, que poco a poco fueron pasando.

Le pedí que me la presionase con la lengua al entrar y salir, además de otras consideraciones para hacerla una buena chupapollas.

Después de un rato, sentí que me venía y volví a recordarle:

-Me voy a correr. Trágatelo todo y no pierdas ni una gota.

-Iiiimmm

Lancé mis chorros directos a su garganta, y esta vez los tragó sin problemas, aunque luego mostraba signos de un cierto asco.

-Vayamos a preparar los desayunos. –Dije

A ella le dieron arcadas. Yo me vestí de espaldas mientras me reía por lo bajo.

Ella salió desnuda y se puso a preparar el desayuno.

Como la niña estaba dormida todavía, me puso el desayuno y le pregunté:

-Follabais a menudo con tu marido.

Se puso roja y no contestaba. Tuve que mirarla con mala cara.

-Bueno… Si… No…

-¿En qué quedamos, si o no?

-Hasta que me descubrí embarazada, cada semana o quince días, después escasamente cada mes. Algunos de ellos no tenía suficiente consistencia para mantener relaciones y era cuando tenía que estimularlo con la mano.

-Cuéntame como eran tus relaciones con él. Como fue la primera vez. ¿Fue con él?

-Sssi. Mi primera vez fue con él. El día de la boda, apareció en la iglesia con su carreta, la misma que hay afuera, celebramos la ceremonia y con el tiempo justo nos subimos a la carreta y nos fuimos de camino a otro pueblo donde le habían dicho que tendría trabajo. No nos quedamos ni a comer. A mediodía, nos detuvimos junto a un río y nos comimos un poco de pan y un pollo que había conseguido sacar con las prisas, sentados en la hierba de la orilla.

-Nada más terminar, me hizo recostarme y me levantó la falda. No hizo caso de mis protestas y empezó a bajarme las bragas. Intenté detenerlo, le dije que me gustaría hablar antes con él, pero se limitó a darme varias bofetadas y a recordarme que era su mujer y que debía acceder con amabilidad. Terminó de quitarme las bragas, sacó su pene y me lo metió de golpe.

-Me hizo un daño horrible, pero a él tampoco le debió de gustar, porque sacó su pene ensangrentado, escupió abundantemente sobre su él y volvió a meterlo de nuevo. Estuvo un rato entrando y saliendo de mí, sin preocuparse del escozor que sentía yo, hasta que se derramó abundantemente dentro. Se salió, me mandó recomponerme y recoger para montarnos de nuevo y seguir el camino.

-A última hora de la tarde llegamos al rancho donde le dieron trabajo. Dormimos en la carreta, el se fue temprano a trabajar y yo quedé sin hacer nada esperándole. A medio día volvieron y vino a mí con dos platos de guiso. Comimos en silencio y se fue otra vez a trabajar. A la noche se repitió la escena, yendo a dormir pronto porque estaba cansado.

-Los días se repitieron hasta llegar el sábado. Todos cobraron su paga y se fueron al pueblo a beber, dejándome allí. Cuando volvió, se había gastado más de la mitad del dinero y se encontraba algo bebido. Me dijo que me desnudara, que me iba a follar, mientras él se salió a hacer alguna necesidad. Cuando volvió yo ya estaba sobre la colchoneta y las mantas que nos servía de cama en la carreta con mi camisón, que había sido de mi madre y que fue su regalo de boda.

-Esa vez fue más amable. Me subió el camisón y acarició mis pechos, los besó, pasó su mano por mi sexo y aquello me empezó a gustar. Luego sacó su pene, se colocó entre mis piernas y lo metió dentro de mí. Quiso besarme, pero su olor a alcohol me hizo apartar la cara. Estuvo entrando y saliendo un buen rato. El roce de su pene me daba un gran placer, hasta que una fuerte sensación se apoderó de mi. Luego derramó su esperma dentro de mí y se apartó un poco de mi, durmiéndose al instante y roncando de inmediato.

-Yo pensé que por fin había conocido el placer del sexo, del que había oído hablar en la escucha oculta de conversaciones de muchachos. En los meses sucesivos fuimos de un sitio a otro, aprovechando las paradas en lugares solitarios para montarme. Siempre era igual, acariciaba mis pechos, mi sexo y me penetraba hasta que me llenaba. Yo siempre he disfrutado mucho, y algunas veces volvía a sentir el fuerte placer, pero también me he quedado con la sensación de que necesitaba algo más.

-Un sábado, al volver del pueblo intentó montarme. Cuando llena de alegría, le dije que estaba embarazada, me llamó puta y cosas peores, me dio una paliza y me montó a la fuerza, sin la más mínima caricia..

-Luego nació Pauline y se distanció de mí. Durante los años de la guerra, como había escasez de trabajadores, ganó mucho dinero, pero se lo gastó todo en beber. Se emborrachaba todos los fines de semana, y me hacía estimularlo para poder penetrarme. Ya no me acariciaba, y cuando conseguía fuerza suficiente para penetrarme, no me hacía daño porque estaba deseosa de que entrase en mí, pero si perdía la fuerza o no la conseguía, me echaba la culpa y me pegaba

-Así he pasado los siete años de mi matrimonio. En este viaje, como no teníamos suficiente dinero, compró las provisiones más baratas que encontró, que como le dije, estaban en mal estado y hubo que tirarlas. También el accidente fue causado porque iba bebido, porque eso si, bebida no le faltaba, y no tuvo la precaución de comprobarlo todo.

La miré un momento y le dije:

-Aún es pronto. Ve al dormitorio, ponte de rodillas con el culo en alto, la cabeza sobre la cama, los brazos estirados, las manos en la almohada y las piernas abiertas. Espera a que yo vaya.

Se fue a hacer lo mandado, mientras yo terminaba el desayuno. Luego entré en la habitación estaba con el culo en pompa. Me acerqué a ella y recorrí su columna vertebral con mi dedo, desde su nuca bajando por su ano y recorriendo su coño, que ya empezaba a abrirse, para volver a subir y acariciar sus costados.

-¿Qué sientes?

-No sé. Me gusta. Es como cuando mi marido me acariciaba, pero de otra forma.

-Te sientes excitada.

-Creo que si. No lo se.

-Adelanta un poco más las rodillas.-Con eso su culo y su coño quedaban más expuestos.

Acaricié sus pechos, haciendo hincapié en sus pezones que se le pusieron duros al instante.

-Mmmmm. –Emitió un gemido.

Volví a recorrer su cuerpo en dirección a su coño. Noté su ansiedad conforme me acercaba. Se había abierto bastante más, se apreciaba su humedad. Pasé mis dedos por los costados, presionando ligeramente hacia el centro, lo que le hizo soltar otro gemido. Seguí acariciando su cuerpo un poco más.

-¿Cómo te sientes ahora?

-Bien, muy bien.

-Zass. –Una palmada en el culo, que, por la posición, también llegó a su coño.

-Ayyy

-Te estás olvidando de algo y tendré que castigarte.

-Perdón amo. No volverá a ocurrir.

-¿Quieres que siga?

-Si, amo. Haga lo que quiera.

-Zass

Le di otra palmada, pero esta vez, al retirar la mano la pasé presionando su coño. Ella lo echaba hacia atrás para mejorar la presión

-AAymmmmm.

Acaricié su culo un momento.

-Zass

Otra palmada y otra presión, seguida de caricia.

-Mmmmm

Vi que estaba totalmente abierta, por lo que aproveché para meterle un dedo, en busca de esa parte que tienen las mujeres que les da tanto placer.

-AAAAAAAHHHHHHHHAaaayyyy

Empezó a emitir grititos y gemir fuerte. Al tiempo que se mojaba más.

De pronto, se abrió la puerta y apareció la niña.

-¿Qué te pasa, mami? ¿Te está haciendo daño?

-Al contrario hija mía. Me gusta mucho lo que me hace. Vuelve a la cama un rato más y cierra la puerta.

-¿Qué estáis haciendo?

-Ya sabes, hija mía, que, a veces, me hace daño ahí, y que antes me lo curaba papá, pero como ahora no está es el amo quien me cura.

-Pero con papá no gritabas. ¿Te hace daño?

-No hija, acuéstate un ratito más.

-Creo que ya vale. –Dije sacando el dedo y dándole una palmada en el culo. –Ve a desayunar y dale también a tu hija.

-Nooo.

-Siiii. Tenemos mucho que hacer.

Salimos y me fui a mis quehaceres. Las pocas veces que pasé por la casa, la encontré de un humor de perros. Gritaba a la niña por cualquier cosa y siempre estaba con mala cara.

A medio día, mientras comíamos la niña y yo y ella nos servía, le pregunté:

-¿Qué te pasa hoy que se te ve de mal humor y no paras de reprender a la niña?

-No lo sé, amo. Desde esta mañana tengo unas sensaciones extrañas en los sitios donde me ha tocado.

Yo le dije sonriendo:

-No te preocupes, que esta noche lo repetiremos hasta que desaparezcan esas sensaciones.

-Gracias amo.

Durante la tarde estuvo de mejor humor, hasta la vi abrazar a su hija.

Esa noche, después de la cena, cuando iba a comenzar a repasar la lectura y escritura, me dijo.

-Amo, la niña y yo estamos cansadas y no prestaremos suficiente atención. ¿Podemos irnos ya a la cama?

-No, hasta que no aprendáis algo más. Yo diré cuando nos acostamos.

Sabía lo que quería, y pretendía alargarlo lo más posible. Las tuve un buen rato, con la excusa de que hasta que no aprendiese bien las palabras que tocaban ese día, no nos acostaríamos. La niña, más espabilada, las aprendió enseguida, pero se quedó con nosotros para corregir a su madre.

Para estimular más su interés, dado que yo estaba ubicado en un extremo de la mesa y ellas se encontraban una en cada lado, fui recorriendo sus muslos con mi mano, hasta llegar a su ingle. Ella emitió un gemido.

-No quiero oír nada que no sean las palabras que estamos estudiando.- Le dije.

Con eso la desconcentraba y le costaba más centrarse en lo que estábamos.

Al fin, di por terminada la sesión y nos fuimos a la cama. Ella fue a acostar a su hija y yo me fui a mi cuarto a acostarme.

Al rato, entró ella, ya desnuda.

-¿Qué quieres?

-Amo, vengo para continuar lo de esta mañana, como me ha dicho a medio día.

-¿No sería mejor que te acostases? Hace un momento me decías que te encontrabas muy cansada.

-Pero amo, por favor… Me siento muy molesta.

-Estáaa bieeenn, anda, ven a la cama. –Le dije, intentando parecer condescendiente.

Rápidamente se subió a la cama y colocó a mi lado en la misma posición que en la mañana.

Llevé mi mano a su coño, comprobando que lo tenía abierto y chorreando. Procedí a pasarle el dedo por el centro empezando en su clítoris y terminando metiéndolo dentro, mientras mi mano se apoyaba en él.

-Mmmmhhhuuuummmm

Un fuerte gemido, apagado por la presión de su cabeza contra el colchón fue su respuesta.

-Voy a penetrarte, ya estas lista. –Le dije.

-Si, amo, como quiera. Pero… ¿No le apetece acariciarme un poco más?

-No, quiero metértela ahora.

-Pero amo. Es muy grande. ¿Cree que me cabrá? ¿Me hará daño?

-Quizá un poco al principio, pero luego te gustará.

-Me está gustando mucho lo que me hace. Más que lo que me hacía mi marido. ¿No puede seguir un poco más?

-Tengo la polla a reventar. Además, estás aquí para mi uso y disfrute, y ahora me apetece metértela.

Sin más, me coloqué detrás de ella y pasé la punta de mi polla por su raja. Tuvo que apagar otro gemido contra el colchón.

Seguidamente, empecé a metérsela poco a poco, avanzando y retrocediendo, mientras ella retenía y soltaba aire:

-Ooppss, ooppss.

Cuando la tuve toda dentro, me detuve, como siempre, para que se acostumbrase.

-Amo, me va a reventar. La siento muy adentro.

-Pues espera un momento y verás.

Comencé a moverme, acelerando poco a poco mis movimientos, pero, no había hecho más que empezar, cuando un grito, apagado por el colchón, me anunció una larga y grande corrida por su parte, confirmada cuando, al terminar, cayó derrumbada sobre la cama.

Pensé que había perdido el conocimiento o le había dado algún ataque, pues no se movía y estaba con los ojos cerrados, aunque respiraba.

Al rato, los abrió y me dijo:

-¡Dios mío! ¿Qué es lo que me ha hecho, amo? Nunca había sentido el placer tan fuerte.

-Se llama orgasmo, y es una de las razones por las que se mantienen las relaciones sexuales. La intensidad depende de lo estimulada que estés.

-El placer que me daba mi marido, cuando lo alcanzaba, no tiene nada que ver con lo que he sentido ahora.

-Tu marido solamente conseguía excitarte, pero no lo suficiente. Si te llegaste a correr debió ser por tu propia excitación. Yo te he hecho alcanzar tu primera corrida u orgasmo provocado por mi desde el principio al final.

-¿Y siempre será así?

-No, solamente te correrás cuando yo quiera. Si alguna vez te corres sin mi permiso, te azotaré. ¿Lo has entendido?

-Si, amo.

-Ahora date la vuelta, que quiero follarte hasta correrme.

Se puso boca arriba y sin dudarlo, se le volví a meter hasta el fondo. Un nuevo gemido de placer me acogió.

Volví a mi lento mete y saca, acelerando. Esta vez, procurando rozar clítoris, que era muy grande, hasta que veía que se le acercaba el orgasmo, que frenaba y volvía al método lento. Cuando que la vi lo bastante excitada como para que se volviese a correr de nuevo, aceleré mis envestidas hasta que otro largo gemido apagado por la cama y el estrujar de la ropa me indicó que estaba teniendo un nuevo y largo orgasmo.

Esta vez no me detuve y seguí dándole duro, hasta que mis esfuerzos se vieron recompensados por otro orgasmo de ella. Me salí y recosté a su lado. Cuando se recuperó, le dije:

-Ahora te toca a ti. Chúpamela hasta que me corra y ya sabes…

-Si amo, me lo tragaré todo.

Tomó mi polla pringosa de sus jugos e hizo un mohín de asco, pero se la llevó a la boca haciéndome una soberbia mamada, hasta que me corrí en su boca.

Me la limpió como era de esperar y me dijo:

-Dos veces gracias, amo, una por el placer que me ha dado y otra por dejarme dárselo a usted.

-Está bien. Ahora vete a tu habitación a dormir.

-¿No quiere que me quede a su lado?

-No, he dicho que vayas a tu habitación. Y no me gusta repetir las cosas.

Al día siguiente, a media mañana, llegó una carreta y Pauline vino a buscarme entre el ganado.

-Señor George, dice mi madre que ha llegado una carreta y que qué tiene que hacer.

-Vamos, te acompaño.

Habían llegado las putas, que hacían su viaje a las montañas para trabajar allí un par de semanas.

Las recibí con alegría y abrazos, y di instrucciones a Melinda avisando de que pasarían el día con nosotros, comerían, cenarían y dormirían con nosotros.

Descargué algunas cosas que traían para mí y cargué su carreta con carne seca para los mineros, mientras ellas se bañaban en el riachuelo de agua templada, con mi compañía en algún momento. Entre unas cosas y otras, pasó la mañana. Melinda nos llamó a comer, permaneciendo a mi lado durante toda la comida y sirviéndonos a todos.

Cuando terminamos les dije a las putas:

-¿Vamos a mi habitación?

-Ja, ja, ja, ja, ja . Pensábamos que no lo ibas a decir nunca.-Me dijeron.

-Melinda, ya nos avisarás para cenar.

Tomé a dos de ellas por la cintura y nos dirigimos a la habitación, mientras la tercera nos seguía y cerramos la puerta.

Nos desnudamos los cuatro y ellas tres se arrodillaron ante mí y empezaron a compartir una mamada, pasándose mi polla de una a otra boca hasta que les dije que parasen.

Nos subimos a la cama y enseguida adoptamos las posturas que a mí más me gustaban.

Una le comía el coño a otra, mientras yo enculaba a la que estaba arriba y le comía el coño a la que quedaba, colocada de pie delante de mi, con una pierna a cada lado de las otras. Cuando la que estaba enculando se corría, la que estaba de pie pasaba abajo, la de abajo arriba y la de arriba de pie.

Todo eran risas y gemidos. En medio de esta orgía, se abrió la puerta y entró Melinda:

-Amo, ya he terminado de recoger. ¿Quiere que haga alguna cosa más?

-No, te he dicho que solamente nos avises para la cena.

De repente, empezó a llorar diciendo:

-Pero amo, ¿no puede estar conmigo? ¿No le gusto yo? ¿No le gusta como lo hago? Le prometo que aprenderé, pero no me haga esto.

-FUERA DE AQUÍ Y CIERRA LA PUERTA. LUEGO HABLARÉ CONTIGO.

Se fue llorando.

Nosotros seguimos con lo que estábamos. Después de varias vueltas me pidieron que se les metiera por el coño, y entonces fui yo el que hice ronda de agujeros. Gracias a mis corridas anteriores, aguanté hasta que las tres se corrieron. Luego fueron ellas las que con su boca me hicieron acabar a mí.

Estábamos descansando un momento, cuando llamó Melinda para cenar. Íbamos a salir desnudos, cuando recordé a la niña y nos pusimos algo de ropa para cenar.

La mesa estaba preparada y una Melinda llorosa y enfadada nos sirvió la cena. Hasta la niña le preguntó qué le pasaba, respondiendo con un: Cállate.

Luego nos volvimos a la habitación y no salimos hasta el amanecer. Preparé su carreta y se marcharon.

En cuanto se alejaron, mandé a la niña a la casa y tomé a Melinda del brazo, llevándola a buen paso hacia el establo. Allí, la mandé desnudarse y la até de frente a una de las columnas con los brazos en alto, bien tensos.

Tomé unas tiras de cuero de unas riendas con una mano, mientras con la otra acariciaba su espalda, bajaba a su culo y la pasaba por su sexo.

-¿Recuerdas que te dije que te usaría cuando quisiera, te prestaría para que te usasen otros, que yo usaría a otras y que tu no tienes la exclusividad? –Todo esto sin dejar de acariciar su coño, que se había abierto y mojado, casi de golpe.

-Si amo.

-¿Entonces, a qué vino la escena de ayer?

-Perdón, amo, me sentí abandonada y humillada. No volverá a ocurrir.

-Desde luego que no. Te voy a dar cinco latigazos. Los irás contando y me darás las gracias por corregirte. Si gritas volveré a repetirlo. ¿Entendido?

-Si, amo.

A estas alturas, su coño estaba como un río. Me retiré y preparé para azotarla.

Como era mi costumbre, anduve de un lado a otro para que no supiese cuando iba a empezar ni por donde le iba a dar y le solté el primero

-Zasss

-FFFFF. Uno. Gracias por corregirme, amo.

Me acerque, acaricié sus pechos y volví a separarme.

-Zasss

-Dos. Gracias por corregirme, amo.

Acaricié su coño.

-Zasss

-Tres. Gracias por corregirme, amo.

-Empezó a llorar en silencio.

Metí y saqué un dedo.

-Zasss

-Cuatro. Gracias por corregirme, amo.

-Zasss

Rocé suavemente su gran clítoris.

-Cinco. Gracias por corregirme, amo.

La miré. Llevaba la espalda y culo cruzada de líneas rojas a un lado y al otro.

La solté y le dije:

-Apoya las manos en la columna, inclínate hacia delante y abre bien las piernas, que voy a follarte.

Lo que hizo con rapidez, yo me saqué la polla, me coloque tras ella y se la metí hasta el fondo. No tuve problemas para entrar de lo mojada que estaba. Me incliné sobre ella y pasé mi mano para acariciar su clítoris mientras la follaba. “Tengo que comerme este enorme clítoris ya”, pensé.

-MmmmmAaaaaahhhhh. –Gemía ella con cada envestida o caricia que le hacía.

-¿Vas a hacerme caso y no volver a entrometerte cuando esté con otra?

-Nnno, amo, ufffff.

-¿Vas a protestar si te dejo a mitad de una follada?

-Nnno, amo, pero… Necesito correrme.

-Espera. –Le dije mientras seguía.

-Pero es que ya no puedo más.

-Espera. –Le dije otra vez.

Cuando vi que ya no aguantaba, la saqué, sin dejar su clítoris y empecé a darle palmadas en el culo, mientras ella se lanzaba a un orgasmo poderoso.

Volví a metérsela y seguir follándola. Cuando estaba apunto para una segunda vez, la saqué y la hice chupármela hasta acabar yo.

Después de dejármela limpia, le dije:

-Vístete y ve a la casa.

Ella se fue disgustada, pero sin decir nada. Yo seguí con las faenas y transcurrió el día sin más.

Por la noche, después de la lección de lectura y escritura, mandé que acostara a la niña y la esperé sentado a la mesa.

-¿No se acuesta hoy, amo?

Me aparté, saqué mi polla, todavía dormida y esperé. Ella se arrodilló delante de mí y empezó a lamerla y chuparla hasta ponerla en forma.

-Ponte de pié, desnúdate y colócate entre la mesa y yo.

Cuando estuvo colocada, la tomé por la cintura y la senté en la mesa con un movimiento rápido.

-Recuéstate sobre la mesa y abre bien las piernas.

-Amo, me da mucha vergüenza. –Dijo mientras lo hacía. No le hice caso.

La coloqué bien, con el culo un poco fuera del borde. Fui a buscar mis útiles de afeitar y agua tibia.

Procedí a enjabonarla bien todo el vello, incluyendo las ingles y el ano. Hice mucho hincapié en la distribución extendiéndolo bien. Luego tomé la navaja.

-¿Amo, me va a hacer daño?

-No. Cállate.

Empecé a eliminar el vello por la parte superior de su pubis, luego bajé a sus ingles, tomando los labios con los dedos para tensarlos un poco y poder afeitarlos bien. En este punto la oía suspirar. Le hice levantar las piernas y sujetárselas en el aire para acceder a su ano, que prácticamente no tenía nada.

Cuando terminé, limpié todo con un paño humedecido para refrescar la zona. Y una vez quitado el jabón, pasé mi lengua por las partes afeitadas. Esto hizo que se excitase rápidamente, abriéndose su coño y sobresaliendo su gran clítoris, ya erecto.

Continué recorriendo su raja con mi lengua, dándole rápidos lengüetazos y obligándola a gemir fuertemente. Tomé su clítoris con mis labios y empecé a masturbarlo como si de una pequeña polla se tratase. Me lo metía en la boca y le daba con la lengua, lo sacaba haciendo presión con mis labios.

Su excitación era mayor por momentos, se mordía la mano para no gritar y no correrse.

-Puedes correrte. –Le dije

Al tiempo que volvía a su clítoris, le metía dos dedos en su coño y los sometía a un vaivén de entrada-salida rápido. Fue tan fuerte que emitió un potente grito y se quedó como ida.

La hija se despertó y salió a ver que pasaba a su mamá, encontrándosela desnuda sobre la mesa, con los útiles de afeitar al lado, con las piernas abiertas y yo entre ellas, además de que no reaccionaba. Le tuve que decir que su madre tenía molestias y la estaba curando. La hice volver a su cama, saqué mi polla, dura como una piedra y comencé a follarla con violencia. Aún tuvo fuerzas para alcanzar otro orgasmo, para el que le tape la boca cuando vi que le venía, pero estaba tan excitado que no pude contenerme y seguidamente me corrí en su interior. Algo que había evitado hasta el momento para que no quedase embarazada.

Cuando la saqué, de su coño salio mi esperma mezclado con su flujo y unas vetas de sangre. Pensé que le habría hecho alguna herida con los dedos, y así se lo dije. Ella contestó que no tenía dolor por el momento, sino más bien restos de placer todavía.

La mandé a su cuarto a dormir y yo me fui al mío.

Al día siguiente me dijo que le había venido el periodo y que de eso era la sangre. Entre eso y que a los cuatro días llegó una caravana que permanecieron una semana reponiéndose, gracias a la oferta de camas y carne fresca que les ofrecíamos, no volví a tocarla hasta bastante más tarde.

En esos días, Melinda me propuso cultivar algunas hortalizas para mejorar nuestra dieta y nuestra oferta, ya que sabía como hacerlo, porque ella era la que mantenía el huerto en casa de sus padres, a lo que no me opuse porque me pareció una buena idea, así que, cuando vino la carreta de los suministros, le encargué semillas de todo lo que se podía cultivar en aquella zona.

Una vez que la caravana se marchó, le pregunté:

-¿Tu marido te la metía por el culo?

-No, amo.

-¿Te la han metido alguna vez?

-No, amo.

-Entonces hoy va a ser tu primera vez.

-Amo, me va a hacer mucho daño.

-Daño te hará, pero procuraré que no sea mucho.

Durante el día, preparé un trozo de madera del grueso de mi polla, con un lado más delgado, en aumento hacia el final y un trozo más grueso como tope, puliéndolo todo bien para que quedase muy suave y sin astillas. Luego preparé unas tiras de cuero con unas riendas viejas.

A la noche, al irnos a la cama, le ordené tomar un poco de manteca, ir a mi habitación y desnudarse

Cuando entré yo, le dije:

-Ponte a cuatro patas y ábrete bien el culo.

Me coloqué detrás de ella y comencé a frotar su coño con suavidad. Un suave ronroneo acompañó mi gesto. En cuanto empezó a abrirse, tomé un poco de manteca con la otra mano y unté mi dedo y su ano. Hice un poco de presión y noté resistencia.

-Relájalo, haz fuerza hacia fuera y será más fácil.

Entonces noté que la resistencia disminuía y que la punta de mi dedo entraba. Aproveché para meter más manteca y profundizar con el dedo. Cuando ya entraba todo en su totalidad, empecé a hacerle pequeñas presiones de la parte interior contra su vagina y la mano exterior. Luego probé a meter más manteca, con un segundo dedo, para continuar con un tercero. Todo ello sin dejar de acariciar su coño

Cuando calculé suficiente, unté el trozo de madera que tenía preparado y se lo metí hasta el tope, al tiempo que atacaba su clítoris y se lanzaba a un orgasmo.

Rodeé su cintura con una de las tiras de cuero y le pasé otra entre sus piernas, atándola a la de la cintura, para que no se saliese el tapón.

-Ahora ve a tu cama y no te lo quites en toda la noche. Por la mañana vienes y te lo quitaré yo.

Así lo hizo, y a la mañana siguiente, vino corriendo a mi habitación ya desnuda. Comprobé que estaba bien colocado y le dije:

-¿Has dormido bien?

-Si, amo, aunque con alguna molestia.

Le solté las tiras y saqué el tapón, que se despegó con un “plof” al salir. La hice acostarse en la cama y comencé a besar sus pezones, que estaban duros ya. Bajé mi mano a su coño y lo encontré totalmente mojado y abierto. ¡Venía ya excitada! No dejé de acariciarla, mientras ella echaba mano a mi polla y me pajeaba lentamente.

Le dije que esta vez podía correrse cuando quisiera y cuando me excitó totalmente, me subí sobre ella y la estuve follando con mi procedimiento habitual, movimientos lentos alternados con otros rápidos.

Aún con todo, alcanzó dos orgasmos, hasta que se la saqué, le di la vuelta, la puse en cuatro, unté mi polla con manteca que quedaba de la noche y se la clavé por el culo. Entró completa, sin obstáculos y empecé a bombear, al tiempo que, inclinado sobre ella, acariciaba su clítoris.

Gemía, gritaba, bufaba, todo ello con la cara metida en el colchón para atenuar los sonidos. Noté dos nuevos orgasmos de ella, y en el segundo, la presión de su ano provocó el mío, llenándole el culo de leche.

Cuando la saqué, salió pringada de manteca, leche y mierda.

-Límpiamela. –Le dije.

Se levantó y de repente echó a correr hacia la calle en dirección a la letrina, mientras me decía:

-Enseguida, amo, ahora vuelvo. Se me escapa todo.

Yo, riendo, también salí, pero en dirección al riachuelo, donde procedí a darme un baño y lavarme bien la polla. Cuando ella salió, la llamé para que viniese conmigo y entrase en el agua, que estando sentados, nos llegaba a la cintura.

Con mi polla dura todavía, me recosté hacia atrás y la hice que se la metiera por el coño, indicándole los movimientos a realizar para disfrutar de una lenta follada, hasta que nos corrimos y nos fuimos a desayunar.

Recordando mi estancia en la India, decidí aprovechar la habitación contigua a la mía para construir una piscina, alimentada con el agua del riachuelo, cosa que poco a poco fui realizando.

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