Sé que no me creeréis o al menos os resultará raro, pero os tengo que confesar que tener a ambas hermanas desnudas en mi cama, me cortó. Aunque había disfrutado del culo de Nuria con anterioridad, para mi mujer esa iba a ser la primera vez. Para ella, yo la estaba haciendo un favor porque, desconociendo lo ocurrido durante el congreso, seguía pensando que odiaba a su hermanita.
Me diréis que tener a una rubia preciosa y a una morena espectacular pegadas a mi cuerpo, debería haberme hecho reaccionar pero un tanto abochornado, reconozco que no. Aterrorizado por dicha circunstancia, mi pene se negó a reaccionar. Flácido y encogido hasta su mínima expresión, no reaccionó a las caricias de Inés.
Muerta de risa, mi esposa le soltó a Nuria:
-Te juro que mi marido es una fiera en la cama, ¡No se le ocurre!
No pudiéndole confesar que conocía en carnes propias, mi maestría entre las sabanas, se unió a su risa, diciendo:
-¡Déjame probar!
Sin pedir mi opinión, tomó mi verga con su mano sustituyendo a la de Inés, la cual la soltó para que Nuria pudiera seguir. Entonces con una sonrisa en sus labios, la contempló brevemente como quien observa algo que largo tiempo estuvo vedado pero que necesita, para acto seguido inclinar su cabeza y mimándola  como a un bebé, empezó a darle besos a mi extensión con una ternura que me dejó helado. Poco a poco, mi cuerpo fue reaccionando mientras ella se afanaba en reactivar mi maltrecho miembro.
Pidiendo su aprobación, miré a mi esposa y descubrí en su mirada una extraña excitación:
“¡Le pone cachonda que su hermana me la mame!”, pensé.
Su tácito permiso fue lo que necesitaba mi falo para ponerse erecto y ya luciendo como en las mejores ocasiones, erguido esperó el siguiente paso de mi cuñada. Nuria al comprobar el éxito de sus besos, sonrió y lentamente se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia que uso para embutírselo hasta el fondo, me permitió sentir la tersura de sus labios recorriendo mi extensión.
-¡Bésame!- pedí a mi mujer.
Inés, al escucharme se lanzó sobre mí y con una urgencia que me dejó sorprendido, buscó el consuelo de mis labios mientras su hermana me estaba dando una mamada de campeonato a pocos centímetros de ella. Viendo su grado de excitación, llevé mi mano a su entrepierna para descubrir que su sexo estaba completamente empapado y convencido de que necesitaba mis caricias, me apoderé de su clítoris con mis dedos.
-¡Dios!- gimió para acto seguido berrear como una cierva en celo al sentir mis yemas sobre su botón.
La calentura de Inés se incrementó de sobremanera cuando le introduje un dedo en su abertura y ya completamente desbocada, se zafó de mis toqueteos y colocándose a horcajadas sobre mi cara, puso su sexo en mi boca para que se lo comiera.  Al entrar mi lengua en contacto con los pliegues de su vulva, mi querida y fiel esposa se creyó morir y a voz en grito me pidió que no parara mientras azuzaba a mi cuñada diciendo:
-¡Demuéstrale a mi marido que sabes mamarla!
Estimulada por las palabras de su hermana, Nuria incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada, incrustándose mi miembro hasta el fondo de su garganta. Os juro que creí estar en el paraíso al tener el coño de mi esposa en la boca mientras mi cuñada me daba tamaña felación y ya totalmente verraco, usé mi lengua como si fuera mi pene para penetrar con ella el estrecho conducto que tenía a mi disposición. Metiendo y sacando ese húmedo apéndice conseguí que Inés llegara al orgasmo pegando un alarido.
-¡Me corro!- gritó derramando su flujo por mi cara.
Queriendo prolongar su éxtasis, me dediqué a absorber el manantial que brotaba de entre sus piernas pero reconozco que fui incapaz porque cuanto más lo intentaba mayor era el caudal que salía de su sexo. Mis maniobras, si bien no pudieron secar el rio en el que se había convertido su vulva, provocaron que mi mujer enlazara un orgasmo con el siguiente hasta que dándose por vencida, se dejó caer sobre la cama.
Liberado de la obligación de seguir satisfaciendo a Inés, me concentré en Nuria y llevando mi mano a su cabeza, empecé a acariciarle el pelo mientras le decía:
-¡Mi cuñadita no sabe ni  hacer una mamada!
La reacción de la muchacha no se hizo esperar y elevando el ritmo de su boca, lo convirtió en infernal mientras con una de sus manos, me acariciaba los testículos. Supe que el hecho de no haber eyaculado aún se debía a que con anterioridad a su llegada, le había hecho el amor a mi mujer pero achacándolo a su falta de pericia, le susurré:
-Si no puedes, ¡Pídele ayuda a tu hermana!

Habiendo sido aludida, Inés se incorporó y acercándose a donde la morena se afanaba en busca de mi placer, se juntó a ella diciendo:
-¡Dejemos seco a esta bocazas!- tras lo cual su boca se unió a la de Nuria y entre las dos, empezaron a competir en cuál de las dos absorbía mayor extensión de mi miembro.
Mirando hacia mis pies, la visión de esas dos melenas maniobrando como locas en búsqueda de un premio fuel bruta y completamente absorto, comprendí que de ese día en adelante se abría ante mí un futuro lleno de placer. Si nunca habéis conocido la sensación que dos bocas y cuatro manos se dediquen a exprimir vuestro miembro, es algo que os aconsejo:
“¡No hay nada tan maravilloso ni tan excitante!”
La ayuda que prestó mi mujer a mi cuñada no tardó en conseguir su objetivo y percibiendo los primeros síntomas, le avisé que me iba a correr. Entonces esas dos hicieron algo que me terminó de convencer de que mi destino iba a ser halagüeño, uniendo sus bocas en un beso cogiendo entre medias a mi glande,  esperaron que explotara para así compartir como buenas hermanas mi simiente. Las oleadas de semen que brotaron de mi pene fueron engullidas por ambas ante mi atenta mirada y solo cuando confirmaron que ya habían dejado secos mis huevos, se dedicaron a base de lamidas a limpiar mi miembro.
Sus carantoñas no cesaron cuando ya habían retirado cualquier resto de semen sino que las prolongaron con el propósito firme de reanimar mi pene. Lo creáis o no, ¡Lo consiguieron! Y entonces mi mujer me susurró al oído:
-¡Necesito que te la folles!- y bajando aún más la voz, dijo: -Sé que nunca te has llevado bien con ella, pero Nuria lo necesita.
Viendo mi disposición cogió mi miembro entre sus manos y llamando a su hermana, la ayudó a empalarse con él. La lentitud con la que se empaló, me permitió notar cada uno de sus pliegues; percibir como fue desapareciendo mi pene en su interior y como mi capullo rozaba la pared de su vagina, llenándola por completo.
No sé si al verla así abierta de piernas con mi sexo en su interior, despertó en Inés el amor de hermana y la quiso ayudar a completar su sueño o por el contrario fue algo demasiado atrayente para desperdiciarlo, pero lo cierto fue que simultáneamente al inicio de los movimientos de las caderas de mi cuñada, mi mujer se adueñó del clítoris de su hermana y empezó a masturbarla frenéticamente.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! -, gritó Nuria, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos y acelerando su loco cabalgar, buscó el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer.
Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Inés incrementó sus manejos, metiendo uno de sus dedos en el ojete de la morena cuando estalló retorciéndose como posesa.
Mi mujer al verla agotada y exhausta, creyó que debía ratificar totalmente su disposición a compartirme con ella y con un extraño fulgor en sus ojos, me preguntó viendo que mi pene seguía erecto:
-¿Te sientes con ganas de darla por culo?
Al oírme decir que sí, metió dos dedos en el coño de la morena y recogiendo parte de su flujo, empezó a embadurnar el esfínter de su hermana. Confieso que todavía no me puedo creer lo rápido que aceptó mi esposa a Nuria como partenaire sexual pero lo cierto es que viendo que su entrada trasera seguía tensa:
¡Usó su lengua para relajarla!
Mi cuñada al notar tan poco fraternal caricia por parte de la que era de su sangre, como una perturbada, le pidió que siguiera pero entonces llamándome a su lado, Inés me dijo:
-¡Dale fuerte!- y no satisfecha con ello, se cambió de sitio y poniendo su coño en la boca de su hermanita, le ordenó: -¡Cómeme!
Nuria no se lo pensó dos veces y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de Inés para hundir a continuación su lengua hasta el fondo del sexo de mi mujer. La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo del coño de la zorra de mi esposa fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. Aproveché ese instante para  nuevamente desflorar la maravilla de culo de mi cuñada y abriendo sus nalgas, de un solo golpe la penetré analmente.
Nuria se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión por no tenerlo suficientemente relajado, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi mujer cabreada al sentir que su hermana había dejado de comerle el coño, tirándole del pelo llevó su boca nuevamente hasta su sexo mientras me decía:
-¡Fóllate a la puta!.
No sé si fue que al no reaccionar Nuria al insulto, me terminó de convencer pero lo cierto es que dándole un azote en las nalgas, empecé a mover mi pene en su interior de sus intestinos.
-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.
Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que mi cuñada se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a Inés. Ésta al sentir la lengua de su amada hermana hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.
-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar sin sentir celos de mi montura.
La guarra estaba a punto de correrse y al constatarlo, me pidió que no parara. Obedeciendo a mi instinto, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo mutuo de mis dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable hasta que mi verga explotó anegando el culo de Nuria con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Satisfechos y exhaustos permanecimos unos minutos sin decir nada, hasta que rompiendo el silencio, Inés me dijo al oído:
-No te quejarás, ¡Le has roto el culo a mi pobre hermanita!
Soltando una carcajada, las abracé a las dos.

Nuestros primeros días como un trio.
Si cuando me enteré de las intenciones de Nuria de convencer a su hermana de que me compartiera con ella, había supuesto que iba a ser imposible, ya conseguido, reconozco que creí que iba a durar más bien poco y que de alguna forma iba a  afectar a la estabilidad de mi matrimonio. Pero contra todo pronóstico, me equivoqué por que las dos hermanas demostraron que no solo eran capaces de olvidarse de sentir celos una de la otra sino que descubrieron que podían conseguir entre ellas un placer distinto al que yo podía darles.
Si os preguntáis cuando me enteré, es sencillo:
¡Desde la primera mañana que amanecimos juntos!
Después de pasarnos toda la noche follando, al día siguiente, estaba agotado, pero la cercanía de mis dos mujeres me excitó y nada más despertarme, me levanté al baño con ganas de liberar mi vejiga, pero también tratando de calmarme. Al volver me quedé extasiado al observarlas. Eran dos hembras de bandera, diferentes, pero no se le podía negar que eran las dos bellas. Inés, la mayor, era con creces la que prefería y no solo por ser mi verdadera esposa sino porque a ella me unía además de la atracción física el amor. Lo me cabía en la cabeza  era que hubiese cedido ante su hermana. Nuria, en cambio, era más delgada con cara de no haber roto un plato. Con unos enormes pechos  que te invitan a besarlos, se había revelado como una fiera en la cama.
Sin haberlo planeado y aún somnolienta, mi cuñada abrió los ojos sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto.
Buenos días-, me empezó a decir cuando cerrándole la boca con un beso le dije: –Quiero verte haciéndole el amor a Inés-.
Me sonrió al escucharme, y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus pequeñas manos, comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de mi esposa. Me encantó ser el convidado de piedra de sus maniobras. Cogiendo uno de sus pechos con las manos, empezó a acariciarlo mientras la otra seguía soñando. Sin poderlo evitar y creyendo quizás que era yo quien lo hacía, sus pezones se erizaron al sentir la lengua de su hermana recorriéndolos. Poco a poco se fue calentando e inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor a la morena. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como esta le separó los labios y acercando su boca se apoderó de su clítoris. Mi mujer recibió las caricias con un gemido, mientras se despertaba. La muchacha al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola mientras que su hermana la poseía.
Disfruta-, le dije tranquilizándola, pasando mi mano por un pecho,-me encanta ver cómo te hace el amor.
Un poco cortada, se concentró en sus sensaciones. Estaba siendo acariciada por nosotros dos, pero alucinada se dio cuenta que le gustaba la forma en que su consanguínea le estaba haciendo el sexo oral. Nunca se lo habían hecho con tanta delicadeza, meditó al notar que le metía el segundo dedo. Algo que no había sentido nunca empezó a florecer en su interior y con un jadeo presionó a su cabeza, exigiéndole que la liberara para acto seguido girarse  en la cama y cogiendo mi miembro ya totalmente erecto por lo que estaba viendo, empezó a acariciarlo con su lengua.
Una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna. Me enloqueció la forma en la que su boca fue engullendo mi miembro. Con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo, mientras su lengua jugaba con mi glande. Decidido a que mi mujer fuera la primera en correrse, separando sus piernas puse la cabeza de mi pene en la entrada de cueva y aunque ella me pedía entre gemidos que la penetrara no lo hice. Al contrario usando mi glande, me dediqué a minar su resistencia, jugando con su clítoris mientras mi cuñada, sin dejar de acariciar a su dueña y buscando su propio placer se masturbaba. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba, y el olor a hembra caliente recorrió la habitación.
Paulatinamente, las dos hermanas fueron cayendo en el placer, sus cuerpos se retorcían entre sí.
Hazme el amor-, me exigió mi esposa.
La fuerza de su orden me hizo comprender su urgencia pero percatándome que debía permitir que llegaran al orgasmo ellas dos solas, me levanté de la cama y le dije:
-Me pediste que te permitiera compartirme con tu hermana. ¡Ahora te lo pido Yo! Si quieres que siga siendo el hombre de ambas, tú debes de ser la mujer de los dos.
Comprendiendo mis razones y dominada por la lujuria, decidió complacerme y llamando a su hermana, la besó. No sé si fue mi orden o que ya abducida por el deseo no pudo evitarlo, pero la realidad es que comportándose como una autentica lesbiana, obvió que la lengua que ese mujer  era su hermana y metiendo dos dedos en su interior, buscó darle placer.
-¡Dios!- gritó la Nuria mordiéndose sus labios de gozo.
Olvidándose las dos de mi presencia, se convirtieron en amantes. Mi esposa cogiendo uno de los pechos de su hermana, sacó su lengua y con delicadeza fue recorriendo su negra areola mientras seguía follándola con los dedos.Su acción dejó a Nuria sin aliento, jadeando con los ojos cerrados. Conociendo la excitación que corroía a su hermana le dio  en un nuevo beso, esta vez mucho más largo.
Fue entonces cuando decidí incrementar la temperatura de esa escena y abriendo el cajón de la mesilla, saqué el consolador con el que jugaba con mi esposa y dándoselo a ella, le dije:
-Fóllatela.
Sin más dilación, Inés enterró el aparato en la vagina de Nuria. La morena gruñó al sentirse clavada. Cerró los ojos y apoyó su cabeza en la almohada, para disfrutar de esa penetración.
-Méteselo más hondo- le exigí.
Mi mujer no necesitó que le dijera nada más, cumpliendo mis deseos sacó y hundió el consolador con fuerza en el interior de mi cuñada. Esta al sentirlo, culeó haciéndole saber que estaba a punto de correrse. Sus gemidos se convirtieron en aullidos cuando tomando de nuevo el consolador, le imprimió un ritmo fuerte y rápido. Su amada víctima intentó seguir el compás al que estaba sometida. Pero cuando mi mujer, atrapando con una mano un pezón lo retorció con tal fuerza que Nuria empezó a retorcerse y gritar mientras alcanzaba un tremendo orgasmo. Tras lo cual de bruces sobre el colchón.
Fue entonces cuando Inés mirándome me dijo:
-Ahora ¡Fóllame!
Como había cumplido con creces mis deseos, decidí complacerla y cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva. Mi esposa me rogó que me diera prisa por lo que de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Excitada como estaba, su coño me recibió empapado.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada uno de los movimientos de mis caderas, ella respondía pidiéndome el siguiente mientras intentaba introducirse aún más mi lanza en su interior. Nuria que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de su hermana.
Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la morena en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el clímax de Inés. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de mi esposa. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que me derramase dentro de ella.
Su completa entrega hizo que me calentase aún más si cabe y agarrando la cara, le mordí sus labios mientras mi pene se solazaba en su interior. Siguiendo el ritmo de mi galope, sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. De esa forma, los tres nos fuimos acercando al orgasmo hasta que explotando dentro del coño de mi mujer, di el banderazo de salida para que mis dos mujeres se corrieran. Dando gritos y berreando de placer, una tras otra obtuvieron su recompensa y ya agotados, nos dejamos caer sobre las sábanas.
Llevábamos diez minutos reponiendo fuerzas, cuando vi que Inés se levantaba y desde la puerta del baño, nos dijo con una sonrisa en sus labios:
-¿Nadie quiere ducharse conmigo?
Ni que decir tiene que tanto Nuria como yo, corrimos a unirnos a ella bajo la ducha. Una vez allí, volvimos a hacer el amor con mayor frenesí y solo el hecho de que teníamos que irnos a trabajar, impidió que nos pasáramos todo el día renovando una y otra vez nuestros tácitos votos de ser los tres, los integrantes de ese incestuoso trio.
Ya vestidos, desayunamos y cuando con tristeza, Nuria y yo nos marchábamos a la oficina, mi esposa nos despidió dándonos un beso a cada uno en la boca, diciendo:
-Trabajad y ganad dinero que vuestra hembra se ocupara de gastarlo.
Soltando una carcajada, le di un azote y pegándola a mi cuerpo, susurré en su oído:
-Ya que vas de compras, piensa en algo con lo que disfrutemos los tres.
-Eso haré- respondió entendiendo mis intenciones. 
Ya en el coche, Nuria me hizo una confidencia:
-Te juro que nunca pensé cuando te propuse obligar a mi hermana a que te compartiera conmigo que esto iba a ocurrir….
-¿A qué te refieres?
Cuidando sus palabras, me contestó:
-A que nuestro acuerdo se hiciera extensivo a todos. Te reconozco que nunca pensé que acostarme contigo incluyera a Inés.
Intentando comprender su supuesta queja, le pregunté si acaso se arrepentía de lo ocurrido.  Poniendo una expresión picara, respondió:
-¡Para nada! ¡Me ha encantado! Pero aun así todavía no me lo creo- y muerta de risa, me dijo:-Pensaba que mi hermana era una mujer chapada a la antigua y ha resultado, ¡Todavía más puta que yo!
Satisfecho por su respuesta, la besé mientras pensaba que o mucho me equivocaba o esa tarde, Inés volvería a sorprenderla.
Durante todo el día, no pude quitarme de la cabeza que nos tendría preparado mi esposa cuando volviéramos a casa y por eso me encabronó que cuando estaba a punto de salir de la oficina, mi jefe me llamara desde Estados Unidos. Sabiendo que me podía tomar una o dos horas, tuve que decirle a mi cuñada, que no me esperara y que se fuera adelantando.
Tal y como había previsto, la conferencia se alargó en demasía y por eso eran cerca de las diez, cuando por fin entré en casa. Nada más verme, Inés me dijo si quería una cerveza y pidiéndome que me sentara en el salón, me dijo que nuestra nueva criada en seguida me la traería,
-¿Tenemos una chacha nueva?- pregunté divertido.
-Sí, espero que te guste- respondió mientras salía de la habitación.
No tardé en ver su nueva adquisición. Entrando con la cerveza, llegó Nuria ataviada con un uniforme de sirvienta puta. Siguiéndole el juego, esperé que estuviera a mi lado para acariciar su culo por debajo del escueto vestido. No me sorprendió hallar que bajo la minifalda, la morena no trajese ropa interior y disfrutando de sus nalgas desnudas, las masajeé mientras ella me servía la bebida sin inmutarse y solo cuando ya había terminado, volteándose me dijo:
-La señora me avisó de que su marido tenía las manos muy largas pero nada me dijo de que también tenía un trabuco entre las piernas- tras lo cual, dejando la bandeja sobre la mesa, se agachó y me desabrochó la bragueta.
Acababa de meterse mi falo en la boca, cuando escuché un ruido y al mirar hacia ese lugar, de pronto vi aparecer a mi esposa en picardías. Os juro que me sorprendió verla aparecer así pero aún mas cuando acercándose a donde estábamos, me dijo:
-¿Quieres ver que he comprado?- y sin darme tiempo a responder sacó de una bolsa un arnés.
Al ver el tamaño del pene que tenía adosado, me reí y mientras Nuria me estaba haciendo una mamada, le pregunté:
-¿Qué esperas a estrenarlo?
 Por el brillo de sus ojos, supe que era lo que le apetecía hacer y sin tener que insistirle, vi que se lo empezaba a poner. Fue entonces cuando me percaté que era doble porque antes de colocárselo, se tuvo que incrustar un pene de tamaño natural en su propia vagina.
-¡Es casi de tu tamaño!- me dijo masturbándose un poco para que entrara bien.
Mientras tanto, entre mis piernas su hermana se afanaba en la felación y por eso, no fue consciente de lo que se le avecinaba hasta que con él ya colocado, mi esposa puso la cabeza del enorme bicho entre los labios de su vulva.
-¡Dios! ¡Es gigantesco!- chilló al sentir que con solo meterle el glande, su sexo se ensanchaba para recibir su tamaño.
-No te quejes y sigue mamando- le ordené presionando su boca contra mi pene.
Afortunadamente para Nuria, su hermana se apiado de ella y retirando el tremendo falo, cogió un bote de vaselina y  se puso se puso a embadurnar el aparato que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices la vagina de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a mi cuñada observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, hizo su culo  mientras pedía a mi esposa que tuviese cuidado.
“Es una pasada”, pensé al ver que Inés volvía a  posar ese enorme glande en la entrada de la morena, “¡Es demasiado grande!”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi señora ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a su hermana por sus caderas, lentamente, lo fue introduciendo mientras Nuria no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Inés consiguiera meterlo por completo ese portento en el coño de mi cuñada. Contra lo que había previsto, el sexo de la morena había sido de absorberlo y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de su víctima, desbordó Inés que obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre la muchacha. Fue acojonante, comportándose como un jinete avezado imprimió a su cabalgar de un ritmo endiablado mientras Nuria no paraba de gritar. Reconozco que no creí que fuera capaz de soportarlo pero cuando estaba a punto de intervenir, incomprensiblemente mi cuñada se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la morena pidió a su hermana que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezaba a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi esposa, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó.
Excitado como pocas veces, llevé mi propio pene hasta su sexo y de un solo golpe de caderas, se lo introduje hasta el fondo. El chocho de mi esposa me recibió empapado, mi polla no tuvo problema en encajarse hasta el fondo de su vagina e imitando a Inés, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del coño de su hermana, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su víctima, me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
El brutal tren que montamos, fue demasiado para los tres y casi al mismo tiempo, nos corrimos sobre la alfombra. La primera fue mi mujer que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Nuria, al sentir su estrecho conducto totalmente ocupado, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi esposa esparciendo mi simiente mientras pegaba gritos de placer.
Ese fue el inicio de una noche en la que nos dedicamos sin pausa a disfrutar cada uno de los otros dos y en la cual de alguna manera, salí indemne porque fui el único que no sintió en sus propias carnes la acción de tan siniestro arnés. En cambio, ninguno los agujeros de mis dos mujeres se escapó de sentir la agresión de ese trabuco de plástico y así, sus bocas, sus culos y sus sexos a lo largo de esa velada sufrieron alternativamente la acción de ese aparato.
Lo único que os puedo asegurar es que a partir de ese  día, tuve a dos mujeres dispuestas a cumplir cualquier fantasía que se me ocurriera…..
 
….¡Y MI IMAGINACIÓN ES INAGOTABLE!

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