Esa tarde habíamos quedado con Mr. Goldsmith, el gran jefe de la empresa farmacéutica donde trabajábamos tanto mi cuñada Nuria como yo. El motivo de la reunión era doble: Por una parte, el viejo quería repetir la orgía de la noche anterior en la que obligó a la hermana de mi mujer a hacerme una mamada, pero por otra era, quería comunicarme mi ascenso.
Para los que no hayáis leído mi relato anterior,  la zorra de mi cuñada había caído en su propia trampa. Sabiendo de la amistad que D. Arthur tenía conmigo, me obligó a presentárselo sin saber que ese anciano era un auténtico voyeur, disfrutaba de sobre manera mirando mientras otros follaban.  Sin saber dónde se metía, insistió en acompañarme cuando el jefe me invitó a tomar una copa en su yate y allí, la situación le sobrepasó:
Su idea era acostarse con él pero las circunstancias la obligaron primero a tener sexo con otra mujer y luego a mamarme el miembro mientras el puto viejo la miraba. Gracias a ello, no solo pude liberarme de su chantaje sino que grabándola con el móvil, se convirtió ella en la victima. Esta mañana, le hice saber que tenía ese video y la guarra de ella no pudo evitar que le estrenara ese culo con el que tantas noches había soñado en la playa.
Curiosamente, disfrutó de sobre manera del sexo anal y por eso mientras hacía  tiempo para que  llegase el momento de recogerla en su habitación, no pude más que rememorar en mi mente lo ocurrido. Aunque me constaba que la sumisión mostrada por esa zorra del demonio era en gran parte ficticia y que si tenía la oportunidad de joderme la vida, lo haría sin pestañear, decidí  hacer buen uso de ella mientras pudiera. Por eso antes de pasar por ella decidí pasar a un sex-shop a comprar una serie de artilugios con los que disfrutar tanto de ella, como de Martha, la inglesita que iba a acompañarnos.
Conociendo como conocía a Mr. Goldsmith, no me quedaba duda alguna que el jueguecito que le tenía preparado sería de su gusto. Ese yanqui era un pervertido de libro y en cuanto se enterara del papel que tendrían que desempeñar esas dos mujeres, no solo se mostraría de acuerdo sino que colaboraría para que se llevara a cabo. Por otro lado, Martha tampoco me daría problemas porque esa rubia era un hembra insaciable desde el punto de vista sexual que siempre había disfrutado, como una cerda, de mis más locas ocurrencias. Respecto a Nuria, me la sudaba lo que pensara. Con esa grabación en mis manos, no podría negarse y por eso   tenía seguridad en el éxito de mi plan.

Como todavía me quedaba dos horas, decidí ir al área de relax del hotel. Gracias a que era un establecimiento de máximo lujo, esa zona estaba compuesta de sauna, jacuzzi y demás instalaciones pensadas para el confort de sus huéspedes. Os juro que cuando tomé la decisión de ir, lo hice pensando en que me vendría bien un poco de calor para sudar el alcohol de la noche anterior pero nunca supuse lo que la suerte me tenía reservada.

Ya desnudo y con una toalla alrededor de mi cuerpo, me metí en la sauna. No llevaba ni cinco minutos, soportando la sana tortura de ese calor artificial cuando vi entrar en la misma a Hilda, una alemana de la delegación de Berlín. Conocía a esa mujer desde hacía años pero apenas habíamos hablado durante todo ese tiempo. Tampoco había hecho ningún intento por mi parte porque, aunque era una mujer mona, sus casi dos metros me coartaban bastante.  Contrariamente a la lógica, cuando vio que había otra persona en ese cubículo y que para colmo el susodicho no era otro más que yo, en vez de retirarse discretamente, me sonrió y obviando nuestra vestimenta, se sentó en la tarima de enfrente y me saludó, diciendo:
-Felicidades Manuel.
Al oírla comprendí que la noticia de mi  nombramiento, aunque seguía sin ser oficial, era vox populi y haciéndome el inocente, le pregunté a qué se refería. Mi contertulia ya debía saber que yo iba a ser su superior porque poniendo una voz dulce, me respondió:
-Ya me he enterado de que te han nombrado director para Europa y quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Aunque sus palabras eran corteses, su tono escondía una sensualidad, teñida de sumisión, que no me pasó inadvertida. Alucinado por la actitud de semejante mastodonte, decidí ir con paso cauto no fuera a ser que antes de ser nombrado ya tuviese mi primer incidente con una subordinada. Por eso, adoptando un gesto serio, se lo agradecí sin más y me puse a pensar en los pasos que tendría que dar esa misma tarde.
La teutona viendo mi reacción y quizás intentado que diera el siguiente paso, dejó caer por su cuerpo la toalla en la que estaba envuelta, permitiendo que sus enormes pechos quedaran a la vista. Os reconozco que la muy puta consiguió fijar mi atención porque jamás en mi vida había visto unos pitones semejantes. Haciendo un cálculo estimado, pensé:
“¡Deben de pesar al menos cinco kilos cada uno!”

A pesar de que claramente estaba recorriendo su anatomía con la mirada, Hilda no se tapó sino que incluso alegando el calor que hacía cogió agua de un recipiente y se empezó a untar con ella las tetas. El tamaño de sus areolas iba en concordancia con el resto de sus pechos y aunque sea difícil de creer, estimé que al menos debían medir ocho centímetros de diámetro.
“¡Menudos pezonacos!” exclamé mentalmente mientras pensaba en cómo sería mamar de las ubres de esa vaca lechera.
La alemana, sabiéndose observada, no se cortó un pelo y cogiendo uno de sus pezones, lo pellizcó mientras me preguntaba:
-¿Tiene algo que hacer esta noche? Me gustaría salir a celebrar tu ascenso.
Os podréis imaginar mi cara al escuchar de los labios de esa mujer una insinuación tan evidente. Siendo apetecible su sugerencia, ¡Había quedado!. Por eso casi tartamudeando de puro nerviosismo, me disculpé con ella aduciendo una cita anterior. La rubia escuchó mi excusa con manifiesto desagrado pero sin dar su brazo a torcer, me dijo:
-Aquí hace mucho calor, ¿Te apetece que vayamos al jacuzzi?- tras lo cual dejando la toalla en su asiento se levantó completamente en pelotas.
“¡La madre! ¡Está bien buena!”, tuve que aceptar al comprobar que aún siendo enorme esa mujer estaba perfectamente proporcionada pero sobre todo al admirar que su enorme culo cuando dándose la vuelta, abrió la puerta de la sauna.
-¿Vienes?- preguntó con un tono tal que no me pude negar.
Sin darme cuenta de que mi pene se había rebelado, me levanté de mi sitio. La rubia se me quedó mirando la entrepierna, tras lo cual, se pegó a mí. Avergonzado, descubrí que mi cara llegaba a la altura de sus pechos, no en vano esa guarra me llevaba unos veinte centímetros.
“Soy un enano a su lado”, pensé.
Si se dio cuenta de mi cara de susto, no le demostró. Mientras tanto no podía dejar de observar lo descomunal de los pechos de esa dama y sin darme cuenta, llevé mi mano a uno de ellos. Al posar mi palma sobre su seno, descubrí que ni siquiera tapaba una cuarta parte de su superficie y ya francamente interesado, me dejé llevar por la situación y pellizqué su negro pezón. Al hacerlo, se encogió poniéndose duro al instante.
Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres, porque riendo me dijo:
-Son enormes-.
Avergonzado por mi falta de sensibilidad, le pedí perdón. Hilda en absoluto molesta, aprovechó la circunstancia para darme un suave beso en sus labios. Al sentir su caricia, abrí mi boca dejando que su lengua jugara con la mía y de esa manera tan sensual, rompimos el hielo y esa mole se mostró dispuesta a compartir conmigo algo más que trabajo.
Os confieso que fue una sensación extraña el estar abrazado a una hembra tan alta. Pero echando por suelo la visión preconcebida que tenía de las alemanas, esa rubia se comportó de un modo tan dulce que mi pene que se había mantenido medio erecto, se elevó a su máxima extensión.
No contenta con esas suaves caricias, Hilda me llevó hasta el jacuzzi y sin darme opción a negarme, me depositó dentro de la burbujeante agua. Acojonado por la lujuria que leí en sus ojos, no pude evitar que cogiéndome me colocara entre sus piernas. Sin esperar nada más, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. Ni que decir tiene que sentir esos dos globos contra mi cuerpo, me gustó y y ya convencido, apoyé mi cabeza contra sus tetas. Hilda lentamente me enjabonó la cabeza dándome un suave masaje al cuero cabelludo. Estuve a punto de quedarme dormido por sus caricias pero, antes que lo hiciera, la mujer empezó a recorrer mi pecho con sus manos. La sensualidad sin límite que me demostró al hacerlo, hizo que dándome la vuelta, metiera uno de sus pezones en mi boca y mordisqueándolo con ligereza, empezara a mamar de su seno como si de un crío me tratara.
-Jefe, ¡Siga mamando!- me susurró sin poder un gemido al sentir mis dientes mordisqueando su oscuro pezón.
Envalentonado por su entrega, bajé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris. Como el resto de su cuerpo, su botón era enorme y cogiéndolo entre mis dedos lo acaricié, mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque.
-¡Dios!- aulló de placer.
Sus gemidos se hicieron aún más patentes cuando ahondando en mis maniobras, aceleré la velocidad de los movimientos de mi mano. Temblando como un flan, la enorme mujer me rogó que la usara diciendo:
-Fóllame-
Su petición no cayó en saco roto y obligándola a levantarse sobre el jacuzzi, le di la vuelta. Fue entonces cuando colocándome tras ella, le metí un par de dedos en su coño mientras con la otra mano, masajeaba una de sus ubres.
-Eres una puta calentorra- le dije mientras abriendo la boca, le mordía en el cuello.
La alemana, al no estar acostumbrada a recibir insultos y menos  mordiscos, se mantuvo quieta sin moverse como temiendo haberse equivocado al ofrecérseme. Su pasividad me dio alas y colocando mi glande en su coño, empecé a jugar con meterlo.
-Tócate, zorra- ordené.
Al notar que la mujer me miraba sin saber que hacer, llevé una de sus manos hasta su clítoris y dejándola allí, insistí:
-Mastúrbate-

Liberada por mis palabras, separando sus labios, se comenzó a masturbar. Dominada por un deseo hasta entonces desconocido para ella y con la respiración entrecortada, esperó a que mi pene entrara en su interior para correrse ruidosamente. Al comprobar que esa puta, había llegado al orgasmo sin haber empezado todavía a moverme, supe que acababa de ganar una escaramuza pero tenía que vencer en esa batalla.

Directamente la penetré y saboreando mi triunfo, conseguí profundizar en su deseo. Su coño ya se había convertido en un pequeño manantial y sin dejarlo descansar seguí machacándolo con mi pene mientras Hilda no paraba de gemir como una loca. Su segundo orgasmo cuajó de improviso y gritando su placer, me rogó:
-¡No puedo mas!
Sin darle tregua, ralenticé mis penetraciones para disfrutar de su mojado conducto.  La mujer sollozó al sentir el cambio de ritmo y sacando fuerzas imprimió a sus caderas un ligero ritmo mientras me pedía que acelerara. Poco a poco la cadencia de nuestros movimientos fue alcanzando una velocidad de crucero, momento en que decidí que forzar su entrega y entonces convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. Ella chilló descompuesta al experimentar mi ataque.
-¡Muévete! ¡Puta!
De nuevo, mis insultos la hicieron experimentar sensaciones arrinconadas largo tiempo y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre el jacuzzi. Alargué su clímax, con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer eyaculé rellenando su sexo con mi semen.
Agotado, me tumbé a su lado. Hilda me cogió entre sus brazos y sonriendo, me preguntó:
-Cuando vayas a Berlín ¿Me dejarás ser nuevamente tuya?
-Por supuesto- respondí satisfecho por la pasión que había demostrado.
La gigantesca mujer posó mi cabeza en su pecho y feliz por haber conseguido convertirse en la amante de su futuro jefe, me informó:
-¡No te vas a arrepentir! Soy una mujer sumisa y fogosa.
La zorra de mi cuñada me da una sorpresa.
Al llegar a mi cuarto, miré el reloj y me percaté de que había perdido mucho tiempo y solo me quedaba un cuarto de hora para tener que ir a recoger a las dos mujeres. Por eso, me metí rápidamente a duchar para no llegar tarde, gracias a ello, diez minutos después, estaba listo y recogiendo una bolsa donde se encontraban los juguetes que había comprado en el sex-shop, salí en busca de Nuria.
Lo que no había previsto es que como la coqueta que era, mi cuñada no estuviera lista cuando toque a su puerta. Su retraso me permitió repasar mis planes, aunque sabía que la supuesta aceptación de esa zorra de mi ascenso era fingida o al menos interesada, iba a aprovecharla. Por parte de Arthur, no me cabía ninguna duda de que ese pervertido iba a disfrutar con ellas y en cuanto a Martha, la inglesa, no tenía nada que temer por que no solo era una calenturienta de órdago sino que además estaba de mi parte. Estaba todavía meditando sobre ello, cuando Nuria salió de la habitación.
Confieso que me cogió despistado y por eso, me sorprendió verla salir vestida así. Os juro que si esa guarra hubiese salido medio desnuda o incluso si hubiese aparecido encorsetada en un vestido medieval, no me hubiese sorprendido tanto como verla disfrazada de colegiala.
No le faltaba nada del estereotipo que adjudicamos a las niñas de un colegio. Lo creáis o no, Nuria salió luciendo gafas de pasta, una camisa blanca, falda escocesa a cuadros y medias blancas a mitad del muslo. Nada más verla comprendí que gran parte de lo que había adquirido esa mañana no me servirían de nada y por primera vez, temí que ese engendro del demonio fuera capaz de sacarme la delantera.
Sonrió al ver mi embarazo y tratando de profundizar en él, giró sobre si misma mientras me modelaba su conjuntito:
-¿Estoy guapa?- me preguntó coqueteando descaradamente.
Fue entonces cuando me percaté de un detalle que me había pasado desapercibido: “Esa zorra llevaba bragas de perlé!
Aunque ese complemento le iba al pelo, no pude dejar de pensar como lo había obtenido porque las madres de hoy en día, ya no obligan a sus hijas a llevar semejante prenda y si alguna lo intenta, tenía seguro que en cuanto lo intentara su retoño se revelaría.
-¿No te gusto?- insistió haciendo un berrinche.
-Mucho- respondí- se te ve muy…. juvenil.
Encantada por haberme sorprendido, se agarró a mi brazo y juntos fuimos a por Martha a su cuarto. Al salir mi segunda acompañante, comprendí que no era casual y que ambas putas lo tenían planeado, porque la rubia salió vestida exactamente igual que mi cuñada.
“Mierda”, maldije, “en cuanto las vea, a Arthur se le va a hacer la boca agua”. Si una ya era de por sí, excitante, dos colegialas unidas eran una tentación difícil de soportar. “Cualquier miembro de la especie humana se excitaría con esa imagen”.
Tratando de encontrar una salida y que esas dos no marcaran el ritmo de esa noche, comprendí que aunque no lo supieran esos disfraces en nada cambiaban mis planes porque podían ser complementarios. Más tranquilo, cogí a la hija de la gran puta de Nuria y a la hija de la gran Bretaña de Martha y abrazado a ellas, me dirigí hacia el ascensor. Aprovechando el momento, dejé caer mis manos por las cinturas de ambas y con descaro, empecé a manosear esos dos esplendidos culos.
Mi cuñada, contra todo pronóstico, se pegó a mí y mientras me daba un beso en la mejilla, me dijo:
-¡Quita inmediatamente la mano del trasero de Martha!  ¡Esta noche eres mío!
Mi desconcierto fue todavía mayor al cerrarse las puertas, porque aprovechando que estábamos solos los tres en ese estrecho habitáculo, dándose la vuelta, empezó a restregar sus nalgas contra mi entrepierna, diciendo:
-¡Qué ganas tengo que repitas lo de esta mañana!
Como podréis suponer y sobretodo perdonar, la imagen que dí al salir al hall del hotel fue francamente ridícula. Franqueado por dos  tremendos ejemplos de mujer, disfrazadas de niñas, y yo con el pito señalando al norte. Para colmo, tanto Nuria como Martha no dejaron de saltar y de pegar chillidos imitando a una fans mientras cruzaba el salón rumbo a la salida.
-Dejad de hacer el tonto- les pedí al advertir que todo el mundo nos miraba.
Pero ellas, contagiándose una a la otra, se dedicaron a atraer todavía más la atención, bailando mientras salían. La vergüenza que pasé fue inmensa y tirando de ellas, les conminé a darse prisa. Los doscientos metros que nos separaban del embarcadero donde mi jefe tenía su barco, me parecieron kilómetros y por eso no descansé hasta llegar a la pasarela que daba acceso al yate.
Arthur nos esperaba en la cubierta y tal y como había previsto y temido, al contemplar a esas dos con semejante disfraz, se excitó y perdiendo la compostura, les ayudó él mismo a subir a la embarcación. El entusiasmo del anciano les hizo saber que habían acertado y sacando ambas de sus bolsos una piruleta, la empezaron a lamer en plan obsceno.
Mientras el viejo las llevaba dentro, me quedé pensando en la actitud posesiva que mostraba mi cuñada y sin llegármela a creer, empecé a dudar de si me convenía estar con ella. Los gritos de alegría de ambas me hicieron salir de mi ensoñación y entré a reunirme con ellos.
La escena con la que me encontré no pudo ser más elocuente de cómo se iba a desarrollar esa noche. Arthur estaba regalándoles una joya a cada una, mientras estas se arremolinaban a su alrededor.
“¡Estoy jodido!” pensé temiendo incluso que mi nombramiento fuera papel mojado.
Nuria al verme llegar, se pegó aún más al anciano y sin dejarme de mirar, le dijo:
-Profesor, ¿Qué lección va a explicarnos hoy?

Totalmente imbuido en su papel, Arthur en vez de explicarles algo, las obligó a sentarse en dos taburetes y comenzó a hacerles preguntas de todo tipo. Ambas mujeres fueron contestando acertadamente pero en un momento dado, Nuria respondió mal a una de ellas y entonces el tipo la cogió del brazo y colocándola en sus rodillas, le empezó a azotar suavemente.

Curiosamente, la cara de mi cuñada no era de satisfacción y viéndolo Martha, intervino diciendo:
-Profe, ¿Si fallamos o nos portamos mal, usted nos castigará?
-Por supuesto- respondió nuestro jefe.
Entonces, poniendo una cara de zorrón desorejado y a propósito, tiró nuestras copas. Arthur comprendió que era parte del juego y sustituyendo a Nuria por la inglesa, le propinó una serie de duras nalgadas en su trasero. Mi cuñada una vez liberada y sin pedir mi opinión se sentó sobre mis rodillas, mientras me decía:
-Aunque apenas la conozco, Martha es una buena amiga. Me ha salvado de ese cerdo porque sabe que esta noche quiero ser nuevamente tuya.
Reconozco que aunque con esa frase, me acababa de confirmar mis peores augurios, el sentir su piel contra mis piernas me hizo calentar y empecé a acariciarla por debajo de la falda. Nuria al percibir que debajo de su cuerpo, iba creciendo un bulto que segundos antes no estaba, sonrió y pegando sus nalgas contra mi entrepierna, se empezó a frotar como hembra en celo.
-Eres una puta- le susurré mientras con una mano, acariciaba sus pechos.
Mi cuñada, más alborotada de lo que se suponía debía estar, dejó que mis dedos desabrocharan su camisa sin dejar de hacerme una paja con su culo. Su insistencia consiguió que mi miembro se alzara hasta su máxima extensión y sabiendo que había logrado, llevó su mano hasta mi bragueta.
-¿No vas demasiado rápido?- le pregunté al sentir que bajándola, sacaba a mi miembro de su encierro.
-¿Tú crees?- contestó separando con dos dedos sus bragas y colocando mi pene entre los labios de su sexo sin meterlo.
La humedad que envolvió mi verga me alertó de que esa zorra estaba totalmente cachonda y antes que lo pudiese evitar, se empezó a mover haciendo que se deslizara rozando todo su sexo por el exterior. Al sentirlo, comprendí que estábamos dejando a un lado a la otra pareja y aunque lo que realmente me apetecía era follarme a esa mujer, decidí hacer partícipes a los otros de nuestra calentura, diciendo:
-Jefe, ¡Su pupila está bruta! 
Arthur nos miró de reojo y al descubrir lo que estábamos haciendo, cogió a Martha del pelo y la obligó a colocarse entre nuestras piernas. La inglesa supo cuál era su cometido y por eso, nada más arrodillarse a los pies de Nuria, le sacó por los pies las tan nombradas bragas de perlé y sin más hundió su cara en su entrepierna.
-¡Dios!- gimió la morena al sentir la lengua de su amiga recorriendo los pliegues de su sexo y sin esperar a nada más, se ensartó usando mi pene como herramienta.
El modo tan lento en que se empaló, me permitió sentir cada centímetro de su conducto abriéndose para dejar pasar mi polla dentro. Con auténtica urgencia, mi cuñada consiguió embutírsela completamente y solo cuando sintió que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, se quedó satisfecha y dejándose caer sobre mí, me dijo:
-Desde anoche sueño con esto: Estar siendo follada por ti mientras tu antigua amante me mama el conejo.
Lo extraño, no fueron sus palabras sino que se quedará quieta mientras la rubia daba cuenta de su coño. Decidido a participar de algún modo, terminé de quitarle la camisa y con mis manos me apoderé de sus pechos. Si en un principio mis caricias fueron suaves, poco a poco fui elevando su intensidad y llevando mis dedos hasta sus pezones, fui incrementando la presión de mis yemas hasta que el pellizco la hizo gritar de placer.
Sé que también influyeron los lametones de Martha pero lo cierto es que mi cuñada, involuntariamente separó sus rodillas, momento que aprovechó la inglesa para torturar su clítoris con un mordisco. Ese triple ataque demolió sus defensas y pegando un berrido se corrió sobre mis pantalones.
-¡Me encanta!- aulló y dando vía libre a su lujuria, comenzó a moverse usando mi pene como montura.
Su cabalgar impidió que Martha siguiera lamiéndole el coño y queriendo seguir colaborando en el placer de mi cuñada, se incorporó y sustituyó con su boca a mis dedos en los pechos de la morena. Arthur que hasta entonces se había quedado en un segundo plano, aprovechó la feliz circunstancia para bajarle las bragas a la rubia y de un certero pollazo desflorar su culo.
La Inglesa gritó al sentir la herramienta del anciano forzando su ojete, pero en vez de quejarse, besó a mi cuñada en la boca. Nuria respondió con pasión y sacando la lengua, jugueteó con la boca de la rubia mientras su sexo nuevamente se licuaba. Al sentir que por segunda vez, la zorra de mi cuñada se había corrido y que yo todavía no lo había hecho, cogiéndola de los hombros la empalé con más fuerza.
-¡Qué gusto!- chilló la morena confirmando a los cuatro vientos que le encantaba ser follada por mí y convirtiendo sus caderas en una batidora, buscó mi placer antes que el suyo.
Para ese momento, la edad de nuestro jefe le pasó factura y derramándose en el interior de Martha, eyaculó dejándola insatisfecha. La inglesa comprendiendo que no debía ni podía echárselo en cara, berreó como si hubiese llegado al clímax aunque luego me reconocería que se había quedado insatisfecha. La verdad es que el viejo se lo creyó y separándose de ella, se sentó en un sofá a observar como seguía follándome a mi cuñada.
Ya liberada de sus obligaciones, la rubia se concentró en Nuria y cogiendo sus pezones entre los dedos, los pellizcó mientras le susurraba al oído:
-¡Me debes una!
Mi cuñada que para entonces estaba absolutamente poseída de la lujuria, le prometió que en cuanto acabara se dedicaría a ella. Al oír que entre esas dos iban a regalarnos un show lésbico fue más de lo que pude soportar y pegando un alarido, eyaculé dentro de su vagina. La que ya consideraba mi morena, al ver rellenado su sexo con mi simiente, buscó ordeñar mi miembro con mayor énfasis hasta que agotada se dejó caer sobre mi cuerpo.
Después de descansar unos minutos, me fijé que Arthur estaba realmente cansado, sus ojos se le cerraban producto de dos días de juerga y acercándome a él, le pregunté si estaba bien. El yanqui se incorporó en su sillón y con gesto fatigado, me contestó que estaba hecho trizas.
-¿Quiere que nos vayamos?- pregunté un tanto preocupado.
-Para nada, hoy sois mis invitados- tras lo cual nos  enseñó un gigantesco camarote, diciendo: -Quedaros hoy a dormir aquí.
Y saliendo hacía el suyo, me dejó con esas dos mujeres sin saber qué hacer.
Mi cuñada demuestra lo putísima que es.
Una vez en la tranquilidad de nuestro alojamiento, abrí una botella de champagne para celebrar con mis acompañantes el éxito de nuestra velada. Aunque para nada se parecía a lo que había planeado, no podía negar que  nuestro jefe se había visto encantado porque jamás en los años que le conocía, se había tirado a nadie. Como mucho había permitido que le hicieran alguna que otra mamada.           En cambio, esa tarde se había follado a la inglesa.
-¡Por vosotras!- brindé levantando mi copa- Estoy orgulloso de las dos.
Las mujeres recibieron mi felicitación con una sonrisa y mirándose entre ellas llegaron a un acuerdo tácito. Supe en qué consistía al verlas llegar a mí y pegando sus cuerpos al mío, comenzar a desnudarme.
-¿No estáis cansadas?- pregunté soltando una carcajada.
Mi cuñada me contestó:
-Todavía no- tras lo cual me empujó sobre la cama.
Entre las dos me quitaron los pantalones y la camisa, dejándome casi en pelotas. Con mi bóxer como única vestimenta, creí que había llegado la hora en que tuviera que satisfacer a ambas. Cuando ya creía que como una jauría se lanzaría contra mí, Nuria puso música y cogiendo de la mano a la inglesa, se pusieron a bailar.  No tardé en observar como, con sus cuerpos totalmente unidos, las dos muchachas iniciaban un sensual baile, teniéndome como testigo.  Sus movimientos cada vez más acusados me demostraron que ambas los deseaban.
Mi cuñada tomando la iniciativa, cogió la cabeza de su acompañante y aproximó sus labios a los ella. El brillo de los ojos de Martha me informó de su excitación cuando su dueña, abriendo la boca, dejó que la lengua de Nuria  entrara en su interior.   Con sus dorsos pegados mientras se comían los morros una a la otra, siguieron bailando rozando sin disimulo sus sexos. Para aquel entonces, los corazones de ambas estaban acelerados y más se pusieron cuando oyeron mi siguiente orden:
-¡Quiero ver como os amáis!
Actuando al unísono, Nuria desabrochó la blusa de la rubia. Me encantó disfrutar del modo en que sus pezones ya duros se clavaron en los pechos de la mujer que tenía enfrente. La inglesa no pudo  evitar que de su garganta brotara un  gemido de deseo al sentir la mano de la que ya consideraba su amiga recorriendo su trasero.
Aunque su entrega se iba desarrollando según lo planeado, comprendí al ver el nerviosismo de la rubia que como se había quedado insatisfecha, estaba sobre excitada. Por eso, para facilitar las cosas, me acerqué a mi cuñada y le susurré al oído:
-¡Fóllatela rápido!
La morena comprendió mis razones y mientras rozaba con su pierna la  encharcada cueva de la otra, cogió uno de sus pechos. Antes de seguir, la miró a los ojos y al vislumbrar deseo, decidió seguir. Desde mi posición, la observé bajar por su cuello y con suaves besos acercar su boca al pezón erecto de su víctima.  Completamente excitada, la rubia experimentó con placer la lengua de esa fémina recorriendo su rosada aureola.
-¡My God!- exclamó en voz baja.
Durante un rato, Nuria se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia pasada, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de su partenaire. Viendo que había conseguido excitarla y que Martha estaba preparada para dar el siguiente paso, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino alas bragas de perlé de la mujer.
Arrodillándose a sus pies, le quitó con ternura esa mojada prenda, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Linda obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad retiró a los hinchados labios de la rubia, para concentrarse en su  botón.

-¡Me encanta!- suspiró.

Esa confesión dio a Nuria el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos apoyadas en la cabeza de mi cuñada y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la mujer arrodillada. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina.
-¡Por favor! ¡Sigue!
La maniobra de Nuria hizo que Martha diera un chillido de deseo y sin dejar de mirarme, siguió masturbando a la morena, metiendo y sacando su dedo de ese coño. Desde la cama, observé a la morena separar aún más las piernas de la rubia mientras le lamía la parte interna de los muslos. La humedad que encharcaba el sexo de la rubia me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con su respiración entrecortada, esperó las caricias de la lengua de mi cuñada. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y se corrió dando gritos.
Os reconozco que me encantó ver que su cuerpo temblaba mientras Nuria no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua pero mas aún observar que una vez cumplida su promesa, Nuria se levantaba del suelo y poniendo cara de puta, me decía:
-Ahora, ¡Quiero mi ración de leche!
Nada más llegar a mi lado, me quitó los calzoncillos y frotando su cara contra mi sexo, me informó que pensaba dejarme seco.
-Tu misma- le respondí muerto de risa.
Habiendo obtenido mi permiso, mi cuñada abrió sus labios y mientras me acariciaba la extensión con sus manos, se dedicó a besar mis huevos. Una vez había conseguido crecer a su máximo tamaño, la engulló y succionó hacia arriba, humedeciéndola por completo. No satisfecha con ello, lamió mi glande y viendo que ya estaba listo, se dirigió a la inglesa diciendo:
-¿No me vas a ayudar?
La rubia sonrió acercándose se sentó a su lado. Comprendí que iba a ser objeto de una mamada a dos bandas por lo que separé mis piernas para facilitar sus maniobras. Ambas mujeres ya se habían agachado entre mis piernas cuando mi móvil empezó a sonar en la mesilla.
Al ver que era mi mujer, antes de contestar, le dije:
-Es Inés, tu hermana.
Mi cuñada no pudo ocultar su disgusto y tras unos momentos quieta, decidió que le daba lo mismo y haciendo una seña a Martha, le dijo que empezara. Al rubia esperó a ver que ocurría pero al observar que su compañera con la lengua empezaba a lamer mi extensión, decidió no quedarse atrás y recogiendo en su boca mis testículos, colaboró con ella mientras yo seguía hablando por el teléfono.
“¡Será Puta!” pensé tratando de seguir la conversación con Inés. Mi esposa ajena a que su marido estaba siendo mamado en ese momento por su hermana, quería saber cómo había salido el congreso.
-Estupendamente- le contesté- me han nombrado director para Europa.
La noticia, lógicamente, la agradó y tratando de saber más, me insistió que siguiera contándole como había sido. Explicarle mi ascenso era lo último que me apetecía hacer porque en ese momento y entre mis piernas, Nuria y Martha competían entre sí para ver cuál de las dos era capaz de absorber mayor superficie de mi miembro.
-¿Te importa que te llame luego?- le respondí poniendo por excusa una supuesta cita.
M mujer aceptó pero antes de colgar, me interrogó por su hermana.
-No te preocupes por ella- contesté – sé que tiene algo grande entre sus manos.
La puta de Nuria al oírlo sonrió y ganándole la partida a la inglesa, se incrustó mi miembro hasta el fondo de su garganta. Al sentir sus labios en la base, me quedé pasmado por  su maestría. Martha viendo que mi cuñada se había apoderado de mi polla, cambió de posición y colocándose detrás de su oponente, le separó las nalgas y con la lengua le empezó a comer el ojete.
Afortunadamente, había colgado antes porque al sentir la morena la incursión en su entrada trasera, se dio la vuelta gritando:
-¿Qué haces?, ¡Mi culo es de Manuel!
Que esa mujer me diera en propiedad su trasero era atrayente pero comprendí que de alguna forma tenía que demostrarle quien mandaba por eso, tirando de ella le obligué a retornar a la mamada mientras le pedía a la inglesa que me acercara la bolsa que había traído.
Embarcada entre mis piernas, Nuria no se percató de que su amiga había vaciado el contenido en el suelo ni que siguiendo mis deseos había recogido y se había puesto un arnés con un enorme aparato. Viendo que ya lo tenía ajustado a sus caderas, le dije:
-Fóllatela.
Al oír mi orden, se giró pero nada pudo hacer porque la inglesa ya le había metido semejante instrumento hasta el fondo de su sexo.
-¡Joder!- gritó la morena al experimentar cómo su conducto era forzado brutalmente.
Tardé en advertir que Martha había malinterpretado mis palabras y que en vez de forzar su culo, estaba usando la vagina de mi cuñada. Cuando por fin me di cuenta, cabreado, me separé de las dos y les ordené que intercambiaran las posiciones. Si creía que eso iba a molestarlas me equivoqué porque Martha necesitaba que alguien se la follara y para Nuria, que nunca había usado uno, le resultó tremendamente morboso. Por mi parte confieso que, al ver a mi cuñada desnuda y con ese pedazo de herramienta, también me calentó. Parecía una preciosa shemale con tetas y pene. 
-Vamos a hacer un trenecito- descojonado les solté.
Martha no entendió mi frase, por lo que tuvo que ser la morena quien se lo aclarara diciendo:
-Manuel me va a follar mientras yo hago lo mismo contigo.
-Te equivocas- respondí corrigiéndola: -¡Te voy a dar por culo mientras té se lo rompes a ella!
Mis palabras le sonaron a música celestial y antes de que me diera cuenta, había obligado a la inglesa a ponerse a cuatro patas y sin preparación alguna, la sodomizó de un solo empujón. Como el culo de la inglesa ya había sido usado por mi jefe, no le costó absorber el impacto y desde el primer momento empezó a disfrutar como una perra. Gritando de placer le pidió que acelerara.  Mi cuñada que jamás había usado ese instrumento le costó coger el ritmo pero cuando lo hizo, no paró.
Mirándola a la cara, descubrí una luz en sus ojos que antes nunca había advertido y ya totalmente excitado me puse a su espalda. Al meter mis dedos en su sexo para embadurnarlos con su flujo, comprobé que chorreaba como nunca y por eso recogiendo parte, unté con él el orificio trasero de mi cuñada.
-¡Hazlo que no aguanto más-
Su calentura era tal que decidí hacerle caso y sin pensármelo dos veces, le clavé mi pene hasta el fondo de sus intestinos. El grito con el que recibió mi incursión me confirmó que me había pasado, pero en cuanto quise esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, Nuria reanudó sus movimientos metiendo y sacando el trabuco del arnés del culo de la inglesa y al hacerlo, provocó que el mío hiciera lo mismo con su ojete.
-¡Cómo me gusta!- berreó como loca  y al escuchar que también Martha estaba disfrutando, me gritó: -¡Sigue cabrón!
Esa nalgada fue el banderazo de salida y sincronizando nuestros cuerpos, entre los tres formamos una maquinaria perfecta sexual. Al sacar Nuria el aparato del culo de la inglesa, metía mi pene hasta el fondo de sus intestinos y al meterlo, se lo sacaba casi totalmente de su trasero.  Poco a poco, nuestro vaivén se fue acelerando hasta que lo que en un principio había sido pausado se convirtió en un movimiento desenfrenado de tres componentes.
La primera en correrse fue Martha que quizás por ser la que más tiempo llevando siendo sodomizada, se dejó caer sobre la almohada pegando un berrido. Su caída provocó la nuestra, de forma que tanto mi cuñada como yo nos vimos lanzados hacia delante siendo su ojete la víctima inocente de ese accidente:
-¡Qué bruto eres!- se quejó.
Haciendo caso omiso a sus gimoteos y sin compadecerme de ella, reinicié con mas pasión mi asalto. Mi cuñada al sentir que nuevamente forzaba su maltratado esfínter, me rogó que bajara el ritmo. Pero en vez de hacerlo, le solté una nalgada diciéndole:
-¡Muévete puta!
Mi insulto consiguió mi objetivo y con renovados ímpetus, Nuria movió sus caderas forzando aún más la profundidad de sus penetraciones. Para entonces, la inglesa ya se había repuesto y quitándole el arnés, se introdujo entre sus piernas. Mi cuñada para facilitar sus caricias, abrió un poco sus piernas pero a sentir su boca lamiendo con dulzura su clítoris mientras su ojete era violado brutalmente por mí, no pudo más y pegando un aullido empezó a correrse. Martha, ducha en esas artes, en cuanto observó el manantial que salía del sexo de la morena, con más ahínco, fue sorbiendo el maná que el destino había puesto a su disposición logrando prolongar el éxtasis de mi cuñada.
Mi cuñada enlazó un orgasmo con el siguiente hasta que no pudo más y desesperada me pidió que me corriera. Sus palabras fueron el acicate que necesitaba y con un último empuje, exploté dentro de ella rellenado su culo con mi esperma.
Agotado, me dejé caer en el colchón. Las dos mujeres satisfechas se colocaron cada una a un lado de mi cuerpo y abrazándome, descansaron durante unos minutos. Os juro que en ese instante, me sentí como un pachá rodeado de un harén sin importarme que una de sus miembros fuera la hermana de mi mujer.
Al cabo de un rato, Nuria se desperezó y mientras me daba un beso en los labios, me preguntó con voz picara:
-Manuel, ¿Qué otros juguetes me has traído?
Le enseñé las esposas y el látigo todavía sin estrenar. Muerta de risa, me soltó:
-¿A qué esperas para usarlos?
Tras pensarlo durante unos segundos….
“¡Comprendí que había creado un monstruo!”
 

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