Descubriendo el sexo – Parte 2

Rosa tarareaba una canción en voz baja siguiendo la música de la radio de la vecina de al lado. La misma radio que a veces escucho desde nuestra cocina ya que está apenas a tres casas de distancia de la mía.

– ¿Dormiste bien Andreita?

– Si… -dije con un poco de reserva ya que se me cruzó a una velocidad vertiginosa por la mente lo que Arturo me había hecho anoche. Pero de seguro que ella no nos había escuchado porque nunca dejó de roncar.

– Es un poco incómodo que duermas así pero es lo único que podemos ofrecerte.

– No se preocupe Rosa. Aunque esta noche prefiero ir a dormir a mi casa. Solamente para dormir.

– Bueno… no sé si eso está bien porque prometí cuidarte.

– Lo sé. Pero paso el día entero aquí con ustedes y solamente a la hora de dormir me voy a mi cama.

– Bueno… cuando regrese Arturo lo hablamos. ¿Si?

– Si.

Y me sirvió el desayuno que me devoré con hambre poco común para mi, a esa hora del día.

Cuando terminé me dijo:

– Has crecido de golpe Andrea. Y pensar que hasta hace poco eras apenas una niña. Estás hecha una señorita ya m’hija, no parece haber pasado tanto tiempo.

– Si?

– Y te has puesto muy linda. Me gusta como estas desarrollándote.

– Gracias. Usted también es muy linda Rosa.

– Qué lindo que me lo diga una joven como tu. Me cuido. Bastante.

Era la verdad, pensé. Es alta, debe de medir alrededor de un metro setenta. A pesar de no ser muy delgada, tiene muy lindas piernas que hacia arriba se ponen un poco más gruesas donde se forma un trasero muy bonito y bien formado. Se le nota mucho con el pantalón elástico que lleva puesto en ese momento, porque se le mete entre las nalgas y no deja nada a la imaginación. Cuando camina se le mueven deliciosamente como a mi me gustaría que me pasara y se le marcan mucho las curvas de abajo de los glúteos. Otra de sus virtudes es su pecho, no muy grande pero bien firme. Anoche pude confirmarlo. Pero lo más agradable es su cara. De tez bien blanca con un pelo castaño claro, de ojos grises que te inspiran ternura. Su boca, grande y labios finos bien formados. Y para colmo tiene un carácter muy suave y es extremadamente cariñosa con todos los que la rodean. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que había dejado de escucharla por un momento.

– …y debes mantenerte así para que los hombres se sientan atraídos y te traten como a una reina.

– ¿Si?

– Si. ¿No te has dado cuenta qué diferente te miran ahora que te ha crecido todo?

– No sé…

– Fíjate cuando camines por los alrededores. Sobre todo los mayores. Fíjate también cuando venga Arturo. A lo mejor no te has dado cuenta porque no le has prestado atención a eso todavía, pero te mira con una sonrisa. Eso es que le gusta tu cuerpo.

– ¿Si?! -me puse colorada.

– No te pongas así mi amor, eso no me preocupa. Al contrario, me divierte cuando se pone así de excitado -me guiñó un ojo y continuó diciendo:

– Claro! Con esas piernas y esa cola que te has echado. Además esa carita tan bella con tus labios gruesitos y ojitos grandes y tan vivos, despiertas el deseo en los machos de la villa.

– Ja, ja, ja! -Me reí nerviosa – Rosa, voy a pasar por casa a ponerme un short y otra camiseta porque me voy al río a juntarme con los niños y de paso bañarme.

– Bueno. No mas charla. Anda. Te dejo ir porque allá está Julian cuidando de tus hermanos también.

– Gracias. Hasta luego.

Y salí rumbo a mi casa. En el camino Don Jacinto, el más viejito de la villa que siempre se sentaba en la puerta, me saludó como siempre mirándome de abajo hacia arriba. Me hacía gracia la cara que ponía y cómo reaccionaba energéticamente cuando me cruzaba con él. Comprobaba la teoría de Rosa.

En casa me cambié de ropa y cuando iba a poner mi calzoncito en el cesto de la ropa para lavar, me llegó ese aroma a sexo que había quedado impregnado. Me provocó una reacción imprevista entre las piernas y me la llevé a la nariz para sentirlo más fuerte. Me gustó demasiado e inconscientemente me toqué. Pero la imagen del momento que vino a mi mente fue la de Arturo abrazado a mis espaldas con su pito intentando entrar un poco y saliendo. Pensé en su mano debajo de mi pierna ayudándome a mantenerla un poco abierta y su otra mano en mi tetita mientras nos chupábamos las lenguas.

No sé cómo llegué a esto, pero me estaba acariciando el clítoris mientras revivía lo sucedido con él. Sin embargo nunca recordé lo de Julián.

El ruido de uno de mis hermanos entrando como una tromba en la casa me volvió a la realidad y me quité la mano de allí. Por supuesto que a él no le importó mi desnudez. Estábamos acostumbrados a vernos así.

– Hola! Vine a buscar la pelota plástica y me voy al río otra vez. ¿Vienes?

– Si, me estaba cambiando para ir.

– ¡Dale, dale, apúrate! -dijo revolviendo la bolsa donde guardaba la dichosa pelota.

Me puse el short y la camiseta y salimos disparados por su apuro. La verdad es que nunca entendí esos arranques que les da para hacer las cosas corriendo! Lo mismo que con Julián, que me dejó ardiendo de deseos por apurado. Me desagradaba que no tuvieran paciencia.

Ni bien llegamos me metí al agua y levantándome la camiseta aproveché a pasarme jabón. Después me lavé el resto por dentro del short. Estaba terminando cuando sentí que Julián se me acerca por detrás abrazándome.

– Uy, que linda… -me dijo pegando su pito a mi cola.

Los niños alrededor ni caso hacían a lo que estaba pasando. Todos estaban concentrados en jugar.

– No -le dije retirándome.

– ¿Qué pasa?

– Es que no tengo ganas que me hagas eso.

– Yo no iba a hacer nada!

– Bueno, por las dudas.

– Está bien -y así como se me pegó, se fue y siguió jugando divertidamente con los demás.

A pesar de su tamaño, Julián todavía era un niño en ese sentido y con un porcentaje muy bajo de responsabilidad de acuerdo a su edad. Pero la verdad es que después de lo que pasó con su padre, mis expectativas al respecto eran otras. Ya yo no quería que me volviera a tocar.

Después de chapucear un rato sola, me senté en el piso de pinocha como le llamamos a los restos secos que se desprenden del pino, y me puse a pensar con una atención que jamás había experimentado.

Sentí que algo había cambiado enormemente en mí. Hubo una especie de madurez en mi reacción con Julián. Necesitaba procesar las cosas con la responsabilidad de que lo que haría en adelante en todas las cosas de mi vida, tenían que ser pasos muy decisivos.

Era como un choque eléctrico que me había transformado de una noche a la mañana. Ahora repasaba mi vida desde que recuerdo tener claras imágenes de mi niñez y la fui comparando con los procesos que me habían enseñando diferentes cosas en el crecimiento. Repasé la vida de mis padres, las de mis hermanos, las de la gente que conocía y la villa. Pero llegado un momento mis pensamientos quedaron en suspenso tratando de adivinar qué más necesitaba aprender ahora y en mis años venideros. Y me di cuenta de que uno de mis anhelos habría sido el de ir con mis padres a la ciudad. Quería conocer más de ese mundo tan distante para mi alcance.

Absorta en mis pensamientos, el grito de mis hermanos haciendo señas para que fuera a jugar con ellos, me quitó la concentración.

– No. No tengo ganas de jugar ahora -les dije.

Y levantándome recogí la toalla y la jabonera, me puse las zapatillas de goma y tomé camino de regreso. Pero no sé si con conciencia o no, tomé el rumbo largo, el que pasaba por el plantío de maíz donde Arturo con otros tres vecinos de la villa trabajan. La verdad es que no tenía ganas de ir a mi casa o a la de Rosa.

Un buen rato caminé hasta que divisé el comienzo del cañaveral. A lo lejos había un hombre con una azada y otro con un sombrero de paja hablando. Cuando había avanzado bastante me di cuenta de que era Arturo. Y no sé de dónde ni porqué me puse algo nerviosa. “¿Paso o no paso?” “No, mejor me regreso!” Y cuando me estaba volteando para devolverme al río, sentí que Arturo me gritaba:

– ¡Andreíta!

Me giré y le hice adiós con la mano.

– ¡Ven! ¡No te vayas! ¡Espera que quiero decirte algo!

Y girando otra vez hacia él, me detuve. “¿Qué hago?” pensé.

Vi que avanzaba hacia mi diciéndome:

– ¿Adónde ibas?

– A ninguna parte, solamente estaba caminando.

Y ya más cerca se quitó el sombrero y me dijo:

– Hola -acercándose titubeando en donde darme el beso.

– Hola -le dije avanzando y titubeando también.

Y sonriendo su beso fue a para a la comisura de mi boca.

¡Sonreí poniéndome colorada por supuesto! Ese hombre me provocaba otra vez. Y lo mejor es que me gustaba.

– Perdona que estoy todo sudado por el trabajo. ¿Tienes un ratito?

– Si.

– ¿O prefieres volver al río?

– No. No tengo ganas. Ya fui.

– Ven que te voy a enseñar donde trabajamos si quieres.

– Bueno.

Mis pensamientos me delataban: “La verdad es que viniste porque querías encontrarlo” “No lo ocultes Andrea” “Te gusta esto”.

– Ven -me tendió la mano que le di de inmediato.

Me guió por una senda rodeada de una muralla de cañas a ambos lados. Estaban altas. Para poder ver algo amplio tenía que mirar hacia el cielo.

– Esta es la plantación. Por la mitad tenemos una casita hecha por nosotros para descansar cuando nos agotamos. Y allí nos quedamos algunas noches durante la cosecha porque el trabajo se multiplica y se pone muy intenso.

– ¿Pero no es peligroso?

– No. ¿Porqué lo dices?

– …no sé, me imagino que hay culebras y arañas o cosas así.

– Por eso utilizamos botas. Pero dentro de la casa no hay. La tenemos bien limpia y es muy raro que se acerquen adonde hay actividad humana.

Bajé la vista deteniéndome y me quedé pensando porque yo solo llevaba chancletas. Me miró y se rió. Yo también, me hizo mucha gracia como nos entendimos en silencio, sin decirnos nada. Entonces agachándose imprevistamente me dijo:

– Súbete en mi espalda.

Lo miré con interrogante.

– Así te protejo de cualquier animalito o insecto -sonrió.

Y me subí abrazándome del cuello. Me pasó su sombrero que coloqué en mi cabeza muy divertida porque me imaginaba lo grande que me quedaba. Mientras caminaba, sus movimientos me producían una linda sensación porque su espalda se restregaba contra mi. El olor a sudor y las manos cerradas en mis piernas terminaba de cerrar el circuito que me producía ese calor que aceleraba mi metabolismo sexual. Como una autómata pegué mi cara a la de él como pude. Él volteó la suya y me dio un besito corto en los labios. Me reí mimosamente. Arturo me sonrió preguntándome:

– ¿Estas contenta?

– Si

– Ahora dime la verdad… ¿Pasaste por casualidad por aquí o viniste porque querías verme?

Hubo una pausa antes de contestarle:

– Vine porque quería.

Varios pasos más adelante me volvió a preguntar.

– ¿Tienes ganas de hacer lo que hicimos anoche?

Me demoré otra vez en responder. Todavía me daba un poco de vergüenza darle a conocer mi deseo. Escondí mi cara contra su cuello y balbucí:

– …si…

– ¿Muchas ganas?

– Si muchas -dije rápido como con valentía.

– Yo también mi vida. Te tengo muchas ganas… Y si no hay nadie en la casita a lo mejor te lo puedo volver a hacer.

Yo seguía pegada a su cuello y apreté un poco más mi pelvis a su espalda. Me sentía vivir una fantasía, algo como un sueño, mediante el cual tenía expectativas de que me podía hacer sentir esa misma sensación maravillosa de la noche anterior.

Diez pasos más adelante me dijo:

– Aquí está -y me bajó lentamente hasta que volví a tocar el piso.

Apareció un descampado. Una torre alta de hierro con un tanque grande de agua y al lado la casita hecha de adobe con techo de zinc y maderas. Abrió la puerta y me sorprendí por la limpieza del piso de cemento brillante pintado de gris. A la izquierda al lado de una ventana, un fogón de leña con dos hornillas y una chimenea, una mesada de cemento lustrado, llave de agua para lavar platos, una mesa y dos bancos largos a los lados. A la derecha, tres camas en “U” y una en el medio cerrando un cuadrado. Dos mesitas con lámparas de aceite. Una de las camas pegada a otra ventana más grande que la de la cocina.

– ¡Que linda casita! -fue mi expresión sincera.

– ¿Te gusta? Tu puedes venir cuando quieras. Serás la única mujer que permitimos aquí porque soy quien decide qué hacer en este caso. Yo hice esta casa con mis manos y un poco ayuda de los muchachos. Y tenemos un pacto de que todo lo que tenemos aquí no lo comentamos con nadie. Y todo lo que pasa aquí tampoco nadie debe de enterarse. Y como te conozco desde que naciste y sé muy bien que tu eres una de esas personas leales a las que no le gusta hablar nada acerca de los demás, es que me permití mostrarte nuestro secreto.

– Pero… ¿nadie mas que ustedes conocen la casa?

– Si. Por varias razones. La mantenemos linda y acogedora porque no hay niños y no se junta mucha gente adentro durante el invierno. Preferimos que esto se mantenga así.

– Yo no lo diré a nadie, te lo prometo.

– Lo sé. De otra forma no te lo habría revelado -avanzó hasta pegarse a mi y con sus manos en mi cara me atrajo, yo avancé con el mismo deseo y nos besamos por un buen rato. Le abracé la cintura y me puse en puntas de pie hasta alcanzar ese grosor entre las piernas, que deseaba desde que salí del río. Arturo bajó las manos hasta mis nalgas y me ayudó a apretarme más y restregarlo circularmente. Esa sensación catapultó mi lengua y los labios con deseo y un gemido interno que descubría el aumento de mi calentura.

– Tócamela y acaríciala -me pidió separándose un poco.

Bajé la mano sin dejar de mirarlo a los ojos haciendo caso a lo que me pidió y se la toqué pasando la palma y los dedos por sobre el pantalón. Ya estaba dura.

– Mira cómo me pones chiquita… -cerró los ojos pegando los labios a los míos otra vez.

“Y yo… igual” pensé. Entre las piernas prácticamente me mojaba toda. Es impresionante cómo me segrega la conchita, algo que hasta anoche nunca me había pasado!

De pronto se separó de mi y me dijo:

– Me voy a dar una ducha, ya vengo.

Se quitó la ropa que dejó doblada sobre una cesta. Quedó completamente desnudo ante mis ojos. Me encantó ver su cuerpo así. Tenía el pito durísimo, apuntando hacia arriba.

El calor entre mis piernas subía de temperatura…

Salió y subiéndome a la cama me arrodillé frente la ventana para seguir viéndolo. Se paró al lado de una tubería y jalando de una cuerda bajaba un chorro de agua de la torre. Me miró sonriendo y con un jabón se lavó la cabeza y el cuerpo.

Me fascinaba verlo. Me gustaba mucho ese hombre. Sentía que le quería y lo deseaba con todas mis fuerzas en ese momento. Tanto que, cuando volví a la realidad, me estaba acariciando el clítoris sin tener conciencia de ello. Él se lavó la pija mirándome. Me hizo señas para que fuera.

No me hice esperar ni un segundo y salí. Me esperó con la pija en su mano y cuando estuve a su lado me beso en la boca y me dijo:

– Chúpamela.

Me arrodillé y con mi mano aferrada al pedazo de carne me la metí en la boca.

– Hahhh… fue todo lo que sentí de él, como aprobando que le gustaba.

Me tomó del cabello guiando los movimientos de mi cabeza en un ir y venir.

– Chúpamela así… despacio… deja que tu saliva me la moje bien… asiiiihh…

Mi mano aferrada ponía el límite de lo que entraba entre mis labios para no ahogarme. Otra vez ese sabor que me ponía más caliente! Me estaba encantando chupar! Me gustaba tener eso en la boca y saber lo que le provocaba a esa otra persona.

– ¿Quieres probar mi leche?

Y mirándolo desde allí abajo asentí con mi cabeza.

– Apróntate porque aquí viene… trata de tragar un poco y el resto guárdalo en tu boca para besarnos con eso después! ¿Si?

– Mhmmm…. asentí.

Guiada por sus manos apoyadas a los lados de mi cara… una, dos, tres, cuatro estocadas y se contrajo haciendo una pausa, mantuvo su aliento por un instante, la dureza de esa pija también se detuvo por un segundo y las venas crecieron entre mis dedos y mis labios, exactamente en el momento que sentí la invasión de un chorro de esa leche viscosa con mucha mas cantidad de lo que esperaba sentir… Tragué eso en el mismo instante que otro chorro se coló entre mis labios entrecerrados y un poco salió por la comisura de la boca. Volví a abrir y otro chorro menos caudaloso lo depositó en mi lengua. Tenía la boca llena. Tragué otro poco mientras más seguía saliendo de la cabeza y yo se la seguía chupando. Instintivamente mi mano lo pajeaba por el tronco mientras mis labios se mantenían rodeando la cabeza y manteniendo como podía ese líquido como él me lo había pedido.

Cuando sus contracciones se detuvieron, sus manos me elevaron la cara haciéndome parar y abrió la boca para besarme. Las lenguas se mezclaron junto con su leche. Eso me pareció tan sensual que apreté mi pelvis contra su pito y me restregué con fuerzas en puntas de pie otra vez. Estuvimos así hasta que nuestras bocas quedaron limpias por completo.

Nos separamos un poco y me quitó la camiseta. Mis tetitas se apoyaron en su pecho y sus manos bajaron para quitarme el short. Mi ropa quedó colgada de un travesaño de la torre y nos abrazamos. Piel con piel… hasta que de pronto jaló de la cuerda y un chorro de agua nos mojó por completo a los dos.

Grité de susto y él se rió a carcajadas manteniéndonos abrazados.

– Ja, ja, ja! ¿Te gustó?

– Siiii!!! …malo! Me asusté! – volví a gritar y a reír divertida y feliz a la vez.

Me levantó y lo abracé con las piernas en la cintura. Aguántate me dijo y caminó hacia la casa. Cerró la puerta y me depositó en el piso. Agarró dos toallas y nos secamos. Se acostó en la cama y me pidió que hiciera lo mismo.

Me abracé a él de lado y con su brazo por debajo de mi cuello me atrajo a esa boca que me provocaba otra vez. Nos besamos con ternura al principio pero rápidamente esos besos pasaban a la etapa de calentura. Me puso de espaldas y él giró de lado. Bajó la boca poco a poco hasta atrapar un pezón chupándolo con suavidad. Mis sentidos se agudizaron. Bajó la mano hasta mi entrepierna y acarició lentamente los labios de mi vulva que empezaban a mojarse nuevamente.

– Esta conchita tuya me vuelve loco -me dijo mirándome fijo a los ojos.

Me retorcí un poco buscando el mayor placer y lo volví a besar con más fuerza.

Sus dedos se avivaron e intentaban entrar un poco para luego recorrer el camino hasta el clítoris. Me animé a bajar mi mano y agarrarle la pija sin que me lo pidiera. La sentía crecer en mi mano. Lo pajeaba despacio.

– ¿Esta conchita tiene ganas de que mi pija se le meta adentro? -me preguntó moviendo sus dedos que me hacían sentir en una nube de placer.

– Siiihhh…! -fue lo único que pude decir antes de volver a invadirle la boca con mi lengua.

Nos pajeábamos uno al otro. Nos retorcíamos, nos besábamos nos apretábamos como podíamos hasta que él giró con sus rodillas entre mis piernas separándomelas lo más que pudo y mirándome a los ojos me preguntó:

– ¿Estas lista?

– Si

– Recuerda que te va a doler un poco. Pero será la última vez que te duela cuando una pija te penetre.

Asentí.

Y fue entonces cuando por fin el calor de la cabeza de su pija se apoyó en los labios de mi ensopada vulva. Desde anoche pensaba en que se repitiera esto!

Mirándonos fijos a los ojos con deseo mutuo, su pelvis se apoyó con un poco de fuerza y la sentí penetrar los labios de mi conchita que se abrían satisfactoriamente a esa aventura. Sentí el estiramiento que me provocaba y una chispa de dolor al tensarse contra mi virginidad. Esa cabeza se me alojaba casi toda adentro!

A pesar de ello, sentía placer porque tenía la expectativa de saber qué sería sentirlo todo adentro de mi. Bajó su cara para besarnos y una mano en mi nalga ayudó al momento que su pelvis provocaba que esa pija entrara con más fuerza. Sentí un tirón seguido de un poco de dolor, pero la mano en mi nalga frenó mi reflejo por separarme y todo el tronco de su pija se coló en mis entrañas…!

– Aaaahhhyhh…! -fue mi grito ahogado por nuestros labios que seguían apretados. Nos quedamos muy quietos. Nos seguíamos besando con locura, algo que me sirvió para distraer un poco la atención a ese dolor que al final no fue tan exagerado como lo había pensado…

– Mi chiquita… que rica estas así…! Me encanta que me hayas dejado clavarte toda la pija! Ya no vas a tener más problemas para sentir las pijas que tu quieras ahí… -me dijo moviendo apenas la cintura.

Ese movimiento me provocó un suspiro entre dolorozo y de placer total! Sentía la conchita totalmente estirada. Esa pija me ponía lejos de cualquier razonamiento normal!

Me acariciaba y me llenaba de besos mientras me decía cosas que me derretían.

– Estas demasiado buena! Tu cuerpo provoca que la pija de cualquier hombre tenga ganas de estar aquí donde yo tengo la mía! No puedo aguantar el deseo cuando te veo pasar y me imagino que lo mismo provocas a los demás… Tienes unas piernas de ensueño y un culo tan divino que me lo quisiera cojer también!

Entonces me sonreí y me anime a decirle:

– ¿De veras pasa eso? -dije pensando en el viejito que me miraba al pasar.

– Si. ¿Acaso no te has dado cuenta?

– A veces. Pero no sabia… -no me dejó terminar:

– Ahora lo verás más claro… y pasamos como diez minutos hablando de como yo provocaba deseos de cojer a más de uno en la villa. Nos movíamos de de vez en cuando.

No voy a decir que el dolor se me había pasado del todo, pero el placer tapaba cualquier molestia y le moví la conchita dandole a entender lo que quería.

Apoyó sus brazos a los lados de mi cuerpo y movió la pelvis lentamente hacia afuera y de inmediato su pija volvió a penetrarme. En el próximo movimiento lo ayudé haciendo lo mismo y aumentamos la libertad de movimientos hasta que nos empezamos a cojer cada vez con más concentración y locura. Nos besábamos. Abrí las piernas con más confianza y lo abracé con ellas.

– ¿Tenías muchas ganas de que te cojiera hoy?

– Muchas ganas! Aaahh…

Estuvimos así por un tiempo que no puedo calcular porque perdí la noción del tiempo. Todos mi sentidos se concentraban en ese lugar donde el placer nos ponía fuera de razón!

Sentía la tensión de las paredes de mi vulva provocada por el grosor de su pija. Y él dijo:

– La tienes tan apretadita que es peligroso!

– ¿Peligroso?

– Si! Porque eso me va hacer acabar antes de disfrutarte lo que quiero…

– Mmmhhhmmm…. me encanta! Así! -grité con confianza y sin poder pensar en lo que decía!

– ¿Así? -dijo empujándola con más violencia.

– Si!!! Asiiiii!! -yo gritaba totalmente fuera de control. Y él también!

– Te voy a llenar de leche esa concha mi cielo!!! ¿Quieres?

– Siii! Quiero!

Nos cojíamos con insolencia hasta que sentí que me decía: “Aquí viene!” “Toma!” y el calor de la leche invadiendo mis entrañas, haciéndome explotar en una dimensión totalmente desconocida para mí!

Nos separábamos y nos volvíamos a juntar, pausaba la pija bien adentro y sentía el impulso de otra descarga. Así sucesivamente muchas veces hasta que bajamos la tensión y nos fuimos quedando tranquilos hasta la total quietud.

Su mano acarició mi cabello mientras nos mirábamos a los ojos. Todavía estaba adentro de mi, pero ya la tensión en las paredes de la vulva había aflojado un poco.

– Me pones tan loco! Te tengo tantas ganas mi cielito!

Me sonreí sonoramente antes de decir acariciándole la cara con una mano:

– Yo también…

– ¿Te gustó cojer así?

– Si, me gustó.

– Ahora te vas a dar cuenta cuántas pijas pones así… ¿Te gusta mucho la pija de los hombres, verdad?

– Sihh… por lo menos la tuya.

– Ya probarás otras, me imagino.

– No sé.

Y nos quedamos fundidos así por una hora por lo menos. Acariciándonos, besándonos…

– Bueno, es hora de que vayas regresando. Antes de que llegue el atardecer.

Al levantarme me sentí algo tenso entre las piernas y caminé un poco divertido.

Él se rió y me dijo que era normal, que así me iba a sentir por un rato por lo menos. Me vestí y salimos. Me llevó hasta el camino fuera de la plantación y emprendí el regreso a casa llena de pensamientos pero con una sonrisa en mi corazón y en mis labios por lo sucedido. Me fascinaba este momento de mi vida.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *