El punto de vista de Arturo:

Arturo divisó a Luis Eduardo que regresaba de la casita. Se había cambiado de ropa. Ese chaparrón nos había obligado a correr para refugiarnos. Daniel y Antonio se salvaron porque al estar más cerca de la casa no se mojaron, llegaron antes del chaparrón.

Cuando Luis Eduardo pasa por mi lado me dice:

– ¿Sabes que llegó Andreita con la comida que envió Rosa?

– Si. Sabía que venía.

– Pobrecita, llegó ensopada porque la agarró la lluvia a medio camino.

– ¿Le diste algo de ropa seca?

– Si. Una camiseta que le llega casi a las rodillas! Ja, ja, ja. Y de paso le ayudé con la tinaja para que se diera un baño de agua caliente. ¡Qué linda se ha puesto esa nena…!

Ni le pregunté el porqué de su comentario. Me lo imagino. Conozco a Luis Eduardo desde muy jovencito. Nos hicimos muy amigos de él desde que llegamos a la villa. Es al que siempre invitamos a comer cuando regresamos del campo. Poco a poco fui descubriendo que es un enfermo sexual y que no deja escapar oportunidades.

Rosa, -mi mujer- también lo descubrió “accidentalmente”. Desde que nos mudamos, él me hablaba mucho de mi mujer. Me decía cosas como: “Tienes mucha suerte, tu mujer es la más linda de la villa. Tiene un cuerpo muy atractivo”. Y se interesaba en hacerme preguntas de cómo la había conocido y demás. Hasta que un día me preguntó si era buena en la cama y entramos en el tema de la sexualidad con más profundidad.

Desde que conocí a Rosa fuimos muy sinceros en la rutina diaria. Y así fue que llegamos a decirnos sin tapujos las cosas que deseamos en la vida de cama. Primero fantaseábamos con amigas y amigos, a veces con familiares y hasta con gente que apenas conocíamos. Luego deseamos convertir algunas en realidad.

Desde el principio nos sentimos muy enamorados el uno del otro y eso nos daba una estructura matrimonial muy firme. Por esa razón es que no nos costó nada poder dar el paso. Y todo se inició con Javier, uno de mis mejores amigos a quien le confié que lo utilizábamos en nuestras conversaciones durante el sexo, algo que se había convertido en costumbre y punto de calentura.

Normalmente lo invitábamos a comer en nuestro humilde apartamento de apenas dos habitaciones que teníamos en la ciudad, antes de mudarnos a la villa. No había nada más que la cocina con una mesa y cuatro sillas, el dormitorio y el baño. No teníamos sofá ni había lugar para tenerlo. Javier todavía hoy, vive a unos veinte minutos de ese apartamento, y tiene un negocio que está apenas a una cuadra y media. Él fue quien me había dado el dato de que se había liberado ese apartamento cuando estábamos buscando donde vivir y yo lo alquilé de inmediato.

Luego de la confesión que le hice a Javier se lo comenté a Rosa y ese día terminamos de hacer el amor hablando de cómo ella quería que se lo hiciera nuestro amigo. Tengo muy claro que tanto él como ella se sentían atraídos fisicamente desde que los presenté. Siempre los dos por separado me hablaban de alguna virtud física que el otro poseía. Creo que eso fue lo que me provocó mencionar a Javier de vez en cuando durante nuestras sesiones se sexo.

Pero ante la inminente próxima reunión en la que sabíamos todos a que los nos íbamos a enfrentar, Rosa quedó tan excitada que al día siguiente pasó por el negocio para hacer las compras de lo que se necesitaba en la casa y lo invitó a “una picada” tipo aperitivo cuando cerrara el almacén. Ella misma me contó que la respuesta de Javier no se hizo esperar y que al despedirse ella le dio un beso en la comisura de la boca, cosa que aprovecharon para abrazarse arrimando la pelvis un poco más de lo acostumbrado y que definitivamente estaba claro que se estaban permitiendo sentir mas de lo normal. Me confesó que los dos inconscientemente buscaron posicionarse para sentir el lugar perfecto donde presionarse mutuamente un par de veces y que definitivamente la había calentado mucho sentirlo. Pero como entró gente no pudieron seguir y se regresó a casa.

A las siete de la noche, luego de cerrar el negocio, Javier llegó como había prometido y traía dos botellas de vino. A pesar de que nosotros estábamos conscientes de lo que podía pasar, teníamos un poco de nervios mezclado con excitación. Durante toda la tarde nos besamos más que de costumbre mientras ella preparaba la comida, nos abrazábamos cada vez que teníamos oportunidad y cuando nos duchamos nos mimoseamos como dos jóvenes en pleno período hormonal. Rosa estaba vestida normalmente, aunque la camiseta era cerrada dejaba ver bien lo redondo de sus pechos. Es una parte de su cuerpo tan atractiva como su trasero. Se puso una falda cortita y bien suelta que le resaltaba ese par de piernas tan lindas que tiene y se le levantaba un poco de atrás por la curva de sus nalgas tan paraditas, cada vez que caminaba a buscar las cosas para servirnos. Javier la miró un par de veces sin poner demasiada atención para no incomodarme, y para romper el hielo comenté:

– ¡Dime si esa falda no le queda intensamente deliciosa! Mírala bien y dime ¿no te parece atractiva?

Rosa se dio media vuelta y riéndose divertida, volvió a girar con más fuerza levantando la cadera y dejando ver un poco sus nalgas cubiertas por un calzón blanco que apenas le cubría la mitad.

– No hay dudas! -dijo Javier soltando la risa también.

Ella se volvió a girar con los brazos en la cintura en pose de modelo y nos guiñó un ojo como continuando con la broma.

Nos quedamos en silencio mirándola en su ir y venir a la mesa y se puso a tararear una canción sin letra.

Puso varios platitos con quesos, jamón, aceitunas y unos pastelillos pequeños de espinacas, tres copas y una botella de vino. Por los nervios o la expectativa, mientras charlábamos, sus grandes ojos casi azabache estaban más vivaces que nunca… más inquietos que nunca. Inconscientemente, cada vez que tomaba un sorbo de vino se pasaba la lengua en los labios de un lado al otro. Se reía con nervios y hablaba con ansiedad. Opté por acariciarle la pierna por debajo de la mesa para relajarla un poco y según me comentara después, eso la hizo relajar y controlar más el nerviosismo. Me sonrió. Así pasó el tiempo y nos bebimos una botella y media del vino que mi amigo había traído.

En un momento dado todos quedamos en silencio. Parecía que no se nos ocurría otro tema. Me pareció que Javier entraba en un momento de incomodidad por no saber qué decir y solo se me ocurrió decir algo en forma de chiste y también un poco en serio:

– ¿Qué les parece si nos vamos a sentar al living?

Todos miramos alrededor como buscando algo inexistente y nos reímos a carcajadas por la ocurrencia. No había ni siquiera otro rincón donde sentarse.

– Vamos -dije estirándole la mano a Rosa. Los dos nos levantamos y nos dirigimos al cuarto sentándonos en la cama. Desde allí llamé a Javier que se había quedado sin saber qué hacer:

– Ven Javier. Este es el sofá en esta casa! -y volvimos a reír.

Se levantó de la mesa y vino hacia nosotros. Se sentó al lado de Rosa. Otra vez se hizo silencio hasta que finalmente halé a Rosa de los hombros y caimos quedando los dos de espaldas. Poniéndome de lado le di un beso prolongado que ella me respondió muy fogosamente, mientras mi mano subía levantándole la falda hasta descubrir sus interiores. Javier del otro lado se recostó poniendo un codo al lado de la cara de Rosa mirando como nos besábamos. Mi mano se posó entre las piernas de mi esposa provocando que sus piernas se abrieran un poco como una autómata y gimió. Separamos los labios al instante en que mi mano continuaba un camino ascendente levantando la camiseta hasta descubrir sus pechos aprisionados por el sostén. Bajé la cabeza queriendo encontrar mi mano con la boca y mis dedos comenzaron a quitarle esa prisión del pecho. Buscaba el broche del corpiño que me separaba de sus deliciosos pezones y al levantar la vista vi que la mano de mi esposa buscaba la nuca de Javier y lo empujaba dandole valor para que la besara. Juntaron las bocas y vi la lengua de ella encontrando la de mi amigo hasta que sellaron los labios en un beso con mucha sensualidad.

Debo confesar que había pensado bastante en este momento. Creí que podía sentir algo de celos o rechazo cuando se hiciera realidad, pero contrario a todos esos pensamientos, verlos me produjo más deseo, más sensualidad y se me endureció la pija en un instante.

Después de liberar sus pechos me metí un pezón en la boca y empecé mi tarea de chuparlo y provocar su endurecimiento con mi lengua bien húmeda. Escuchaba el sonido de sus bocas y de sus lenguas mezclándose y desde la posición que me encontraba aprisionando uno de sus pezones, vi la mano de Rosa caminando en dirección a la bragueta de Javier. Buscaba apoderarse de su verga y él movía su cadera ayudándola con esa movida. Entonces sentí una exclamación de Rosa con los ojos muy abiertos en forma de sorpresa y sin despegar sus labios de los de él:

– ¡Qué grande que la tienes!

Y yo intervine contestándole

– Si. No te dije nada para que tu misma lo descubrieras…

– ¡Me encanta! -y juntando las dos manos lo empezó a pajear.

Entonces Javier habló por primera vez:

– Uy Rosa… despacio que me tienes a punto desde hoy en la tarde.

– mmmhh… ¿Te gustó mucho verme?

– Hace tiempo que me gusta verte…!

– Me di cuenta cuando me abrazaste en la despensa… pero no me había dado cuenta que te gustaba tanto.

– ¡Me encantas, mira como me pones!

Las manos de mi esposa seguían haciendo su tarea lentamente, con paciencia. De vez en cuando se pasaba la lengua por las palmas de las manos y seguía. Javier empezaba a gemir y le decía:

– … despacio linda, porque de lo contrario me puedes sacar la leche muy rápido. Me tienes muy caliente…!

– No… -contestó Rosa- no voy a dejar que se desperdicie asi nomás. La quiero adentro…

Su tono era mimoso y con tanto deseo que escucharlos hablar con tanta sexualidad aumentaba mi calentura! Jamás habría pensado que me gustaría tanto que se la cogiera alguien más enfrente de mi. Lo que habíamos hablado entre ella y yo durante nuestras sesiones de sexo privado no se arrimaba a esta realidad. Tanto ella como yo volábamos de calentura en este momento!

Dirigí mi mano hacia abajo y empujé el elástico de su calzoncito. Me ayudó levantando la cadera y luego se quitó el resto ni bien pudo engancharlo con el pie. Él hizo lo mismo y se quitó el pantalón y el calzoncillos así como estaba, sin pararse. Parecía que no quería abandonar esa posición. Le dije a mi mujer:

– Déjame sacarte la camiseta mi amor.

– Si mi amor, quítamela!

Tuvo que soltar la verga de Javier para levantar los brazos y permitirme terminar de desnudarla. Él no esperó nada y mirándole las tetas con deseo, comenzó a descender pasándole la lengua por el cuello y el pecho hasta atrapar un pezón con su boca. Ella me miró por primera vez desde que habíamos empezado y me sonrió con sus ojos como agradeciéndome. Mantenía la boca entreabierta respirando con profundidad y un poco agitada. Sus pechos subían y bajaban a cada bocanada de aire y me dijo en voz baja y caliente:

– Me encanta mi amor…! Bésame aquí! -ordenó dándome direcciones mientras separaba más las piernas abriéndose los labios de la vulva con los dedos.

Me levanté ubicándome a los pies de la cama arrodillado y abriéndola con una mano en cada pierna le planté mi boca y comencé a morderle bien delicadamente el clítoris. Gimió más alto que antes y su mano atrapó mi cabeza empujándome más contra ella. Me mojaba toda la cara. ¡Estaba totalmente ensopada! Le metí la lengua empezando a saborearla y mirando hacia arriba vi a Javier que se ubicaba encima de su cara, con su pija en la mano apuntándole a la boca. Ella no se hizo esperar y la abrió como pudo. Rosa intentaba metérsela entre los labios ayudándolo con sus manos, pero apenas le entraba la cabeza. Pensé que no iba a poder meterse mucho mas. Javier era famoso por el tamaño de su pija y es perseguido por muchas mujeres por esa razón. Tiene el tronco muy grueso y la cabeza tipo hongo que la hace ver más exageradamente grande que el resto. Lo único que se escuchaba de mi esposa eran sonidos guturales imposibles de descifrar. Pero se le notaba en la cara que disfrutaba como una loca. Rosa a veces se tomaba su tiempo para sacarla manteniéndola frente a sus ojos y se detenía a mirarla, luego mojaba los labios con su lengua y volvía a introducírsela en la boca sin dejar de masturbarlo en ningún instante. Ella sabe demasiado bien como chupar la verga, es uno de sus mayores placeres. Su boca la utiliza tan bien que hace sentir a un hombre como si estuviera metiéndosela entre las piernas. Unos minutos más y quitándosela de la boca dijo:

– Javier… me duele la mandíbula de chupártela… -y poniendo los ojos y los labios sonrientes agregó- …pero me encanta!

Quité mi boca de su vulva y para que descansara la boca le dije:

– Métesela Javier que esta mujer arde de ganas por tenerla adentro!

Y sin hacerse esperar ni un segundo Javier tomó posición entre sus piernas.

– ¿La quieres ya? -le dijo morbosamente con su pedazo de carne duro en la mano.

– Si!! Dámela!!

Entonces le dije a mi amigo:

– Mira que es bien estrecha. Métesela despacio para que disfrute…

Y lentamente arrimó ese miembro exageradamente grande hasta tocar los labios de la resbalosa vagina. Ella entrecerró los ojos, abrió la boca con un gemido y sus manos lo ayudaron abriéndose los labios de la vulva.

Yo me lancé a besarle la boca para disfrutar con ella de ese momento tan rico que estábamos por pasar.

Javier, considerando mi pedido, le resbalaba su cabeza de arriba hacia abajo y presionaba de vez en cuando. Yo bajé mi mano para tocarle el clítoris y darle más emoción a esa cogida que le iba a dar mi amigo y por los ojos de ella me di cuenta que había empezado a penetrarla.

– Uuuyy… -fue todo lo que Rosa pudo exclamar.

Se la volvió a sacar y a meter lentamente varias veces.

– ¿Te duele? -le pregunté

– No! Solo que se me estira demasiado… Aagh…! -fue lo último que pudo decir cuanto Javier empujó otro pedazo.

Ella se quedaba quieta, esperando con expectativa y temor al dolor. Otra vez Javier intentaba penetrarla y Rosa me dijo que sentía que se le inyectaban los ojos de sangre y no sabía hasta cuando podría aguantar.

– No se la metas toda todavía Javier. Dale tiempo. Deja que se le dilate un poco más…

Rosa me acarició la cara con sus dedos y volvió a sonreír en agradecimiento a mi preocupación. Sus ojos brillaban emotivos y calientes a la vez. En un par de minutos se animó a mover las caderas lentamente y se fue animando hasta que gimió y le dijo:

– Métemela mas!

Yo quité mi dedo del clítoris. Me estaban casi aplastando la mano. Ella levantó las piernas un poco intentando recibirlo hasta el fondo. Él empujó suavemente otra vez y ella volvió a gemir mirándome a los ojos con la boca abierta para tomar aire y dijo:

– ¡Ay… como me llena!

Javier le abrazó la cadera y le metió el resto. Rosa volvió a mirarme con cara de morbosidad y logró balbucear:

– ¡La tengo tan adentro mi amor…!

– Disfrútalo mi cielo…

Poco a poco empezaron a moverse con mas ritmo. Mi amigo finalmente tenía a mi mujer totalmente penetrada y gozando. Me paré para dejarlos solos y contemplarlos. Todo el ambiente empezaba a oler a sexo. Mientras se la cogía se miraban a los ojos con deseo y se sonreían uno al otro. Mi mujer le atrapó la cabeza con sus manos en el cabello y lo atrajo hacia su boca. Ahora no solo movían sus caderas cogiendo sino que se besaban como si fueran novios en un estado de calentura total. Ella empezó a menear sus caderas con mas furia y dejando de besarlo me miró con la boca abierta. Sonriéndome gesticulaba con la boca sin hablar, tratando de decirme “cómo me coge… que rico!”

Yo le sonreí mientras me pajeaba viéndolos. Todo el dormitorio se confabulaba con ese momento. ¡Era puro sexo! Y un grito de Rosa me llamó la atención mientras yo me seguía masturbando. Le llegaba un orgasmo imparable, desesperado, intentando tomar más velocidad con sus caderas a pesar del peso de Javier encima suyo.

– Asi! Asi! No dejes de moverte! Cógeme duro! Asssiiihhh….! Se movía con desesperación levantando la pelvis, y de golpe hizo una pausa, abrió la boca bien grande y gritó:

– Aaaahhh…! Qué ricoooo! -y seguía levantando la pelvis en convulsiones espaciadas pero violentas.

– Asiiii… no pares…. asiiii!

Javier ya estaba inconsciente de todo lo que le rodeaba empezó a bombearla con una fuerza e indolencia tan brutal que creí que la iba a lastimar.

– Estas tan caliente y la tienes tan apretadita que me estas haciendo acabar demasiado rápido! Aguanta!

Pero ella no estaba dispuesta a parar. Creo que había perdido todo el control de la cintura para abajo. Lo abrazaba con una fuerza desmedida como para que no se la sacara ni un milímetro.

– Ay si! Échamela adentro! Dámela mi amor!

Y Javier levantando el cuerpo con sus manos apoyadas en las caderas de Rosa le gritó:

– Toma!!! -Y convulsionaba también- Toma, toma, toma! -le repetía a cada empellón. Empezó a soltarle chorros de semen varias veces.

– Ahhh…. siento tu leche caliente en mis entrañas! Asi, lléname mi vida. Lléname!

Yo parado al lado de ellos no daba crédito a la violencia con que se estaban cogiendo. Se pegaban con desespero desmedido restregándose las pelvis en todas direcciones. Siguieron un buen rato en eso hasta que dejaron de hablar y solo se concentraban en los movimientos nada más. De a poco fueron bajando la intensidad hasta que quedaron mirándose a los ojos. Javier bajó la cabeza y la volvió a besar con delicadeza y deseo.

Yo no podía más. La calentura de verlos era insoportable y el ambiente tan cargado no permitió que me aguantara. Me acerqué a la boca de Rosa con la pija en la mano y le dije:

– Chúpamela!

Y agarrándola con su mano giró la cabeza y se la metió en la boca.

No me hice esperar al sentir la boca caliente y su lengua mojada. Se la metí una vez, dos veces y a la tercera sentí que la esperma avanzaba y el primer chorro lo recibió dentro de la boca. Un segundo chorro lo recibió con la boca abierta para no derramarla y el tercero fue a parar al cachete. Cerró la boca y tragó.

– Ay… qué rico mi cielo…!

Finalmente abrí los ojos y la escena era insoportablemente caliente.

Javier seguía teniendo su verga dentro de la vagina de Rosa mirando como me había vaciado en su boca mientras me retiraba. Se abrazaron y empezaron a besarse pegajosamente.

– Me encanta tener tu verga adentro -le susurró ella a mi amigo. Volvieron a besarse.

Me fui al baño dejándolos solos y lo demás es otra historia.

Esa fue la primera vez que experimentamos el sexo compartiendolo con alguien.

A lo lejos se divisaba la figura de Luis Eduardo que había llegado a su puesto. Ya se encontraba cortando las cañas con la hoz. Él también fue parte de otra de nuestras aventuras. Recordar esto me calentó hasta el punto de tenerla muy dura. Pensé en Andreita, estaba allí, apenas a cinco minutos…

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

 

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