Al irse Luis Eduardo y quedarme sola en la casita, me invadió un sentimiento intuitivo que me hizo tomar la decisión de regresar a mi casa. Ni Arturo ni los demás todavía habían aparecido por allí, así que me vestí con la ropa seca otra vez y emprendí el camino hacia la villa. Y nada fue más acertado.

Al llegar, a lo lejos noté luz en mi casa y me pareció extraño no ver a mis hermanos afuera jugando. Al pasar por frente de la casa de Rosa salió a mi encuentro y me dijo sonriendo:

– ¡Tienes una sorpresa! Ve directo a tu casa…

Al entrar, nada menos que mis padres habían regresado de la ciudad! Corrí a abrazarlos y después de muchos besos y la alegría de verlos otra vez, me pusieron al tanto de los últimos acontecimientos.

Ya les habían otorgado las visas para viajar a Estados Unidos. Mi padre la había podido conseguir gracias a su especialización en un nuevo método de riego y fertilización que había ideado. Con la intervención de mi tío que vive allí, esto lo consideró una empresa de Estados Unidos como algo muy útil y le dieron el salvo-conducto para poder ir. Claro que mi padre puso como condición que quería llevar a su familia y se lo aceptaron. Claro que después de varios días de idas y venidas telefónicas y las documentaciones que exigía la embajada. Por eso se habían demorado.

Pero ya estaba todo listo. Me dijeron que tenían hasta los pasajes y nos deberíamos preparar en apenas cinco días para irnos. Charlamos por horas y mamá empezó distribuir las maletas que había comprado para cada uno de nosotros, además de algo de ropa nueva y zapatos deportivos. Mientras hablábamos mi madre me miraba con ojos alegres y algo curiosos. Me sentí nerviosa, no sabía porqué.

– ¿Cómo te has sentido todos estos días m’hija?

– Bien.

– ¿No has pasado trabajo? ¿Te han estado ayudando Rosa y Arturo?

– Si! Me la he pasado muy bien mami. Ellos han sido muy cariñosos conmigo (y me dio una extraña sensación, porque al pensarlo sentí que lo que realmente me había encantado era haber hecho realidad un instinto, descubriendo el sexo con ellos).

Me quedó mirando y luego de una larga pausa se sonrió.

– Bueno, me alegro m’hija. Tengo la sensación de que has crecido. Debe de ser que al estar varios días fuera, me da esa ilusión.

Y me abrazó agregando:

– Ya eres una mujercita muy linda y debes aprender a saber cuidarte. Ya hablaremos… -me dijo con la ternura que cualquier madre habla a una hija.

La abracé y le sonreí con alegría. Pero pensé que a pesar de que ella me ve todavía como niña, ya yo me sentía mujer con suficiente madurez para tomar algunas decisiones en cuanto a los cambios causados por mi inevitable crecimiento.

Mi padre, distraído como siempre no había reaccionado igual, pero me hacía muchos cariñitos y me hizo sentar al lado de él mientras del otro lado mis hermanos se pelaban para conquistar una posición cercana a él.

Me contó que su cuñado nos estaría esperando al llegar al aeropuerto. Me dijo que nos quedaríamos con él. Que tenía una pequeña casita detrás de la cabaña donde vivía.

– ¿Y dónde vive él papi?

– Bien al norte, pasando Nueva York en un lugar no muy poblado parece, por lo que me ha contado. A él siempre le ha gustado eso de vivir en parajes solitarios y como le fue muy bien con su negocio, se da el placer de hacer lo que quiere. Pero es muy bondadoso. Se ha hecho cargo de todo lo nuestro y nos da alojamiento hasta que yo pueda revolverme por mis propios medios.

Me gustaba que me contara cosas que le sucedían, así como hacerme historias. Las vivo mientras voy creando imágenes en mi mente para darle forma a sus palabras. Poco a poco me venció el cansancio y después de darle un beso de agradecimiento me fui a mi cama.

Volví a la realidad. Entonces me di cuenta de que iba a despedirme de este ambiente, de mis vecinos de mis nuevas experiencias como niña-mujer. No iba a ver más o por lo menos por un largo tiempo a Arturo, Rosa, ni a Luis Eduardo. Sobre todo en este momento en que con ellos había empezado a experimentar de algo tan disfrutable…

Poco a poco me fui quedando dormida. Estaba muy cansada, quizás por las tantas emociones vividas ese día.

Los dos días siguientes fueron de locura. Tuvimos que ir dos veces a la ciudad y regresábamos a la noche. Hasta que la última noche antes de irnos para el aeropuerto me fui a despedir de Rosa y Arturo.

Fue emocional, aunque al principio no pudieron demostrármelo mucho porque me acompañaron mis padres y mis hermanos a verlos. Pero aún así, Arturo se las ingenió para poder darme una despedida como deseábamos tener. Buscó la excusa de que lo acompañara a buscar un recuerdo que me habían preparado justo en el momento que mis padres se habían despedido para regresar a la casa a terminar de cerrar las valijas. Mis hermanos salieron a la calle con Julián y yo seguí a Arturo que me guiaba al dormitorio de la mano. Rosa, imaginándose lo que su marido planeaba, salió detrás de ellos a despedirlos afuera para asegurarse de que estaríamos unos minutos tranquilos.

El regalo era una caña de azúcar en la que habían entallado el nombre de ellos junto al mío. Cuando entramos, Arturo me empujo suavemente a un lado desde donde nadie podía divisarlo apoyado por la falta de luz eléctrica y me abrazó. Me levantó en el aire pegando los labios a mi boca. Me gustó esa acción repentina y le abrí la boca completamente, mientras abrazándolo con las piernas me llevaba a recostarme contra la pared. Nos chupamos las lenguas mientras me hacía sentir su calenturienta dureza entre las piernas.

– Hace días que tengo ganas de cojerte!

– ¿Si?

– Si. Mira cómo me tienes de solo mirarte mientras estábamos en la cocina con tus padres. Tenía ganas de abrazarte y manosear tu conchita. ¿Y tu?

– Yo también tenía ganas.

Sentía su pija rozándome entre las piernas y yo ya estaba deseando que me la metiera. dentro. La sacó lista, dura y deseosa fuera del pantalón. Yo ya estaba volada en temperatura. Ese día estaba caliente! Resultado de pensar tanto en ellos mientras daba vueltas con mis padres para los aprontes. Pensé mucho en ellos, hasta el punto de masturbarme en la noche en silencio para no ser descubierta.

Arturo hizo a un lado mi calzoncito y cuando sentí el calor de su pija en el hueco de mi entrada, me soltó la cintura y me deslicé por completo penetrándome hasta el fondo de mi ser por pura fuerza de gravedad. Se aferró desde abajo de mis nalgas y empezó a zarandearme de arriba a abajo con una demostración de calentura fuera de lo común. No paraba de babosearme la boca y estrujarnos las lenguas.

En eso vi entrar a Rosa pero ni él ni yo pudimos parar. Y le dijo a Arturo:

– Yo también quiero despedirla mi amor.

– Chúpale el culito mi cielo.

Arturo se acostó en la cama de espaldas conmigo encima. Me tenía clavada en su maravilloso mástil que estaba durísimo y parecía no querer abandonar ni un centímetro de su presa. Sentí las manos Rosa abriéndome las nalgas y atropelladamente me metió la lengua en la entrada del culo.

Con su mano libre nos acariciaba los sexos de su marido y el mío juntos mientras continuábamos cojiendo.

Yo estaba tan fuera de mi que casi saltaba y en cada penetrada parecía que me iba a salir por detrás. Me movía con fuerza desesperante hasta que sin poderme contener empecé a jadear anunciando un orgasmo inevitable. Arturo provocado por mis eróticos movimientos y sabiendo que no había mucho tiempo antes de que mis padres me llamaran, me gritó:

– Toma mi leche! Te voy a llenar esa rica conchita!

Hizo una pausa de un par de segundos y reinició la cojida que me estaba dando mientras derramaba la abundante primer esperma bien al fondo de mis entrañas.

Y le sentí cada vez que se vaciaba dentro de mi. Ese calor tan peculiar del semen caliente mezclándose con mis paredes interiores me provocaron un grito de placer al momento que el orgasmo explotaba desde lo más profundo de mi ser. Fue mucha la leche la que derramó dentro de mi. No me soltó por un buen rato. Hasta que se calmó y me la fue sacando muy lentamente hasta que mi concha la escupió totalmente fuera y ensopada.

Pero Rosa no se quería quedar sin su cuota y ni bien me giré para salirme de esa posición, ell se acostó boca arriba y me pidió que la montara en su cara. Comenzó a chupar todo los restos de semen que tenía dentro de mi conchita ayudando mis movimientos con las manos que aferraban mi culo. Cuando ya no podía sacar más de la leche de su marido y la mía, me pidió que rodara mi cuerpo para chuparnos las dos a la vez. Abrió sus pierna y le besé en la vulva con mi boca abierta sacando la lengua de vez en cuando para jugar con su clítoris. Olía a puro sexo. Me embestía con su concha moviendo las caderas y yo chupaba abrazada de sus muslos. Yo no aguantaba mas y otra vez un orgasmo se asomaba entre mis piernas. Rosa se dio cuenta y me dijo:

– Vamos chiquita, dámela que yo también te la voy a dar…

Y las dos empezamos a gemir y sacudirnos cada una en la boca de la otra. Así estuvimos un par de minutos. Se me mojaba la boca, la nariz y hasta me corría un hilo líquido por el mentón de todo lo que le salió a ella durante el orgasmo. Volví a rotar enfrentándome a su cara y sonriéndole la besé. El interior de nuestras bocas estaba pastosa y decidimos seguir besándonos hasta conseguir suavizarlas.

Cuando entramos en calma, Arturo me vino a besar y degustar la leche de su mujer en mis labios, en mi lengua.

No habían pasado ni tres minutos que entró Julián a decirnos que mis padres me estaban esperando, pero ya estábamos tranquilos y sentados hablando. Así y todo, Rosa me dio un beso en los labios, Arturo también y Julian se quedó indeciso y sorprendido. No sabía qué hacer hasta que su madre le dijo:

– ¿No la vas a besar de despedida?

Entonces vino hacia mi, me tomo por la cintura y me dio un beso tímido en la boca.

Regresé a casa pensando en la velocidad con sucedían estas cosas vinculadas con el crecimiento y el desarrollo sexual apresurado de mi cuerpo.

¿Qué iba a hacer para saciar tanto deseo que había dentro de mi, ahora que iba a un lugar nuevo? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que pudiera tener sexo otra vez?

Muchas preguntas comenzaron a agolparse en mi mente y empezaron a acumularse los nervios de una nueva aventura que caía en un momento que no quería dejar de vivir lo que estaba sucediendo.

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adriana.valiente@yahoo.com

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