PARTE 10

La aceptación

Lentamente abrí los ojos y por un instante perdí la noción de dónde estaba. Por unos segundos pensé que todo había sido una fantasía y estaba todavía en la aldea. Pero la visión del cuarto a medida que lo recorría con la vista y la sensación de que los músculos de mis piernas y la cintura habían trabajado extraordinariamente, me devolvió la hermosa sensación que descubría la verdadera realidad vivida la noche anterior hasta caer agotada y dormir profundamente.

Las sábanas revueltas que solo tapaban apenas mi cintura y nada más, la camiseta, mi ropa interior en el piso y el muñeco que miraba hacia el suelo desordenadamente sentado en la silla del dormitorio, era el sensual fiel testimonio de lo que habíamos hecho durante casi toda la noche. Pero él ya no estaba en mi cama. Probablemente estaría en el gimnasio.

No tenía ganas de levantarme todavía. Decidí hacer un repaso de lo sucedido anoche. Me dispuse revivirlo con las imágenes que habían quedado grabadas en mi mente y que de solo pensarlo causaban cosquilleo entre mis piernas otra vez. Y por esa misma sensación de cosquilleo, sorprendiéndome se me hizo presente algo que antes no me había percatado. ¡Situaciones anteriores con él tenían mucho en común con el estado pasional que vivimos la noche anterior!

Estas demostraciones de su parte, las había tenido en varias ocasiones desde muy pequeña, y por la inocencia de la edad en ese momento no me daba cuenta de qué era ese alboroto que hacía sentir en mi cuerpo y me hacía responder con impulsivas acciones. Sobre todo cuando jugaba conmigo revolcándonos en la cama o en cualquier otro lugar. Esas sensaciones que sentía en sus abrazos o cuando yo me le trepaba encima. Sin darme cuenta, por retorcerme en la cama con estos pensamientos, estaba destapada y mi desnudez estaba totalmente expuesta tal como me había dejado el tío Sergio al retirarse, segregando ese flujo característico que me aparecía en cantidades últimamente al internarme en pensamientos sexuales.

Escuché pasos por la escalera y sonreí retorciéndome con un poco de coquetería ante la expectativa de verlo aparecer otra vez allí. Pero quien apareció en la puerta abierta de mi cuarto era mi madre.

– Hola hijita… -y recorriendo la vista por toda la habitación continuó:

– ¡Vaya! Tal parece que aquí ha habido una batalla campal…

– Hola mami -dije poniéndome nerviosa y buscando taparme las piernas solo llegué a cubrirme hasta la cintura.

– Si te has dormido así no dudo que tu tío también te haya visto así.

Por ponerme nerviosa no se me ocurrió otra cosa que reírme tímidamente.

Las costumbres en mi casa siempre fueron de una familia sin prejuicios tontos. Mis padres nunca limitaron mi forma de vida. Yo andaba por la casa en bombachas desde muy niña y sin nada más. Cuando nos bañábamos, después entraba a la casa desnuda y me vestía delante de mi padre, mi madre o mis hermanos. Y ellos hacían lo mismo. O sea que, por costumbre no me asustaba la desnudez ni me hacía sentir comprometida.

– Sé que tu no tienes vergüenza de ello porque en casa no nos preocupa ese tema, pero los hombres aunque sean familia son hombres y se calientan al ver una mujer desnuda tan linda como tu, porque ya estas a la altura de cualquier mujer merecedora. Ya no eres una niñita y debes asegurarte de lo que te da deseos.

– Si mamá. Pero el tío me parece tiene las mismas costumbres que nosotros.

– Me lo imagino. ¿Tu ya sabes lo que es sexo?

– Si.

– ¿Y lo has tenido con alguien?

No esperaba una pregunta como esa. No me animaba a decir eso, pero era el momento de poder hablarlo con ella. Sino, ¿quién mejor que ella?

Se dio cuenta que no me animaba.

– No tengas vergüenza de hablarlo conmigo hija. Yo a tu edad también tuve algo y sé lo feo que es no poder charlar con alguien de ello. Vamos, anímate!

– Bueno… sssih… mami.

Entonces decidió meterse en la cama conmigo a charlar, pero cuando avanzaba hacia cama me di cuenta de las manchas de esperma que se veían claramente y tiré una sábana para taparla. Estaba casi segura que ella lo había visto. Pero contrario a lo que pensé que podía reaccionar, me sonrió y se acostó al lado mío.

Yo me puse a mirar el techo y sentía que ella me miraba de lado en la almohada, como esperando que me decidiera a mirarla a los ojos para seguir conversando. Me aguanté lo más que pude en esa posición hasta que finalmente la miré. Lo que pasó fue insólito. Nos empezamos a reír a carcajadas.

– No llegaste a tiempo… -me dijo riéndose.

– No mami. Perdóname!

– Ja, ja, jaaa, no fuiste tan rápida. Jua, ja, jaja… Ya, ya mi amor, ya. Perdóname que no me aguante seria como debería de ser, pero me hiciste tentar y no puedo parar… -y como sin poder controlar la risa siguió de tal forma que me hizo continuar riendo también. Acariciándome el pelo sin dejar de reírse agregó:

– No te preocupes mi cielo, conmigo puedes decir lo que quieras. Piensa que yo te quiero ayudar. Mami no quiere oponerse a tu crecimiento con moralidades hipócritas.

– ¿De veras? ¿No te sientes mal por mi?

– No mi amor, para nada. Y tampoco con el patán de tu tío… Pero lo que más importa es que haya sido natural. ¿tu… lo… permitiste? -las palabras eran dichas con pausas.

– Si mami.

– ¿Te gusta estar así con él?

– Mucho.

– Uy hija. Es un buen hombre, pero es familia lo cual complica un poco las cosas para la moralidad de una sociedad que se conduce y además bastante mayor… no te gusta alguien de tu edad?

– No mami.

– Pero si todavía no has tenido relación con alguien de tu edad como puedes saberlo?

– Si tuve.

– ¿Me vas a decir quien o prefieres no decírmelo?

– Con Julián mami. Pero es niño un tonto y no tuvimos “todo”.

– Bueno. Es muy jovencito. Pero, ¿qué quieres decir con no tuvimos “todo”?

– Eso mami. Que no sentí así… como debe de ser… no sé como explicártelo.

– ¿No te penetró?

– Eso!

– ¿Entonces todavía estabas virgen?

– Este… no…

– ¿Acaso hubo alguien más?

– Si.

– ¿Mayor?

– Si.

– Dime. ¿Quién?

Dudé antes de decir quien. No sé si debía, pero mi madre me abría la puerta dándome la confianza necesaria para que pudiera decir las cosas como eran.

– Te lo digo pero no te enojes con él.

– No niña. Te prometo que voy a respetar tus decisiones, si es que fueron tuyas. – Arturo.

– Me lo imaginé!

– ¿Por?

– Porque no has sido la única mi amor. Lo conozco muy bien y cuando te dejamos a cargo de ellos, no pensé que todavía estabas deseando algo así.

– ¿Porqué dices que no fui la única? ¿Conoces alguien mas que se lo hizo?

– Si… -y luego de una larga pausa continuó – “A mi”.

– ¿Cojiste con Arturo? -le pregunté sorprendida por haberlo dicho con todas las palabras.

– Si. Pero tu padre no lo sabe ok?

– Claro mami. No voy a decir nada.

– Durante mucho tiempo me decía cosas y me rozaba cada vez que tenía una oportunidad. Siempre buscaba una oportunidad para hacerme sentir deseada. Y un día que Rosa se quedó en la ciudad con un amiguito que tienen allí, mientras tu padre y ustedes dormían y yo terminaba de arreglar la cocina, Arturo entró y al ver que no había nadie alrededor me abrazó por detrás y no me aguanté. Le permití restregarse contra mi y yo lo ayudé. Estaba con ganas de que me lo hiciera y allí mismo en casa me levantó la falda y recostada contra el fogón me lo hizo por primera vez. Pero esto nadie lo sabe ok? Tiene que ser nuestro secreto.

– Claro mami. ¿Hubo mas veces?

Hubo un silencio total. Yo no quería hacerla sentir mal, pero como me había tenido mucha confianza para decirme algo así es que le lancé la pregunta. Quería darle la misma oportunidad que me estaba dando a mi. Por eso de la confianza y tranquilidad de poder hablarlo con alguien como ella me había dicho.

– Si hija, si. Cada vez que Rosa se quedaba en la ciudad con el amigo de ellos, nos juntábamos a escondidas. ¿Y tu? ¿Cómo fue? ¿Cuándo?

– Hace poco. Cuando ustedes se fueron a la ciudad a buscar el documento.

– Oh… -se sorprendió- ¿Y Rosa?

– La primera vez dormía, luego se unió.

– ¿Y cómo fue? ¿Mas de una vez?

Y le relaté la historia tal cual sucedieron los hechos hasta que ellos llegaron de regreso de la ciudad. Inclusive le conté lo de Luis Eduardo. Me escuchó con mucha atención sin la más mínima reacción de contrariedad.

Cuando aprendí la palabra promiscuidad, recién en ese momento me di cuenta de que en la villa donde crecí, eso era algo normal. Por esa razón no era mal visto y habían muchas relaciones libres entre familiares. De la misma forma no era inaceptable ni escandalosa la sexualidad entre vecinos. Pero si venía algún extranjero, se tomaban mucho cuidado y no era aceptado de esa forma hasta que no estuviera integrado en nuestra sociedad. Con estas costumbres arraigadas, mi madre no se escandalizaba con lo que había descubierto en mi dormitorio.

Pero de todas formas me habló a modo de consejo de cómo tenía que tener cuidado de todo lo que podía entorpecer mi felicidad. En eso estábamos cuando de pronto apareció el tío por la puerta con el pantalón pijama y sin camiseta. Venía un poco sudado de hacer gimnasia.

– Oh, perdón. No sabía que estabas aquí -le dijo a mi madre mirando mi desnudez como queriendo darse vuelta para salir de la habitación. Y mi madre se le adelantó:

– No, Sergio no. No te asustes. ¡ven! -dijo golpeando la cama con la mano por sobre mi, indicándole que se sentara de mi otro lado.

Me subí las sábanas solo hasta la cintura porque se habían enganchado enredadas en los pies de la cama.

Entonces él contestó:

– ¿De veras?

– Si. Vente con nosotras que hablábamos de algo importante.

– Hola mi linda. ¿Amaneciste bien? -me dijo.

– Si… -dije bajando un poco la vista porque me daba un poco de vergüenza estar desnuda con él y mi madre juntos. Aunque ella lo aprobara todavía sentía algo de incomodidad. Se recostó de mi otro lado como si fuera lo más natural del mundo y pasándome un brazo por debajo del cuello le dijo a mi madre:

– He pasado mucha soledad desde que llegué a este país. Tenía necesidad de ustedes y tener finalmente a esta niña aquí es lo más lindo que me puede haber pasado recuperando mi felicidad.

Y mi madre, sin cambiar su humor me daba a entender de que aceptaba mi desnudez ante su hermano. Y le dijo:

– Me alegro que te sientas así. Ella me ha sorprendido con lo adulto de sus pensamientos y me expresó que está dispuesta a ayudarte en lo que sea y estoy de acuerdo que así sea.

Me giré abrazándolo. Mis tetitas se apoyaron en su pecho y le pasé una pierna por encima dandole un “piquito” de beso tímido pero agradecido. No sé de dónde ni cómo reaccioné así, pero me sentía segura con mi madre delante por haber hablado de nuestros secretos. Entonces escondiendo mi cabeza en su tórax me animé a decir:

– ¡Es que mi tío es un queso! ¡Y yo lo adoro mami!

Sergio me abrazó y mirándome me regaló una sonrisa enorme.

– Ustedes dos, en lugar de parecer tío y sobrina, ¡parecen novios!

Y nos reímos todos a la vez.

– Vaya que me gustaría que lo fuéramos! Pero aquí en este país podría ser un escándalo de que este viejito y esta niña tuvieran una relación de ese tipo.

– ¿Porqué? Sabes bien que nuestras costumbres no nos limitan en esto.

– ¿De veras no te molestaría que mantengamos nuestras costumbres y me enrollara con Andreita?

– No. ¿No crees que ya hubiera saltado tirándome de los pelos después de entrar a este cuarto tan desordenado y darme cuenta de lo que ha pasado aquí mismo donde estoy ahora?

Mi tío puso cara de sorprendido. No se esperaba esas palabras de mi madre.

– ¿No crees que también podría estar llorando a gritos de ver a mi hija en brazos de mi propio hermano prácticamente desnuda como esta ahora?

– Lo sé. Me apasiona esta niña. Y su desnudez es torturante para mi. Está tan hermosa!

Y mi madre, mirándole el bulto que había crecido en su pantalón pijama le dijo:

– Si, ya me doy cuenta de cuánto te apasiona.

– Y bueno… Si. Ella me pone así… Pero para mí es muy importante lo que tu pienses también Andreita. ¿Te molesta que yo te esté abrazando desnudita adelante de tu madre?

– No. Me gusta mucho -le dije mimosa sin quitarle mi cara de su pecho.

Él me acariciaba la espalda.

– Lo que les dije. Parecen dos bobitos.

– ¿De verdad lo apruebas? -preguntó mi tío a mamá.

– Si. Me gusta que ella se sienta tan segura con su tío. Sé que tu no la vas a lastimar porque la quieres mucho y bien.

– ¿Ves? -me dijo levantándome el mentón y nos miramos a los ojos.

Le sonreí y me dio un besito en los labios. Se lo devolví con la lengua.

– ¿Te gusta estar así con tu tío, hija?

– Me encanta mami! -le dije mimosa y volviendo a aplastar mi boca contra la suya iniciando una lucha de lenguas muy húmedas. Me monté sobre una de sus piernas y le di un par de fricciones con la pelvis.

– Bueno, entonces los dejo solos y me voy a preparar algo -dijo mi madre- ¿qué les preparo para desayunar?

– Huevos revueltos y jamón. ¿Tu quieres mi chiquita? -preguntó Sergio.

– Si. ¿Y tostadas? -me animé a preguntar mirándola sonriente.

Ella se adelantó un poco en la cama y se me acercó a darme un beso en la frente acariciándome la espalda también.

– Mi niña se está convirtiendo en mujer. Y con el hombre que más confío. A ti te tengo mucha confianza y sé que no la vas hacer sufrir.

Suficiente. Me estaba autorizando a estar en brazos de él, y me sentí más aliviada ante la tranquilidad con que mi madre se adaptaba a este ambiente de solidaridad y confianza conmigo y el tío Sergio. Ella veía con naturalidad mi desnudez pegada a mi tío que ya estaba excitado y con el bulto empinado duro contra mi pierna. Me dejaba sola para que me encargara de él. Mi pelvis seguía la danza sobre esa pierna que me estaba poniendo a circular la sangre a toda velocidad.

– De lo que hablamos y lo que ha pasado aquí, tu padre no puede enterarse de nada por ahora hasta que ustedes dos esten seguros. ¿Entendido?

– Siiii… -coincidimos los dos al decirlo y nos empezamos a reír. Ella también y siguió camino.

Ni bien desapareció por la puerta, tío Sergio y yo nos enredamos en un beso extremadamente sensual. Su mano fue a parar a uno de mis pechos que hacía rato estaba delatando mi estado de calenturienta por el crecimiento de los pezones al sentir a Sergio tan cerca. Mis gruesos y largos pezones querían ser atendidos. La pija de Sergio se asomó por entre el hueco de la bragueta del pijama y se la rodee con mi mano sin dejar de besarlo. Me tiré encima de él a lo largo con las piernas abiertas y guié ese pedazo de carne endurecida que tanto deseaba en ese momento hasta la entrada de mi conchita. La cabeza me penetró quedando rodeada por los labios un poco inflamados de mi vulva. Así con su pija apenas adentro, empezamos a jugar moviendo las caderas. Me excitaba tenerla así.

– ¿Te la meto mi amor? -dijo poniendo su manos en mis nalgas para aferrarse a ellas en el momento de penetrarme hasta el fondo.

– Siiihhh… dije gimiendo.

Y cuando me preparaba para empujar mi vientre y hacerlo realidad, sentí a mi madre otra vez entrar al dormitorio y quedé congelada sin saber qué hacer. La cama estaba frente a la puerta. Seguro que me estaba viendo penetrada por esa gruesa verga con mis piernas bien abiertas dandole a sus ojos un amplio panorama de lo que sucedía. Entonces di vuelta mi cara por sobre mi hombro y me quedé mirándola como pidiendo disculpas con mi expresión. Pero solo dijo:

– ¡Ustedes no pierden el tiempo! A ver tortolitos… pueden hacer una pausa para decirme si quieren que les haga café solamente o con leche.

– Con leche -dijo mi tío sin soltarme las nalgas.

– Ya veo -dijo mi madre con sarcasmo y volvió a irse mientras nos decía en alta voz: “Les doy veinte minutos…!”

Tío Sergio y yo nos miramos y como si fuera algo natural no esperó a que mi madre se fuera. Me la empujó hasta hacerla desaparecer dentro de mi.

– Andreita… que caliente estas mi niña!

La sacó y girándome se subió sobre mi metiéndomela otra vez de una sola estocada.

Miré por encima de su hombro y me percaté que la puerta estaba abierta. Mi madre y yo nos sonreímos pero no por mucho porque abrí la boca para gemir cuando me la empujaba otra vez con fuerza y perdí la atención totalmente concentrándome en lo que Sergio me hacía sentir. Estaba empalada por el miembro de mi tío que me llenaba estirándome toda la vagina para poder estar dentro de mi! Todo parecía una escena surrealista. Pero no lo era.

Entonces él me arrancó otro fuerte gemido que no pude disimular y comencé a mover las caderas buscando más placer.

– Qué rica tienes la conchita mi amor -me decía- todavía la tienes tan apretadita que me vas a sacar la leche muy pronto.

– …aha…! -decía yo con desesperación para que se siguiera moviendo así porque me estaba por venir un orgasmo!

Peleamos con los movimientos de caderas y pegando con violencia un sexo contra el otro. Sentía sus testículos pegando en mis nalgas.

– Mi chiquita, te voy a dar la leche ya!

– Siiii…. yo también!!!

Habíamos durado poco haciendo el amor. Ya no podíamos esperar más!

Y grité con un gemido insoportablemente ronco desde lo más profundo de mi garganta a la vez que sentía los azotes de su verga muy adentro mío derramando esperma sin parar. El calor por dentro me hacía feliz! Y sin dejar de moverse fue bajando la frecuencia de sus empellones. Yo me calmé, pero el ruidito que causaban nuestros sexos friccionándonos ensopados era delicioso de escucharlo. El olor a sexo, ahora más fuerte, cerraba el final de una cojida que no esperaba, de una calentura que no había sido planeada. Entonces recordé a mi madre y miré. Pero ya no estaba.

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