8

– Desnudaos – les ordené.

Después de cuanto acababa de ocurrir, los chicos habían perdido cualquier rastro de vergüenza o timidez. Pedro y Luis se deshicieron de sus prendas, y el primero nos guio a ambos al dormitorio de su madre. Los dos entraron, pero yo me quedé a la puerta al ver que Carlos no nos seguía.

– ¿Tú no vienes? – le pregunté-. Cuento contigo – le dije utilizando un tono meloso que ni yo misma sabía que podía tener.

Sabía que con Luis y Pedro ya tendría suficiente. Aunque su juventud e inexperiencia les hiciera correrse con rapidez, su capacidad de recuperación (precisamente por su juventud casi adolescente) era casi igual de rápida. Y aunque ya me hubiese tragado una corrida de cada uno, sabía con certeza (porque yo también había sido un chico de 19 años), que serían capaces de darme unas cuantas más turnándose para regalarme algún orgasmo que aplacara mi fogosidad. Pero este otro chico también me gustaba, y quería saber qué cantidad de placer sería capaz de proporcionarme. Tres mejor que dos, pensaba en aquellos momentos.

– Tengo novia. Irina… – me contestó Carlos subiéndose la ropa y tratando de vestir su desafiante erección.

Me acerqué a él, y viendo que aunque lo deseaba con todo su cuerpo, el chico no quería llegar más allá por un sentimiento de fidelidad. Estuve tentada de contarle la verdad, pero estaba segura de que tarde o temprano la descubriría por sí mismo, y su reticencia me estaba incendiando más de lo que podía soportar. Le deseaba como se desea una fruta prohibida, y tenía que ser mío.

– Te has corrido en mi boca – le susurré eróticamente en el oído-. ¿Ahora no te gustaría follarme? – añadí pegando mi cuerpo al suyo para sentir la dureza de su falo.

– Jodeeerrrr – resopló cogiéndome de la cintura.

Con la punta de mi lengua acaricié sus labios y mis manos volvieron a soltar el único botón de sus pantalones que había abrochado, para hacerlos caer hasta los tobillos.

– Ella no está – seguí susurrándole-, pero yo sí, y estoy deseando que me folles….

Ya no respondió, era completamente mío. Me tomó con violencia y metió su lengua en mi boca hasta la campanilla, dándome un beso apasionado y visceral. Tiré de su ropa interior, y le ayudé a quitarse la camiseta. Se deshizo del calzado y se dejó guiar de mi mano al dormitorio, donde los otros dos esperaban sentados en el borde de la cama. Le dejé tras de mí, acercándome a él para que volviese a cogerme por la cintura mientras mi culito se apoyaba en la dureza de su asta de bandera.

– Ahora sí que os tengo a los tres… – les dije-. ¿Por dónde queréis empezar? – añadí levantando mis brazos para ofrecerles todo mi cuerpo.

A Luis se le había bajado un poco la erección por la espera, pero con esa invitación, se le puso la verga otra vez como una pértiga. Pedro, que había sido el último en darme su leche, ya se había recuperado, y su reacción fue exactamente la misma que la de su amigo.

– Divina juventud – pensé.

Sentí cómo las manos de Carlos recorrían mi cintura desde atrás, mientras apretaba su dureza contra mis nalgas. Sin girarme, yo le cogí por la nuca, y le ofrecí mi sensible cuello para que depositara en él unos besos que me produjeron escalofríos. En esa posición mi culito se restregaba contra su verga, haciéndome sentir toda su longitud y contundencia. Con mis brazos en alto sujetándole la cabeza, mis pechos se mostraban alzados, aún más prominentes de lo que ya eran, y con sus duros pezones marcándose en mi precioso vestido como el colofón de dos magníficas montañas.

Pedro se levantó, y se acercó a mí para poner sus manos sobre mis tetazas y recorrerlas como si fuera una escultura. Luis se le unió, y poniéndose a mi lado derecho, recorrió mi silueta de perfil metiendo una de sus manos entre la cadera de Carlos y mi culito para agarrarme con fuerza de una nalga.

Me sentí en el paraíso del tacto. Seis manos recorrían mi anatomía acariciando todas mis formas para transmitirme una mezcla de agradables y electrizantes sensaciones. Esos chicos me trataban como a una diosa a la que reverenciar, y yo estaba dispuesta a ser su afrodita para que derramasen en mí el néctar y ambrosía que su mortal juventud podía ofrecerme, volviéndome terrenal con el poder de sus pasiones desatadas.

Mientras sus manos acariciaban todas mis curvas memorizando cada una de mis femeninas formas, sus voces alimentaban mi vanidad regalando mis oídos con toda clase de apreciaciones: “Pero qué buena estás”, “qué pedazo de tetas tienes”, “eres preciosa”, “tienes un culito riquísimo”, y un largo etcétera de piropos de chiquillos excitados ensalzando mi anatomía.

Estaba flotando en un cielo de suaves caricias, pero en mi interior me estaba consumiendo en un infierno de rugientes hogueras de lujuria. A pesar de haber mancillado mi boca y garganta con sus orgásmicos fluidos, parecía como si ninguno de los tres jóvenes se atreviera a dar el siguiente paso, como si me fuera a desvanecer siendo tan sólo un sueño que se esfuma cuando trata de alcanzarse. Por lo que tuve que tomar la iniciativa y tirar del borde de la falda de mi vestido para sacármelo por la cabeza. Me quité también el empapado tanguita, pero no me saqué los zapatos, ya que los tres eran más altos que yo y los tacones me propiciaban la altura perfecta para ser más fácilmente accesible. Cogiéndome de una mano, Pedro, que ya había disfrutado de la visión de mi cuerpo desnudo dos días atrás, me hizo dar un giro de 360 grados para que sus amigos se embebiesen de mi desnudez.

Mi coñito estaba tan lubricado que, sin el tanga, mi zumo de mujer excitada corrió por la cara interna de muslos, inundando el dormitorio con su aroma. El inconfundible perfume de hembra excitada pareció sacar de su ensoñación a los tres jóvenes, haciéndoles ver que era muy real, lo que provocó que me atacasen los tres a la vez como si fueran lobos que rodean a su presa. Pedro me atacó desde el lado izquierdo, punzando con su lanza mi cadera mientras con una mano me cogía de una nalga, y con la otra se llevaba mi pecho izquierdo a la boca. Luis me abordó por el lado derecho, me hizo gemir cuando sentí que dos de sus dedos penetraban en mi vulva y exploraban la humedad de mi entrada vaginal mientras su otra mano me sujetaba del hombro, y su boca atrapaba con voracidad el pecho libre. Carlos me atacó por detrás, sujetándome con una mano por la cintura y atenazando la nalga libre con la otra. Se pegó a mí, y colocó la cabeza de su polla entre mis glúteos, empujando para presionarme con ella, abriéndose paso por la raja que tanto la mano de Pedro, como la suya, abrían estrujando mis redondas posaderas.

Estaba totalmente inmovilizada, y no podía más que disfrutar de las múltiples y excitantes sensaciones que estaba experimentando, dejándome hacer. La boca y mano de Pedro exprimían mi pecho izquierdo, y su forma de mamar de él con gula, llenándose la boca con cuanto volumen podía succionar, conseguían hacer que el sensible pezón ardiese y vibrase cada vez que su lengua lo lamía. Como ya ocurriera la vez anterior que había tenido mis pechos a su alcance, el chico mamó como si quisiera extraer de mí la leche maternal. Su fijación por comerse así mis tetas me hizo pensar que tal vez le recordasen a los bonitos pechos de su madre, Alicia, transformando el innato instinto de ser amamantado en un fetichismo sexual que debía satisfacer.

Luis chupaba mi otro pecho con más suavidad, rodeando el pezón con sus labios y lamiendo la erizada cúspide, dándome unas deliciosas y húmedas caricias, Su mano derecha exploraba mi coño, acariciándome la vulva, masajeándome el clítoris y metiéndome la primera falange de un par de dedos a través de mi abertura. Me hacía gemir con sus íntimas caricias, y a la vez me hacía desear con mayor intensidad el ser penetrada con más profundidad, manteniéndome en un placentero limbo.

Carlos me sujetaba por la cintura mientras su otra mano masajeaba mi glúteo derecho. El izquierdo era propiedad de Pedro, quien me lo acariciaba concentrado en saciar su apetito por mis tetas. La verga de Carlos empujaba con su cabeza la raja entre mis nalgas, alojándose entre ellas para darme la magnífica impresión de tener algo duro introduciéndose por mi trasero, lo cual se había convertido en una de mis sensaciones favoritas, especialmente desde la experiencia con mi cuñado. Los dedos de Luis en la parte delantera me hacían moverme con el placer que me proporcionaban, pero ese atrevido ariete que se friccionaba entre mis carnes, era el que me hacía empujar con mi cadera hacia atrás para que su punta incidiese sobre mi angosta entrada. Deseaba que esa polla me empalase por el culo, pero la ausencia de lubricación lo hacía casi imposible, por lo que disfruté de las continuas presiones sobre mi ano mientras mis manos tiraban de su nuca tratando de atraerlo más hacia mí.

Luis abandonó mi pecho dejándome el pezón listo para rayar cristal, sacó los dedos de mi lubricada cueva de placer, y descendió por mi anatomía acariciando mis muslos con sus manos, mientras su legua recorría el valle de mi vientre tomando rumbo sur.

– Essso essssss – susurré-. Que no puedas volver a beber con: “Yo nunca le he comido el coño a una tía”.

Se puso de rodillas en posición de samurái, y yo abrí mis piernas ligeramente, franqueándole el acceso. Sus labios se acoplaron a mis labios mayores besándolos y haciéndome estremecer, y cuando la punta de su lengua se introdujo entre ellos, suspiré de gozo:

– Uuuuuuffffffff…

Se llenó la boca acariciando mi vulva con sus labios mientras su lengua exploraba la entrada produciéndome un delicioso cosquilleo. Lamió la raja arriba y abajo con algo de torpeza (sólo tenía como referencia la exquisita comida que me había hecho mi amiga Raquel), pero al agradarle mi sabor se aventuró a introducirme su escurridizo músculo cuanto pudo, arrancándome un gemido. Su suave lengua cobró vida propia, y empezó a retorcerse en la antesala de mi vagina, con lo que esta le obsequió manando su zumo en respuesta. El chico aprendía rápido.

Carlos recorrió toda mi espalda con sus manos, provocándome un escalofrío que me obligó a arquear la columna incrustándome la punta de su barrena con tanta fuerza, que ésta venció levemente la resistencia de mi pequeño orificio dilatándomelo para asomarse a su interior. Me ardió el ano, y sentí un calambre que me dejó sin respiración por un segundo.

– ¡Joder! – se me escapó, y ante su reacción retirándose asustado, suavicé el tono-. Así no…

– ¡Lo siento! – contestó-, tienes un culito tan rico que no podía pensar más que en follármelo…

– Uuuuummmm– gemí antes de poder contestar.

Luis seguía mejorando su técnica lingual en mi coñito, y Pedro se estaba dando un festín con mis tetazas, moldeándolas con manos de alfarero y alternando succiones y leves mordiscos de un pezón a otro.

– Dessspuéeeessss – dije entre jadeos-. Uuuuufffff, lubricaaaaahhhh…

Los otros dos me estaban consumiendo de gusto y, para mi sorpresa, Carlos se tomó mi sugerencia/orden al pie de la letra. Se arrodilló tras de mí y sentí eróticos mordiscos en mis sensibles nalgas. Sus manos abrieron el camino y su rostro se situó entre mis redondeces para que la punta de su lengua alcanzase a acariciar la suave piel de mi ojal.

– ¿Ummm? – gemí con sorpresa.

Esa lengua en tan recóndito lugar me brindó unas maravillosas cosquillas afanándose en lamer la estrecha entrada, embadurnándola de saliva, y estimulándola de tal modo, que toda mi piel se puso de gallina con mi espalda arqueándose para ofrecerle a Carlos todo mi culito.

Aquellas tres bocas comiéndome como un manjar de dioses me estaban transportando hacia el nirvana. Mi piel respondía febrilmente a las caricias de aquellas escurridizas lenguas y el incesante masaje en mis pechos, acelerándose mi respiración. Cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones, y agradecí al cielo el haberme convertido en una sensual mujer y brindarme la oportunidad de experimentar aquello. El placer recorría cada una de las fibras de mi ser, hasta que se hizo tan insoportable, que alcancé el clímax en el instante en que la inquieta lengua de Luis dio con mi clítoris haciéndolo vibrar con un lametazo.

– Oooooooooohhhhhhh – grité orgásmicamente descargando la tensión sexual que llevaba toda la noche acumulando.

Inundé la boca del cunilingüista con mis cálidos fluidos y agarré a Pedro de la cabeza para separarle de mis pechos, y unir mis labios a los suyos con el irrefrenable deseo de besar y ser besada. Carlos se levantó, y me abrazó desde atrás cogiendo mis liberados pechos mientras su verga se apretaba contra mi culo haciéndome sentir toda su longitud.

Luis abandonó mi vulva y, succionando el labio inferior de Pedro, aparté a éste con dulzura para tomar a Luis y poder degustar de su boca el intenso sabor de hembra orgásmica, satisfaciendo así a lo poco de hombre que quedaba en mí.

– Eres la cosa más deliciosa que he probado jamás – me dijo tras compartir mis propios jugos conmigo.

– ¿Te has corrido? – preguntó Carlos dándome sensuales besos en el cuello.

– Mmmm, sí – le contesté-. Me habéis puesto malísima entre los tres… aprendéis rápido. Ahora sí que me alegro de haberme quedado.

– ¿Entonces, hasta aquí hemos llegado? – preguntó Pedro mostrando decepción.- Yo quiero follarte…

Su decepción me pareció totalmente injusta, puesto que no sólo había podido disfrutar toqueteándome o comiéndome a placer, sino que también había gozado del sexo oral igual que los otros dos. Es más, él ya me había tenido montada sobre él dos días atrás, por lo que ya había obtenido mucho más de lo que jamás habría imaginado. Sin duda, yo no tenía ninguna intención de dejarlo en ese punto. Una vez que me había lanzado, estaba dispuesta a llegar hasta donde pudiese para descubrir mis propios límites, puesto que cada nueva experiencia no hacía más que abrirme puertas hacia nuevos mundos llenos de placeres. Tenía a tres chicos para mí sola, dispuestos a darme cuanto gustase, y era una oportunidad que no debía desperdiciar.

Su ansia por volver a tenerme, por un lado me resultaba halagadora y estimulante, pero por otro, me indignaba el que pudiese pensar que podía disponer de mí cuando quisiera. Aunque yo hubiera fomentado la impresión de que estaba allí para satisfacer sus deseos y los de sus amigos, la realidad era que quien tenía el control era yo. Esos tres yogurines estaban allí para satisfacer mis propios deseos, por lo que tomé la determinación de dejárselo claro.

– Ni mucho menos hemos terminado. Pero tal vez tú seas el menos indicado para exigir nada – le contesté con el autoritario tono de Lucía “La jefa”.

Pedro se sonrojó como un niño al que han echado una reprimenda, y los otros dos le miraron sin entender nada. Su reacción fue exactamente la que esperaba, su rubor me indicó que seguía respetándome.

– Ahora me voy a follar a Luis – continué cogiendo la dura polla de éste-, y Carlos podrá tocarme… pero tú no.

A Luis se le dibujó una enorme sonrisa en los labios, y Carlos asintió apretándome levemente los pechos. El tono rojizo del rostro de Pedro se hizo más patente.

– Y después voy a follar con Carlos – proseguí-, y Luis podrá tocarme… pero tú no.

Luis se relamió y Carlos me dio un excitante y succionante beso en la sensible zona de mi clavícula derecha.

– Sólo podrás mirar – continué-. Y no podrás masturbarte, porque si cumples estas sencillas órdenes, podrás follarme. ¿Entendido?.

– Sí, señora – respondió dando un paso hacia atrás.

Ejercer ese dominio sobre él me resultó de lo más gratificante. Una cosa era que me comportara como una puta, y otra muy distinta que lo fuera. Yo era dueña de mí y de mis actos, y lo que quería hacer era por mi propia voluntad, aunque me dejase llevar por las circunstancias.

– Vamos, lengua juguetona – le dije a Luis-. Quiero montarte – sentencié empujándole sobre la cama.

Se quedó tumbado boca arriba, con las piernas colgando de la cama y la polla erecta esperándome. Me despegué del cuerpo de Carlos y le hice soltar mis pechos cogiéndole la mano para invitarle a seguirme. Subí a la cama colocándome a horcajadas sobre Luis, y cogí su duro miembro para que apuntase hacia mi húmedo coñito. Carlos, desde atrás, se tomó la molestia de quitarme los zapatos para que estuviera más cómoda, lo que le agradecí agarrándole la cabeza para que mis jugosos labios tomasen los suyos dándole un tórrido beso. Y poco a poco me fui dejando caer, viendo la cara de salido que en ese momento tenía el chico que tenía debajo, y sintiendo cómo el que tenía tras de mí me cogía de la cintura para ayudarme a bajar lentamente. La redonda cabeza rosada que me había hecho tragar más leche que ninguna, fue abriéndose paso entre mis pliegues y penetrándome con suavidad para que mi conejito engullera pausadamente la zanahoria, hasta que se la tragó entera.

– Uuuuufffffffff – suspiré de gusto con Luis haciéndome el coro.

Me quedé sentada sobre él, completamente ensartada, disfrutando de esa sensación, y volví a agradecer al cielo el haberme convertido en una mujer.

– No te imaginas la cantidad de pajas que me he hecho imaginándome que una mujer como tú me montaba así – me dijo.

– ¿Ah, sí? – le pregunté levantando los brazos para echar hacia atrás mi melena – ¿Y qué te parece la realidad?.

– Ufffff… ¡Mucho mejor!. Estás tan caliente y mojada… Y las vistas desde aquí son espectaculares… ¡Joder, es que no me puedo creer lo buena que estás!.

– Gracias – le contesté con una sonrisa-. Pero ahora es cuando empieza lo bueno…

Moví las caderas de atrás hacia delante, recreándome en el gustazo de tener una dura polla dentro de mí. El chico gruñó, y mis potentes músculos vaginales se contrajeron apretando esa dureza que les estimulaba. Comencé un suave vaivén hacia atrás y hacia delante, disfrutando del movimiento de esa verga deslizándose en mi interior como una anguila en una gruta, con mis labios mayores frotándose sobre su suave vello púbico.

– Uummmm – gemí mordiéndome el labio.

– Joooodeeeerr, Lucíaaaa… – verbalizó el muchacho atenazando mis muslos.

De pronto sentí cómo unas manos recorrían mi cintura desde atrás, acariciaban mi región lumbar, y proseguían descendiendo para masajear mi culo en suave movimiento. Con la satisfacción de ser penetrada, me había olvidado por completo de Carlos, que permanecía a un paso de la cama.

– No te cortessss, mmmm… – le susurré girando la cabeza hacia él mientras me clavaba la estaca de Luis en lo más profundo – …acércate.

Se acercó aún más quedándose al borde de la cama, y pude sentir el contacto de su glande en mi espalda. Se agachó un poco, y cogiéndome las tetas me metió la lengua en la boca para enredarla con la mía y devorar mis suaves labios con los suyos. Ese chico besaba realmente bien. Sus besos eran eróticos y apasionados, unos besos que aceleraron el ritmo de mis caderas y que saboreé follándome a su amigo. Sus manos acariciaban mis pechos, recorriendo su contorno, sopesándolos, apretándolos, masajeándolos y estimulando mis pezones con sus dedos.

Las manos de Luis recorrieron mis muslos y caderas para, finalmente, cogerme de las nalgas y tirar de mí consiguiendo que el extremo de su falo me punzase en la máxima profundidad.

Mis gemidos se ahogaban en la boca de Carlos, y este liberó mi lengua y labios para oírlos con claridad:

– Ummm, mmmm, ummmm…

Miré hacia mi izquierda, y me di cuenta que, concentrada en mi gozo de follarme a un jovencito mientras el otro le complementaba con caricias y besos, me había olvidado de Pedro. Mi amigo se había sentado en una silla, y contemplaba la escena haciendo un auténtico esfuerzo por no agarrarse el obelisco con el que me apuntaba.

– Muy bien – le dije-. Sigue aguantando y tendrás tu premio.

– Eres mala – contestó -. Verte follar es el mejor espectáculo que he tenido jamás delante… pero no poder hacer nada…

– ¡Oh! – exclamé de gusto al sentir cómo Luis elevaba su cadera taladrándome con su pértiga – . A este ya le queda poco, sé paciente…

Efectivamente, Luis me apretaba del culo con fuerza. Ya no podía soportar la lenta cabalgada con la que yo me estaba deleitando mientras mis músculos exprimían su miembro, y su cuerpo empezó a pedir más intensidad dándome golpes de cadera con los que me hizo botar sobre él.

– Ah, ah, ah, ah – expresé mi placer con interjecciones.

– Lucía, Lucía, Lucía… – apelaba mi empalador.

Su polla me presionaba una y otra vez con un delicioso repiqueteo en el fondo de mi coño, consiguiendo que la sintiese más intensamente para mi propio disfrute. Aunque para mí era demasiado pronto para llegar al orgasmo, él ya estaba a punto.

Carlos seguía aferrándome los pechos, que ahora botaban en sus manos, y comenzó a susurrarme al oído:

– Haz que se corra, haz que se corra, haz que se corra…

Me hizo saber cuánto deseaba follarme apretando su rabo contra mi espalda, aumentando mi deseo de querer follármelo a él también, así que le aparté las manos de mis pechos y se las entrelacé tras su nuca junto a las mías, de tal modo que me estiré completamente arqueando un poco la espalda para apoyar mi cabeza sobre su pecho. Mis tetas se alzaron y botaron libres subiendo y bajando. Aquello fue lo máximo para Luis, mientras mi coño estrangulaba con crueldad la dura barra de carne que se movía en su interior, los ojos del muchacho se llenaron con la contemplación de mi cuerpo respondiendo a su pasión, grabándosele a fuego en el cerebro la imagen y las sensaciones para explotar en una gloriosa corrida.

– Lucíaaaaaaaaaaaaahhhhhh… – gritó.

Sentí un estallido de calor en mis entrañas, y el placer de su leche escaldándome por dentro fue tal, que a punto estuve de irme con él. Pero el polvo en sí había sido corto, y aún necesitaba más para llegar al clímax.

– Cabrón con suerte… – oí que comentaba Pedro desde su silla.

Mi montura bajó la cadera y todo su cuerpo se relajó mientras resoplaba. Me separé de Carlos y me tumbé sobre Luis para darle un dulce beso en los labios.

– Muy bien, tigre – le susurré al oído-. Ahora deja sitio al siguiente.

Me levanté poniéndome a cuatro patas sobre la cama para que el chico saliera de mí. Obedeciendo mi orden, se deslizó hacia el cabecero de la cama pasando todo su cuerpo ante mis ojos. Cuando sus caderas estuvieron a la altura de mis manos, el aroma procedente de su verga llegó a mi olfato estimulándolo. Olía deliciosamente a sexo, y cuando siguió subiendo la vi aparecer, aún erecta y recubierta de mis fluidos y los suyos; no me pude reprimir, y me sorprendí a mí misma acercando mi boca a ella para envolverla con mis labios y succionarla.

– ¡Diosssssss! – exclamó Luis sintiendo la succión como un placer cercano al dolor.

Me saqué la polla de la boca dejándosela limpia y degustando su corrida mezclada con mi jugo. Una delicatesen que satisfizo a mis papilas gustativas.

– ¡Qué tía! – oí exclamar a Pedro.

Carlos esperaba su turno, pero la impaciencia empezaba a adueñarse de él, así que sentí como me tomaba por las caderas y su glande comenzaba a abrirse camino entre mis glúteos. ¡Cómo me gustaba esa sensación!.

Luis por fin salió de debajo de mí y fue junto a Pedro.

– Ha sido la hostia… – le dijo -. Me voy a pasar toda la vida agradeciéndote el que me hayas invitado hoy a tu casa y me hayas presentado a Lucía. ¡Es una diosa!.

– Lo sé… Pero cállate, que ya estoy sufriendo bastante con sólo mirar…

La lanza de Carlos abrió mis nalgas y su punta alcanzó mi ano. Le resultó fácil, aún tenía la rajita húmeda por su saliva, y cuando sentí que presionaba para perforarme el agujerito, me gustó tanto, que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimirme y no ayudarle yo misma empujando hacia atrás con mi culo para que me lo penetrase salvajemente. Estaba lubricada por su trabajito lingual de antes, y mi ojal estaba relajado por la cabalgada que le acababa de dar a Luis, por lo que me encontraba preparada para una rica enculada, pero mi coñito se había quedado a medias y pedía más polla que le llenase, así que miré hacia atrás y dije:

– Por el culo aún no… Si quieres cabalgar, antes tendrás que aprender a montar…

– ¡Apunta más bajo, chaval! – le dijo Pedro con envidia e impaciencia.

Carlos no dijo nada, es cierto que tenía mi culito a punto y dispuesto, y a pesar de mi negativa podría habérmelo perforado y yo lo habría aceptado con gusto, pero aunque me tenía a cuatro patas, a su entera disposición, su voluntad se doblegó a la mía.

Sentí cómo su glande se deslizaba hacia abajo y encontraba mis abultados labios mayores. Penetró suavemente a través de ellos, y estos lo envolvieron invitándole a continuar con su avance.

– Uuuuffff – suspiró sintiendo la humedad y el roce en su suave piel.

Su cadera sucumbió a la placentera sensación y, con un espasmo reflejo, arremetió repentinamente haciendo que todo el tronco de su dura verga me invadiese, clavándomela entera con un delicioso azote de su pubis en mis nalgas: “¡Plas!”.

– Uuummmm – gemí de puro gusto acompañado de un gruñido suyo -. Eso essss, móntame.

El chico de la novia rusa no necesitaba más indicaciones. Sacó lentamente su sable de la vaina que era mi cuerpo, arrastrando por mi interior su longitud y estimulando con su gruesa punta una rugosa región de mi vagina desconocida para mí, proporcionándome tal placer, que llegué al borde del orgasmo. Los brazos me flaquearon y tuve que apoyar mi cabeza sobre la cama, quedando todo mi coñito expuesto a él para su deleite y el de los dos espectadores que observaban con muda fascinación. Resoplé por la fuerte impresión de esa sobreexcitación tan repentina, y sentí cómo las manos de Carlos subían de mis caderas a la parte más elevada de mi culo en pompa, agarrándome de las nalgas como si fueran unas riendas a las que aferrarse antes de incitar al galope…

Y me arreó. Me dio una embestida con tal violencia que su polla me penetró salvajemente hasta que se clavó en mis profundidades y su pelvis me golpeó el culito, empujándome para que mi cara quedase pegada al colchón mirando hacia los otros dos chicos.

– ¡Aaaaaaaaaaahhhh!h! – grité extasiada.

– Joder, ¡qué bestia! – exclamó Luis mirándome alucinado, con Pedro a su lado mordiéndose los labios y haciendo un sobrehumano esfuerzo por no masturbarse a conciencia.

No tuve tiempo de reponerme, porque Carlos me cogió con ganas y empezó a bombearme el coño repetidamente, a un ritmo tan frenético que me hizo jadear mientras me tenía postrada con mi rostro hundido en la cama, sintiendo cómo su ariete entraba y salía de mi chorreante coñito en endiablado frenesí.

El cabrón follaba como un conejo, y me estaba matando. Mis pechos rebotaban como locos sobre la cama, su cadera golpeteaba mis nalgas mientras sus manos casi me clavaban las uñas en ellas, y su glande repercutía insistentemente en mis adentros, haciendo que mi goce fuera in crescendo hasta hacerme explotar en un brutal orgasmo con el que aullé como una loba en celo en noche de luna llena. El clímax alcanzó unas cotas a las que aún no había llegado, siendo increíblemente intenso, pero a la vez, extremadamente corto.

– Qué pedazo de cabrón – comentó Luis-, ha hecho que Lucía se corra. Claro, como ya se la había dejado yo a punto…

– Calla – le contestó Pedro-, que al final veo que no llego a mi turno. Y yo sí que voy a hacer que se corra…

Carlos no me dio tregua, y siguió follándome al mismo ritmo, reiniciando mi ciclo de placer para ir entonándome nuevamente.

Conseguí hacer fuerza con las palmas de mis manos sobre la cama y pude estirar los brazos para incorporarme y quedarme nuevamente a cuatro patas, guiñándole un ojo a Pedro, con lo cual casi se me derrite. Al levantarme, mis músculos vaginales estrangularon con tanta crueldad la barra de carne que los abría, que mi particular conejito de pilas alcalinas no pudo soportarlo, y se corrió dentro de mí llenándome con su cálido semen en una última embestida que me obligó a esforzarme para no volver a dar con mi cara contra el colchón.

Al sacarme la polla, tuve la sensación de vacío que me indicaba que seguía excitada y necesitaba más para estar completamente satisfecha. El chico se había portado bien, y aunque, al igual que su predecesor, se había corrido bastante rápido, me había provocado un intensísimo aunque breve orgasmo, por lo que ya estaba lista para más, y Pedro estaba mordiéndose las uñas esperando su turno para dármelo. Sin duda, el poder disponer de esos tres casi adolescentes para satisfacerme y complementarse, era un auténtico lujo que debía aprovechar.

Me giré poniéndome de cara a mi jinete, que resollaba mirándome con su instrumento aún erecto a mi alcance, recubierto por nuestros fluidos mezclados. Así que, como ya hiciera con su amigo Luis, no pude reprimirme en degustar esa selecta mezcla de sabores en mi paladar, por lo que me metí toda su verga en la boca haciéndole gruñir mientras se la chupaba, dejándosela totalmente limpia.

Me puse en pie para dirigirme al que me faltaba, mi postre tras un ligero entrante y un buen segundo plato. Al recuperar la verticalidad, sentí cómo el néctar que acababa de paladear sobre la piruleta de Carlos, rebosaba de mi coñito y resbalaba por mis muslos. Tomé al jovencito de la cabeza, y tirando de él hacia abajo le susurré: “Cómetelo”. Obedeció sin dudar, arrodillándose para lamer la cara interna de mis muslos produciéndome un maravilloso escalofrío que se transmitió por toda mi columna vertebral. Recorriendo el rastro dejado por la mezcla de zumos de fruta de la pasión, subió hasta mi carnosa vulva besándola e introduciendo su lengua entre sus pliegues para libar de ella.

– Mmmmmm – gemí.

Tuve que sujetar su cabeza y obligarle a detener su trabajito oral tirando de él hacia arriba, podría hacer que me corriese en su boca, y tenía una dura polla esperando con impaciencia para penetrarme. Se levantó obedeciendo mis deseos.

– Sería un buen esclavo – pensé-, si yo quisiera ser su ama…

La imagen de una explosiva Lucía dominatrix ataviada con sugerentes prendas de cuero negro se materializó en mi mente, y como consecuencia, el resquicio masculino que en ella quedaba, confinado en un oscuro y distante rincón de mi ser, se corrió con sólo contemplarla.

Mis labios fueron al encuentro de los de Carlos, y nuestros sabores se fusionaron en un tórrido beso. Qué bien sabían nuestros orgasmos en su boca, cómo me ponía su forma de besar…

– Lucía – oí la voz de Pedro a mi derecha-. No puedo más, levántame el castigo…

Aparté suavemente a Carlos a un lado, e invité a Pedro a acercarse a mí para ocupar su lugar. Agarré su tremenda erección con una mano, y le susurré al oído para que los otros no lo escuchasen:

– El otro día te follé yo a ti… Ahora quiero que seas tú quien me folle a mí.

– Es lo único que quiero desde que te conocí – me contestó agarrándome del culo con firmeza.

Me atacó con fiereza, atrapando mis suaves labios entre los suyos para devorarlos y meterme la lengua hasta casi tocarme la campanilla. Rodeé su cuello dejándome llevar por su ímpetu, y su cuerpo se pegó al mío hasta aplastar mis pechos contra su pecho e incrustar su asta en mi abdomen haciéndome sentir toda la extensión de su empalmada. Mientras nos besábamos, me restregué contra su mástil, posicionándolo y sintiendo su dureza en mi vulva, hasta que él directamente lo agarró y apuntó con la gruesa cabeza para acariciarme el clítoris con ella y recorrer toda mi entrada embadurnándose con mi jugo. Esa agradable sensación me hacía pedir más de él, aunque no me fue necesario decírselo. Me tomó de un muslo obligándome a levantar la pierna y ponerla sobre su cadera mientras esta empujaba para que su glande penetrase entre mis labios vaginales, alojándose entre ellos. Intentó metérmela entera así, pero la postura lo impedía, así que tiró de mi otro muslo para que me subiese sobre él.

Me colgué de su cuello y él me alzó del suelo abriéndome de piernas y colocándomelas alrededor de su cintura. Aguantó mi peso flexionando ligeramente las rodillas y poco a poco me fue dejando caer para que me deslizase sobre su barra de carne clavándome en ella. Suspiré sintiendo cómo el grosor de su polla expandía las paredes de mi coño, y una carcajada de satisfacción se me escapó al corroborar con mis propias carnes que Pedro tenía una verga más gruesa que la de los otros dos.

– ¿De qué te ríes? – me dijo con el esfuerzo de seguir aguantándome en vilo.

– De lo que me gusta tu gorda polla – le susurré al oído-. ¡Clávamela! – grité para que también lo oyeran los otros dos.

Me dejó caer más y estiró sus piernas para, por fin, ensartarme completamente.

– Uuuummmmm – gemí mordiéndome el labio.

– Joder, tío, se la ha metido de pie – le comentó Luis a Carlos.

– Y mira cómo goza ella – le contestó éste-. Qué cara de gusto…

– A mí ya se me empieza a levantar con sólo ver cómo se muerde el labio… – concluyó Luis.

Me quedé mirando fijamente a los ojos de Pedro, y éste me hizo dar un pequeño salto sobre su lanza, dejándome sin respiración. Él jadeó e intentó repetir el movimiento, pero atenazando mis piernas a sus caderas se lo impedí.

– Me encanta – le dije-. Pero si no nos apoyamos en ningún lado acabarás haciéndote daño en la espalda. Túmbame en la cama y fóllame a gusto.

Sin que saliera de mí, bajé mis piernas por las suyas, pero no pude llegar al suelo, pues era unos diez centímetros más alto que yo, así que seguí colgada de su cuello hasta que, de pronto, me hizo caer sobre la cama y terminé arrastrándole conmigo.

– Aaaaaauuuuhhhh – aullé de gusto.

Sentí todo el peso de su cuerpo sobre el mío aplastándome, pero lo que me hizo aullar fue el magnífico gustazo de su pértiga dando con el fondo de mi gruta. Nos acomodamos, levantándose él con los brazos para dejarme respirar, y empezó a empujarme suavemente con las caderas.

Me encantaba cómo su polla me dilataba y se movía dentro de mí estimulando mi cueva para que ésta acogiese al invasor estrangulando su longitud. Su pelvis me masajeaba el clítoris con cada empujón, proporcionándome destellos de placer que me hacían aferrarme a sus caderas con mis piernas para sentirlo con más intensidad.

Agarré su joven y duro culo, y clavé mis uñas en él, incitándole a que me empujara con más fuerza, que me incrustase su verga más adentro, que me hiciera sentir toda su longitud sacándola casi entera de mí para volver a metérmela a fondo, invitándole a compartir conmigo la deliciosa sensación de toda esa pétrea carne deslizándose por mi cálido interior como una anaconda en su húmedo refugio. Y así le marqué el ritmo de un pausado sube y baja de sus caderas con el que me deleitó haciendo que la gruesa punta de su taladro apareciese de entre mis rosados labios vaginales para volver a perforarme con ella, recorriendo el túnel y frotándose por su paredes hasta tocar fondo y presionarlo.

– Uuuuuummm, aaaaah, uuuuuuummmm, aaaaah… – me hacía gemir y jadear con cada entrada y salida.

Con mis uñas marcándose en la piel de sus glúteos en cada bajada, y relajándose en la subida, le di la pauta que debía seguir para follarme lentamente y que el placer se acumulara en nuestros cuerpos experimentándolo en su máxima extensión. Tras dos polvos más o menos apresurados, quería recrearme en el hecho de ser penetrada, quería sentir claramente la forma del glande entre mis labios y cómo iba entrando lentamente, con mis músculos recibiéndole en una oleada de placenteras contracciones mientras toda la longitud de esa gruesa polla era acogida en mi interior para llenarme.

Pedro estaba demostrando tener más aguante que sus compañeros para poder proporcionarme lo que en ese momento necesitaba. No es que fuera más diestro en el sexo o superior físicamente a los otros, era prácticamente igual de inexperto e impetuosamente joven, pero yo ya tenía claro que ese día se había dado un homenaje manual pensando en mí, y eso estaba propiciando el que pudiera regalarme varias penetraciones tan lentas y profundas, que yo podía disfrutar cada una de ellas individualmente.

Luis y Carlos nos observaban en silencio, sabiendo que el severo castigo al que yo había sometido a Pedro, acatándolo este estoicamente, le concedía el privilegio de tenerme para él solo en ese momento.

Tras un glorioso tiempo de pausado y profundo mete-saca, los dos ya necesitábamos aumentar el ritmo de las penetraciones para empezar a descargar la adrenalina que se había ido acumulando en nuestros cuerpos con ese relajado sube y baja de caderas. El chico se incorporó sentándose sobre sus talones mientras me sujetaba firmemente de las caderas, tirando de ellas sin sacar su miembro de mí. Esto hizo que su músculo hiciera de palanca en mi interior, presionándome en mis más recónditas profundidades con tal intensidad, que me dejó sin aliento por la impresión y el increíble placer que me proporcionó. Estuve nuevamente el borde del abismo, aunque sólo fue un atisbo fugaz.

– Te ha molado, ¿eh? – me preguntó desde las alturas al ver mi cara de sorpresa y gusto.

– ¡Uuuuufffff!, me ha encantado… Por un momento he pensado que podías levantarme con la polla. Ha sido increíble…

– Eres la tía más cachonda que he conocido nunca … ¡Cómo me gusta follarte, Lucía!. Quiero matarte a polvos…

– Pues hazlo – sentencié mordiéndome el labio.

Sujetándome por las caderas, comenzó a manejar mi cuerpo para que su palpitante verga me penetrase una y otra vez, haciendo que nuestros pubis se fusionaran atrayéndome hacia él. La postura hacía que sintiese el golpeteo constante en mi vulva mientras su glande me perforaba hasta el abdomen, por lo que no podía parar de jadear con cada embestida como si estuviese corriendo en una maratón. Era un juguete en su poder, un instrumento que utilizaba para darse satisfacción marcando él el ritmo de las embestidas que a ambos nos hacían vibrar.

Mi culito estaba sobre sus muslos, frotándose adelante y atrás, y mi espalda arqueada de tal modo, que sólo mis brazos, hombros y cabeza permanecían apoyados sobre la cama. Sentía mis pechos bailar como dos grandes masas de gelatina coronadas con puntiagudos pezones que, desde mi perspectiva, se asemejaban a las cumbres del Himalaya apuntando hacia el cielo. Cogí las dos bamboleantes masas, y me las acaricié y masajeé descubriendo que eso exacerbaba el placer y lo extendía por cada fibra de mi cuerpo.

– Joder, cómo me mola cuando las tías se soban así las tetas – oí que comentaba Luis.

Pedro estaba aumentando el ritmo de sus acometidas, atrayéndome hacia él con una violencia y velocidad que me estaban haciendo enloquecer en un maremágnum de gemidos, jadeos e incluso pequeños gritos. Mis manos se afanaban estrujando frenéticamente mis pechos, y las contracciones de mi vagina se sucedían tan rápidamente, que todo mi coño ardía extendiéndose su calor por cada milímetro cuadrado de mi piel en febril delirio. Estaba a punto, estaba tan a punto, que ya necesitaba liberarme de la carga de placer que saturaba todos mis sentidos. El mundo giraba en torno a mí y sentía que me despegaba de la realidad, hasta que, de pronto, Pedro detuvo su vertiginoso ritmo, me dio tres violentas y profundas estocadas, y gritó:

– ¡¡¡Diooooooossssssss, Lucíaaaaaaaaaaa!!!.

Su corrida escaldó mis profundidades, y actuó como un perfecto catalizador para desencadenar la reacción que me elevó hasta los campos elíseos del orgasmo femenino. Sin voz, en mudo grito de satisfacción, mi columna vertebral se contorsionó, y me corrí por tercera vez aquella noche.

Me relajé apoyando toda mi espalda sobre el lecho, y Pedro salió de mí dejándome tumbada. A cuatro patas subió por mi cuerpo, y cuando su polla, aún dura, llegó a la altura de mi rostro, bajó la cadera, me colocó la brillante punta sobre los labios, y me penetró la boca sin contemplación. Degusté la mezcla de fluidos sobre su piel, y al succionar mientras me la sacaba de entre los labios, me obsequió con un leve lechazo que regó mi lengua para alimentar mi recientemente descubierto vicio.

Estaba haciendo realidad las fantasías que como hombre había deseado cumplir con una mujer. Ahora yo era esa mujer, y mi nueva realidad estaba superando con creces a cualquier fantasía.

CONTINUARÁ…

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